El funcionamiento de una economía de mercado puede explicarse,
simplificadamente, por el denominado flujo circular de la renta.
Para ello, se parte de una economía en la que -en principio- se
hace abstracción del estado y del resto del mundo, y en la que
participan dos agentes económicos: las unidades de consumo
(economías domésticas, individuos y familias - y que son los
propietarios de los factores productivos, incluso de las
empresas, puesto que los propietarios de éstas son los
accionistas individuales), y las unidades de producción (empresas,
unidades económicas que realizan la asignación de los factores
dentro de los procesos productivos).
También hay dos clases de mercados: los mercados de bienes
y servicios (en los que las economías domésticas demandan
los productos ofertados por las empresas) y los mercados de
factores (que las empresas requieren los factores
productivos que se hallan en posesión de las economías
domésticas). El funcionamiento es el siguiente: las economías
domésticas formulan unas preferencias de consumo (demanda) donde
se manifiesta el precio que están dispuestas a pagar por los
distintos productos, que será mayor si el bien es escaso; a un
mismo nivel de preferencias, las empresas producirán (oferta) en
mayor medida, aquellos bienes que les reporten mayor beneficio
si aumentan su producción. Al incrementar la oferta de un bien,
respecto a un mismo nivel de demanda, el precio disminuirá. El
resultado de esta confrontación de oferta y demanda es el precio
de equilibrio de cada uno de los bienes y servicios que se
alcanza en el mercado. De otra parte, para que lo anterior sea
posible, las empresas requerirán los factores productivos a las
economías domésticas propietarias de los mismos, el resultado de
esta interrelación será el precio de equilibrio de cada uno de
los factores logrado en el mercado de factores. Pero al tiempo,
sucede que los ingresos obtenidos por las empresas equivalen a
los gastos realizados por las economías domésticas y, en sentido
inverso, también los costes sufridos por las empresas deben ser
iguales a las rentas percibidas por las economías domésticas en
concepto de retribución por la prestación de los factores.
Por tanto, en una economía de mercado, las decisiones sobre
la producción, asignación y distribución de los bienes surgen de
la siguiente manera: las decisiones de producción descansan en
la soberanía del consumido: los consumidores revelan sus
preferencias en forma de "votos monetarios" que las empresas
utilizan de guía para orientar sus decisiones productivas. Las
empresas realizan la asignación rigiéndose por el criterio de
maximización del beneficio, procuran ofrecer sus productos al
precio más bajo, lo que consiguen al emplear los factores
productivos relativamente más baratos de la manera más eficiente
posible. Por último, la distribución se produce automáticamente
por medio de la retribución de los factores productivos, en
forma de rentas, que tiene lugar en el mercado de factores, ya
que esas rentas son las que determinan la capacidad adquisitiva
de las economías domésticas que acuden al mercado de bienes y
servicios.
Además, lo que las economías domésticas no gastan en consumo
(ahorro) lo ofrecen en forma de capital en el mercado de
factores, capital que es demandado por las empresas para
realizar inversiones, de aquí que, por definición, el ahorro
tenga que ser igual a la inversión.
El criterio de la maximización del beneficio de las empresas
fomenta que se produzcan los bienes y servicios más deseados
socialmente, al menor precio posible, con ventas y beneficios.
Esto constituye un estímulo para la asignación eficiente de los
recursos. Por tanto, los beneficios empresariales, cuya búsqueda
tiene su origen en el interés propio, acaban revirtiendo a la
colectividad, por tanto en el mercado existe una especie de
benefactora "mano invisible", (término acuñado por Adam Smith).
Asimismo, el mercado refuerza el sistema de incentivos
premiando el rendimiento de los trabajadores, lo que favorece el
que éstos dediquen sus esfuerzos a aquellas tareas en las que
por estar mejor capacitados, pueden rendir más, al tiempo que
garantiza a éstos últimos una considerable libertad a la hora de
tomar sus decisiones de consumo. Junto a esto, el sistema de
precios, especialmente si las decisiones económicas están en
buena medida descentralizadas, se revela bastante flexible para
responder a los cambios de la demanda, ya que éstos son acusados
con prontitud por los precios. El motivo demanda se traduce en
el interés de los empresarios en realizar innovaciones y mejoras
en los productos que ofrecen.
Los defectos más señalados del sistema capitalista, en
algunos casos y de manera más o menos amplia, y que justifica la
intervención del Estado (economía mixta), son:
a) Las desigualdades que genera en el terreno de la distribución.
Los favorecidos por el sistema obtienen beneficios inmediatos y,
de igual forma, los desfavorecidos son intensamente perjudicados.
Las desigualdades pueden, además, reforzarse a lo largo del
tiempo, ya que las personas ricas se hallan en mejor disposición
para realizar inversiones, materiales, educación, formación de
los hijos, etc., que rinden beneficios adicionales en el futuro.
b) Inexistencia de mercado para todas las necesidades. Si no
hay mercado para todos los bienes y servicios no se podrá
determinar su precio y, al no existir un precio, los mecanismos
de producción y asignación se paralizan.
c) Externalidades: se entiende por economía externa aquella
situación en la que una actividad productiva de un bien o
servicio, además de constituir un beneficio para el productor y
el consumidor directo, lo es también, indirectamente, para otra
persona o personas. En estos casos, el precio que se está
dispuesto a pagar no tiene en cuenta los beneficios ajenos, por
lo que el productor, al ajustar la oferta del bien al precio del
mercado, producirá una cantidad inferior a la socialmente
deseada (la educación). De igual modo, si lo que se genera es un
perjuicio ajeno a la actividad productiva, se dice que estamos
ante una deseconomía externa, en la que el precio no incluye el
perjuicio ocasionado (el tabaco).
d) Bienes públicos: se trata de un tipo de bienes que cumplen
unas peculiares características: se disfrutan colectivamente,
llevan aparejados economías externas, el consumo realizado por
una persona no resta consumo a otras personas y además es
imposible excluir del disfrute a quien no esté dispuesto a pagar
un precio por dichos bienes. Plantean el problema de que nadie
querrá pagar un precio por lo que puede disfrutar gratuitamente
(figura conocida como free-rider: gorrón, polizón) y al
final, nadie se hará cargo de su producción (la calidad del
aire).
e) Monopolios. Es un hecho que en el mercado hay determinadas
actividades que requieren inversiones muy costosas. Dichas
inversiones permiten disfrutar a largo plazo de beneficios que
se originan como consecuencia del mayor tamaño de las empresas,
lo que se conoce como rendimientos crecientes a escala. Así, las
grandes empresas adquieren tal poder sobre los precios que les
permite evitar la competencia de las pequeñas. La teoría
económica se ha encargado de demostrar que en esos casos se
produce una menor cantidad y a un mayor precio que en una
situación de competencia.
d) Necesidades preferentes e indeseables. En el mercado
existen ciertos bienes en los que la demanda del consumidor
puede no tener en cuenta los perjuicios derivados del consumo de
los mismos. Igualmente, sucederá que otros bienes proporcionen
unos beneficios que pasen desapercibidos para el demandante.
e) La proliferación de consumos suntuarios derivada de un
exceso de publicidad. Aunque la denominada publicidad
informativa tiene únicamente el objeto de orientar al potencial
consumidor sobre la alternativa de consumo más adecuada, la
llamada publicidad manipulativa tiene por objeto intentar que el
consumidor considere el producto anunciado como único: si esto
se logra, al consumidor le resultará más difícil sustituir ese
producto por otros. En definitiva, la competencia se ve
restringida. Por otra parte, la publicidad, según Galbraith,
puede ser generadora de necesidades creadas por ella misma, y si
esto es así, el mercado no estará satisfaciendo necesidades
reales, sino ficticias.
f) Efecto Veblen y efecto demostración. La tesis de Veblen es
que las clases privilegiadas utilizan el consumo ostentoso como
manera de dejar claro su prestigio o su pertenencia a la clase
alta. El efecto demostración, de Dusenberry, consiste en que la
percepción por un individuo del consumo de los otros,
especialmente si éstos son personas de prestigio o elevada renta,
estimula su propio consumo. De manera que, producir estos bienes
sería indiferente desde el punto de vista social y supone
detraer unos recursos que podrían destinarse a satisfacer
necesidades reales.
g) Bienes defensivos: estos bienes serían aquellos que
pretenden prevenir o aminorar los perjuicios sufridos en el
bienestar de los individuos, a consecuencia de los aumentos de
producción y consumo incentivados por el mercado. El gasto en
este tipo de bienes -por ejemplo el gasto en recuperar espacios
naturales como consecuencia del aumento del tráfico urbano-
compensa los beneficios a primera vista logrados a través de los
aumentos de consumo.
El sistema de planificación centralizada se caracteriza por
la propiedad estatal de los medios de producción y la existencia
de un organismo de planificación que toma las decisiones sobre
los bienes y servicios que se han de producir, la asignación de
los recursos y la distribución de los bienes y servicios
producidos. Se admiten pequeños mercados de bienes agrícolas o
productos artesanales. El organismo de planificación confecciona
planes a largo plazo (generalmente quinquenales) y fija los
objetivos que se han de cumplir: a nivel más agregado, una
determinada tasa de crecimiento de la producción y un nivel de
provisión de bienes de inversión, de consumo, servicios, etc.
Estas decisiones se toman teniendo en cuenta las necesidades
generales. Los planes agregados a largo plazo se descomponen en
planes a corto plazo (anuales), con el fin de concretar los
objetivos para cada uno de los bienes y servicios en dicho
período y para cada una de las empresas, en cuanto a la
disponibilidad de recursos y al estado de la técnica. El papel
de los planificadores es el de concretar los objetivos generales
en decisiones de producción y supervisar su cumplimiento.
Para concretar los objetivos aquéllos dan las instrucciones
pertinentes a las empresas estatales a través de una cadena de
jerarquizaciones en la que cada unidad administrativa envía
órdenes a las unidades inmediatamente inferiores, y éstas se
encargan de desagregarlas y transmitirlas a su vez a las que
dependen de ellas. Estas órdenes van descendiendo hasta llegar a
las empresas en forma de objetivos de producción. Por tanto,
cada empresa se relaciona de forma vertical con sus unidades
superiores, sin tener contacto con el resto de empresas.
En la fijación de los objetivos predomina el cálculo medido
en unidades físicas de producción, por la dificultad que existe
para evaluar la calidad de los productos. En una economía
planificada los precios influyen en las decisiones de los
consumidores -y los salarios en las de los trabajadores- pero no
en las decisiones de producción. Los precios tienen una
finalidad meramente contable, ya que son fijados una vez que la
producción ha sido llevada a cabo, para permitir sumar
cantidades de forma homogénea.
Actualmente, dado el fracaso evidenciado por los sistemas de
planificación, se resaltan más los inconvenientes que los
beneficios de aquéllos. Aunque es cierto que la planificación
es, a priori, racional -por estar ajustada a las necesidades-,
que consigue la ocupación plena de los factores productivos -especialmente
la mano de obra-, distribuye más equitativamente los bienes e
iguala las posibilidades educativas, de formación, sanitarias,
etc, de los ciudadanos; también cuenta con un grupo de
inconvenientes que la hacen prácticamente inviable: la toma de
decisiones es tan compleja y burocratizada que acaba paralizando
la actividad de las empresas (se generan unas veces problemas de
desabastecimiento de bienes intermedios y otras veces -ante el
temor de que esto suceda- sobreabastecimientos y
sobreinversiones, ineficiencias derivadas de los deficientes
métodos de control de calidad, falta de innovación en los bienes
producidos y los métodos de gestión), y el sistema de incentivos
es muy débil, ya que a un aumento de la eficacia de los agentes
económicos no le corresponde un incremento sustancial de su
bienestar, ya que, al no haber mercado libre, las posibilidades
de consumo están restringidas a las directrices del estado. Esta
debilidad del sistema de incentivos repercute adversamente en la
productividad de las empresas y trabajadores.
Se pueden distinguir varios períodos en la evolución del
pensamiento económico:
Período que abarca desde las primeras preocupaciones de los
filósofos griegos hasta el s. XVIII. En Grecia se encuentran los
primeros apuntes sobre cuestiones económicas relativas al valor,
el interés o los precios, que son puestas en relación con el
análisis de la sociedad y del estado. Aristóteles
defendió la propiedad privada y argumentó que ésta promovía la
eficacia económica y la paz social, ya que en el fondo
contemplaba el intercambio como un proceso en el que las partes
contratantes podían salir mutuamente beneficiadas. Esto le llevó
a elaborar un modelo geométrico en el que dicho intercambio se
explicaba por la existencia de un excedente previo desde el que
los individuos, si existía, "reciprocidad" entre las partes,
podían alcanzar un acuerdo para intercambiar los productos.
Al mismo tiempo se vio atraído por el problema del valor; a
este respecto distinguió entre un valor de uso de las cosas, es
decir el valor que podía equipararse a su utilidad, y un valor
de cambio, que era el obtenido en las transacciones realizadas.
En realidad lo que le preocupaba era la determinación en el
mercado de un precio justo que garantizase una "compensación
proporcional" entre los comerciantes. En cuanto al dinero y al
interés, contemplaba al primero como un medio de cambio pero
también como un depósito de valor. Y dado que el uso natural del
mismo era el gasto, el atesoramiento no podía ser visto con
buenos ojos. Este razonamiento le hizo a su vez desconfiar del
préstamo, puesto que éste sólo era posible si previamente
existía un fondo acumulado. La Historia de Roma sorprende por la
escasez de aportaciones originarias. Las preocupaciones se
centran más en el campo del derecho; así, desarrollaron
abundante legislación sobre el derecho de la propiedad y los
contratos.
En la Edad Media las preocupaciones aristotélicas conservaron su
vigencia. El pensamiento escolástico, (véase escolasticismo)
por medio de autores como San Alberto Magno,
Santo Tomás de Aquino, Enrique de
Frimaria o Juan Buridán, retomó
cuestiones como la del valor que, según el primero de estos
autores, debía, en el momento del intercambio de los productos,
relacionarse con el coste de producción de éstos. Santo Tomás de
Aquino, por su parte, dio por buenos los beneficios de la
propiedad privada y la distinción entre valor de uso y valor de
cambio, pero añadía que un componente del precio debía ser el de
la necesidad, esto es, la demanda.
El pensamiento medieval culmina con las ideas de Odonis y
Crell acerca del valor: el primero lo hizo depender de la
calidad del trabajo incorporado, mientras que el segundo,
aceptando esta afirmación, intentó unirla a la teoría de Buridán
sobre la escasez (la demanda) como razón de peso en la
determinación del valor y del precio. En definitiva, este
análisis se encontraba a un paso de la teoría moderna del valor
sentada en el s. XIX por Marshall, y sólo le faltó, para ser
completa, darse cuenta de que el valor del trabajo está al mismo
tiempo determinado por su escasez.
La economía de los siglos XVI al XVIII está presidida por la
doctrina que ha pasado -no sin cierta ambigüedad- a la Historia
con el nombre de Mercantilismo Esta
corriente, también conocida como colbertismo (por el
ministro francés Colbert) o
cameralismo (en Alemania), nace en el entorno de la
aparición de la nación-estado. De marcada raigambre
intervencionista, recomendaba un control absoluto del comercio
por las naciones, pues el método defendido para incrementar el
poderío de éstas consistía en la acumulación en las arcas del
reino de cuantiosas cantidades de lingotes de oro y plata (de
aquí que se la designe también como bullionismo; de
bullion: lingote), fuente segura de riqueza que sólo
podía conseguirse por medio de la superioridad de las
exportaciones sobre las importaciones, esto es, por medio de una
balanza comercial favorable.
La consecuencia de esta visión del comercio era la necesidad
de fomentar las industrias nacionales por medio de la creación y
subsidio de centros productivos, lo que sucedió en la Francia
del ministro Colbert, en las que se emplearon las propias
materias primas de cada país, y una vez alcanzada la
autosuficiencia, se acometió la exportación de los productos
elaborados, con mayor valor añadido. La otra cara de la moneda
estaba en la conveniencia de poner fuertes trabas a la entrada
de productos extranjeros, que fueron desde los aranceles hasta
incluso la prohibición de importar aquellos bienes de los que se
dispusiera suficientemente en el país. Los autores
mercantilistas son los artífices de los conceptos actuales de
balanza comercial y balanza de pagos.
Las críticas al Mercantilismo comenzaron en la segunda mitad
del s. XVII, a partir de autores como William Petty
y, algo más tarde, con Richard Cantillón y, el además filósofo,
David Hume, en cuyas obras
encontramos residuos mercantilistas transgredidos con apuestas
de liberalismo. A Petty se le considera un antecedente de la
econometría, por sus concepciones metodológicas
empírico-inductivas expresadas bajo el término de "aritmética
política"; además, destacó las funciones del dinero como medio
de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Cantillón
concibió la economía como un sistema de mercados en el que los
precios a largo plazo debían tender hacia lo que llamó "valor
intrínseco", esto es, el valor de los factores productivos
incorporados; si esto no se daba, había que achacarlo a la
descoordinación existente entre las decisiones de los
productores y de los consumidores.
Pero, sin duda, la aportación más brillante fue su análisis
de las relaciones entre la cantidad de dinero en circulación y
los precios. En este campo matizó la afirmación de Locke sobre
la teoría cuantitativa del dinero - que identificaba el
crecimiento de los precios con la cantidad de dinero existente-
y reparó el concepto de su velocidad de circulación - es decir,
el número de veces que se emplea en las transacciones- como
determinante de dicho aumento de precios. Hume, amén de señalar
la teoría cuantitativa del dinero, aportó ideas como la
demostración de que la balanza comercial no podía ser
continuamente favorable, ya que la entrada de metal precioso, al
repercutir en los precios, mermaba la competitividad de las
producciones.
Comprende, aproximadamente, desde el s. XVIII hasta 1870. En
el s. XVIII la primera escuela que reclamó para sí misma la
condición de tal fue la Fisiocracia francesa, liderada por
François Quesnay. Fisiocracia significa
gobierno de la naturaleza. La tesis fisiocrática se apoya en la
consideración de un único sector productivo, el agrícola; el
resto de sectores no lo eran porque no contribuían al llamado "producto
neto" o excedente, y si en la agricultura se producía más de lo
que se consumía, el sector manufacturero únicamente provocaba
una alteración de la forma de los bienes. A pesar de la
debilidad de estos razonamientos, los fisiócratas adoptan una
visión acertada del crecimiento como resultado de la acumulación
de capital, fueron firmes defensores del librecambio e inauguran
un modo de concebir la economía como un proceso circular de
renta y gasto, por medio del diagrama que llamaron "Tableau
Economique", antecedente del flujo circular de la renta (véase
en este artículo: sistema económico).
El establecimiento de la Economía Clásica se fecha a raíz de
la publicación de la obra capital de Adam Smith La riqueza de
las naciones (1776). Los autores clásicos (principalmente
Smith, David Ricardo, T. Robert Malthus, y John Stuart Mill,
todos ellos británicos) consideran a la economía como una
verdadera ciencia de carácter autónomo, y orientan sus
investigaciones a la comprensión de las leyes básicas que
determinan el comportamiento de los hechos económicos. Se puede
afirmar que predomina en ellos el interés por analizar el
proceso del crecimiento económico y la relación que con éste
guarda la distribución de la renta. Estos autores proclaman las
virtudes de la asignación de recursos por el mercado y el papel
dinamizador de éste sobre el proceso de acumulación de capital.
Adam Smith otorga una dimensión moral al capitalismo cuando
emplea la metáfora de la "mano invisible" para señalar
que el egoísmo individual es reconvertido silenciosamente en el
mercado en un beneficio para la colectividad. La acumulación del
capital era determinante para el crecimiento de la economía, y
estaba en buena medida determinada por el incremento de la
productividad que había sido logrado por la especialización y
división del trabajo. Pero en la acumulación intervenían, además,
la distribución de la renta en forma de salarios pagados a los
trabajadores, los beneficios percibidos por los capitalistas y
las rentas remuneradas a los terratenientes. En este punto,
Smith distingue entre producto bruto y neto; el producto neto -o
excedente- resultaba de restarle al bruto las cantidades
destinadas al mantenimiento de un nivel de subsistencia de la
sociedad, y era el determinante de la ampliación del proceso de
acumulación.
El análisis de la distribución llevó a Smith a considerar que
las rentas de los asalariados eran insuficientes para
permitirles ahorrar y, en consecuencia, las fuentes de
crecimiento habían de encontrarse en los terratenientes y los
empresarios, aunque aquellos mostraban una mayor tendencia hacia
la improductividad de los rendimientos obtenidos. Por tanto,
quedaban los beneficios como verdadera energía motriz del ritmo
de acumulación. En consonancia con las virtudes del mercado
también era lógico argumentar que cualquier traba institucional
sobre éste - a nivel nacional como internacional- no podía traer
más que efectos restrictivos sobre el crecimiento.
Entre las ideas de Malthus, destaca la que mantenía que la
población crecía en progresión geométrica, mientras que los
alimentos lo hacían en progresión aritmética, lo que podía traer
problemas de abastecimiento. Además, se le considera un
precursor de Keynes cuando señala que la
demanda podía resultar insuficiente para absorber el producto de
la economía y que el ahorro excesivo puede dar lugar al
estancamiento económico.
Ricardo es, entre los clásicos, aquel
en el que se advierte un mayor contenido analítico en sus
planteamientos. Esta autor centra, sobre todo, en la formulación
de una teoría sobre el valor y la distribución; así, elaboró una
teoría del valor con base en la cantidad de trabajo incorporada
en los productos, que le permitía prescindir del inconveniente
de los precios monetarios a la hora de plasmar sus ideas con un
considerable nivel de abstracción. La teoría señala que el valor
de una mercancía o la cantidad de otra mercancía por la que
aquella puede ser cambiada, depende de la cantidad relativa de
trabajo necesaria para su producción, no de la mayor o menor
remuneración que se haya pagado por ese trabajo.
La teoría de distribución consistía en que el crecimiento de
la población, al elevar las necesidades de alimentos, provocaba
la extensión de las superficies de cultivo hacia tierras más
pobres, lo que exigía una mayor demanda de mano de obra que
presionaba al alza a los salarios. Habida cuenta de esto, los
beneficios disminuían y el resultado final era que la expansión
económica se detenía por el deterioro del proceso de acumulación
de capital: se llegaba así al "estado estacionario".
A Stuart Mill se le ha atribuido el epíteto de
revisionista, por haber sintetizado gran parte de los
conocimientos de su época y dar por concluido el período clásico.
En el pensamiento de Mill destaca la ruptura de la teoría del
valor trabajo y la consideración de la interrelación entre la
oferta y la demanda como determinantes del precio. La teoría del
valor trabajo se transforma en una teoría de los costes de
producción, por la que el precio de mercado en competencia debía
a largo plazo corresponderse con el de esos costes. Estas leyes
eran las llamadas leyes de la producción, y estaban
fijadas por las condiciones tecnológicas y de la naturaleza. Por
otra parte, estaban las leyes de la distribución del producto
social, que tenían que ver con la idiosincrasia de las
instituciones sujetas al control humano, y que, por tanto,
podían ser alteradas, lo que abría todo un campo de carácter
normativo para la ciencia económica.
La economía marxista (Marx y
Engels y después Hilferding o Rosa
Luxemburgo) trata de sistematizar las
leyes económicas que rigen el devenir de la Historia. En El
Capital de Karl Marx se encuentran replanteados los temas de
los clásicos británicos acerca del valor, la distribución y el
crecimiento. Marx sostiene que el agente productivo por
excelencia era el trabajo, y, en consecuencia, lo que
determinaba el valor de las cosas. En este sentido, el valor
material de los productos tenía que ver con la cantidad de
tiempo de trabajo que se necesitaba para garantizar la
reproducción de cada bien en particular; esto se traducía, a la
hora de determinar la valoración de la fuerza de trabajo, en la
necesaria equivalencia que debía existir entre aquélla (los
salarios) y el importe de la subsistencia del trabajador. Pero
lo que ocurría en la realidad era que las jornadas de trabajo
superaban con creces a la duración representativa de la
subsistencia y no era tenido en cuenta en el pago de los
jornales. De esta manera, se generaba un plus de valor (plusvalía
o excedente) que iba a parar a manos del empresario gracias a su
dominio de los medios de producción.
La generación de plusvalía era el componente estructural del
capitalismo, y el uso creciente de la maquinaria posibilitaba
elevaciones en la productividad del trabajo que redundaban en
una mayor acumulación. Pero al mismo tiempo, la generalización
de la maquinaria provocaba una menor dependencia respecto de la
mano de obra, que desembocaba en la aparición de un "ejército
de reserva de parados" y tenía el efecto de abocar a los
salarios a un nivel cada vez más bajo, con el consiguiente
empeoramiento del nivel de vida de los trabajadores. Sin
embargo, el mayor empleo de las máquinas y la disminución de los
precios, debido a la competencia, conllevaba el que se perdiera
el antiguo componente de plusvalía que incorporaba el trabajador
y la tasa de plusvalía iría decreciendo. A la vista de esto, los
empresarios volverían a demandar más trabajo, a fin de recuperar
la plusvalía perdida. Este proceso facultaba una explicación de
las fluctuaciones económicas.
Puede fecharse entre 1870 y la década de los años 20 del
presente siglo. Se admite el término de Economía Neoclásica.
La nueva orientación se caracteriza por un cierto abandono de
los temas del crecimiento y la distribución de la renta, en
favor de una investigación sobre los mecanismos asignativos del
mercado. Los esfuerzos se centran en comprender el sistema de
formación de los precios en los diferentes mercados e indagar en
las motivaciones que acusan los agentes económicos a la hora de
tomar las decisiones de inversión, producción y consumo.
El hecho de centrarse en unidades económicas de dimensión
reducida, proporciona un notable desarrollo de la Microeconomía,
al tiempo que precisa la utilización de las matemáticas -sobre
todo el cálculo diferencial- como herramienta puesta al servicio
de modelos simplificativos de la realidad. El primer fruto de
esta tendencia se halla en la corriente conocida como
Marginalismo, y representada por autores como A. Cournot
J. Dupuit y L. Walras (en Francia), la llamada Escuela de Viena
(Menger, Wieser y Böhm-Bawerk) o W.S. Jevons (en Inglaterra).
El análisis marginal muestra los efectos que sobre las
variables dependientes tienen las variaciones infinitesimales de
las variables independientes, y se utiliza para diseccionar
procesos de maximización de utilidades, producciones o
beneficios, a partir de una disponibilidad limitada de recursos.
Este método se conoce como estática comparativa. Cournot
destaca por la elaboración de modelos de determinación de
precios y cantidades en situaciones de monopolio (en la que
existe un sólo productor de un bien frente a un número elevado
de demandantes) y duopolio (dos productores).
Dupuit fue el primer economista que sugirió el concepto de
utilidad marginal decreciente (el descenso en la satisfacción
adicional que producen los aumentos sucesivos del consumo) en
relación con la formación de curvas de demanda. Además de
realizar una primera aproximación al estudio de los bienes
públicos, Dupuit introdujo el concepto actual de excedente de
los consumidores (representativo del bienestar que el consumidor
conserva en relación a un bien determinado por el hecho de pagar
un precio inferior al máximo que estaría dispuesto a pagar), al
que llamó "utilidad que les queda a los consumidores".
Leon Walras, fundador de la Escuela de Lausana, tiene en su
haber el mayor logro del Marginalismo, que es el análisis del "equilibrio
general", desarrollado a través de un modelo en que por
medio de sistemas de ecuaciones representaba a todos los
compradores y vendedores de bienes y factores productivos,
reunidos en una especie de subasta en la que los precios debían
responder inmediatamente a las oscilaciones de la oferta y la
demanda. Walras ofrecía una solución general en la que en todos
los mercados existían simultáneamente un precio y una cantidad
de intercambio de equilibrio. En particular, para una economía
con n bienes (n ecuaciones con n incógnitas)
se podían determinar n-1 precios relativos, donde el
precio restante tenía un valor igual a la unidad y por tanto se
podía tomar como "numerario" de referencia para los demás (se
trata, claro está, del dinero).
La Escuela de Viena, fundada por Carl Menger, resolvió el
viejo problema del valor mediante la llamada teoría subjetiva;
según ésta, los bienes tenían valor en la medida que los
individuos se percatasen de que la satisfacción de sus
necesidades dependía de su capacidad para disponer de dichos
bienes. Esto presuponía que los consumidores eran capaces
primero de asignar un cierto valor a la utilidad derivada del
consumo de los bienes, medida ésta que dependía además de la
cantidad de bienes poseída - pues la utilidad de un bien variaba
en sentido inverso a aquélla, es decir, que la utilidad
marginal, término ideado por Wieser (Grenznutzen), era
decreciente -; en segundo lugar, el consumidor podía llevar a
cabo una ordenación de estas preferencias, de modo que era
posible averiguar qué valor de satisfacción producía una
determinada cesta de consumos. La solución de las decisiones de
consumo venía a ser aquella en la que la medida de la
satisfacción producida por cada última cantidad consumida de
cada bien fuese idéntica (principio equimarginal).
Otra noción importante era la de coste de oportunidad: el
valor de un bien podía, asimismo, expresarse como la cantidad a
la que había que renunciar a otros para disfrutar de ése. El
coste de oportunidad determinaba la asignación de los factores
en las decisiones de producción y el valor marginal de un factor
se determinaba por la utilidad marginal de las unidades
adicionales producidas con éste. En relación al capital, destaca
el análisis de Böhm-Bawerk sobre los efectos del tiempo en las
decisiones productivas. Él distinguía entre métodos de
producción directos e indirectos, según la menor o mayor
cantidad de capital utilizada; naturalmente, los métodos del
segundo tipo eran más productivos pero requerían más tiempo. El
problema de la disponibilidad de capital se hallaba en la
necesidad de contar con un fondo ahorrado previo; de acuerdo con
esto y, si se tiene en cuenta la mayor preferencia que los
individuos mostraban por el consumo presente respecto al consumo
futuro, era lógico que los prestamistas exigieran - y los
productores prestatarios estuviesen dispuestos a pagar - un tipo
de interés. Por tanto era evidente que este último garantizaba
la canalización del ahorro hacia la inversión.
El Marginalismo culmina de manera brillante en la figura de
Alfred Marshall, con sus Principios de economía (1890).
El método marshalliano consistía en una selección de las
variables fundamentales de un determinado fenómeno y considera
al resto de ellas como una constante (restricción ceteris
paribus). A este autor se debe la derivación de la curva de
demanda agregada de un bien específico como función inversa (de
pendiente negativa) del nivel de precios, para una renta,
precios de los demás bienes y gustos dados. El precio era el
resultante del cruce de la demanda con la oferta, y ésta última
era creciente en relación al precio, ya que el mayor empleo de
factores productivos había de hacerse a costes crecientes, de
modo que sólo cuando el empresario observaba que el precio subía
apreciablemente tomaba entonces la decisión de aumentar la
oferta de su producto.
En cuanto al tiempo, su análisis difería sensiblemente entre
el corto y el largo plazo. A largo plazo se encontraba el
verdadero precio de equilibrio, y lo característico de esta
secuencia temporal era que -en condiciones de competencia con
rendimientos proporcionales al aumento de los factores- se
producían entradas (o salidas) de empresas en la industria,
atraídas (disuadidas) por los beneficios (pérdidas) que se
podían obtener a corto plazo. El resultado -si había beneficios
a corto plazo- era un aumento de la oferta que reconducía el
precio hacia su nivel de equilibrio. Por tanto, se tenía una
curva de oferta horizontal en el largo plazo que expresaba una
única posibilidad de relacionar (en equilibrio) el precio con la
cantidad producida. Por otra parte, la situación era tal que no
se obtenían ni beneficios ni pérdidas por los empresarios.
Marshall no se limitó a una situación de competencia, sino
que sus modelos (denominados de equilibrio parcial) dieron
entrada a casos de rendimientos crecientes (costes decrecientes)
y decrecientes (costes crecientes) de los factores -en cuyo caso
la oferta a largo plazo podía ser creciente (en rendimientos
decrecientes) o decreciente (viceversa)-, a las economías y
deseconomías externas (véase externalidades) o al monopolio.
También introdujo el concepto de elasticidad de la demanda (variación
porcentual de la demanda en relación a la variación porcentual
del precio).
Otros autores importantes del período neoclásico, todos ellos
entre el s. XIX y el s. XX, son Clark con su análisis de la
retribución de los factores ligada a su productividad marginal;
Wicksell, perteneciente a la escuela de Estocolmo, con su
estudio de las influencias del dinero y el crédito en la
actividad económica; Fisher y la teoría del interés; Pareto,
de la escuela de Lausana, con sus contribuciones a la economía
del bienestar y la definición de optimalidad (véase en el
apartado de sistema económico); Veblen, fundador del
Institucionalismo norteamericano; o Pigou y la Economía del
Bienestar.