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Durante el siglo XVI,
la
isla de Creta se recuperó de su declive. Se volvieron a
construir
palacios más grandiosos que los de los tiempos anteriores. Los
nuevos
palacios tenían un gran patio central con gradas monumentales
para
espectadores, donde se celebraban competiciones de lucha (algo similar
al boxeo, aunque también se golpeaba con los pies) y juegos
rituales
con toros: unos atletas saltaban sobre los animales y, tras una
voltereta,
caían de pie. El toro tenía una gran importancia
religiosa
en esta cultura. La parte de la leyenda griega sobre el Laberinto, que
el rey Minos había hecho construir para encerrar al Minotauro,
parece
remontarse a esta época. Las casas particulares tenían
hasta
cinco plantas con escaleras interiores. Se conservan pinturas de
escenas
cotidianas, en las que los hombres juegan a un cierto juego de tablero
mientras el ama de casa teje lana, hay escenas de caza, otras de
hombres
acompañados de perros y gatos, etc. Los cretenses tenían
un dios principal poderoso e iracundo, pero también había
una diosa Madre a la que se podía rogar que aplacara a su hijo.
El rey era descendiente de este dios y, de hecho, era éste quien
le decía en cada momento lo que convenía hacer, de modo
que
oponerse a una orden real era oponerse a la voluntad divina. Todo esto
es lo que se desprende de las numerosas pinturas de la época. De
los testimonios escritos no se puede concluir nada, pues no se conoce
la
lengua cretense. La escritura del periodo anterior (la que
terminó
en 1700) era pictográfica, pero ahora se usaba una nueva en
forma
de líneas onduladas irregulares (escritura Lineal A).
La cultura cretense se extendió por las islas Cícladas
y por el Peloponeso, cuyas ciudades principales a la
sazón
eran Micenas, Tirinto y Argos. Otras ciudades que
más
adelante adquirirían importancia eran Esparta y Corinto
y, ya fuera del Peloponeso, Atenas y Tebas.
En 1595 el rey hitita
Mursil
I tomó Babilonia. No obstante, no pudo controlar la ciudad, pues
los casitas aprovecharon la ocasión y descendieron
definitivamente
de los montes Zagros e impusieron su dominio sobre lo que había
sido el Imperio Babilónico. Una vez más, la región
pasó por un largo periodo de decadencia mientras los
bárbaros
invasores fueron asimilando lentamente la cultura mesopotámica y
la versión babilónica de la religión sumeria. Las
leyes hititas no establecían claramente la fórmula de
sucesión
del rey, por lo que en 1590 el rey Mursil
I fue asesinado y el estado cayó en una crisis interna.
Por otra parte, las ciudades civilizadas
habían
aprendido de los hicsos el uso bélico del caballo, con lo que
éste
dejó de ser una ventaja para los pueblos nómadas. Los
reyes
tebanos del Alto Egipto tenían caballos y los usaron para
combatir
a los invasores. El último rey de la XVII dinastía fue Kamosis,
que redujo el dominio hicso a las vecindades de su capital. En 1570
fue sucedido por su hermano Ahmés (que, por algún
extraño motivo, los egipcios catalogaron como primer rey de una
XVIII
dinastía). Ahmés libró una batalla decisiva en
el Delta, en la que derrotó a Apofis III, el
último
rey hicso. El ejército hicso huyó a Palestina, pero
Ahmés
lo siguió y lo volvió a derrotar. Indudablemente, los
hicsos
ya no eran entonces los toscos guerreros de antaño, sino que
habían
asimilado los lujos egipcios y se habían debilitado. A partir de
aquí desaparecen de la historia: la mayoría de ellos
permanecieron
en el territorio entre los fenicios, cananeos, amorreos, etc., pero ya
sin ninguna identidad que los uniera.
Con sus victorias, Ahmés logró imponer
su
autoridad sobre un Nuevo Imperio Egipcio. Parece que las
tensiones
entre el rey y la nobleza quedarón atrás. Ahora Egipto
tenía
carros y caballos, así como un nuevo orgullo nacional. El rey ya
no sólo era sacerdote y dios, sino también un gran
general.
Su autoridad era indiscutible. Una muestra de la nueva reverencia que
se
le reservaba es que los egipcios ya no se referían a él
como
"el rey", sino con el circunloquio más pomposo de "la gran casa"
o "el palacio", voz que ha derivado en la expresión Faraón.
Aunque anacrónicamente se llama faraones a todos los reyes
egipcios,
lo cierto es que este título surgió con el Imperio Nuevo.
En
1545
Ahmés fue sucedido por su hijo Amenofis I, quien retomó
Nubia, el Sinaí y todo Canaán hasta Fenicia, como en los
tiempos del Imperio Medio. Al oeste, los pastores libios protagonizaban
frecuentes incursiones en territorio egipcio desde tiempos de los
hicsos.
El nuevo faraón puso fin a esta situación ocupando una
buena
franja del desierto libio.
En 1525, tras la
muerte de
Amenofis I ocupó el trono Tutmosis I, quien extendió el
control
egipcio sobre el Nilo hasta la cuarta catarata, mucho más
allá
que en cualquier época anterior. En Canaán llegó
hasta
la ciudad de Karkemish, en plena siria, a orillas del Èufrates.
Los soldados egipcios quedaron fascinados por la abundante lluvia "un
Nilo que cae del cielo". El propio Éufrates fue
también
causa de sorpresa, pues los Egipcios usaban la misma expresión
para
referirse al Norte que para decir "río arriba". Así, el
Éufrates
era un río que, "fluyendo hacia el norte, fluye hacia el
sur".
La ciudad de Tebas gozaba ahora de más
prestigio
que nunca. Tutmosis I construyó grandes templos, y cada uno de
los
reyes posteriores trató de superar a los precedentes. La
construcción
de pirámides se abandonó definitivamente (todas
habían
sido saqueadas por los ladrones de tumbas). En su lugar, Tutmosis I
optó
por ocultar su mausoleo tras una compleja red de túneles
excavados
en la roca de una colina cercana a Tebas. Durante los últimos
años
de su reinado gobernó junto a su hijo y sucesor, Tutmosis II.
Mientras tanto, hacia 1500,
los hurritas, que llevaban hostigando a mesopotamia desde hacía
tres siglos, finalmente se organizaron en un estado conocido como Mitanni,
que ocupó una buena parte de lo que había sido el ahora
decadente
imperio asirio. Asur conservó su independencia, pero fue
tributaria
del nuevo reino. Mitanni arrebató también a los hititas
gran
parte de sus dominios, mientras éstos seguían bajo
monarquías
débiles que se disputaban el poder. El rey Telibinu
trató
de establecer una ley de sucesión clara, pero no pudo evitar que
el reino hitita sucumbiera ante los hurritas de Mitanni.
En la actual Guatemala se estaban formando las
primeras
comunidades agrícolas.
En 1490 murió
el faraón
Tutmosis II. Siguiendo una costumbre egipcia, éste se
había
casado con su hermana Hatshepsut (probablemente, los orgullosos
reyes egipcios consideraban que ninguna mujer era digna de ellos salvo
que fuera de su propia familia). Fue ella quien realmente
gobernó
el Imperio desde la muerte de Tutmosis I. Por su parte, Tutmosis II
había
tenido un hijo con una concubina, Tutmosis III, a quien
teóricamente
le correspondía el trono, pero era menor de edad y su tía
y madrastra quedó como regente. Hatshepsut es la primera mujer
gobernante
conocida en la historia. En los monumentos que construyó se
representa
a sí misma con vestimentas masculinas, sin pechos y con una
barba
postiza. Bajo su mandato dejó de lado la expansión
militar
y, en su lugar, fomentó el comercio, las minas y la industria.
En
aquella época estaba de moda la construcción de obeliscosgigantes:
finas columnas de piedra de tal altura que todavía no
está
claro cómo conseguían erigirlas sin que se rompieran.
Originalmente
fueron erigidos en honor al dios Ra, en tiempos del Imperio Antiguo,
pero
entonces no eran especialmente altos: unos tres metros y medio. En el
Imperio
Medio se construyeron obeliscos de más de 20 metros de altura,
Tutmosis
I construyó uno de 24 metros y Hatshepsut llegó a los 30
metros.
Hatshepsut murió en 1469,
cuando Tutmosis III tenía unos veinticinco años.
Indudablemente,
debió de vivir oprimido por su madrastra, pues tras su muerte
ordenó
eliminar su nombre de todos los monumentos en los que aparecía,
sustituyéndolo por el suyo o por el de su padre o su abuelo.
Incluso
dejó su tumba incompleta, que es la mayor venganza que
podía
tomarse, de acuerdo con la mentalidad egipcia.
El periodo pacifista de Hatshepsut había
acrecentado
a las ciudades cananeas. El nuevo faraón había sido un
títere
de su madrastra, así que los cananeos debieron de pensar que
sería
un monarca débil y que era el momento idóneo para
librarse
del yugo egipcio. El reino de Mitanni fomentó la
rebelión,
que fue encabezada por la ciudad de Cadesh, tal vez el
último
resto del Imperio Hicso.
Sin embargo, el nuevo monarca resultó ser un
buen
general. En 1468 se enfrentó con
un
ejército cananeo en Megiddo, un enclave
estratégico
para la defensa de Cadesh. Tutmosis III aprovechó que el grueso
del ejército se encontraba en otra parte (pues tomó una
ruta
diferente a la que sus enemigos habían conjeturado) y
consiguió
así una primera victoria. Dejó parte de su
ejército
sitiando la ciudad y siguió avanzando. A los siete meses Megiddo
cayó en poder egipcio. Año tras año, Tutmosis III
reanudaba sus campañas en Canaán, hasta que en 1462
llegó a la misma Cadesh y la destruyó. Luego cruzó
el Éufrates y se internó en Mitanni, pues Cadesh no
habría
resistido tanto tiempo sin su ayuda. No obstante no se atrevió a
ocupar permanentemente una región tan alejada. Durante un siglo,
el dominio de Egipto sobre Canaán no tuvo discusión.
Mientras tanto, el dominio de Creta sobre el
Mediterráneo
fue decayendo en favor de la civilización micénica. Hacia
1450
se aprecian signos de destrucción en muchas ciudades cretenses,
e incluso periodos de ocupación griega. Por otra parte, el rey
hitita Tudhaliyas
II logró una victoria temporal sobre Mitanni, pero sus
sucesores
perdieron territorios por todas partes.
En 1438 murió
Tutmosis
III y fue sucedido por su hijo Amenofis II, que continuó
la política de expansión de su padre y reprimió
dos
levantamientos en Asia. Reinó hasta 1412,
cuando fue sucedido por su hijo Tutmosis IV. Éste
promovió
una política de paz con Mitanni, y llegó incluso a tomar
por esposa a una de sus princesas (algo completamente inusitado hasta
entonces).
Con Tutmosis IV empezó a cobrar importancia un dios que hasta
entonces
sólo había desempeñado un papel secundario en el
panteón
egipcio, el dios Atón. Es probable que en ello influyera
la reina. La religión hitita era mucho más simple que la
egipcia, por lo que tal vez a la reina le resultó más
fácil
identificar sus creencias con el culto a un dios modesto como
Atón
frente al sofisticado culto a Amón-Ra. En cualquier caso, lo
cierto
es que Tutmosis IV le rindió un ostensible homenaje.
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