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La Astronomía en la antigüedad
La curiosidad humana con respecto al día y la noche, al
Sol, la Luna y las estrellas, llevó a los hombres
primitivos a la conclusión de que los cuerpos celestes
parecen moverse de forma regular. La primera utilidad de
esta observación fue, por lo tanto, la de definir el
tiempo y orientarse.
La astronomía solucionó los problemas inmediatos de las
primeras civilizaciones: la necesidad de establecer con
precisión las épocas adecuadas para sembrar y recoger
las cosechas y para las celebraciones, y la de
orientarse en los desplazamientos y viajes.
Para los pueblos primitivos el cielo mostraba una
conducta muy regular. El Sol que separaba el día de la
noche salía todas las mañanas desde una dirección, el
Este, se movía uniformemente durante el día y se ponía
en la dirección opuesta, el Oeste. Por la noche se
podían ver miles de estrellas que seguían una
trayectoria similar.
En las zonas templadas, comprobaron que el día y la
noche no duraban lo mismo a lo largo del año. En los
días largos, el Sol salía más al Norte y ascendía más
alto en el cielo al mediodía. En los días con noches más
largas el Sol salía más al Sur y no ascendía tanto.
Pronto, el conocimiento de los movimientos cíclicos del
Sol, la Luna y las estrellas mostraron su utilidad para
la predicción de fenómenos como el ciclo de las
estaciones, de cuyo conocimiento dependía la
supervivencia de cualquier grupo humano. Cuando la
actividad principal era la caza, era trascendental
predecir el instante el que se producía la migración
estacional de los animales que les servían de alimento
y, posteriormente, cuando nacieron las primeras
comunidades agrícolas, era fundamental conocer el
momento oportuno para sembrar y recoger las cosechas.
La alternancia del día y la noche debe haber sido un
hecho explicado de manera obvia desde un principio por
la presencia o ausencia del Sol en el cielo y el día fue
seguramente la primera unidad de tiempo universalmente
utilizada.
Debió de ser importante también desde un principio el
hecho de que la calidad de la luz nocturna dependiera de
la fase de la Luna, y el ciclo de veintinueve a treinta
días ofrece una manera cómoda de medir el tiempo. De
esta forma los calendarios primitivos casi siempre se
basaban en el ciclo de las fases de la Luna. En cuanto a
las estrellas, para cualquier observador debió de ser
obvio que las estrellas son puntos brillantes que
conservan un esquema fijo noche tras noche.
Los primitivos, naturalmente, creían que las estrellas
estaban fijas en una especie de bóveda sobre la Tierra.
Pero el Sol y la Luna no deberían estar incluidos en
ella.
Del Megalítico se conservan grabados en piedra de las
figuras de ciertas constelaciones: la Osa Mayor, la Osa
Menor y las Pléyades. En ellos cada estrella está
representada por un alvéolo circular excavado en la
piedra.
Del final del Neolítico nos han llegado menhires y
alineamientos de piedras, la mayor parte de ellos
orientados hacia el sol naciente, aunque no de manera
exacta sino siempre con una desviación de algunos grados
hacia la derecha. Este hecho hace suponer que suponían
fija la Estrella Polar e ignoraban la precesión de los
equinoccios.
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La
Astronomía en el antiguo Egipto
Los egipcios observaron que las estrellas realizan un
giro completo en poco más de 365 días. Además este ciclo
de 365 días del Sol concuerda con el de las estaciones,
y ya antes del 2500 a.C. los egipcios usaban un
calendario basado en ese ciclo, por lo que cabe suponer
que utilizaban la observación astronómica de manera
sistemática desde el cuarto milenio.
El año civil egipcio tenía 12 meses de 30 días, más 5
días llamados epagómenos. La diferencia, pues, era de ¼
de día respecto al año solar. No utilizaban años
bisiestos: 120 años después se adelantaba un mes, de tal
forma que 1456 años después el año civil y el
astronómico volvían a coincidir de nuevo.
El Nilo empezaba su crecida más o menos en el momento en
que la estrella Sothis, nuestro Sirio, (el Sepedet de
los egipcios), tras haber sido mucho tiempo invisible
bajo el horizonte, podía verse de nuevo poco antes de
salir el Sol.
El calendario egipcio tenía tres estaciones de cuatro
meses cada una:
-Inundación o Akhet.
-Invierno o Peret, es decir, "salida" de las tierras
fuera del agua.-Verano o Shemú, es decir, "falta de agua".
La apertura del año egipcio ocurría el primer día del
primer mes de la Inundación, aproximadamente cuando la
estrella Sirio comenzaba de nuevo a observarse un poco
antes de la salida del Sol.
De finales de la época egipcia (144 d.C.) son los
llamados papiros de Carlsberg, donde se recoge un método
para determinar las fases de la Luna, procedente de
fuentes muy antiguas. En ellos se establece un ciclo de
309 lunaciones por cada 25 años egipcios, de tal forma
que estos 9.125 días se disponen en grupos de meses
lunares de 29 y 30 días. El conocimiento de este ciclo
permite a los sacerdotes egipcios situar en el
calendario civil las fiestas móviles lunares.
La orientación de templos y pirámides es otra prueba del
tipo de conocimientos astronómicos de los egipcios: las
caras de Se construyeron pirámides como la de Gizeh,
alineada con la estrella polar, con la que les era
posible determinar el inicio de las estaciones usando
para ello la posición de la sombra de la pirámide.
También utilizaron las estrellas para guiar la
navegación.
El legado de la astronomía egipcia llega hasta nuestros
días bajo la forma del calendario. Herodoto, en sus
Historias dice: "los egipcios fueron los primeros de
todos los hombres que descubrieron el año, y decían que
lo hallaron a partir de los astros".
La perspicaz observación del movimiento estelar y
planetario permitió a los egipcios la elaboración de dos
calendarios, uno lunar y otro civil. El calendario
Juliano y, más tarde, el Gregoriano - el que usamos
actualmente -, no son más que una modificación del
calendario civil egipcio.
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Astronomía en Babilonia
Los babilonios estudiaron los movimientos del Sol y de
la Luna para perfeccionar su calendario. Solían designar
como comienzo de cada mes el día siguiente a la luna
nueva, cuando aparece el primer cuarto lunar. Al
principio este día se determinaba mediante la
observación, pero después los babilonios trataron de
calcularlo anticipadamente.
Las primeras actividades astronómicas que se conocen de
los Babilonios datan del siglo VIII a.C. Se conoce que
midieron con precisión el mes y la revolución de los
planetas.
La observación más antigua de un eclipse solar procede
también de los Babilonios y se remonta al 15 de junio
del 763 a.C. Los babilonios calcularon la periodicidad
de los eclipses, describiendo el ciclo de Saros, el cual
aun hoy se utiliza. Construyeron un calendario lunar y
dividieron el día en 24 horas. Finalmente nos legaron
muchas de las descripciones y nombres de las
constelaciones.
Hacia el 400 a.C. comprobaron que los movimientos
aparentes del Sol y la Luna de Oeste a Este alrededor
del zodíaco no tienen una velocidad constante. Parece
que estos cuerpos se mueven con velocidad creciente
durante la primera mitad de cada revolución hasta un
máximo absoluto y entonces su velocidad disminuye hasta
el mínimo originario. Los babilonios intentaron
representar este ciclo aritméticamente dando por ejemplo
a la Luna una velocidad fija para su movimiento durante
la mitad de su ciclo y una velocidad fija diferente para
la otra mitad.
Perfeccionaron además el método matemático representando
la velocidad de la Luna como un factor que aumenta
linealmente del mínimo al máximo durante la mitad de su
revolución y entonces desciende al mínimo al final del
ciclo. Con estos cálculos los astrónomos babilonios
podían predecir la luna nueva y el día en que comenzaría
el nuevo mes. Como consecuencia, conocían las posiciones
de la Luna y del Sol todos los días del mes.
De forma parecida calculaban las posiciones planetarias,
tanto en su movimiento hacia el Este como en su
movimiento retrógrado. Los arqueólogos han desenterrado
tablillas cuneiformes que muestran estos cálculos.
Algunas de estas tablillas, que tienen su origen en las
ciudades de Babilonia y Uruk, a las orillas del río
Éufrates, llevan el nombre de Naburiannu (hacia 491 a.C.)
o Kidinnu (hacia 379 a.C.), astrólogos que debieron ser
los inventores de los sistemas de cálculo.
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La
Astronomía en la Europa Antigua
Antiguos pueblos que habitaron Europa tuvieron
conocimientos avanzados de los movimientos de los astros,
matemática y geometría. Realizaron grandes
construcciones para la practica de la astronomía
observacional, determinaron los solsticios y equinoccios
y pudieron predecir los eclipses.
Los astrónomos de las culturas megalíticas tuvieron unos
conocimientos realmente sorprendentes de los movimientos
de los astros y de la geometría práctica. Nos demuestran
que poseyeron ese gran saber los grupos de grandes
piedras erectas (megalitos, algunos de más de 25
toneladas de peso), dispuestas de acuerdo con esquemas
geométricos regulares, hallados en muchas partes del
mundo.
Algunos de esos círculos de piedras fueron erigidos de
modo que señalasen la salida y la puesta del Sol y de la
Luna en momentos específicos del año; señalan
especialmente las ocho posiciones extremas de la Luna en
sus cambios de declinación del ciclo de 21 días que
media entre una luna llena y la siguiente.
Varios de estos observatorios se han preservado hasta la
actualidad siendo los mas famosos los de Stonehenge en
Inglaterra y Carnac en Francia.
Stonehenge ha sido uno de los mas extensamente
estudiados. Se construyó en varias fases entre los años
2200 y 1600 a.C. Su utilización como instrumento
astronómico permitió al hombre del megalítico realizar
un calendario bastante preciso y predecir eventos
celestes como eclipses lunares y solares.
Stonehenge fue erigido a 51º de latitud norte y se tuvo
en cuenta el hecho de que el ángulo existente entre el
punto de salida del Sol en el solsticio de verano y el
punto más meridional de salida de la Luna es un ángulo
recto. El círculo de piedras, que se dividía en 56
segmentos, podía utilizarse para determinar la posición
dc la Luna a lo largo del año. Y también para averiguar
las fechas de los solsticios de verano e invierno y para
predecir los eclipses solares.
Los círculos de piedras le dieron al hombre del
megalítico en Europa un calendario bastante seguro,
requisito esencial para su asentamiento en comunidades
organizadas agrícolas tras el ultimo periodo glacial,
unos 10.000 años a.C.
Pero, aunque el europeo primitivo aprendió a servirse
del firmamento para regular su vida, siguió adorando los
astros, considerados como residencia o incluso como
manifestación de poderosos dioses que lo controlaban
todo.
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Astronomía clásica
Los griegos relacionaron los movimientos de los astros
entre sí e idearon un cosmos de forma esférica, cuyo
centro ocupaba un cuerpo ígneo y a su alrededor giraban
la Tierra, la Luna, el Sol y los cinco planetas
conocidos; la esfera terminaba en el cielo de las
esferas fijas: Para completar el número de diez, que
consideraban sagrado, imaginaron un décimo cuerpo, la
Anti-Tierra.
Los cuerpos describían, según ellos, órbitas circulares,
que guardaban proporciones definidas en sus distancias.
Cada movimiento producía un sonido particular y todos
juntos originaban la música de las esferas.
También descubrieron que la Tierra, además del
movimiento de rotación, tiene un movimiento de
traslación alrededor del Sol, sin embargo esta idea no
logró prosperar en el mundo antiguo, tenazmente aferrado
a la idea de que la Tierra era el centro del Universo.
Eudoxio y su discípulo Calipo propusieron la teoría de
las esferas homocéntricas, capaz de explicar la
cinemática del sistema solar. La teoría partía del hecho
de que los planetas giraban en esferas perfectas, con
los polos situados en otra esfera que a su vez tenía sus
polos en otra esfera. Cada esfera giraba regularmente,
pero la combinación de las velocidades y la inclinación
de una esfera en relación a la siguiente daba como
resultado un movimiento del planeta irregular, tal como
se observa. Para explicar los movimientos necesitaba 24
esferas.
Calipo mejoró sus cálculos con 34 esferas. Aristóteles
presentó un modelo con 54 esferas, pero las consideraba
con existencia real propia, no como elementos de cálculo
como sus predecesores. Hiparco redujo el número de
esferas a siete, una por cada planeta, y propuso la
teoría geocéntrica, según la cual la Tierra se
encontraba en el centro, mientras que los planetas, el
Sol y la Luna giraban a su alrededor.
Claudio Tolomeo adoptó y desarrolló el sistema de
Hiparco. El número de movimientos periódicos conocidos
en aquel momento era ya enorme: hacían falta unos
ochenta círculos para explicar los movimientos aparentes
de los cielos. El propio Tolomeo llegó a la conclusión
de que tal sistema no podía tener realidad física,
considerándolo una conveniencia matemática. Sin embargo,
fue el que se adoptó hasta el Renacimiento.
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Astronomía en la antigua Grecia
En Grecia comenzó a desarrollarse lo que ahora conocemos
como astronomía occidental. En los primeros tiempos de
la historia de Grecia se consideraba que la tierra era
un disco en cuyo centro se hallaba el Olimpo y en torno
suyo el Okeanos, el mar universal. Las observaciones
astronómicas tenían como fin primordial servir como guía
para los agricultores por lo que se trabajó intensamente
en el diseño de un calendario que fuera útil para estas
actividades.
La Odisea de Homero ya se refiere a constelaciones como
la Osa Mayor y Orión, y describe cómo las estrellas
pueden servir de guía en la navegación. La obra "Los
trabajos y los días" de Hesíodo informa sobre las
constelaciones que salen antes del amanecer en
diferentes épocas del año, para indicar el momento
oportuna para arar, sembrar y recolectar.
Las aportaciones científicas giegas más importantes se
asocian con los nombres de los filósofos Tales de Mileto
y Pitágoras, pero no se conserva ninguno de sus escritos.
La leyenda de que Tales predijo un eclipse total de Sol
el 28 de mayo de 585 a.C., parece ser apócrifa.
Hacia el año 450 a.C., los griegos comenzaron un
fructífero estudio de los movimientos planetarios.
Filolao (siglo V a.C.), discípulo de Pitágoras, creía
que la Tierra, el Sol, la Luna y los planetas giraban
todos alrededor de un fuego central oculto por una
‘contratierra’ interpuesta. De acuerdo con su teoría, la
revolución de la Tierra alrededor del fuego cada 24
horas explicaba los movimientos diarios del Sol y de las
estrellas.
El más original de los antiguos observadores de los
cielos fue otro griego, Aristarco de Samos. Creía que
los movimientos celestes se podían explicar mediante la
hipótesis de que la Tierra gira sobre su eje una vez
cada 24 horas y que junto con los demás planetas gira en
torno al Sol.
Esta explicación fue rechazada por la mayoría de los
filósofos griegos que contemplaban a la Tierra como un
globo inmóvil alrededor del cual giran los ligeros
objetos celestes. Esta teoría, conocida como sistema
geocéntrico, permaneció inalterada unos 2.000 años. Sus
bases eran:
- Los Planetas, el Sol, la Luna y las Estrellas se
mueven en orbitas circulares perfectas.
-La velocidad de los Planetas, el Sol, la Luna y las
estrellas son perfectamente uniformes.
-La Tierra se encuentra en el centro exacto del
movimiento de los cuerpos celestes.
Bajo estos principios Eudoxo (408 - 355 a.C) fue el
primero en concebir el universo como un conjunto de 27
esferas concéntricas que rodean la tierra, la cual a su
vez también era una esfera. Platón y uno de sus mas
adelantados alumnos Aristóteles (384 - 322 a.C.)
mantuvieron el sistema ideado por Eudoxo agregándole no
menos de cincuenta y cinco esferas en cuyo centro se
encontraba la Tierra inmóvil.
Pero el centro de la vida intelectual y científica se
trasladó de Atenas a Alejandría, ciudad fundada por
Alejandro Magno u y modelada según el ideal griego.
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La
Astronomía se traslada a Alejandría
En el siglo II d.C. los griegos combinaban sus teorías
celestes con observaciones trasladadas a planos. Los
astrónomos Hiparco de Nicea y Tolomeo determinaron las
posiciones de unas 1.000 estrellas brillantes y
utilizaron este mapa estelar como base para medir los
movimientos planetarios.
Al sustituir las esferas de Eudoxo por un sistema más
flexible de círculos, plantearon una serie de círculos
excéntricos, con la Tierra cerca de un centro común,
para representar los movimientos generales hacia el Este
alrededor del zodíaco a diferentes velocidades del Sol,
la Luna y los planetas.
Para explicar las variaciones periódicas en la velocidad
del Sol y la Luna y los retrocesos de los planetas,
decían que cada uno de estos cuerpos giraba
uniformemente alrededor de un segundo círculo, llamado
epiciclo, cuyo centro estaba situado en el primero.
Mediante la elección adecuada de los diámetros y las
velocidades de los dos movimientos circulares atribuidos
a cada cuerpo se podía representar su movimiento
observado. En algunos casos se necesitaba un tercer
cuerpo.
Ptolomeo compiló el saber astronómico de su época en los
trece tomos del «Almagesto». Expuso un sistema en donde
la Tierra, en el centro, estaba rodeada por esferas de
cristal de los otros 6 astros conocidos. La tierra no
ocupaba exactamente el centro de las esferas y los
planetas tenían un epiciclo (sistema creado por Apolonio
de Pergamo y perfeccionado por Hiparco) cuyo eje era la
línea de la órbita que giraba alrededor de la tierra
llamada deferente.
Como el planeta gira alrededor de su epiciclo se
aproxima y se aleja de la tierra mostrando a veces un
movimiento retrogrado. Este sistema permitía realizar
predicciones de los movimientos planetarios, aunque
tenía una precisión muy pobre. A a pesar de esto fue
popularizado y aceptado mas que como modelo verdadero
como una ficción matemática útil. Se calcula que el
universo ptolemaico solo media 80 millones de kilómetros.
Otra pensadora que, como Tolomeo, mantuvo viva la
tradición de la astronomía griega en Alejandría en los
primeros siglos de la era cristiana, fue Hipatia,
discípula de Platón. Escribió comentarios sobre temas
matemáticos y astronómicos y está considerada como la
primera científica y filósofa de Occidente.
Otros logros de la Astronomía en Alejandría fueron el
cálculo de la circunferencia de la tierra por
Eratóstenes y las primeras mediciones de las distancias
al Sol y la Luna. Se diseñaron catálogos estelares como
los de Hiparco de Nicea y el descubrimiento de la
presesión de los equinoccios.
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La
Astronomía en Roma
El imperio Romano, tanto en sus épocas paganas como
cristiana, dio poco o ningún impulso al estudio de las
ciencias. Roma era una sociedad práctica que respetaba
la técnica pero consideraba la ciencia tan poco útil
como la pintura y la poesía.
Los conocimientos astronómicos durante este período son
los que ya se conocían en época helena, es decir,
algunas teorías geocéntricas (Aristóteles) y la
existencia de los planetas visibles a simple vista
Venus, Marte, Júpiter y Saturno, con especial mención a
nuestro satélite natural, la Luna conocida desde siempre
y considerada como un Dios.
No podemos dejar de mencionar al filósofo romano
Lucrecio, del siglo I a.C., y su famosa obra De Rerum
Natura, en la que encontramos una concepción del
Universo muy cercana a la moderna, en algunos sentidos,
y extrañamente retrógrada, en otros.
Según Lucrecio, la materia estaba constituida de átomos
imperecederos. Éstos se encuentran eternamente en
movimiento, se unen y se separan constantemente,
formando y deshaciendo tierras y soles, en una sucesión
sin fin. Nuestro mundo es sólo uno entre un infinito de
mundos coexistentes; la Tierra fue creada por la unión
casual de innumerables átomos y no está lejano su fin,
cuando los átomos que la forman se disgreguen.
Pero Lucrecio no podía aceptar que la Tierra fuera
redonda. En realidad, cuando Lucrecio hablaba de un
número infinito de mundos se refería a sistemas
semejantes al que creía era el nuestro: una tierra plana
contenida en una esfera celeste. Pero indudablemente, a
pesar de sus desaciertos, la visión cósmica de Lucrecio
no deja de ser curiosamente profética.
Se cree que los cristianos fanáticos destruyeron la
Biblioteca de Alejandría en donde se concentraba el
saber de la humanidad hasta ese momento, la academia de
Platón fue cerrada, el Serapetum de Alejandría, centro
del saber, fue destruido y fueron asesinados muchos de
los sabios que se encontraban en sus campos.
Los estudiosos huyeron de Alejandría y Roma hacia
Bizancio y la ciencia tuvo una nueva etapa de desarrollo
en el ámbito del Islam.
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La
Astronomía en la corte Visigoda
San Isidoro de Sevilla (560-636) escribió un tratado
científico titulado "De rerum natura" (Sobre la
naturaleza), a inicios del siglo VII, a petición del rey
Sisebuto, que reinó en la Hispania visigoda entre los
años 612 y 621.
Este libro, que pronto fue conocido en toda Europa,
trataba de sintetizar el conocimiento científico en su
tiempo, y abarcaba diversas materias, con un especial
hincapié en la divulgación de la astronomía.
El propio rey Sisebuto, en la respuesta a San Isidoro
tras recibir el libro, trató de dar una explicación a
los eclipses de Luna y de Sol. A partir de entonces, el
libro de Isidoro y la carta de Sisebuto fueron conocidos
de forma conjunta.
Pese a que hay discusiones, en el caso de Sisebuto, su
creencia en una tierra esférica, parece desprenderse de
la lectura de su texto, ya que habla de umbra rotae (sombra
redonda) y de globus. El proceso de un eclipse en su
conjunto (un Sol que al girar ocasiona siempre una forma
igual en la sombra que es cortada por la Luna) también
implica una tierra en forma de esfera.
Pese a su admiración al sabio hispalense, Sisebuto no
siguió al pie de la letra sus teorías, y así su creencia
en la luminosidad propia de las estrellas y de los
planetas contradice a San Isidoro, que pensaba que éstas
no tenían luz propia y que eran iluminadas por el Sol,
al igual que lo era la Luna.
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La
Astronomía Árabe
Los Árabes fueron quienes después de la decadencia de
los estudios Griegos y la entrada de occidente en una
fase de oscurantismo durante los siglos X a XV,
continuaron con las investigaciones en astronomía
dejando un importante legado: tradujeron el Almagesto y
catalogaron muchas estrellas con los nombres que se
utilizan aun en la actualidad, como Aldebarán, Rigel y
Deneb.
Entre los astrónomos árabes mas destacados se encuentran
Al Batani, Al Sufi y Al Farghani, una autoridad en el
sistema solar que calculó que la distancia a Saturno era
de 130 millones de kilómetros (su distancia es 10 veces
mayor).
Los omeyas, una de las tribus fronterizas árabes, que
habían servido como soldados auxiliares romanos y se
habían helenizado, constituyen la punta de lanza para la
introducción de la actividad científica en el mundo
árabe.
En el año 700 los Omeyas fundaron en Damasco un
observatorio astronómico. En 773 Al-Mansur mandó
traducir las obras astronómicas hindúes, los Siddhantas.
En el año 829 Al-Mamúm fundó el observatorio astronómico
de Bagdad, en donde se desarrollaron estudios sobre la
oblicuidad de la Eclíptica. Por su parte, Al-Farghani
confecciona, poco después, "El libro de reunión de las
estrellas", un extraordinario catálogo con medidas muy
precisas de las estrellas.
Al-Battani, uno de los genios astronómicos de la épocs,
trabajó en su observatorio Ar-Raqqa, a orillas del río
Eufrate,s para determinar y corregir las principales
constantes astronómicas. Sus mediciones sobre la
oblicuidad de la Eclíptica y Precesión de los
Equinoccios, fueron más exactas que las de Claudio
Ptolomeo.
En 995 Al-Hakin fundó en la ciudad de El Cairo, la "Casa
de la Ciencia" y, poco después, alrededor del año 1000,
Ibn Yunis recopiló las observaciones astronómicas de los
últimos 200 años y publicó las "Tablas Hakenitas",
llamadas así por su protector, Al-Hakin. Al mismo tiempo,
Avicena o Ibn Sina elaboró su "Compendio del Almagesto"
y un ensayo sobre "la inutilidad de la adivinación
astrológica".
En 1080 Azarquiel elaboró las "Tablas Toledanas",
utilizadas durante más de un siglo para establecer el
movimiento de los planetas.
Los astrónomos árabes comenzaron a rechazar la
concepción de los Epiciclos de Ptolomeo mucho antes del
renacimiento en Europa, ya que según sus estudios, los
planetas debían girar alrededor de un cuerpo central y
no en torno a un punto. En esta concepción jugaron
especial papel Averroes, Abúqueber y Alpetragio.
En 1262 Nasir al-Din al-Tusi (Mohammed Ibn Hassan),
asistido con astrónomos chinos, culminó con éxito la
construcción del observatorio de Maragheh. Modificó el
modelo de Ptolomeo, realizando trazados de gran
precisión de los movimientos de los planetas.
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La
Astronomía en la Edad Media
La astronomía griega se transmitió hacia el Este a los
sirios, indios y árabes después de la caida del Imperio
Romano. Los astrónomos árabes recopilaron nuevos
catálogos de estrellas en los siglos IX y X y
desarrollaron tablas del movimiento planetario. El
astrónomo árabe Azarquiel, máxima figura de la escuela
astronómica de Toledo del siglo XI, fue el responsable
de las Tablas toledanas, que influyeron notablemente en
Europa.
En 1085, año de la conquista de la ciudad de Toledo por
el rey Alfonso VI, se inició un movimiento de traducción
del árabe al latín, que despertó el interés por la
astronomía (entre otras ciencias) en toda Europa.
En la Escuela de traductores de Toledo se tradujeron las
Tablas toledanas y el Almagesto de Tolomeo y, en 1272,
se elaboraron las Tablas alfonsíes bajo el patrocinio de
Alfonso X el Sabio; estas tablas sustituyeron a las de
Azarquiel en los centros científicos europeos.
Junto a la obra histórica y jurídica, Alfonso X fomentó
la traducción de libros astronómicos y astrológicos, en
especial de procedencia árabe y judía, traducidos por lo
general al latín y de esta lengua al castellano. Entre
éstos pueden citarse los Libros del saber de astronomía.
La crítica ha aceptado que su labor se redujo, en la
mayoría de las ocasiones, a la de organizador, director
e inspirador del trabajo.
Los trabajos de investigación y traducción de esta
admirable escuela permitieron que obras fundamentales de
la antigua cultura griega fueran rescatadas del olvido y
transmitidas a la Europa medieval a través de España. A
partir de estas versiones, y gracias a las mismas,
España transmitió a Europa todos aquellos saberes que
cubrían campos como la geografía, la astronomía, la
cartografía, la filosofía, la teología, la medicina, la
aritmética, la astrología o la botánica, entre otros.
Esta escuela fue el origen y la base del renacer
científico y filosófico de las famosas escuelas de
Chartres y, más tarde, de la Sorbona.
Durante este periodo en Europa dominaron las teorías
geocentristas promulgadas por Ptolomeo y no se presentó
ningún desarrollo importante de la astronomía. Solamente
Johannes Müller (llamado Regiomontanus) comenzó a
realizar y reunir nuevas mediciones y observaciones.
En el siglo XV comenzaron a surgir dudas sobre la teoría
de Tolomeo: el filósofo y matemático alemán Nicolás de
Cusa y el artista y científico italiano Leonardo da
Vinci cuestionaron los supuestos básicos de la posición
central y la inmovilidad de la Tierra. Había empezado el
Renacimiento. |
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Fundación Educativa
Héctor A. García |