Las instrucciones que los cabildos
puertorriqueños enviaron a Power
coincidían en muchos aspectos con las
proposiciones generales de los diputados
americanos. Constituyen un inventario de
quejas contra el sistema colonial a la
vez que reflejan las aspiraciones de los
grupos dominantes de la sociedad
insular. Se expresaron contra el injusto
sistema tributario, las restricciones
comerciales, la falta de centros
educativos —sobre todo universitarios—,
la inaccesibilidad de los criollos a
cargos en la administración pública, el
considerable atraso en la salud y en las
obras públicas, y la amenazante
presencia de extranjeros que comenzaban
a desplazar a estancieros y ganaderos
criollos de su frágil ascendencia
social.
En momentos de transición hacia la
economía agroexportadora centrada en el
azúcar, expresaron la necesidad de
asegurar mano de obra estable con
planteamientos dirigidos a mover el
campesinado hacia el trabajo asalariado
ante el temor que despertaba aumentar la
mano de obra esclava. No sólo tenían
presente la experiencia haitiana, sino
también las ideas liberales de que el
trabajo libre era más rentable que el
esclavo.
En términos políticos, los primeros
planteamientos autonomistas en Puerto
Rico los presentaron los cabildos de San
Germán (13 de noviembre de 1809) y
San Juan
(26 de abril de 1810), las dos ciudades
más antiguas de la Isla. Ambas
aprovecharon el modelo de las juntas
provinciales constituidas en la
Península para proponer algo similar. El
ayuntamiento de San Juan, elector
de Power pedía una autonomía dirigida a
los asuntos económico-administrativos.
San Germán, más audaz y distante del
Capitán General, advirtió, en primer
lugar, que de España quedar subordinada
a Francia, Puerto Rico quedaría en
libertad para escoger su propio destino.
En segundo lugar, pidió el
establecimiento de una Junta Provincial
compuesta por el capitán general y el
obispo (que era entonces el criollo
liberal Juan Alejo de Arizmendi) y cinco
diputados, uno por cada cabildo, para la
cual reclamó “toda la autoridad
Superior, Gubernativa, Militar y de
Intendencia de la Provincia” con
injerencia “sobre los asuntos
concernientes a favor de la Nación y
Estado, del bien y utilidad de la isla y
sus habitantes...” La Junta, incluso,
atendería apelaciones en determinados
pleitos civiles y criminales. Es decir,
reclamaba, además, la jurisdicción
judicial que pertenecía a la Audiencia
de Puerto Príncipe, en Cuba, desde 1795
cuando se suprimió la de Santo Domingo.
En realidad, esta petición de autonomía
total, política y administrativa,
proponía un co-gobierno con el Capitán
General, pero además, era una carta de
negociación como las que presentaron
otros cabildos americanos. Fuese por
temor o por otras razones, lo cierto es
que las instrucciones se enfocaron a
pedir reformas que propiciaran el
desarrollo de la Isla y un cierto margen
de descentralización administrativa.
Mientras, se fraguaba en San Germán
(1809-1811) una conspiración separatista
vinculada con los movimientos de
Caracas, México y Santa Fe de Bogotá, a
juzgar por cierta correspondencia del
ayuntamiento a la luz de la
documentación conocida hasta ahora, es
difícil precisar si Power sabía de la
conspiración y si estuvo involucrado en
ella. Es más prudente pensar que estuvo
ajeno a ella. A pesar de que en San
Germán se conspiraba, el diputado
levantaba su voz para recalcar la
fidelidad insular. Propuso que se le
concediera a la villa rebelde el título
de ciudad con el timbre de “muy noble y
muy leal”. Para fundamentar su petición
“rescata hechos gloriosos” y servicios
olvidados que demostraban “la decidida
lealtad” y el “heroico patriotismo” de
sus vecinos. Recalcó una y otra vez la
fidelidad de los puertorriqueños,
contrastándola con la conmoción que
afectaba gran parte de América. Pero, la
Comisión de Premios del Congreso,
apoyada en el informe de la Regencia, no
encontró méritos suficientes en el caso
y recomendó que se declarase sin lugar,
dictamen que confirmaron las Cortes a
pesar del alegato de Power.
No era la primera vez que Power tenía
que reafirmar su lealtad y la de su
provincia, asediado como estaba por la
enemistad del Capitán General de Puerto
Rico, Meléndez Bruna. El 20 de agosto de
1811, en medio de los recelos y de los
temores también existentes en el
Congreso respecto a América, se circuló
en las Cortes un papel acusatorio
titulado “Primeros sucesos desagradables
en la Isla de Puerto Rico, consecuentes
a la formación de la Junta Soberana de
Caracas”. El autor se identificaba a sí
mismo como “Amigo de la Verdad”, aunque
no es disparatado situar tras el anónimo
a los emisarios del implacable
gobernante. Power, indignado por este
nuevo intento de mancillar su “siempre
acreditado honor y concepto”, insistió
en la “eterna adhesión de Puerto Rico a
la causa de la patria...,” no sin antes
protestar una vez más contra la conducta
arbitraria y despótica de Meléndez Bruna.