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EL CID CAMPEADOR
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  El rey Enrique IV de Alemania, tras haber eliminado a su adversario, Rodolfo de Suabia, se marcó como siguiente objetivo tomar Roma para instalar a Clemente III en los Estados Pontificios, pero no era tarea fácil, pues para ello tenía que combatir a la nobleza italiana contraria al dominio alemán y que se había declarado partidaria de Gregorio VII. Cuando Clemente III fue elegido Papa, Roberto Guiscardo juró lealtad a Gregorio VII, pero no le ofreció sus ejércitos, porque estaba planeando una campaña más interesante: nada menos que tomar Constantinopla.

Mientras Guiscardo ultimaba sus preparativos, en Constantinopla se produjo un cambio de emperador. Alejo Comneno decidió que Nicéforo III carecía de las aptitudes necesarias para el gobierno y que él lo haría mejor. Se había casado con Irene, la hija del emperador Miguel VII, con lo que consiguió el apoyo de la familia Ducas, (de la que habían surgido los emperadores Constantino X y Miguel VII, y que era una de las más poderosas en la capital). Un rápido golpe de Estado le dio el control de Constantinopla, Nicéforo III abdicó y se retiró a un monasterio, y así, en abril de 1081, Alejo Comneno se convirtió en el emperador Alejo I. La situación del Imperio era crítica: Asia Menor estaba totalmente bajo dominio turco, salvo unas pocas ciudades costeras que podían resistir asedios avituallándose por mar. Con la pérdida de Asia Menor, el Imperio Bizantino había perdido su principal fuente de soldados. En junio Roberto Guiscardo se lanzó al mar con una flota de 150 naves y 30.000 hombres. Tomó sin dificultad la isla de Corfú, luego desembarcó en el continente, marchó hacia el norte y puso sitio a la ciudad de Dyrrachium.

Alejo I empezó por asegurarse la paz en Asia Menor sobornando a los virreyes turcos, que vieron la posibilidad de fortalecerse para terminar rebelándose contra Malik Sha. Luego el emperador solicitó la ayuda de Venecia: los venecianos disfrutaban de grandes privilegios comerciales en Constantinopla a cambio de poner su flota a disposición del Imperio cuando fuera requerida, y éste era un buen momento. La flota veneciana derrotó fácilmente a la normanda, que estaba dirigida por Bohemundo, un hijo ilegítimo de Guiscardo. Alejo I esperaba que Roberto Guiscardo se concentrara en buscar el modo de volver a Italia sin su flota, pero el normando hizo justo lo contrario: se adentró en el continente y derrotó al ejército bizantino. Alejo I tuvo que apresurarse a reclutar más hombres.

Mientras tanto, el conde de Barcelona Ramón Berenguer II fue asesinado por orden de su hermano Berenguer Ramón II, que por ello es recordado en la historia como Berenguer Ramón II el Fratricida. Pese al escándalo subsiguiente, Berenguer Ramón II logró mantener su autoridad sobre sus condados, e incluso logró la tutela sobre su sobrino recién nacido, llamado también Ramón Berenguer. Los únicos condados que rechazaron esta autoridad fueron los de Carcasona y Razes, que, con la excusa de reconocer únicamente como conde al hijo del difunto, se desvincularon completamente del condado de Barcelona y pasaron a manos del conde Bernardo Atón de Béziers. El fratricida compartió la tutela de su sobrino con el conde de Cerdaña Guillermo I Ramón, que se había casado con su tía Sancha, si bien ésta había muerto tres años atrás.

En Castilla, el conde de Nájera García Ordóñez, enemigo irreconciliable de Rodrigo Díaz, logró finalmente enemistarlo con el rey Alfonso VI, a raíz de una brillante campaña que el Campeador había llevado a cabo en tierras de Toledo. El rey receló de un vasallo que tomaba demasiadas iniciativas y que era tan admirado entre sus hombres, así que ordenó su destierro. Fue desposeído de todos sus bienes y se prohibió a todos los súbditos del reino que le proporcionaran víveres o alojamiento. El Campeador abandonó Castilla junto con los hombres que quisieron acompañarlo y se dispuso a ofrecer sus servicios como soldado a quien quisiera aceptarlos.

En primer lugar ofreció sus servicios al conde Berenguer Ramón II de Barcelona, pero no llegaron a un acuerdo. No se sabe exactamente por qué, pero es probable que se debiera a que Rodrigo Díaz siempre impuso como condición a la hora de ofrecerse como mercenario que jamás lucharía contra su señor el rey Alfonso VI.

Entonces marchó a Zaragoza, donde fue contratado por el rey al-Muqtadir, que murió antes de que se acabara el año. Entre su legado se encuentra el palacio de la Aljafería, un alcázar suntuoso con torres, grandes patios y estancias decoradas con columnas de mármol. Al Muqtadir fue sucedido por sus hijos al-Mutamin, que recibió Zaragoza y el apoyo del Campeador, y al-Hayib, que heredó las taifas de Lérida, Tortosa y Denia, si bien hubiera preferido la herencia de su hermano mayor. Al-Hayib buscó el apoyo del conde Berenguer Ramón II de Barcelona y del rey Sancho V Ramírez de Navarra (y I de Aragón), pero en 1082, al-Mutamin, con el apoyo del Campeador, los derrotó a todos en Almenar, donde además hizo prisionero a Berenguer Ramón II. El conde fue liberado a los pocos días.

Los zaragozanos dieron a Rodrigo Díaz el apelativo de Sid, que en una variante dialectal del árabe significa Señor. Por ello Rodrigo Díaz es más conocido en la historia como el Cid Campeador. Bajo su protección, Zaragoza dejó de pagar parias a los estados cristianos.

 

Biografía del Campeador.

Rodrigo Díaz nació en Vivar, pequeña aldea situada a 7 kilómetros de la ciudad de Burgos en 1043. Hijo de Diego Laínez, noble caballero de la Corte Castellana y de una hija de Rodrigo Alvarez. Descendiente es por línea paterna de Laín Calvo, uno de los dos Jueces de Castilla.

A los 15 años quedó huérfano de padre y se crió en la corte del rey Fernando I junto al hijo del monarca, el príncipe Sancho. Ambos crecieron juntos y trabaron buena amistad durante cinco años. También se educó en las letras y en las leyes, seguramente en el monasterio de San Pedro de Cardeña, lecciones que le servirían posteriormente para representar en pleitos al mismo monasterio y también al mismísimo Alfonso VI el cual confió al burgalés numerosas misiones diplomáticas en las que debía conocer perfectamente las leyes.

Entre los años 1063 a 1072 fue el brazo derecho de don Sancho y guerreó junto a él en Zaragoza, Coimbra, y Zamora, época en la cual fue armado primeramente caballero y también nombrado Alférez y "príncipe de la hueste" de Sancho II. A los 23 años obtuvo el título de "Campeador" -Campidoctor- al vencer en duelo personal al alférez del reino de Navarra.

A los 24 años era conocido ya como Cidi o Mío Cid, expresión de cariño y admiración.

Con la muerte de Sancho II en el cerco de Zamora y tras la jura de Santa Gadea tomada por Rodrigo al nuevo rey castellano, Alfonso VI, la suerte del Cid cambió y su gran capacidad fue desechada por la ira y envidia del nuevo monarca. En 1081 el Cid es desterrado por primera vez de Castilla. 300 de los mejores caballeros castellanos le acompañaron en tan difícil situación. Esta etapa duró unos 6 años los cuales fueron aprovechados por Rodrigo y sus hombres para hacer de Zaragoza su cuartel general y luchar en el Levante.

Vuelve a Burgos en 1087 pero poco duró su paz con el rey por lo que marchó  hacia Valencia donde se convirtió en el protector del rey Al-Cádir y sometió a los reyezuelos de Albarracín y Alpuente. El almorávide Yusuf cruza en 1089 el estrecho de Gibraltar y el rey Alfonso pide ayuda al caballero castellano, pero por una mal entendido entre ambos surge una nueva rencilla entre el rey y su leal súbdito y el monarca le destierra por segunda vez en 1089.

En los diez años siguientes, la fama del Cid se acrecentó espectacularmente al contrario que el reinado del rey. En menos de un año el Cid se hizo señor  de los reinos moros de Lérida, Tortosa, Valencia, Denia, Albarracín, y Alpuente. En torno al 1093, matan a su protegido de Valencia Al-Cádir, ciudad que fue tomada por Ben Yehhaf. El Cid asedió durante 19 meses la ciudad y finalmente entró triunfal en junio de 1094.

Rodrigo se convirtió en el señor de Valencia, otorgó a la ciudad un estatuto de justicia envidiable y equilibrado, restauró la religión cristiana y al mismo tiempo renovó la mezquita de los musulmanes, acuñó moneda, se rodeó de una corte de estilo oriental con poetas tanto árabes como cristianos y gentes eminentes en el mundo de las leyes, en definitiva, organizó con grandísima maestría la vida del municipio valenciano.

Aún habría de combatir numerosas batallas, como la que el mismo año le enfrentó al emperador almorávide Mahammad, sobrino de Yusuf, el cual se presentó a las puertas de Valencia con 150.000 caballeros. La victoria fue total, tan grande fue el número de enemigos como grande fue el botín a ellos recogido.

En 1097 muere en la batalla de Consuegra su único hijo varón, Diego.

El domingo 10 de julio de 1099, muere el Cid. Toda la cristiandad lloró su muerte.

 

Mientras tanto Roberto Guiscardo tomaba Dyrrachium, pero Alejo I llegó a un acuerdo con Enrique IV de Alemania, que estaba atacando Italia, así que el normando consideró oportuno volver a Italia. No obstante, dejó su ejército en Iliria, a las órdenes de su hijo Bohemundo. Por otra parte, Alejo I tuvo que conceder a los venecianos franquicias comerciales en todo el territorio imperial, y no sólo en la capital, como hasta entonces.

Ese año fue procesado y obligado a retractarse de su doctrina un profesor de la Universidad de Constantinopla llamado Juan Ítalo. (El sobrenombre le venía de que había vivido en el sur de Italia hasta que los normandos conquistaron el territorio a los bizantinos.) Juan Ítalo enseñaba la filosofía de Aristóteles y la doctrina de la que tuvo que retractarse era, en esencia, la afirmación de que era posible investigar en filosofía con independencia de la teología.

El hijo de Guillermo I de Inglaterra, Roberto Courteheuse, estaba cansándose de esperar que muriera su padre para heredar la corona, así que volvió a rebelarse contra él, pero fue derrotado y exiliado.

En 1083 Enrique IV tenía asediado a Gregorio VII en el castillo de Sant'Angelo (el antiguo mausoleo de Adriano), y Roberto Guiscardo se dispuso a liberarlo. Al otro lado del mar, el emperador Alejo I atacó a Bohemundo. La caballería pesada normanda era la mejor del mundo. Alejo I trató de neutralizarla equipando a sus soldados con carros, pesadas armaduras y largas lanzas, pero Bohemundo hizo que sus jinetes atacaran por los laterales a los carros bizantinos, que tuvieron que retirarse por segunda vez. Los normandos ocuparon Tesalia.

Los fatimíes asediaron a Tutus en Damasco, pero la ciudad resistió.

El almorávide Yúsuf ibn Tasfin tomó Ceuta, con lo que completó la conquista de Marruecos.

Los reyes Alfonso VI y Sancho V (o I) Ramírez atacaron territorios del reino de Zaragoza reclamando el pago de parias. El Cid se negó a combatir al que seguía considerando su rey, pero en 1084 derrotó y persiguió a al-Hayib y al rey navarro-aragonés cerca de Tortosa.

Un religioso llamado Bruno fundó, junto con seis compañeros, una nueva orden en un paraje solitario cercano a Grenoble, conocido como la Grand Chartreuse. La orden es conocida como la Cartuja, y sigue la regla benedictina con algunas costumbres propias. Los cartujos viven en monasterios llamados cartujas y distribuyen su tiempo entre la oración, el estudio y el trabajo manual. Guardan abstinencia y silencio perpetuos. Su fundador había sido nombrado canciller de la diócesis de Reims, pero denunció la simonía del arzobispo Manasès de Gourmay, y éste le depuso del cargo y le confiscó sus bienes, pero Bruno acudió a un sínodo celebrado en Autun y allí se depusó al arzobispo. Fue entonces cuando proyectó su retiro (de esto hacía ya cuatro años).

El Selyúcida Sulaymán ibn Qutulmis derrotó a los armenios en Cilicia.

El emperador Alejo I logró reunir un nuevo ejército para enfrentarse a Bohemundo. En sus filas había siete mil soldados turcos de caballería procedentes de Asia Menor. Se produjo un enfrentamiento en Larisa, en el que Alejo I evitó la confrontación directa. Con una astuta maniobra, indujo a los normandos a atacar en una dirección equivocada, tras lo cual envió a su ejército principal contra el campamento y destruyó sus abastecimientos. En los tres años que los normandos llevaban en territorio bizantino, su ejército había sufrido bajas y un gran desgaste, pues la población odiaba a los occidentales tanto o más que a los turcos, y empleó contra ellos una guerra de guerrillas. El golpe que ahora les había infligido el emperador acabó de desmoralizarlos, así que Bohemundo tuvo que retirarse hasta la costa y embarcó para buscar a su padre.

Mientras tanto, Roberto Guiscardo había liberado al Papa Gregorio VII del asedio al que le sometía Enrique IV, pero sus hombres se dedicaron al pillaje en Roma, así que Gregorio VII se vio obligado a pedir al normando que se fuera mientras él se refugiaba en Salerno. Así Enrique IV pudo entrar finalmente en Roma y Clemente III ocupó la silla de san Pedro. Ese mismo año coronó emperador a Enrique IV. Por su parte, Guiscardo volvió junto a su hijo Bohemundo, combatió nuevamente a las naves venecianas hasta que murió en 1085, mientras asediaba Cefalonia.

El duque Vratislav II de Bohemia reconoció el título imperial de Enrique IV y a cambio éste lo nombró rey de Bohemia con carácter vitalicio (no hereditario).

El rey Canuto II de Dinamarca preparó una invasión de Inglaterra en colaboración con Olav III de Noruega y con Roberto I de Flandes. Sin embargo, una rebelión en Jutlandia le hizo abandonar el proyecto y nunca llegó a emprenderse.

Con la muerte de Roberto Guiscardo los normandos dejaron de ser una amenaza para el Imperio Bizantino, pues se planteó un problema de sucesión: Bohemundo era el primogénito, pero era bastardo, así que los ducados de Apulia y Calabria (es decir, las posesiones normandas en el sur de Italia) pasaron a su hermanastro Roger I Borsa. Bohemundo volvió a Italia y logró apoderarse de un territorio entre Bari y Tarento. También murió el Papa san Gregorio VII.

El rey al-Qádir de Toledo había tenido que subir drásticamente los impuestos para pagar las parias impuestas por el rey Alfonso VI de León y Castilla, lo que lo había vuelto impopular. Finalmente estalló una rebelión que lo obligó a huir a Valencia, donde acababa de morir el rey Abú Bakr y ahora reinaba su hijo Utmán. Los toledanos ofrecieron el trono al rey al-Mutawakkil de Badajoz. Entonces Alfonso VI aprovechó los disturbios para apoderarse de Toledo. Teóricamente, debería haberle devuelto la ciudad a al-Qádir, que era su protegido, pero Toledo había sido la capital del reino visigodo y ahora estaba de nuevo en manos cristianas. Era una conquista demasiado valiosa como para renunciar a ella. En su lugar, Alfonso VI envió como embajador a Valencia a Álvar Fáñez (un sobrino del Cid), quien logró presionar para que Utmán fuera derrocado en beneficio de al-Qádir. Así se olvidó de Toledo.

Un tiempo antes, el rey al-Mutamid de Sevilla había conquistado unos territorios a al-Qádir de Toledo, y ahora Alfonso VI cosideró oportuno reclamárselos. Derrotado, el rey moro tuvo que concederle la mano de su hija Zaida y los territorios en litigio fueron la dote. A continuación Alfonso VI puso sitio a Zaragoza. Allí había muerto poco antes su rey al-Mutamin, que había sido sucedido por Ahmad al-Mustain.

El rey al-Mutamid estaba furioso con el trato recibido por Alfonso VI. Comprendió que era sólo cuestión de tiempo que los cristianos dominaran todo Al-Ándalus, así que, al igual que había hecho al-Mutawakkil seis años antes, decidió llamar en su auxilio a los almorávides de Yúsuf ibn Tasfin. Los reyes vecinos trataron de disuadirlo: le dijeron que si llamaba a los almorávides perdería su reino, pero dicen que al-Mutamid contestó: Más vale ser camellero en África que porquero en Castilla.

Esta vez los almorávides respondieron a la llamada. En 1086 estaban en Al-Ándalus y Alfonso VI tuvo que abandonar el asedio a Zaragoza para enfrentarse a la nueva amenaza musulmana. Requirió la ayuda del rey Sancho V Ramírez de Navarra (I de Aragón), quien envió un ejército al mando de su hijo Pedro. También acudió Álvar Fáñez, que todavía estaba en Valencia. Se encontraron con los almorávides en Sagrajas, y los cristianos sufrieron una estrepitosa derrota. A ello contribuyó que los caballos se asustaron ante los camellos y los tambores almorávides. De un total de 25.000 hombres sólo sobrevivieron unos 500, entre ellos Alfonso VI, herido gravemente en las piernas. Tras esta batalla, los reinos de taifas dejaron de pagar parias a los reinos cristianos. Alfonso VI comprendió que necesitaba todos los apoyos posibles, así que de repente descubrió que Rodrigo Díaz no era tan malo como le había parecido hasta entonces. Se reconcilió con él y lo colmó de presentes (castillos, tierras, etc.).

El rey Guillermo I de Inglaterra adoptó una medida para consolidar la fidelidad de la nobleza normanda: reunió a todos los terratenientes de todos los rangos en una asamblea celebrada en Salisbury, unos 130 kilómetros al oeste de Londres, y allí les hizo prestar juramento de lealtad directamente a su persona. La idea era que si un noble se rebelaba contra el rey podía reclamar el apoyo de sus vasallos, los cuales, según la teoría feudal, le debían fidelidad a él y no al rey. En cambio, si todos juraban fidelidad al rey por encima de la debida a su inmediato superior, un noble rebelde podía encontrarse fácilmente sin los apoyos necesarios. Desde hacía unos años, en Inglaterra se estaba llevando a cabo, por iniciativa del rey, un proyecto sin igual en la Europa medieval: se estaba elaborando un inventario de la propiedad territorial del reino que permitiría regular racionalmente los impuestos y serviría de base para resolver jurídicamente los conflictos sobre la propiedad.

Ese año murió el duque Guillermo VIII de Aquitania, y fue sucedido por su hijo Guillermo IX.

También murió el conde Conrado I de Ardennes, que tres años antes había cambiado su título por el de conde de Luxemburgo. Fue sucedido por Enrique III.

En Japón, el emperador Shirakawa empleó la misma treta que su padre y abdicó en su hijo Horikawa, pero siguió ostentando el poder real relativamente libre de la influencia del clan Fujiwara. Se hizo monje con el nombre de Yukaku, y protegió incansablemente el budismo. Los Fujiwara no supieron responder a esta estrategia, sino que se dividieron en facciones enemigas. A su vez, esta división fue aprovechada por diversos clanes guerreros que se adueñaron de las tierras del norte, donde estallaron violentas guerras. Pronto destacaron dos clanes rivales: los Minamoto y los Taira.

Durante la época en que Roma y Constantinopla se disputaban el control de la religión de los búlgaros, había surgido entre ellos una secta herética radical como reacción contra la politizada religión católica. Su líder se llamaba Paulo y sus seguidores fueron conocidos como paulicianos. De entre estos surgió una variante más radical aún, encabezada por un tal Teófilo (amigo de Dios), que en eslavo se dice Bogomil, por lo que sus seguidores fueron llamados bogomilos. Sostenían que el mundo había sido creado por el Diablo, y que para lograr la salvación era necesario evitar en lo posible todo contacto con el mundo. La comida, la bebida y el sexo debían reducirse al mínimo imprescindible, no creían en el matrimonio ni aceptaban ningún ritual eclesiástico. Con el tiempo, los bogomilos se habían extendido más allá de las fronteras de Bulgaria, a lo largo del Imperio Bizantino. Para los bogomilos, las derrotas que había sufrido el Imperio en los últimos años no eran nada malo, sino todo lo contrario: al destruir el Imperio se destruía una parte de la obra del Diablo, pues todo el Mundo era obra del Diablo. Esta actitud no beneficiaba en nada al Imperio, así que el emperador Alejo I tuvo que tomar severas medidas contra los bogomilos. Finalmente, éstos se sublevaron en alianza con los pechenegos y los cumanos, que habían llegado al norte del Danubio. Las provincias del Imperio sufrieron ataques mucho peores que los que habían llevado a cabo los normandos poco antes.

El rey Canuto II de Dinamarca y uno de sus muchos hermanos fueron asesinados en la iglesia de San Albano de Odense. San Canuto es actualmente el patrón de Dinamarca. Le sucedió otro de sus hermanos, Olaf I.

Los fatimíes expulsaron a Tutus de Siria, y éste derrotó y mató a Sulaymán ibn Qutulmis para apoderarse de Alepo. Entonces Malik Sha intervino personalmente, expulsó definitivamente a los fatimíes del territorio y envió a prisión a Kiliç Arslán, el hijo de Sulaymán ibn Qutulmis, con lo que la región quedó pacificada. Tras realizar algunas reformas en la administración, volvió a Hamadán, y poco después el Califa lo recibió solemnemente en Bagdad.

Por esta época enseñaba teología y filosofía un francés llamado Roscelino. Fue el primero en plantear el llamado problema de los universales, que consiste en determinar cómo deben entenderse los conceptos generales como "hombre", "mesa", etc. Según el punto de vista de Platón, no sería posible construir una mesa sin tener previamente la idea de "mesa", luego la idea de "mesa" es algo que existe previamente a cualquier mesa que podamos construir. Igualmente, no podría haber hombres si no existiera previamente una idea de "hombre". Frente a esta postura, Roscelino defendía la postura nominalista, según la cual los universales no son más que nombres, palabras, y no existen más que como un contenido de nuestra mente. Roscelino desarrolló este punto de vista para rebatir el argumento ontológico de Anselmo. Roscelino afirmaba que dicho argumento partía tácitamente de atribuir existencia a Dios en cuanto concepto, lo cual es falso. Naturalmente, Anselmo replicó desarrollando una solución opuesta al problema de los universales, la postura realista, en la línea de la filosofía platónica. Se llama así porque defiende que los universales como "hombre" tienen existencia real como ideas, una existencia distinta de la existencia de los distintos seres a los que se les puede aplicar el concepto de "hombre". El problema de los universales acaparó durante varios siglos la atención de los filósofos escolásticos.

Godofredo de Bouillon se había destacado en su apoyo a Enrique IV frente a san Gregorio VII, así que finalmente el emperador le concedió el título de duque de la Baja Lorena, que le correspondía por herencia. Así se convirtió en Godofredo V.

Cuando Enrique IV tomó Roma e instaló a Clemente III como Papa, los cardenales partidarios de san Gregorio VII tuvieron que huir al sur, a territorio normando. Finalmente se organizaron y eligieron Papa a uno de ellos, Desiderio da Montecassino, que adoptó el nombre de Víctor III. Había sido abad de Montecassino y durante su mandato hizo reedificar la abadía sobre grandiosos planos. Luego, durante el pontificado de san Gregorio VII, hizo de mediador entre el Papa y los normandos. Cuando fue elegido Papa, el mes de mayo, estaba enfermo. No pudo ser consagrado hasta mayo de 1087 y murió el 16 de septiembre.

Una semana antes moría en Ruan el rey de Inglaterra Guillermo I el Conquistador. Al parecer, había llegado a sus oídos que el rey Felipe I de Francia había hecho una broma grosera acerca de su gordura, y, aunque tenía ya setenta años, el normando no vaciló en iniciar una serie de ataques contra los territorios de Felipe I. Mientras sus hombres incendiaban la ciudad de Mantes, a mitad de camino entre Ruan y París, el caballo del Conquistador pisó cenizas calientes, lo que le hizo dar un salto repentino y el rey se precipitó al suelo. Gravemente herido, fue trasladado a Ruan, donde murió a los pocos días. Fue enterrado en la Iglesia de san Esteban, en la ciudad normanda de Caen.

Para entonces ya se había completado el censo ordenado por el rey, que fue resumido en unos libros conocidos como el Domesday Book (el Libro del Día del Juicio Final), en alusión a la creencia popular de que Dios (o san Pedro) tiene un libro en el que están registrados los actos de todos los hombres, y que determinará quiénes irán al Cielo y quiénes al Infierno tras el juicio final.

El primogénito del difunto rey se encontraba aún en el exilio, a causa de la rebelión que había emprendido cinco años antes, pero se apresuró a volver a Normandía, donde consiguió ser reconocido como el nuevo duque Roberto II. No obstante, parece ser que su padre había nombrado heredero en el lecho de muerte a su segundo hijo, conocido como Guillermo el Rojo. Éste, viendo que en Normandía no tenía el apoyo necesario, zarpó hacia Inglaterra, donde Lanfranco, el arzobispo de Canterbury, lo coronó rey, y así pasó a ser Guillermo II de Inglaterra. Guillermo el Conquistador había tenido un tercer hijo, Enrique Beauclerc, al que se le concedieron cinco mil libras de plata y algunas tierras para que no reclamara más herencia.

Ese año murió el conde Guillermo I de Borgoña, y fue sucedido por su hijo Renaldo II.

El rey Alfonso VI de Castilla seguía luchando contra los almorávides. Había solicitado nuevamente la ayuda de la cristiandad europea y, entre otros, acudieron a su llamada el duque Eudes I de Borgoña y el conde Raimundo de Saint-Gilles, hermano del conde Guillermo IV de Tolosa. Por otra parte, Alfonso VI concedió al Cid y a sus descendientes los derechos sobre todos los territorios que conquistara a los moros en el este de al-Ándalus.

En cuanto corrió la noticia de que el Cid iba a iniciar una campaña de conquista, le llovieron aliados interesados en apoderarse de Valencia: el rey al-Mustain de Zaragoza, el rey al-Hayib de Lérida, y también el conde Berenguer Ramón II de Barcelona. Sin embargo, el Cid llegó a un acuerdo con el rey al-Qádir de Valencia, que aceptó pagarle un tributo, lo que decepcionó amargamente a al-Mustain. Al-Hayib y Berenguer Ramón II decidieron atacar Valencia por su cuenta, pero abandonaron tan pronto como supieron que se acercaba el Campeador.

Por otra parte, los reyes moros ya habían comprendido que los almorávides fanáticos les causaban más problemas que los que les resolvían, así que no colaboraban mucho con ellos, y ésta fue una de las razones principales por las que los almorávides no pudieron sacar partido de sus victorias contra los cristianos. En 1088 Yúsuf ibn Tasfin puso sitio a la fortaleza castellana de Aledo, pero Alfonso VI marchó hacia allí y derrotó a los almorávides con el apoyo del rey al-Mutawakkil de Badajoz. Tras esta derrota, Yúsuf tuvo que volver a África por motivos familiares.

Los turcos selyúcidas penetraron en Georgia y tomaron su capital, Tbilisi.

El conde Guillermo IV de Tolosa cedió sus posesiones a su hermano, el conde Raimundo de Saint-Gilles, que se convirtió así en Raimundo IV de Tolosa.

Mientras el Papa Clemente III seguía en Roma, los cardenales partidarios de san Gregorio VII nombraron Papa a Eudes de Lager, un discípulo de Bruno, el fundador de la orden de la Cartuja, que adoptó el nombre de Urbano II. Continuó con el programa de reformas de san Gregorio VII, así como con la querella de las investiduras contra el emperador Enrique IV y su Papa Clemente III. En 1089 convocó un concilio en Melfi (en Apulia) en el que condenó las investiduras laicas, la simonía y el nicolaísmo (es decir, el incumplimiento del voto de castidad en los clérigos).

Podría pensarse que Guillermo II se había llevado la mejor parte de la herencia de su padre, pues era rey de Inglaterra mientras que su hermano Roberto Courteheuse sólo era duque de Normandía. Sin embargo, en la época las cosas se veían de forma diferente: Normandía había conquistado Inglaterra, era ella quien tenía el prestigio y el ducado de Normandía era más valioso que el reino de Inglaterra. Por ello, Guillermo II se propuso invertir la hazaña de su padre y conquistar Normandía desde Inglaterra. La nobleza normanda tampoco veía con buenos ojos que el territorio de Guillermo el Conquistador se hubiera dividido. Muchos nobles tenían posesiones a ambos lados del canal, y la división les podía producir fácilmente conflictos de intereses. La cuestión era entonces si preferían como gobernante único al rey Guillermo II o al duque Roberto II, y Roberto II tenía más partidarios porque era más débil que su hermano, luego más fácil de dominar. El caso fue que cuando Guillermo II estaba a punto de iniciar la invasión de Normandía, estalló una rebelión en Inglaterra, dirigida por Odón, el obispo de Bayeux y hermanastro de Guillermo I. Había participado valientemente en la batalla de Hastings (eso sí, blandiendo una maza en lugar de una espada, porque era religioso y no podía derramar sangre). Aunque ocupado cargos importantes durante el reinado del Conquistador, en los últimos años de su reinado había caído en desgracia, y de ahí derivó una enemistad hacia Guillermo II.

Aparentemente, Guillermo II tenía las de perder, pues tenía en su contra a la mayor parte de la aristocracia anglonormanda, pero se encontró con el apoyo de los sajones, que detestaban a esos mismos señores normandos. Guillermo II les prometió una serie de concesiones que nunca llegó a darles y así pudo derrotar a los barones rebeldes. A Odón se le permitió que regresara a Normandía, donde sirvió al duque Roberto II.

Ese año murió el conde Teobaldo III de Blois y de Champaña, que legó Blois a su hijo Esteban y Champaña a su hijo Hugues.

También murió Lanfranco, el arzobispo de Canterbury. Hizo construir una catedral en Canterbury, de la que sólo se conserva una cripta. Entonces Guillermo II adoptó una política singular: se negó a nombrar un sucesor, con lo que se embolsaba las rentas del arzobispado. En los años siguientes hizo lo mismo con otros obispados que quedaron vacantes. Más en general, Guillermo II pronto se hizo famoso por su extremada codicia, que lo enemistó con la mayor parte de sus súbditos, tanto sajones como normandos. Con el tiempo y unos pesados impuestos, el rey logró reunir un gran tesoro que contribuyó a estabilizar la economía. Emitió monedas de plata que fueron aceptadas incluso en el extranjero. Algunas de ellas llevaban marcadas unas estrellas. En inglés antiguo "estrella" era steorling, y es posible que de aquí proceda la palabra "esterlina", usada para referirse a las monedas de plata de calidad garantizada.

El sultán turco Malik Sha emprendió una nueva campaña de conquistas, ahora hacia el este. Mientras tanto, el rey Jorge II de Georgia murió y fue sucedido por su hijo, conocido como David III el Constructor, ya que expulsó a los turcos e inició una campaña de reconstrucción del país, repoblando las llanuras y reconstruyendo las ciudades. (La población se había refugiado en las montañas cuando llegaron los turcos.) No obstante, la antigua capital, Tbilisi, siguió en poder de los musulmanes.

Alfonso VI había llamado al Cid en su ayuda para la campaña de Aledo, pero éste no había acudido, y como consecuencia fue desterrado por segunda vez. Todos pensaron que el Campeador estaba acabado, el rey al-Mustain de Zaragoza rompió definitivamente su alianza con él, y la cambió por el apoyo del conde Berenguer Ramón II de Barcelona. Hasta el rey al-Qádir de Valencia le dejó de pagar el tributo. Sin embargo, el Cid reaccionó con energía. Reforzó las numerosas guarniciones que le eran leales y en 1090 derrotó al rey al-Hayib de Lérida en la región de Denia, que cayó bajo el dominio del Campeador. Esto hizo que al-Qádir le pagara lo que le debía. Luego el Cid se dirigió hacia el norte y expulsó a al-Hayib de la huerta de Valencia.

Al-Hayib, junto con al-Mustain de Zaragoza y Berenguer Ramón II de Barcelona, todos interesados en conquistar Valencia, pidieron a Alfonso VI que les ayudara a deshacerse del Cid, pero éste se negó a intervenir. Entonces al-Mustain se retiró, mientras que Berenguer Ramón II decidió enfrentarse con el Campeador. El conde fue derrotado y hecho prisionero en Tévar, si bien fue liberado a los pocos días. Unos meses después murió al-Hayib, y le sucedió su hijo Sulaymán, menor de edad, bajo la tutela de los Banú Batir, que se sometieron al Cid. Así, el Cid había arrebatado al condado de Barcelona la influencia sobre los reinos de Denia, Lérida y también Tortosa. Esto supuso un grave perjuicio económico para Barcelona.

En León murió el rey García de Galicia, el hermano de Alfonso VI a quien éste le impidió reinar.

Conrado, el primogénito del emperador germánico Enrique IV cumplió los dieciséis años y ya había recibido el título de rey de romanos, que lo reconocía como heredero, pero, para asegurar su lealtad, Enrique IV le concedió el título de rey de Alemania.

El Papa Urbano II llamó como consejero a su antiguo maestro Bruno, el fundador de la orden de la Cartuja.

La querella de las investiduras
Índice Los almorávides

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