Díalogos Socráticos
Teetes o sobre la Ciencia
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Sócrates.
Cuando se nos ha preguntado qué es la ciencia, hemos respondido que es una
cosa que no es ciencia ni deja de serlo.
Teodoro.
Así parece.
Sócrates.
Aquí tienes nuestra respuesta perfectamente justificada, cuando para
demostrar su exactitud nos hemas esforzado en probar que todo se mueve,
puesto que si, en efecto, todo esta en movimiento, resulta que las
respuestas sobre cualquiera cosa son igualmente exactas, ya se diga que es
“así”, o ya que “no es así”, o si quieres, y para no
presentar, a nuestros adversarios, como existente nada estable, que ella se
hace o no se hace, deviene o no deviene tal.
Teodoro.
Dices bien.
Sócrates.
Sí, Teodoro, salvo que me he servido de las expresiones “así” y
“no así”. No es preciso usar de la palabra “así”, porque así,
lo mismo que no así, como representan, hasta cierto punto, una
cosa fija, no expresan el movimiento. Los partidarios de este sistema deben
emplear otro término y, verdaderamente, en su hipótesis, no tienen expresión
de qué valerse, como no sea esta. “de ninguna manera”. Esta
expresión indefinida es la más conforme con su opinión.
Teodoro.
Es, en efecto, una manera de hablar que les conviene perfectamente.
Sócrates.
Henos aquí, Teodoro, libres de tu amigo; no le concedemos que todo hombre
sea la medida de todas las cosas, a no ser que sea hombre hábil; y nunca
confesaremos que la sensación sea la ciencia, si partimos del
supuesto de que todo esta en movimiento, siempre que Teetetes no sea
de otro dictamen.
Teodoro.
Está bien dicho, Sócrates. Terminada esta cuestión, estoy también libre de
la obligación de responderte, como habíamos convenido, una vez que se halla
terminado el examen del sistema de Portágoras.
Teetetes.
Nada de eso, Teodoro, seguid hasta que Sócrates y tú hayáis discutido la
opinión de los que dicen que todo está en reposo, según nos
propusisteis antes.
Teodoro.
¿Qué? ¡Teetetes, tú, tan joven, das lecciones de injusticia a los ancianos
enseñándoles a violar sus compromisos! Prepárate a responder a Sócrates
sobre lo que resta por decir.
Teetetes.
Con mucho gusto, si Sócrates lo consiente. Hubiera oído, sin embargo, con el
mayor placer lo que pensáis sobre esta materia.
Teodoro.Invitar
a Sócrates a la discusión es invitar a buenos jinetes a correr en la
llanura. Interrógale y quedarás satisfecho.
Sócrates.
No pienses, Teodoro, que voy a aceptar la invitación de Teetetes.
Teodoro.
¿Por qué no?
Sócrates.
Aunque tema criticar, con alguna dureza, a Melito y a los demás que
sostienen que todo es uno e inmóvil, lo siento menos respecto de
éstos que con relación a Parménides. Parménides me parece a la vez
respetable y temible, sirviéndome de las palabras de Homero. Le traté
siendo yo joven y cuando él era muy anciano, y me pareció que había, en sus
discursos, una profundidad poco común. Temo que no comprendamos sus palabras
y que no penetremos bien su pensamiento, y más que todo, temo que las
digresiones que nos vengan encima, si no las evitamos, nos hagan perder de
vista el objeto principal de esta discusión, que es conocer la naturaleza de
la ciencia. Por otra parte, el objeto en que nos ocupamos aquí es de una
extensión inmensa, y sería falta de consideración el examinarlo de pasada, y
si no le damos toda la amplitud que merece, acabaron nuestras indagaciones
sobre la ciencia. Así, es preciso que no suceda lo uno ni lo otro, y vale
más que, apelando a mi arte de comadrón, auxilie a Teetetes a parir sus
concepciones sobre la ciencia.
Teetetes.
Sea como quieres, puesto que tú eres el que mandas.
Sócrates.
Haz, Teetetes, la observación siguiente sobre lo que se ha dicho. Has
respondido que la sensación y la ciencia son una misma cosa, ¿no es así?
Teetetes.
Sí.
Sócrates.
Si te preguntaran con qué ve el hombre lo blanco y lo negro, y con qué oye
los sonidos agudos y graves, probablemente dirías que con los ojos, y con
los oídos.
Teetetes.
Sin duda.
Sócrates.
–Generalmente, no es estrechez de espíritu el emplear los nombres y los
verbos en su acepción vulgar, y no tomados en todo su rigor; por el
contrario, indica pequeñez de alma el usar de este recurso. Sin embargo,
alguna vez es necesario, y así, por ejemplo, no puedo dispensarme en este
momento de descubrir, en tu respuesta, lo que tiene de defectuosa. Mira, en
efecto, cuál es la mejor de estas dos contestaciones, el ojo es aquello con
lo que vemos o es por lo que vemos; el oído es aquello con lo que oímos o
más bien es por lo que oímos.
Teetetes.
Me parece, Sócrates, que es mejor decir los órganos por los que
sentimos que no con los que sentimos.
Sócrates.
Efectivamente, sería extraño, querido mío, que en nosotros hubiese muchos
sentidos, como en los caballos de palo, y que ellos no se refiriesen todos a
una sola esencia, llámesela alma o de cualquier otro modo, con la
que, valiéndonos de los sentidos como de otros tantos órganos, sentimos lo
que es sensible.
Teetetes.
Me parece que debe ser así.
Sócrates.
La razón por la que procuro aquí la exactitud de las palabras, es porque
quiero saber si en nosotros hay un sólo y mismo principio, por el que
sabemos, por medio de los ojos, lo que es blanco o negro, y los demás
objetos, por medio de los demás sentidos, y si tú achacas cada una de estas
sensaciónes a los órganos del cuerpo, pero quizá vale más que seas tú mismo
el que diga todo esto, en lugar de tomarme yo este trabajo por ti.
Respóndeme, pues, ¿atribuyes al cuerpo o a otra sustancia los órganos por
los que sientes lo que es caliente, seco, ligero, duIce?
Teetetes.
–Los atribuyo al cuerpo solamente,
Sócrates.
¿Consentirías en concederme que lo que sientes por un órgano te es imposible
sentirlo por ningún otro, por ejemplo, por la vista lo que sientes por el
oído, o por el oído lo que sientes por la vista?
Teetetes.
¿Cómo no lo he de consentir?
Sócrates.
–Luego, si tienes alguna idea sobre los objetos de estos dos sentidos,
tomados en conjunto, no puede venirte esta idea colectiva de uno ni otro
órgano.
Teetetes.
No, sin duda.
Sócrates.
La primera idea que tú tienes respecto al sonido y al color, tomados en
conjunto, es que los dos existen.
Teetetes
Sí.
Sócrates
Y que el uno es diferente del otro, y semejante así mismo.
Teetetes.
Sin duda.
Sócrates.
Y que, tomados juntos, ellos son dos, y que, tomado cada una aparte, cada
cual es uno...
Teetetes.
Así lo entiendo.
Sócrates.
¿No te consideras en estado de examinar si son semejantes o desemejantes
entre sí?
Teetetes.
Quizá.
Sócrates.
¿Con el auxilio de qué órgano concibes todo esto, respecto de estos dos
objetos. Porque no es por el oído ni por la vista por donde puedes saber lo
que tienen de común. He aquí una nueva pruba de lo que decíamos. Si fuera
posible examinar si uno u otro de estos dos objetos son o no salados, te
sería fácil decirme de que órgano te servirás para ello. No sería la vista,
ni el oído, sino algún otro órgano.
Teetetes.
Sin duda, sería el órgano del gusto.
Sócrates.
Tienes razón. ¿Pero, qué facultad te da a conocer las cualidades comunes a
todos estos objetos, que llamas SER y NO SER,
y sobre las que te pregunté antes? ¿Qué órganos destinarás a estas
percepciones, y por dónde lo que siente en nosotros percibe el sentimiento
de todas estas cosas?
Teetetes.
Hablas, sin duda, del SER y NO SER,
de la SEMEJANZA y de la DESEMEJANZA,
de la IDENTIDAD y de la DIFERENCIA,
y tambien de la UNIDAD y de los demás NÚMEROS.
Y es evidente que tú me preguntas por qué órganos del cuerpo siente nuestra
alma todo esto, así como lo par,
lo impar, y todo lo que depende de
ellos.
Sócrates.
Perfectamente, Teetetes, eso es lo que yo quiero saber.
Teetetes.
En verdad, Sócrates, no sé qué decirte, sino que, desde el principio, me ha
parecido que no tenemos órgano particular para esta clase de cosas, como
para las otras, pero que nuestra alma examina, inmediatamente por sí misma,
lo que los objetos tienen de común entre sí.
Sócrates.
Tú eres hermoso, Teetetes, y no feo, como decía Teodoro, porque el que
responde bien es bello y bueno. Además, me has hecho un servicio
dispensándome de una larga discusión, si juzgas que hay objetos que el alma
conoce por sí misma, y otros que conoce por los órganos del cuerpo. Esto, en
efecto, ya lo esperaba yo de ti, y deseaba que fuese esta tu opinión.
Teetetes.
Pues bien, yo pienso como tú.
Sócrates.
¿En cuál de estas dos clases de objetos colocas el SER?
Porque es lo más común a todas las cosas.
Teetetes.
Lo coloco en la clase de los objetos con los que el alma se pone en
relación por sí misma.
Sócrates.
¿Y sucede lo mismo con la semejanza y la desemejanza, con la
identidad y con la diferencia?
Teetetes.
Sí.
Sócrates.
¿Con lo bello, lo feo, lo bueno y lo malo?
Teetetes.
Me parece que estos objetos, sobre todo, son del número de aquéllos, cuya
esencia examina el alma, comparando y combinando en sí misma el pasado y el
presente con el porvenir.
Sócrates.
Detente.
¿El alma no sentirá por el tacto, la dureza de lo que es duro y la blandura
de lo que es blando?
Teetetes.
Sí.
Sócrates.
Pero, por lo que hace a su esencia, a su naturaleza, a su oposición, y a
la naturaleza de esta oposición, ¿ensaya el alma juzgarlas por sí misma,
después de repetidos esfuerzos y de confrontar las unas con las otras?
Teetetes.
Sin duda.
Sócrates.
La naturaleza ha dado a los hombres y a las bestias, desde el acto de nacer,
el sentimiento de ciertas afecciones que pasan al alma por los órganos del
cuerpo; mientras que las reflexiones sobre estas afecciones, su esencia y su
útilidad, no vienen o no se presentan sino a la larga y con mucho trabajo,
mediante los cuidados y estudio de las personas, en cuya alma se forman.
Teetetes.
Es cierto.
Sócrates.
¿Es posible que el que no descubra la esencia descubra la verdad?
Teetetes.
No.
Sócrates.
¿Se obtendrá la ciencia cuando se ignora la verdad?
Teetetes.
¿Cómo, Sócrates?
Sócrates.
La ciencia no reside en las sensaciones, sino en el razonamiento sobre
las sensaciones, puesto que, según parece, sólo por el racionamiento se
puede descubrir la ciencia y la verdad, y es imposible conseguirlo por otro
rumbo.
Teetetes.
Así parece.
Sócrates.
¿Dirás que lo uno y lo otro son una misma cosa, cuando hay entre ellas una
gran diferencia?
Teetetes.
Eso no sería exacto.
Sócrates.
¿Qué nombre das a estas afecciones, ver, oír, olfatear, resfriarse,
calentarse?
Teetetes.
A todo esto lo llama sentir, porque ¿que otro nombre puede tener?
Sócrates.
Comprendes todo esto bajo el nombre génerico de sensación.
Teetetes.
Así es.
Sócrates.
Sensación que, como decimos, no puede descubrir la verdad, porque no
afecta a la esencia.
Teetetes.
Es cierto.
Sócrates.
Ni tampoco, por consiguiente, a la ciencia.
Teetetes.
Tampoco.
Sócrates.
La sensación y la ciencia, ¿no podrían ser una misma cosa?, Teetetes.
Teetetes.
Parece que no.
Sócrates.
Ahora, sobre todo, es cuando vemos con la mayor evidencia que la ciencia
es una cosa distinta que la sensación. Es cierto que hemos comenzado
esta conversación con el propósito de descubrir no lo que la ciencia no es,
sino lo que ella es. Sin embargo, estamos bastante adelantados en este
descubrimiento para buscar la ciencia no en la sensación, sino en el nombre
que se da al alma, cuando considera ella misma los objetos.
Teetetes.
Me parece, Sócrates, que este nombre de que hablas es el juicio.
Sócrates.
Tienes razón, mi querido amigo; mira, pues, de nuevo, después que hayas
borrado de tu espíritu todas las ideas precedentes, si, en el punto en que
estás ahora, se te muestran las cosas más claramente, y dime, otra vez,
qué es la ciencia.
Teetetes.
No es posible, Sócrates, decir que es toda clase de juicios, puesto que los
hay falsos; pero me parece que el juicio verdadero es la ciencia, y
ésta es mi respuesta. Si discurriendo más, descubrimos, como sucedió antes,
que no es esto cierto, trataremos de decir otra cosa.
Sócrates.
Vale más, Teetetes, explicarse así, con resolución, que no con la timidez
con que lo hacías al principio. Porque, si continuamos, sucederá una de dos
cosas. o encontramos lo que buscamos, o creeremos menos que sabemos lo que
no sabemos, lo cual no es una ventaja despreciable. Ahora, ¿qué es lo
que dices? ¿Que hay dos especies de juicio, el uno verdadero, el otro
falso, y que la ciencia es el juicio verdadero?
Teetetes.
Sí, es mi opinión, por ahora.
Sócrates.
¿No es conveniente decir algo sobre el juicio?
Teetetes.
¿Qué dices?
Sócrates.
Que es una cuestión que me turba y no, por primera vez, de suerte, que yo
enfrente de mí mismo y de los demás, me he visto en el mayor embarazo, no
pudiendo explicar lo que es este fenómeno y de qué manera se forma en
nosotros.
Teetetes.
¿Qué fenómeno?
Sócrates.
EI juicio falso. Estoy pensando en este momento y dudo si dejaremos aparte
este punto, o si lo discutiremos en distinta forma que en la que lo hemos
hecho antes.
Teetetes.
¿Por qué no, Sócrates? Discutámoslo, aunque te parezca poco necesario.
Decíais, con razón, no hace un momento, Teodoro y tú, hablando de lo que se
prolongaba la discusión, que nunca debemos apurarnos al tratar semejantes
materias.
Sócrates.
Has recordado este hecho muy oportunamente. Quizá no haremos mal en volver
en cierta manera atrás, porque vale más profundizar pocas cosas, que
recorrer muchas de un modo insuficiente.
Teetetes.
Sin duda.
Sócrates.
Pues bien, ¿qué diremos? ¿Qué es muy común formar juicios falsos, que los
hombres juzgan tan pronto falsa como verdaderamente, y que tal es la
naturaleza de las cosas?
Teetetes.
Así lo decimos.
Sócrates.
Con relación a todos los objetos juntos o a cada objeto en particular, ¿no
es, para nosotros, una necesidad saber o no saber? No hablo aquí de lo que
se llama aprender y olvidar, como término medio entre saber e ignorar,
porque esto nada importa a la discusión presente.
Teetetes.
Siendo así, Sócrates, no queda otro partido respecto de cada objeto, que o
conocerlo o ignorarlo.
Sócrates.
Cuando se juzga, ¿es necesario juzgar sobre lo que se sabe y sobre lo
que no se sabe?
Teetetes.
Sí.
Sócrates.
Es imposible que, sabiendo una cosa, no se la sepa, o que, no sabiéndola, se
la sepa.
Teetetes.
Seguramente.
Sócrates.
Cuando se juzga falsamente sobre lo que se sabe, se imagina uno que la cosa
que se sabe no es tal cosa, sino otra, que se sabe también de suerte que,
conociendolas
ambas, ambas al mismo tiempo son ignoradas?
Teetetes.
Eso no puede suceder, Sócrates.
Sócrates.
¿Se figura uno que aquello que no se sabe es otra co sa que tampoco se sabe,
y puede suceder que un hombre que no conoce ni a Teetetes ni a Sócrates,
crea que Sócrates es Teetetes o que Teetetes es Sócrates?
Teetetes.
¿Cómo puede ser eso?
Sócrates.
Tampoco nos imaginamos que aquello que se sabe es lo mismo que se ignora, y
aquello que se ignora es lo mismo que se sabe.
Teetetes.
Eso sería prodigioso.
Sócrates.
¿Cómo se formaría un juicio falso, ya que el juicio no puede tener lugar
fuera de las cosas que acabo de decir, puesto que todo está comprendido en
lo que sabemos o no sabemos, y que en todos estos cosas nos parece imposible
el juzgar falsamente?
Teetetes.
Nada mas cierto.
Sócrates.
Quizá no convenga examinar lo que buscamos desde el punto de vista de la
ciencia y de la ignorancia, sino desde el punto de vista del SER
y del NO SER.
Teetetes.
¿Qué dices?
Sócrates.
¿No podría sentarse como verdad absoluta, que el que juzgue sobre una
cosa que no existe hace un juicio necesariamente, falso, piense lo que
quiera su espíritu?
Teetetes.
Así parece, Sócrates.
Sócrates.
Qué diremos, Teetetes, si se nos pregunta, como puede hacerlo todo el mundo,
lo siguiente. ¿qué hombre juzgará sobre lo que no existe, ya sea un
objeto real o ya un ser abstracto? Responderemos a esto, a mi
parecer, que está, en este caso, aquel que no juzga según la verdad; porque
no cabe otra respuesta.
Teetetes.
Ninguna otra.
Sócrates.
¿Pero tiene lugar esto en cualquier otro caso?
Teetetes.
¿ Cuándo?
Sócrates.
¿Puede darse el caso de que se yea alguna cosa, y que aquello que se ve no
sea nada?
Teetetes.
¿Cómo?
Sócrates.
Cuando se ve un objeto, ¿aquello que se ve es alguna cosa real, o piensas
que aquello que es alguna cosa no es nada?
Teetetes.
De ninguna manera.
Sócrates.
Aquel que ve una cosa, ¿ve una cosa que existe?
Teetetes.
Me parece que sí.
Sócrates.
¿Y aquel que oye una cosa, oye una cosa y, por consiguiente, una cosa que
existe?
Teetetes.
Sí.
Sócrates.
En igual forma, el que toca una cosa, ¿toca un objeto que existe, puesto que
es alguna cosa?
Teetetes.
Es cierto igualmente.
Sócrates.
Y el que juzga, ¿no lo hace sobre un objeto?
Teetetes.
Necesariamente.
Sócrates.
Y juzgando sobre algún objeto, ¿no juzga sobre algo que existe?
Teetetes.
Lo concedo.
Sócrates.
Luego, el que juzga sobre lo que no existe, ¿no juzga nada?
Teetetes.
Parece que sí.
Sócrates.
Y juzgar de nada es no juzgar absolutamente.
Teetetes.
Parece evidente.
Sócrates.
Luego, no es posible juzgar ni sobre lo que no existe, ni sobre un objeto
real, ni sobre un ser abstracto.
Teetetes.
Parece que no.
Sócrates.
Juzgar falsamente no es, pues, otra cosa que juzgar sobre lo que no
existe.
Teetetes.
Al parecer.
Sócrates.
Así pues, el juicio falso no se forma en nosotros de esta manera, ni de la
manera que antes expusimos.
Teetetes.
Es cierto.
Sócrates.
Pero, veamos si se forma de esta otra manera.
Teetetes.
¿Cómo?
Sócrates.
Llamamos juicio falso todo yerro de cierto género en que incurrimos
cuando, tomando un objeto real por otro objeto real, se afirma que tal
objeto es tal otro. De esta manera, se juzga siempre sobre lo que existe,
pero tomando una cosa por otra, y puede decirse, con razón, que cuando falta
el verdadero objeto que se considera, el juicio es falso.
Teetetes.
Eso me parece muy bien dicho, porque cuando se tiene una cosa fea por bella,
o una bella por fea, entonces, es cuando verdaderamente el juicio es falso.
Sócrates.
Se ve claramente, Teetetes, que ni me consideras ni me temes.
Teetetes.
¿Por qué?
Sócrates.
Porque no crees, a lo que parece, que yo no dejaré pasar esta expresión
“verdaderamente falso”, preguntándote si es posible que lo que
es rápido se haga con lentitud, lo que es ligero con pesadez, y cualquier
otra cosa, no según su naturaleza, sino según la de su contraria y en
oposición consigo mismo. Pero, deja esta objeción para que no decaiga
la confianza que me muestras. ¿Crees, como dices, que juzgar falsamente
es tomar una cosa por otra?
Teetetes.
Sí.
Sócrates.
Podemos, según tu opinion, representarnos, por el pensamiento, un objeto,
como siendo otro que el que realmente es, y no tal como es.
Teetetes.
Sí podemos.
Sócrates.
Cuando se cae en semejante error, ¿es una necesidad que se tengan presentes
en el pensamiento uno y otro objeto o uno de los dos?
Teetetes.
Sin duda.
Sócrates.
Los dos, a la vez, o uno después del otro.
Teetetes.
Muy bien.
Sócrates.
¿Entiendes tú por pensar lo mismo que yo?
Teetetes.
¿Qué entiendes por pensar?
Sócrates.
Un discurso que el alma se dirige a sí misma sobre los objetos que
considera. Me explico como un hombre que no sabe muy bien aquello de que
habla, pero me parece que el alma, cuando piensa, no hace otra cosa que
conversar consigo misma, interrogando y respondiendo, atirmando y negando, y
que, cuando se ha resuelto, sea más o menos pronto, y ha dicho su
pensamiento sobre un objeto, sin permanecer más en duda, en esto consiste el
juicio. Así pues, juzgar, en mi concepto, es hablar, y la opinión es un
discurso pronunciado, no a otro, ni de viva voz, sino en silencio y a sí
mismo. ¿Qué dices tú?
Teetetes.
Lo mismo.
Sócrates.
Cuando se juzga que una cosa es otra, a mi parecer, se dice uno a sí mismo
que tal cosa es tal otra.
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