|
Tras su entrada en Roma y con la ayuda de Pompeyo,
Sila
no había tenido dificultad en someter de nuevo a todas las
posesiones
romanas con una excepción: España se había
convertido
en el centro de resistencia de los seguidores de Mario. Poco antes de
que
Sila entrara en Roma, había sido nombrado pretor de Hispania
Citerior
Quinto
Sertorio, quien intentó atraerse a los celtíberos y a
los lusitanos para enfrentarse a los partidarios de Sila en
España.
Instaurada la dictadura, Sertorio tuvo que huir a Cartago Nova, a
Ebusus
(Ibiza) y de ahí a Mauritania, pero en 80
los lusitanos lo llamaron para dirigir la resistencia frente a Roma.
Adoptó
guerra de guerrillas y se enfrentó con éxito a Quinto
Cecilio
Metelo, que a la sazón era procónsul de la Hispania
Ulterior.
El Egipto Ptolemaico pasaba por una situación
única
en su historia: no había heredero al trono. El último
rey,
Ptolomeo XI había legado Egipto a los romanos, pero Roma no
estaba,
por el momento, en condiciones de ocupar Egipto. Parece ser que
Ptolomeo
X había tenido un hijo ilegítimo, llamado Dioniso,
el cual, ante la falta de otro candidado, decidió aspirar al
trono.
La corte de Alejandría lo proclamó rey inmediatamente,
con
lo que pasó a ser Ptolomeo XII. No obstante, el nuevo
rey
sabía que Roma podría en cualquier momento reclamarle el
país tomando como base el testamento de su predecesor,
así
que se encargó de contentar al Senado con cuantiosos y
periódicos
sobornos.
En Roma estalló un escándalo
político.
Un italiano llamado Sextio Roscio fue asesinado en Roma por
unos
parientes que querían apropiarse de su fortuna. Tras el
asesinato,
los parientes tuvieron problemas legales para hacerse con la herencia,
así que negociaron con Crisógeno, un criado de
Sila,
para que éste obtuviera del dictador una condena contra Roscio
que
legitimara el asesinato. Esto les permitió adquirir sus bienes
en
subasta por mucho menos de su valor real. Sin embargo Roscio
tenía
un hijo, llamado también Roscio, que tenía
derechos
sobre los bienes, así que en 79
Crisógeno
lo acusó del asesinato de su padre para desembarazarse de
él.
Afortunadamente, el hijo encontró un buen abogado. Se trataba de
Marco
Tulio Cicerón.
Cicerón tenía a la sazón 27
años.
Pertenecía a una familia italiana de la clase ecuestre.
Había
estudiado en Roma con buenos oradores y juristas. Todos ellos
pertenecían
a la clase senatorial, así que Cicerón era conservador.
Hacía
un año que se dedicaba a la abogacía y hasta ahora
sólo
había defendido un caso rutinario (Pro Quinctio). Por el
contrario, la defensa de Roscio lo llevó al primer plano de la
actualidad.
Sucedía que, aun con la condena de Sila, el asesinato de Roscio
había sido ilegal, pues Sila había marcado una
prescripción
para todas las condenas que decretó, y Roscio fue asesinado
fuera
de dicho plazo. Cicerón evitó en todo momento atacar a
Sila,
al contrario, su defensa se basó en que Crisógeno
había
abusado de la confianza que Sila había depositado en él,
y su discurso instó al tribunal a poner fin a la
corrupción
que estaba perdiendo a Roma. La magnífica oratoria de
Cicerón
ganó la causa e indirectamente manchó la
reputación
de Sila. De hecho, Cicerón optó por abandonar la ciudad
inmediatamente
después. Se dirigió a Atenas, donde continuó sus
estudios
en la vieja Academia platónica.
Poco después, un amigo de Sila llamado Marco
Emilio Lépido se pasó al partido popular y se
presentó
al consulado en contra de la voluntad de Sila. La campaña
electoral
fue muy violenta, Lépido salió elegido y el Senado
ratificó
su elección. A sus sesenta años, Sila no deseaba nuevas
luchas,
así que prefirió abdicar y se retiró a Cumas,
donde
murió al año siguiente, en 78.
El día de su funeral el cónsul Lépido trató
de rebelar al pueblo contra su colega. El Senado lo desterró a
la
Galia Narbonense.
Mientras tanto los alanos atravesaron el
Cáucaso
y atacaron el desorganizado Imperio Parto.
Ese mismo año regresaron a Roma César
y
Cicerón. Después de su estancia en Atenas, Cicerón
había estado en Esmirna y Rodas. Ambos iniciaron el "cursus
honorum",
la larga carrera política romana que exigía pasar por
numerosos
cargos intermedios antes de poder aspirar al consulado.
Lépido no tardó en contraatacar, y
marchó
sobre Roma con un ejército. No obstante, Pompeyo pudo derrotarlo
en 77 y Lépido se vio obligado a
huir
a España, junto con su amigo Marco Vento Perpenna.
Lépido
no tardó en morir, pero Perpenna se unió a Sertorio, al
que
le aportó cincuenta y tres cohortes. Por esta época
Sertorio
dominaba toda la Hispania Citerior. A partir de este momento, Sertorio
decidió organizar la provincia a la manera romana:
instituyó
un Senado de 300 miembros, en los que había
representación
nativa, y fundó una escuela en Osca para la instrucción
de
los hijos de los jefes indígenas.
Pompeyo decidió intervernir en España,
para
lo cual, en lugar de licenciar sus tropas, las usó para
intimidar
al Senado y obligarle a que lo nombrara procónsul de Hispania
Citerior.
Llegó a España en 76 y
estableció
su campamento en Emporion. Sertorio envió contra él a
Perpenna
para impedir su avance, pero fracasó. Entonces Sertorio se
ocupó
personalmente del asunto y derrotó a Pompeyo una y otra vez
durante
los dos años siguientes.
Ese mismo año murió el rey Alejandro
Janneo.
Durante su reinado, Judea prosperó en paz. El único
incidente
que se registra fue una revuelta de los fariseos que, durante una
fiesta,
arrojaron al rey cidras (unos frutos parecidos a los limones), en
protesta
por la discriminación que sufrían frente a los saduceos.
La respuesta del monarca fue una sangrienta matanza.
El rey había dejado dos hijos, pero su viuda,
Salomé
Alejandra, decidió nombrar sumo sacerdote al
primogénito,
Juan
Hircano II, pero conservó para sí el poder
político.
Para ello invirtió la política de su esposo y se
alió
con los fariseos, que eran el sector mayoritario. Bajo su reinado Judea conservó su prosperidad.
Mientras tanto Julio César había
ganado
cierta fama, al igual que Cicerón como orador ante los
tribunales,
pero debió de comprender que los estudios de Cicerón
marcaban
una diferencia, así que partió hacia Rodas para
perfeccionar
su retórica. En el camino fue capturado por unos piratas.
Cuentan
que los piratas exigieron veinte talentos como rescate, pero él
les dijo burlonamente ¡No sabéis a quién
tenéis
entre las manos!, por lo que la suma se elevó a cincuenta
talentos.
Durante su cautiverio, la magnética personalidad de César
cautivó a sus captores. Una vez les recitó unos poemas
que
había compuesto y, como no parecieron valorarlos adecuadamente,
les dijo "Sois unos brutos sin cultura, ¡haré que os
ahorquen!"
Los piratas le rieron la insolencia. Cuando la familia de César
envió el dinero, los piratas lo pusieron en libertad, él
marchó apresuradamente a Mileto, reclutó unos hombres,
fletó
barcos, atajó a los piratas, los derrotó, repartió
sus posesiones entre sus mercenarios y mandó a los piratas a la
cárcel de Pérgamo. El pretor no pareció preocupado
por castigar a los piratas, al parecer porque éstos le
habían
prometido un buen rescate, pero César fue él mismo a
Pérgamo
y los hizo crucificar. Luego volvió a Rodas.
El rey Mitrídates VI del Ponto sabía
que
Roma no le había perdonado la matanza de italianos que
había
ordenado unos años antes en Asia Menor. Sila había
procurado
evitar enfrentamientos bélicos con otros pueblos, probablemente
porque temía que cualquier inestabilidad pudiera perjudicar su
situación,
pero tras su muerte era cuestión de tiempo que Roma encontrara
una
excusa para aplastar al Ponto, tal y como había hecho con
Cartago.
En 75 Mitrídates VI selló
una
alianza con Sertorio, para ayudarlo a mantener a Roma ocupada en
occidente.
Cirene se había convertido en refugio de
Piratas,
así que Roma decidió finalmente recordar el testamento de
Ptolomeo Apión y convertir el territorio en una de sus
provincias.
En 74 murió el
emperador
chino Zhaodi y se nombró emperador a Liu He, un nieto de
Wudi, pero, por algún motivo, el nuevo emperador no quiso
cumplir
ciertos rituales y fue depuesto al cabo de 27 días por Huo
Guang,
el mismo que lo había designado. El siguiente emperador fue Xuandi,
que en cierta medida logró imponerse sobre las intrigas
palaciegas.
En 74 murió el
rey
Nicomedes IV de Bitinia y en su testamento dejó su reino a Roma.
Sin embargo Mitrídates afirmó que el testamento no
tenía
validez y ocupó Bitinia. Roma envió a Lucio Licinio
Lúculo.
Era el general al que Sila había dejado en Asia Menor cuando
regresó
a Roma. Mientras llegaba, César abandonó Rodas y
reclutó
algunos hombres para enfrentarse a Mitrídates, pero
regresó
a Roma poco después de que Lúculo tomara el mando.
Lúculo
derrotó a Mitrídates VI en una serie de batallas en
Bitinia
hasta conseguir que se retirara al Ponto.
Al mismo tiempo Roma envió refuerzos a
Pompeyo
para enfrentarse a Sertorio. A partir de este momento la guerra en
España
fue muy desigual y ambos bandos obtenían victorias
alternativamente.
En 73 Lúculo
invadio
El Ponto y Mitrídates VI tuvo que huir a Armenia, donde fue
acogido
por Tigranes I, que estaba casado con una hija de Mitrídates VI.
Desde finales del siglo precedente, los juegos
circenses
se habían hecho cada vez más populares en Roma. De hecho,
organizar juegos era uno de los medios de los que se valían los
políticos para ganarse el favor del pueblo. Además de las
carreras, cada vez cobraban más interés los
espectáculos
de lucha. Al principio los luchadores eran soldados a los que el juego
les servía de entrenamiento, pero pronto se descubrió que
era más emocionante hacer luchar a esclavos, ya que entonces
podía
prescindirse de la deportividad y las luchas podían ser a
muerte.
Además los esclavos se prestaban a más combinaciones
interesantes,
como luchas entre hombres y diversas fieras. Los luchadores
recibían
nombres distintos según el arma principal que manejaban: los gladiadores
usaban la espada, los reciarios usaban una red etc., si bien
era
frecuente llamarlos genéricamente gladiadores. Los gladiadores
eran
entrenados en escuelas especiales para garantizar que ofrecerían
un buen espectáculo. Su acicate era que un gladiador que
triunfara
espectacularmente podía conseguir la libertad, si bien la
mayoría
perecía en el intento.
Unos años antes, un pastor tracio
había
ingresado en las tropas auxiliares del ejército romano, pero
luego
desertó, fue capturado, convertido en esclavo y vendido en Capua
al propietario de una escuela de gladiadores. Se llamaba Espartaco,
y persuadió a sus compañeros de escuela para que se
escaparan
y usaran sus armas contra los romanos en lugar de usarlas entre ellos.
Así se inició la Tercera Guerra Servil, con la
diferencia
respecto a las dos anteriores de que el campo de batalla no era
Sicilia,
sino la propia Italia. Los gladiadores que escaparon fueron unos
setenta,
pero Italia estaba llena de latifundios y los latifundios llenos de
esclavos,
muchos de los cuales no tardaron en engrosar sus filas, que pronto
contaron
con unos 60.000 hombres.
El grueso de los ejércitos romanos estaba
distribuido
entre El Ponto e Hispania, así que los esclavos no tuvieron
dificultades
en derrotar a las pocas fuerzas que Roma envió en su contra.
Espartaco
condujo hacia el norte unos 30.000 hombres, al parecer con la
intención
de cruzar los Alpes y establecerse en la Galia, fuera de las fronteras
romanas, mientras otra parte prefirió quedarse en el sur
dedicándose
al saqueo. Éstos últimos fueron desbandados por los
romanos
en 72, pero Espartaco decidió dar
media
vuelta y volver hacia el sur, tal vez por ayudar a sus
compañeros,
tal vez porque tuvo problemas de aprovisionamiento, ya que su
ejército
había llegado a contar con 100.000 hombres. El retorno de
Espartaco
llenó de pánico a Roma. Espartaco derrotó a los
generales
que habían derrotado a los esclavos del sur e hizo luchar a
muerte
a los primeros prisioneros.
Mientras tanto Sertorio había sufrido una
serie
de derrotas en España que habían minado su prestigio.
Perpenna
(probablemente sobornado por Roma) organizó una conjura y lo
asesinó
durante un banquete en Osca. Poco después el propio Perpenna fue
vencido y muerto por Pompeyo, tras lo cual no tuvo dificultad en
dominar
toda la provincia.
En el norte de Alemania, los Suevos
iniciaron un
proceso de expansión. Por esta época habitaban al este
del
Elba, pero cruzaron el río y paulatinamente fueron avanzando
hacia
el Rin.
Finalmente Roma puso a Craso al mando de diez
legiones
con plenos poderes para acabar con Espartaco. Éste se
había
retirado al sur de Italia, con la esperanza de pasar a Sicilia en
barcos
de piratas cilicios, que no llegaron.
En 71 Craso fue
derrotado
dos veces por los hombres de Espartaco, pero estaba ansioso por vencer
antes de que llegara Pompeyo de España y se llevara todos los
honores
y en un tercer combate obtuvo la victoria definitiva. Espartaco
murió
en la batalla y Craso hizo ejecutar a 6.000 prisioneros, que fueron
crucificados
en cruces que se extendieron kilómetros y kilómetros a lo
largo de la via apia. Poco después llegó Pompeyo y
ayudó
a Craso a acabar con las últimas resistencias aisladas. Pompeyo
era entonces el general más aclamado de Roma. En realidad su
fama
era mayor que sus méritos, pues sus éxitos en
España
se debían en gran medida a la conjuración contra Sertorio
y sus méritos en la Guerra Servil eran que no había
estado
cuando Craso y sus predecesores habían sido derrotados y
sí
en el momento de la victoria, cuando ya todo estaba hecho.
En principio, Pompeyo y Craso eran rivales, pero
ambos
aspiraban al consulado y, como el Senado consideraba una amenaza la
posibilidad
de que el mejor general de Roma y el hombre más rico de Roma
pudieran
ser cónsules, decidieron aliarse, buscaron el apoyo del partido
popular y forzaron su elección como cónsules para el
año
70.
Puesto que ahora sus apoyos estaban en el bando de los populares, los
dos
cónsules se dedicaron a demoler la obra de Sila. Restituyeron
los
poderes de los tribunos de la plebe y se arrogaron cada vez más
potestades.
Ese mismo año, Cicerón defendió
otro
de sus casos más famosos. Durante los cuatro últimos
años,
había sido pretor de Sicilia Cayo Verres. Al principio
de
su carrera había sido partidario de Mario, pero descubrió
sus simpatías hacia Sila a la vez que comprendía que
éste
iba a ganar. Sila le perdonó los robos que ya entonces
había
cometido como cuestor y lo envió a Asia Menor como miembro del
equipo
del gobernador de la provincia, donde extorsionó cuanto quiso a
los provincianos. Cuando un pretor cesaba en sus funciones, era
habitual
que los provincianos lo denunciaran ante los tribunales romanos por sus
excesos, pero los tribunales estaban en manos de los senadores, que
consideraban
más saludable no dar crédito a estas acusaciones tan
desagradables.
Cuando el pretor de Asia fue llamado a juicio, Verres se las
arregló
para que todas las culpas recayeran sobre él y salió
indemne.
Su actuación como pretor de Sicilia superó todos los
límites,
y llegó incluso a robar a la misma Roma, pues se embolsó
un dinero que se le había suministrado para fletar barcos de
cereales
para la capital.
El año anterior a la llegada de Verres a
Sicilia,
Cicerón había desempeñado el cargo de cuestor en
la
isla y, al contrario que con Verres, los sicilianos lo recordaban como
un modelo de honradez, así que le pidieron que llevara la
acusación
contra Verres. Cicerón aceptó el caso, pese a que Verres
contaba con el apoyo de prácticamente todo el Senado. Los
senadores
intentaron todo tipo de argucias: proporcionar a Verres un buen
abogado,
sustituir a Cicerón por otro peor, demorar el proceso para
cambiar
al juez por otro más "seguro", etc., pero Cicerón supo
esquivar
todas las zancadillas y lo único que consiguieron todas las
maquinaciones
es atraer la atención de la opinión pública, cosa
que beneficiaba a la acusación. Después de que
Cicerón
expusiera las pruebas que demostraban la desenfrenada avaricia y falta
de escrúpulos del acusado, ningún tribunal hubiera podido
absolver a Verres sin ser linchado inmediatamente después. Sin
embargo,
Verres logró escapar y fue condenado en ausencia. Lo cierto es
que
escapó con parte de su botín y pudo vivir
plácidamente
en Massilia durante más de veinte años.
Los sicilianos, agradecidos, enviaron a
Cicerón
un importante cargamento de trigo. Cualquier otro se lo habría
quedado,
pero Cicerón recordó que una ley prohibía que los
abogados recibieran remuneraciones excepcionales, así que
donó
el trigo a los graneros de la plebe. Esto le dio mucha popularidad, a
la
que había que añadir la fama que adquirió como
abogado,
que hizo que en los años siguientes se le encomendaran muchos
casos
y así, poco a poco, Cicerón vio incrementada su hacienda.
Pompeyo y Craso aprovecharon el descrédito
que
suponía para el Senado el escándalo de Verres para
reformar
el sistema judicial y debilitar un poco más a los senadores.
La Tercera Guerra Servil había dejado en un
punto
muerto la guerra contra Mitrídates VI. Lúculo
había
mantenido las posiciones romanas en Bitinia y en el Ponto, pero se
había
abstenido de atacar a Armenia, donde se había refugiado
Mitrídates
VI. Ahora que Italia y España estaban en orden Roma podía
concentrarse en Asia Menor, así que envió una embajada a
Tigranes I para que entregara al rey del Ponto. Al parecer, la actitud
de los embajadores fue excesivamente arrogante, así que el rey
armenio
optó por declarar la guerra a Roma. Lúculo invadió
Armenia y en 69 tomó Tigranocerta
(por
primera vez un ejército romano entraba en Mesopotamia). Los dos
reyes tuvieron que retirarse hacia las partes montañosas de
Armenia.
Lúculo los persiguió, pero no era un general querido por
sus tropas, y las montañas armenias eran inhóspitas,
así
que sus soldados terminaron amotinándose y Lúculo tuvo
que
retroceder hacia el oeste y Mitrídates VI pudo volver al Ponto.
Este año Cicerón defendió a Fontenio,
exgobernador de la Galia Narbonense, donde se había refugiado
Verres,
que era acusado de los consabidos abusos. No hay que olvidar que
Cicerón
era abogado y que los abogados, antes que personas, son abogados.
También fue el año en que subió
al
trono el rey parto Fraates III. Armenia había perdido el
control de Siria, y esto permitió al hijo de Antíoco X
recuperar
el reino de su padre, con el consentimiento de Lúculo, y
adoptó
el nombre de Antíoco XIII. En 68,
otro seléucida reclamó el territorio de Antíoco
XII,
con el nombre de Filipo II. Ambos reyes se apoyaron en
ejércitos
árabes.
En la India murió Devabhuti, el
último
rey Sunga, y fue sucedido por su primer ministro Vasudeva Kanva,
un brahmán que inauguró la dinastía Kanva.
En 68 murieron
Cornelia y
Julia, la esposa y la tía de César (la viuda de Mario), y
César escandalizó al Senado incluyendo un busto de Mario
en la procesión fúnebre. Se lo pudo permitir porque se
estaba
ganando paso a paso las simpatías del pueblo, al tiempo que
ascendía
en la carrera política. También murio el rey Hiempsal II
de Numidia, que fue sucedido por su hijo Juba I.
Los piratas campaban a sus anchas por el
mediterráneo
oriental, y Roma decidió combatir enérgicamente la
piratería.
Metelo fue enviado a tal efecto y su primer paso fue conquistar la isla
de Creta, que en 67 se convirtió
en
provincia romana. Pero todavía quedaba Cilicia, que era el mayor
refugio de la piratería. Esta vez el elegido fue Pompeyo. La
confianza
en él era tan grande que los precios de los alimentos cayeron en
cuanto se hizo pública su designación. Le bastaron tres
meses
para limpiar de piratas el Mediterráneo, y finalmente
derrotó
a la flota pirata frente a las costas de Cilicia y logró su
rendición
con promesas de indulgencia. Ese mismo año César se
había
casado con Pompeya, hermana de Pompeyo.
Ese mismo año murió Salomé
Alejandra,
la reina de Judea. Era de esperar que su hijo y sumo sacerdote Juan
Hircano
II se convirtiera en rey, pero, como Salomé había apoyado
a los fariseos, los saduceos vieron la ocasión de cambiar el
rumbo
político apoyando al otro hijo de Alejandro Janneo y
Salomé
Alejandra, que tras derrotar a su hermano en varias ocasiones se
proclamó
rey y sumo sacerdote, con el nombre de Aristóbulo II.
En 66 Cicerón
ayudó
a Pompeyo a elaborar el discurso con el que logró del senado su
nombramiento como procónsul en Asia, con la misión de
continuar
la guerra contra Mitrídates VI. Era evidente que Lúculo
no
podía controlar a sus ejércitos, así que fue
llamado
a Roma, donde era tan impopular como en el campo de batalla, por lo que
no trató de meterse en política. Pese a que los populares
trataron de impedirlo, se le otorgó el triunfo y el sobrenombre
de póntico, y se retiró a una villa rural a vivir
de las rentas de cuanto había rapiñado en Asia. Pronto
adquirió
fama por las elaboradas cenas que celebraba, en las que se
servían
costosos y refinados platos. Al parecer fue el primero en llevar a Roma
una fruta que había encontrado en la ciudad de Ceraso,
en
el Ponto. Los romanos las llamaron ceresa, y son, naturalmente,
las cerezas. Por otra parte, Lúculo reunió una
magnífica
biblioteca, protegió a muchos artistas y escribió en
griego
una historia de la Guerra Social, en la que había combatido a
las
órdenes de Sila.
Ante la acometida de Pompeyo, Mitrídates se
vio
obligado a huir del Ponto una vez más, pero esta vez Tigranes I
decidió que ya había tenido bastantes disgustos con los
romanos
y le negó el asilo. El rey huyó al Bósforo
Cimerio,
que era un protectorado del Ponto desde hacía tiempo, y Pompeyo
prefirió no seguirlo. En su lugar, invadió Armenia y
capturó
a Tigranes I. Pompeyo juzgó que sería difícil para
Roma mantener un territorio tan agreste como Armenia, así que
optó
por exigir a Tigranes I una fuerte indemnización y permitirle
conservar
su trono, dejando claro que en lo sucesivo estaría a las
órdenes
de Roma.
En 65 Julio
César
fue nombrado Edil Curul, encargado de la policía romana, de los
mercados y, sobre todo, de la organización de los juegos
públicos.
Fue tal su derroche en este último punto que su popularidad
creció
como la espuma, hasta el punto que pudo permitirse la reposición
de la estatua y los trofeos de Mario en el Capitolio. El senado no se
atrevió
a protestar, ante la euforia del pueblo. El punto culminante fue un
combate
de 320 gladiadores con armaduras de plata.
César era un personaje pintoresco. Se le
consideraba
blando, y aborrecía las obligaciones sociales. Incluso le
molestaba
tener que apretarse el cinturón de la toga y prefería
llevarla
poco ceñida, lo cual era signo de debilidad y afeminamiento.
También
apuntaban en esta línea su rostro blanco y delicado, o su
costumbre
de depilarse todo el cuerpo y de arreglarse el cabello. Por otra parte,
practicaba el deporte con regularidad. Era culto y parece ser que hizo
algunos pinitos en la tragedia y la poesía. Pero lo que
más
llamaba la atención era su personalidad carismática. Era
amigo de todo el mundo, derrochaba su dinero para contentar a todos y
poco
a poco se iba endeudando más y más. Era orgulloso, pero
sin
ofender con ello, era ingenioso, alegre y encantador. También
tenía
una gran capacidad de persuasión, ya fuera mediante la oratoria,
ya mediante su simpatía. Estas virtudes interesaron a Craso,
pues
él carecía de todas ellas, y comprendió que
César
necesitaba un dinero que él podía darle a cambio de
contar
con su popularidad.
En general, Craso era especialmente dado a aliarse
con
todos aquellos que podían serle útiles. Ya se
había
aliado en su momento con Pompeyo, ahora se interesaba por César
e igualmente se había interesado por un individuo llamado Lucio
Sergio Catilina. Había sido pretor en África y se
había
librado de las habituales acusaciones de corrupción.
Había
presentado su candidatura al consulado, pero el Senado la vetó
porque
sobre Catilina pendía un proceso por chantaje, pero los dos
cónsules
elegidos ese año fueron depuestos acusados de haber comprado
votos.
Entonces se unieron a Catilina para asesinar a los dos cónsules
sustitutos. Cuando hubieran logrado esto, César sería
proclamado
dictador, y Craso su lugarteniente. Sin embargo, la conjuración
fue descubierta, los nuevos cónsules tomaron posesión del
cargo protegidos por el ejército y César suspendió
la operación.
Mientras tanto Pompeyo se dedicaba a organizar los
territorios
conquistados en Asia con la habitual eficiencia romana. En 64
El Ponto y Cilicia se convirtieron en provincias romanas. Luego
pasó
al sur, donde los dos últimos seléucidas continuaban sus
reyertas por las migajas de su imperio, y decidió terminar con
la
patética historia de su dinastía. Los derrocó y
convirtió
a Siria en una nueva provincia.
El rey parto Fraates III derrotó a Tigranes I
de
Armenia, pero Pompeyo envió embajadores y salvó a
Tigranes.
Desde entonces Fraates III se esforzó por mantener relaciones
amistosas
con Roma.
Mientras Pompeyo se ocupaba de Asia Menor, las
disputas
entre Juan Hircano II y Aristóbulo II por el trono de Judea
habían
continuado. Juan Hircano II tenía como aliado a Antípatro,
el gobernador de Idumea (que formaba parte del reino de Judea).
Como
las cosas no marchaban bien, Antípatro había pedido ayuda
a los Nabateos, el puebo árabe que ocupaba lo que antiguamente
había
sido Edom y que había forzado a los edomitas a emigrar a la
actual
Idumea, en territorio judío. Los nabateos accedieron gustosos a
prestar su ayuda y sitiaron Jerusalén. Entonces,
Aristóbulo
II decidió pedir también ayuda externa y así se
sumó
a la lista de los muchos ingenuos que habían solicitado la
protección
romana a lo largo de la historia. Envió una embajada a Siria,
donde
estaba Pompeyo, el cual envió a su vez un mensajero a Judea
ordenando
una tregua. Luego marchó sobre Judea, pero Aristóbulo II
debió de entender finalmente que, con tanta ayuda, Judea iba a
correr
la misma suerte que Siria, así que negó la entrada a
Pompeyo
en Jerusalén.
Es una lástima que nadie esculpiera a Pompeyo
en
el momento justo en que le informaran de que los judíos llevaban
más de dos siglos negándose a combatir en sábado a
menos que fueran atacados. (Al parecer, desde que Ptolomeo I
conquistó
Jerusalén atacando en sábado sin que Dios hiciera nada
por
ellos, los judíos habían llegado a la conclusión
de
que Dios no tendría inconveniente en que se defendieran por
sí
mismos en caso de ataque.) El caso es que Pompeyo construyó
tranquilamente
una rampa para acercar a la muralla los aparatos de asalto,
dedicó
un sábado a instalarla tranquilamente y esperó
maravillado
al sábado siguiente para lanzar su ataque. Así
terminó
el reino macabeo y Judea paso a ser una provincia romana más
(que
incluía a Galilea e Idumea).
Pompeyo no quiso intervenir en cuestiones
religiosas,
así que dejó a Juan Hircano II como sumo sacerdote y
envió
a Roma como prisioneros a Aristóbulo II junto a sus dos hijos, Alejandro
y Antígono Matatías. Como gobernador de Judea
eligió
a Antípatro, que en ningún momento había ofrecido
resistencia alguna a Pompeyo. Se cuenta que Pompeyo sintió
curiosidad
por los extraños ritos judíos, y entró en el sancta
sanctorum del Templo, donde sólo podía entrar el Sumo
Sacerdote. Inexplicablemente (para los judíos más
piadosos),
Yahveh no lo fulminó por ello.
Entre tanto Mitrídates VI había planeado
desde su exilio reunir una horda de bárbaros para atacar Italia,
pero sus pocos seguidores empezaron a rebelarse contra sus
inútiles
guerras contra Roma. Finalmente uno de sus hijos, Farnaces,
organizó
en 63 una revuelta contra él con
la
ayuda de Pompeyo, y el último rey del Ponto terminó
suicidándose.
Pompeyo dejó a Farnaces como rey del Bósforo Cimerio, que
pasó a ser un protectorado romano. Ese mismo año
murió
el rey Ariobarzanes I de Capadocia y fue sucedido por su hijo Arquelao.
www.proyectosalonhogar.com |
|