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Díalogos Socráticos
Critón o sobre el deber
Escribe
Platón
SÓCRATES Y CRITÓN
SÓCRATES.- ¿Por qué vienes a esta hora, Critón? ¿ No es pronto todavía?
CRITÓN.- En efecto, es muy pronto.
SÓC.- ¿Qué hora es exactamente?
CRIT.- Comienza a amanecer.
SÓC.-Me extraña que el guardián de la prisión haya
querido atenderte.
CRIT.-Es ya amigo mío, Sócrates, de tanto venir aquí;
además ha recibido de mí alguna gratificación.
SÓC.- ¿Has venido ahora o hace tiempo?
CRIT.- Hace ya bastante tiempo.
SÓC.- ¿Y cómo no me has despertado en seguida y te has
quedado sentado ahí al lado, en silencio?
CRIT.- No, por Zeus, Sócrates, en esta situación tampoco
habría querido yo mismo estar en tal desvelo y sufrimiento, pero hace rato
que me admiro viendo qué suavemente duermes, y a intención no te desperté
para que pasaras el tiempo lo más agradablemente. Muchas veces, ya antes
durante toda tu vida, te consideré feliz por tu carácter, pero mucho más en
la presente desgracia, al ver qué fácil y apaciblemente la llevas.
SÓC.- Ciertamente, Critón, no sería oportuno irritarme a
mi edad, si debo ya morir.
CRIT.-También otros de tus años, Sócrates, se encuentran
metidos en estas circunstancias, pero su edad no les libra en nada de
irritarse con su suerte presente.
SÓC.-Así es. Pero, ¿por qué has venido tan temprano?
CRIT.-Para traerte, Sócrates, una noticia dolorosa y
agobiante, no para ti, según veo, pero ciertamente dolorosa y agobiante para
mí y para todos tus amigos, y que para mí, según veo, va a ser muy difícil
de soportar.
SÓC.- ¿Cuál es la noticia? ¿Acaso ha llegado ya desde
Delos(1) el barco a cuya llegada debo yo morir?
CRIT.-No ha llegado aún, pero me parece que estará aquí
hoy, por lo que anuncian personas venidas de Sunio(2) que han dejado el
barco allí. Según estos mensajeros, es seguro que estará aquí hoy, y será
necesario, Sócrates, que mañana acabes tu vida.
SÓC.-Pues, ¡buena suerte!, Critón. Sea así, si así es
agradable a los dioses. Sin embargo, no creo que el barco esté aquí hoy.
CRIT.-¿De dónde conjeturas eso?
SÓC.- Voy a decírtelo. Yo debo morir al día siguiente de
que el barco llegue.
CRIT.-Así dicen los encargados de estos asuntos.
SÓC.- Entonces, no creo que llegue el día que está
empezando sino el siguiente. Me fundo en cierto sueño que he tenido hace
poco, esta noche. Probablemente ha sido muy oportuno que no me despertaras.
CRIT.- ¿Cuál era el sueño?
SÓC.-Me pareció que una mujer bella, de buen aspecto, que
llevaba blancos vestidos se acercó a mí, me llamó y me dijo: «Sócrates,
al tercer día llegarás a la fértil Ptía»(3)
CRIT.- Extraño es el sueño, Sócrates.
SÓC.-En todo caso, muy claro, según yo creo, Critón.
CRIT.- Demasiado claro, según parece. Pero, querido
Sócrates, todavía en este momento hazme caso y sálvate. Para mí, si tú
mueres, no será una sola desgracia, sino que, aparte de verme privado de un
amigo como jamás encontraré otro, muchos que no nos conocen bien a ti y a mí
creerán que, habiendo podido yo salvarte, si hubiera querido gastar dinero,
te he abandonado. Y, en verdad, ¿hay reputación más vergonzosa que la de
parecer que se tiene en más al dinero que a los amigos? Porque la mayoría no
llegará a convencerse de que tú mismo no quisiste salir de aquí, aunque
nosotros nos esfoRzábamos en ello.
SÓC.-Pero ¿por qué damos tanta importancia, mi buen
Critón, a la opinión de la mayoría? Pues los más capaces, de los que sí vale
la pena preocuparse, considerarán que esto ha sucedido como en realidad
suceda.
CRIT.- Pero ves, Sócrates, que es necesario también tener
en cuenta la opinión de la mayoría. Esto mismo que ahora está sucediendo
deja ver, claramente, que la mayoría es capaz de producir no los males más
pequeños, sino precisamente los mayores, si alguien ha incurrido en su odio.
SÓC.- ¡Ojalá, Critón, que los más fueran capaces de hacer
los males mayores para que fueran también capaces de hacer los mayores
bienes! Eso sería bueno.
La realidad es que no son capaces ni de lo uno ni de lo
otro; pues, no siendo tampoco capaces de hacer a alguien sensato ni
insensato, hacen lo que la casualidad les ofrece.
CRIT.- Bien, aceptemos que es así. ¿Acaso no te estás tú
preocupando de que a mí y a los otros amigos, si tú sales de aquí, no nos
creen dificultades los sicofantes(4)al decir que te hemos sacado de la
cárcel, y nos veamos obligados a perder toda nuestra fortuna o mucho dinero
o, incluso, a sufrir algún otro daño además de éstos? Si, en efecto, temes
algo así, déjalo en paz. Pues es justo que nosotros corramos este riesgo
para salvarte y, si es preciso, otro aún mayor. Pero hazme caso y no obres
de otro modo.
SÓC.- Me preocupa eso, Critón, y otras muchas cosas.
CRIT.- Pues bien, no temas por ésta. Ciertamente, tampoco
es mucho el dinero que quieren recibir algunos para salvarte y sacarte de
aquí. Además, ¿no ves qué baratos están estos sicofantes y que no sería
necesario gastar en ellos mucho dinero? Está a tu disposici6n mi fortuna que
será suficiente, según creo. Además, si te preocupas por mí y crees que no
debes gastar lo mío, están aquí algunos extranjeros dispuestos a gastar su
dinero. Uno ha traído, incluso, el suficiente para ello, Simias de Tebas.
Están dispuestos también Cebes y otros muchos(5). De manera que, como digo,
por temor a esto no vaciles en salvarte; y que tampoco sea para ti
dificultad lo que dijiste en el tribunal, que si salías de Atenas, no
sabrías cómo valerte. En muchas partes, adonde quiera que tú llegues, te
acogerán con cariño. Si quieres ir a Tesalia, tengo allí huéspedes que te
tendrán en gran estimación y que te ofrecerán seguridad, de manera que nadie
te moleste en Tesalia.
Además, Sócrates, tampoco me parece justo que intentes
traicionarte a ti mismo, cuando te es posible salvarte. Te esfuerzas porque
te suceda aquello por lo que trabajarían con afán y, de hecho, han trabajado
tus enemigos deseando destruirte. Además, me parece a mí que traicionas
también a tus hijos; cuando te es posible criarlos y educarlos, los
abandonas y te vas, y, por tu parte, tendrán la suerte que el destino les
depare, que será, como es probable, la habitual de los huérfanos durante la
orfandad. Pues, o no se debe tener hijos, o hay que fatigarse para criarlos
y educarlos. Me parece que tú eliges lo más cómodo. Se debe elegir lo que
elegiría un hombre bueno y decidido, sobre todo cuando se ha dicho durante
toda la vida que se ocupa uno de la virtud. Así que yo siento vergüenza, por
ti y por nosotros tus amigos, de que parezca que todo este asunto tuyo se ha
producido por cierta cobardía nuestra: la instrucción del proceso para el
tribunal, siendo posible evitar el proceso, el mismo desarrollo del juicio
tal como sucedió, y finalmente esto, como desenlace ridículo del asunto, y
que parezca que nosotros nos hemos quedado al margen de la cuestión por
incapacidad y cobardía, así como que no te hemos salvado ni tú te has
salvado a ti mismo, cuando era realizable y posible, por pequeña que fuera
nuestra ayuda. Pero toma una decisión; por más que ni siquiera es ésta la
hora de decidir, sino la de tenerlo decidido. No hay más que una decisión;
en efecto, la próxima noche tiene que estar todo realizado. Si esperamos
más, ya no es posible ni realizable. En todo caso, déjate persuadir y no
obres de otro modo.
SÓC.- Querido Critón, tu buena voluntad sería muy de
estimar, si le acompañara algo de rectitud; si no, cuanto más intensa, tanto
más penosa. Así pues, es necesario que reflexionemos si esto debe hacerse o
no. Porque yo, no sólo ahora sino siempre, soy de condición de no prestar
atención a ninguna otra cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me
parece el mejor. Los argumentos que yo he dicho en tiempo anterior no los
puedo desmentir ahora porque me ha tocado esta suerte, más bien me parecen
ahora, en conjunto, de igual valor y respeto, y doy mucha importancia a los
mismos argumentos de antes. Si no somos capaces de decir nada mejor en el
momento presente, sabe bien que no voy a estar de acuerdo contigo, ni aunque
la fuerza de la mayoría nos asuste como a niños con más espantajos que los
de ahora en que nos envía prisiones, muertes y privaciones de bienes. ¿Cómo
podríamos examinar eso más adecuadamente? Veamos, por lo pronto, si
recogemos la idea que tú expresabas acerca de las opiniones de los hombres,
a saber, si hemos tenido razón o no al decir siempre que deben tenerse en
cuenta unas opiniones y otras no. ¿O es que antes de que yo debiera morir
estaba bien dicho, y en cambio ahora es evidente que lo decíamos sin
fundamento, por necesidad de la expresión, pero sólo era un juego infantil y
pura charlatanería? Yo deseo, Critón, examinar contigo si esta idea me
parece diferente en algo, cuando me encuentro en esta situación, o me parece
la misma, y, según el caso, si la vamos a abandonar o la vamos a seguir.
Según creo, los hombres cuyo juicio tiene interés dicen siempre, como yo
decía ahora, que entre las opiniones que los hombres manifiestan deben
estimarse mucho algunas y otras no. Por los dioses, Critón, ¿no te parece
que esto está bien dicho? En efecto, tú, en la medida de la previsión
humana, estás libre de ir a morir mañana, y la presente desgracia no va a
extraviar tu juicio. Examínalo. ¿No te parece que está bien decir que no se
deben estimar todas las opiniones de los hombres, sino unas sí y otras no, y
las de unos hombres sí y las de otros no? ¿Qué dices tú? ¿No está bien decir
esto?
CRIT.- Está bien.
SÓC.- ¿Se deben estimar las valiosas y no estimar las
malas?
CRIT.- Sí.
SÓC.- ¿Son valiosas las opiniones de los hombres
juiciosos, y malas las de los hombres de poco juicio?
CRIT.- ¿Cómo no?
SÓC.- Veamos en qué sentido decíamos tales cosas. Un
hombre que se dedica a la gimnasia, al ejercitarla ¿tiene en cuenta la
alabanza, la censura y la opinión de cualquier persona, o la de una sola
persona, la del médico o el entrenador?
CRIT.-La de una sola persona.
SÓC.- Luego debe temer las censuras y recibir con agrado
los elogios de aquella sola persona, no los de la mayoría.
CRIT.- Es evidente.
SÓC.-Así pues, ha de obrar, ejercitarse, comer y beber
según la opinión de ése solo, del que está a su cargo y entiende, y no según
la de todas los otros juntos.
CRIT.- Así es.
SÓC.- Bien. Pero si no hace caso a ese solo hombre y
desprecia su opinión y sus elogios, y, en cambio, estima las palabras de la
mayoría, que nada entiende, ¿es que no sufrirá algún daño?
CRIT.- ¿Cómo no?
SÓC.- ¿Qué daño es este, hacia dónde tiende y a qué parte
del que no hace caso?
CRIT.- Es evidente que al cuerpo; en efecto, lo arruina.
SÓC.- Está bien. Lo mismo pasa con las otras cosas,
Critón, a fin de no repasarlas todas. También respecto a lo justo y lo
injusto, lo feo y lo bello, lo bueno y lo malo, sobre lo que ahora trata
nuestra deliberación, ¿acaso debemos nosotros seguir la opinión de la
mayoría y temerla, o la de uno solo que entienda, si lo hay, al cual hay que
respetar y temer más que a todos los otros juntos? Si no seguimos a éste,
dañaremos y maltrataremos aquello que se mejora con lo justo y se destruye
con lo injusto. ¿No es así esto?
CRIT.-Así lo pienso, Sócrates.
SÓC.-Bien, si lo que se hace mejor por medio de lo sano y
se daña por medio de lo enfermo, lo arruinamos por hacer caso a la opinión
de los que no entienden, ¿acaso podríamos vivir al estar eso arruinado? Se
trata del cuerpo, ¿no es así?
CRIT.- Sí.
SÓC.- ¿Acaso podemos vivir con un cuerpo miserable y
arruinado?
CRIT.-De ningún modo.
SÓC.- Pero ¿podemos vivir, acaso, estando dañado aquello
con lo que se arruina lo injusto y se ayuda a lo justo? ¿Consideramos que es
de menos valor que el cuerpo la parte de nosotros, sea la que fuere, en cuyo
entorno están la injusticia y la justicia?
CRIT.-De ningún modo.
SÓC.- ¿Ciertamente es más estimable?
CRIT.-Mucho más.
SÓC.- Luego, querido amigo, no debemos preocuparnos mucho
de lo que nos vaya a decir la mayoría, sino de lo que diga el que entiende
sobre las cosas justas e injustas, aunque sea uno sólo, y de lo que la
verdad misma diga. Así que, en primer término, no fue acertada tu propuesta
de que debemos preocuparnos de la opinión de la mayoría acerca de lo justo,
lo bello y lo bueno y sus contrarios. Pero podría decir alguien que los más
son capaces de condenarnos a muerte.
CRIT.- Es evidente que podría decirlo, Sócrates.
SÓC.- Tienes razón. Pero, mi buen amigo, este
razonamiento que hemos recorrido de cabo a cabo me parece a mí que es aún el
mismo de siempre. Examina además, si también permanece firme aún, para
nosotros, o no permanece el razonamiento de que no hay que considerar lo más
importante el vivir, sino el vivir bien.
CRIT.- Sí permanece.
SÓC.-¿La idea de que vivir bien, vivir honradamente y
vivir justamente son el mismo concepto, permanece, o no permanece?
CRIT.- Permanece.
SÓC.-Entonces, a partir de lo acordado hay que examinar
si es justo, o no lo es, el que yo intente salir de aquí sin soltarme los
atenienses. Y si nos parece justo, intentémoslo, pero si no, dejémoslo. En
cuanto a las consideraciones de que hablas sobre el gasto de dinero, la
reputación y la crianza de los hijos, es de temer, Critón, que éstas, en
realidad, sean reflexiones adecuadas a éstos que condenan a muerte y harían
resucitar, si pudieran, sin el menor sentido, es decir, a la mayoría. Puesto
que el razonamiento lo exige así, nosotros no tenemos otra cosa que hacer,
sino examinar, como antes decía, si nosotros, unos sacando de la cárcel y
otro saliendo, vamos a actuar justamente pagando dinero y favores a los que
me saquen, o bien vamos a obrar injustamente haciendo todas estas cosas. Y
si resulta que vamos a realizar actos injustos, no es necesario considerar
si, al quedarnos aquí sin emprender acción alguna, tenemos que morir o
sufrir cualquier otro daño, antes que obrar injustamente.
CRIT.-Me parece acertado lo que dices, Sócrates, mira qué
debemos hacer.
SÓC.- Examinémoslo en común, amigo, y si tienes algo que
objetar mientras yo hablo, objétalo y yo te haré caso. Pero si no, mi buen
Critón, deja ya de decirme una y otra vez la misma frase, que tengo que
salir de aquí contra la voluntad de los atenienses, porque yo doy mucha
importancia a tomar esta decisión tras haberte persuadido y no contra tu
voluntad; mira si te parece que está bien planteada la base del razonamiento
e intenta responder, a lo que yo pregunte, lo que tú creas más exactamente.
CRIT.- Lo intentaré.
SÓC.- ¿Afirmamos que en ningún caso hay que hacer el mal
voluntariamente, o que en unos casos sí y en otros no, o bien que de ningún
modo es bueno y honrado hacer el mal, tal como hemos convenido muchas veces
anteriormente? Eso es también lo que acabamos de decir. ¿Acaso todas
nuestras ideas comunes de antes se han desvanecido en estos pocos días y,
desde hace tiempo, Critón, hombres ya viejos, dialogamos uno con otro,
seriamente sin darnos cuenta de que en nada nos distinguimos de los niños?
O, más bien, es totalmente como nosotros decíamos entonces, lo afirme o lo
niegue la mayoría; y, aunque tengamos que sufrir cosas aún más penosas que
las presentes, o bien más agradables, ¿cometer injusticia no es, en todo
caso, malo y vergonzoso para el que la comete? ¿Lo afirmamos o no?
CRIT.-Lo afirmamos.
SÓC.-Luego de ningún modo se debe cometer injusticia.
CRIT.-Sin duda.
SÓC.-Por tanto, tampoco si se recibe injusticia se debe
responder con la injusticia, como cree la mayoría, puesto que de ningún modo
se debe cometer injusticia.
CRIT.- Es evidente.
SÓC.- ¿Se debe hacer mal, Critón, o no?
CRIT.- De ningún modo se debe, Sócrates.
SÓC.- ¿Y responder con el mal cuando se recibe mal es
justo, como afirma la mayoría, o es injusto?
CRIT.- De ningún modo es justo.
SÓC.- Luego no se debe responder con la injusticia ni
hacer mal a ningún hombre, cualquiera que sea el daño que se reciba de él.
Procura, Critón, no aceptar esto contra tu opinión, si lo aceptas; yo sé,
ciertamente, que esto lo admiten y lo admitirán unas pocas personas. No es
posible una determinación común para los que han formado su opinión de esta
manera y para los que mantienen lo contrario, sino que es necesario que se
desprecien unos a otros, cuando ven la determinación de la otra parte.
Examina muy bien, pues, también tú si estás de acuerdo y te parece bien, y
si debemos iniciar nuestra deliberación a partir de este principio, de que
jamás es bueno ni cometer injusticia, ni responder a la injusticia con la
injusticia, ni responder haciendo mal cuando se recibe el mal. ¿O bien te
apartas y no participas de este principio? En cuanto a mí, así me parecía
antes y me lo sigue pareciendo ahora, pero si a ti te parece de otro modo,
dilo y explícalo. Pero si te mantienes en lo anterior, escucha lo que sigue.
CRIT.-Me mantengo y también me parece a mí. Continúa.
SÓC.-Digo lo siguiente, más bien pregunto: ¿las cosas que
se ha convenido con alguien que son justas hay que hacerlas o hay que darles
una salida falsa?
CRIT.-Hay que hacerlas.
SÓC.-A partir de esto, reflexiona. Si nosotros nos vamos
de aquí sin haber persuadido a la ciudad, ¿hacemos daño a alguien y,
precisamente, a quien menos se debe, o no? ¿Nos mantenemos en lo que hemos
acordado que es justo, o no?
CRIT.- No puedo responder a lo que preguntas, Sócrates;
no lo entiendo.,
SÓC.- Considéralo de este modo. Si cuando nosotros
estemos a punto de escapar de aquí, o como haya que llamar a esto, vinieran
las leyes y el común de la ciudad y, colocándose delante, nos dijeran:
«Dime, Sócrates, ¿qué tienes intención de hacer? ¿No es cierto que, por
medio de esta acción que intentas, tienes el propósito, en lo que de ti
depende, de destruirnos a nosotras y a toda la ciudad? ¿Te parece a ti que
puede aún existir sin arruinarse la ciudad en la que los juicios que se
producen no tienen efecto alguno, sino que son invalidados por particulares
y quedan anulados?» ¿Qué vamos a responder, Critón, a estas preguntas y a
otras semejantes? Cualquiera, especialmente un orador, podría dar muchas
razones en defensa de la ley, que intentamos destruir, que ordena que los
juicios que han sido sentenciados sean firmes. ¿Acaso les diremos: «La
ciudad ha obrado injustamente con nosotros y no ha llevado el juicio
rectamente»? ¿Les vamos a decir eso?
CRIT.- Sí, por Zeus, Sócrates.
SÓC.-Quizá dijeran las leyes: « ¿Es esto, Sócrates, lo
que hemos convenido tú y nosotras, o bien que hay que permanecer fiel a las
sentencias que dicte la ciudad?» Si nos extrañáramos de sus palabras, quizá
dijeran: «Sócrates no te extrañes de lo que decimos, sino respóndenos,
puesto que tienes la costumbre de servirte de preguntas y respuestas.
Veamos, ¿qué acusación tienes contra nosotras y contra la ciudad para
intentar destruirnos? En primer lugar, ¿no te hemos dado nosotras la vida y,
por medio de nosotras, desposó tu padre a tu madre y te engendró? Dinos,
entonces, ¿a las leyes referentes al matrimonio les censuras algo que no
esté bien?» «No las censuro», diría yo. «Entonces, ¿a las que se refieren a
la crianza del nacido y a la educación en la que te has educado? ¿Acaso las
que de nosotras estaban establecidas para ello no disponían bien ordenando a
tu padre que te educara en la música y en la gimnasia?» «Sí disponían bien»,
diría yo.«Después que hubiste nacido y hubiste sido criado y educado,
¿podrías decir, en principio, que no eras resultado de nosotras y nuestro
esclavo, tú y tus ascendientes? Si esto es así, ¿acaso crees que los
derechos son los mismos para ti y para nosotras, y es justo para ti
responder haciéndonos, a tu vez, lo que nosotras intentemos hacerte?
Ciertamente no serían iguales tus derechos respecto a tu padre y respecto a
tu dueño, si lo tuvieras, como para que respondieras haciéndoles lo que
ellos te hicieran, insultando a tu vez al ser insultado, o golpeando al ser
golpeado, y así sucesivamente. ¿Te sería posible, en cambio, hacerlo con la
patria y las leyes, de modo que si nos proponemos matarte, porque lo
consideramos justo, por tu parte intentes, en la medida de tus fuerzas,
destruirnos a nosotras, las leyes, y a la patria, y afirmes que al hacerlo
obras justamente, tú, el que en verdad se preocupa de la virtud? ¿Acaso eres
tan sabio que te pasa inadvertido que la patria merece más honor que la
madre, que el padre y que todos los antepasados, que es más venerable y más
santa y que es digna de la mayor estimación entre los dioses y entre los
hombres de juicio? ¿Te pasa inadvertido que hay que respetarla y ceder ante
la patria y halagarla, si está irritada, más aún que al padre; que hay que
convencerla u obedecerla haciendo lo que ella disponga; que hay que padecer
sin oponerse a ello, si ordena padecer algo; que si ordena recibir golpes,
sufrir prisión, o llevarte a la guerra para ser herido o para morir, hay que
hacer esto porque es lo justo, y no hay que ser débil ni retroceder ni
abandonar el puesto, sino que en la guerra, en el tribunal y en todas partes
hay que hacer lo que la ciudad y la patria ordene, o persuadirla de lo que
es justo; y que es impío hacer violencia a la madre y al padre, pero lo es
mucho más aún a la patria?» ¿Qué vamos a decir a esto, Critón? ¿Dicen la
verdad las leyes o no?
CRIT.-Me parece que sí.
SÓC.-Tal vez dirían aún las leyes: «Examina, además,
Sócrates, si es verdad lo que nosotras decimos, que no es justo que trates
de hacernos lo que ahora intentas. En efecto, nosotras te hemos engendrado,
criado, educado y te hemos hecho partícipe, como a todos los demás
ciudadanos, de todos los bienes de que éramos capaces; a pesar de esto
proclamamos la libertad, para el ateniense que lo quiera, una vez que haya
hecho la prueba legal para adquirir los derechos ciudadanos y, haya conocido
los asuntos públicos y a nosotras, las leyes, de que, si no le parecemos
bien, tome lo suyo y se vaya adonde quiera. Ninguna de nosotras, las leyes,
lo impide, ni prohíbe que, si alguno de vosotros quiere trasladarse a una
colonia, si no le agradamos nosotras y la ciudad, o si quiere ir a otra
parte y vivir en el extranjero, que se marche adonde quiera llevándose lo
suyo.
«El que de vosotros se quede aquí viendo de qué modo
celebramos los juicios y administramos la ciudad en los demás aspectos,
afirmamos que éste, de hecho, ya está de acuerdo con nosotras en que va a
hacer lo que nosotras ordenamos, y decimos que el que no obedezca es tres
veces culpable, porque le hemos dado la vida, y no nos obedece, porque lo
hemos criado y se ha comprometido a obedecernos, y no nos obedece ni procura
persuadirnos si no hacemos bien alguna cosa. Nosotras proponemos hacer lo
que ordenamos y no lo imponemos violentamente, sino que permitimos una
opción entre dos, persuadirnos u obedecemos; y el que no obedece no cumple
ninguna de las dos. Decimos, Sócrates, que tú vas a quedar sujeto a estas
inculpaciones y no entre los que menos de los atenienses, sino entre los que
más, si haces lo que planeas.»
Si entonces yo dijera: «¿Por qué, exactamente?», quizá me
respondieran con justicia diciendo que precisamente yo he aceptado este
compromiso como muy pocos atenienses. Dirían: «Tenemos grandes pruebas,
Sócrates, de que nosotras y la ciudad te parecemos bien. En efecto, de
ningún modo hubieras permanecido en la ciudad más destacadamente que todos
los otros ciudadanos(6), si ésta no te hubiera agradado especialmente, sin
que hayas salido nunca de ella para una fiesta, excepto una vez al Istmo, ni
a ningún otro territorio a no ser como soldado; tampoco hiciste nunca, como
hacen los demás, ningún viaje al extranjero, ni tuviste deseo de conocer
otra ciudad y otras leyes, sino que nosotras y la ciudad éramos
satisfactorias para ti. Tan plenamente nos elegiste y acordaste vivir como
ciudadano según nuestras normas, que incluso tuviste hijos en esta ciudad,
sin duda porque te encontrabas bien en ella. Aún más, te hubiera sido
posible, durante el proceso mismo, proponer para ti el destierro, si lo
hubieras querido, y hacer entonces, con el consentimiento de la ciudad, lo
que ahora intentas hacer contra su voluntad. Entonces tú te jactabas de que
no te irritarías, si tenías que morir, y elegías, según decías, la muerte
antes que el destierro. En cambio, ahora, ni respetas aquellas palabras ni
te cuidas de nosotras, las leyes, intentando destruimos; obras como obraría
el más vil esclavo intentando escaparte en contra de los pactos y acuerdos
con arreglo a los cuales conviniste con nosotras que vivirías como
ciudadano. En primer lugar, respóndenos si decimos verdad al insistir en que
tú has convenido vivir como ciudadano según nuestras normas con actos y no
con palabras, o bien si no es verdad.» ¿Qué vamos a decir a esto, Critón?
¿No es cierto que estamos de acuerdo?
CRIT.-Necesariamente, Sócrates.
SÓC.- «No es cierto -dirían ellas- que violas los pactos
y los acuerdos con nosotras, sin que los hayas convenido bajo coacción o
engaño y sin estar obligado a tomar una decisión en poco tiempo, sino
durante setenta años(7), en los que te fue posible ir a otra parte, si no te
agradábamos o te parecía que los acuerdos no eran justos. Pero tú no has
preferido a Lacedemonia ni a Creta, cuyas leyes afirmas continuamente que
son buenas, ni a ninguna otra ciudad griega ni bárbara; al contrario, te has
ausentado de Atenas menos que los cojos, los ciegos y otros lisiados. Hasta
tal punto a ti más especialmente que a los demás atenienses, te agradaba la
ciudad y evidentemente nosotras, las leyes. ¿Pues a quién le agradaría una
ciudad sin leyes? ¿Ahora no vas a permanecer fiel a los acuerdos? Sí
permanecerás, si nos haces caso, Sócrates, y no caerás en ridículo saliendo
de la ciudad.
»Si tú violas estos acuerdos y faltas en algo, examina
qué beneficio te harás a ti mismo y a tus amigos. Que también tus amigos
corren peligro de ser desterrados, de ser privados de los derechos
ciudadanos o de perder sus bienes es casi evidente. Tú mismo, en primer
lugar, si vas a una de las ciudades próximas, Tebas o Mégara, pues ambas
tienen buenas leyes, llegarás como enemigo de su sistema político y todos
los que se preocupan de sus ciudades te mirarán con suspicacia
considerándote destructor de las leyes; confirmarás para tus jueces la
opinión de que se ha sentenciado rectamente el proceso. En efecto, el que es
destructor de las leyes, parecería fácilmente que es también corruptor de
jóvenes y de gentes de poco espíritu. ¿Acaso vas a evitar las ciudades con
buenas leyes y los hombres más honrados? ¿Y si haces eso, te valdrá la pena
vivir? O bien si te diriges a ellos y tienes la desvergüenza de conversar,
¿con qué pensamientos lo harás, Sócrates? ¿Acaso con los mismos que aquí, a
saber, que lo más importante para los hombres es la virtud y la justicia, y
también la legalidad y las leyes? ¿No crees que parecerá vergonzoso el
comportamiento de Sócrates? Hay que creer que sí. Pero tal vez vas a
apartarte de estos lugares; te irás a Tesalia con los huéspedes de Critón.
En efecto, allí hay la mayor indisciplina y libertinaje, y quizá les guste
oírte de qué manera tan graciosa te escapaste de la cárcel poniéndote un
disfraz o echándote encima una piel o usando cualquier otro medio habitual
para los fugitivos, desfigurando tu propio aspecto. ¿No habrá nadie que diga
que, siendo un hombre al que presumiblemente le queda poco tiempo de vida,
tienes el descaro de desear vivir tan afanosamente, violando las leyes más
importantes? Quizá no lo haya, si no molestas a nadie; en caso contrario,
tendrás que oír muchas cosas indignas. ¿Vas a vivir adulando y sirviendo a
todos? ¿Qué vas a hacer en Tesalia sino darte buena vida como si hubieras
hecho el viaje allí para ir a un banquete? ¿Dónde se nos habrán ido aquellos
discursos sobre la justicia y las otras formas de virtud? ¿Sin duda quieres
vivir por tus hijos, para criarlos y educarlos? ¿Pero, cómo? ¿Llevándolos
contigo a Tesalia los vas a criar y educar haciéndolos extranjeros para que
reciban también de ti ese beneficio? ¿O bien no es esto, sino que educándose
aquí se criarán y educarán mejor, si tú estás vivo, aunque tú no estés a su
lado? Ciertamente tus amigos se ocuparán de ellos. ¿Es que se cuidarán de
ellos, si te vas a Tesalia, y no lo harán, si vas al Hades, si en efecto hay
una ayuda de los que afirman ser tus amigos? Hay que pensar que sí se
ocuparán.
«Más bien, Sócrates, danos crédito a nosotras, que te
hemos formado, y no tengas en más ni a tus hijos ni a tu vida ni a ninguna
otra cosa que a lo justo, para que, cuando llegues al Hades, expongas en tu
favor todas estas razones ante los que gobiernan allí. En efecto, ni aquí te
parece a ti, ni a ninguno de los tuyos, que el hacer esto sea mejor ni más
justo ni más pío, ni tampoco será mejor cuando llegues allí. Pues bien, si
te vas ahora, te vas condenado injustamente no por nosotras, las leyes, sino
por los hombres. Pero si te marchas tan torpemente, devolviendo injusticia
por injusticia y daño por daño, violando los acuerdos y los pactos con
nosotras y haciendo daño a los que menos conviene, a ti mismo, a tus amigos,
a la patria y a nosotras, nos irritaremos contigo mientras vivas, y allí, en
el Hades, nuestras hermanas las leyes no te recibirán de buen ánimo,
sabiendo que, en la medida de tus fuerzas has intentado destruirnos. Procura
que Critón no te persuada más que nosotras a hacer lo que dice.»
Sabe bien, mi querido amigo Critón, que es esto lo que yo
creo oír, del mismo modo que los coribantes creen oír las flautas, y el eco
mismo de estas palabras retumba en mí y hace que no pueda oír otras. Sabe
que esto es lo que yo pienso ahora y que, si hablas en contra de esto,
hablarás en vano. Sin embargo, si crees que puedes conseguir algo, habla.
CRIT.- No tengo nada que decir, Sócrates.
SÓC.- Ea pues, Critón, obremos en ese sentido, puesto que
por ahí nos guía el dios.
Notas
1. Todos los años se enviaba una
procesión a Delos en recuerdo de la victoria de Teseo sobre el Minotauro,
victoria que liberó a Atenas del tributo humano que debía pagar a Minos.
Desde que la nave salía hasta su regreso, no se podía ejecutar ninguna
sentencia de muerte.
2. El cabo Sunio se halla en el
vértice sur del Ática. A partir de ahí los barcos navegaban sin perder de
vista la costa.
3. Es el verso 363 de Ilíada
IX, en el que Platón ha cambiado la primera persona por la segunda. Ptía es
la patria de Aquiles, en el valle del Esperquio, en el Noroste de Grecia.
4. Los sicofantes eran denunciantes
profesionales. Generalmente cobraban del interesado en denunciar, que no
deseaba hacerlo por sí mismo. Eran conocidos y temidos por las personas
honradas que siempre podían verse envueltas en una denuncia falsa.
5. Simias y Cebes eran tebanos. En su
ciudad habían sido discípulos del pitagárico Filolao. Después, en Atenas,
fueron ambos discípulos de Sócrates. A los dos les hace Platón
interlocutores de Sócrates en el Fedón, si bien el primer
dialogante con Sócrates es Simias.
6. Sócrates no había salido de Atenas,
más que en cumplimiento de sus deberes militares. La fiesta en el Istmo no
supone contradicción. Él mismo cita, en Apología 28c, los lugares
de las campañas.
7. Es la edad de Sócrates.
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