definición y áreas de interés        Proyecto Salón Hogar

 

  Breve historia de la escritura

Breve historia de la escritura.

La escritura, tal y como la conocemos hoy, surgió a partir de las representaciones pictográficas de civilizaciones tan antiguas como las de Sumeria y Acadia, que habitaban en Babilonia y Asiria. El sumerio fue una lengua viva desde el cuarto milenio a.C. hasta el segundo, que usaba para su transcripción gráfica un sistema de signos conocido como escritura cuneiforme. Los primeros testimonios culturales de esta lengua ponen de manifiesto una escritura ideográfica formada por ideogramas o caracteres de dibujos más o menos reconocibles (un perfil de cabeza humana significa ´cabeza´, un pez significa ´pez´, etc.). Más tarde se produce el tránsito a los fonogramas, en los que los caracteres registraban los sonidos de las palabras. En el primer caso (ideogramas) no se podía pronunciar el carácter (es decir, leer el texto) si no se conocía la lengua; en el segundo caso (fonogramas) se podía leer los signos aun sin comprenderlos. El paso de unos a otros se llevó a cabo por el procedimiento del acertijo: una palabra, cuyo significado se revela como imposible de dibujar (por ejemplo, "bondad"), se representaba mediante la sucesión de ideogramas ya existentes, cuyo sentido no se retiene pero cuyas pronunciaciones se yuxtaponen para constituir la de la palabra que se desea transcribir.

Casi a la par que los sumerios, los egipcios desarrollaron un sistema de escritura bastante similar. Desde los más antiguos testimonios escritos (alrededor del año 3500 a.C.), aparecen realizaciones llamadas jeroglíficos, que mezclan símbolos ideográficos (ideogramas o "signos-palabra") y símbolos fonéticos (fonogramas o "signos-sonido"). Los fonogramas acompañaban frecuentemente a los ideogramas, y su función principal era ayudar a evitar la ambigüedad de estos últimos, determinando su pronunciación concreta dentro de cada enunciado. Por ejemplo, el dibujo de una oreja podía significar dos cosas distintas: ´oreja´ y ´oír´; pero "oreja" se pronunciaba [m.s´.d.r] y "oír" [s.d.m]. Para precisar que un determinado jeroglífico significa ´oreja´, los escribas egipcios añadían al ideograma que la representa los fonogramas [m.s´] (nacer) y [d.r] (gavilla). La escritura jeroglífica de los egipcios tiene la forma de una especie de taquigrafía, ya que sólo se representaban las consonantes, y por ello no se puede decir que constituyera un verdadero alfabeto. Pero aunque los fonogramas omitieran las vocales de las palabras, éstas se conocían gracias al contexto y se pronunciaban realmente.

En la antigua China, la escritura surgió hacia el año 2850 a.C. con un sistema llamado pa-kwa, inspirado en otro sistema mnemotécnico anterior de cuerdas y nudos. Los caracteres chinos actuales, sin embargo, aparecieron por primera vez hacia el año 2500 a.C., aunque los documentos más antiguos que se conservan datan del período comprendido entre los años 1500 y 1000 a.C. La escritura china, al igual que la egipcia, es de carácter ideográfico. La lengua sólo posee palabras monosílabas indescomponibles en unidades fonéticas mínimas, que representan directamente las ideas en cuanto expresadas por un conjunto fónico definido. Por todo ello el chino resulta una lengua tan difícil de aprender, ya que cada palabra se representa mediante un carácter distinto que ha de aprenderse separadamente.

Los hindúes son la primera civilización que lleva a cabo una reflexión profunda sobre el lenguaje y una descripción detallada de una lengua, el sánscrito, cuyos comienzos se remontan más allá del primer milenio a.C. El sánscrito era el vehículo de la literatura védica de carácter religioso, y con ella se articulaban las fórmulas rituales en las ceremonias. La preocupación extrema de los gramáticos hindúes por mantener correcta la pronunciación de estas frases litúrgicas hizo posible la primera descripción cuidada de los sonidos de una lengua, y ello dio lugar al primer alfabeto de la historia de la humanidad (aunque de carácter silábico, sólo con consonantes y sin vocales escritas).

Los fenicios constituyen el siguiente paso en la evolución de la escritura. Su sistema gráfico, no obstante, representaba únicamente las consonantes, por lo que no merece la denominación de alfabético.

Si se acepta que un verdadero alfabeto existe únicamente a partir del momento en que una escritura anota tanto consonantes como vocales, pertenece a Grecia la invención del sistema alfabético como tal. Éste se basó en la teoría de la acrofonía, según la cual cada letra lleva un nombre asociado (alpha, bêta, gamma, delta, etc.) y representa el sonido inicial de su propio nombre (por ejemplo, ´G = gamma´). Del nombre de las dos primeras letras del sistema griego deriva el propio nombre alfabeto, que adquirió desde entonces un carácter internacional. La brillante idea que los griegos emplearon para la creación de su alfabeto (hacia el año 1000 a.C.) consistió en adoptar íntegramente el de los fenicios, aunque usaron los símbolos consonánticos que no poseían como sonidos propios del griego para representan sonidos vocálicos.

Sin embargo, hay que atribuir a los romanos, herederos culturales del pueblo griego, el establecimiento definitivo del llamado alfabeto latino, variedad ligeramente mejorada del alfabeto jónico de los griegos que adoptaron a través de los etruscos. Como principal novedad establecieron la forma redondeada de las letras, gracias al uso de la pluma y la tinta (los caracteres griegos poseían formas angulares debido a que se grababan en piedras mediante un punzón). Éste fue el alfabeto que posteriormente exportaron a Europa y que constituye la base de la mayoría de las lenguas occidentales. Los pueblos eslavos, no obstante, adoptaron su propio alfabeto cirílico en el siglo IX d.C., fecha en la que el misionario griego Cirilo lo introdujo en Europa oriental directamente del griego.

(4) Panorama histórico de la escritura.

Frente al carácter de comunicación momentánea para recepción auditiva que tiene el habla, o para recepción visual que tienen los gestos, la escritura satisface una necesidad social, la de preservación, favoreciendo el desarrollo de sociedades complejas.

La escritura implica también la selección de un espacio para la comunicación, que puede variar entre varios metros cuadrados, en una estela egipcia o china, o reducirse al tamaño de una cuartilla o una pantalla, o de un hueso donde se han grabado varios caracteres. Este condicionamiento espacial trajo consigo una orientación, que ha sido diversa. Los hititas usaban un sistema llamado bustrofedón, es decir, ´como ara el buey´: marcaban con un signo especial el principio de la escritura y, al acabar esa línea, en lugar de volver al punto de partida y bajar a la línea siguiente, bajaban a esa línea sin cambiar de columna de escritura y reemprendían ésta en sentido inverso; así iban una vez de izquierda a derecha y otra de derecha a izquierda.

Si consideramos ahora sólo la dirección horizontal, los dos sentidos posibles están bien atestiguados: en los sistemas semíticos, como el hebreo y el árabe, se escribe de derecha a izquierda; el griego y el latín, por su parte, se escriben de izquierda a derecha.

También es posible seguir los dos sentidos de la dirección vertical: en chino clásico se escribía preferentemente de arriba hacia abajo (y de derecha a izquierda). En chino moderno se sigue en cambio la dirección horizontal y el orden de izquierda a derecha occidental, salvo por razones artísticas excepcionales.

Nótese que la escritura es también un esfuerzo físico, con determinadas repercusiones fisiológicas: la representación silábica y alfabética refuerzan la especialización del hemisferio cerebral izquierdo, donde radican la mayoría de las funciones lingüísticas, mientras que la representación pictórica refuerza la especialización del hemisferio derecho, junto con las funciones motrices.

El sentido de la escritura implica también un cambio físico en relación con la posición de la mano y el cuerpo: cuando la escritura va de izquierda a derecha la mano acaba, en los diestros, en posición normal; pero cuando se escribe de derecha a izquierda, siempre con la mano derecha, la mano acaba en posición cruzada con el cuerpo.

La representación escrita de las lenguas

La evidencia empírica de que la palabra hablada precedió a la representación escrita como medio de comunicación entre los hablantes es innegable: los testimonios históricos son claros, al igual que las conclusiones a que nos llevan las aportaciones de la antropología. Podemos añadir, incluso, que muchas lenguas no han recibido una representación escrita hasta épocas muy recientes: así ocurre en América y Filipinas, desde el siglo XVI, como consecuencia de la colonización española y posteriormente en todo el mundo como consecuencia de las colonizaciones, fundamentalmente portuguesa, inglesa, francesa y rusa.

El fenómeno tampoco era nuevo: los mercaderes fenicios y griegos llevaron sus sistemas de escritura por el Mediterráneo, donde finalmente los romanos impusieron el latino, desplazado por el árabe en el Mediterráneo Sur a partir del siglo VIII. El alifato árabe, así llamado por el nombre de las dos primeras letras (como alfabeto para el griego y abecedario para el latín), se utiliza también todavía hoy para lenguas no semíticas, como el persa y otras lenguas indoeuropeas de la familia irania, desde China a la Unión Soviética y Turquía, e igualmente para distintas lenguas túrcicas, comenzando por el propio turco.

Tampoco se trató, por supuesto, de un fenómeno del mundo occidental, o semito-occidental. El sistema de escritura del chino se extendió por Asia hasta Japón e Indonesia, siendo poco a poco desplazado por otros sistemas nacionales, como el llamado alfabeto coreano implantado en el siglo XVI, que tiene todavía elementos silábicos. Otro sistema de escritura, el devanagari del sánscrito o indio antiguo, se extendió hasta Indonesia con la expansión del budismo y ha sido posteriormente reemplazado por el árabe en Malasia y el latino en Indonesia.

Podemos plantearnos el estudio de la representación escrita de las lenguas en un triple plano. En primer lugar tendríamos la semasiografía, que constituye la primera gran etapa. No es muy interesante desde el punto de vista lingüístico, aunque posiblemente sí desde el cognoscitivo. La representación, generalmente en pinturas o combinaciones de pinturas, se realiza mediante iconos.

La verdadera escritura comienza cuando las señales escritas son sustitutos de los signos de la lengua. Ya no se trata de iconos, sino de símbolos, signos en los cuales la relación entre expresión y contenido es arbitraria, convencional, basada en el acuerdo de los hablantes y en razones históricas, a partir de la necesidad de intercomprensión. Por este motivo el símbolo exige la existencia de un intérprete, mientras que, como ya hemos dicho, el icono no la exige. La lengua escrita asume así su condición definitoria, la de código sustitutivo. Lo que se sustituye son unidades o elementos de distintos grados: palabras, sílabas o segmentos fónicos diferenciados. Se habla de fonografía; pero no se asocia única y necesariamente una representación escrita con una forma oral.

No nos encontramos ante un plano único, sino doble, como corresponde a las dos articulaciones. Así tendremos sistemas que representan la primera articulación, la del contenido, y por ello son morfémicos, como ocurre en el chino, y sistemas que representan la segunda articulación, la de la expresión, y son silábicos o fonémicos. De todos modos, la historia de la escritura nos muestra que los sistemas que atienden fundamentalmente a la primera articulación y son, por ello, morfémicos, van admitiendo progresivamente unidades de la segunda (para facilitar la diferenciación de homógrafos no homófonos, por ejemplo), llegándose a un tipo mixto, de escritura que se suele llamar logosilábica.

Para poner un ejemplo de la diferencia entre representación de la primera o de la segunda articulación no necesitamos ni siquiera recurrir a la lengua paradigmática, como es el chino, sino que nos basta con un signo escrito tan corriente como "+".

El signo "+" expresa un contenido, que podemos llamar [ADICIÓN], independientemente de la expresión que se le asigne (lo que solemos llamar ?cómo lo leemos?). Así, se leerá /más/ en español, /ply/ en francés o /pl?s/ en inglés. Gracias a ello podemos emplearlo en cualquier lengua en la que escribamos. Lo mismo ocurre con el signo "-", que se leerá, respectivamente, /ménos/, /mwã/, /mawncs/.

Para explicar la combinación de lo morfémico y lo silábico podemos recurrir a uno de los juegos y pasatiempos más conocidos y sencillos: el de la sustitución de elementos en una cadena de escritura.

Si en una frase como:

La máscara menospreció a los demás y siguió su camino

sustituimos las sílabas más y menos por los signos hasta ahora morfémicos "+" y "-", convertiremos éstos signos en signos representativos de la expresión, con pérdida de su valor de contenido, total (máscara, demás) o parcialmente ( menospreció):

La +cara -preció a los de+ y siguió su camino.

El elemento "+" ha pasado a representar una sílaba. Este paso ha supuesto un cambio radical. La frase anterior sólo puede leerla correctamente un hablante de español: la única equivalencia posible es (+ = /más/). No podemos leer /plycara/ o /depl?s/. Del mismo modo es incomprensible para una persona que no sea hablante de francés un simple juego de equivalencias, ahora sólo fonético, no gráfico, como:

Ça t´a +? /sa ta ply­/

?¿Te ha gustado??, donde lo que cuenta es la pronunciación /ply/ del participio de plaire ´gustar´, homófona, no homógrafa, de la que corresponde al signo "+".

Los reformadores del sistema chino de escritura fueron muy pronto conscientes de esta posibilidad y formaron múltiples representaciones a base de unir un elemento portador del contenido con otro segundo indicador de la expresión, lo que se llama el semántico o radical, más el fonético.

Etapas en el desarrollo de la escritura

Aunque el modelo teórico ideal de la evolución iría de la pintura a la letra, pasando por la sílaba y el signo morfémico (o carácter), esta evolución no corresponde a la cronología, porque se han superpuesto hechos culturales que han alterado su desarrollo aparentemente natural. Así, el chino se sigue escribiendo con un sistema representativo del tipo logo-silábico que, en algunos caracteres, está inmediatamente relacionado con el pictográfico y, sin embargo, proporciona los signos silábicos y alfabéticos del coreano moderno o de las escrituras japonesas simplificadas.

Los bastones con incisiones para contar, guijarros, quipus incaicos, wampum de los indios norteamericanos, cauríes de los yorubas del África Occidental, junto con las pinturas, son los precursores de la escritura. Tras ellos nos encontramos inmediatamente con los sistemas semasiográficos, con mecanismos descriptivos-representativos, como la roca de Nuevo México, o mecanismos identificadores-mnemónicos, como los proverbios efé, en África Occidental. Lo común de todos estos sistemas es doble: el paso de icono a símbolo todavía no ha concluido; la motivación de todas estas representaciones se limita a la conservación de unos datos, bien de carácter económico-contable, bien de índole que consideraremos más cultural o espiritual, como cadenas de sucesión, o mecanismos para recordar.

No se trata de algo que pueda ser interpretado por cualquier hablante, sino sólo por aquellos que conocen el tipo de referencia. Nosotros solemos hacer un nudo en el pañuelo, o cambiarnos el anillo de mano para recordar algo: se trata de un mecanismo mnemónico. También formamos palabras o frases para recordar clasificaciones, el ejemplo obvio son los latinajos de los silogismos: Barbara celarent Darii ferio, etc., donde la vocal A indica juicio afirmativo con cuantificador universal, E negativo con cuantificador universal, siendo I O los correspondientes negativos con cuantificador existencial.

Supongamos que hubiéramos hecho una sarta de bolas de colores, rojo para A, azul para E, verde para I, negro para O: tendríamos un mecanismo mnemónico

rojo-rojo-rojo azul-rojo-azul rojo-verde-verde azul-verde-negro

para la primera figura; pero si no sabemos que A es la afirmación universal y E la negación y que I, O son sus correspondientes particulares, no tenemos ninguna posibilidad de interpretar

rojo-rojo-rojo

como un modo de hacernos recordar la validez de todos los razonamientos del tipo

Todos los hombres son mamíferos

Todos los políticos son hombres

Todos los políticos son mamíferos

Entre las tres bolas rojas y la expresión de las tres proposiciones anteriores discurre (sin demasiada fortuna en este caso) toda la historia de la escritura, a partir de la escritura propiamente dicha, es decir, de la que llamamos fonografía, aunque, insistimos, no es imprescindible que se representen sonidos.

Si bien se han propuesto cuadros muy complejos de evoluciones, podemos tener una visión más clara, aunque simplificada, si construimos un esquema como punto de partida, aunque no desarrollemos algunos puntos de innegable importancia, como la derivación desde el silabario fenicio al indio:

 

Logo silábica
ß
Sumeria
acadia

ß
Egipcia
ß
Hitita
(Egea)

ß
China
ß
Silábica
ß
Silabarios
cuneiformes
(elamita)
(hurrita)
etc.
Silabarios
semíticos
occidentales
(ugarítico)
(fenicio)
(arameo)
(hebreo)
ß
Silabarios
egeos
(linear A)
(linear B)
(chipro-minoico)
(chipriota)
(de Festo)
(de Biblios?)
Silabirio
japonés
(kana)
ß
Alfabética
ß
 
Griego
cirílico
arameo (vocalizado)
hebreo (vocalizado)
árabe (vocalizado)
latino
etc.
 
Coreano

Del tipo inicial, logosilábico, se conserva el sistema chino, para esta lengua y, junto con los sistemas simplificados hiragana y katakana, para el japonés. Los tipos sumerio, egipcio e hitita corresponden al sistema jeroglífico (de origen icónico) y su primera evolución (en su progresivo paso a simbólico). En los tres casos esa evolución prosigue y lleva a una variedad de silabarios, de los cuales sólo tiene continuidad el tipo egipcio, a donde remontan las escrituras indoeuropeas occidentales, mediante el silabario fenicio: el griego y el latino. Del primero nació en la Edad Media el alfabeto cirílico de los pueblos eslavos, que toma su nombre de San Cirilo (c. 827-869), apóstol de los eslavos, junto con su hermano San Metodio (c. 825-885), probables inventores de este sistema, usado en la traducción de la Biblia al llamado por ello eslavo eclesiástico antiguo
.
 

Del mismo tipo egipcio arrancan los silabarios semitas de los que proceden las versiones actuales del arameo (siríaco), hebreo y árabe. En estos casos no cabe hablar de alfabetos en sentido pleno, puesto que las vocales breves se representan simplemente con signos, mociones, sobre la base consonántica: un sistema similar al de los acentos o la diéresis en español, francés o alemán.

Unas consideraciones concretas sobre los casos del chino y el árabe pueden ayudarnos a comprender mejor algunos aspectos de la evolución.

En el caso del chino, la cuestión básica es bien conocida: la lengua china está dividida en una serie de ?dialectos? (en realidad, lenguas o grupos lingüísticos) muy diferenciados. Esta diferenciación no es moderna, pero pervive en las condiciones actuales, con la peculiaridad de que, por la idiosincrasia del sistema chino de escritura, sólo afecta a la lengua hablada: las distintas variedades lingüísticas chinas, tan diferentes que llegan a ser mutuamente ininteligibles, tienen un sistema de escritura común, sistema que sirve, por otra parte, a diversas lenguas asiáticas, incluso sin relación genética con el chino, como ocurre con el japonés. Por ejemplo, el carácter del dibujo 1, que significa ´sol´, se lee en chino . y en japonés nip. (Y en español sol, podríamos añadir.)

Este sistema servía para escribir el chino antiguo, que tanto fonética como tipológicamente puede estar muy lejos del actual, y estaba ya bien establecido en el siglo IV de nuestra era, lo que permite a un conocedor actual del sistema gráfico leer los textos de esta época (y algunos bastante anteriores) y comprender su contenido, aunque no sepa pronunciarlo como cuando se escribió. Pueden leerse así, con mayor o menor dificultad, textos que se remontan a épocas anteriores al fin de la dinastía Shang (1122 a.C.).

Lo que permite esta amplia posibilidad es, como sabemos, la escasa o nula relación con la pronunciación. Sobre todo los caracteres que se refieren a objetos concretos, como sol o cuchillo, pueden haber tenido una relación directa con ese objeto, por ejemplo si han nacido como dibujos para representarlo; pero ni siquiera esto vale para la gran masa de caracteres.

Un carácter está formado por una serie de trazos dispuestos de acuerdo con un orden rígidamente establecido y expresa uno o varios significados; por sí mismo no podemos saber cómo se lee o leía, aunque, naturalmente, tenemos otros recursos, como las rimas, por ejemplo, los nombres propios y sus correspondencias en otras lenguas, o las noticias de gramáticos y lexicógrafos. De todos modos, hay todavía caracteres que no sabemos leer, aunque, a veces, sepamos qué significan.

Como ejemplo sencillo podemos poner el del carácter del dibujo 2, que significa ´dos´, como es fácil deducir (si bien advertimos que así es y que se trata de la representación abreviada, no de la usada en contabilidad, porque sería muy fácil de alterar). Se lee èr o liãng. en pequinés moderno. Nada hay en el carácter que indique cómo se lee: el trazo único representado en el dibujo 3, que significa ´uno´, se lee yì., mientras que el triple del dibujo 4, que significa ´tres´, se lee san.

El sistema de escritura chino se desarrolló en etapas. Aunque señalamos las tres primeras, conviene advertir enseguida que, en realidad, no son total y absolutamente sucesivas.

Primero tenemos dibujos de objetos naturales, progresivamente estilizados y separados de su modelo, como el sol y la luna. Conceptualmente una segunda etapa correspondería a dibujos con referencias de tipo metafórico, de relación inmediata o fácil con el contenido expresado: es el caso de ?dos? que hemos visto, o ?subir? y ?bajar? (línea horizontal con un trazo vertical hacia arriba o hacia abajo, respectivamente). El tercer paso es el de los compuestos para expresar cualidades o valores abstractos: la combinación del carácter del sol y de la luna, míng, expresa ?brillantez? la suma de ?alto? + ?bajo? es ?altura?, y así sucesivamente.

Este sistema es muy ingenioso; pero ofrece un grave peligro: que cada uno se invente los caracteres que va necesitando, a su gusto. Ya Confucio (551- 479 a.C.) se quejaba de la falta de sistematización de la lengua escrita. El año 213 a.C., por esta razón, el emperador Shih Huang Di encargó al gramático Li Sin la revisión del sistema de escritura.

La gran masa de confusiones se produce cuando un carácter pasa a usarse para varios significados, y ello por muchas razones: porque el significado primitivo es arcaico, por error, por homofonías, por desuso y otras similares. Mucho antes de Li Sin vivió un escriba desconocido (seguramente fueron varios) que recurrió a un procedimiento específico para remediar este mal: una parte de los caracteres complejos sería un radical, es decir, un signo relacionado con el significado básico. Así, todos los caracteres que representan significados relacionados con el agua comienzan por el radical del dibujo 5, que no tiene lectura propia; sólo sirve para diferenciar lo que sigue, que, si fuera solo, podría expresar varios significados distintos.

Li Sin codificó este uso incipiente y no general, de modo que, a partir de entonces, los caracteres chinos complejos constan de un radical, que expresa la agrupación semántica a la que pertenece el significado representado, y una parte llamada fonética, constituida por un carácter que no tiene nada que ver con el significado; pero que da una indicación, a veces muy somera, sobre la pronunciación. Así, el carácter que sirve para expresar el ´plural personal´, está formado por el radical del dibujo 6, que significa ´persona´, y el fonograma del dibujo 7 [men] (signo modernizado que significa ´puerta´, simplificación de una forma antigua, que es la que encontramos, con el mismo valor, en los textos anteriores a la reforma actual de los caracteres).

La normalización de Li Sin abarcó unas tres mil trescientas formas, las básicas para la comunicación normal, muy lejanas de los cuarenta mil caracteres, aproximadamente, de los grandes diccionarios. La verdad es que, durante mucho tiempo después, los radicales se usaron a gusto de los escribas y que la escritura se complicó por múltiples razones, incluidas las estéticas, la etimología popular y otras mezclas de refinamiento e ignorancia, de manera que esta reforma tiene más valor simbólico que efectivo. No obstante, vale la pena saber que, doscientos tres años antes de Jesucristo, un emperador y un gramático chinos encontraban provechoso ocuparse de la modernización y reforma de la lengua.

La evolución de la escritura árabe, como ejemplo de silabario, también está llena de interés.

El alifato árabe es, como hemos dicho, un silabario, en el que tienen signos de uso obligatorio las consonantes y las vocales largas. Además, se trata de una escritura cursiva, lo que lleva consigo que muchas grafías tengan distintas formas en posición aislada, inicial, media o final:

3 (s) V (s-) V (-s-) 3 (-s)

A esta escritura cursiva, en su estado actual, se ha ido llegando en un proceso lento, en el que la aparición de los puntos diacríticos y la unión de las letras han sido progresivos.

En un principio, en la escritura que llamamos cúfica ?por el nombre de la ciudad de Cufa?, sólo se representaba la base de la consonante, no los puntos diacríticos. Así, un trazo como el de arriba, sin el punto, no sólo representaba ba, bi, bu, sino también ta, ti, tu, ta, ti, tu, na, ni, nu y hasta ya, yi, yu inicial y medial. Lo mismo ocurría con todas las sílabas que se diferencian por puntos: fa, fi, fu se escribía igual que qa, qi, qu.

La adición de los puntos diacríticos facilitaba enormemente la lectura y de ello hay una clara conciencia popular, reflejada en la noche 242 de las Mil y una noches, que corresponde a la historia de NiQma y NuQm.

El primero, acompañado del médico persa que le sirve de amigo y protector, llega a Damasco, en busca de su amada NuQm. El médico alquila una tienda y abre consulta con sus fármacos e instrumental. A los pocos días se presenta una vieja recadera que solicita remedios para sanar a una esclava, propiedad del califa QAbd al-Malik b. Marwan. El médico pide unos datos para confeccionar el horóscopo de la enferma, por los que deduce que se trata de NuQm de Cufa. Lleno de alegría, NiQma prepara los medicamentos que su maestro prescribe y los mete en una caja. Hecho esto, escribe en una hoja de papel unos versos, que esconde entre las medicinas, dentro de la caja. Antes de entregarla a la recadera, finalmente, escribe sobre la tapa, ya sellada, en letra cúfica: ?yo soy NiQma b. al-Rabì?, de Kufa?.? Esta precaución permite que nadie, salvo NuQm, sea capaz de descifrar el escrito.

La anécdota interesa porque al hilo de ella surgen puntualizaciones de los estudiosos que nos ilustran acerca de las vicisitudes que otros sistemas de escritura han podido sufrir. A pesar de no haber sido nunca exclusiva del mundo árabe, sino peculiar de ese foco cultural iraquí, la escritura cúfica adquirió gran importancia debido a que, hacia el año 650 de la era cristiana (H. 30), cuando el califa QUtman intentó unificar las distintas lecturas alcoránicas, el grupo de Cufa, que creía tener una recensión ?escrita en los mismos caracteres que trazó la Pluma, al-Qalam, al redactar la parte de la Tabla, al-Lawh, revelada por Gabriel a Mahoma en cumplimiento de los designios de Al-lah?, se opuso, y acabó consiguiendo que su modalidad de escritura fuera la exclusiva de los textos alcoránicos, como observamos en los ejemplares más antiguos.

El uso de la escritura cúfica para el Alcorán hacía que éste sólo pudiera ser leído por unos pocos. Así nacieron una técnica especial, la de la lectura salmodiada, Qilm al-Qira?a, y un oficio, el de los recitadores, qurra?, que eran realmente memorizadores del texto. Para evitar el abandono de la lectura, con los problemas de una transmisión oral, se fue relegando a unos pocos casos el uso del cúfico en la copia del Alcorán, para usar el alifato con signos diacríticos y, más tarde, extender el uso de las mociones vocálicas sobre las grafías consonánticas, general hoy día y que hace de la escritura árabe alcoránica un ejemplo claro de transición del sistema silábico al alfabético.

Información de la escritura sobre el modelo lingüístico

Desgraciadamente, los autores de los sistemas de escritura antiguos, los auténticos ?inventores? de la escritura, no nos han dejado ningún tratado donde expusieran los motivos, métodos y modelos. Si lo hicieron, no se ha conservado. Tenemos muchos conocimientos sobre procedimientos modernos, desde las escrituras secretas de los escolares a las invenciones de una persona en un lugar determinado, como el sultán bamún (parte del Camerún actual) Njoya (h. 1867-1933), quien entre 1895 y 1896 inventó el alfabeto y la escritura shümom, que transformó posteriormente en cuatro reformas, hasta 1920, año de la primera impresión en lengua shümom. Sin embargo, por interesantes que sean estos procedimientos modernos, se apoyan siempre en que la escritura, como tal, ya existe.

Los inventores de los primeros sistemas de escritura pueden ser considerados con justicia los auténticos iniciadores de la Lingüística, por lo que podemos también extraer algunas consecuencias del estudio del nacimiento y evolución de los sistemas de escritura.

Varios son los aspectos que este análisis confirma:

El paso de la pictografía y los sistemas mnemotécnicos a la escritura es una indicación clara de la sustitución del signo icónico por el signo arbitrario interpretable: el símbolo. El análisis de éste en contenido y expresión, que corresponde a los dos planos o la doble articulación de la lengua natural, permite la existencia de sistemas que representan unidades mínimas dotadas de significado, morfemas o monemas, así como el desarrollo, por análisis posterior, de tipos que representan ya elementos del plano de la expresión, sílabas o segmentos fonemáticos.

En el plano de la expresión se ha producido, como explicación del paso logosilábico al silábico, un análisis completo de la sílaba y, en el paso al alfabeto, de los segmentos llamados habitualmente fonemas.

Las unidades lingüísticas menores y su concatenación, por lo tanto, hubieron de ser detenidamente analizados en este complejo y largo proceso evolutivo de la representación escrita.

También podemos inferir de su estudio la preocupación que motivó este desarrollo. La escritura, que pudo partir de una preocupación religiosa o mágica y artística o estética, se pone desde sus inicios al servicio de la memoria. Su finalidad es preservar nombres, de los dioses y los muertos, en principio, luego de los reyes y sus hechos, así como de los números: muchos de los primeros testimonios de representaciones escritas son testimonios de recuentos. Por una parte es una ocupación al servicio de la clase dirigente y, por ello, conservadora; pero por otro lado, los custodios y reformadores de la escritura son también testigos de la evolución de los conocimientos y participan de la mentalidad de investigación. En lo que se refiere a su técnica, como tal, su modelo es prescriptivo, normativo, aunque, como hemos visto, no haya sido posible llegar a él sin una previa y detallada fase de descripción.

Este carácter normativo de la escritura, que pervive en la ortografía, no debe hacernos olvidar, sin embargo, la base de descripción y preocupación por las lenguas que, con toda seguridad, presidió su origen.

Fue la evolución histórica, sin duda, quien despojó a la escritura de su carácter conservador, para convertirla en una técnica al servicio de la sociedad, apta para todo tipo de contenidos.

En algunos casos, para escrituras que se adaptan con dificultad a las lenguas que representan, han sido razones religiosas las que han motivado su conservación: aunque Kemal Attatürk a principios del siglo XX hizo que el turco otomano pasara a escribirse con el alfabeto latino y tanto en la Unión Soviética como en China se ha tratado de usar el alfabeto cirílico, o el latino, en otras lenguas túrcicas, así como en lenguas iranias, el peso de la religión islámica ha sido determinante en el mantenimiento de la grafía árabe.

Si éste puede considerarse un paso regresivo, no lo es, pese a las apariencias, el que ni el árabe ni el chino, por ejemplo, hayan adoptado el alfabeto latino. En ambos casos el sistema de escritura sirve para mantener una unidad que no existe en la lengua hablada. Si bien en el caso del árabe esto supone una típica actitud de diglosia con una variedad superior o A de una lengua y una variedad inferior, B, que corresponde a los dialectos y variantes orales, dada la peculiar y constante interacción de A y B en el mundo árabe, al menos de momento, la esperanza de evitar la fragmentación pasa por conservar el modelo de escritura. En cuanto al chino, si bien es útil que la escolarización se haga también en el sistema romanizado (pinyín), que favorece luego la iniciación a distintos modelos de análisis lingüístico, hemos señalado varias veces cómo la lengua escrita es el único medio de intercomprensión entre numerosísimos habitantes de la República Popular.

Bibliografía

GELB, Ignace E.: Historia de la escritura (Madrid: Alianza, 1952/1987).
MARCOS MARÍN, Francisco: Introducción a la Lingüística: Historia y Modelos (Madrid: Cincel, 1990).

Francisco A. Marcos Marín

(4) Escritura: soportes, materiales, técnicas.

La escritura sólo es imaginable a través de los soportes empleados para albergarla, de los materiales usados para esgrafiarla, tallarla o pintarla. Frente a la cultura oral, cuya única depositaria era la memoria, con el nacimiento de la escritura se dio paralelamente la utilización de múltiples y variadísimos soportes y el desarrollo de muy diversas técnicas para realizarla. Puede decirse que casi cualquier material suceptible de ser inciso o pintado, ya sea de origen orgánico, animal o vegetal, ya inorgánico, piedras o metales, han servido alguna vez como soporte de escritura. Realizar una historia de la escritura lleva aparejado inevitablemente contemplar un estudio de los materiales en que ésta se ha desarrollado, pues la elección de los mismos depende de factores que van desde los conocimientos y técnicas desarrollados en una determinada zona, como lo fue el papiro en Egipto, al uso de materiales a mano, sencillos de usar o económicos, como la madera, las tablillas de cera o la pizarra; o al empleo de la escritura con fines sociales y políticos que buscan establecer mensajes duraderos, a ser posible perennes, que alcancen a toda la población, como las inscripciones monumentales romanas en piedra.

Por otra parte, el uso de distintos materiales no sólo comporta distintas técnicas, sino que condiciona también la evolución misma de la escritura. De hecho en la evolución de la escritura alfabética se operan cambios sustanciales, como se puede ver en la escritura de Roma, desde las primeras inscripciones capitales, monumentales o rústicas, al uso cursivo de la misma dado en los grafitos de las paredes o en los rollos de papiro, desde las antiguas escrituras a las nuevas cursivas que comenzaron hacia el siglo III d.C. Por contra, la evolución de la escritura causa, en ocasiones, que textos escritos en un soporte se trasladen a otro al copiarlos, dada la antigüedad de los tipos gráficos que se vuelven cada vez más incomprensibles, como ocurrió con muchos textos escritos en papiro, que al copiarlos en una escritura más ?moderna? o inteligible en épocas posteriores, se reprodujeron en pergamino. La interrelación entre escritura y soportes materiales es tan evidente que la existencia misma de algunas ciencias ligadas a ella se define en función de éstos, al menos en su concepción más restringida.

 
 
Escritura egipcia.
 

 

 

 

 

 

 

Así tradicionalmente, y casi sin oposición hasta la mitad del siglo XX, se han venido marcando distinciones entre ciencias como la epigrafía -destinada al estudio de la escritura y los textos inscritos en materiales duros, como la piedra o el mármol-, frente a la paleografía -que se encargaría del estudio de las escrituras antiguas, pero con exclusión de esos materiales duros-; y entre ésta y la papirología, dedicada fundamentalmente a la escritura realizada sobre este material o, en todo caso, a aquellos tipos de escritura que participan de caracteres similares a ésta en su forma o ejecución, aunque el soporte sea distinto. Aunque los conceptos se han perfeccionado y el objeto de estudio de cada una de estas áreas se ha perfilado con bastante más nitidez en la segunda mitad del siglo XX, se tiende a una concepción globalizadora del estudio de la escritura que integre los diferentes campos desde los que ésta puede abordarse, mientras que las definiciones tradicionales apuntaban a la importancia intrínseca de los materiales y técnicas empleados en el arte de escribir. Importancia que sigue siendo reconocida, no obstante, de forma general, a pesar de que pueden haber variado los conceptos de las ciencias que se ocupan de la escritura.

Básicamente la escritura se fija en el soporte por dos procedimientos: incisión (inscribir) o trazado (escribir). En el primero, se pueden utilizar diversos procedimientos: grabados, esculpidos, incisiones, etc., a veces con marcas tan débiles que son poco más que rasguños, a veces con rebajes profundos realizados a cincel, dependiendo de la dureza de los materiales. En el segundo, también hay distintas posibilidades: el dibujo, la pintura, la caligrafía, la impresión, etc. Dentro de éste, se hace una distinción entre los manuscritos, modalidad que se realiza con instrumentos tan diversos como son los pinceles, plumas, cálamos, lápices, rotuladores... y la escritura realizada con aparatos que, desde su comienzo con la invención de la imprenta, se ha ido desarrollando a medida que a evolucionado la técnica y, de este modo, usa linotipias, cajas, teclados, soportes magnéticos y cuantos procedimientos se han desarrollado desde la aparición de las máquinas de escribir y los ordenadores. También se diferencia en que la escritura realizada a mano se hace a punta seca, en contraposición a las máquinas que utilizan sustancias fijadoras, como la pintura o la tinta.

En muchas ocasiones, hay una estrecha relación entre el soporte material, la forma de escribirlo o inscribirlo y el contenido de los textos. De este modo, se aprecia que, para documentos importantes, textos legales y conmemoraciones de triunfos militares se usaba el mármol o el bronce, en los que se diseñaba cuidadosamente la letra y se grababa; sobre el costosísimo papiro, se pintaban documentos religiosos y simbólicos de los faraones egipcios; sobre las paredes de las casas y los muros de las ciudades se pintaban rápidas consignas políticas, mensajes curiosos, obscenos, amorosos, humorísticos...; en arcilla se anotaban registros de cuentas y relaciones económicas en Mesopotamia; en tablillas de cera escribían los niños romanos sus ejercicios escolares, que borraban y volvían a utilizar después; sobre pergamino se iluminaban preciosos manuscritos en la Edad Media con textos literarios, religiosos, científicos; en los objetos pequeños de oro y metales preciosos o semipreciosos se grababan los nombres de los propietarios o quién y para quién se habían fabricado. De todo esto se concluye que existe una gran cantidad de materiales y tipos de soportes para una inmesa variedad de tipos de escritos. Bien es cierto que, con la aparición del papel, la escritura conocerá el soporte universal para su difusión, dando cabida a cualquier tipo de mensaje, especialmente, desde la aparición de la imprenta. Los otros materiales, así, o bien siguieron utilizándose con una función específica y bien delimitada, o bien cayeron en desuso.

Los soportes inscritos

Arcilla, cerámica.

En sentido estricto, la escritura más antigua conocida es la cuneiforme sumeria del 3200 a.C., aproximadamente, conservada en tablillas de arcilla. No obstante, algunos autores consideran que, aunque la escritura entendida como ?un sistema de comunicación humana por medio de marcas visibles convencionales? remonta a estas tablillas, no se puede dejar de considerar precedentes de la misma -en tanto que sistemas ?escritos? de comunicación del hombre-, otro tipo de dibujos, anotaciones o marcas realizadas sobre soportes diversos. Así, habría que remontarse a los petrogramas (pinturas rupestres), como las pinturas de la India por ejemplo; los petroglifos (tallas rupestres) o las diferentes formas de anotar cantidades y cuentas que se dan generalmente en los inicios de cada civilización, como las marcas realizadas en hueso de águila de Le Placard (Charente) del período Magdaleniense medio, que muestran anotaciones de tipo de calendarios del hombre de cromañón europeo.

De cualquier manera, sea como escritura o como proescritura, la arcilla es el material sobre el que se conserva la escritura más antigua, pues, incluso las llamadas ?cuentas simples? y ?cuentas complejas? -fichas que representaban productos, de la zona de la Media Luna Fértil en el Oriente Medio, y que se suelen considerar como una protoescritura precedente de la escritura sumeria- son de arcilla, así como los envases en que se guardaban y las placas sobre las que se anotaban las cantidades y tipos de productos que esas cuentas representaban.

La aparición de la alfarería facilitó el uso de la arcilla como soporte escriturario en el cuarto milenio a.C. Las placas solían ser muy finas, generalmente de tamaños similares, cuadradas y con las esquinas algo redondeadas y, cuando aún estaban humédas y blandas, se incidían con una cuña de metal, marfil o madera. Su forma, generalmente lisa por la parte en que se escribía y algo convexa por la cara opuesta, facilitaba su almacenaje en nichos, huecos de la pared, nidales, que constituían así los primeros archivos. Los cantos de las tablillas llevaban consignados datos indicativos del contenido que podían leerse estando colocadas; así pues, junto a la escritura, surgía la primera aparición de formas de clasificación y archivo. De esta forma, la función de las tablillas, básicamente registros de contabilidad y actividades burocráticas, administrativas y comerciales de los palacios sumerios, se ajustaba plenamente a las necesidades para las que habían sido creadas. Sin embargo, este material era pesado, de difícil transporte y muy frágil, lo que no facilitaba el desarrollo de la escritura como instrumento de expresión literaria, ni la aparición de bibliotecas como fondos de almacén y conservación de ?libros?. Junto a la arcilla, se utilizaba también la cerámica, ostraka, terracotas o vidrio, que se grababan antes de su cocción definitiva. No obstante, la mayoría de estos elementos pueden servir como soporte de escritura pintada y no incisa.

Madera, tablillas de cera, corteza de árboles. Huesos

La madera fue otro de los materiales usados con profusión desde tiempos remotos. Ya utilizada, al parecer, en época sumeria, tuvo un empleo considerable en Egipto, junto al papiro, pues tenía la ventaja de ser más abundante, barata y fácil de preparar. Podía usarse para grabar mensajes sin estar protegida o preparada, como hoy puede hacerse, pero su uso no deja de ser pasajero en esos casos. Normalmente se trataba recubriéndola de cera o blanqueándola con barniz; también se les aplicaba en ocasiones una capa de estuco en lugar de cera. Cortada en formas regulares, constituían tablillas que podían igualmente almacenarse. Se formaban dípticos con ellas e, incluso, se les añadía una especie de asas para sujetarlas.

En Grecia y Roma, las tablillas enceradas fueron el principal soporte de escritura, tanto para uso público como privado. Se conservan algunas que contienen textos literarios, como los griegos de las fábulas de Babrio y poemas de Calímaco en Leiden y Viena, o de diverso tipo, como las tablillas latinas de Pompeya. Son múltiples las referencias que pueden encontrarse, tanto en autores griegos como latinos, sobre el uso y la difusión de las tablillas. Denominadas en griego: pinakis, deltion, pyktion o grammateion y en latín: tabulae, tabellae, pugillares o cerae, podían contener cualquier tipo de escrito, desde declaraciones de guerra, poemas, cartas o documentos de negocios privados a ejercicios de escuela. Algunas tablillas se preparaban especialmente blanqueándolas con barniz o cal, las llamadas en griego leykoma y en latín tabulae de albatae o album, y se utilizaban para documentos importantes, leyes, edictos, etc. En las tablillas de cera se esgrafiaba el texto con facilidad, con un estilo metálico u otro objeto punzante, y se borraban de manera también sencilla. Normalmente los estilos tenían en el extremo opuesto a la punta, un acabado romo en forma de espátula con el que se raspaba la cera, se aplastaba y alisaba, reutilizándose nuevamente; esto era especialmente cómodo en la escuela. Con las tablillas, como muestra el mundo romano, se podían formar dípticos, trípticos y hasta polípticos, denominados caudices, designación que se usaría posteriormente para nombrar los libros, en el sentido que universalmente tienen, cuando surgieron en los primeros siglos de la era cristiana, es decir, los códices. Estos polípticos, provistos de asas, se colgaban por medio de alambres tensados y se guardaban en los tablinia o tabularia, esto es, los archivos romanos.

La madera también se usó en China para fabricar sellos, junto con la cerámica o el bronce, sobre la que se grababan signos. A pesar de que la madera y otros materiales, como el bambú, las cortezas de árboles, los huesos de tortuga u otros animales, pueden ser incisos, se suelen usar como material sobre el que se dibuja o pinta la escritura. La escritura antigua de pueblos germánicos, las llamadas runas, también aparecen incisas en objetos de madera: varas, cofres o cajas.

Al igual que la madera, los huesos de ballena, tortuga y otros animales diversos también aparecen en diferentes civilizaciones como soportes de escritura. Aunque mayoritariamente se pinta sobre ellos, también los hay incisos, con muescas y signos en épocas prehistóricas en Europa, en las runas o en civilizaciones como la maya y la azteca, en América. También entre los árabes en la Edad Media se usaron los huesos incisos para esgrafiar textos mágicos e, incluso, versos del Corán.

Piedra y metales

La piedra es el material más consistente, no necesita preparación y es casi indestructible, salvo por la acción del propio hombre o de desastres naturales. Es el soporte por excelencia de la epigrafía griega y, especialmente, de la romana. En piedra se grababan las inscripciones triunfales, votivas, sepulcrales, decretos, etc. Dentro de los diferentes soportes, el más apreciado y noble era el mármol bien pulimentado, que tenía múltiples variedades locales. En Roma, aunque fue escaso hasta finales de la época republicana, su uso se incrementó en época imperial. Además del mármol, se utilizó el granito, el basalto y cualquier tipo de piedra en general.

Entre los metales, el bronce es, sin duda, el más importante. Resultaba muy costoso y difícil de grabar, pero era muy apreciado para escribir documentos jurídicos como decretos, leyes, diplomas militares, leyes de de patrocinio y hospitalidad, etc.; además tenía mayor movilidad que el mármol.

Para grabar una escritura sobre la piedra se realizaban una serie de actividades bien definidas:

- Primero se cortaba la piedra, se le daba forma y se hacían molduras o decoraciones, tareas desempeñadas por el lapidarius o el marmorarius.

- A continuación, partiendo de un texto dado, posiblemente anotado en tablillas de cera, papiro u otro material, se diseñaba el espacio epigráfico que iba a ocupar en la piedra y se dibujaban las líneas, por donde debían trazarse las letras, así como las formas de éstas para lo que se utilizaba yeso, carbón o materia similar, labor llevada a cabo por el ordinator.

-Después se pasaba a esculpir la piedra realizando una profunda incisión de corte triangular, cuadrada o semicircular, según la sección del cincel. Esta tarea la realizaba el lapicida o sculptor.

No obstante, no todas las piedras o metales necesitan de estas fases en su elaboración. Generalmente, esto se daba en inscripciones monumentales públicas o sepulcrales privadas, realizadas con intención de perdurabilidad y de exposición pública. Piedras, bronce y metales diversos aparecen en inscripciones antiguas también en China, como las escrituras del gran sello del período Zhou occidental (1028-771 a.C.); también hay inscripciones en láminas de cobre de los primitivos períodos de la India.

Junto a ellas merecen un capítulo aparte las inscripciones de carácter privado, realizadas sobre plomo generalmente, de ejecución espontánea y rápida, habitualmente escritas en caracteres minúsculos y cursivos, como las tablillas imprecatorias o defixorias, tabellae defixionum. Son textos de maldiciones y conjuros contra personas, donde se invocaban a las divinidades infernales, se ?echaba mal de ojo?, o, por el contrario, se pedía protección. Estos textos se esgrafiaban con un objeto metálico punzante, stilus, u otro similar; a veces se escribían del revés, boca abajo, de derecha a izquierda y se solían enterrar para no ser descifrados ni descubiertos. Se dieron a lo largo de la historia de Roma, en época republicana e imperial, e incluso, más tardíamente. El plomo, así como otros materiales servían también para otras anotaciones rápidas o referidas a activididades cotidianas. La forma de incisión no necesitaba preparación previa del material, ni siquiera era necesario dar forma al soporte -en todo caso se cortarba para reducir el tamaño- o diseñar previamente el texto. Se trataba, pues, de un esgrafiado directo de la escritura sobre la superficie. Cabe señalar, en este sentido, la pizarra como soporte de escritura de fácil grabado, ya que cualquier punta metálica, incluso otra pizarra o piedra de mayor dureza, puede esgrafiarla. Se conocen pizarras escritas de época visigoda, en las zonas de Ávila y Salamanca fundamentalmente, que contienen textos como documentos de venta, ejercicios escolares, actividades agrícolas, etc., también contienen números o dibujos. Igualmente se conservan textos en pizarra de los siglos XIII y XV procedentes de Irlanda que contienen textos mezclados en latín y antiguo irlandés con recetas de cocina y textos religiosos, procedentes de un monasterio. Entre los metales, hay que mencionar además toda la serie de anillos de oro, objetos de bronce, fíbulas y objetos en general incisos que en epigrafía se conocen bajo la denominación de instrumenta domestica. Entre ellos, por su especial técnica de grabado y la dificultad misma que entraña, cabe destacar las inscripciones, relieves y esculturas en marfil de colmillos de elefante, práctica usada en la Antigüedad en el Sureste asiático y en la zona central y este de Egipto.
Un grupo especial de escritura espontánea y directa sobre soportes duros son los grafitos sobre roca, piedras en genereal, muros, etc., si bien los más frecuentes son pintados, como los conocidos de Pompeya; también se encuentran esgrafiados en rocas, cuevas y abrigos naturales, catacumbas, muros o paredes diversas. Se conocen de todas las épocas y su práctica se ha prolongado hasta la actualidad, aunque preferentemente como graffiti pintados.
Las diversas durezas de los materiales y la incisión que en ellos podía producirse en función del objeto utilizado, de la intencionalidad del texto o de la rapidez o lentitud de ejecucion pudieron influir en la esquematización y estilización progresiva de formas de la escritura, en los cambios operados en la cursivización de la forma de las letras o en la tendencia a las abreviaciones -en este caso también influyó decisivamente la escritura pintada en papiros y pergaminos, que tenía tendencia al ahorro de espacio, dado lo costoso de los materiales-.

Los soportes escritos

La mayoría de los materiales antes mencionados sirven o han servido de soporte de escritura dibujada o pintada. La técnica para realizarla varía considerablemente, así como los instrumentos usados. En lugar de cincel y martillo para esculpir las letras o los instrumentos punzantes (estilos metálicos y puntas afiladas de piedra o metal), se usan pinceles fabricadas con pelos de marta o ardilla, plumas de oca u otras aves, tintas diversas, fijadores de tinta y barnices. Las superficies no se inciden, rebajan o tallan, sino que se dibujan, pintan o se imprimen. Entre los diversos materiales que exclusivamente se escriben, tres son los fundamentales y de los que puede afirmarse que han transformado la historia de la escritura y, con ella, la historia de la cultura: papiro, pergamino y papel. Los otros materiales, ya sean de origen orgánico (vegetal o animal), ya sean inorgánicos (piedras o metales), se han usado también para textos pintados en todas las épocas y lugares. Así, la arcilla, la cerámica, los ladrillos de barro cocido y otros objetos aparecen pintados en Egipto, junto a rótulos en tumbas y, por supuesto, papiro, pero también junto a los textos inscritos en las piedras. Las sedas y otras telas se usaban en Egipto y en el mundo asiático. La madera se barnizaba y se podía pintar con tintas, tanto en el mundo occidental como oriental; de hecho, el bambú, el áloe y otros árboles o sus cortezas se pintaban en China, India, Egipto y en las civilizaciones de América central. De la India, por ejemplo, se conservan fragmentos de escritos realizados por los budistas a comienzos de la era cristiana en folios o láminas de madera, fundamentalmente de dos variedades de árbol: áloe y abedul. Sobre esas láminas, cortadas, pulidas y barnizadas, se pintaba la escritura. Dentro del ámbito romano, un caso muy particular es el conjunto de las Tablillas Albertini, llamadas así en honor al primer investigador que las estudió. Son textos escritos en cursiva romana del siglo V d.C., en época vándala, procedentes de Túnez. Se trata de un conjunto de cuarenta y cinco tablillas de madera, la mayoría hechas de cedro y algunas de láminas de arce, almendro, álamo y sauce. Sin embargo, la técnica de escritura no es por incisión, sino mediante pintura realizada con cálamo y con tinta negra. En las culturas maya y azteca, era característica la escritura pintada sobre amatle, especie de láminas largas realizadas con la corteza interior de algunos tipos de higuera. La superficie se cubría con una capa fina de barniz blanco sobre la que se pintaba con colores vivos. En China, los primeros testimonios de escritura conservados son los llamados ?huesos oraculares? o ?huesos de dragón? -en realidad caparazones de tortuga, escápulas de buey con signos incisos o pintados con tinta negra y roja-, que contienen anotaciones adivinatorias y mágicas de la época de la dinastía Shang (hacia 1766-1122 a.C.). Su antigüedad compite con la de las placas de bronce grabadas con textos de similar contenido. La piedra y la roca se pintaban en Grecia y Roma, como los ya citados graffiti pompeyanos. Se conocen en España, por ejemplo, también grafitos pintados en la Cueva Negra de Fortuna, en la provincia de Murcia, de los siglos I-II d.C.

En definitiva, cualquier soporte podía utilizarse para pintar un mensaje, por medio de los instrumentos más variados y recurriendo a diversas técnicas. De este modo, en la escritura han sido usados desde los soportes más insospechados, como la piel humana cuando se anota con un bolígrafo un texto o se tatúa, hasta los materiales menos inimaginables, como la sangre, -sirva de ejemplo para ambas la ley de Constantino, por la que se permitía grabar el testamento con la propia sangre sobre la espada, el escudo o el polvo del suelo a sus soldados moribundos-.

Papiro

Uno de los rasgos característicos de la cultura egipcia, junto con la escritura jeroglífica o el arte monumental de las pirámides, es el uso del papiro, una planta palustre de la familia de la ciperáceas (cyperus papyrus) que crecía abundantemente gracias al clima y carácter cenagosos de las márgenes del rio Nilo en Egipto, así como en Siria, Etiopía y Palestina. Actualmente crece en pequeñas cantidades en Sicilia, si bien no se sabe con certeza si es autóctona o fue importada por los árabes en la Edad Media.

El papiro se usaba con múltiples fines en el antiguo Egipto: como alimento rico en fécula, como materia prima para elaborar distintas manufacturas (cestas, cuerdas, ropas, velas, calzados, vendajes, ungüentos y fármacos, incluso pequeñas barcas fluviales), como planta aromática y como soporte de escritura. Para este uso, la planta se cortaba y se preparaba in situ, aún fresca. Se aprovechaba la parte central del tallo, de sección triangular, y se cortaba en láminas (philyrae) que se colocaban superpuestas y entrecruzadas sobre una tabla humedecida, formando una capa (schedulae) que constituía la trama característica del papiro. Después se golpeaban (bataneo) un poco para alisar el tejido, se prensaban y luego secaban al sol. Una vez secas, se alisaban pulimentándolas con un objeto de marfil o un caparazón de molusco. Las hojas resultantes (plagulae) se unían entre sí con una pasta de pegamento formada con agua, harina y vinagre, superponiendo el borde derecho de cada hoja sobre la siguiente para facilitar así el paso del cálamo a la hora de escribir. De este modo, se formaban los rollos de papiro, generalmente compuestos de unas veinte hojas, que se denominaban tomus, volumina o chartae. Era un material flexible, de tacto sedoso y brillante, con una tonalidad de blanco hueso. Existía una gran variedad de calidades de papiro que varían según el grueso de las hojas, la textura o el acabado de cada fase de preparación. De la época romana, se conocen diferentes tipos pero, al parecer, los de mejor calidad y más finos eran los más antiguos egipcios, siendo los fabricados en época de los faraones Ramsés los mejores. Sobre el papiro se escribía con un cálamo hecho del tallo del junco, cortado a bisel.

El papiro favoreció la proliferación y difusión de la escritura y, con ella, de la literatura. Se exportó a Grecia y Roma y fue el soporte más preciado de la escritura. Puede decirse, igualmente, que con él surgió el libro en el sentido moderno del término por lo que se refiere a la copia y distribución de ejemplares, pues se sistematizaron los archivos, aparecieron las bibliotecas y la comercialización de ejemplares. No obstante, era un material raro y carísimo, cuya producción fue disminuyendo con el tiempo, sobre todo a partir del s.III d. C. En época romana, era tan cotizado y lujoso que sólo algunas personas tenían acceso a él. Por otra parte, la conservación del papiro requería un cuidado especial: los rollos debían guardarse en recipientes de madera o de arcilla para preservarlos de los insectos e impregnarse de aceite, con lo que adquirían el tono amarillento característico. Sin embargo, la humedad y el calor eran sus enemigos fatales, de ahí su escasa conservación. Otra de las causas de la progresiva desaparición de textos escritos en papiro fue que, debido al deterioro, e incluso a la evolución de la escritura que convertía los antiguos textos en poco legibles, éstos se copiaron en pergamino con lo que fueron desapareciendo los primitivos escritos ?originales? en papiro. Con la aparición del pergamino, más consistente y abundante, aunque de laboriosa preparación también, el uso del papiro fue disminuyendo, especialmente a partir de los siglos III y IV d.C. Con todo, se siguió utilizando durante la Antigüedad Tardía y Alta Edad Media, especialmente para documentos de cancillería imperial y pontificia en las monarquías longobarda, carolingia, etc. El documento más antiguo conservado en papiro pertenece a la Tumba de Hemaka en Sakkara, correspondiente a un alto dignatario de la I dinastía egipcia, hacia el 3000 a.C. Entre los documentos conservados en papiro, cabe destacar diversos fragmentos de Fayum y Oxyrhynchus en Egipto y los papiros de Herculano, Dura Europos y Palestina; los de Rávena, documentos privados del siglo V al X d.C. y privilegios y documentos de la Cura Pontificia de diversos períodos, siendo el más antiguo el que contiene una epístola del Papa Adriano I a Carlomagno del 788 d.C. Existen también algunos códices medievales en papiro, si bien son muy escasos, como los que contienen textos de Flavio Josefo o de Hilario de Poitiers.

Pergamino

Es la piel de un animal, generalmente ternera, cabra, oveja o carnero, tratada de forma especial para conseguir este soporte de escritura. Alguna vez se usan otros animales, pero de forma excepcional, como el antílope, con el que se fabricó el códice bíblico conocido como Codex Sinaiticus. El pergamino se obtiene a partir de la dermis de la piel del animal. Ésta se dejaba en remojo en agua durante un prolongado período de tiempo, después se le daba una lechada de cal para eliminar la epidermis, evitar que se pudriera y facilitar la eliminación del vello, que se hacía a continuación; finalmente se raspaba el tejido subcutáneo. Una vez reducida la piel a una capa fina y limpia de la dermis, se estiraba y tensaba sobre un bastidor, donde se goteaba y raspaba con cuchillas de acero pasando a continuación un trapo húmedo con agua y polvo calizo; esta operación se repetía varias veces, de modo que, a base de secar y mojar la piel tensa, se producia un reordenamiento de las fibras de colágeno que daban el aspecto característico de la trama del pergamino. Una vez quitada la piel del bastidor, se apoyaba sobre un caballete y se volvía a rascar, ahora en seco, con cuchillas de cierta curvatura, para hacerla aún más fina y flexible, luego se pulía con piedra pómez. Con las virutas que se desprendían del raspado se fabricaba la cola de pergamino, usada para teñir lana, para pinturas y para encolar papel.

El nombre le viene de Pérgamo, ciudad de Asia Menor, fundada por Filetero en el 238 a.C. Según el autor latino Plinio, el rey Atalo I fundó la biblioteca que alcanzó su apogeo con el rey Eumenes II (197-158 a.C.), llegando a tener 200.000 volúmenes. Esta biblioteca competía con la de Alejandría, por lo que, según la tradición, el rey egipcio Ptolomeo Filadelfo dejó de suministrar papiro a la ciudad de Pérgamo, ante lo cual se desarrolló y perfeccionó en ella la fabricación de este soporte de escritura que terminó por sustituir al papiro. El primer testimonio de uso de pergamino es, con todo, antiquísimo: data del 2700-2500 a.C., durante la IV dinastía egipcia. Según Herodoto y Ctesias, era muy usado entre los persas. El pergamino más antiguo conservado es, sin embargo, del siglo II a.C., contiene un texto griego y procede de Dura Europos. Entre los griegos, recibía el nombre de dipthéra y, entre los latinos, el de membrana, nombre con el que era conocido mayoritariamente durante toda la Edad Media, así como el de charta membranacea. La denominación de pergamino arranca de la expresión membrana pergamenea usada por primera vez en el edicto de Diocleciano del 301 d.C., conocido como Edictum de pretiis rerum venalium. El término pergamenum fue usado por San Jerónimo (330-420). El pergamino fue el soporte por excelencia a partir de los siglos III y IV, hasta la introducción del papel por los árabes en Europa a finales del siglo VIII. Después de la difusión de éste, siguió siendo el material preferido para los códices miniados o iluminados durante mucho tiempo.

Papel

La tradición atribuye el descubrimiento del papel a Tsi Lun, un oficial del emperador chino de la dinastía Han, en el año 105 d.C. Se conservan unas cartas del 137 d.C. La invención del papel triunfó definitivamente en China, desplazando a los habituales soportes como el bambú, la seda, la madera o el hueso. Este material, convertido en el soporte universal de la escritura, tardó, sin embargo, bastante tiempo en difundirse en Occidente. Al parecer los árabes lo copiaron a partir del 751 d.C., al descubrir entre los prisioneros de guerra, tras una victoria sobre los chinos cerca de Samarkanda, a algunos artesanos de la fabricación de papel. Pero hasta los siglos X y XI no empieza realmente a ser usado en Europa y, con todo, tardará en desplazar al pergamino. Sin embargo, puede decirse que la difusión del papel y su utilización masiva ha constituido uno de los avances mayores en la historia de la cultura, comparable al de la imprenta y estrechamente relacionado con ella.

El papel fabricado en China contenía un elemento de origen vegetal: se extraía a partir de una monocotiledonia (morus papyrifera sativa), pero se dejó de fabricar con ella a raíz de su difusión por Asia Central, de donde pasó al Próximo Oriente y, finalmente, a Occidente. Así, los elementos básicos pasarán a ser los trapos de lino y el cáñamo. Se deshacían en unas pilas y se dejaban macerar y fermentar en agua para conseguir una pasta muy fina a base de golpearla con martillos o con piedras de molino. Se formaba así un producto de fibrillas de celulosa que se depositaba en una cubeta metálica a temperatura constante, en la que se introducía un tamiz rectangular rodeado por un marco de madera, llamado forma y constituido por filamentos entrecruzados que componen una trama. Según la disposición de estos filamentos, así eran las formas que daban lugar a distintos tipos de hojas, ya que, con este utensilio, se recogían las materias en suspensión que tenía la pasta de papel y se formaba una fina película que se extendía sobre un fieltro para que se secaran. Las hojas resultantes se prensaban para alisarlas y después se encolaban de una en una. Los árabes perfeccionaron mucho el usos de gomas para encolar a base de resinas o engrudos de almidón. Las hojas del papel suelen llevar una marca del fabricante, denominada filigrana, que era de origen italiano y está documentada a partir de 1280. La fabricación de papel se propagó rápidamente en los siglos XI y XII en Córdoba, Sevilla, Granada y Toledo. En Játiva, había una fábrica importante hacia 1150, si no antes, y se encuentran restos de molinos papeleros en muchas zonas. Su éxito se debió a la abundancia de esparto, producto característico del primitivo papel español. Las fábricas italianas proliferaron también a partir del siglo XIII, siendo especialmente famoso el de la villa de Fabriano o las de Bolonia, Prato, Toscana y Génova. El uso del papel terminó por imponerse definitivamente en toda Europa, según se fue abandonando progresivamente el pergamino. La fabricación del papel artesano culmina en el siglo XVIII con las fábricas de Cataluña, sin duda entre las principales y de mayor calidad de Europa, antes de la fabricación del papel industrial en los siglos XIX y XX.

Trabajo y utensilios de los copistas

La iconografía existente en los manuscritos iluminados muestra cómo escribián los copistas los rollos o códices. Gracias a ella se conocen los escriptorios, las mesas de trabajo, los diversos utensilios para escribir o iluminar e, incluso, las posturas habituales para trabajar: de pie, sentados, sobre taburetes o piedras y reclinados sobre el pupitre, mesa o con una tabla apoyada en las rodillas y fijada a la mesa... hasta sentados en el suelo o apoyados sobre la rodilla. Según se ha indicado, frente al estilo o el cincel y demás objetos punzantes para la incisión en la escritura característica de los soportes denominados tradicionalmente duros, los usados por los copistas para escribir sobre papiro, pergamino o papel son básicamente el pincel, tallado a bisel, que exigía grandes dotes caligráficas; el cálamo, tallado en punta, de manejo más fácil y, especialmente a partir del siglo IV d.C., la pluma de ave, ganso u oca. Estos útiles se cortaban con un cortaplumas y se afilaban, especialmente la pluma, con piedra pómez o piedra de afilar. Para guardarlos se utilizaba un estuche denominado stilarium, graphiarium theca libraria o calamarium. Fundamentales también, para la preparación del códice y para la escritura, eran otros instrumentos como: compás, punzón, regla, lápiz de plomo, raspador y esponja. El códice se componía de una serie de fascículos, cuya unidad mínima es el bifolio o doble folio y a partir de la cual puede ir aumentando progresivamente su número. Estos folios se doblan y pliegan de diferentes modos y con ellos se formaban distintos cuadernillos, cuyos formatos y tamaños pueden variar. Una vez formado el códice y constituido el libro, se procedía a preparar las hojas. Primero se perforaban para marcar unos puntos iniciales y finales, sobre los que se marcarían las líneas rectrices por donde debía trascurrir la escritura. Para la perforación, se podían utilizar varios instrumentos: el cortaplumas, el punzón, una pequeña rueda dentada, un instrumento de base triangular o una especie de peine metálico. Según fuese el objeto, así dejaba las finas marcas sobre el folio. Según las épocas, se marcan los puntos en el centro o en los lados; también dependía de si el texto iba a ir a lo largo de la página o se iba a escribir encolumnado. La perforación se podía hacer de una vez sólo sobre un bifolio o sobre varios, lo que también daba lugar a tipologías distintas. Una vez trazadas las perforaciones, se procedía al pautado o rayado de la página. Sobre la base de los orificios antes realizados, se trazaban las líneas de pautado, que también ofrecen gran variedad, dependiendo de zonas y épocas. Las líneas rectrices son las que se usan para escribir el texto, pero también había lineas de justificación marginales, horizontales o verticales, que enmarcaban el texto. Se creaba así una especie de falsilla sobre la que escribir. Por otra parte, se daban también ciertas marcas, como signaturas y reclamos, que indicaban el orden de los pliegos: las primeras consistían en una numeración en un extremo de la página, los segundos en escribir al final de una página (normalmente en el margen derecho inferior) la primera o primeras palabras de la siguiente.

Para la escritura, se usaban tintas y tinteros, así como productos de fijación para las mismas. El uso de las tintas se remonta ya al milenio tercero a.C. Se usaba el negro de humo mezclado con goma para obtener una pasta que se solidificaba y que había que diluir para escribir. Había tintas de origen vegetal, fácilmente borrables con una esponja húmeda, y, en la Edad Media, comienzan a usarse otras obtenidas de elementos metálicos. Generalmente, se componía de elementos como vidrio, nuez de agallas, vitriolo, goma, cerveza o vinagre. Las tintas eran principalmente negras, aunque la civilización primitiva china las usaba también rojas. De este color se empezaron a usar en Occidente en la Edad Media. Para obtener estos tonos se recurría a otros productos, como la púrpura, extraída de las glándulas de moluscos gasterópodos, el cinabrio, el carmín o las tierras coloreadas, como la sinopia, además del oro o la plata. Para la escritura, éstas son básicamente las tintas usadas; sin embargo, un capítulo aparte merecen las tinturas y colores usados en la iluminación de manuscritos, donde se consiguen una gran variedad de tonos por diversos procedimientos.

Bibliografía

 

AA.VV. Le texte et son inscription. (París: 1989).
DI STEFANO MANZELLA, I. Mestiere di epigrafista. (Roma: 1987).
LEMAIRE, J. Introduction a la Codicologie. (Lovaina: 1989).
RUIZ, E. Manual de codicología. (Madrid: 1988).
M. ROMERO-L. RODRÍGUEZ-A. SÁNCHEZ. Arte de leer escrituras antiguas. Paleografía de lectura. (Huelva: 1995).
SUSINI, G.C. Epigrafia romana. (Roma: 1982).

I. VELÁZQUEZ

 

 

Fundación Educativa Héctor A. Garcia