Fundación Educativa
Héctor A. García
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Hombre
La
Antropología clásica define al hombre como «animal
racional», puesto que, desde el punto de vista
zoológico, el hombre está en la cúspide de la escala
animal, pero a su vez tiene un entendimiento (v.), y
una voluntad (v.), cosa que no tienen los animales.
El problema ulterior estribaría en saber qué es lo
más esencial del hombre El biologismo y materialismo
(v.) basan la esencia del hombre en la dimensión
animal, figurando la inteligencia como un mero
epifenómeno, a veces perturbador; el espiritualismo
(v.), en cambio, hace consistir la esencia del
hombre en la racionalidad, cayendo los caracteres
zoológicos en el plano del «enfriamiento» del
espíritu. Por lo que toca al carácter mismo de esos
elementos, el hombre podrá ser considerado como una
sustancia estática -y esta afirmación sería
sustancialismo- o como un puro devenir sin
consistencia -y ésta es la postura del historicismo
(v.), del existencialismo (v.) y del raciovitalismo
como el de Ortega (v.)-. Ahora bien, es preciso
abrirse a un estilo de inteligibilidad del hombre,
cuyo hilo conductor sea el concepto de estructura
(v.), en donde sus diversos planos no sean negados o
marginados, sino más bien sean vistos como
integrados en un orden cualitativo que les dé
sentido. La Antropología se ve así obligada a
admitir un puñado de estructuras fundamentales en el
hombre, las cuales dan lugar a un existencial del
hombre
«Materia y espíritu»: corporalidad. El hombre
con su espíritu está ligado a las leyes
espacio-temporales de la materia; esto representa la
condición de posibilidad de su realización
prospectiva, de su conocimiento creciente, de la
continua determinación que experimenta desde fuera,
sin que el hombre pueda llegar a la total
autotransparencia. El hombre está ligado también al
contacto biológico con el mundo de lo vivo y de lo
no vivo; por tanto, a las leyes de vida y despliegue
de la naturaleza orgánica. Desde esta dimensión,
tienen su parte de razón aunque yerran en cuestiones
fundamentales, los que caracterizan al hombre según
rasgos naturales psicobiológicos o vitales, como
Klages, Thombre Lessing, Freud y Spengler; o los que
definen al hombre como un sistema de comportamiento,
como el behaviorismo de Watson y de Ryle. Pero no
basta definir al hombre recurriendo a este
existencia?.
«Persona y mundo»: mundanidad-finitud. En su
acción, el hombre está ya proyectado (no es
autorreferente, sino heterorreferente), está
cabe-el-otro. Por eso, previamente a su acción, en
su constitución sustancial, necesita un principio
intrínseco, un fundamento interno de su
heterodeterminación, el cual posibilite también el
poder ser determinado desde fuera. Este principio es
la materia mundana, a su vez fundamento que
posibilita la individuación (v.) numérica. El hombre
es así finito por cuanto que, como ser
corpóreo-espiritual en medio de la totalidad del
ser, se encuentra atado al cuerpo (v.) propio y al
mundo como medio de expresión de sus realizaciones
trascendentes (cognoscitivas, volitivas y activas).
Su libertad no pone creaduramente y de un modo
absoluto aquello que decide y realiza
inmediatamente, sino que experimenta, como dadas, un
sinfín de posibles necesidades; es finito, porque la
libertad del hombre no se fundamenta a sí misma,
sino que está en principio fundamentada y proyectada
hacia una necesidad última y mediata: está
constreñido a buscar su propio contenido esencial o
su configuración propia, a expresar su propia
realidad. A este respecto, Ortega y Gasset subraya
que el hombre es algo que va siendo constantemente,
que se va eligiendo incesantemente a sí mismo; en
parecido sentido se expresan las formas de
existencialismo de Sartre, laspers o Unamuno. Pero
definir al hombre recurriendo sólo a esto es
desfigurarlo y mutilarlo.
«Necesidad y libertad»: libertad espiritual.
Aunque ligado necesariamente a su mundo y a otros
seres, el hombre es al mismo tiempo libertad (v.)
capaz de distanciarse de lo finito y trascenderlo
vertical y horizontalmente proyectándose hacia el
valor infinito. Esa libertad, como participación
activa del valor infinito en lo finito humano,
significa espiritualidad (v.) y, como propia
presencia en el valor infinito, significa
personalidad (v.). Tal trascendencia, por una parte,
se muestra en la libertad humana del querer, del
conocer y del hacer; por otra, absuelve al hombre de
la relatividad material y biológica (no está atado
sin más al perimundo), dejándolo disponible para que
se haga según su propia esencia. El hombre va
adquiriendo en la historia su propia configuración,
ligado a un mundo de seres. La dimensión
espiritual-libre del hombre ha sido especialmente
subrayada en tiempos recientes por Scheler, Sombart,
Hartmann y Aloys Müller; también en esta dirección
Spranger ha insistido en el papel desempeñado por la
simbolización y el sentido, llegando E. Cassirer a
definir al hombre como animal symbolicum. Pero no
basta definir al hombre recurriendo a esto.
«Individuo y comunidad»: sociabilidad. Por lo
que respecta a la conquista de su personalidad, el
hombre no es un solitario en medio del mundo de
seres, sino que tiene su esencia y su realidad en
projimidad. Su ser personal es un ser dialégico; y
esto quiere decir que logra la plenificación de su
esencia en medio de la comunidad (v.). A su vez,
esta comunidad es esencial y real en y por la
realización personal del hombre individual. A través
de la relación yo-tú le son otorgadas al hombre las
reales posibilidades históricas de la cultura, en
las que logra su autorrealización. Por eso, tienen
su razón E. Durkheim, L. LévyBruhl y K. Mannheim al
subrayar el papel importante de lo social en el
hombre Pero no basta definir al hombre recurriendo
exclusivamente' a este existencial.
«Temporalidad y supra temporalidad»:
historicidad. El hombre es histórico por cuanto que
lo finito es el medio categorial, el soporte
material o la posibilitación de su realización
trascendente, sirviendo a la vez de obstáculo e
impedimento para su plenificación. Además, la
comunidad, que le abre las posibilidades reales de
su propia realización, a la vez le cierra u oculta
otras. Finalmente, su libertad (que como libertad es
principio y fin) se halla expuesta en su mismo
comienzo (que hay que apropiárselo) hacia su fin
apuntado; de modo que con este comienzo real queda a
la vez abierto y aplazado el término (fin) como lo
de-finitivo apuntado. El hombre se experimenta en el
mundo a la vez como algo hecho y como un quehacer.
Así, pues, todas estas tensiones están exigiendo que
la acción humana sea una acción de apropiación y que
esta apropiación no se efectúe en un solo acto
(momento eterno), sino a través de la pluralidad de
actividades humanas. Dilthey caracterizó al hombre
por la sola dimensión de historicidad (v.
HISTORICISMO). Pero no basta definir al hombre
recurriendo a este existencial.
«Relativo y absoluto»: conciencia moral y
religiosidad. Justamente en las tensiones se muestra
la amenaza que sufre el hombre como hombre (aparte
de la corruptibilidad y fragilidad de su cuerpo). No
estriba esta amenaza sólo en el carácter finito,
sino en que precisamente, como histórico, no es
definitivamente finito, puesto que tiene que
plenificarse en la apropiación de sí mismo; y
estriba esta amenaza también en que su ser no es ab-solutamente
absoluto, ya que esa absolutez es sólo apuntada
desde sí mismo como plenificación de su ser. Pero
jamás puede ser lograda, aunque sí errada. No se
logra de pleno porque su vida se ab-suelve de-finitivamente
de las condiciones relativas (en la muerte, v.), se
le niega la condición de su vida y, en virtud de
esto, no le es posible de-finirse como
autointegración de todas las acciones «pasadas» en
la unidad de una forma permanente y real. Y puede
ser errada, porque el hombre se encuentra totalmente
en esta su situación histórica y mundana, previa a
todas las acciones particulares (situación que le
abarca y que, por tanto, no es agotable por acciones
ni por conceptos), y desde esta situación
fundamental se ve lanzado en relación plenificante
hacia sí mismo, hacia el m do y hacia la comunidad;
pero justamente en tal situ2ión se halla siempre
referido a esa exposición de llamada (conciencia
moral y culpa, v.) a la que se abre en la aceptación
total de esa situación, de esa no-definición de su
finitud, por el acto religioso (v. RELIGIóN).
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J. CRUZ CRUZ. |
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