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Economía de mercado

El funcionamiento de una economía de mercado puede explicarse, simplificadamente, por el denominado flujo circular de la renta. Para ello, se parte de una economía en la que -en principio- se hace abstracción del estado y del resto del mundo, y en la que participan dos agentes económicos: las unidades de consumo (economías domésticas, individuos y familias - y que son los propietarios de los factores productivos, incluso de las empresas, puesto que los propietarios de éstas son los accionistas individuales), y las unidades de producción (empresas, unidades económicas que realizan la asignación de los factores dentro de los procesos productivos).

También hay dos clases de mercados: los mercados de bienes y servicios (en los que las economías domésticas demandan los productos ofertados por las empresas) y los mercados de factores (que las empresas requieren los factores productivos que se hallan en posesión de las economías domésticas). El funcionamiento es el siguiente: las economías domésticas formulan unas preferencias de consumo (demanda) donde se manifiesta el precio que están dispuestas a pagar por los distintos productos, que será mayor si el bien es escaso; a un mismo nivel de preferencias, las empresas producirán (oferta) en mayor medida, aquellos bienes que les reporten mayor beneficio si aumentan su producción. Al incrementar la oferta de un bien, respecto a un mismo nivel de demanda, el precio disminuirá. El resultado de esta confrontación de oferta y demanda es el precio de equilibrio de cada uno de los bienes y servicios que se alcanza en el mercado. De otra parte, para que lo anterior sea posible, las empresas requerirán los factores productivos a las economías domésticas propietarias de los mismos, el resultado de esta interrelación será el precio de equilibrio de cada uno de los factores logrado en el mercado de factores. Pero al tiempo, sucede que los ingresos obtenidos por las empresas equivalen a los gastos realizados por las economías domésticas y, en sentido inverso, también los costes sufridos por las empresas deben ser iguales a las rentas percibidas por las economías domésticas en concepto de retribución por la prestación de los factores.

Por tanto, en una economía de mercado, las decisiones sobre la producción, asignación y distribución de los bienes surgen de la siguiente manera: las decisiones de producción descansan en la soberanía del consumido: los consumidores revelan sus preferencias en forma de "votos monetarios" que las empresas utilizan de guía para orientar sus decisiones productivas. Las empresas realizan la asignación rigiéndose por el criterio de maximización del beneficio, procuran ofrecer sus productos al precio más bajo, lo que consiguen al emplear los factores productivos relativamente más baratos de la manera más eficiente posible. Por último, la distribución se produce automáticamente por medio de la retribución de los factores productivos, en forma de rentas, que tiene lugar en el mercado de factores, ya que esas rentas son las que determinan la capacidad adquisitiva de las economías domésticas que acuden al mercado de bienes y servicios.

Además, lo que las economías domésticas no gastan en consumo (ahorro) lo ofrecen en forma de capital en el mercado de factores, capital que es demandado por las empresas para realizar inversiones, de aquí que, por definición, el ahorro tenga que ser igual a la inversión.
El criterio de la maximización del beneficio de las empresas fomenta que se produzcan los bienes y servicios más deseados socialmente, al menor precio posible, con ventas y beneficios. Esto constituye un estímulo para la asignación eficiente de los recursos. Por tanto, los beneficios empresariales, cuya búsqueda tiene su origen en el interés propio, acaban revirtiendo a la colectividad, por tanto en el mercado existe una especie de benefactora "mano invisible", (término acuñado por Adam Smith).

Asimismo, el mercado refuerza el sistema de incentivos premiando el rendimiento de los trabajadores, lo que favorece el que éstos dediquen sus esfuerzos a aquellas tareas en las que por estar mejor capacitados, pueden rendir más, al tiempo que garantiza a éstos últimos una considerable libertad a la hora de tomar sus decisiones de consumo. Junto a esto, el sistema de precios, especialmente si las decisiones económicas están en buena medida descentralizadas, se revela bastante flexible para responder a los cambios de la demanda, ya que éstos son acusados con prontitud por los precios. El motivo demanda se traduce en el interés de los empresarios en realizar innovaciones y mejoras en los productos que ofrecen.

Defectos del sistema capitalista

Los defectos más señalados del sistema capitalista, en algunos casos y de manera más o menos amplia, y que justifica la intervención del Estado (economía mixta), son:

a) Las desigualdades que genera en el terreno de la distribución. Los favorecidos por el sistema obtienen beneficios inmediatos y, de igual forma, los desfavorecidos son intensamente perjudicados. Las desigualdades pueden, además, reforzarse a lo largo del tiempo, ya que las personas ricas se hallan en mejor disposición para realizar inversiones, materiales, educación, formación de los hijos, etc., que rinden beneficios adicionales en el futuro.

b) Inexistencia de mercado para todas las necesidades. Si no hay mercado para todos los bienes y servicios no se podrá determinar su precio y, al no existir un precio, los mecanismos de producción y asignación se paralizan.

c) Externalidades: se entiende por economía externa aquella situación en la que una actividad productiva de un bien o servicio, además de constituir un beneficio para el productor y el consumidor directo, lo es también, indirectamente, para otra persona o personas. En estos casos, el precio que se está dispuesto a pagar no tiene en cuenta los beneficios ajenos, por lo que el productor, al ajustar la oferta del bien al precio del mercado, producirá una cantidad inferior a la socialmente deseada (la educación). De igual modo, si lo que se genera es un perjuicio ajeno a la actividad productiva, se dice que estamos ante una deseconomía externa, en la que el precio no incluye el perjuicio ocasionado (el tabaco).

d) Bienes públicos: se trata de un tipo de bienes que cumplen unas peculiares características: se disfrutan colectivamente, llevan aparejados economías externas, el consumo realizado por una persona no resta consumo a otras personas y además es imposible excluir del disfrute a quien no esté dispuesto a pagar un precio por dichos bienes. Plantean el problema de que nadie querrá pagar un precio por lo que puede disfrutar gratuitamente (figura conocida como free-rider: gorrón, polizón) y al final, nadie se hará cargo de su producción (la calidad del aire).

e) Monopolios. Es un hecho que en el mercado hay determinadas actividades que requieren inversiones muy costosas. Dichas inversiones permiten disfrutar a largo plazo de beneficios que se originan como consecuencia del mayor tamaño de las empresas, lo que se conoce como rendimientos crecientes a escala. Así, las grandes empresas adquieren tal poder sobre los precios que les permite evitar la competencia de las pequeñas. La teoría económica se ha encargado de demostrar que en esos casos se produce una menor cantidad y a un mayor precio que en una situación de competencia.

d) Necesidades preferentes e indeseables. En el mercado existen ciertos bienes en los que la demanda del consumidor puede no tener en cuenta los perjuicios derivados del consumo de los mismos. Igualmente, sucederá que otros bienes proporcionen unos beneficios que pasen desapercibidos para el demandante.

e) La proliferación de consumos suntuarios derivada de un exceso de publicidad. Aunque la denominada publicidad informativa tiene únicamente el objeto de orientar al potencial consumidor sobre la alternativa de consumo más adecuada, la llamada publicidad manipulativa tiene por objeto intentar que el consumidor considere el producto anunciado como único: si esto se logra, al consumidor le resultará más difícil sustituir ese producto por otros. En definitiva, la competencia se ve restringida. Por otra parte, la publicidad, según Galbraith, puede ser generadora de necesidades creadas por ella misma, y si esto es así, el mercado no estará satisfaciendo necesidades reales, sino ficticias.

f) Efecto Veblen y efecto demostración. La tesis de Veblen es que las clases privilegiadas utilizan el consumo ostentoso como manera de dejar claro su prestigio o su pertenencia a la clase alta. El efecto demostración, de Dusenberry, consiste en que la percepción por un individuo del consumo de los otros, especialmente si éstos son personas de prestigio o elevada renta, estimula su propio consumo. De manera que, producir estos bienes sería indiferente desde el punto de vista social y supone detraer unos recursos que podrían destinarse a satisfacer necesidades reales.

g) Bienes defensivos: estos bienes serían aquellos que pretenden prevenir o aminorar los perjuicios sufridos en el bienestar de los individuos, a consecuencia de los aumentos de producción y consumo incentivados por el mercado. El gasto en este tipo de bienes -por ejemplo el gasto en recuperar espacios naturales como consecuencia del aumento del tráfico urbano- compensa los beneficios a primera vista logrados a través de los aumentos de consumo.

Sistema de planificación centralizada

El sistema de planificación centralizada se caracteriza por la propiedad estatal de los medios de producción y la existencia de un organismo de planificación que toma las decisiones sobre los bienes y servicios que se han de producir, la asignación de los recursos y la distribución de los bienes y servicios producidos. Se admiten pequeños mercados de bienes agrícolas o productos artesanales. El organismo de planificación confecciona planes a largo plazo (generalmente quinquenales) y fija los objetivos que se han de cumplir: a nivel más agregado, una determinada tasa de crecimiento de la producción y un nivel de provisión de bienes de inversión, de consumo, servicios, etc.

Estas decisiones se toman teniendo en cuenta las necesidades generales. Los planes agregados a largo plazo se descomponen en planes a corto plazo (anuales), con el fin de concretar los objetivos para cada uno de los bienes y servicios en dicho período y para cada una de las empresas, en cuanto a la disponibilidad de recursos y al estado de la técnica. El papel de los planificadores es el de concretar los objetivos generales en decisiones de producción y supervisar su cumplimiento.

Para concretar los objetivos aquéllos dan las instrucciones pertinentes a las empresas estatales a través de una cadena de jerarquizaciones en la que cada unidad administrativa envía órdenes a las unidades inmediatamente inferiores, y éstas se encargan de desagregarlas y transmitirlas a su vez a las que dependen de ellas. Estas órdenes van descendiendo hasta llegar a las empresas en forma de objetivos de producción. Por tanto, cada empresa se relaciona de forma vertical con sus unidades superiores, sin tener contacto con el resto de empresas.

En la fijación de los objetivos predomina el cálculo medido en unidades físicas de producción, por la dificultad que existe para evaluar la calidad de los productos. En una economía planificada los precios influyen en las decisiones de los consumidores -y los salarios en las de los trabajadores- pero no en las decisiones de producción. Los precios tienen una finalidad meramente contable, ya que son fijados una vez que la producción ha sido llevada a cabo, para permitir sumar cantidades de forma homogénea.

Actualmente, dado el fracaso evidenciado por los sistemas de planificación, se resaltan más los inconvenientes que los beneficios de aquéllos. Aunque es cierto que la planificación es, a priori, racional -por estar ajustada a las necesidades-, que consigue la ocupación plena de los factores productivos -especialmente la mano de obra-, distribuye más equitativamente los bienes e iguala las posibilidades educativas, de formación, sanitarias, etc, de los ciudadanos; también cuenta con un grupo de inconvenientes que la hacen prácticamente inviable: la toma de decisiones es tan compleja y burocratizada que acaba paralizando la actividad de las empresas (se generan unas veces problemas de desabastecimiento de bienes intermedios y otras veces -ante el temor de que esto suceda- sobreabastecimientos y sobreinversiones, ineficiencias derivadas de los deficientes métodos de control de calidad, falta de innovación en los bienes producidos y los métodos de gestión), y el sistema de incentivos es muy débil, ya que a un aumento de la eficacia de los agentes económicos no le corresponde un incremento sustancial de su bienestar, ya que, al no haber mercado libre, las posibilidades de consumo están restringidas a las directrices del estado. Esta debilidad del sistema de incentivos repercute adversamente en la productividad de las empresas y trabajadores.

Economía, Historia de las doctrinas económicas

Se pueden distinguir varios períodos en la evolución del pensamiento económico:

Fase precientífica

Período que abarca desde las primeras preocupaciones de los filósofos griegos hasta el s. XVIII. En Grecia se encuentran los primeros apuntes sobre cuestiones económicas relativas al valor, el interés o los precios, que son puestas en relación con el análisis de la sociedad y del estado. Aristóteles defendió la propiedad privada y argumentó que ésta promovía la eficacia económica y la paz social, ya que en el fondo contemplaba el intercambio como un proceso en el que las partes contratantes podían salir mutuamente beneficiadas. Esto le llevó a elaborar un modelo geométrico en el que dicho intercambio se explicaba por la existencia de un excedente previo desde el que los individuos, si existía, "reciprocidad" entre las partes, podían alcanzar un acuerdo para intercambiar los productos.

Al mismo tiempo se vio atraído por el problema del valor; a este respecto distinguió entre un valor de uso de las cosas, es decir el valor que podía equipararse a su utilidad, y un valor de cambio, que era el obtenido en las transacciones realizadas. En realidad lo que le preocupaba era la determinación en el mercado de un precio justo que garantizase una "compensación proporcional" entre los comerciantes. En cuanto al dinero y al interés, contemplaba al primero como un medio de cambio pero también como un depósito de valor. Y dado que el uso natural del mismo era el gasto, el atesoramiento no podía ser visto con buenos ojos. Este razonamiento le hizo a su vez desconfiar del préstamo, puesto que éste sólo era posible si previamente existía un fondo acumulado. La Historia de Roma sorprende por la escasez de aportaciones originarias. Las preocupaciones se centran más en el campo del derecho; así, desarrollaron abundante legislación sobre el derecho de la propiedad y los contratos.
En la Edad Media las preocupaciones aristotélicas conservaron su vigencia. El pensamiento escolástico, (véase escolasticismo) por medio de autores como San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino, Enrique de Frimaria o Juan Buridán, retomó cuestiones como la del valor que, según el primero de estos autores, debía, en el momento del intercambio de los productos, relacionarse con el coste de producción de éstos. Santo Tomás de Aquino, por su parte, dio por buenos los beneficios de la propiedad privada y la distinción entre valor de uso y valor de cambio, pero añadía que un componente del precio debía ser el de la necesidad, esto es, la demanda.

El pensamiento medieval culmina con las ideas de Odonis y Crell acerca del valor: el primero lo hizo depender de la calidad del trabajo incorporado, mientras que el segundo, aceptando esta afirmación, intentó unirla a la teoría de Buridán sobre la escasez (la demanda) como razón de peso en la determinación del valor y del precio. En definitiva, este análisis se encontraba a un paso de la teoría moderna del valor sentada en el s. XIX por Marshall, y sólo le faltó, para ser completa, darse cuenta de que el valor del trabajo está al mismo tiempo determinado por su escasez.

La economía de los siglos XVI al XVIII está presidida por la doctrina que ha pasado -no sin cierta ambigüedad- a la Historia con el nombre de Mercantilismo  Esta corriente, también conocida como colbertismo (por el ministro francés Colbert) o cameralismo (en Alemania), nace en el entorno de la aparición de la nación-estado. De marcada raigambre intervencionista, recomendaba un control absoluto del comercio por las naciones, pues el método defendido para incrementar el poderío de éstas consistía en la acumulación en las arcas del reino de cuantiosas cantidades de lingotes de oro y plata (de aquí que se la designe también como bullionismo; de bullion: lingote), fuente segura de riqueza que sólo podía conseguirse por medio de la superioridad de las exportaciones sobre las importaciones, esto es, por medio de una balanza comercial favorable.

La consecuencia de esta visión del comercio era la necesidad de fomentar las industrias nacionales por medio de la creación y subsidio de centros productivos, lo que sucedió en la Francia del ministro Colbert, en las que se emplearon las propias materias primas de cada país, y una vez alcanzada la autosuficiencia, se acometió la exportación de los productos elaborados, con mayor valor añadido. La otra cara de la moneda estaba en la conveniencia de poner fuertes trabas a la entrada de productos extranjeros, que fueron desde los aranceles hasta incluso la prohibición de importar aquellos bienes de los que se dispusiera suficientemente en el país. Los autores mercantilistas son los artífices de los conceptos actuales de balanza comercial y balanza de pagos.

Las críticas al Mercantilismo comenzaron en la segunda mitad del s. XVII, a partir de autores como William Petty y, algo más tarde, con Richard Cantillón y, el además filósofo, David Hume, en cuyas obras encontramos residuos mercantilistas transgredidos con apuestas de liberalismo. A Petty se le considera un antecedente de la econometría, por sus concepciones metodológicas empírico-inductivas expresadas bajo el término de "aritmética política"; además, destacó las funciones del dinero como medio de cambio, unidad de cuenta y depósito de valor. Cantillón concibió la economía como un sistema de mercados en el que los precios a largo plazo debían tender hacia lo que llamó "valor intrínseco", esto es, el valor de los factores productivos incorporados; si esto no se daba, había que achacarlo a la descoordinación existente entre las decisiones de los productores y de los consumidores.

Pero, sin duda, la aportación más brillante fue su análisis de las relaciones entre la cantidad de dinero en circulación y los precios. En este campo matizó la afirmación de Locke sobre la teoría cuantitativa del dinero - que identificaba el crecimiento de los precios con la cantidad de dinero existente- y reparó el concepto de su velocidad de circulación - es decir, el número de veces que se emplea en las transacciones- como determinante de dicho aumento de precios. Hume, amén de señalar la teoría cuantitativa del dinero, aportó ideas como la demostración de que la balanza comercial no podía ser continuamente favorable, ya que la entrada de metal precioso, al repercutir en los precios, mermaba la competitividad de las producciones.

Primera etapa de la fase científica

Comprende, aproximadamente, desde el s. XVIII hasta 1870. En el s. XVIII la primera escuela que reclamó para sí misma la condición de tal fue la Fisiocracia francesa, liderada por François Quesnay. Fisiocracia significa gobierno de la naturaleza. La tesis fisiocrática se apoya en la consideración de un único sector productivo, el agrícola; el resto de sectores no lo eran porque no contribuían al llamado "producto neto" o excedente, y si en la agricultura se producía más de lo que se consumía, el sector manufacturero únicamente provocaba una alteración de la forma de los bienes. A pesar de la debilidad de estos razonamientos, los fisiócratas adoptan una visión acertada del crecimiento como resultado de la acumulación de capital, fueron firmes defensores del librecambio e inauguran un modo de concebir la economía como un proceso circular de renta y gasto, por medio del diagrama que llamaron "Tableau Economique", antecedente del flujo circular de la renta (véase en este artículo: sistema económico).

El establecimiento de la Economía Clásica se fecha a raíz de la publicación de la obra capital de Adam Smith La riqueza de las naciones (1776). Los autores clásicos (principalmente Smith, David Ricardo, T. Robert Malthus, y John Stuart Mill, todos ellos británicos) consideran a la economía como una verdadera ciencia de carácter autónomo, y orientan sus investigaciones a la comprensión de las leyes básicas que determinan el comportamiento de los hechos económicos. Se puede afirmar que predomina en ellos el interés por analizar el proceso del crecimiento económico y la relación que con éste guarda la distribución de la renta. Estos autores proclaman las virtudes de la asignación de recursos por el mercado y el papel dinamizador de éste sobre el proceso de acumulación de capital.

Adam Smith otorga una dimensión moral al capitalismo cuando emplea la metáfora de la "mano invisible" para señalar que el egoísmo individual es reconvertido silenciosamente en el mercado en un beneficio para la colectividad. La acumulación del capital era determinante para el crecimiento de la economía, y estaba en buena medida determinada por el incremento de la productividad que había sido logrado por la especialización y división del trabajo. Pero en la acumulación intervenían, además, la distribución de la renta en forma de salarios pagados a los trabajadores, los beneficios percibidos por los capitalistas y las rentas remuneradas a los terratenientes. En este punto, Smith distingue entre producto bruto y neto; el producto neto -o excedente- resultaba de restarle al bruto las cantidades destinadas al mantenimiento de un nivel de subsistencia de la sociedad, y era el determinante de la ampliación del proceso de acumulación.

El análisis de la distribución llevó a Smith a considerar que las rentas de los asalariados eran insuficientes para permitirles ahorrar y, en consecuencia, las fuentes de crecimiento habían de encontrarse en los terratenientes y los empresarios, aunque aquellos mostraban una mayor tendencia hacia la improductividad de los rendimientos obtenidos. Por tanto, quedaban los beneficios como verdadera energía motriz del ritmo de acumulación. En consonancia con las virtudes del mercado también era lógico argumentar que cualquier traba institucional sobre éste - a nivel nacional como internacional- no podía traer más que efectos restrictivos sobre el crecimiento.

Entre las ideas de Malthus, destaca la que mantenía que la población crecía en progresión geométrica, mientras que los alimentos lo hacían en progresión aritmética, lo que podía traer problemas de abastecimiento. Además, se le considera un precursor de Keynes cuando señala que la demanda podía resultar insuficiente para absorber el producto de la economía y que el ahorro excesivo puede dar lugar al estancamiento económico.

Ricardo es, entre los clásicos, aquel en el que se advierte un mayor contenido analítico en sus planteamientos. Esta autor centra, sobre todo, en la formulación de una teoría sobre el valor y la distribución; así, elaboró una teoría del valor con base en la cantidad de trabajo incorporada en los productos, que le permitía prescindir del inconveniente de los precios monetarios a la hora de plasmar sus ideas con un considerable nivel de abstracción. La teoría señala que el valor de una mercancía o la cantidad de otra mercancía por la que aquella puede ser cambiada, depende de la cantidad relativa de trabajo necesaria para su producción, no de la mayor o menor remuneración que se haya pagado por ese trabajo.

La teoría de distribución consistía en que el crecimiento de la población, al elevar las necesidades de alimentos, provocaba la extensión de las superficies de cultivo hacia tierras más pobres, lo que exigía una mayor demanda de mano de obra que presionaba al alza a los salarios. Habida cuenta de esto, los beneficios disminuían y el resultado final era que la expansión económica se detenía por el deterioro del proceso de acumulación de capital: se llegaba así al "estado estacionario".

A Stuart Mill se le ha atribuido el epíteto de revisionista, por haber sintetizado gran parte de los conocimientos de su época y dar por concluido el período clásico. En el pensamiento de Mill destaca la ruptura de la teoría del valor trabajo y la consideración de la interrelación entre la oferta y la demanda como determinantes del precio. La teoría del valor trabajo se transforma en una teoría de los costes de producción, por la que el precio de mercado en competencia debía a largo plazo corresponderse con el de esos costes. Estas leyes eran las llamadas leyes de la producción, y estaban fijadas por las condiciones tecnológicas y de la naturaleza. Por otra parte, estaban las leyes de la distribución del producto social, que tenían que ver con la idiosincrasia de las instituciones sujetas al control humano, y que, por tanto, podían ser alteradas, lo que abría todo un campo de carácter normativo para la ciencia económica.

La economía marxista (Marx y Engels y después Hilferding o Rosa Luxemburgo) trata de sistematizar las leyes económicas que rigen el devenir de la Historia. En El Capital de Karl Marx se encuentran replanteados los temas de los clásicos británicos acerca del valor, la distribución y el crecimiento. Marx sostiene que el agente productivo por excelencia era el trabajo, y, en consecuencia, lo que determinaba el valor de las cosas. En este sentido, el valor material de los productos tenía que ver con la cantidad de tiempo de trabajo que se necesitaba para garantizar la reproducción de cada bien en particular; esto se traducía, a la hora de determinar la valoración de la fuerza de trabajo, en la necesaria equivalencia que debía existir entre aquélla (los salarios) y el importe de la subsistencia del trabajador. Pero lo que ocurría en la realidad era que las jornadas de trabajo superaban con creces a la duración representativa de la subsistencia y no era tenido en cuenta en el pago de los jornales. De esta manera, se generaba un plus de valor (plusvalía o excedente) que iba a parar a manos del empresario gracias a su dominio de los medios de producción.

La generación de plusvalía era el componente estructural del capitalismo, y el uso creciente de la maquinaria posibilitaba elevaciones en la productividad del trabajo que redundaban en una mayor acumulación. Pero al mismo tiempo, la generalización de la maquinaria provocaba una menor dependencia respecto de la mano de obra, que desembocaba en la aparición de un "ejército de reserva de parados" y tenía el efecto de abocar a los salarios a un nivel cada vez más bajo, con el consiguiente empeoramiento del nivel de vida de los trabajadores. Sin embargo, el mayor empleo de las máquinas y la disminución de los precios, debido a la competencia, conllevaba el que se perdiera el antiguo componente de plusvalía que incorporaba el trabajador y la tasa de plusvalía iría decreciendo. A la vista de esto, los empresarios volverían a demandar más trabajo, a fin de recuperar la plusvalía perdida. Este proceso facultaba una explicación de las fluctuaciones económicas.

Segunda etapa de la fase científica

Puede fecharse entre 1870 y la década de los años 20 del presente siglo. Se admite el término de Economía Neoclásica. La nueva orientación se caracteriza por un cierto abandono de los temas del crecimiento y la distribución de la renta, en favor de una investigación sobre los mecanismos asignativos del mercado. Los esfuerzos se centran en comprender el sistema de formación de los precios en los diferentes mercados e indagar en las motivaciones que acusan los agentes económicos a la hora de tomar las decisiones de inversión, producción y consumo.

El hecho de centrarse en unidades económicas de dimensión reducida, proporciona un notable desarrollo de la Microeconomía, al tiempo que precisa la utilización de las matemáticas -sobre todo el cálculo diferencial- como herramienta puesta al servicio de modelos simplificativos de la realidad. El primer fruto de esta tendencia se halla en la corriente conocida como Marginalismo, y representada por autores como A. Cournot J. Dupuit y L. Walras (en Francia), la llamada Escuela de Viena (Menger, Wieser y Böhm-Bawerk) o W.S. Jevons (en Inglaterra).

El análisis marginal muestra los efectos que sobre las variables dependientes tienen las variaciones infinitesimales de las variables independientes, y se utiliza para diseccionar procesos de maximización de utilidades, producciones o beneficios, a partir de una disponibilidad limitada de recursos. Este método se conoce como estática comparativa. Cournot destaca por la elaboración de modelos de determinación de precios y cantidades en situaciones de monopolio (en la que existe un sólo productor de un bien frente a un número elevado de demandantes) y duopolio (dos productores).

Dupuit fue el primer economista que sugirió el concepto de utilidad marginal decreciente (el descenso en la satisfacción adicional que producen los aumentos sucesivos del consumo) en relación con la formación de curvas de demanda. Además de realizar una primera aproximación al estudio de los bienes públicos, Dupuit introdujo el concepto actual de excedente de los consumidores (representativo del bienestar que el consumidor conserva en relación a un bien determinado por el hecho de pagar un precio inferior al máximo que estaría dispuesto a pagar), al que llamó "utilidad que les queda a los consumidores".

Leon Walras, fundador de la Escuela de Lausana, tiene en su haber el mayor logro del Marginalismo, que es el análisis del "equilibrio general", desarrollado a través de un modelo en que por medio de sistemas de ecuaciones representaba a todos los compradores y vendedores de bienes y factores productivos, reunidos en una especie de subasta en la que los precios debían responder inmediatamente a las oscilaciones de la oferta y la demanda. Walras ofrecía una solución general en la que en todos los mercados existían simultáneamente un precio y una cantidad de intercambio de equilibrio. En particular, para una economía con n bienes (n ecuaciones con n incógnitas) se podían determinar n-1 precios relativos, donde el precio restante tenía un valor igual a la unidad y por tanto se podía tomar como "numerario" de referencia para los demás (se trata, claro está, del dinero).

La Escuela de Viena, fundada por Carl Menger, resolvió el viejo problema del valor mediante la llamada teoría subjetiva; según ésta, los bienes tenían valor en la medida que los individuos se percatasen de que la satisfacción de sus necesidades dependía de su capacidad para disponer de dichos bienes. Esto presuponía que los consumidores eran capaces primero de asignar un cierto valor a la utilidad derivada del consumo de los bienes, medida ésta que dependía además de la cantidad de bienes poseída - pues la utilidad de un bien variaba en sentido inverso a aquélla, es decir, que la utilidad marginal, término ideado por Wieser (Grenznutzen), era decreciente -; en segundo lugar, el consumidor podía llevar a cabo una ordenación de estas preferencias, de modo que era posible averiguar qué valor de satisfacción producía una determinada cesta de consumos. La solución de las decisiones de consumo venía a ser aquella en la que la medida de la satisfacción producida por cada última cantidad consumida de cada bien fuese idéntica (principio equimarginal).

Otra noción importante era la de coste de oportunidad: el valor de un bien podía, asimismo, expresarse como la cantidad a la que había que renunciar a otros para disfrutar de ése. El coste de oportunidad determinaba la asignación de los factores en las decisiones de producción y el valor marginal de un factor se determinaba por la utilidad marginal de las unidades adicionales producidas con éste. En relación al capital, destaca el análisis de Böhm-Bawerk sobre los efectos del tiempo en las decisiones productivas. Él distinguía entre métodos de producción directos e indirectos, según la menor o mayor cantidad de capital utilizada; naturalmente, los métodos del segundo tipo eran más productivos pero requerían más tiempo. El problema de la disponibilidad de capital se hallaba en la necesidad de contar con un fondo ahorrado previo; de acuerdo con esto y, si se tiene en cuenta la mayor preferencia que los individuos mostraban por el consumo presente respecto al consumo futuro, era lógico que los prestamistas exigieran - y los productores prestatarios estuviesen dispuestos a pagar - un tipo de interés. Por tanto era evidente que este último garantizaba la canalización del ahorro hacia la inversión.

El Marginalismo culmina de manera brillante en la figura de Alfred Marshall, con sus Principios de economía (1890). El método marshalliano consistía en una selección de las variables fundamentales de un determinado fenómeno y considera al resto de ellas como una constante (restricción ceteris paribus). A este autor se debe la derivación de la curva de demanda agregada de un bien específico como función inversa (de pendiente negativa) del nivel de precios, para una renta, precios de los demás bienes y gustos dados. El precio era el resultante del cruce de la demanda con la oferta, y ésta última era creciente en relación al precio, ya que el mayor empleo de factores productivos había de hacerse a costes crecientes, de modo que sólo cuando el empresario observaba que el precio subía apreciablemente tomaba entonces la decisión de aumentar la oferta de su producto.

En cuanto al tiempo, su análisis difería sensiblemente entre el corto y el largo plazo. A largo plazo se encontraba el verdadero precio de equilibrio, y lo característico de esta secuencia temporal era que -en condiciones de competencia con rendimientos proporcionales al aumento de los factores- se producían entradas (o salidas) de empresas en la industria, atraídas (disuadidas) por los beneficios (pérdidas) que se podían obtener a corto plazo. El resultado -si había beneficios a corto plazo- era un aumento de la oferta que reconducía el precio hacia su nivel de equilibrio. Por tanto, se tenía una curva de oferta horizontal en el largo plazo que expresaba una única posibilidad de relacionar (en equilibrio) el precio con la cantidad producida. Por otra parte, la situación era tal que no se obtenían ni beneficios ni pérdidas por los empresarios.

Marshall no se limitó a una situación de competencia, sino que sus modelos (denominados de equilibrio parcial) dieron entrada a casos de rendimientos crecientes (costes decrecientes) y decrecientes (costes crecientes) de los factores -en cuyo caso la oferta a largo plazo podía ser creciente (en rendimientos decrecientes) o decreciente (viceversa)-, a las economías y deseconomías externas (véase externalidades) o al monopolio. También introdujo el concepto de elasticidad de la demanda (variación porcentual de la demanda en relación a la variación porcentual del precio).

Otros autores importantes del período neoclásico, todos ellos entre el s. XIX y el s. XX, son Clark con su análisis de la retribución de los factores ligada a su productividad marginal; Wicksell, perteneciente a la escuela de Estocolmo, con su estudio de las influencias del dinero y el crédito en la actividad económica; Fisher y la teoría del interés; Pareto, de la escuela de Lausana, con sus contribuciones a la economía del bienestar y la definición de optimalidad (véase en el apartado de sistema económico); Veblen, fundador del Institucionalismo norteamericano; o Pigou y la Economía del Bienestar.

 

Fundación Educativa Héctor A. García