91. Obrar sólo
si no hay dudas sobre la prudencia. La sospecha de desacierto
en el que actúa se convierte en evidencia para el que mira y mucho más
si fuera un competidor. Si acaloradamente se adopta, con dudas, una
decisión, después, sin pasión, se condenará la necedad manifiesta. Son
peligrosas las acciones en las que duda la prudencia. Es más seguro no
realizarlas. La prudencia no admite probabilidades.
92. Buen
sentido trascendental, es decir, en todo. Es la primera y más
alta regla para obrar y hablar, más recomendable cuanto mayores y más
elevadas son las ocupaciones. Más vale un grano de buen sentido que
montañas de inteligencia. Así se camina seguro, aunque no tan aplaudido.
Pero la reputación de prudente es el triunfo de la fama. Con ella se
satisface a los prudentes, cuya aprobación es la piedra de toque de los
aciertos.
93. Hombre
universal. Está hecho de todas las perfecciones y vale por
muchos. Hace muy feliz la vida, y traslada este placer a los amigos. La
variedad con perfecci6n es entretenimiento de la vida. Es un gran arte
saber disfrutar de todo lo bueno. La naturaleza hizo del hombre, por su
eminencia, un compendio de todo lo natural; que el arte lo convierta en
un universo por el ejercicio y cultivo tanto del buen gusto como de la
inteligencia.
94. Capacidad
inabarcable. Es mejor que el hombre prudente evite que le midan
la profundidad de su sabiduría y méritos, si quiere que todos le veneren.
Que sea conocido pero no comprendido. Que nadie le averigüe los límites
de la capacidad, para huir del peligro evidente del desengaño. Que nunca
dé lugar a que ninguno le alcance del todo. Causa mayor veneración la
opinión y la duda sobre dónde llega la capacidad de cada uno que la
evidencia de ella, por grande que fuera.
95. Saber
mantener la expectación: alimentarla siempre. Hay que prometer
más y mucho. La mejor acción debe ser hacer un envite de gran cantidad.
No se tiene que echar todo el resto en la primera buena jugada. Es una
gran treta saber moderarse en las fuerzas, en el saber, e ir adelantando
el triunfo.
96. Un
extraordinario buen sentido. Es el trono de la razón, base de
la prudencia, y por él cuesta poco acertar. Es el regalo del cielo más
deseado por ser el primero y el mejor. Es la primera pieza de la
armadura, tan necesaria que si falta cualquier otra el hombre no será
llamado falto. Su menos, su falta, se nota más. Todas las acciones de la
vida dependen de su influencia, y todas solicitan su aprobación, pues
todo tiene que hacerse con seso, con buen sentido. Consiste en una
propensión innata a todo lo que está de acuerdo con la razón. Siempre se
casa con lo más acertado.
97. Conseguir y
conservar la reputación. Es el usufructo de la fama. Cuesta
mucho porque nace de las eminencias, más raras cuanto son comunes las
medianías. Una vez conseguida, se conserva con facilidad. Obliga mucho y
obra más. Es un tipo de majestad cuando llega a ser veneración, por la
sublimidad de su origen y de su ámbito. Aunque la reputación en sí misma
siempre se ha valorado.
98. Ocultar la
voluntad. Las pasiones son los portillos del ánimo. El saber
más práctico consiste en disimular. El que juega a juego descubierto
tiene riesgo de perder. Que compita la reserva del cauteloso con la
observación del advertido. A la mirada de lince, un interior de tinta de
calamar. Es mejor que no se sepa la inclinación, para evitar ser
conocido tanto en la oposición como en la lisonja.
99. Realidad y
apariencia. Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que
parecen. Son raros los que miran por dentro, y muchos lo que se
contentan con lo aparente. No basta tener razón si la cara es de malicia.
100. El hombre
desengañado, que conoce los errores y engaños de la vida: es sabio
virtuoso y filósofo del mundo. Serlo, pero no parecerlo y mucho
menos hacer ostentación. La filosofía moral está desacreditada, aunque
es la mayor ocupación de los sabios. La ciencia de los prudentes vive
desautorizada. Séneca la introdujo en Roma y luego se conservó en los
palacios. Hoy se considera impertinente, pero siempre el desengaño fue
pasto de la prudencia y delicia de la entereza.
101. La mitad
del mundo se está riendo de la otra mitad, y ambas son necias.
Según las opiniones, o todo es bueno o todo es malo. Lo que uno sigue el
otro lo persigue. Es un necio insufrible el que quiere regularlo todo
según su criterio. Las perfecciones no dependen de una sola opinión: los
gustos son tantos como los rostros, e igualmente variados. No hay
defecto sin afecto. No se debe desconfiar porque no agraden las cosas a
algunos, pues no faltarán otros que las aprecien. Ni enorgullezca el
aplauso de éstos, pues otros lo condenarán. La norma de la verdadera
satisfacción es la aprobación de los hombres de reputación y que tienen
voz y voto en esas materias. No se vive de un solo criterio, ni de una
costumbre, ni de un siglo.