Había
una vez una adorable niña que
era querida por todo aquél que
la conociera, pero sobre todo
por su abuelita, y no quedaba
nada que no le hubiera dado a la
niña. Una vez le regaló una
pequeña caperuza o gorrito de un
color rojo, que le quedaba tan
bien que ella nunca quería usar
otra cosa, así que la empezaron
a llamar Caperucita Roja. Un día
su madre le dijo: “Ven,
Caperucita Roja, aquí tengo un
pastel y una botella de vino,
llévaselas en esta canasta a tu
abuelita que esta enfermita y
débil y esto le ayudará. Vete
ahora temprano, antes de que
caliente el día, y en el camino,
camina tranquila y con cuidado,
no te apartes de la ruta, no
vayas a caerte y se quiebre la
botella y no quede nada para tu
abuelita. Y cuando entres a su
dormitorio no olvides decirle,
“Buenos días”, ah, y no andes
curioseando por todo el aposento.”
“No te preocupes, haré bien todo”,
dijo Caperucita Roja, y tomó las
cosas y se despidió
cariñosamente. La abuelita vivía
en el bosque, como a un
kilómetro de su casa. Y no más
había entrado Caperucita Roja en
el bosque, siempre dentro del
sendero, cuando se encontró con
un lobo. Caperucita Roja no
sabía que esa criatura pudiera
hacer algún daño, y no tuvo
ningún temor hacia él. “Buenos
días, Caperucita Roja,” dijo el
lobo. “Buenos días, amable
lobo.” - “¿Adonde vas tan
temprano, Caperucita Roja?” - “A
casa de mi abuelita.” - “¿Y qué
llevas en esa canasta?” -
“Pastel y vino. Ayer fue día de
hornear, así que mi pobre
abuelita enferma va a tener algo
bueno para fortalecerse.” - “¿Y
adonde vive tu abuelita,
Caperucita Roja?” - “Como a
medio kilómetro más adentro en
el bosque. Su casa está bajo
tres grandes robles, al lado de
unos avellanos. Seguramente ya
los habrás visto,” contestó
inocentemente Caperucita Roja.
El lobo se dijo en silencio a sí
mismo: “¡Qué criatura tan tierna!
qué buen bocadito - y será más
sabroso que esa viejita. Así que
debo actuar con delicadeza para
obtener a ambas fácilmente.”
Entonces acompañó a Caperucita
Roja un pequeño tramo del camino
y luego le dijo: “Mira
Caperucita Roja, que lindas
flores se ven por allá, ¿por qué
no vas y recoges algunas? Y yo
creo también que no te has dado
cuenta de lo dulce que cantan
los pajaritos. Es que vas tan
apurada en el camino como si
fueras para la escuela, mientras
que todo el bosque está lleno de
maravillas.”
Caperucita Roja levantó sus ojos,
y cuando vio los rayos del sol
danzando aquí y allá entre los
árboles, y vio las bellas flores
y el canto de los pájaros, pensó:
“Supongo que podría llevarle
unas de estas flores frescas a
mi abuelita y que le encantarán.
Además, aún es muy temprano y no
habrá problema si me atraso un
poquito, siempre llegaré a buena
hora.” Y así, ella se salió del
camino y se fue a cortar flores.
Y cuando cortaba una, veía otra
más bonita, y otra y otra, y sin
darse cuenta se fue adentrando
en el bosque. Mientras tanto el
lobo aprovechó el tiempo y
corrió directo a la casa de la
abuelita y tocó a la puerta.
“¿Quién es?” preguntó la
abuelita. “Caperucita Roja,”
contestó el lobo. “Traigo pastel
y vino. Ábreme, por favor.” -
“Mueve la cerradura y abre tú,”
gritó la abuelita, “estoy muy
débil y no me puedo levantar.”
El lobo movió la cerradura,
abrió la puerta, y sin decir una
palabra más, se fue directo a la
cama de la abuelita y de un
bocado se la tragó. Y enseguida
se puso ropa de ella, se colocó
un gorro, se metió en la cama y
cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja
se había quedado colectando
flores, y cuando vio que tenía
tantas que ya no podía llevar
más, se acordó de su abuelita y
se puso en camino hacia ella.
Cuando llegó, se sorprendió al
encontrar la puerta abierta, y
al entrar a la casa, sintió tan
extraño presentimiento que se
dijo para sí misma: “¡Oh Dios!
que incómoda me siento hoy, y
otras veces que me ha gustado
tanto estar con abuelita.”
Entonces gritó: “¡Buenos días!”,
pero no hubo respuesta, así que
fue al dormitorio y abrió las
cortinas. Allí parecía estar la
abuelita con su gorro
cubriéndole toda la cara, y con
una apariencia muy extraña.
“¡!Oh, abuelita!” dijo, “qué
orejas tan grandes que tienes.”
- “Es para oírte mejor, mi niña,”
fue la respuesta. “Pero abuelita,
qué ojos tan grandes que tienes.”
- “Son para verte mejor, querida.”
- “Pero abuelita, qué brazos tan
grandes que tienes.” - “Para
abrazarte mejor.” - “Y qué boca
tan grande que tienes.” - “Para
comerte mejor.” Y no había
terminado de decir lo anterior,
cuando de un salto salió de la
cama y se tragó también a
Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer
una siesta y se volvió a tirar
en la cama, y una vez dormido
empezó a roncar fuertemente. Un
cazador que por casualidad
pasaba en ese momento por allí,
escuchó los fuertes ronquidos y
pensó, ¡Cómo ronca esa viejita!
Voy a ver si necesita alguna
ayuda. Entonces ingresó al
dormitorio, y cuando se acercó a
la cama vio al lobo tirado allí.
“¡Así que te encuentro aquí,
viejo pecador!” dijo él.”¡Hacía
tiempo que te buscaba!” Y ya se
disponía a disparar su arma
contra él, cuando pensó que el
lobo podría haber devorado a la
viejita y que aún podría ser
salvada, por lo que decidió no
disparar. En su lugar tomó unas
tijeras y empezó a cortar el
vientre del lobo durmiente. En
cuanto había hecho dos cortes,
vio brillar una gorrita roja,
entonces hizo dos cortes más y
la pequeña Caperucita Roja salió
rapidísimo, gritando: “¡Qué
asustada que estuve, qué oscuro
que está ahí dentro del lobo!”,
y enseguida salió también la
abuelita, vivita, pero que casi
no podía respirar. Rápidamente,
Caperucita Roja trajo muchas
piedras con las que llenaron el
vientre del lobo. Y cuando el
lobo despertó, quizo correr e
irse lejos, pero las piedras
estaban tan pesadas que no
soportó el esfuerzo y cayó
muerto.
Las tres personas se sintieron
felices. El cazador le quitó la
piel al lobo y se la llevó a su
casa. La abuelita comió el
pastel y bebió el vino que le
trajo Caperucita Roja y se
reanimó. Pero Caperucita Roja
solamente pensó: “Mientras viva,
nunca me retiraré del sendero
para internarme en el bosque,
cosa que mi madre me había ya
prohibido hacer.”
También se dice que otra vez que
Caperucita Roja llevaba pasteles
a la abuelita, otro lobo le
habló, y trató de hacer que se
saliera del sendero. Sin embargo
Caperucita Roja ya estaba a la
defensiva, y siguió directo en
su camino. Al llegar, le contó a
su abuelita que se había
encontrado con otro lobo y que
la había saludado con “buenos
días”, pero con una mirada tan
sospechosa, que si no hubiera
sido porque ella estaba en la
vía pública, de seguro que se la
hubiera tragado. “Bueno,” dijo
la abuelita, “cerraremos bien la
puerta, de modo que no pueda
ingresar.” Luego, al cabo de un
rato, llegó el lobo y tocó a la
puerta y gritó: “¡Abre abuelita
que soy Caperucita Roja y te
traigo unos pasteles!” Pero
ellas callaron y no abrieron la
puerta, así que aquel hocicón se
puso a dar vueltas alrededor de
la casa y de último saltó sobre
el techo y se sentó a esperar
que Caperucita Roja regresara a
su casa al atardecer para
entonces saltar sobre ella y
devorarla en la oscuridad. Pero
la abuelita conocía muy bien sus
malas intenciones. Al frente de
la casa había una gran olla, así
que le dijo a la niña: “Mira
Caperucita Roja, ayer hice
algunas ricas salsas, por lo que
trae con agua la cubeta en las
que las cociné, a la olla que
está afuera.” Y llenaron la gran
olla a su máximo, agregando
deliciosos condimentos. Y
empezaron aquellos deliciosos
aromas a llegar a la nariz del
lobo, y empezó a aspirar y a
caminar hacia aquel exquisito
olor. Y caminó hasta llegar a la
orilla del techo y estiró tanto
su cabeza que resbaló y cayó de
bruces exactamente al centro de
la olla hirviente, ahogándose y
cocinándose inmediatamente. Y
Caperucita Roja retornó segura a
su casa y en adelante siempre se
cuidó de no caer en las trampas
de los que buscan hacer daño.