L a G r a n E n c i c l o p e d
i a I l u s t r a d a d e l P r o y e c t o S a l ó n H o
g a r
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Dialogos Socráticos
"Georgias" o
sobre la Retórica
Argumento
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Igual a Fedón
por la fuerza y elevación moral de las ideas y
por el vigor de la dialéctica y por el acertado
empleo de la mitología, no tiene Gorgias, sin
embargo, su interés dramático. Sócrates sigue
representando el primer papel, pero en una
situación muy distinta. Y en cuanto a sus
adversarios: Gorgias de Leontium, Polos de
Agrigento y Callicles de Atenas, distan mucho de
inspirar la viva simpatía que sus discípulos. No
se debe, pues, esperar una composición tan
animada ni tan llena de vida, lo cual no es
óbice para que
Gorgias sea una de las obras más bellas
de Platón.
Su objeto no
anuncia desde luego su importancia filosófica:
es la Retórica. Pero Platón, como siempre,
engrandece y eleva su asunto conducido por el
examen de lo que realmente es y de lo que debe
ser la retórica a consideraciones superiores
acerca de lo justo y lo injusto, de lo bello y
de lo feo considerados en ellos mismos; después
de la impunidad y del castigo, y por último del
bien, no sólo en los discursos de un orador,
sino en la vida entera. De estas alturas adonde
le ha llevado el buscar los principios que
dominan y gobiernan el arte de persuadir, sabe
descender sin esfuerzo a todos los estados y a
todas las acciones de la vida para aplicar las
verdades generales, y después de haber
establecido de este modo y en nombre de la razón
su doctrina moral, invoca en su apoyo las
tradiciones de los pueblos transmitidas de siglo
en siglo, bajo la forma de un mito de un sentido
no menos profundo que el de Fedón. Tal es el
plan general: he aquí la continuación de la
discusión.
Sócrates y
Chairefon encuentran delante de su casa a
Callicles, hospedador de Gorgias y de Polos, que
les ofrece presentarlos a los dos extranjeros:
en su casa es donde se desarrolla la
conversación. El primer cruce de palabras entre
Polos y Chairefon y el exordio declamatorio del
primero son el preámbulo de la discusión, que no
comienza verdaderamente sino en el momento en
que Sócrates oye directamente de boca de Gorgias
lo que es y lo que enseña. Gorgias es un
retórico y enseña la retórica. ¿Cuál es el
objeto de la retórica? Los discursos. ¿Toda
clase de discursos, como puede pronunciarlos y a
propósito de su arte el médico y el maestro de
gimnasia? No; solamente los discursos que sin
estar mezclados a ninguna acción manual tienen
por único fin la persuasión. Éste es, pues, el
objetivo de la retórica. Pero ¿qué clase de
persuasión?, porque todas las ciencias quieren
persuadir de algo. La retórica de lo que
persuade es de lo justo y de lo injusto, pero
esto no es decir bastante; hay que saber todavía
si el orador se dirige a personas instruidas,
cuya persuasión se fundará sobre la ciencia, o a
ignorantes, a los que habrá que persuadir
solamente por la creencia: si debe instruir
persuadiendo o solamente persuadir. Porque si no
se propone instruir, tampoco tiene necesidad de
estar instruido. Pero si no está instruido no
podrá ser consultado acerca de la justicia o
injusticia de una causa, y entonces, ¿para qué
la retórica?
Gorgias no se
rinde después de este primer ataque; sostiene
que la retórica es por excelencia el arte de
persuadir, en el sentido de que da los medios de
hacer prevalecer su opinión en todo y contra
todos. Puede usarse bien o mal de ella, pero si
el orador hace un mal uso de ella, no es a la
retórica a la que hay que culpar, sino a él.
Vana sutilidad que no se libra de las objeciones
de Sócrates. Hay que escoger, en efecto, entre
la retórica extraña a la ciencia y a la verdad,
que se limita a hacer creer a la plebe ignorante
que todo es bueno o malo, justo o injusto, bello
o feo, según la necesidad del momento, un arte
pérfido e inmoral, y la retórica que se inspira
en la verdad, la propaga y persuade con ella.
Éste es el punto decisivo.
Supongamos que
el orador es instruido: conocedor de la justicia
y de la verdad, es justo e incapaz de hacer nada
contra su carácter, es decir, de persuadir jamás
de la injusticia, la falsía y la fealdad, y
ejerce un arte profundamente moral del cual es
imposible hacer un mal empleo. Ésta es la
retórica según Sócrates, pero no según Gorgias
ni Polos; es la que debe ser, pero no la que es.
Porque tal como la practican los retóricos, ni
siquiera es un arte, sino una rutina, sin mas
finalidad que la de procurarse gusto y
distracción. Es una de tantas viles prácticas
que recomienda la adulación y que
fraudulentamente ha logrado ocupar el puesto de
las verdaderas artes. Hay, es cierto, ciencias
que tienen por objetivo la educación y el
perfeccionamiento del alma y del cuerpo: la
Política y la Legislación en el orden moral y la
Medicina y la Gimnástica en el orden físico. Son
artes saludables, que la adulación que acaricia
a todos los vicios de la naturaleza humana ha
sustituido con simulacros funestos a la salud
del cuerpo y del alma, como son la cocina que
reemplaza a la medicina, el tocador a la
gimnástica, la sofística a la legislación, y la
política, por último, a la retórica. Es preciso,
pues, tomarla por lo que es, es decir, por una
rutina, porque no se basa sobre ningún
conocimiento de la naturaleza de las cosas de
que trata, no puede dar cuenta de nada y no
tiene más finalidad que el placer. El orador que
la ejerce no es él mismo más que un adulador
despreciable al que ni siquiera se le mira a la
cara.
Más atrevido que
Gorgias, cuya circunspección retrocedió ante la
tesis explícita del interés personal, declara
Polos que la fuerza de la retórica está en el
poder que da al orador para hacer lo que quiera.
Mas ¿qué es hacer lo que se quiere? Es querer lo
que aparentemente es ventajoso, porque no hay
nadie que no prefiera su conveniencia a todo lo
demás. Pero para un hombre desprovisto del
sentido de discernir el bien del mal, hay que
reconocer que no es un gran poder el de poder
hacer lo que le conviene. Es, pues, necesario
que el orador esté dotado de buen sentido ante
todo, y aun, admitido esto, no está probado que
haga lo que quiere. Por lo menos no le ocurre
por lo general. El orador, semejante en esto a
todos los hombres, haciendo lo que hace de
ordinario, no hace lo que quiere, por la razón
de que no quiere lo que hace, sino aquello en
vista de lo cual hace lo que hace. Es como un
enfermo que toma una poción amarga, no porque
quiera tomarla, sino porque quiere recobrar la
salud. La salud, es decir, en general su bien,
he aquí lo que todos quieren verdaderamente. Si
el orador, pues, quiere su bien haciendo lo que
hace todos los días, hace lo que quiere; si no,
no. Y en este caso no tiene poder. Por ejemplo:
¿podrá decirse que el orador hace lo que quiere
cuando manda desterrar o matar arbitrariamente a
un ciudadano? No, porque hace lo más contrario
que hay a su bien, es decir, una injusticia. No
es, pues, poderoso, ni siquiera feliz, como les
ocurrió a Arquelao, usurpador del trono de
Macedonia, y el gran rey de Persia, no obstante
poder hacer cuanto les plugo. Porque sólo es
feliz en el mundo el hombre que no tiene
remordimientos, el hombre honrado. No pensará
así quizá la ignorante muchedumbre, pero sí el
hombre de buen sentido. Del hombre injusto no es
bastante decir que no es dichoso; hay que
penetrarse también de esta verdad: que hay un
hombre todavía más desgraciado, que es el que
comete impunemente la injusticia. Para el
culpable, cualquiera que sea, no hay mayor
desgracia que escapar al castigo, ni beneficio
mayor que sufrir la pena que ha merecido.
Sócrates insiste con fuerza en la idea de que es
peor y más denigrante cometer una injusticia que
ser víctima de ella en nombre de la idéntica
naturaleza del mal y de lo feo, de lo bello y
del bien. ¿Qué es lo que hace que una cosa sea
bella? El placer o la utilidad o bien el placer
y la utilidad. ¿De dónde procede la fealdad de
una cosa? Del dolor o del mal o bien del dolor y
del mal a la vez. Una cosa, por consiguiente, es
más bella que otra cuando procura más placer o
más bien, o más placer y más bien que ésta; y
una cosa es más fea que otra por producir más
males o dolor que ésta o más males y dolores
simultáneamente. Apliquemos estas premisas a la
injusticia cometida y a la injusticia sufrida.
Es evidente que cometerla es menos doloroso que
sufrirla. Por consiguiente, no es por el dolor
sólo ni por el mal y el dolor reunidos por lo
que la injusticia cometida se sobrepone a la
sufrida. Queda por ver si será por el mal. Pero
como en principio lo malo y lo feo son
inseparables, es de necesidad que sea más fea la
comisión de la injusticia que el sufrirla sólo
por el hecho de ser peor.
¿Y cuál es la
consecuencia de lo en que hemos venido a parar?
Que en nombre del amor al bien y del horror al
mal naturales en todos los hombres, no hay ni
uno solo, a menos que carezca de buen sentido,
que no prefiera sufrir una injusticia a
cometerla. Esta conclusión bella por sí misma lo
es más aún por el apoyo que presta a la que la
sigue: que el mal mayor que cabe imaginar es el
no ser castigado cuando se ha merecido serlo.
Sócrates se complace en sentar sobre las pruebas
más sólidas este esfuerzo supremo de su
dialéctica. En efecto, es evidente que es lo
mismo sufrir la pena y ser justamente castigado.
Pero lo que es justo por sí mismo es bello, y lo
que es bello es bueno y útil. La utilidad del
castigo proviene, pues, de su justicia. Pero ¿qué
utilidad? La misma en el sentido que el hierro y
el fuego procuran al enfermo que se entregó en
manos del cirujano y ha recobrado la salud. Pero
la ventaja que viene del castigo está muy por
encima de él, como la superioridad del alma lo
está sobre el cuerpo; es la liberación de una
enfermedad moral, de la mayor enfermedad: de la
injusticia. ¿Será posible no reconocer el bien
infinito que es recobrar la salud del alma si se
la ha perdido? Pues entonces, ¿cómo negar que la
impunidad hace del hombre injusto el más
desdichado de los hombres, ya que le obliga a
sufrir el peor y más irremediable de los males?
Volviendo rápida
pero muy lógicamente al objeto principal de la
conversación, define Sócrates el verdadero
objetivo de la retórica en armonía con los
evidentes principios que manifestó. Debe ser el
arte de acusarse a sí mismo y de acusar también
a sus parientes y amigos; el arte saludable de
invocar sobre su cabeza y sobre todos los que se
ama el justo castigo, como el remedio soberano
contra las enfermedades del alma. El mayor mal
que la retórica puede infligir a quien la ejerce,
la mayor venganza que pueda poner en manos de
sus enemigos, es cambiarse en el arte de
disimular la injusticia, de sustraer un culpable
a su pena y de forzarle a vivir presa del mal
que devora su alma.
El silencio de
Gorgias y de Polos es la mejor confesión de que
nada tienen que oponer a esta refutación de la
retórica desprovista de principio moral, o lo
que es igual, puesta al servicio del interés,
tal como ellos la presentaron. Pero Platón tiene
cuidado de no dejar sin contestar algunos
argumentos de otra naturaleza contrarios a la
retórica basada sobre la justicia, argumentos
sumamente débiles, pero que si no fueran
refutados directamente parecerían tener algún
valor. Son los que pone en la boca de Callicles.
Callicles
responde que Sócrates acaba de exponer
verdaderamente el modo de sentir de los
filósofos, pero no el de los políticos. Trata
ligera y desdeñosamente la filosofía de estudio,
buena sí para formar el espíritu de los jóvenes,
pero por lo demás perfectamente inaplicable en
la práctica. En la política es preciso
resolverse a estar en contradicción con ella y
consigo mismo, después de todo, si se piensa
como ella, porque una cosa es la teoría y otra
la práctica. Si en vez de desde el punto de
vista de la ley en el que se ha colocado
Sócrates, se miran las cosas desde el punto de
vista de la naturaleza, se llega a conclusiones
diametralmente opuestas. Es un hecho reconocido,
por ejemplo, que los hombres ven más deshonor en
ser víctimas de una injusticia que en cometerla,
porque es ser tratado como esclavo y humillarse
ante alguien más fuerte que uno mismo. Los
débiles, incapaces de defenderse solos, han
inventado y puesto las leyes por encima de la
naturaleza. Pero ¿a quién engañan estas leyes? A
pesar de la filosofía y de la legislación, en
toda sociedad desempeña el más fuerte el papel
más lucido. En estos razonamientos se descubre
la eterna presunción de aquellos para quienes
los principios nada significan y la experiencia
en cambio todo; ellos se llaman positivistas. Su
tesis está expresamente presentada aquí con toda
su provocante crudeza. ¿Qué?, responde Sócrates;
es preciso conocer ante todo el sentido del
concepto el más
fuerte, que es el más poderoso y el que
más interesa saber de la confesión de Callicles.
Porque en la sociedad lo más fuerte es el mayor
número precisamente, es decir, el pueblo es el
que hace las leyes. Si legisla contra la
injusticia es porque piensa que es peor
cometerla que soportarla. De manera que la ley
está perfectamente de acuerdo con la naturaleza
en este punto y la tesis positiva queda ya
refutada. Callicles quiere corregirse dando
solamente a la expresión
el más fuerte,
el sentido de
el mejor. Éste debe mandar a los demás
porque es el más sabio, y por lo tanto, debe ser
también el más ganancioso. ¿Ganancias de qué?
¿De alimentos, de bebidas, de vestimenta? No, no
es esto. Es indispensable que Callicles dé a su
pensamiento un nuevo grado de precisión y que
diga con claridad qué entiende por el más sabio:
es, dice, el que posee la mayor habilidad y el
mayor valor para procurarse el poder. Más claro
aún: el hombre absolutamente libre de realizar
sus deseos y de satisfacer sus pasiones sin
restricción y sin medida alguna. Éste es el
héroe de la retórica positiva; el hombre más
fuerte, el mejor, el más sabio, el más esforzado
y más feliz de todos los hombres. Todo lo que no
está conforme con este ideal del poder de la
oratoria no es más que una ridícula necedad, una
convención contraria a la naturaleza.
Pero las
objeciones se suceden con increíble abundancia
en la boca de Sócrates. Si la felicidad consiste
en la satisfacción de los deseos, mientras más
sean éstos más feliz se será. También se deduce
que la mayor dicha es estar en vida entera con
un hambre y una sed extremas y una comezón
continua con tal de poder estar comiendo,
bebiendo y rascándose a todas horas;
consecuencia risible, pero lógica. En segundo
lugar, la teoría tiende nada menos que a
identificar el placer con el bien. Nada más
falso. El signo de identidad entre dos casos es
su coexistencia en un mismo objeto, como el
signo de su diferencia esencial es la necesidad
de existir en alguna parte la una sin la otra.
Según esto, ¿no es cierto que un placer no
existe sino con la condición de que la necesidad
que satisface continúe subsistiendo, como la sed
en el placer de apagarla? Y la necesidad, ¿no es
un dolor? De aquí se deduce que el dolor y el
placer existen simultáneamente, sea en el cuerpo
o en el alma. Pero si el placer es el bien, el
dolor es el mal, de manera que es preciso
admitir que el bien y el mal pueden encontrarse
juntos en el mismo sujeto, mientras en la
realidad lo contrario es la verdad, puesto que
el bien y el mal se excluyen por esencia. En
fin, la pretendida identidad del placer y del
bien destruye toda diferencia moral entre los
hombres, y puesto que todos están llamados a
disfrutar en igual medida de los mismos placeres
y los mismos dolores, tienen que ser por este
concepto igualmente buenos e igualmente malos, y
hasta más bien serán mejores los más sensuales y
más entregados a toda clase de placeres, por
esto mismo, que los temperantes y prudentes.
Y que nadie
espere sustraerse a esta detestable consecuencia
estableciendo, como hace Callicles, una
distinción entre los placeres. Por lo pronto, es
una concesión ruinosa y además un arma contra la
teoría, porque si se quiere decir que hay
placeres útiles que es conveniente buscar y
otros nocivos, de los que es preciso huir, se
destruye la identidad del placer y del bien.
Involuntariamente se conviene en que no es el
placer al que hay que buscar por el bien, sino
el bien en vista del placer. Pero esta pesquisa
exige reflexión y habilidad, todo un arte, en
fin, teniendo como objetivo el bien.
Consideradas así todas las artes que no tienen
más finalidad que el placer, el arte del
flautista, del que tañe la lira; el arte mismo
del poeta, que compone ditirambos, tragedias o
comedias, desde que se propone divertir en vez
de instruir, son más perjudiciales que útiles. A
este género pertenece la retórica cuando no
pretende más que recrear el oído o adular a la
opinión. Esto es lo que hace sea tan grande el
número de aduladores y tan escaso el de
verdaderos oradores. No hay que temer el decir
que Temístocles, Milcíades y Pericles mismo no
fueron dignos de este nombre, puesto que, lejos
de instruir al pueblo, lo dejaron, confesión
propia de ellos, más indócil y más corrompido de
lo que lo encontraron.
Callicles, a su
vez, queda reducido al silencio por esta
argumentación vigorosa, y Sócrates, desde este
momento, dueño absoluto del campo, llena casi
por sí sólo todo el final del diálogo. Acaba con
fuerza con su último adversario, sentando como
conclusión que la felicidad humana, lejos de
residir en la libre satisfacción de las pasiones,
consiste en su moderación. La intemperancia
precipita al alma en el desorden; la medida
establece en ella el orden, la regla, y con
ellos la paz interna. El hombre moderado,
esclavo voluntario de su deber para con los
dioses y sus semejantes, se guarda de los
excesos, es justo, prudente, valiente y por lo
mismo feliz. Éste es el modelo del orador, que
no es verdaderamente grande más que por el bien
que puede hacer al pueblo aconsejándole la
justicia. La justicia es la norma de toda su
vida pública y privada, porque lo que un hombre
tal teme más en el mundo no es verse acusado,
condenado y conducido a la muerte, sino cometer
una injusticia. Su única preocupación es poner
su alma al abrigo de toda falta hasta que llegue
el instante en que estará dispuesto a comparecer
ante los jueces que le esperan.
En apoyo de
otros principios que nadie impugna, apela
Sócrates, además, a la tradición popular del
reparto del universo entre los hijos de Saturno,
Júpiter, Neptuno y Plutón, y a la constitución
en los infiernos de tres jueces supremos: Minos,
Eaco y Radamanto, encargados de decidir sin
apelación del destino de las almas del justo y
del malvado, según como hubieran vivido; pura
fábula, si se quiere, como dice Sócrates, pero
fábulas dignas de ser creídas mientras no se
encuentra otra mejor. Pero lo que no es fabuloso
son los principios que representan la tradición
y que proceden de la razón, este guía al que el
sabio y el prudente siguen con preferencia a
todos los demás.
|
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Entremos al dialogo:
INTERLOCUTORES
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CALLICLES. |
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SÓCRATES. |
|
CHAIREFON. |
|
GORGIAS. |
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POLOS. |
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CALLICLES.- Dícese,
Sócrates, que en la guerra y en el combate es donde
hay que encontrarse a tiempo. |
SÓCRATES.-
¿Venimos entonces, según se dice, a la fiesta y
retrasados? |
CALLICLES.- Sí, y
a una fiesta deliciosa, porque Gorgias nos ha dicho
hace un momento una infinidad de cosas a cuál más
bella. |
SÓCRATES.-
Chairefon, a quien aquí ves, es el causante de este
retraso, Callicles; nos obligó a detenernos en la
plaza. |
CHAIREFON.- Nada
malo hay en ello, Sócrates; en todo caso remediaré
mi culpa. Gorgias es amigo mío, y nos repetirá las
mismas cosas que acaba de decir, si quieres, y si lo
prefieres lo dejará para otra vez. |
CALLICLES.- ¿Qué
dices, Chairefon? ¿No tiene Sócrates deseos de
escuchar a Gorgias? |
CHAIREFON.- A esto
expresamente hemos venido. |
CALLICLES.- Si
queréis ir conmigo a mi casa, donde se aloja
Gorgias, os expondrá su doctrina. |
SÓCRATES.- Te
quedo muy reconocido, Callicles, pero ¿tendrá ganas
de conversar con nosotros? Quisiera oír de sus
labios qué virtud tiene el arte que profesa, qué es
lo que promete y qué enseña. Lo demás lo expondrá,
como dices, otro día. |
CALLICLES.- Lo
mejor será interrogarle, porque este tema es uno de
los que acaba de tratar con nosotros. Decía hace un
momento a todos los allí presentes que le
interrogaran acerca de la materia que les placiera,
alardeando de poder contestar a todas.
|
SÓCRATES.- Eso me
agrada. Interrógale, Chairefon. |
CHAIREFON.- ¿Qué
le preguntaré? |
SÓCRATES.- Lo que
es. |
CHAIREFON.- ¿Qué
quieres decir? |
SÓCRATES.- Si su
oficio fuera hacer zapatos te contestaría que
zapatero. ¿Comprendes lo que pienso?
|
CHAIREFON.- Lo
comprendo y voy a interrogarle. Dime: ¿es cierto lo
que asegura Callicles, de que eres capaz de
contestar a todas las preguntas que te puedan hacer? |
GORGIAS.- Sí,
Chairefon; así lo he declarado hace un momento, y
añado que desde hace muchos años nadie me ha hecho
una pregunta que me fuera desconocida. |
CHAIREFON.- Siendo
así, contestarás con mucha facilidad.
|
GORGIAS.- De ti
depende el hacer la prueba. |
POLOS.- Es cierto,
pero hazla conmigo, si te parece bien, Chairefon,
porque me parece que Gorgias está cansado, pues
acaba de hablarnos de muchas cosas. |
CHAIREFON.- ¿Qué
es esto, Polos? ¿Te haces ilusiones de contestar
mejor que Gorgias? |
POLOS.- ¿Qué
importa con tal de que conteste bastante bien para
ti? |
CHAIREFON.- Nada
importa. Contéstame, pues, ya que así lo quieres.
|
POLOS.- Pregunta.
|
CHAIREFON.- Es lo
que voy a hacer. Si Gorgias fuera hábil en el arte
que ejerce su hermano Herodico, ¿qué nombre le
daríamos con razón? El mismo que a Herodico,
¿verdad? |
POLOS.- Sin duda.
|
CHAIREFON.-
Entonces, con razón, le podríamos llamar médico.
|
POLOS.- Sí.
|
CHAIREFON.- Y
si estuviera versado en el mismo arte que Aristofon,
hijo de Agaofon, o que su hermano63,
¿qué nombre habría que darle?
|
POLOS.- El de
pintor, evidentemente. |
CHAIREFON.- Puesto
que es muy hábil en cierto arte, ¿qué nombre será el
más a propósito para designarle? |
POLOS.- Hay,
Chairefon, entre los hombres una porción de artes
cuyo descubrimiento ha sido debido a una serie de
experiencias, porque la experiencia hace que nuestra
vida marche según las reglas del Arte, mientras que
la inexperiencia la obliga a marchar al azar. Unos
están versados en un arte, otros en otro, cada uno a
su manera; las artes mejores son patrimonio de los
mejores. Gorgias es uno de éstos y el arte que posee
la más bella de todas. |
SÓCRATES Me parece,
Gorgias, que Polos está muy acostumbrado a
discurrir, pero no cumple la palabra que ha dado a
Chairefon. |
GORGIAS.- ¿Por
qué, Sócrates? |
SÓCRATES.- No
contesta, me parece, a lo que se le pregunta.
|
GORGIAS.- Si te
parece bien, interrógale tú mismo. |
SÓCRATES.- No;
pero si le pluguiera responderme, le interrogaría de
buena gana, tanto más cuanto que por lo que he
podido oír a Polos es evidente que se ha dedicado
más a lo que se llama la retórica que al arte de
conversar. |
POLOS.- ¿Por qué
razón, Sócrates? |
SÓCRATES.- Por la
razón, Polos, de que habiéndote preguntado Chairefon
en qué arte es Gorgias hábil, haces el elogio de su
arte, como si alguien lo menospreciara, pero no
dices cuál es. |
POLOS.- ¿No te he
dicho que es la más bella de todas las artes?
|
SÓCRATES.-
Convengo en ello; pero nadie te interroga acerca de
las cualidades del arte de Gorgias. Se te pregunta
solamente qué arte es y qué debe decirse de Gorgias.
Chairefon te ha puesto en camino por medio de
ejemplos, y tú al principio le respondiste bien y
concisamente. Dime ahora de igual modo qué arte
profesa Gorgias y qué nombre es el que a éste
tenemos que darle. O mejor aún: dinos tú mismo,
Gorgias, qué calificativo hay que darte y qué arte
profesas. |
GORGIAS.- La
retórica, Sócrates. |
SÓCRATES.- Entonces
¿hay que llamarte retórico? |
GORGIAS.- Y
buen retórico, Sócrates, si quieres llamar me lo que
me glorifico de ser64,
para servirme de la expresión de Homero.
|
SÓCRATES.-
Consiento en ello. |
GORGIAS.- Pues
bien; llámame así. |
SÓCRATES.-
¿Podremos decir que eres capaz de enseñar este arte
a los otros? |
GORGIAS.- Ésta es
mi profesión, no sólo aquí, sino en todas partes.
|
SÓCRATES.-
¿Quisieras, Gorgias, que continuáramos en parte
interrogando y en parte contestando, como estamos
haciendo ahora, y que dejemos para otra ocasión los
largos discursos, como el que Polos había empezado?
Pero, por favor, mantén lo que has prometido y
redúcete a dar breves respuestas a cada pregunta.
|
GORGIAS.- Hay
algunas respuestas, Sócrates, que por necesidad no
pueden ser breves. No obstante, haré de manera que
sean lo más cortas posibles. Porque una de las cosas
de que me lisonjeo es de que nadie dirá las mismas
cosas que yo con menos palabras. |
SÓCRATES.- Es lo
que debe ser, Gorgias. Hazme ver hoy tu conclusión y
otra vez nos desplegarás tu abundancia.
|
GORGIAS.- Te
contestaré y convendrás conmigo en que no has oído
nunca hablar más concisamente. |
SÓCRATES.- Puesto
que presumes de ser tan hábil en el arte de la
retórica y capaz de enseñarlo a otro, dime cuál es
su objeto, como el objeto del arte del tejedor es el
de hacer trajes, ¿no es así? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- ¿Y la
música la composición de cantos? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- ¡Por
Juno, Gorgias!, admiro tus respuestas, que más
breves no pueden ser. |
GORGIAS.- También
presumo, Sócrates, de mi habilidad en este género.
|
SÓCRATES.- Dices
bien. Contéstame, te lo ruego, del mismo modo en lo
referente a la retórica, y dime cuál es su objeto.
|
GORGIAS.-
Discursos. |
SÓCRATES.- ¿Qué
discursos, Gorgias? ¿Los que explican a los enfermos
el régimen que tienen que observar para
restablecerse? |
GORGIAS.- No.
|
SÓCRATES.- ¿La
retórica no tiene entonces por objeto toda clase de
discursos? |
GORGIAS.- No, sin
duda. |
SÓCRATES.- Sin
embargo, ¿enseña a hablar? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Pero la
medicina, que he citado como ejemplo, ¿no pone a los
enfermos en disposición de pensar y de hablar?
|
GORGIAS.-
Necesariamente. |
SÓCRATES.- La
medicina, según las apariencias, ¿tiene también por
objeto los discursos? |
GORGIAS.- Sí. |
SÓCRATES.- ¿Los que
conciernen a las enfermedades? |
GORGIAS.- Sí. |
SÓCRATES.- ¿No
tiene igualmente por objeto la gimnasia los
discursos referentes a la buena y mala disposición
del cuerpo? |
GORGIAS.- Es
cierto. |
SÓCRATES.- Lo mismo
puede decirse de las demás artes: cada una de ellas
tiene por objeto los discursos relativos al asunto
que se ejerce. |
GORGIAS.- Parece
qué sí. |
SÓCRATES.- Entonces
¿por qué no llamas retórica a las otras artes que
también tienen por objeto los discursos, puesto que
das este nombre a un arte cuyo objeto son los
discursos? |
GORGIAS.- Es porque
todas las otras artes, Sócrates, no se ocupan más
que de obras manuales y de otras producciones
semejantes, mientras que la retórica no produce
ninguna obra manual y todo su efecto y su virtud
están en los discursos. He aquí por qué digo que la
retórica tiene por objeto los discursos y pretendo
que con esto digo la verdad. |
SÓCRATES.- Creo
comprender lo que quieres designar por este arte,
pero lo veré más claro dentro de un instante.
Contéstame: ¿hay artes, verdad? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Entre
todas las artes, unas consisten, principalmente, me
figuro, en la acción, y necesitan de muy pocos
discursos; algunas ni siquiera uno, pero su obra
puede terminarse en el silencio, como la pintura, la
escultura y muchas otras. Tales son, a mi modo de
ver, las artes que dices no tienen ninguna relación
con la retórica. |
GORGIAS.- Has
comprendido perfectamente mi pensamiento, Sócrates.
|
SÓCRATES.- Hay, por
el contrario, otras artes que ejecutan todo lo que
es de su resorte por el discurso y no tienen
necesidad de ninguna o casi ninguna acción. Por
ejemplo: la aritmética, el arte de calcular, la
geometría, el juego de dados y muchas otras artes,
de las que algunas requieren tantas palabras como
acción y la mayor parte más, tanto que toda su
fuerza y todo su efecto están en los discursos. A
este número me parece que dices pertenece la
retórica. |
GORGIAS.- Es
cierto. |
SÓCRATES.- Tu
intención, me figuro, no será, sin embargo, la de
dar el nombre de retórica a ninguna de estas artes;
como no sea que, como has dicho expresamente que la
retórica es un arte cuya virtud consiste toda en el
discurso, pretendieras que alguno quisiera tomar a
broma tus palabras para hacerte esta pregunta:
Gorgias, ¿das el nombre de retórica a la aritmética?
Pero a mí no se me ocurre que llamas así a la
aritmética ni a la geometría. |
GORGIAS.- Y no te
engañas, Sócrates, si aceptas mi pensamiento como
debe ser aceptado. |
SÓCRATES.- Entonces
acaba de contestar a mi pregunta. Puesto que la
retórica es una de estas artes que tanto empleo
hacen del discurso y que muchas otras están en el
mismo caso, procura decirme por relación en qué
consiste toda la virtud de la retórica en el
discurso. Si refiriéndose a una de las artes que
acabo de nombrar me preguntara alguien: Sócrates,
¿qué es la numeración?, le contestaría, como tú has
hecho hace un momento, que es un arte cuya virtud
está en el discurso. Y si me preguntara de nuevo:
¿Con relación a qué?, le respondería que con
relación al conocimiento de lo par y de lo impar,
para saber cuántas unidades hay en lo uno y en lo
otro. Y de igual manera si me preguntara: ¿Qué
entiendes por el arte de calcular?, porque le diría
también es una de las artes cuya fuerza toda
consiste en el discurso. Y si continuara
preguntándome: ¿Con relación a qué?, le contestaría
que el arte de calcular tiene casi todo común con la
numeración, puesto que tiene el mismo objeto, saber
lo par y lo impar, pero que hay la diferencia de que
el arte de calcular considera cuál es la relación de
lo par y de lo impar entre sí, relativamente a la
cantidad. Si me preguntaran por la Astronomía, y
después de haber contestado que es un arte que
ejecuta por el discurso todo lo que le incumbe,
añadieran: ¿A qué se refieren los discursos de la
astronomía?, les respondería que al movimiento de
los astros, del Sol y de la Luna y que explican en
qué proporción está la velocidad de su carrera.
|
GORGIAS.- Y
responderías muy bien, Sócrates. |
SÓCRATES.-
Contéstame de igual manera, Gorgias. La retórica es
una de esas artes que ejecutan y acaban todo por el
discurso, ¿no es cierto? |
GORGIAS.- Es
verdad. |
SÓCRATES.- Dime,
pues, cuál es el objeto con el cual se relacionan
los discursos que emplea la retórica. |
GORGIAS.- Los más
grandes e importantes asuntos humanos, Sócrates.
|
SÓCRATES.- Lo
que dices, Gorgias, es una cosa que está en
controversia y acerca de la cual todavía nada hay
decidido. Porque habrás oído cantar en los banquetes
la canción cuando los convidados enumeran los bienes
de la vida diciendo que el primero es disfrutar de
buena salud, el segundo ser hermoso y el tercero ser
rico sin injusticia, como dice el autor de la
canción65.
|
GORGIAS.- Lo he
oído, pero ¿a propósito de qué me lo dices?
|
SÓCRATES.- Porque
los artesanos de estos bienes cantados por el poeta,
a saber, el médico, el maestro de gimnasia y el
economista se apresurarán a alinearse en filas
contigo, y el médico me dirá el primero: Sócrates,
Gorgias te engaña. Su arte no tiene por objetivo el
mayor de los bienes del hombre; es el mío. Si yo le
preguntara: ¿Quién eres tú para hablar de esta
manera? Soy médico, me respondería. ¿Y qué
pretendes? ¿Que el mayor de los bienes es el fruto
de tu arte? ¿Puede alguien discutirlo, Sócrates, me
respondería, puesto que produce la salud? ¿Hay algo
que los hombres prefieren a la salud? Después de
éste vendría el maestro de gimnasia, que me diría
Sócrates, mucho me sorprendería que Gorgias pudiera
mostrarte algún bien derivado de su arte que resulte
mayor que el que resulta del mío. Y tú, amigo mío,
replicaría yo, ¿quién eres y cuál es tu profesión?
Soy el maestro de gimnasia, replicaría, y mi
profesión la de hacer robusto y hermoso el cuerpo
humano. El economista llegaría después que el
maestro de gimnasia y menospreciando todas las otras
profesiones, me figuro que me diría: Juzga por ti
mismo, Sócrates, si Gorgias o cualquier otro puede
proporcionar bienes mayores que la riqueza. Qué, le
diríamos, ¿eres el artesano de la riqueza? Sin duda,
nos respondería: soy el economista. Y qué, le
diríamos, ¿crees acaso que la riqueza es el mayor de
los bienes? Seguramente, replicaría. Sin embargo,
diría yo, Gorgias, aquí presente, pretende que su
arte produce un bien mayor que el tuyo. Es evidente
que me preguntaría ¿Qué gran bien es ése? Que
Gorgias se explique. Imagínate, Gorgias, que ellos y
yo te hacemos la misma pregunta, y dime en qué
consiste lo que llamas el mayor bien del hombre que
te vanaglorias de producir. |
GORGIAS.- Es, en
efecto, el mayor de todos los bienes aquel a quien
los hombres deben su libertad y hasta en cada ciudad
la autoridad sobre los otros ciudadanos.
|
SÓCRATES.- Pero
vuelvo a decirte: ¿cuál es? |
GORGIAS.- A mi modo
ver, el de estar apto para persuadir con sus
discursos a los jueces en los tribunales, a los
senadores en el Senado, al pueblo en las asambleas;
en una palabra, a todos los que componen toda clase
de reuniones políticas. Este talento pondrá a tus
pies al médico y al maestro de gimnasia y se verá
que el economista se habrá enriquecido no para él,
sino para otro, para ti, que posees el arte de
hablar y ganar el espíritu de las multitudes.
|
SÓCRATES.- Por fin,
Gorgias, me parece que me has mostrado tan de cerca
como es posible qué arte piensas es la retórica, y
si te he comprendido bien, dices que es la obrera de
la persuasión, ya que tal es el objetivo de todas
sus operaciones y que en suma no va más allá.
¿Podrías probarme, en efecto, que el poder de la
retórica va más allá que de hacer nacer la
persuasión en el alma de los oyentes?
|
GORGIAS.- De ningún
modo, y a mi modo de ver la has definido muy
acertadamente, puesto que verdaderamente a esto sólo
se reduce. |
SÓCRATES.-
Escúchame, Gorgias. Si hay alguien que hablando con
otro esté ansioso de comprender bien la cosa de que
se habla, puedes estar seguro de que me lisonjeo de
ser uno, y me figuro lo mismo de ti.
|
GORGIAS.- ¿Qué
quieres decir con esto? |
SÓCRATES.-
Escúchalo: sabes que no concibo de ninguna manera de
qué naturaleza es la persuasión que atribuyes a la
retórica ni por qué motivo se verifica esta
persuasión; no es que no sospeche de lo que quieres
hablar. Pero no por esto dejaré de preguntarme qué
persuasión nace de la retórica y acerca de qué. Si
te interrogo en vez de hacerte partícipe de mis
conjeturas, no es por causa tuya, sino, en vista de
esta conversación, a fin de que avance de manera que
conozcamos claramente el asunto de que tratamos.
Mira tú mismo si crees que tengo motivos para
interrogarte. Si te preguntara en qué clase de
pintores está Zeuxis y tú me contestaras que en la
de pintores de animales, ¿no tendría yo razón si te
preguntara, además, qué clase de animales pinta y
sobre qué? |
GORGIAS.- Sin duda.
|
SÓCRATES.- ¿No es
porque también hay otros pintores que pintan
animales? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- De
manera que si Zeuxis fuera el único que los pintara,
me habrías contestado bien. |
GORGIAS.-
Seguramente. |
SÓCRATES.- Dime,
pues, refiriéndome a la retórica: ¿te parece que es
la única que motiva la persuasión o hay otras que
hacen lo mismo? Éste es mi pensamiento. El que
enseña cualquier cosa que sea, ¿persuade de lo que
enseña o no? |
GORGIAS.- Persuade
con toda seguridad, Sócrates. |
SÓCRATES.-
Volviendo a las mismas artes de que ya se ha hecho
mención, ¿no nos enseñan la aritmética y el
aritmético lo concerniente a los números?
|
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- ¿Y no
persuaden al mismo tiempo? La aritmética, por lo
tanto, es una obrera de la persuasión. |
GORGIAS.-
Apariencia de ello tiene. |
SÓCRATES.- ¿Y si
nos preguntaran en qué persuasión y de qué? Diríamos
que es la que enseña la cantidad del número, sea par
o impar. Aplicando la misma respuesta a las demás
artes de que hablamos nos sería fácil demostrar que
producen la persuasión y señalar la especie y el
objeto. ¿No es cierto? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- La
retórica no es, pues, el único arte cuya obra es la
persuasión. |
GORGIAS.- Dices la
verdad. |
SÓCRATES.- Por
consiguiente, puesto que no es la única que produce
la persuasión y que otras artes consiguen lo mismo,
tenemos derecho a preguntar, además, de qué
persuasión es arte la retórica y de qué persuade
esta persuasión. ¿No juzgas que esta pregunta está
muy en su lugar? |
GORGIAS.- Desde
luego, sí. |
SÓCRATES.- Ya que
piensas así, respóndeme. |
GORGIAS.- Hablo,
Sócrates, de la persuasión que tiene lugar en los
tribunales y las asambleas públicas, como decía ha
muy poco, y en lo referente a las cosas justas e
injustas. |
SÓCRATES.-
Sospechaba que tenías en vista, en efecto, esta
persuasión y estos objetos, Gorgias. Pero no quise
decirte nada para que te sorprendiera si en el curso
de esta conversación te interrogara acerca de cosas
que parecen evidentes. No es por ti, ya te lo he
dicho, que procedo de esta manera, sino a causa de
la discusión, a fin de que marche como es preciso y
que por simples conjeturas no tomemos la costumbre
de prevenir y adivinarnos los pensamientos
mutuamente, pero acaba tu discurso como te plazca, y
siguiendo los principios que establezcas tú mismo.
|
GORGIAS.- Nada me
parece tan sensato como esta conducta.
|
SÓCRATES.- Pues
entonces, adelante, y examinemos todavía esto otro.
¿Admites lo que se llama saber? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- ¿Y lo
que se llama creer? |
GORGIAS.- También
lo admito. |
SÓCRATES.- ¿Te
parece que saber y creer, la ciencia y la creencia,
son la misma cosa o dos diferentes? |
GORGIAS.- Pienso,
Sócrates, que son dos diferentes. |
SÓCRATES.- Piensas
acertadamente, y podrás juzgar por lo que te voy a
decir. Si te preguntaran, Gorgias, ¿hay una creencia
verdadera y una falsa? Convendrías, sin duda, en que
sí. |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- ¿Y hay
también una ciencia falsa y una verdadera?
|
GORGIAS.- No.
|
SÓCRATES.- Entonces
es evidente que creer y saber no son la misma cosa.
|
GORGIAS.-
Ciertamente. |
SÓCRATES.- Sin
embargo, los que saben están persuadidos lo mismo
que los que creen. |
GORGIAS.- Convengo
en ello. |
SÓCRATES.- ¿Quieres
que, consecuentes a esto, admitamos dos especies de
persuasión, una que produce la creencia sin la
ciencia y otra que produce la ciencia?
|
GORGIAS.- Sin duda.
|
SÓCRATES.- De estas
dos persuasiones, ¿cuál es la que con la retórica
opera en los tribunales y otras asambleas con motivo
de lo justo y de lo injusto? ¿Con aquella de la que
nace la creencia sin la ciencia o la que engendra la
ciencia? |
GORGIAS.- Es
evidente, Sócrates, que con la que engendra la
ciencia. |
SÓCRATES.- La
retórica, a lo que parece, es, pues, obrera de la
persuasión que hace creer y no de la que hace saber
en lo tocante a lo justo y lo injusto.
|
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- El
orador, pues, no se propone instruir a los
tribunales y a las otras asambleas acerca de la
materia de lo justo y de lo injusto, sino únicamente
conseguir que crean. Verdad es que en tan poco
tiempo le sería imposible instruir a tanta gente en
objetos tan importantes. |
GORGIAS.- Sin duda.
|
SÓCRATES.- Admitido
esto; veamos, te ruego, lo que puede pensarse de la
retórica. En cuanto a mí, te diré que todavía no
puedo formarme una idea precisa de lo que de ella
debo decir. Cuando una ciudad se reúne para escoger
médicos, constructores de embarcaciones o toda clase
de obreros, ¿no es verdad que el orador no tendrá
necesidad de dar consejos, puesto que es evidente
que en estas elecciones se escogerá siempre al más
experto? Ni cuando se trate de la construcción de
murallas, de puertos o de arsenales serán necesarios
discursos, porque se consultará sólo a los
arquitectos, ni cuando se deliberara acerca de la
elección de un general a las órdenes del cual se irá
a combatir al enemigo, porque en estas ocasiones
serán los hombres de guerra los que tendrán la
palabra, y los oradores no serán consultados. ¿Qué
piensas, Gorgias? Puesto que te dices orador y capaz
de formar otros oradores, a nadie mejor que a ti
puedo dirigirme para conocer a fondo tu arte.
Figúrate, además, que estoy trabajando aquí por tus
intereses. Es posible que entre los que aquí están
haya quienes deseen ser discípulos tuyos, porque sé
de muchos que tienen gana de ello y no se atreven a
interrogarte. Persuádete, pues, de que cuando te
interrogo es como si ellos mismos te preguntasen:
¿Qué ganaríamos, Gorgias, si nos dieras lecciones?
¿Acerca de qué estaríamos en estado de dar consejo a
nuestros conciudadanos? ¿Será solamente de lo justo
y de lo injusto, o además de los objetos de que
Sócrates acaba de hablar? Intenta responderles.
|
GORGIAS.- Sócrates,
voy, en efecto, a ensayar de desarrollarte por
entero toda la virtud de la retórica, porque me has
puesto admirablemente en camino para ello. Tú sabes
seguramente que en los arsenales de Atenas las
murallas y los puertos se construyeron en parte
siguiendo los consejos de Temístocles y en parte
según los de Pericles, y no escuchando a los
obreros. |
SÓCRATES.- Sé,
Gorgias, que se dice eso de Temístocles. De lo de
Pericles lo vi yo mismo, cuando aconsejó a los
atenienses levantaran la muralla que separa a Atenas
del Pireo. |
GORGIAS.- Así ves,
pues, Sócrates, que cuando se trata de tomar un
partido en los asuntos de que hablabas son los
oradores los que aconsejan y su opinión es la que
decide. |
SÓCRATES.- Esto es
lo que me asombra y es la causa de que te interrogue
hace tanto tiempo acerca de la eficacia de la
retórica. Me parece maravillosamente grande
considerada desde este punto de vista.
|
GORGIAS.- Si
supieras todo, verías que la retórica abarca, por
decirlo así, la virtud de todas las otras artes. Voy
a darte una prueba muy convincente de ello. He ido a
menudo con mi hermano y otros médicos a ver enfermos
que no querían tornar una poción o tolerar que se
les aplicara el hierro o el fuego. En vista de que
el médico no corregiría nada, intenté convencerlos
sin más recursos que los de la retórica, y lo
conseguí. Añado que si un orador y un médico se
presentan en una ciudad y que se trate de una
discusión de viva voz ante el pueblo reunido o
delante de cualquier corporación acerca de la
preferencia entre el orador y el médico, no se hará
caso ninguno de éste, y el hombre que tiene el
talento de la palabra será escogido, si se propone
serlo. En consecuencia, igualmente con un hombre de
cualquier otra profesión se hará preferir al orador
antes que otro, quienquiera que sea, porque no hay
materia alguna de la que no hable en presencia de
una multitud de una manera tan persuasiva como no
podrá igualarle cualquier otro artista. La ciencia
de la retórica es, pues, tan grande y tal como acabo
de decir. Pero es preciso, Sócrates, hacer uso de la
retórica como de los demás ejercicios, porque aunque
se haya aprendido el pugilato, el pancracio y el
combate con armas pesadas de manera de poder vencer
a amigos y enemigos, no se debe por esto servirse de
ellos contra todo el mundo ni herir a sus amigos,
golpearlos o matarlos. Pero también es cierto que no
se debe tomar aversión a la gimnasia ni desterrar de
las ciudades a los maestros de ella y de esgrima
porque alguno que haya frecuentado los gimnasios y
héchose en ellos un cuerpo robusto y vuelto un buen
luchador maltratara y golpeara a sus padres o a
cualquiera de sus parientes o amigos. Los maestros
preparan a sus discípulos a fin de que hagan un buen
uso de lo que aprenden defendiéndose contra sus
enemigos y contra los malvados, pero no para el
ataque. Y si estos discípulos, por el contrario,
usan mal de su fuerza y de su habilidad en contra de
la intención de sus maestros, no se deduce de ello
que ni los maestros ni el arte que enseñan sean
malos ni que sobre ellos haya de recaer la culpa,
sino sobre los que abusan de lo que se les enseñó.
El mismo juicio puede emitirse acerca de la
retórica. El orador, en verdad, está en estado de
hablar de todo y contra todos, de manera que estará
más apto que nadie para persuadir a la multitud en
un momento dado del asunto que le placerá. Mas esto
no es una razón para que prive a los médicos de su
reputación ni tampoco a los artesanos por el hecho
de poder hacerlo. Al contrario: se debe usar de la
retórica como de los otros ejercicios con arreglo a
la justicia. Y si alguno que se haya formado en el
arte de la oratoria abusa de esta facultad y de este
arte para cometer una acción injusta, no se tendrá
derecho por esto, me parece, a odiar y desterrar de
la ciudad al maestro que le dio lecciones. Porque si
puso un arte en sus manos fue para que lo empleara
en pro de las causas justas y el otro lo empleó de
un modo enteramente opuesto. Él, el discípulo que ha
abusado del arte, es el que la equidad quiere que
sea aborrecido, expulsado y condenado a muerte, pero
no el maestro. |
SÓCRATES.- Estoy
pensando, Gorgias, en que has asistido como yo a
muchas disputas y que habrás observado una cosa, que
es que cuando los hombres se proponen conversar les
cuesta mucho trabajo fijar de una y otra parte las
ideas y determinar la conversación después de
haberse instruido a sí mismos y a los demás. Pero
cuando surge entre ellos alguna controversia y uno
pretende que el otro habla con poca exactitud o
claridad, se enojan y se imaginan que se los
contradice por envidia y que se habla por espíritu
de disputa y no con intención de esclarecer la
materia propuesta. Algunos acaban injuriándose
groseramente y separándose después de haberse dicho
tales cosas, que los oyentes se lamentan de haber
sido el auditorio de gente semejante. Pero ¿a
propósito de qué digo esto? Pues que me parece que
no hablas de una manera consecuente a lo que
referente a la retórica dijiste antes, temo que si
te refuto puedas figurarte que mi intención no es la
de disputar acerca de la cosa misma, a fin de
aclararla, sino por hacerte la contra. Si tienes,
pues, el mismo carácter que yo, te interrogaré con
gusto; si no, no iré más lejos. Pero ¿cuál es mi
carácter? Soy de los que gustan de que se los refute
cuando no dicen la verdad y de refutar a los otros
cuando se apartan de ella, complaciéndome tanto en
refutar como en ser refutado. Considero, en efecto,
que es un bien mucho mayor el ser refutado, porque
es más ventajoso verse libre del mayor de los males
que librar a otro de él. No conozco, además, que
exista mayor mal para un hombre que el de tener
ideas falsas en la materia que tratamos. Si dices
que la disposición de tu espíritu es igual a la mía,
prosigamos la conversación, y si crees que debemos
darla por terminada, consiento y sea como quieras.
|
GORGIAS.- Me
lisonjeo, Sócrates, de ser uno de esos a quienes has
retratado; sin embargo, tenemos que guardar
consideración a los que nos escuchan. Mucho tiempo
antes de que vinieras les había ya explicado muchas
cosas, y si ahora reanudamos la conversación puede
ser que nos lleve muy lejos. Conviene, pues, que
pensemos en los oyentes y no retener al que tenga
cualquier otra cosa que hacer. |
CHAIREFON.- Estáis
oyendo, Gorgias y Sócrates, el ruido que hacen todos
los presentes para testimoniaros el deseo que tienen
de escucharon si continuáis hablando. De mí puedo
aseguraros que quieran los dioses que nunca tenga
asuntos tan importantes y urgentes que me obliguen a
dejar de escuchar una discusión tan interesante y
bien llevada por algo que sea más necesario.
|
CALLICLES.- ¡Por
todos los dioses!, tiene razón Chairefon. He
asistido a muchas de estas conversaciones, pero no
sé si alguna me ha deleitado tanto como ésta. Por
esto me obligaríais a inmensa gratitud si quisierais
estar hablando todo el día. |
SÓCRATES.- Si
Gorgias quiere, no encontrarás en mí, Callicles,
ningún obstáculo a tu deseo. |
GORGIAS.- Sería
bochornoso para mí si no consintiera, Sócrates,
sobre todo después de haber dicho que me comprometía
a contestar a todo el que quiera interrogarme.
Continuaremos, pues, la conversación, si la compañía
tiene gusto en ello, y propónme lo que juzgues a
propósito. |
SÓCRATES.- Escucha,
Gorgias, lo que me sorprende de tu discurso. Es
posible que hayas dicho la verdad y yo no te haya
comprendido bien. Dices que estás en disposición de
formar un hombre en el arte oratorio, si quiere
tomar tus lecciones, ¿no es así? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Es
decir, que le harás capaz de hablar de todo de una
manera plausible ante la multitud, no enseñando sino
persuadiendo, ¿verdad? |
GORGIAS.- Sí, eso
dije. |
SÓCRATES.- Y
añadiste, en consecuencia, que tocante a la salud
del cuerpo hará el orador que le crean más que al
médico. |
GORGIAS.- Lo dije,
es cierto, con tal que se dirija a las multitudes.
|
SÓCRATES.- Por
multitudes entiendes indudablemente a los
ignorantes, porque aparentemente el orador no tendrá
ventaja sobre el médico ante personas instruidas.
|
GORGIAS.- Es
cierto. |
SÓCRATES.- Si es
más capaz de persuadir que el médico. persuadirá
mejor que el que sabe. |
GORGIAS.- Sin duda.
|
SÓCRATES.- ¿Aunque
él mismo no sea médico? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Pero el
que no es médico ¿no ignora las cosas en las que el
médico es un sabio? |
GORGIAS.- Es
evidente. |
SÓCRATES.- El
ignorante será, pues, más apto que el sabio para
persuadir a los ignorantes, si es cierto que el
orador está más capacitado que el médico para
persuadir. ¿No es esto lo que se deduce de lo dicho
o es otra cosa? |
GORGIAS.- En el
caso presente es lo que resulta. |
SÓCRATES.- Esta
ventaja del orador y de la retórica ¿no es la misma
con relación a las otras artes? Quiero decir si no
es necesario que se instruya de la naturaleza de las
cosas y que baste que invente cualquier medio de
persuasión de manera que parezca a los ojos de los
ignorantes más sabio que los que poseen esas artes.
|
GORGIAS.- ¿No es
muy cómodo, Sócrates, no tener necesidad de aprender
más arte que éste para no tener que envidiar en nada
a los otros artesanos? |
SÓCRATES.-
Examinaremos en seguida, suponiendo que nuestro tema
lo exija, si en esta cualidad el orador es superior
o inferior a los otros. Pero antes veamos si con
relación a lo justo y a lo injusto, a lo bueno y a
lo malo y a lo honrado y a lo que no lo es se
encuentra el orador en el mismo caso que con
relación a lo que es saludable para el cuerpo y para
los objetos de los demás: de manera que ignore lo
que es bueno o malo, justo o injusto, honrado o no,
y que acerca de estos objetos se haya imaginado
solamente algún expediente para persuadir y parecer
ante los ignorantes más instruido que los sabios
acerca de ello y a pesar de ser él un ignorante.
Veamos si es necesario que el que quiera aprender la
retórica sepa todo esto y lo practique hábilmente
antes de tomar tus lecciones, o si en el caso de no
tener ningún conocimiento, tú, que eres maestro de
retórica, no le enseñarás nada de estas cosas que
nos atañen o si harás de manera que no sabiéndolas
parezca que las sabe y que pase por hombre de bien
sin serlo; o si no podrás absolutamente enseñarle la
retórica a menos que no haya aprendido
anticipadamente la verdad acerca de estas materias.
¿Qué piensas de esto, Gorgias? En nombre de Júpiter,
explícanos, como nos prometiste hace un momento,
toda la virtud de la retórica. |
GORGIAS.- Pienso,
Sócrates, que aunque no supiera nada de todo eso, lo
aprendería a mi lado. |
SÓCRATES.- Detente,
no sigas. Respondes muy bien. Si tienes que hacer de
alguno un orador, es absolutamente preciso que
conozca lo que es justo y lo injusto, sea que lo
haya aprendido antes de ir a tu escuela o que se lo
enseñes tú. |
GORGIAS.-
Evidentemente. |
SÓCRATES.- Pero
dime: el que ha aprendido el oficio de carpintero,
¿es carpintero o no? |
GORGIAS.- Lo es.
|
SÓCRATES.- Y cuando
se ha aprendido música, ¿se es músico?
|
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Y cuando
se ha aprendido la medicina ¿no se es médico? En una
palabra, cuando con relación a todas las otras artes
se ha aprendido lo que les pertenece, ¿no se es lo
que debe ser el que ha estudiado cada una de estas
artes? |
GORGIAS.- Convengo
en que sí. |
SÓCRATES.- Por la
misma razón, pues, el que haya aprendido lo que
corresponde a la justicia, es justo. |
GORGIAS.- Sin duda
alguna. |
SÓCRATES.- Entonces
es de necesidad que el orador sea justo y que el
hombre justo quiera que sus acciones sean justas.
|
GORGIAS.- Al menos
así parece. |
SÓCRATES.- El
hombre justo no querrá, pues, cometer ninguna
injusticia. |
GORGIAS.- Es una
conclusión necesaria. |
SÓCRATES.- ¿No se
deduce necesariamente de lo que se ha dicho, que el
orador es justo? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- El
orador, por consiguiente, no cometerá jamás una
injusticia. |
GORGIAS.- Parece
que no. |
SÓCRATES.-
¿Recuerdas haber dicho un poco antes que no había
que achacar la culpa ni expulsar de las ciudades a
los maestros de gimnasia porque un atleta hubiese
abusado del pugilato y cometido una acción injusta?
Del mismo modo, si algún orador hace un mal uso de
la retórica, no se debe hacer recaer la falta sobre
su maestro ni desterrarlo del Estado, peto sí
hacerla recaer sobre el autor mismo de la injusticia
que no usó de la retórica como debía. ¿Dijiste esto
o no? |
GORGIAS.-
Efectivamente, lo he dicho. |
SÓCRATES.-
¿Acabamos de ver o no que este mismo orador es
incapaz de cometer una injusticia? |
GORGIAS.- Acabamos
de verlo. |
SÓCRATES.- ¿Y no
dijiste desde el principio, Gorgias, que la retórica
tiene por objeto los discursos que tratan, no de lo
par y de lo impar, sino de lo justo y de lo injusto?
¿No es cierto? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Al oírte
hablar de esta manera, supuse que la retórica no
podía ser nunca una cosa injusta, puesto que sus
discursos se refieren siempre a la justicia. Pero
cuando te he oído decir poco después que el orador
podía hacer un mal uso de la retórica, me sorprendí.
Y esto es lo que me hizo decirte que, si
considerabas como yo que era una ventaja ser
refutado, podríamos continuar la discusión y si no,
dejarla. Habiéndonos puesto en seguida a estudiar el
asunto, ves tú mismo que hemos acordado que el
orador no puede usar injustamente de la retórica al
querer cometer una injusticia. Y ¡por el perro!,
Gorgias, el examinar a fondo lo que hay que pensar
acerca de esto, no es materia para una breve
conversación. |
POLOS.- ¡Pero,
Sócrates! ¿Tienes realmente de la retórica la
opinión que acabas de decir? ¿O no crees más bien
que Gorgias se ha avergonzado de confesar que el
orador no conoce lo justo, ni lo injusto, ni lo
bueno, y que si se va a él sin estar versado en
estas cosas no las enseñaría? Esta confesión será
probablemente la causa del desacuerdo en que ha
incurrido y que tú aplaudes por haber llevado la
cuestión a esta clase de pregunta. Pero ¿piensas que
haya en el mundo quien confiese que no tiene ningún
conocimiento de la justicia y que no puede instruir
en ella a los otros? En verdad, encuentro sumamente
extraño llevar el discurso a semejantes simplezas.
|
SÓCRATES.- Has de
saber, Polos encantador, que procuramos tener hijos
y amigos para que cuando nos volvamos viejos y demos
algún paso en falso, vosotros, los jóvenes, nos
ayudéis a levantarnos y lo mismo a nuestras acciones
y discursos. Si Gorgias y yo nos hemos engañado en
todo lo que hemos dicho, corrígenos. Te lo debes a
ti mismo. Si en todo lo que hemos reconocido hay
algún acuerdo que te parezca mal acordado, te
permito que insistas en él y que lo reformes como
gustes, con tal de que tengas cuidado de una cosa.
|
POLOS.- ¿De qué?
|
SÓCRATES.- De
contener tu afán de pronunciar largos discursos,
afán al que estuviste a punto de sucumbir al
comenzar esta conversación. |
POLOS.- ¡Cómo! ¿No
podré hablar todo el tiempo que me parezca?
|
SÓCRATES.- Sería
tratarte muy mal, querido mío, si habiendo venido a
Atenas, el sitio de Grecia donde se tiene más
libertad para hablar, fueras el único a quien se le
privara de este derecho. Pero ponte en mi lugar. Si
discurres a tu placer y te niegas a contestar con
precisión a lo que te propongan, ¿no habría motivo
para que me compadecieran a mi vez si no me
permitieran marcharme sin escucharte? Por esto, si
tienes algún interés en la disputa precedente y
quieres rectificar algo, vuelve, como te he dicho,
al punto que quieras, interrogando y respondiendo a
tu vez, como hemos Gorgias y yo, combatiendo mis
razones y permitiéndome combatir las tuyas. Me
figuro que pretendes saber las mismas cosas que
Gorgias. ¿No es cierto? |
POLOS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Por
consiguiente, te brindas a contestar a cualquiera
que quiera interrogarte sobre toda materia,
creyéndote en disposición de satisfacerle.
|
POLOS.- Con
seguridad. |
SÓCRATES.- Pues
bien, escoge lo que prefieras: interroga o responde.
|
POLOS.- Acepto tu
proposición; respóndeme, Sócrates. Puesto que te
figuras que Gorgias se ve apurado para explicarte lo
que es la retórica, dinos lo que tú piensas que es.
|
SÓCRATES.- ¿Me
preguntas qué clase de arte es la retórica a mi modo
de ver? |
POLOS.- Sí.
|
SÓCRATES.- Si te he
de ser franco, Polos, te diré que no la tengo por un
arte. |
POLOS.- ¿Por qué la
tienes entonces? |
SÓCRATES.- Por algo
que tú lisonjeas de haber convertido en arte en un
escrito que leí ha poco. |
POLOS.- ¿Y qué más
todavía? |
SÓCRATES.- Por una
especie de rutina. |
POLOS.- ¿La
retórica a tu modo de ver es una rutina?
|
SÓCRATES.- Sí, a
menos que tengas tú otra idea de ella.
|
POLOS.- ¿Y qué
objeto tiene esta rutina? |
SÓCRATES.- Procurar
agrado y placeres. |
POLOS.- ¿No juzgas
que la retórica es algo bello, puesto que pone en
estado de agradar y procurar placeres a los hombres?
|
SÓCRATES.- ¿No te
he dicho ya lo que entiendo es la retórica para que
me preguntes, como estás haciendo, si no me parece
bella? |
POLOS.- ¿No te he
oído decir que es una especie de rutina?
|
SÓCRATES.- Puesto
que tanta importancia das a lo que se llama agradar
y procurar un placer, ¿quisieras hacerme uno muy
pequeño? |
POLOS.- Con mucho
gusto. |
SÓCRATES.-
Pregúntame si considero a la cocina como un arte.
|
Polos.- Consiento
en ello. ¿Qué arte es el de la cocina?
|
SÓCRATES.- Ninguno,
Polos. |
POLOS.- ¿Qué es
entonces? Habla. |
SÓCRATES.- Vas a
oírlo: una especie de rutina. |
POLOS.- Dime, ¿cuál
es su objeto? |
SÓCRATES.- Helo
aquí: agradar y procurar placeres. |
POLOS.- ¿La
retórica y la cocina son la misma cosa?
|
SÓCRATES.-
Absolutamente no, pero las dos forman parte de la
una misma profesión. |
POLOS.- ¿De cuál,
si lo tienes a bien? |
SÓCRATES.- Temo que
sea demasiado grosero contestarte categóricamente y
no me atrevo a hacerlo por Gorgias, por miedo de que
se figure que quiero ridiculizar su profesión. En
cuanto a mí, ignoro si la retórica que profesa
Gorgias es la que me figuro, tanto más cuanto que la
disputa precedente no nos ha descubierto claramente
lo que piensa. Y refiriéndome a lo que llamo
retórica te diré que es una parte de una cosa que
nada tiene de bella. |
GORGIAS.- ¿De qué
cosa? Dilo, Sócrates, y no temas ofenderme.
|
SÓCRATES.- Me
parece, Gorgias, que es cierta profesión en la que
el arte en verdad no interviene nada, pero que
supone en un alma el talento de la conjetura, valor
y grandes disposiciones naturales para conversar con
los hombres. Llamo adulación a la especie en que
está comprendida. Esta especie me parece estar
dividida en qué se yo cuántas partes, y de éstas,
una es la cocina. Generalmente se cree que es un
arte, pero a mi modo de ver no lo es, porque sólo es
una costumbre, una rutina. Entre las partes que
constituyen la adulación cuento también a la
retórica lo mismo que a lo llamado arte del vestido
o a la sofística, y atribuyo a estas cuatro partes
cuatro objetos diferentes. Si Polos quiere seguir
interrogándome, puede hacerlo, porque todavía no le
he explicado qué parte de la adulación digo que es
la retórica. No se da cuenta de que todavía no he
acabado mi contestación, y como si lo estuviera me
pregunta si no considero que la retórica es una cosa
bella. No le diré si me parece fea o bella antes de
haberle respondido lo que es. De otra manera
procederíamos sin orden, Polos. Pregúntame, si
quieres oírlo, qué parte de la adulación digo que es
la retórica. |
POLOS.- Sea; te lo
pregunto. Dime qué parte es. |
SÓCRATES.-
¿Comprendes mi respuesta? A mi modo de ver la
retórica no es más que el simulacro de una parte de
la política. |
POLOS.- Pero ¿es
bella o fea? |
SÓCRATES.- Digo que
fea, porque para mí es feo todo lo que es malo,
puesto que es preciso contestarte como si
comprendieras ya mi pensamiento. |
GORGIAS.- ¡Por
Júpiter, Sócrates! Yo mismo no concibo lo que
quieres decir. |
SÓCRATES.- No me
sorprende, Gorgias, porque todavía no he dicho nada
determinado. Pero Polos es joven y ardiente.
|
GORGIAS.- Déjale y
explícame en qué sentido dices que la retórica es el
simulacro de una parte de la política.
|
SÓCRATES.- Voy a
ensayar exponerte lo que acerca de esto pienso, y si
la cosa no es como digo, Polos me refutará. ¿No hay
una sustancia que llamas cuerpo y otra que denominas
alma? |
GORGIAS.-
Indudablemente. |
SÓCRATES.- ¿No
crees que hay una buena constitución del uno y de la
otra? |
GORGIAS.- Sí.
|
SÓCRATES.- ¿No
reconoces también que ambos pueden tener una
constitución que parezca buena y que no lo sea? Me
explicaré. Muchos parecen tener el cuerpo bien
constituido y sólo un médico o un profesor de
gimnasia verían fácilmente que no es así.
|
GORGIAS.- Tienes
razón. |
SÓCRATES.- Digo,
pues, que hay en el cuerpo y en el alma un no sé qué
que hace juzgar que ambos están en buen estado, y
aunque, sin embargo, no sea así. |
GORGIAS.- Es cierto |
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Fundación
Educativa Héctor A. García |