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Freud otorgó a esta obra, publicada en 1900 con el título
Die Traumdeutung, la máxima consideración dentro de su
producción teórica. En el libro se pueden distinguir tres partes:
el capítulo inicial, constituido por la reseña bibliográfica
detallada de los trabajos sobre el sueño
realizados antes de Freud; una segunda parte, compuesta por el
método de interpretación de los sueños,
la teoría de formación del sueño, su función y el trabajo del
sueño, capítulos esenciales todos ellos, modificados varias
veces, y una última parte constituida por el célebre capítulo
VII, dedicado a la teoría del funcionamiento del aparato
psíquico, en el que Freud describe las instancias de su primera
tópica: consciente, preconsciente e inconsciente.
Freud subraya en todo momento la originalidad de su enfoque y
comienza criticando las concepciones que ignoran la idea misma
de interpretación, porque no consideran el sueño como un acto
mental sino como un fenómeno somático, y las derivadas del buen
sentido popular y de las creencias tradicionales. Freud explica
cómo tras escuchar a sus pacientes llega a la conclusión de que
los sueños que le narran son material psíquico susceptible de
servir como punto de partida de asociaciones libres, del mismo
modo que lo son también los síntomas mórbidos descritos por los
propios pacientes.
Freud escoge sus propios sueños como material de trabajo, a
fin de presentar ejemplos concretos con los que ilustrar su
método de interpretación, comenzando con el conocido sueño de
?la inyección a Irma? que permite a Freud afirmar que el sueño
tiene un sentido. Desde entonces queda establecido el protocolo
de análisis e interpretación: antes del sueño propiamente dicho,
aparece el ?relato preliminar?, evocación más o menos detallada
del contexto, reciente o antiguo, y de los lugares,
acontecimientos, personas a las cuales el sueño hace referencia.
Posteriormente, el relato del sueño constituye el segundo tiempo
del protocolo. El análisis del sueño, basado en las asociaciones
atraídas por cada uno de sus elementos, es el tercer tiempo,
acompañado por observaciones teóricas y metodológicas.
Desde el primer momento plantea la relación existente entre
el sueño y la realización de un deseo del día precedente. Al no
resultar esa relación fácil de evidenciar en muchos sueños (sueños
complejos, de contenido penoso, etc.) Freud establece una
distinción esencial entre el contenido manifiesto del
sueño, el relato del sueño por el soñante despierto, y el
contenido latente, progresivamente revelado por el análisis
de ese sueño. El contenido manifiesto es una deformación
del contenido latente, lo que equivale a decir que el contenido
latente está disimulado detrás del contenido manifiesto. Esta
deformación es la marca de una defensa contra el deseo "vehiculizado"
por el sueño. Se trata, en definitiva, del producto de la
censura inconsciente de los contenidos intolerables para el
esquema moral del sujeto.
Sobre las fuentes del sueño y la procedencia del
material que lo compone escribe Freud en el capítulo V, dividido
en cuatro secciones, respectivamente consagradas a la antigüedad
del material onírico, las fuentes de origen infantil, las
fuentes somáticas y, finalmente, a lo que denomina ?sueños
típicos?.
Los sueños quedan planteados a modo de jeroglíficos que deben
ser interpretados de acuerdo a unas leyes que resultan
fundamentales en la doctrina freudiana. Particularmente las
relativas al trabajo de condensación y desplazamiento,
dos procesos intrínsecos del funcionamiento del inconsciente que
también se encuentran en otras formaciones del mismo.
Desde que Freud comienza a mostrar interés por los procesos
internos de la fantasía y la formación de los sueños, y hasta la
publicación en 1923 de El Yo y el Ello, en donde esbozó
su modelo estructural del aparato psíquico, su pensamiento
estuvo dominado por la teoría topográfica. Los supuestos que
sirvieron como hilos conductores de ese pensamiento fueron:
El determinismo psicológico.- Contemplaba que todo
fenómeno psicológico, incluyendo las conductas, sentimientos,
pensamientos y acciones, eran el resultado final de una
secuencia de sucesos causales precedentes. Las manifestaciones
patológicas, aparentemente arbitrarias, podían unirse así en una
red psicológica causal. La conexión de los sucesos psicológicos
con ?causas? explicativas aparentes, no dirige específicamente
la naturaleza de las causas psicológicas. El determinismo
inherente del psicoanálisis es generalmente aceptado como
soporte de las causas psicológicas, que incluyen motivos y
significados por lo general de nivel consciente.
Los procesos psicológicos inconscientes.- La
existencia de estos procesos derivaba de una considerable
cantidad de información reunida con el uso de la hipnosis,
pero consolidada por Freud en sus experiencias de hacer volver a
la conciencia vivencias pasadas mediante la asociación libre de
sus pacientes. Observó que el material inconsciente que
prevaleció y fue capaz de influir en la experiencia presente
estaba gobernado por reglas específicas, tales como el
principio del placer y los mecanismos de
los procesos primarios, que diferían sustancialmente de los de
la conducta consciente y los procesos de pensamiento. Así los
procesos inconscientes fueron incluidos en el ámbito de la
explicación y comprensión psicológicos.
La existencia de conflictos y fuerzas psicológicas
inconscientes como elementos básicos de los trastornos
psiconeuróticos.- Este supuesto estaba relacionado con la
experiencia de Freud de la resistencia y la tendencia a la
represión de sus pacientes. La plena
realización de este aspecto de la actividad psíquica sólo fue
posible con la afirmación de que las historias de los pacientes
representaban no recuerdos inconscientes de experiencias reales,
sino fantasías inconscientes. El supuesto de que existen fuerzas
inconscientes de experiencias reales, explicaba los procesos que
creaban estas fantasías y los hacia conscientes mediante la
asociación libre. Este supuesto también explicaba la acción que
se oponía a la traducción de estas fantasías al estado
consciente. Esta contrafuerza, que entraba en conflicto con las
pulsiones sexuales y las traducía
en síntomas o en fantasías, estaba relacionada con la función de
censura de la teoría de los sueños y más tarde con la actuación
de los instintos de yo en oposición a los instintos sexuales.
El supuesto final de la teoría topográfica era que existían
energías psicológicas que tenían su origen en las pulsiones.
Este supuesto derivaba de la observación de que el recuerdo de
las experiencias traumáticas y de su afecto asociado determinaba
la desaparición de los síntomas y la ansiedad, y sugirió que una
cantidad de energía desplazable y transformable estaba implicada
en los procesos psicológicos responsables de la formación de los
síntomas. En un principio Freud pensó que esta cantidad de
energía era el afecto, que era condenado o estrangulado cuando
no se expresaba adecuadamente y se transformaba en ansiedad o
síntomas de conversión. Al desarrollar, posteriormente, su
noción de pulsiones, este factor cuantitativo se concibió como
una energía pulsional (catexis).
Durante la etapa referida el pensamiento de Freud sobre el
aparato mental se basaba en la clasificación de las operaciones
y contenidos mentales según regiones o sistemas mentales. Estos
sistemas no eran descritos en términos anatómicos ni espaciales,
sino más bien en términos de su relación con la conciencia.
Cualquier suceso mental que tenía lugar fuera de la conciencia y
que no pudiera ser hecho consciente por el esfuerzo en centrar
la atención, se consideraba perteneciente a las regiones más
profundas de la mente, es decir, a la región o sistema
inconsciente. Los sucesos mentales que podían ser hechos
conscientes mediante un acto de atención se consideraban como
preconscientes y, en consecuencia, no se consideraban derivados
de los niveles más profundos de la mente. Los sucesos mentales
que se producían a nivel consciente se consideraban
pertenecientes al sistema de la conciencia perceptiva y se
entendían localizados en la ?superficie? de la mente.
Aunque el modelo topográfico fue sustituido por la teoría
estructural en la actividad de los procesos psicoanalíticos, el
punto de vista topográfico continúa siendo útil para los fines
de una clasificación descriptiva de los sucesos mentales en
términos de la calidad y grado de conciencia. Dentro de los tres
sistemas o niveles de organización que Freud describe en esta
primera tópica, (consciente, preconsciente e inconsciente),
el inconsciente se constituye como un todo unitario frente al
sistema consciente/preconsciente.
El "inconsciente dinámico" se refiere a los contenidos y
procesos mentales incapaces de alcanzar la conciencia a causa de
la actuación de una contrafuerza, es decir, de la fuerza de la
censura o represión. Ésta se manifiesta, en el tratamiento
psicoanalítico, como una resistencia al recuerdo. Los contenidos
mentales inconscientes entendidos en este sentido dinámico
consisten en representaciones de la pulsión o deseos que son, en
cierto sentido inaceptables, amenazantes o repugnantes desde el
punto de vista intelectual o ético del paciente. No obstante las
pulsiones están constantemente luchando por descargarse en la
conducta o en los procesos de pensamiento. Estos esfuerzos de
descarga determinan un conflicto intrapsíquico entre las fuerzas
reprimidas de la mente y las fuerzas represoras. Cuando se
debilita la fuerza represiva, el resultado puede ser la
formación de síntomas neuróticos. De ahí que un síntoma se
considere, esencialmente, como un compromiso entre las fuerzas
en conflicto. Estos contenidos mentales inconscientes se
organizan también sobre la base de deseos o pulsiones infantiles
más que de elementos lógicos o reales, y también pugnan por una
descarga inmediata, independientemente de las condiciones de la
realidad. Por todo ello el inconsciente dinámico se considera
regulado por las demandas de los procesos primarios y el
principio del placer.
Las primeras manifestaciones de la sexualidad infantil, tal y
como Freud las describió en Tres ensayos sobre la teoría
sexual (1905), nacen en relación con funciones corporales
que son básicamente de naturaleza no sexual, tales como la
alimentación y el desarrollo del control de las funciones de la
vejiga y el intestino. Cada una de las fases estaba construida
sobre la base de las anteriores, a las que subsumía.
La fase oral es la primera del desarrollo. En ella las
necesidades, percepciones y modos de expresión del niño se
centran primordialmente en la boca, los labios, la lengua, etc.
El papel de la zona oral en la organización de la psique es
dominante durante aproximadamente los primeros 18 meses de vida.
Las sensaciones orales incluyen la sed, el hambre, las
estimulaciones táctiles placenteras suscitadas por el pezón o su
sustituto, y son sensaciones relacionadas con la deglución o
saciedad. Los impulsos orales tienen dos componentes separados:
libidinales y agresivos. El objetivo de esta fase es establecer
una confiada dependencia de los objetos que proporcionan crianza
y cuidado y servir como cómoda expresión y gratificación de las
necesidades libidinales orales sin excesivos conflictos o
ambivalencias. Una gratificación-privación oral excesiva puede
determinar fijaciones libidinales que contribuyan a la formación
de rasgos patológicos. Los caracteres orales hacen a los sujetos
excesivamente dependientes de objetos para el mantenimiento de
su propia autoestima; la envidia y los celos se asocian con
frecuencia a rasgos orales. Por el contrario una adecuada
resolución de la fase oral constituye la base de la estructura
del carácter, con una capacidad para dar y recibir de los demás
sin una dependencia excesiva o envidia, y de la capacidad para
relacionarse con confianza en los demás y en uno mismo.
La fase anal es la siguiente en el desarrollo y se precipita
por la maduración del control neuromuscular de los esfínteres
anales, posibilitando así un control voluntario de la retención
y expulsión de heces. Se extiende desde el primer año hasta el
tercero, y se caracteriza por una gran intensificación de los
impulsos agresivos, unidos a componentes libidinales de los
impulsos sádicos. El erotismo anal se refiere al placer
sexual que produce la actividad anal, tanto al retener las
preciadas heces como al presentarlas como un regalo a los
padres. El sadismo anal se refiere a la expresión de los
deseos agresivos conectados con la descarga de heces como armas
poderosas y destructivas. Se trata esencialmente de un período
de lucha por la independencia y alejamiento del control de los
padres. Los rasgos desadaptados de carácter se derivan del
erotismo anal y de las defensas contra él. El orden, la
obstinación, la tenacidad, la parsimonia, etc, son rasgos de
carácter anal derivados de la fijación en las funciones anales.
Cuando las defensas contra los rasgos anales son menos eficaces,
el carácter anal revela rasgos de elevada ambivalencia, falta de
deseo, desorden, obstinación, rabia y tendencias sadomasoquistas.
Las características y defensas anales suelen verse con
frecuencia en las neurosis
obsesivo-compulsivas. La resolución adecuada de esta fase
constituye la base para el desarrollo de la autonomía personal,
la capacidad de independencia y de iniciativa personal sin
culpa, de la capacidad para la conducta autodeterminante sin
sentido de vergüenza o duda, de la falta de ambivalencia y de la
capacidad de la cooperación voluntaria sin excesiva
voluntariedad.
Esta fase no fue tratada por Freud de forma explícita, pero
se considera como una fase de transición entre las fases de
desarrollo anal y fálico, ya que comparte características de
ambas. El erotismo uretral se refiere al placer que
produce la micción y al placer en la retención urinaria análogo
al experimentado por la retención anal. No están claros los
objetivos de la actividad uretral, ni en qué medida difieren de
los del período anal. El rasgo uretral predominante es el de la
competitividad y la ambición, probablemente relacionado con la
compensación de la culpa producida por la pérdida de control
uretral. Puede servir como inicio del desarrollo de la
envidia del pene, relacionada con el sentido femenino de
vergüenza e inadaptación al ser incapaz de igualar la capacidad
uretral del varón. Si ha habido una adecuada resolución de la
fase anal, la competencia uretral proporciona un sentido de
orgullo y autocompetencia derivado de la micción. El rendimiento
urinario es un área en la que el niño pequeño puede imitar e
igualar la capacidad urinaria de su padre. Así, una buena
resolución de esta fase sienta la base para la identidad
genérica en ciernes y las subsiguientes identificaciones.
La fase fálica del desarrollo psicosexual empieza durante el
tercer año de vida y prosigue aproximadamente hasta el final de
los 5 años. Se caracteriza por una atención prioritaria por el
interés sexual. El pene pasa a ser el órgano de principal
interés para los niños de ambos sexos, y la falta de pene es
considerada por la niña como prueba de su castración. La fase
fálica está asociada con el aumento de la masturbación genital
seguida por fantasías primordialmente inconscientes de
relaciones sexuales con el padre del mismo sexo. La amenaza de
castración y su temor de castración asociado nace en conexión
con el sentido de culpa por la masturbación y los deseos
edípicos. Durante esta fase se establece y consolida la relación
y el conflicto edípico.
Formulado por Freud a partir del personaje de Edipo creado
por Sófocles, el complejo de Edipo es la
noción central en psicoanálisis. Se define como un conjunto
organizado de deseos amorosos y hostiles que el niño experimenta
respecto a sus padres. En su forma llamada positiva, el
complejo se presenta como en la historia de Edipo Rey:
deseo de muerte del rival que es el personaje del mismo sexo y
deseo sexual hacia el personaje del sexo opuesto. En el mito de
Edipo Rey, el héroe, Edipo, se casa con su madre, Yocasta, y
mata a su padre, Layo, sin saber que lo son. Al desvelarle el
oráculo el parentesco, se castiga sacándose los ojos y huye de
Tebas guiado por su hija Antígona. En su forma negativa,
se presenta a la inversa: amor hacia el progenitor del mismo
sexo y odio y celos hacia el progenitor del sexo opuesto. De
hecho, estas dos formas se encuentran, en diferentes grados, en
la forma llamada completa del complejo de Edipo.
Según Freud, el complejo de Edipo está en su máximo auge
entre los tres y los cinco años de edad, durante la fase fálica.
Su declinación señala la entrada en el período de latencia.
Experimenta una reviviscencia durante la pubertad y es superado,
con mayor o menor éxito, dentro de un tipo particular de
elección de objeto. Su finalización se produce en correlación
con el complejo de castración: el varón
reconoce entonces en la figura paterna el obstáculo a la
realización de sus deseos. Abandona la investidura de la madre,
y evoluciona hacia una identificación con el padre que a
continuación permite otra elección de objeto y nuevas
identificaciones: se desprende de la madre para elegir un objeto
del mismo sexo que ella. A la formulación del Edipo, Freud añade
la tesis de la libido única, de
esencia masculina, lo que crea una asimetría entre las
organizaciones edípicas femenina y masculina. Si el varón sale
del Edipo por angustia de castración, la niña entra en él por el
descubrimiento de la castración y la envidia del pene. En la
niña, el complejo se manifiesta en el deseo de tener un hijo del
padre. Contrariamente al varón, ella se desprende de un objeto
del mismo sexo (la madre) por otro de sexo diferente (el padre).
No hay entonces un paralelismo exacto entre Edipo masculino y su
homólogo femenino. No obstante, subsiste una cierta simetría,
puesto que para los dos sexos el apego a la madre es el elemento
común y primero.
El complejo de Edipo desempeña un papel fundamental en la
estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo
humano. Los psicoanalistas han hecho de este complejo un eje de
referencia fundamental de la psicopatología, intentando
determinar, para cada tipo patológico, las modalidades de su
planteamiento y resolución. La antropología psicoanalítica se
dedica a buscar la estructura triangular del complejo de Edipo,
cuya universalidad afirma, en las más diversas culturas y no
sólo en aquéllas en las que predomina la familia conyugal. Así
es que en psicoanálisis, la cuestión del Edipo puede abordarse
de dos maneras diferentes, según se adopte el punto de vista del
complejo (y por lo tanto de la clínica) o el punto de vista de
la interpretación del mito. La definición del complejo nuclear y
de sus revisiones sucesivas por el kleinismo, la Self
Psychology y el lacanismo es relativamente simple, mientras
que la discusión interpretativa se caracteriza por una gran
complejidad. En efecto, sobre el mito, la
tragedia y la actualización de
ambos por Freud se han escrito centenares de obras.
El objetivo de la fase fálica es el de centrar el interés
erótico en el área genital y en las relaciones genitales. Este
enfoque fundamenta la ulterior identidad genérica y sirve para
integrar los residuos de las anteriores fases de desarrollo
psicosexual en una orientación predominantemente sexual-genital.
El establecimiento de la relación edípica es esencial para la
perdurabilidad de las subsiguientes identificaciones que sirven
de base para el desarrollo de importantes y duraderas
dimensiones de la organización del carácter. Los rasgos
patológicos que se pueden derivar de la relación fálico-edípica
abarcan la práctica totalidad del espectro neurótico, aunque
suelen centrarse en la castración, en los varones, y en la
envidia del pene en las hembras. El otro importante foco de
distorsiones del desarrollo de este período deriva de los
esquemas de identificación desarrollados a partir de la
resolución del complejo de Edipo. Una evolución adecuada de esta
fase proporciona los fundamentos para el creciente sentido de
curiosidad sin confusión, de una iniciativa sin culpa, y de un
sentido de dominio no sólo sobre los objetos y las personas del
entorno, sino también sobre los procesos e impulsos internos. La
resolución del conflicto edípico al final del período fálico da
origen a poderosos recursos internos para la regulación de las
pulsiones y su dirección hacia fines constructivos. Esta fuente
interna de regulación es el superyó y se
basa en identificaciones derivadas primordialmente de las
figuras paternas.
La fase de latencia viene dada por una relativa quietud o
inactividad de las pulsiones sexuales, que va desde el período
de resolución del complejo de Edipo hasta la pubertad
(de los 5-6 años hasta los 11-13). El establecimiento del
superyó al final del complejo edípico y la subsiguiente
maduración de las funciones del yo hacen posible un grado
considerablemente más alto de control sobre las pulsiones. Los
intereses sexuales suelen disminuir mucho durante este período.
Se trata de un período de afiliaciones primordialmente
homosexuales tanto en las niñas como en los niños, y en él tiene
lugar una sublimación de las energías libidinales y agresivas en
el aprendizaje cotidiano y las actividades de juego, de
exploración del entorno, etc., constituyendo un período de
desarrollo de importantes habilidades.
El objetivo primordial de esta fase es la mayor integración
de las identificaciones y la consolidación de la identidad y el
rol sexuales. La relativa quietud y control de las pulsiones
permite el desarrollo de los recursos del yo y el dominio de las
habilidades. Nuevos componentes identificativos pueden sumarse a
los edípicos sobre la base de la ampliación de contactos con
otras figuras significativas fuera de la familia, tales como
maestros y otras figuras adultas. Este período puede ser fuente
de problemas tanto por una falta de desarrollo de los controles
internos como por su exceso. La falta de control puede
determinar una insuficiente sublimación de las energías del niño
en el interés por el aprendizaje y la adquisición de habilidades.
Por el contrario un exceso de control interno puede determinar
una conclusión prematura del desarrollo de la personalidad y la
elaboración preconsciente de rasgos de carácter obsesivos.
La fase genital o adolescente del desarrollo psicosexual se
extiende desde el comienzo de la pubertad, entre los 11 y los 13
años de edad hasta que el adolescente alcanza la juventud. La
madurez psicológica de los sistemas de actividad genital
(sexual) y los sistemas hormonales correspondientes determina
una intensificación de los impulsos, y en especial de los de
naturaleza libidinal. Esta intensificación produce una regresión
en la organización de la personalidad que vuelve a abrir los
conflictos de fases anteriores del desarrollo psicosexual y
proporciona la oportunidad de una nueva resolución de estos
conflictos en el contexto de la consecución de una identidad
sexual madura y adulta. Los objetivos primarios de este período
son la separación definitiva de la dependencia y el nexo de los
padres y el establecimiento de unas relaciones de objeto maduras,
no incestuosas. También persigue la consecución de un sentido
maduro de la identidad personal y aceptación, así como la
integración de un conjunto de roles y actividades adultas que
posibilitan nuevas integraciones adaptativas con las
expectativas sociales y los valores culturales.
Principalmente a partir de 1923, Freud desarrolla su modelo
estructural del aparato psíquico, con la publicación de otra
obra clave titulada El Yo y el Ello. Desde un punto de
vista estructural, el aparato psíquico está dividido en tres
regiones denominadas ello, yo y superyó (segunda
tópica freudiana).
Es la región de las pulsiones y fue concebido por Freud como
una reserva de energía completamente desorganizada, derivada de
los instintos y que está bajo el dominio del proceso primario.
Sin embargo, no era sinónimo de inconsciente. Postuló que el
ello era primordialmente una dotación hereditaria, y que el niño
en el momento de nacer estaba dotado de un ello con pulsiones
que buscan gratificación. El niño no tiene capacidad de retrasar,
controlar o modificar estas pulsiones, por lo que al comienzo de
su vida depende por completo del yo de los cuidadores, que le
permiten enfrentarse al mundo exterior.
Designó, en la primera tópica, la sede de la conciencia. En
cambio, en el modelo estructural, las funciones conscientes y
preconscientes típicamente asociadas con el yo (las palabras,
las ideas, la lógica, etc.) no dan cuenta completa de su función
en la actividad mental. El descubrimiento de que ciertos
fenómenos que aparecen de forma clara durante el tratamiento
psicoanalítico (específicamente la represión y la resistencia)
podían ser inconscientes, apuntó a la necesidad de una
ampliación del concepto del yo como una organización que
mantiene su estrecha relación original con la conciencia y la
realidad externa, pero también realiza diversas operaciones
inconscientes en relación con las pulsiones y su regulación. Así,
el yo controla el aparato locomotor y la percepción, el contacto
con la realidad y, mediante los mecanismos defensivos, la
inhibición de las pulsiones primarias. En el recién nacido
existe un complejo sistema de capacidades y funciones
sensoriales y motoras, pero su organización es muy escasa, por
lo que si se admite la existencia del yo, hay que admitir
también que se trata de un yo muy rudimentario. En el proceso de
formación el yo intenta que las influencias del mundo exterior
afecten al ello, sustituir el principio de placer por el
principio de realidad y contribuir de esta forma a su propio
desarrollo.
Entendido como un subsistema de la personalidad el yo tiene una
serie de funciones principales, entre las que se encuentran:
Control y regulación de las pulsiones: Mediante el
desarrollo de la capacidad para retrasar las demandas de
descarga inmediata de los deseos e impulsos urgentes, el yo
asegura la integridad de la persona y ejerce como mediador entre
el ello y el mundo exterior. El tránsito que se produce en la
primera infancia desde el principio del placer al principio de
la realidad, corre paralelo al desarrollo del proceso secundario
o pensamiento lógico, que ayuda al control de la descarga
pulsional. La evolución del pensamiento desde el proceso inicial
del pensamiento primario de carácter prelógico, al proceso
secundario de carácter lógico, es uno de los medios por los que
el yo aprende a posponer la descarga de las pulsiones. Por
ejemplo, la capacidad para imaginar cosas o anticipar
consecuencias representan procesos de pensamiento esenciales
para la actividad realista de la persona.
Relación con la realidad: Freud siempre consideró la
capacidad del yo para mantener una relación con el mundo
exterior como una de sus funciones principales. El carácter de
esta relación con el mundo exterior puede ser dividido en tres
componentes: el sentido de la realidad, la comprobación de la
realidad y la adaptación a la realidad. El sentido de la
realidad se origina simultáneamente al desarrollo del yo. En
un principio, el niño cobra conciencia de la realidad de sus
propias sensaciones corporales. Sólo gradualmente desarrolla la
capacidad para distinguir una realidad exterior a su cuerpo. La
comprobación de la realidad se refiere a la capacidad del
yo para evaluar y juzgar objetivamente al mundo exterior, y
depende primordialmente de las funciones autónomas primarias del
yo, tales como la memoria y la percepción, pero también de la
relativa integridad de las estructuras internas de autonomía
secundaria. Dada la fundamental importancia de la comprobación
de la realidad para la ?negociación? con el mundo exterior, su
alteración puede ir asociada a un trastorno mental grave. El
desarrollo de la capacidad para probar la realidad tiene lugar
de forma gradual. La adaptación a la realidad se refiere
a la capacidad del yo para utilizar los recursos de la persona,
a fin de formar soluciones adecuadas basadas en juicios de la
realidad previamente ensayados. Se trata de una función
íntimamente relacionada con las funciones defensivas del yo.
Relaciones de objeto: La capacidad para establecer
relaciones mutuamente satisfactorias es una de las funciones
principales del yo.
Funciones defensivas del yo: En sus iniciales
formulaciones psicoanalíticas, y durante un largo período de
tiempo, Freud consideró que la represión era virtualmente
sinónima a la defensa. La represión iba dirigida a los impulsos,
pulsiones o representaciones de la pulsión, y en especial contra
la expresión directa del instinto sexual. Al desarrollar la
teoría estructural de la mente, la función defensiva fue
adscrita al yo y posteriormente fue desgranando los diferentes
mecanismos defensivos, aunque el primer estudio sistemático y
general de los mecanismos de defensa utilizados por el yo fue el
realizado por Anna Freud en su clásica
monografía titulada El yo y los mecanismos de defensa
Es una instancia represora con función comparable a la de un
juez o censor con respecto al yo. Freud considera la conciencia
moral, la autoobservación y la formación de ideales, como
funciones del superyó. Se define clásicamente como el heredero
del complejo de Edipo, al formarse por la interiorización de las
exigencias y prohibiciones parentales. Algunos psicoanalistas
hacen remontarse la formación del superyó a una época más precoz,
y ven actuar esta instancia desde las fases preedípicas (Melanie
Klein), o por lo menos buscan
comportamientos y mecanismos psicológicos muy precoces que
constituirían precursores del superyó (por ejemplo, Glover,
Spitz).
Aunque Freud se había referido a esta instancia autocrítica
desde los comienzos de su obra, fue en El ello y el yo
(1923) cuando demostró que las operaciones del superyó eran
principalmente de carácter inconsciente. En obras posteriores
Freud desarrolló las relaciones entre el yo y el superyó, y
concibió los sentimientos de culpa como la resultante de la
tensión entre estas dos instancias y la necesidad de castigo era
la expresión de esa tensión. En uno de sus últimos estudios
sobre el superyó (El malestar en la cultura, 1930) Freud
amplió esta relación hasta la concepción del instinto agresivo.
Cuando un instinto es reprimido, sus aspectos libidinales pueden
ser transformados en síntomas, mientras que sus componentes
agresivos se transforman en un sentimiento de culpa.
Fundación Educativa
Héctor A. García |
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