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Responsabilidad
Todos comprendemos la irresponsabilidad cuando
alguien no cumple lo que promete ¿Pero sabemos nosotros vivirla? |
La responsabilidad (o la irreponsabilidad) es fácil de detectar en la
vida diaria, especialmente en su faceta negativa: la vemos en el plomero
que no hizo correctamente su trabajo, en el carpintero que no llegó a
pintar las puertas en el día que se había comprometido, en el joven que
tiene bajas calificaciones, en el arquitecto que no ha cumplido con el
plan de construcción para un nuevo proyecto, y en casos más graves en un
funcionario público que no ha hecho lo que prometió o que utiliza los
recursos públicos para sus propios intereses.
Sin embargo plantearse qué es la responsabilidad no es algo tan sencillo.
Un elemento indispensable dentro de la responsabilidad es el cumplir un
deber. La responsabilidad es una obligación, ya sea moral o incluso
legal de cumplir con lo que se ha comprometido.
La responsabilidad tiene un efecto directo en otro concepto fundamental:
la confianza. Confiamos en aquellas personas que son responsables.
Ponemos nuestra fe y lealtad en aquellos que de manera estable cumplen
lo que han prometido.
La responsabilidad es un signo de madurez, pues el cumplir una
obligación de cualquier tipo no es generalmente algo agradable, pues
implica esfuerzo. En el caso del plomero, tiene que tomarse la molestia
de hacer bien su trabajo. El carpintero tiene que dejar de hacer aquella
ocupación o gusto para ir a la casa de alguien a terminar un encargo
laboral. La responsabilidad puede parecer una carga, y el no cumplir con
lo prometido origina consecuencias.
¿Por qué es un valor la responsabilidad? Porque gracias a ella, podemos
convivir pacíficamente en sociedad, ya sea en el plano familiar,
amistoso, profesional o personal.
Cuando alguien cae en la irresponsabilidad, fácilmente podemos dejar de
confiar en la persona. En el plano personal, aquel marido que durante
una convención decide pasarse un rato con una mujer que recién conoció y
la esposa se entera, la confianza quedará deshecha, porque el esposo no
tuvo la capacidad de cumplir su promesa de fidelidad. Y es que es fácil
caer en la tentación del capricho y del bienestar inmediato. El esposo
puede preferir el gozo inmediato de una conquista, y olvidarse de que a
largo plazo, su matrimonio es más importante.
El origen de la irresponsabilidad se da en la falta de prioridades
correctamente ordenadas. Por ejemplo, el carpintero no fue a pintar la
puerta porque llegó su “compadre” y decidieron tomarse unas cervezas en
lugar de ir a cumplir el compromiso de pintar una puerta. El carpintero
tiene mal ordenadas sus prioridades, pues tomarse una cerveza es algo
sin importancia que bien puede esperar, pero este hombre (y tal vez su
familia), depende de su trabajo.
La responsabilidad debe ser algo estable. Todos podemos tolerar la
irresponsabilidad de alguien ocasionalmente. Todos podemos caer
fácilmente alguna vez en la irresponsabilidad. Empero, no todos
toleraremos la irresponsabilidad de alguien durante mucho tiempo. La
confianza en una persona en cualquier tipo de relación (laboral,
familiar o amistosa) es fundamental, pues es una correspondencia de
deberes. Es decir, yo cumplo porque la otra persona cumple.
El costo de la irresponsabilidad es muy alto. Para el carpintero
significa perder el trabajo, para el marido que quiso pasarse un buen
rato puede ser la separación definitiva de su esposa, para el gobernante
que usó mal los recursos públicos puede ser la cárcel.
La responsabilidad es un valor, porque gracias a ella podemos convivir
en sociedad de una manera pacífica y equitativa. La responsabilidad en
su nivel más elemental es cumplir con lo que se ha comprometido, o la
ley hará que se cumpla. Pero hay una responsabilidad mucho más sutil (y
difícil de vivir), que es la del plano moral.
Si le prestamos a un amigo un libro y no lo devuelve, o si una persona
nos deja plantada esperándole, entonces perdemos la fe y la confianza en
ella. La pérdida de la confianza termina con las relaciones de cualquier
tipo: el chico que a pesar de sus múltiples promesas sigue obteniendo
malas notas en la escuela, el marido que ha prometido no volver a
emborracharse, el novio que sigue coqueteando con otras chicas o el
amigo que suele dejarnos plantados. Todas esta conductas terminarán,
tarde o temprano y dependiendo de nuestra propia tolerancia hacia la
irresponsabilidad, con la relación.
Ser responsable es asumir las consecuencias de nuestra acciones y
decisiones. Ser responsable también es tratar de que todos nuestros
actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de
cumplimiento del deber en todos los sentidos.
Los valores son los cimientos de nuestra convivencia social y personal.
La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad de
nuestras relaciones. La responsabilidad vale, porque es difícil de
alcanzar.
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad?
El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos, todo
compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos.
Nosotros somos quienes decidimos.
El segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que nuestros
actos correspondan a nuestras promesas. Si prometemos “hacer lo correcto”
y no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad.
El tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrrededor para que
sean responsables. La actitud más sencilla es dejar pasar las cosas:
olvidarse del carpintero y conseguir otro, hacer yo mismo el trabajo de
plomería, despedir al empleado, romper la relación afectiva. Pero este
camino fácil tiene su propio nivel de responsabilidad, porque entonces
nosotros mismos estamos siendo irresponsables al tomar el camino más
ligero. ¿Qué bien le hemos hecho al carpintero al despedirlo? ¿Realmente
romper con la relación era la mejor solución? Incluso podría parecer que
es “lo justo” y que estamos haciendo “lo correcto”. Sin embargo, hacer
eso es caer en la irresponsabilidad de no cumplir nuestro deber y ser
iguales al carpintero, al gobernante que hizo mal las cosas o al marido
infiel. ¿Y cual es ese deber? La responsabilidad de corregir.
El camino más difícil, pero que a la larga es el mejor, es el educar al
irresponsable. ¿No vino el carpintero? Entonces, a ir por él y hacer lo
que sea necesario para asegurarnos de que cumplirá el trabajo. ¿Y el
plomero? Hacer que repare sin costo el desperfecto que no arregló desde
la primera vez. ¿Y con la pareja infiel? Hacerle ver la importancia de
lo que ha hecho, y todo lo que depende de la relación. ¿Y con el
gobernante que no hizo lo que debía? Utilizar los medios de protesta que
confiera la ley para que esa persona responda por sus actos.
Vivir la responsabilidad no es algo cómodo, como tampoco lo es el
corregir a un irresponsable. Sin embargo, nuestro deber es asegurarnos
de que todos podemos convivir armónicamente y hacer lo que esté a
nuestro alcance para lograrlo.
¿Qué no es fácil? Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en vivir y
corregir la responsabilidad, nuestra sociedad, nuestros países y nuestro
mundo serían diferentes.
Sí, es difícil, pero vale la pena.
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