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Díalogos Socráticos
Timeo, o sobre la
naturaleza de las cosas
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Los huesos, la carne y los elementos semejantes fueron creados de la
siguiente manera. La médula es el origen de todos éstos; pues, mientras el
alma está atada al cuerpo, los vínculos vitales dan raíces firmes al género
humano, pero la médula misma se origina en otros elementos. El dios, al
idear una mezcla de todas las simientes para todo el género mortal,
seleccionó de todos los elementos los triángulos primordiales que por ser
firmes y lisos eran capaces de proporcionar con la máxima exactitud fuego,
agua, aire y tierra, los mezcló en cantidades proporcionales y confeccionó
con ellos la médula. Después implantó y ató las partes del alma a ella. En
la distribución que hizo al principio, dividió la médula misma directamente
en tantas y tales figuras cuantas y cuales especies de alma iba a poseer.
Hizo totalmente circular a la que como un campo fértil iba a albergar la
simiente divina y llamó a esta parte de la médula cerebro, porque el
recipiente alrededor de ella sería la cabeza de todo ser viviente una vez
terminado. Dividió, además, la parte que iba a retener el resto mortal del
alma en figuras que eran al mismo tiempo esféricas y oblongadas, y llamó al
conjunto médula. Después tendió de éstas, como de anclas, ataduras de toda
el alma y construyó todo nuestro cuerpo a su alrededor, para lo cual primero
rodeó el conjunto con una cobertura ósea. Construyó el sistema óseo de la
siguiente manera. Tamizó tierra limpia y suave y la mezcló y mojó con
médula. Después, colocó la masa resultante en fuego; a continuación la bañó
en agua, nuevamente en fuego y otra vez en agua y la fue poniendo así
alternativamente en uno y en otro hasta que la hizo tal que ninguno de los
dos elementos puede fundirla ni disolverla. Con este compuesto torneó una
esfera ósea alrededor de su cerebro, a la que dejó una salida estrecha.
Moldeó vértebras óseas alrededor de la médula del cuello y de la espalda y
las extendió como pivotes desde la cabeza a lo largo de todo el tronco. De
esta manera, con el fin de preservar toda la simiente, la protegió con un
cercado pétreo al que puso articulaciones, insertando entre ellas la fuerza
de lo diferente para el movimiento y la flexión. Como pensó que el tejido
óseo, más frágil y rígido de lo debido, si se calentaba y volvía a enfriar,
se ulceraría y corrompería rápidamente la simiente que se encontraba en su
interior, ideó los tendones y la carne: los primeros para lograr un cuerpo
flexible y extensible, por medio de la unión de todos los miembros a través
del género de los tendones que se tensa y relaja alrededor de los pivotes;
respecto de la carne consideró que serviría de protección contra las
quemaduras, valla contra los fríos y, además, reparo en las caídas como las
prendas de fieltro, puesto que cede a los cuerpos blanda y suavemente y
posee una humedad cálida dentro de ella, de modo que mientras transpira y se
humedece durante el verano, proporcionando en todo el cuerpo un frío
apropiado, durante el invierno, en cambio, rechaza adecuadamente la escarcha
exterior circundante con su calidez. Con estos pensamientos, el modelador de
cera hizo carne jugosa y blanda. Para ello, mezcló y ensambló agua, fuego y
tierra y, después, compuso un fermento de ácido y sal que agregó a la
mezcla. Para los tendones hizo una combinación de características
intermedias de la mezcla de hueso y carne sin fermento y agregó color
dorado. De ahí que los tendones obtuvieran una mayor elasticidad y
viscosidad que la carne, pero también mayor blandura y humedad que los
huesos. El dios rodeó con estos tejidos los huesos y la médula: los ató
entre sí con tendones y luego cubrió todo con carne desde la parte superior.
Protegió con muy poca carne las partes de los huesos que más alma cobijan;
las más inanimadas en su interior, con mucha y densa. Además, en las uniones
de los huesos, donde su razonamiento le mostró que no era de ninguna
necesidad, hizo nacer poca carne, para que ni entorpeciera el traslado del
cuerpo por ser un obstáculo para las flexiones, ni éste se moviera con
dificultad, ni, por encontrarse en gran cantidad y alta densidad y
compresión, ocasionara insensibilidad por su solidez e hiciera la
inteligencia torpe en el recuerdo y superficial. Por ello, llenó de carne
los muslos y piernas, las caderas y los huesos de brazos y antebrazos y
todos los que en nosotros son inarticulados y por la poca cantidad de alma
en la médula están vacíos de inteligencia. Rodeó con menor cantidad de carne
todo lo que tiene inteligencia --excepto algún órgano que hizo totalmente de
carne por la percepción, como la lengua--, mas la mayoría la hizo de aquella
manera. Pues la naturaleza nacida de y criada por la necesidad no admite en
absoluto una estructura ósea densa y mucha carne junto con una percepción
aguda. Sobre todo se habría dado dicha combinación en la estructura de la
cabeza, si ambos elementos hubieran querido coincidir, y el género humano,
con una cabeza carnosa, llena de tendones y más fuerte sobre sí, habría
alcanzado una vida el doble o muchas veces más larga, más saludable y menos
dolorosa que en la actualidad. Pero los creadores de nuestra raza, cuando se
plantearon si debían crear un género que viviera más tiempo pero peor o uno
que viviera menos, pero mejor, coincidieron en que todo el mundo debe, sin
dudarlo, preferir la vida más corta pero mejor a la más larga pero peor. Por
tanto, cubrieron la cabeza con hueso poroso, mas, puesto que no tiene puntos
de flexión, no la rodearon de carne y tendones. Por todo esto, fue agregada
una cabeza al cuerpo de todo hombre, más sensible e inteligente, pero
también mucho más débil. Por estas mismas causas, el dios extendió así los
tendones en círculo hasta el extremo de la cabeza y los pegó alrededor del
cuello por medio de la semejanza y ató a ellos las mandíbulas bajo el
rostro; y el resto lo esparció en todos los miembros, uniendo articulación
con articulación. Nuestros artífices dispusieron las características de
nuestra boca con dientes, lengua y labios, tal como ahora está ordenada, a
causa de lo necesario y lo mejor, ya que la idearon para entrada de lo
necesario y como salida de lo mejor. Pues todo lo que entra para dar
alimento al cuerpo es necesario, y la corriente de palabras, cuando fluye
hacia afuera y obedece a la inteligencia, es la más bella y mejor de todas
las corrientes. Además, ni era posible dejar la estructura ósea de la cabeza
desnuda por el exceso de frío o calor en cada una de las estaciones, ni
pasar por alto que cubierta se volvería obtusa e insensible por la cantidad
de carne. De la carne no seca separaron una corteza excedente mayor, lo que
ahora se llama piel, que a causa de la humedad del cerebro avanzó hasta
juntarse consigo misma y revistió la cabeza en círculo como si fuera un
retoño. La humedad, que sube de abajo de las suturas, la irriga y cierra en
la coronilla, atándola como un nudo. Las variadas suturas se produjeron por
la fuerza de las revoluciones y de la alimentación; si éstas luchan más
entre sí, serán más; en caso contrario, menos. La parte divina perforó con
fuego toda esta piel en círculo. Cuando la perforación de la piel hizo que
la humedad se escapara al exterior por sus poros, salieron toda la humedad y
el calor puros, pero la mezcla de éstos que compone la piel se elevó a causa
de la salida y se extendió mucho hasta ser tan tenue como la perforación,
pero, debido a su lentitud, repelida al interior por el aire exterior
circundante, se enrolló y echó raíces debajo de la piel. Por estos procesos,
nació el pelo en la piel, aunque emparentado con ella en la fibrosidad, más
duro y denso por el proceso de contracción por enfriamiento que sufre cada
pelo cuando, al separarse de la piel, se enfría. Con esto, nuestro hacedor
hizo la cabeza pilosa, por las causas mencionadas y porque pensó que tenía
que tener una cobertura liviana alrededor del cerebro en vez de carne para
su seguridad, que proporcionara en verano y en invierno suficiente sombra y
cubrimiento, sin convertirse en un impedimento de la buena percepción. En el
entretejido de los tendones, piel y huesos que rodea los dedos, de la mezcla
de los tres elementos y de su secamiento se originó una piel dura, que, si
bien realizaron estas causas auxiliares, la inteligencia, la causa
principal, hizo por todos los que iban a nacer en el futuro. Como los que
nos construyeron sabían que en alguna oportunidad de los hombres iban a
nacer las mujeres y las restantes bestias y se percataron de que muchos
animales también necesitarían usar las uñas a menudo, por eso modelaron en
los hombres que estaban naciendo en ese momento principios de uñas. Por
estas razones, nacieron en las puntas de las extremidades la piel, los
cabellos y las uñas.
Cuando ya estaban todas las partes y miembros propios de un ser viviente
mortal, y tenía que pasar necesariamente su vida entre fuego y aire, y, como
era disuelto y vaciado por ellos y se desgastaba, los dioses concibieron una
ayuda para él. Mezclaron una naturaleza relacionada con la humana con otras
figuras y sensaciones, de modo que hubiera un ser viviente diferente, y la
plantaron. Los árboles, plantas y simientes domésticas actuales, cultivadas
por la agricultura, fueron domesticadas para nosotros, pero antes existían
sólo los géneros salvajes, que son más antiguos que los domésticos. En
verdad, todo lo que eventualmente participa de la vida debería ser llamado
con justicia y con la mayor corrección ser viviente. Lo que ahora
mencionamos posee al menos la tercera especie de alma, de la que el discurso
afirma que se asienta entre el diafragma y el ombligo y no participa en nada
de la opinión ni del razonamiento ni de la inteligencia, sino de la
percepción placentera o dolorosa acompañada de los apetitos, pues todo lo
realiza por medio de la pasión y, cuando percibe algo de sí misma, su
origen, por naturaleza, no le permite razonar [como razona el alma racional
que] gira sobre sí misma, rechaza el movimiento proveniente del exterior y
utiliza el propio. Por ello, aunque vive y no difiere de un animal,
enraizado en un lugar, está fijo, porque ha sido despojado del movimiento
propio.
Una vez que nuestros superiores hubieron plantado para nosotros, sus
inferiores, todas estas especies para nuestra alimentación, abrieron canales
en nuestro cuerpo, como en un jardín, para que fuera irrigado como desde una
fuente. En primer lugar, cortaron dos venas dorsales como canales ocultos
bajo la unión de la piel y la carne, dado que el cuerpo es gemelo a la
derecha y a la izquierda. Las colocaron junto a la columna vertebral, con la
médula generadora entre ellas, para que ésta alcanzara el mayor vigor
posible y el flujo originado desde allí, al ser descendente, fuera abundante
y proporcionara una irrigación equilibrada al resto del cuerpo. Después
dividieron en dos las venas que circulan alrededor de la cabeza, las
entrelazaron entre sí y las hicieron fluir en dirección contraria, para lo
cual inclinaron algunas de la derecha hacia la izquierda del cuerpo y otras
de la izquierda hacia la derecha para que hubiera otro vínculo entre la
cabeza y el cuerpo junto con la piel, ya que ésta no estaba ceñida alrededor
de la coronilla por tendones, y, además, para que desde cada una de las
partes se hiciera evidente a todo el cuerpo el proceso de percepción. Desde
allí prepararon la irrigación de una manera que observaremos fácilmente si
acordamos de antemano lo siguiente, que todo lo que está compuesto por
elementos menores es impenetrable a los mayores, pero lo que está compuesto
de mayores no puede detener a los menores, y que el fuego es el elemento que
tiene las partículas más pequeñas, por lo que atraviesa agua, aire, tierra y
todo lo que está hecho de estos elementos, pero ninguno de ellos puede
impedirle el paso. Lo mismo hay que suponer de la cavidad de nuestro tronco,
que obstruye el paso de las comidas y bebidas cuando caen en ella, pero no
puede detener el aire ni el fuego, dado que están compuestos de partículas
menores que las que tiene su estructura. Dios utilizó estos dos elementos
para el sistema de irrigación que va de la cavidad del tronco hacia las
venas, un tejido de aire y fuego como las nasas que sirven para atrapar
peces, con ingresos dobles en la entrada, de los que, a su vez, uno tiene
una bifurcación. Desde los pasajes de entrada extendió como aderras
alrededor de todo el órgano, hasta el extremo del tejido. Hizo todo el
interior del tejido de fuego y la entrada y la cavidad de aire. Después lo
tomó y se lo colocó al ser viviente que había modelado de la siguiente
manera: puso la doble entrada en la boca e hizo bajar una parte por los
tubos bronquiales hacia el pulmón, y la otra a lo largo de ellos a la
cavidad del tronco. Dividió después el otro acceso en dos e hizo terminar
cada parte conjuntamente en los conductos de la nariz, de modo que cuando no
funciona el de la boca, desde esta entrada se pueden llenar todos sus
flujos. Hizo crecer el resto de la cavidad de la nasa alrededor de toda la
concavidad de nuestro cuerpo y que, unas veces, todo confluya suavemente
hacia los accesos, puesto que es de aire, y, otras, que las entradas
refluyan y que el tejido, como el cuerpo es poroso, se hunda hacia adentro a
través de él y nuevamente salga. Los rayos de fuego interior, atados, siguen
en ambas direcciones el aire que entra y esto no deja de suceder mientras el
animal está con vida. Decimos que el que da los nombres llamó a este proceso
inspiración y espiración. Este fenómeno le sucede a nuestro cuerpo cuando se
humedece y enfría para alimentarse y vivir. Cuando en el interior el fuego
toma contacto con el aire que entra y sale y lo sigue, se eleva
continuamente para introducirse a través de la cavidad, donde recibe los
alimentos y bebidas que disuelve y divide en pequeñas partículas,
conduciéndolas a través de las salidas por las que había entrado, y, como
desde una fuente en los canales, las vierte en las venas, y hace fluir los
humores de las venas a través del cuerpo como a través de un acueducto.
Veamos otra vez el proceso de respiración, por medio de qué causas llega a
ser tal como es ahora. Se produce de esta manera, entonces, puesto que no
hay un vacío en el que pueda ingresar un cuerpo en movimiento y el aire se
mueve de nosotros hacia el exterior, lo que se sigue de esto es ya evidente
para cualquiera: que no sale al vacío, sino que empuja la sustancia vecina
fuera de su región. Lo empujado siempre desplaza, a su vez, a lo que le es
vecino y, según esta necesidad, todo es arrastrado concatenadamente hacia el
lugar de donde partió el aire, entra allí, lo llena y sigue al aire. Todo
esto sucede simultáneamente como el rodar de una rueda porque el vacío no
existe. Por ello, el pecho y el pulmón, cuando exhalan el aire, se llenan
nuevamente del que se encuentra alrededor del cuerpo, que es hundido y
arrastrado a través de la carne porosa. Además, cuando el aire se vuelve y
sale del cuerpo, empuja el hálito hacia dentro por el camino de la boca y la
doble vía de las fosas nasales. Hay que suponer la siguiente causa de su
origen. Todo animal tiene sus partes internas muy calientes alrededor de su
sangre y sus venas, como si poseyera en sí una fuente de fuego. Ciertamente,
lo que habíamos asemejado al tejido de la masa, está totalmente entretejido
con fuego en su centro, y el resto, la parte exterior, con aire. Debemos
acordar que el calor sale naturalmente a su región propia en el exterior,
pero como hay dos salidas, una por el cuerpo y otra por la boca y la nariz,
cuando el fuego avanza hacia una de ellas, empuja a lo que está alrededor de
la otra y lo empujado cae en el fuego y se calienta, mientras que lo que
sale se enfría. Si la temperatura cambia y el aire que se encuentra en una
salida se calienta más, se apresura a retornar a aquel lugar de donde partió
y, al moverse hacia su naturaleza propia, empuja al que se desplaza por la
otra salida. En la medida en que sufre siempre los mismos procesos y
desencadena a su vez los mismos fenómenos, gira así en un círculo aquí y
allí y posibilita, producto de ambas causas, que se produzcan la inspiración
y la espiración.
Además, debemos investigar de esta manera las causas o de los efectos de las
ventosas medicinales, de la deglución y de los proyectiles, que una vez
lanzados van por el aire o se mueven sobre la tierra, y de todos los
sonidos, rápidos y lentos, que parecen agudos y graves, unas veces
desafinados por la disimilitud del movimiento que producen en nosotros y
otras acordes, por la semejanza. En efecto, los movimientos más lentos
alcanzan a los primeros y más rápidos cuando se están apagando y se asemejan
ya a aquellos movimientos con los que los mueven los sonidos emitidos
posteriormente y, cuando los alcanzan, no los desordenan con la
intercalación de otro movimiento, sino que unen el comienzo de una
revolución más lenta y acorde con la más rápida que se está apagando y
conforman una sensación mezcla de agudo y grave, con la que proporcionan
placer a los brutos y felicidad a los inteligentes, porque en las
revoluciones mortales se produce una imitación de la armonía divina. Y,
además, todas las corrientes de agua y también las caídas de rayos y la
sorprendente atracción de los ámbares y de las piedras herácleas: ninguno de
estos fenómenos posee una fuerza tal, sino que al que investiga
adecuadamente se le hará evidente que el vacío no existe, que todas estas
cosas se empujan cíclicamente entre sí y que, por separación o reunión,
todos los elementos se trasladan a su región propia, cambiando de sitio, así
como que los fenómenos maravillosos son producto de la combinación de estos
procesos entre sí.
En especial, la respiración, de donde partió nuestra exposición, surgió así
por estas causas, como fue dicho anteriormente, porque el fuego corta los
alimentos y, al oscilar dentro, sigue al aire y desde la cavidad llena las
venas en su oscilación, porque vierte desde ellas las sustancias que ha
cortado. Esta es la causa, por cierto, de que las corrientes de la
alimentación fluyan así en todo el cuerpo de los animales. Las partículas
que acaban de ser separadas de las sustancias alimenticias, unas de frutos,
otras de hierba, que dios plantó para alimento, son de variados colores a
causa de la mezcla entre sí. El calor rojo producido por la impresión del
corte del fuego en la humedad es el más común en ellas. Por eso, el color de
lo que fluye en el cuerpo tiene el aspecto que describimos, lo que llamamos
sangre, alimento de la carne y de todo el cuerpo, a partir de la cual las
partes irrigadas llenan la base de lo que se vacía. La forma de llenado y
vaciado es como la revolución de todo lo que existe en el universo, que
mueve todo lo afín hacia sí mismo. Lo que nos circunda disuelve y distribuye
continuamente las sustancias que despide nuestro cuerpo, para enviar las de
un mismo tipo hacia su propia especie. Los corpúsculos sanguíneos, por su
parte, cortados en nuestro interior y rodeados como por un cosmos por la
estructura del ser viviente, están obligados a imitar la revolución del
universo. Por tanto, transportada hacia el elemento afín, cada una de las
partículas interiores vuelve a llenar lo que se había vaciado en ese
momento. Cuando sale más de lo que entra, el conjunto fenece, cuando sale
menos, crece. La estructura de un animal joven posee triángulos elementales
todavía nuevos de pies a cabeza que están estrechamente unidos unos con
otros, pero su masa es tierna, ya que acaba de ser generada desde la médula
y alimentada con leche. Con sus nuevos triángulos, domina y corta en su
interior los de comida y bebida provenientes del exterior, más viejos y más
débiles que los suyos y, al alimentar de muchos corpúsculos semejantes a la
joven criatura, la hace crecer. Cuando la raíz de los triángulos se afloja,
porque han combatido intensamente durante mucho tiempo contra muchos
adversarios, ya no pueden cortar, haciéndolos semejantes a ellos a los que
ingresan por la alimentación, sino que ellos mismos son divididos con
facilidad por los que entran del exterior. Entonces, todo el animal se
consume vencido en este proceso y el fenómeno recibe el nombre de vejez.
Finalmente, cuando los vínculos unidos a los triángulos de la médula ya no
soportan el esfuerzo y se separan, desatan a su vez los vínculos del alma e
y ésta, liberada naturalmente, parte con placer en vuelo, pues todo lo que
sucede contra la naturaleza es doloroso, pero lo que se da como es natural
produce placer. Así, la muerte que se produce por enfermedad o heridas es
dolorosa y violenta, pero la que llega al fin de manera natural con la edad
es la menos penosa de las muertes y sucede más con placer que con dolor.
Para todos es evidente, me parece, de dónde provienen las enfermedades. Dado
que los elementos de los que se compone el cuerpo son cuatro, tierra, aire,
agua y fuego, su exceso o carencia contra la naturaleza y el cambio de la
región propia a una ajena producen guerras internas y enfermedades y,
además, como los tipos de fuego y de los elementos restantes son más de uno,
también el hecho de que cada uno reciba lo que no le es conveniente y todas
las causas semejantes. Cuando algo surge o cambia de lugar contra la
naturaleza, se calienta todo lo que antes estaba frío y, si era seco,
después se vuelve húmedo y, si liviano, pesado, y sufre todo tipo de
cambios. Pues sólo aquello, afirmamos, que es igual a una sustancia desde
todo punto de vista, añadido o sacado en la correcta relación y de la misma
manera, permitirá que ésta siga siendo idéntica a sí misma y permanezca sana
e íntegra. Lo que eventualmente infrinja alguno de estos principios, ya sea
que salga o entre del exterior, ocasionará mutaciones múltiples y, por
tanto, enfermedades y corrupciones infinitas.
Dado que hay estructuras secundarias por naturaleza, el que pretenda
comprender necesita considerar un segundo tipo de enfermedades. Puesto que
la médula y los huesos, la carne y los tendones se componen de los cuatro
elementos y aun la sangre, aunque de una manera diferente también proviene
de ellos, la mayoría de las enfermedades suceden de la manera mencionada
arriba, pero las más grandes y graves se originan cuando su formación se da
en sentido invertido; entonces estos tejidos se destruyen. La carne y los
tendones nacen naturalmente de la sangre, los tendones, de la fibrina por
afinidad; la carne, del coágulo que se genera cuando se separan las
fibrinas. Lo que se segrega de los tendones y la carne, resbaladizo y graso
al mismo tiempo, pega la carne a los huesos y, alimentado el hueso mismo que
se encuentra alrededor de la médula, lo hace crecer. El género más puro de
triángulos, el más suave y graso, cuya filtración es posible por la
estructura compacta del tejido óseo, mientras cae y se vierte gota a gota
desde los huesos, irriga la médula. Cuando todo sucede de esta manera, la
salud es buena; las enfermedades se producen en el caso contrario. En
efecto, cuando la carne, al disolverse, expulsa nuevamente a las venas su
putrefacción, la sangre, mucha y múltiple, se mezcla en las venas con aire y
adquiere colores variados y es diversamente amarga. Además, se vuelve ácida
y salada y tiene bilis, suero y flema de todo tipo. Los restos de carne
expulsados y corrompidos acaban primero con la sangre misma y se mueven a
través de las venas por todo el cuerpo sin proporcionarle ningún alimento.
Al no poseer ya el orden natural de las revoluciones, enemigas entre sí
porque no tienen ningún provecho de sí mismas, en guerra con lo estructurado
del cuerpo y lo que permanece en el sitio que le corresponde, destruyen y
disuelven lo que encuentran a su paso. Toda la carne que se consume por
haber envejecido demasiado rechaza ser asimilada y se ennegrece por la larga
combustión y, como es amarga porque está totalmente carcomida, ataca con
ferocidad las partes del cuerpo que todavía no están eventualmente
destruidas. A veces, el color negro adquiere acidez en vez de amargor porque
se ha afinado más la sustancia amarga; otras, la materia ácida, bañada por
la sangre, alcanza un color más rojo y, cuando el negro se mezcla con él, se
vuelve verdoso. Además, cuando el fuego consume carne nueva, el color
amarillo se mezcla con el amargor. Quizás algún médico les puso a todos el
nombre común de bilis o puede ser también que haya sido alguien capaz de
observar la multiplicidad disímil y ver que en ella hay un único género
digno de designar a todos los particulares. Cada una de las restantes formas
de bilis recibió una definición propia según su color. El suero: uno, el
suave líquido acuoso de la sangre; otro, el salvaje de la bilis negra y
ácida; cuando éste se mezcla por el calor con la fuerza salada, tal
sustancia se llama flema ácida. Además, el que se encuentra disuelto junto
con aire, proveniente de la carne nueva y tierna, cuando se llena de viento,
la humedad lo rodea y, por este fenómeno, se producen burbujas, invisibles
individualmente por su pequeñez, pero que, en conjunto, dan una masa visible
y tienen un color blanco por la producción de espuma. Decimos que toda esta
putrefacción de la carne tierna entremezclada con aire es flema blanca.
Además, sudor, lágrimas y otras sustancias semejantes que afluyen y se
eliminan diariamente son suero de flema reciente. Todos éstos se convierten
en instrumentos de las enfermedades cuando la sangre no se llena
naturalmente de comidas y bebidas, sino que, por el contrario, recibe una
cantidad de alimento opuesta a la costumbre natural. Si las enfermedades
separan un trozo de carne, pero permanecen sus bases, la magnitud de la
calamidad será la mitad, pues, aún puede recuperarse con facilidad. Siempre
que enferma lo que une la carne con los huesos y --por haberse separado al
mismo tiempo de los vasos fibrosos en los músculos y de los tendones-- ya no
es alimento para los huesos y vínculo de la carne con éstos, sino que, en
vez de graso, liso y resbaladizo, se hace áspero y salado por la mala dieta;
entonces, cuando sufre esto, se desintegra de nuevo totalmente bajo la carne
y los tendones mientras se separan de los huesos. La carne se precipita con
él desde las raíces y deja los tendones desnudos y llenos de salmuera. Las
partículas de carne, a su vez, entran en la circulación sanguínea y
acrecientan las enfermedades mencionadas antes. Aunque estos procesos
corporales son graves, son peores todavía los que van más allá: cuando el
hueso, al no airearse suficientemente por la densidad de la carne, calentado
por el moho, se caría y no recibe alimentación suficiente, sino que,
siguiendo el camino inverso, se desintegra nuevamente en ella, y ésta en la
carne y la carne, cuando cae en la sangre, ocasiona enfermedades que son
todas más graves que las anteriores. El caso más extremo de todos: cuando la
médula enferma por alguna carencia o algún exceso, produce las enfermedades
más graves e importantes en cuanto a la muerte, porque toda la naturaleza
corporal necesariamente fluye en sentido inverso.
Debemos pensar que el tercer tipo de enfermedades se ocasiona de manera
triple: por el aire, la flema y la bilis. Cuando el administrador del aire
en el cuerpo, el pulmón, obstruido por flujos, no tiene las salidas limpias,
el aire, unas veces no llega y otras entra más de lo conveniente. En un
caso, corrompe lo que no se refresca y, en el otro, violenta las venas y las
retuerce, disuelve el cuerpo y es interceptado al alcanzar la barrera en su
centro. De estos procesos nacen innumerables enfermedades dolorosas, a
menudo acompañadas de gran cantidad de sudor. En muchas ocasiones, cuando la
carne se descompone, el aire generado en el cuerpo, incapaz de salir,
ocasiona los mismos dolores que produce cuando entra por las vías obturadas;
los más intensos cuando, al rodear e hinchar los tendones y las venillas de
la espalda tensa los músculos de esa zona y los tendones contiguos hacia
atrás. Estas enfermedades son denominadas, a causa del fenómeno de tensión,
tétanos y curvación tetánica. Su remedio es desagradable, pues, en verdad,
los accesos de fiebre son los que mejor las curan. Cuando la flema blanca se
retiene, es peligrosa por el aire de las burbujas. Cuando tiene una
ventilación exterior, se suaviza y motea el cuerpo, causando la lepra blanca
y otras enfermedades relacionadas con ella. Cuando se mezcla con bilis negra
y se dispersa por las revoluciones más divinas de la cabeza y las
convulsiona, es más suave si se produce en sueños, pero si ataca a los que
están despiertos, es más difícil despojarse de ella. Dado que es una
enfermedad de la parte sagrada, lo más justo es llamarla sacra. La flema
ácida y salada es la fuente de todas las enfermedades catarrales. Como los
lugares hacia los que fluye son múltiples, ha recibido varios nombres. Todas
las inflamaciones del cuerpo, llamadas así por el 'quemarse' e 'inflamarse',
se produce por la bilis. Ésta, cuando alcanza una salida al exterior, se
pone a hervir y produce erupciones variadas; pero cuando está encerrada
dentro causa muchas enfermedades inflamatorias. La más grave se origina
cuando se mezcla con sangre pura y destruye el orden de las fibrinas, que
están distribuidas en la sangre para que su espesor y su grosor sea
proporcional y ni fluya del cuerpo poroso, líquida a causa del calor, ni se
desplace con dificultad en las venas, torpe de movimiento porque es muy
densa. Las fibrinas guardan la debida medida de todo esto en la sangre.
Cuando se extraen las de sangre muerta y fría, el resto de la sangre se
licua, mientras que si se las deja, rápidamente la coagulan juntamente con
el frío circundante. Dado que las fibrinas en la sangre tienen esta
propiedad, la bilis, que por naturaleza se ha producido de sangre vieja,
cuando se separa de la carne y vuelve a disolverse, caliente y líquida, en
el torrente sanguíneo --primero en pocas unidades--, por la propiedad de las
fibrinas, se coagula tras verterse. Una vez coagulada y violentamente
enfriada, ocasiona el frío y los escalofríos interiores. Pero si se vierte
una cantidad mayor en el torrente sanguíneo y se impone con su calor,
entonces pone en ebullición a las fibrinas y las agita en desorden. Si acaso
llega a ser capaz de imponerse totalmente, después de penetrar hasta la
médula y quemarla, suelta las cuerdas que allí amarran el alma como las de
una nave y la deja partir libre. Pero cuando es dominada y el cuerpo soporta
la disolución, una vez vencida, o es expulsada en todo el cuerpo o empujada
a través de las venas hacia la cavidad inferior o superior. Arrojada del
cuerpo como los que huyen de una ciudad en guerra civil, causa diarrea,
disentería y enfermedades semejantes. El cuerpo que enferma principalmente
por un exceso de fuego, tiene continuos calores y fiebres; el que lo hace de
un exceso de aire, fiebres cotidianas, y de agua, tercianas, porque ésta es
más roma que el aire y el fuego. El enfermo de un exceso de tierra --como
ésta es el cuarto elemento más obtuso-- purgado en períodos de tiempo del
cuádruple, tiene fiebres cuartanas y cura con dificultad.
Mientras las enfermedades del cuerpo suceden de la manera antedicha, las del
alma que son consecuencia del estado del cuerpo se dan del siguiente modo.
Es necesario acordar, ciertamente, que la demencia es una enfermedad del
alma y que hay dos clases de demencia, la locura y la ignorancia. Por tanto
debemos llamar enfermedad a todo lo que produce uno de estos dos estados
cuando alguien lo sufre y hay que suponer que para el alma los placeres y
dolores excesivos son las enfermedades mayores. Pues cuando un hombre goza
en exceso o sufre lo contrario por dolor, al esforzarse fuera de toda
oportunidad por atrapar el uno y huir del otro, no puede ni ver ni escuchar
nada correcto, sino que enloquece, absolutamente incapaz de participar de la
razón en ese momento. Quien posee el esperma abundante que fluye libremente
alrededor de la médula, como si fuera por naturaleza un árbol que es mucho
más fructífero de lo adecuado, sufre muchos dolores en cada cosa y también
goza de muchos placeres en los deseos y en las acciones que son producto de
ellos, de modo que enloquece la mayor parte de la vida por los grandes
placeres y dolores. Como su alma es insensata y está enferma a causa de su
cuerpo, parece malo, no como si estuviera enfermo, sino como si lo fuera
voluntariamente. Pero, en realidad, el desenfreno sexual es una enfermedad
del alma en gran parte porque una única sustancia se encuentra en estado de
gran fluidez en el cuerpo y lo irriga a causa de la porosidad de sus huesos.
En verdad, casi toda la crítica a la incontinencia en los placeres, en la
creencia de que los malos lo son intencionalmente, es incorrecta, pues nadie
es malo voluntariamente, sino que el malo se hace tal por un mal estado del
cuerpo o por una educación inadecuada, ya que para todos son estas cosas
abominables y se vuelven tales de manera involuntaria. Y también en lo que
concierne a los dolores, el alma recibe de la misma manera mucho daño a
causa del cuerpo. Pues si las flemas ácidas y saladas de éste o sus humores
amargos y biliosos vagan por el cuerpo sin encontrar salida al exterior,
ruedan de un lado a otro dentro y mezclan el vapor que expiden con la
revolución del alma, de modo que dan lugar a múltiples enfermedades --en
mayor y menor número, de menor o mayor importancia--, al trasladarse a los
tres asientos de aquélla. Donde eventualmente atacada una, multiplica las
varias formas de desenfreno y desgana o las de osadía y cobardía y también
el olvido y dificultad de aprendizaje. Además, cuando los que tienen una
constitución tan mala dicen sus malos proyectos políticos y sus discursos en
las ciudades, en privado y en público y, por otro lado, cuando tampoco se
estudia en absoluto desde joven aquello que pueda servir de remedio a esto,
todos los malos nos hacemos malos por dos motivos involuntarios, de los que
siempre hay que culpar más a los que engendran que a los que son engendrados
y a los que educan, más que a los educados. Sin embargo, hay que procurar,
en la medida en que se pueda, huir del mal y elegir lo contrario por medio
de la educación y la práctica de las ciencias. Pero, por cierto, esto
corresponde a otro tipo de discursos.
Sería razonable y conveniente ofrecer a su vez lo que completa a esto, lo
concerniente al cuidado del cuerpo y de la inteligencia, los principios con
los que se conservan. Pues es más lógico dar un discurso acerca del bien que
sobre el mal. Por cierto, todo lo bueno es bello y lo bello no es
desmesurado; por tanto, hay que suponer que un ser viviente que ha de ser
bello será proporcionado. Sin embargo, de las proporciones distinguimos con
claridad y calculamos las pequeñas, pero las más potentes e importantes nos
son incomprensibles. En efecto, para la salud y la enfermedad, para la
virtud y el vicio, ninguna proporción o desproporción es mayor que la del
alma respecto del cuerpo. No observamos nada de esto ni pensamos, que cuando
una figura más débil e inferior transporta un alma más fuerte y en todo
sentido grande, o cuando ambas están ensamblados en la relación contraria,
el conjunto del ser viviente no es bello --pues es desproporcionado en las
proporciones más importantes--, pero el que es de la manera contraria es el
más bello y más amable de todos los objetos de contemplación para el que
sabe mirar. Como cuando un cuerpo tiene miembros demasiado largos o algún
otro exceso que lo hace desproporcionado consigo mismo, es no sólo feo sino
también, al realizar esfuerzos en los que debe emplearse todo, recibe muchos
golpes y torceduras y, por su bamboleo, se cae a menudo y se causa
innumerables males a sí mismo; lo mismo debemos pensar acerca del complejo
que llamamos animal, que, cuando en él el alma, por ser mejor que el cuerpo,
es demasiado osada, convulsiona todo en el interior y lo llena de
enfermedades y, cuando se embarca intensamente en algún aprendizaje o
investigación, lo desgasta y, también, cuando enseña o lucha con palabras en
público o en privado a través de las disputas y las ansias de victoria que
se originan, lo enciende y agita, produciendo flujos con los que engaña a la
mayoría de los así llamados médicos y hace acusar a lo que es inocente. Y
cuando, a su vez, un cuerpo grande y altivo nace con una inteligencia
pequeña y débil, dado que por naturaleza los deseos de los hombres son de
dos tipos, por el cuerpo, de alimentación y, por lo más divino que hay en
nosotros, de conocimiento, los movimientos del elemento más fuerte, al
imponerse y hacer prosperar su parte, hacen el alma estólida, con
dificultades de aprendizaje y olvidadiza, de modo tal que ocasionan la
enfermedad más grave, la ignorancia. Para ambos desequilibrios hay un método
de salvación: no mover el alma sin el cuerpo ni el cuerpo sin el alma, para
que ambos, contrarrestándose, lleguen a ser equilibrados y sanos. El
matemático o el que realiza alguna otra práctica intelectual intensa debe
también ejecutar movimientos corporales, por medio de la gimnasia, y, por
otra parte, el que cultiva adecuadamente su cuerpo debe dedicar los
movimientos correspondientes al alma a través de la música y toda la
filosofía, si ha de ser llamado con justicia y corrección bello y bueno
simultáneamente. Así debe cuidar el cuerpo, el alma y sus partes, imitando
al universo. En efecto, como las sustancias que entran en el cuerpo queman y
enfrían su interior y, además, las exteriores lo secan y humedecen y éste
sufre las consecuencias de estos dos tipos de cambio, cuando uno pone en
movimiento el cuerpo en reposo, lo dominan y destruyen. Pero siempre que
alguien imita lo que antes denominamos aya y nodriza del universo --es
decir, con movimientos continuos, procura que el cuerpo se encuentre lo
menos posible en situación de reposo; por medio de vibraciones de todas sus
partes lo guarda de manera natural de los movimientos interiores y
exteriores y, con una agitación mesurada de los fenómenos corporales
errantes, ordena los elementos según su afinidad, de acuerdo con el discurso
anterior acerca de] universo--, no permitirá que lo enemigo colocado junto a
lo enemigo provoque guerras y enfermedades somáticas, sino que hará que lo
afín, colocado junto lo afín, produzca salud. Además, el movimiento óptimo
es el que el cuerpo mismo hace en sí, pues es el más afín al movimiento
inteligente y al del universo. El causado por otro agente es peor, mas el
peor de todos es el que tiene lugar cuando otros mueven partes del cuerpo
que yacen en descanso. Por ello, ciertamente, de las purificaciones y
acumulaciones del cuerpo, la mejor es la que se da a través de la gimnasia,
en segundo lugar, el balanceo en los viajes por agua o de cualquier manera
en la que el medio de transporte no cause fatiga. La tercera clase de
movimientos es útil si alguien se encuentra en alguna ocasión muy
necesitado; de otra manera, no la debe aceptar en absoluto el que tenga un
poco de inteligencia: el movimiento médico, producto de la purificación con
drogas. En efecto, no hay que excitar con medicamentos las enfermedades que
no impliquen grandes peligros, pues la estructura de las enfermedades se
asemeja de alguna manera a la de los seres vivientes. De hecho, el conjunto
nace con un tiempo de vida preciso asignado a toda la especie y cada animal
particular es engendrado con un período de vida determinado,
independientemente de las afecciones que necesariamente sufra. Los
triángulos, que ya desde el principio poseen la capacidad de cada individuo,
están constituidos de tal manera que son capaces de durar hasta un momento,
más allá del cual no se puede vivir. El mismo argumento vale, por tanto,
para la estructura de las enfermedades: cuando se pone fin a la dolencia con
medicamentos antes del tiempo de duración que le es propio, de suaves y
pocas enfermedades suelen ocasíonarse muchas y graves. Por ello es necesario
cuidar todo esto con regímenes mientras se esté a tiempo, sin irritar el mal
problemático con medicación.
Quede así expuesto lo que concierne al ser viviente general y a sus partes
corporales, de qué manera alguien viviría más de acuerdo con la razón,
mientras cuide y sea cuidado por sí mismo. En primer lugar y especialmente,
debemos procurar que lo que lo cuida sea en lo posible lo más bello y mejor
para tal fin. Disertar con exactitud acerca de esto requeriría por sí solo
una obra. Pero quizás, si se observa el problema desde la perspectiva que
hemos utilizado antes, se lo podría exponer de manera no desacertada en un
excurso como sigue. Así como dijimos a menudo que en nosotros habitan tres
especies del alma en tres lugares, cada una con sus movimientos propios, de
la misma manera también ahora debemos afirmar brevemente que lo que de ellas
vive en ocio y descansa de sus movimientos propios se vuelve necesariamente
lo más débil, y lo que se ejercita, lo más fuerte. Por ello hay que cuidar
que las diferentes clases de alma tengan movimientos proporcionales entre
sí. Debemos pensar que dios nos otorgó a cada uno la especie más importante
en nosotros como algo divino, y sostenemos con absoluta corrección que
aquello de lo que decimos que habita en la cúspide de nuestro cuerpo nos
eleva hacia la familia celeste desde la tierra, como si fuéramos una planta
no terrestre, sino celeste. Pues de allí, de donde nació la primera
generación del alma, lo divino cuelga nuestra cabeza y raíz y pone todo
nuestro cuerpo en posición erecta. Por necesidad, el que se abona al deseo y
a la ambición y se aplica con intensidad a todo eso engendra todas las
doctrinas mortales y se vuelve lo más mortal posible, sin quedarse corto en
ello, puesto que esto es lo que ha cultivado. Para el que se aplica al
aprendizaje y a los pensamientos verdaderos y ejercita especialmente este
aspecto en él, es de toda necesidad, creo yo, que piense lo inmortal y lo
divino y, si realmente entra en contacto con la verdad, que lo logre, en
tanto es posible a la naturaleza humana participar de la, inmortalidad.
Puesto que cuida siempre de su parte divina, y tiene en, buen orden, al dios
que habita en él, es necesario que sea sobremanera feliz. Ciertamente, para
todos hay un único cuidado del conjunto: atribuir a cada parte los alimentos
y movimientos que les son propios. Los pensamientos y revoluciones del
universo son movimientos afines a lo divino en nosotros. Adecuándose a ellos
para corregir por medio del aprendizaje de la armonía y de las revoluciones
del universo los circuitos de la cabeza destruidos al nacer, cada uno debe
asemejar lo que piensa a lo pensado de acuerdo con la naturaleza originaria
y, una vez asemejado, alcanzar la meta vital que los dioses propusieron a
los hombres como la mejor para el presente y el futuro.
Bien, ahora parece haber llegado casi a su fin lo que se nos había
encomendado al principio, hablar acerca del universo hasta la creación del
hombre. Tenemos que recordar, además, brevemente, cómo nació el resto de los
animales, tema que no hay ninguna necesidad de prolongar; pues así uno
creería ser más mesurado respecto de este tipo de discursos. He aquí la
exposición correspondiente. Todos los varones cobardes y que llevaron una
vida injusta, según el discurso probable, cambiaron a mujeres en la segunda
encarnación. En ese momento, los dioses crearon el amor a la copulación,
haciendo un animal animado en nosotros y otro en las mujeres de la siguiente
manera. Perforaron el conducto de salida de la bebida en dirección a la
médula --que en la exposición anterior llamamos simiente y que se encuentra
fijada a lo largo de la columna vertebral desde la cabeza y el cuello hacia
abajo-- allí donde evacua el líquido que ha recibido y que fue comprimido
por el aire a través del pulmón y los riñones hasta la vejiga. La médula,
tras ser animada y haber recibido una ventilación, infunde un deseo vital de
expulsar el fluido al conducto por donde se ventila y lo hace un Eros [amor]
de la reproducción. Por ello, las partes pudendas de los hombres, al ser
desobedientes e independientes, como un animal que no escucha a la razón,
intentan dominarlo todo a causa de sus deseos apasionados. Los así llamados
úteros y matrices en las mujeres --un animal deseoso de procreación en
ellas, que se irrita y enfurece cuando no es fertilizado a tiempo durante un
largo período y, errante por todo el cuerpo, obstruye los conductos de aire
sin dejar respirar-- les ocasiona, por la misma razón, las peores carencias
y les provoca variadas enfermedades, hasta que el deseo de uno y el amor de
otro, como si recogieran un fruto de los árboles, los reúnen y, después de
plantar en el útero como en tierra fértil animales invisibles por su
pequeñez e informes y de separar a los amantes nuevamente, crían a aquéllos
en el interior, y, tras hacerlos salir más tarde a la luz, cumplen la
generación de los seres vivientes. Así surgieron, entonces, las mujeres y
toda la especie femenina. El género de los pájaros, que echó plumas en vez
de pelos, se produjo por el cambio de hombres que, a pesar de no ser malos,
eran superficiales y que, aunque se dedicaban a los fenómenos e celestes,
pensaban por simpleza que las demostraciones más firmes de estos fenómenos
se producían por medio de la visión. La especie terrestre y bestial nació de
los que no practicaban en absoluto la filosofía ni observaban nada de la
naturaleza celeste porque ya no utilizaban las revoluciones que se
encuentran en la cabeza, sino que tenían como gobernantes a las partes del
alma que anidan en el tronco. A causa de estas costumbres, inclinaron los
miembros superiores y la cabeza hacia la tierra, empujados por la afinidad,
y sus cabezas obtuvieron formas alargadas y múltiples, según hubieran sido
comprimidas las revoluciones de cada uno por la inactividad. Por esta razón
nació el género de los cuadrúpedos y el de pies múltiples, cuando dios dio
más puntos de apoyo a los más insensatos, para arrastrarlos más hacia la
tierra. A los más torpes entre éstos, que inclinaban todo el cuerpo hacia la
tierra, como ya no tenían ninguna necesidad de pies los engendraron sin pies
y arrastrándose sobre el suelo. La cuarta especie, la acuática, nació de los
más carentes de inteligencia y más ignorantes; a los que quienes
transformaban a los hombres no consideraron ni siquiera dignos de aire puro,
porque eran impuros en su alma a causa del absoluto desorden, sino que los
empujaron a respirar agua turbia y profunda en vez de aire suave y puro. Así
nació la raza de los peces, los moluscos y los animales acuáticos en
general, que recibieron los habitáculos extremos como castigo por su extrema
ignorancia. De esta manera, todos los animales, entonces y ahora, se
convierten unos en otros y se transforman según la pérdida o adquisición de
inteligencia o demencia.
Y ahora también afirmemos que nuestro discurso acerca del universo ha
alcanzado ya su fin, pues este mundo, tras recibir los animales mortales e
inmortales y llenarse de esta manera, ser viviente visible que comprende los
objetos visibles, imagen sensible del dios inteligible, llegó a ser el mayor
y mejor, el más bello y perfecto, porque este universo es uno y único.
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