Señor,
porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor
me ha dado en mi viaje, vos escribo ésta, por la cual sabréis como
en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada
que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde
yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas
todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real
extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador [isla Watling]
a comemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo
esto ha dado; los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse
nombre la isla de Santa María de Concepción [Cayo Rum]; a la tercera
Fernandina [Isla Long]; a la cuarta la Isabela [Isla Crooked]; a la
quinta la isla Juana [Cuba], y así a cada una nombre nuevo.
Cuando yo llegué a la Juana, seguí yo la costa de ella al
poniente, y la hallé tan grande que pensé que sería tierra firme, la
provincia de Catayo. Y como no hallé así villas y lugares en la
costa de la mar, salvo pequeñas poblaciones, con la gente de las
cuales no podía haber habla, porque luego huían todos, andaba yo
adelante por el dicho camino, pensando de no errar grandes ciudades
o villas; y, al cabo de muchas leguas, visto que no había
innovación, y que la costa me llevaba al setentrión, de adonde mi
voluntad era contraria, porque el invierno era ya encarnado, y yo
tenía propósito de hacer de él al austro, y también el viento me dio
adelante, determiné de no aguardar otro tiempo, y volví atrás hasta
un señalado puerto, de adonde envié dos hombres por la tierra, para
saber si había rey o grandes ciudades. Anduvieron tres jornadas, y
hallaron infinitas poblaciones pequeñas y gente sin número, mas no
cosa de regimiento; por lo cual se volvieron.
Yo entendía harto de otros Indios, que ya tenía tomados, como
continuamente esta tierra era isla, y así seguí la costa de ella al
oriente ciento y siete leguas hasta donde hacía fin. Del cual cabo
vi otra isla al oriente, distante de esta diez y ocho leguas, a la
cual luego puse nombre la Española y fui allí, y seguí la parte del
setentrión, así como de la Juana al oriente, 188 grandes leguas por
línea recta; la cual y todas las otras son fertilísimas en demasiado
grado, y ésta en extremo. En ella hay muchos puertos en la costa de
la mar, sin comparación de otros que yo sepa en cristianos, y hartos
ríos y buenos y grandes, que es maravilla. Las tierras de ella son
altas, y en ella muy muchas sierras y montañas altísimas, sin
comparación de la isla de Tenerife; todas hermosísimas, de mil
fechuras, y todas andables, y llenas de árboles de mil maneras y
altas, y parece que llegan al cielo; y tengo por dicho que jamás
pierden la hoja, según lo puedo comprehender, que los ví tan verdes
y tan hermosos como son por mayo en España, y de ellos estaban
floridos, de ellos con fruto, y de ellos en otro término, según es
su calidad; y cantaba el ruiseñor y otros pajaricos de mil maneras
en el mes de noviembre por allí donde yo andaba. Hay palmas de seis
o ocho maneras, que es admiración verlas, por la deformidad hermosa
de ellas, mas así como los otros árboles y frutos e hierbas. En ella
hay pinares a maravilla y hay campiñas grandísimas, y hay miel, y de
muchas maneras de aves, y frutas muy diversas. En las tierras hay
muchas minas de metales, y hay gente en estimable número. La
Española es maravilla; las sierras y las montañas y las vegas y las
campiñas, y las tierras tan hermosas y gruesas para plantar y
sembrar, para criar ganados de todas suertes, para edificios de
villas y lugares. Los puertos de la mar aquí no habría creencia sin
vista, y de los ríos muchos y grandes, y buenas aguas, los más de
los cuales traen oro. En los árboles y frutos e hierbas hay grandes
diferencias de aquellas de la Juana. En ésta hay muchas especierías,
y grandes minas de oro y do otros metales.
La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he
habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como
sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo
lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos
hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello,
no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo
que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las
armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al
cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces
me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa,
para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que
los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque
a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya
estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así
paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas
son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se
aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan
liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese.
Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes,
convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los
corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio,
luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le
dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas
tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio
roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar,
les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un
marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y
otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por
blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos
ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado.
Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban
lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí,
y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen
amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y
servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren
de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos
son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que
todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy
firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal
catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el
miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy
sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es
maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque
nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos.
Y luego que llegué a Indias, en la primera isla que hallé tomé
por fuerza algunos de ellos, para que deprendiesen y me diesen
noticia de lo que había en aquellas partes, así fue que luego
entendieron, y nos a ellos, cuando por lengua o señas; y estos han
aprovechado mucho. Hoy en día los traigo que siempre están de
propósito que vengo del cielo, por mucha conversación que hayan
habido conmigo; y éstos eran los primeros a pronunciarlo adonde yo
llegaba, y los otros andaban corriendo de casa en casa y a las
villas cercanas con voces altas: venid, venid a ver la gente del
cielo; así, todos, hombres como mujeres, después de haber el corazón
seguro de nos, venían que no quedaban grande ni pequeño, y todos
traían algo de comer y de beber, que daban con un amor maravilloso.
Ellos tienen en todas las islas muy muchas canoas, a manera de
fustas de remo, de ellas mayores, de ellas menores; y algunas son
mayores que una fusta de diez y ocho bancos. No son tan anchas,
porque son de un solo madero; mas una fusta no terná con ellas al
remo, porque van que no es cosa de creer. Y con éstas navegan todas
aquellas islas que son innumerables, y tratan sus mercaderías.
Alguna de estas canoas he visto con 70 y 80 hombres en ella, y cada
uno con su remo.
En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la
gente, ni en las costumbres ni en la lengua; salvo que todos se
entienden, que es cosa muy singular para lo que espero que
determinaran Sus Altezas para la conversión de ellos a nuestra santa
fe, a la cual son muy dispuestos.
Ya dije como yo había andado 107 leguas por la costa de la mar
por la derecha línea de occidente a oriente por la isla de Juana,
según el cual camino puedo decir que esta isla es mayor que
Inglaterra y Escocia juntas; porque, allende de estas 107 leguas, me
quedan de la parte de poniente dos provincias que yo no he andado,
la una de las cuales llaman Avan, adonde nace la gente con cola; las
cuales provincias no pueden tener en longura menos de 50 o 60
leguas, según pude entender de estos Indios que yo tengo, los cuales
saben todas las islas.
Esta otra Española en cierco tiene más que la España toda, desde
Colibre, por costa de mar, hasta Fuenterrabía en Viscaya, pues en
una cuadra anduve 188 grandes leguas por recta línea de occidente a
oriente. Esta es para desear, y vista, para nunca dejar; en la cual,
puesto que de todas tenga tomada posesión por Sus Altezas, y todas
sean más abastadas de lo que yo sé y puedo decir, y todas las tengo
por de Sus Altezas, cual de ellas pueden disponer como y tan
cumplidamente como de los reinos de Castilla, en esta Española, en
el lugar más convenible y mejor comarca para las minas del oro y de
todo trato así de la tierra firme de aquí como de aquella de allá
del Gran Can, adonde habrá gran trato y ganancia, he tomado posesión
de una villa grande, a la cual puse nombre la villa de Navidad; y en
ella he hecho fuerza y fortaleza, que ya a estas horas estará del
todo acabada, y he dejado en ella gente que abasta para semejante
hecho, con armas y artellarías y vituallas por más de un ano, y
fusta, y maestro de la mar en todas artes para hacer otras, y grande
amistad con el rey de aquella tierra, en tanto grado, que se
preciaba de me llamar y tener por hermano, y, aunque le mudase la
voluntad a ofender esta gente, él ni los suyos no saben que sean
armas, y andan desnudos, como ya he dicho, y son los más temerosos
que hay en el mundo; así que solamente la gente que allá queda es
para destruir toda aquella tierra; y es isla sin peligros de sus
personas, sabiéndose regir.
En todas estas islas me parece que todos los hombres sean
contentos con una mujer, y a su mayoral o rey dan hasta veinte. Las
mujeres me parece que trabajan más que los hombres. Ni he podido
entender si tienen bienes propios; que me pareció ver que aquello
que uno tenía todos hacían parte, en especial de las cosas
comederas.
En estas islas hasta aquí no he hallado hombres mostrudos, como
muchos pensaban, mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento,
ni son negros como en Guinea, salvo con sus cabellos correndíos, y
no se crían adonde hay ímpeto demasiado de los rayos solares; es
verdad que el sol tiene allí gran fuerza, puesto que es distante de
la línea equinoccial veinte y seis grados. En estas islas, adonde
hay montañas grandes, allí tenía fuerza el frío este invierno; mas
ellos lo sufren por la costumbre, y con la ayuda de las viandas que
comen con especias muchas y muy calientes en demasía. Así que
mostruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla Quaris, la
segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que
tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne
humana. Estos tienen muchas canoas, con las cuales corren todas las
islas de India, y roban y toman cuanto pueden; ellos no son más
disformes que los otros, salvo que tienen costumbre de traer los
cabellos largos como mujeres, y usan arcos y flechas de las mismas
armas de cañas, con un palillo al cabo, por defecto de hierro que no
tienen. Son feroces entre estos otros pueblos que son en demasiado
grado cobardes, mas yo no los tengo en nada más que a los otros.
Estos son aquéllos que tratan con las mujeres de Matinino, que es la
primera isla, partiendo de España para las Indias, que se halla en
la cual no hay hombre ninguno. Ellas no usan ejercicio femenil,
salvo arcos y flechas, como los sobredichos, de cañas, y se arman y
cobijan con launes de arambre, de que tienen mucho.
Otra isla hay, me aseguran mayor que la Española, en que las
personas no tienen ningún cabello. En ésta hay oro sin cuento, y de
ésta y de las otras traigo conmigo Indios para testimonio.
En conclusión, a hablar de esto solamente que se ha hecho este
viaje, que fue así de corrida, pueden ver Sus Altezas que yo les
daré oro cuanto hubieren menester, con muy poquita ayuda que Sus
Altezas me darán; ahora, especiería y algodón cuanto Sus Altezas
mandarán, y almástiga cuanta mandarán cargar, y de la cual hasta hoy
no se ha hallado salvo en Grecia en la isla de Xío, y el Señorío la
vende como quiere, y ligunáloe cuanto mandarán cargar, y esclavos
cuantos mandarán cargar, y serán de los idólatras; y creo haber
hallado ruibarbo y canela, y otras mil cosas de sustancia hallaré,
que habrán hallado la gente que yo allá dejo; porque yo no me he
detenido ningún cabo, en cuanto el viento me haya dado lugar de
navegar; solamente en la villa de Navidad, en cuanto dejé asegurado
y bien asentado. Y a la verdad, mucho más hiciera, si los navíos me
sirvieran como razón demandaba.
Esto es harto y eterno Dios Nuestro Señor, el cual da a todos
aquellos que andan su camino victoria de cosas que parecen
imposibles; y ésta señaladamente fue la una; porque, aunque de estas
tierras hayan hablado o escrito, todo va por conjectura sin allegar
de vista, salvo comprendiendo a tanto, los oyentes los más
escuchaban y juzgaban más por habla que por poca cosa de ello. Así
que, pues Nuestro Redentor dio esta victoria a nuestros ilustrísimos
rey e reina y a sus reinos famosos de tan alta cosa, adonde toda la
cristiandad debe tomar alegría y hacer grandes fiestas, y dar
gracias solemnes a la Santa Trinidad con muchas oraciones solemnes
por el tanto ensalzamiento que habrán, en tornándose tantos pueblos
a nuestra santa fe, y después por los bienes temporales; que no
solamente la España, mas todos los cristianos ternán aquí refrigerio
y ganancia.
Esto, según el hecho, así en breve.
Fecha en la carabela, sobre las islas de Canaria, a 15 de febrero,
año 1493.
Hará lo que mandaréis
El almirante.
Después de ésta escrita, y estando en mar de Castilla, salió
tanto viento conmigo sul y sueste, que me ha hecho descargar los
navíos. Pero corrí aquí en este puerto de Lisboa hoy, que fue la
mayor maravilla del mundo, adonde acordé escribir a Sus Altezas. En
todas las Indias he siempre hallado los temporales como en mayo;
adonde yo fui en 33 días, y volví en 28, salvo que estas tormentas
me han detenido 13 días corriendo por este mar. Dicen acá todos los
hombres de la mar que jamás hubo tan mal invierno ni tantas pérdidas
de naves.
Fecha a 4 días de marzo.
[El original de esta carta de Colón ha desaparecido. Se conservan
varias versiones en español, italiano y latín. Nuestra edición
electrónica sigue la cuidadosa edición de Lionel Cecil Jane, en su
obra Selected Documents Illustrating the four Voyages of
Columbus. 2 vols. London: The Hakluyt Society, 1930. Vol. I,
2-19]
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