Variedad de la especie humana caracterizada por la presencia
entre sus miembros de rasgos físicos, morfológicos y biológicos
específicos y distintivos con respecto a los de otras variedades.
La palabra castellana raza parece proceder, como
semicultismo, del latín ratio -onis ´cálculo´, ´cuenta´,
en su acepción de "modalidad", "especie". Con ese sentido se
documentó primero en italiano y en catalán (por ejemplo, en la
obra del poeta Ausias March de la primera
mitad del siglo XV). Y aunque hay algún testimonio castellano
medieval, resulta evidente que en aquella época su presencia en
Castilla debía explicarse todavía como un italianismo o, sobre
todo, como un catalanismo.
Su uso en castellano empezó a ser más común en el siglo XVI,
siempre con sentido peyorativo y para distinguir a los
cristianos de las "razas" judía, morisca y gitana, por ejemplo.
Todavía en el Diccionario de Autoridades de principios
del siglo XVIII, su definición arrastra este sentido
discriminatorio y despectivo: "casta o calidad del origen o
linage. Hablando de los hombres, se toma mui regularmente en
mala parte". Cuando la ciencia positiva francesa y europea
en general comenzó a desarrollarse, más avanzado el mismo siglo,
y recuperó el término y el concepto de raza con un sentido
biológico, la palabra castellana comenzó también un proceso de
resemantización paralelo.
Los supuestos rasgos raciales evidentes han sido
tradicionalmente denominados fenotipos. Los principales
fenotipos son el color de la piel, del pelo y de los ojos, la
pilosidad, la estatura, las proporciones del tronco y de los
miembros, la forma de la cabeza, de la cara, nariz, ojos, boca,
labios y orejas, el grupo sanguíneo, etc.
Sin embargo, todas estas características son consideradas por
los científicos modernos como ambiguas, imprecisas e inadecuadas
para establecer clasificaciones raciales. En la actualidad, se
prefiere considerar como rasgos distintivos sólo los factores
genéticos (no observables a primera vista) en la medida en que
tengan una presencia y una distribución especiales en algunas
poblaciones humanas.
A nivel popular, se cree que las personas de raza blanca (o
leudoderma, caucasoide o europea) tienen la piel blanca, el
cabello lacio, bastante pilosidad corporal, nariz estrecha o
media y estatura media o alta; que las personas de raza negra (o
melanoderma o negroide o africana) tienen la piel morena o negra,
el cabello rizado y fuerte, una abundancia media de vello
corporal, labios y nariz gruesos, y estatura media o alta; y que
las personas de raza amarilla (o xantoderma o mongoloide o
asiática) tienen la piel pálida o morena clara, el cabello negro
lacio, los ojos oscuros con "pliegues epicánticos" que les dan
su característica forma oblicua, estatura baja o media, y escaso
vello corporal.
Un análisis riguroso demuestra, sin embargo, que esta
clasificación es profundamente imprecisa, y que la mayor parte
de la población del mundo no se ajusta de forma clara a estos
esquemas, como consecuencia de las continuas y
multidireccionales mezclas de población que se están sucediendo
desde la más remota antigüedad hasta la actualidad.
En la práctica, nunca se ha podido documentar la existencia
de ninguna raza pura ni de ninguna persona racialmente pura. Hay
europeos que miden 160 cms y otros que miden más de 2 metros;
algunos tienen el pelo lacio y otros rizado, algunos claro y
otros oscuro; la nariz de algunos es ancha y la de otros es
estrecha. Muchas personas del sur de la India son de piel oscura,
pero sus rasgos faciales y su pelo pueden ser similares a los de
las personas blancas. Y también hay africanos como los ituri
mbuti que miden 140 cms, mientras que otros, como los watusi,
pueden alcanzar los 210 cms.
Tampoco ninguna subclasificación dentro de estos grupos
resulta fiable. No existen individuos típicos ni subrazas
típicamente bálticas, nórdicas, alpinas, dináricas ni
mediterráneas (dentro de la raza blanca o leucoderma), como han
intentado establecer numerosos antropólogos físicos.
Además, los distintos sistemas legales y culturales de cada
zona o estado pueden establecer criterios de clasificación
racial completamente arbitrarios. En los Estados Unidos, un hijo
de una persona blanca y de una persona negra suele ser
clasificado legal y culturalmente como persona negra, aunque su
genotipo exprese que es tanto blanco como negro. Una ley de
Louisiana de 1970 declaraba legalmente negra a cualquier persona
que tuviera al menos 1/30 de sangre negra. Leyes de pureza
racial parecidas han funcionado en la España de los siglos
XV-XVII (estatutos de limpieza de sangre) y en la Alemania nazi,
aplicados por lo general contra los judíos. Este fenómeno de
adscripción preferente de una persona mestiza al grupo racial
más minoritario o menos prestigioso recibe el nombre de
hipofiliación, y constituye una prueba más
de la arbitrariedad que pueden llegar a tener las
clasificaciones y taxonomías raciales.
Lo mismo puede decirse del fenómeno contrario, el de la
hiperfiliación, que consiste en adscribir
a una persona mestiza al grupo racial más prestigioso.
Aunque desde el siglo XVIII numerosos antropólogos físicos
han querido dar al concepto de "raza humana" una dimensión y
justificación físico-biológica, los avances de la ciencia
genética del siglo XX han demostrado que las razas no son
categorías físico-biológicas, sino formas de designación
sociocultural caracterizadas por su imprecisión y ambigüedad.
Efectivamente, para que pudiésemos hablar de una "raza" en el
sentido estricto del término, debería existir una población
geográficamente aislada que mostrase rasgos físicos y biológicos
puros, distintivos e inconfundibles, y que no hubiese mantenido
ningún flujo de genes con otras poblaciones durante un período
muy dilatado de tiempo. Y esa es una realidad prácticamente
inexistente, o que, por lo menos, no se ha documentado de forma
segura en ningún lugar del mundo.
Incluso los defensores y usuarios del concepto tradicional de
"raza" asumen que ese término expresa la existencia, en un
momento dado y en una cierta zona geográfica, de una
concentración de varios fenotipos, o caracteres físicos
evidentes, que se encuentran en un número importante de sujetos.
Pero tal definición está sujeta a condicionamientos y
excepciones tan notorios que de ningún modo puede convertirse en
criterio de clasificación científica de los grupos humanos.
Aunque en el lenguaje no especializado siguen utilizándose el
término y las categorías culturales de la raza y de las razas,
los científicos prefieren utilizar en la actualidad el término
de población para designar al grupo humano cuyas características
genéticas tienen rasgos de especificidad suficientes como para
ser considerado como un grupo especial. Y aceptan que tales
rasgos de especificidad, que en su mayor parte no son
observables a simple vista, sino mediante procedimientos de
medición científica, aparecen en cada población de forma siempre
parcial, sometida a cambios, mezclas y gradaciones entre sus
miembros y entre los miembros de esa población y los de otras,
lo que impide establecer categorías y clasificaciones precisas y
cerradas también en el nivel de las poblaciones.
La inmensa mayoría de los antropólogos modernos han propuesto
que, en cualquier caso, se sustituya la palabra raza por la de
población, y que se evite la tentación de establecer
clasificaciones cerradas dentro de este nuevo ámbito. Según el
antropólogo norteamericano Marvin Harris, "sería preferible
sustituir el concepto de raza por el de población. Una población
humana es un grupo de personas cuyos miembros se cruzan entre
ellos con frecuencia más que fortuita y que muestran frecuencias
génicas diferentes cuando se comparan con los grupos vecinos de
gente. De cualquier modo, la palabra raza y su significado
popular son demasiado importantes como para ignorarlos".
En definitiva, la ciencia moderna utiliza el concepto y el
término de población, que basa en la caracterización genética de
los grupos humanos, aunque no pueda ignorar, por su arraigo
universal, el concepto y el término popular de raza, basado en
la morfología visible de tales grupos.
En consecuencia, el de genética de poblaciones es el nombre
de la disciplina científica que se encarga de documentar,
estudiar y clasificar las variedades y gradaciones genéticas (y
sus correlaciones biológico-morfológicas) de los seres y de los
grupos humanos
Los científicos modernos han descubierto que los genes
responsables de las diferencias en el color de la piel, en la
forma del cabello, etc. aparecen con frecuencia gradualmente
creciente o decreciente de una región a otra. A estas
distribuciones se les llama clinas.
Los clinas son el resultado de dos procesos evolutivos
distintos: la aportación o flujo de genes, y la selección o
eliminación. Dependen de las condiciones ambientales, climáticas,
alimenticias, etc. que condicionan la vida del grupo. Según
Marvin Harris, "el color de la piel, por ejemplo, tiene un
modelo clinal desde las latitudes más bajas a las más altas
relacionado con la intensidad gradualmente cambiante de los
rayos del sol desde las regiones ecuatoriales a las árticas".
Según el mismo antropólogo, "se han estudiado las
distribuciones de otros rasgos raciales en busca de claves que
pudieran dar cuenta de su posible significado adaptativo. En
estos casos los resultados están lejos de ser concluyentes.
Cierto número de sugerencias interesantes han puesto en relación
las diferencias raciales con la temperatura, la humedad y otros
factores climatológicos. Por ejemplo, la nariz larga de los
europeos puede haber sido el resultado de la necesidad de elevar
el aire frío y húmedo a la temperatura corporal antes de que
alcance los pulmones. La forma redondeada y rechoncha que se da
en general entre los esquimales puede contemplarse como otro
tipo de adaptación al frío. La forma esférica presenta el máximo
de masa corporal con el mínimo de superficie, lo que pone en
relación un máximo de producción de calor con un máximo de
conservación del mismo (esto es, a mayor cantidad de biomasa,
mayor es la cantidad de calor que se genera; a menor superficie
corporal, menor es la cantidad de calor que se pierde). Por otra
parte, una forma corporal alta y delgada combina el mínimo de
masa corporal con el máximo de superficie, maximizando de ese
modo la pérdida de calor. Estas consideraciones pueden explicar
la altura y delgadez de los africanos nilóticos, que habitan
regiones donde se da un calor seco e intenso".
Las necesidades adaptativas de cada pueblo a su medio
ambiente acaban expresándose, pues, en el código genético, y
transmitiéndose por herencia de una generación a otra. El
análisis de ese código puede permitirnos, en consecuencia,
establecer categorías poblacionales aproximadas, muy diferentes
y mucho más precisas que las de las razas clásicas.
Pero hay que tener siempre en cuenta que las clasificaciones
poblacionales son siempre abiertas y graduales. Entre cada
población humana hay una distancia genética que la mayoría de
las veces no tiene nada que ver con la distancia racial. Según
el genetista Luigi Luca Cavalli-Sforza, "a igualdad de
condiciones, la distancia genética aumenta simple y regularmente
con el tiempo. Cuanto mayor sea el tiempo que dos poblaciones
llevan separadas, tanto mayor será su distancia genética".
La distancia racial, sin embargo, no se desarrolla de forma
regular, sino que se ve siempre condicionada por factores
ambientales extragenéticos.
Se sabe que la distancia genética entre dos poblaciones
francesas es como media inferior sólo en un 15% a la distancia
entre dos poblaciones tomadas al azar en el mundo. Y, en los
últimos años del siglo XX, se han hecho públicos estudios de
genética de poblaciones que prueban que un gran número de
personas portuguesas tienen una característica genética única en
el mundo, y que comparten otras con los vascos, y en menor
medida con el resto de los españoles y de la población
norteafricana de Argelia, a los que están más cercanos
genéticamente que al resto de los europeos. Ello indica que la
distribución de poblaciones genéticas puede en muchas ocasiones
entrar en contradicción con los conceptos de pueblo, de raza y
de nación comúnmente aceptados. Como, además, entre cada
individuo de una misma población existe también una cierta
distancia genética, aunque sea mínima, hay que aceptar que no
podemos convertir a las poblaciones en categorías absolutas,
porque la aplicación extrema de sus criterios de definición, es
decir, la consideración como raza o población de todos los seres
genéticamente diferentes, llevaría al sinsentido de tener que
identificar a cada ser humano con una raza.