Laurita en la sala del dentista.

Laurita tuvo que acompañar a su mama al dentista ese día.

-Laurita, espérame en la salita de al lado -dijo su mama.

-Puedes jugar con las muñecas o con los carritos que están en el baúl -dijo el dentista.

Pero, en el baúl, Laurita no vio nada que le llamara la atención.

Decidió esperar a su mama afuera, donde conocería a alguna persona

dispuesta a contarle cuentos divertidos.

Laurita miro atentamente a cada persona en la sala. Pensó que el señor con la boca

grande contaría los cuentos mejor que cualquiera.

-Señor -llamo Laurita al señor despeinado y de boca grande-, ¿puede contarme un cuento?

-¿Yo? -pregunto el señor con desgana-.

¿Por qué yo?

-Por que estoy aburrida y quiero oír un cuento divertido.

El señor comenzó a protestar, pero Laurita lo interrumpió:

-No haga tanto ruido, señor. Puede despertar a los pacientes.

-Pero…

-No, señor, ningún cuento empieza con “peso”.

-Esta bien, ganaste… Te voy a contar sobre el patito feo.

-No, ese lo e oído demasiadas veces

-respondió Laurita.

-Perdóname, pero no conozco muchos cuentos para niños -dijo muy serio el señor.

Laura suspiro.

-No se preocupe señor -contesto Laurita-.

No es la primera vez que un adulto no sabe contarme un buen cuento.

En seguida, Laurita se acomodo en una butaca y comenzó a contarle

diversas historias a su nuevo amigo. Después de todo, para contar un cuento,

solo hace falta un poco de imaginación.

Rafael Franco

(puertorriqueño)