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En 1209 la cruzada
albigense
se había puesto en marcha. El conde Raimundo VI de Tolosa, en el
último momento, decidió hacer penitencia pública,
pero ya era demasiado tarde. El ejército de Simón de
Montfort
cruzó el Ródano cometiendo toda clase de atrocidades,
violencias
y pillajes. Tomó la ciudad de Béziers, y entonces
se planteó el problema de cómo distinguir a los herejes
de
los buenos católicos entre los prisioneros. Se consultó
al
legado pontificio, Arnau Almaric, y dicen que su respuesta fue: "Matadlos
a todos, que ya el Señor sabrá". Unas veinte mil
personas,
hombres, mujeres y niños, fueron pasadas a cuchillo. Como
recompensa,
Inocencio III concedió a Simón de Montfort el
señorío
de Béziers y el de Carcasona, que fue tomada poco
después.
Ambos territorios eran feudos de Pedro II de Aragón, quien
acudió
a Carcasona para tratar de que la capitulación se llevara a cabo
en las mejores condiciones y se negó a reconocer a Simón
de Montfort los títulos que ya le había concedido el
Papa.
Por esta época Gengis Kan dominaba ya el Imperio Xixia. En 1210 el imperio de los karajitay fue desmembrado: la parte oriental fue conquistada por los mongoles y la occidental por el jwarizmsah, que ya había expulsado a los guríes de Afganistán. Ese año murió el emperador bizantino Alejo III, que seguía retenido en prisión por Teodoro I de Nicea. Éste estableció una alianza con el rey León II de Armenia y juntos derrotaron al sultán Kayjusraw I. Éste fue derrocado y el sultanato pasó por un periodo de anarquía. El emperador latino de Constantinopla, una vez vio consolidado el dominio de los occidentales sobre los bizantinos, nombró un Patriarca Latino en Constantinopla. Los obispos ortodoxos que no quisieron reconocer su autoridad fueron expulsados y sustituidos por sacerdotes católicos. Inocencio III envió varios legados para organizar la Iglesia de Constantinopla, los cuales negociaron con los barones hasta llegar al Concordato de Ravénica. Los sacerdotes ortodoxos siguieron ejerciendo su ministerio, más o menos sometidos a los católicos, e incluso se planeó la unión de las dos Iglesias, si bien el proyecto no prosperó. La reina de Jerusalén, María de Monferrato, cumplió diecinueve años y su tío, el regente Jean d'Ibelin, siguiendo las indicaciones de Felipe II de Francia, acordó su matrimonio con Juan de Brienne, que se convirtió en el nuevo rey de Jerusalén. Como los laicos tenían prohibido predicar, Francisco de Asís y su pequeño grupo de discípulos tuvieron que ir a Roma a solicitar la autorización de Inocencio III. El Papa titubeó. La doctrina de los franciscanos era similar a la de Domingo de Guzmán, pero éste era un clérigo universitario y su ortodoxia se podía dar por supuesta, pero, ¿no serían los franciscanos unos herejes como los cátaros y los valdenses que terminarían volviéndose contra el Papa? Sin embargo, Inocencio III era lo suficientemente hábil como para no provocar con su actuación que sus sospechas se materializaran. Llegó a un acuerdo un tanto atípico con Francisco, algo parecido a un "contrato temporal de prueba": le dio permiso para predicar, y sus discípulos podrían tonsurarse como monjes, pero no les dio el rango de orden religiosa. Inocencio III supervisó y aceptó la regla redactada por el propio Francisco, que fue conocida como la regla de los hermanos menores. Los hermanos se instalaron en la Porciúncula, cerca de santa María de los Ángeles, y empezaron la predicación en Italia. El rey Pedro II de Aragón atacó las fronteras de Valencia y conquistó varias localidades a los almohades. Tres años antes había muerto Amalarico de Chartres. Había sido profesor en París y fue acusado de herejía ante Inocencio III. Ahora se dictó sentencia contra su doctrina y diez discípulos suyos, que profesaban una especie de panteísmo, fueron condenados a la hoguera. El emperador Otón IV invadió Italia y se apoderó de los territorios de la Toscana, y luego invadió el reino de Sicilia. Inocencio III lo excomulgó. Mientras tanto, la cruzada albigense continuaba. En Lavaur, todos sus defensores fueron ahorcados, en Bram sacaron los ojos y cortaron la nariz a todos los hombres. Las ciudades eran tomadas con facilidad, ya que los obispos abrían las puertas a los cruzados (tal vez porque Simón de Montfort repartía entre ellos las tierras de los vencidos). Una de las víctimas de la cruzada fue precisamente el conde de Forcalquier, cuyo condado dejó de existir. El conde Raimundo VI de Tolosa trató de poner fin a la carnicería yendo a Roma a entrevistarse con Inocencio III. El Papa convocó el Sínodo de Letrán en 1211 para tratar el asunto, pero Simón de Montfort logró el respaldo papal. Entonces Raimundo VI buscó la ayuda de Pedro II de Aragón, pero éste se acobardó cuando hizo un cálculo aproximado de lo que sumaban el apoyo de Inocencio III más el apoyo de Felipe II de Francia. El 27 de enero selló un acuerdo con Simón de Montfort en el que se establecía el futuro matrimonio entre su hijo Jaime, que tenía entonces tres años de edad, y Amicia, la hija del jefe de la cruzada. Más aún, Pedro II aceptó que Simón de Montfort se quedara con el pequeño Jaime como rehén. (Parece que Pedro II no tenía en mucha estima a su hijo. Por algún oscuro motivo, estaba intentando que Inocencio III anulara el matrimonio con su madre, María de Montpellier, desde antes incluso de que Jaime naciera.) Con este cabo atado, los cruzados de Simón de Montfort iniciaron el asedio de Tolosa. Raimundo VI no se desanimó y siguió tratando de atraerse a Pedro II. Ese mismo año caso a su hijo Raimundo con Sancha, hermana del rey aragonés (recordemos que él mismo estaba casado con Leonor, otra hermana de Pedro II). Por su parte, Pedro II el Católico se aseguró de hacer honor a su sobrenombre enviando a la hoguera a unos ochenta valdenses. La herejía no tardó en desaparecer de su reino. La excomunión del emperador Otón IV no tardó en dar fruto. Los Hohenstaufen lograron que los príncipes electores proclamaran emperador legítimo al rey Federico I de Sicilia, ahora Federico II de Alemania, que contaba con el apoyo de un sector importante de la nobleza alemana, del Papa Inocencio III y del rey Felipe II de Francia. Alemania se sumió una vez más en la guerra civil. Enrique de Flandes, el emperador latino de Constantinopla, derrotó al emperador Teodoro I de Nicea en Pigai. Mientras tanto el sultanato de Rum se organizó de nuevo bajo Kaykaús I. Juan III Asen, el hijo del rey de Bulgaria apartado del trono por su primo Boril, solicitó la ayuda de los bogomilos para recuperar el trono. Boril los hizo condenar por el concilio de Tarnovo. El rey Andrés II de Hungría solicitó a Hermann de Salza, el gran maestre de la orden teutónica, que defendiera Transilvania de los cumanos. La orden se había extendido por Tierra Santa y por el Mediterráneo, donde había fundado numerosos centros comerciales. Ese año murió el sultán de Delhi Qutb al-Din Aybak y fue sucedido por su yerno y antiguo esclavo Iltutmis. Extendió el dominio musulmán sobre todo el norte de la India y fue reconocido por el Califa de Bagdad. El rey Felipe II de Francia hizo que la condesa Juana de Flandes y Hainaut se casara con Fernando, hijo del rey Sancho I de Portugal, que se convirtió así en el nuevo conde (aunque, naturalmente, tuvo que entregar algunos territorios como pago del favor a la corona francesa). El rey Sancho I había terminado sometiéndose a Inocencio III y le pagó el tributo que éste le reclamaba, pero murió poco después sin haber resuelto el conflicto entre los obispos de Oporto y Coimbra. Fue sucedido por su hijo Alfonso II. Mientras tanto los almorávides derrotaron a Alfonso VIII de Castilla y se apoderaron de la fortaleza de Salvatierra. Alfonso VIII decidió entonces recabar toda la ayuda posible contra los moros. Una asamblea reunida en Toledo decidió que el arzobispo de esta ciudad, Rodrigo Ximénez de Rada, gestionara con Inocencio III la constitución de un ejército cruzado, a lo cual el Papa accedió encantado. Castilla aportó sesenta mil hombres, a los que se sumaron otros cincuenta mil aportados entre Sancho VII de Navarra y Pedro II de Aragón y un contingente de unos setenta mil cruzados dirigidos por el arzobispo de Burdeos y Arnau Almaric (que acababa de ser nombrado arzobispo de Narbona). Alfonso II de Portugal también aportó algunas tropas, pero el gran ausente fue Alfonso IX de León. En 1212 los castellanos y los cruzados tomaron Calatrava y Malagón, pero Alfonso VIII prohibió el saqueo, y los cruzados concluyeron que en esas condiciones no tenía sentido luchar por la verdadera fe, así que se marcharon. Tras algunas escaramuzas más, los castellanos chocaron con el grueso del ejército de Muhammad al-Násir, que contaba con unos doscientos cincuenta mil hombres, si bien estaban algo desganados porque se les adeudaba la paga de cinco meses, y así tampoco tenía sentido luchar por la verdadera fe. El encuentro tuvo lugar en las Navas de Tolosa. En un primer embate, los almohades estaban a punto de rodear completamente a los castellanos, y los refuerzos navarros y aragoneses no llegaban. Alfonso VIII recordaba la batalla de Alarcos, a la que Sancho VII había llegado demasiado tarde, y ya debía de estar maldiciendo a sus aliados cuando éstos atacaron por la retaguardia a los moros, desorganizándolos y obligándolos a huir precipitadamente. Al-Násir cruzó rápidamente el estrecho y Castilla avanzó su frontera hasta el río Guadiana. Sancho VII se apoderó del tesoro del Califa almohade, lo que lo convirtió en uno de los reyes europeos más potentes económicamente e hizo cuantiosos préstamos a sus vecinos. Mientras tanto, en Francia y Alemania se estaba organizando otra de las llamadas "cruzadas populares", como lo había sido la de Pedro el Ermitaño, quince años atrás. Ésta fue conocida como cruzada de los niños, porque consistió en un ejército de adolescentes. La teoría era que Jerusalén seguía en manos de los infieles porque los cruzados eran en realidad pecadores que no eran dignos de servir a Dios. En cambio, un ejército de adolescentes, casi niños, completamente puros, contaría sin duda con el apoyo divino y, con semejante apoyo, la victoria sería inevitable. Los cruzados no se preocuparon de concertar un medio de transporte, sino que caminaron hacia el sur, seguros de que al llegar ante el Mediterráneo sus aguas se separarían para permitirles el paso, como se habían separado las aguas del mar rojo para dejar paso a los israelitas. Muchos perecieron por el camino, pero cuando los demás llegaron finalmente hasta el mar, en Marsella, rezaron y esperaron y esperaron a que se separaran las aguas, y entonces sucedió lo que nadie hubiera esperado: las aguas no se separaron. Afortunadamente, unos marinos se ofrecieron a llevarlos hasta Tierra Santa. Los jóvenes, pensando que Dios, en su infinita sabiduría, había considerado que ésta era mejor solución que separar las aguas, aceptaron el ofrecimiento, y así acabaron vendidos como esclavos en Egipto. (Todavía está por estudiar si esto entraba en el plan divino o es que algo salió mal.) Inocencio III otorgó el condado de Tolosa a Simón de Montfort, quien juró vasallaje como conde al rey Felipe II de Francia, si bien esto sólo eran palabras, ya que la capital del condado seguía resistiendo los ataques de los cruzados. Una joven de dieciocho años llamada Clara, perteneciente a una familia noble de Asís, huyó de casa de sus padres para unirse al grupo de religiosos de Francisco de Asís. Éste la consagró a la vida religiosa en una casita junto con otras mujeres que pasaron a ser conocidas como clarisas. Francisco redactó para ella una "Forma de vida", que insistía sobre la importancia de la pobreza. Federico II fue coronado en Maguncia como rey de Alemania. Satisfizo los deseos del Papa Inocencio III (que exigía que el reino de Sicilia no fuera incorporado al Sacro Imperio Romano) nombrando rey de Sicilia a su hijo Enrique II (que tenía entonces un año de edad). El rey Otakar I de Bohemia hizo que Federico II confirmara el título hereditario de rey que le había concedido su tío Felipe de Suabia. Por su parte, su rival, Otón IV, se casó con Beatriz, hija de Felipe de Suabia y, por consiguiente, prima de Federico II. La novia tenía catorce años de edad, pero murió ese mismo año. También murió el duque Bernardo de Sajonia, que fue sucedido por su hijo Alberto I. En el reino de Jerusalén murió María de Monferrato, y su marido Juan de Brienne se encargó de la regencia de su hija, Isabel II. También murió el gran príncipe de Vladímir Vsiévolod el Grande, que fue sucedido por su hijo Yuri II. El Jwarizmsah Alá al-Din conquistó Samarcanda, que se había convertido en el último reducto de los karajaníes, y la convirtió en la capital de su reino. Desde allí conquistó extensos territorios a los selyúcidas. El rey Felipe II de Francia estaba planeando una invasión de Inglaterra que dirigiría su hijo Luis, pero no llegó a realizarse, porque en 1213 Juan sin Tierra se rindió ante la tenacidad de Inocencio III. No sólo aceptó a Stephen Langton como arzobispo de Canterbury, sino que entregó Inglaterra al Papa. A cambio, Inocencio III le levantó la excomunión y le dejó gobernar Inglaterra como vasallo suyo a cambio de un tributo anual. Estas condiciones eran sin duda humillantes, pero algo tenían de bueno: ahora Felipe II de Francia no podía atacar a Inglaterra, pues ello supondría atacar posesiones de la Iglesia. Por el contrario, Juan empezó a planear la reconstrucción del Imperio Angevino. Para ello estableció una alianza con Otón IV, el cual se había educado en la corte de Ricardo Corazón de León, por lo que mantenía buenas relaciones con el rey inglés. En las tensiones entre Francia e Inglaterra, la burguesía flamenca apoyaba a Inglaterra, principalmente porque en Flandes estaba surgiendo una poderosa industria textil que se nutría de la lana inglesa. Por ello presionaba al conde Fernando para que entablara buenas relaciones con Juan sin Tierra, y finalmente Fernando se unió a la alianza entre Juan y Otón IV. Mientras tanto, Felipe II estaba reorganizando sus
nuevos
dominios. El ducado de Bretaña pasó a uno de sus
consejeros, Pedro I
Mauclerc, el conde de Dreux,
que tuvo que esforzarse por someter a la nobleza y el clero de su
ducado. Ese año murió Geoffroi de
Villehardouin,
tío del príncipe Godofredo I de Acaya. Dejó
escrita
una crónica titulada La conquista de Constantinopla, en
la
que trató de justificar la Cuarta Cruzada. (Geoffroi fue uno de
los que negoció el transporte con los venecianos e incitó
a Bonifacio de Monferrato a aceptar la proposición de Alejo IV.)
La crónica tiene un gran valor histórico y además
es la primera obra histórica en prosa que no se escribió
en latín, sino en francés (concretamente en franciano, el
dialecto de París). También murió el duque Ferry II de Lorena, que fue
sucedido por Teobaldo I. El rey Pedro II de Aragón, llamado por sus vasallos ultrapirenaicos, se decidió finalmente a intervenir contra la cruzada albigense, respaldado por la fama que le dio su participación en la batalla de las Navas de Tolosa. En primer lugar lo intentó por via diplomática, pero las negociaciones resultaron infructuosas y se zanjaron tras el concilio de Lavour. Entonces Pedro II desafió a Simón de Montfort, a pesar de que éste todavía retenía a Jaime, el hijo del rey aragonés. Su ejército se unió al del conde Raimundo VI y pusieron sitio a la ciudad de Muret, donde estaba Simón de Montfort. Ëste realizó una maniobra arriesgada: salió con sus hombres como si intentara huir, pero luego retrocedió por sorpresa sobre las tropas de Pedro II, que se dispersaron al morir el rey. Mientras tanto, el ejército de Raimundo VI permanecía inactivo y al darse cuenta de lo sucedido se desmoralizó y fue rápidamente barrido. Los nobles aragoneses reclamaron a Simón de Montfort el que a sus cinco años ya era Jaime I de Aragón, y el francés se negó a devolverlo, pero una enérgica bula de Inocencio III le hizo cambiar de opinión. Su madre, María de Montpellier había muerto también dos años antes, por lo que el huérfano fue educado por los templarios mientras su tío Sancho, el conde de Rosellón y Cerdaña, ejercía la regencia. Como respuesta a la derrota en las Navas de Tolosa, un consejo de jeques destituyó al Califa al-Násir (que murió poco después), y puso en su lugar a al-Mustansir. El año anterior, Francisco de Asís había intentado viajar a Siria para evangelizar a los musulmanes, pero su barco encalló en la costa y se quedó en Italia durante el invierno, pero luego partió para España con el mismo propósito evangélico. Sin embargo, en 1214 cayó enfermo y tuvo que regresar a Italia una vez más. Ese año murió el rey Alfonso VIII de Castilla, y fue sucedido por su hijo de once años Enrique I. Su hermana Berenguela ejerció la regencia, mientras que Enrique I quedó al cuidado de García Lorenzo. Esta división de las responsabilidades estimuló la pugna entre dos familias castellanas rivales: los Haro lograron influir en Berenguela, mientras que los Lara consiguieron que García Lorenzo cediera la tutela del rey a Álvaro Núñez de Lara. Leonor de Inglaterra, la viuda de Alfonso VIII (hija de Enrique II Plantagenet y de Leonor de Aquitania) murió veinticinco días después que su esposo. También murió el rey de Escocia Guillermo el León, que fue sucedido por su hijo Alejandro II. El sultán de Rum Kaykaús I tomó Sínope y obtuvo así una salida al mar Negro. Poco después derrotó al emperador de Trebisonda, David I Comneno, que resultó muerto. El Imperio siguió en manos de su hermano Alejo I, que tuvo que hecerse tributario del sultán. Enrique de Flandes, el emperador latino de Constantinopla, derrotó una vez más al emperador de Nicea Teodoro I, esta vez en Luparcos. El Imperio Almohade fue atacado desde el este de Marruecos por una tribu bereber conocida como los Benimerines, por la familia que los dirigía: los Banú Marín. Juan sin Tierra y Otón IV trazaron un plan contra Felipe II de Francia: Juan atacaría desde sus dominios franceses mientras Otón IV, en alianza con el conde Fernando de Flandes (que ese mismo año había jurado vasallaje a Juan), atacaría desde este condado. Si conseguían una gran victoria, Juan podría reconstruir el Imperio Angevino y Otón IV podría ganar fuerza y prestigio para recuperar el Sacro Imperio Romano. Sin embargo, no lograron actuar coordinadamente. Otón IV se retrasó, con lo que Felipe II pudo enviar al oeste a su hijo Luis con todas sus fuerzas, el cual derrotó a Juan en La Roche-aux-Maines. Luego, el propio Felipe II marchó hacia el este para enfrentarse a Otón IV y lo encontró junto a Bouvines. Felipe II cayó de su caballo y fue capturado, pero lo rescataron antes de que sus enemigos lograran abrir un resquicio en su armadura. Pese a este incidente, los franceses obtuvieron una victoria completa. Otón IV logró escapar y se refugio en Colonia. Su rival, Federico II, supo aprovechar los acontecimientos. Enrique de Brunswick, hermano de Otón IV, fue desposeído del palatinado, que fue asignado al duque Luis I de Baviera. El conde Fernando de Flandes fue capturado y llevado a París, adonde acudió una muchedumbre curiosa a ver al conde de Flandes encadenado. Felipe II lo mantuvo recluido en el Louvre, un castillo que había hecho construir junto al Sena, sin que la intercesión de su esposa Juana sirviera de nada. La victoria de Luis sobre los ingleses le valió el sobrenombre de Luis el León, probablemente en alusión a que no tenía nada que envidiar a Ricardo Corazón de León. Simón de Montfort pudo finalmente entrar en Tolosa. Obligó al conde Raimundo VI a entregar sus posesiones al Papa y a exiliarse en Inglaterra. En 1215 Domingo de Guzmán se estableció en Tolosa y empezó a formar a unos pocos discípulos para que se dedicaran a la predicación. Los cistercienses habían iniciado una campaña de evangelización en Prusia, dirigida por Cristián de Oliva, que se convirtió en el primer obispo de esta región europea, uno de los últimos reductos del paganismo. Pero ni los cistercienses ni los polacos lograban convencer a los prusianos de lo equivocados que estaban adorando falsos dioses. Teodoro Ángelo Ducas Comneno sucedió a su hermano Miguel I en el despotado de Épiro. Un poeta alemán llamado Gottfried
von Strasburg terminó un poema de unos veinte mil versos
que narra la historia de Tristán
e Iseo, una famosa leyenda que parece tener origen celta,
inspirada en remotas tradiciones del país de Gales o de
Cornualles, si bien con numerosas incrustaciones de la antigüedad
clásica, especialmente del mito de Teseo. La versión
alemana se inspiró en diversas obras de la literatura provenzal.
Incluso se conjetura que Chrétien de Troyes compusiera una
versión previa de la obra, actualmente perdida. Los
protagonistas son Tristán de
Leonís, sobrino del rey Marc
de Cornualles, que se traslada a Irlanda para pedir la mano de Iseo la Rubia, la hija del rey, en
nombre de su tío. Un error hace que los jóvenes beban un
filtro de amor que los lleva a cometer adulterio. Tras varios
incidentes Tristán huye a Bretaña y se casa con Iseo la de las Blancas Manos, hija
del rey, lo que da pie a los celos de la segunda Iseo que desembocan en
la muerte de la pareja. Gottfried von Strasburg se complace
describiendo el amor carnal y culpable de los protagonistas,
diametralmente opuesto al amor cortesano característico de la
literatura provenzal. La figura de Tristán aparecerá
más tarde en la literatura italiana, catalana, castellana e
inglesa. Los ataques periódicos de los mongoles al Imperio Jin habían logrado que muchos generales y mandarines, aterrorizados por su brutalidad, se pasaran al servicio de Gengis Kan. Así los mongoles dispusieron de gentes capaces de escribir, calcular, construir máquinas de guerra o fabricar pólvora, lo cual multiplicó su poderío. Finalmente entraron en Pekín y saquearon la ciudad durante un mes entero. Buena parte del Imperio Jin fue cayendo gradualmente en los años siguientes. Los aztecas llegaron al valle de México,
donde
se pusieron en contacto con otros grupos tribales (acolhuas,
culhuas,
tepanecas, tlatepotzcas, tlahuicas), muchos de los cuales estaban
emparentados
con ellos, sólo que les habían precedido en los
movimientos
migratorios acaecidos en las últimas décadas. Los
recién
llegados no tardaron en cobrar fama de ladrones, pendencieros, crueles
y falsos a su palabra.
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