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Tras su entrada en Roma y con la ayuda de Pompeyo, Sila no había tenido dificultad en someter de nuevo a todas las posesiones romanas con una excepción: España se había convertido en el centro de resistencia de los seguidores de Mario. Poco antes de que Sila entrara en Roma, había sido nombrado pretor de Hispania Citerior Quinto Sertorio, quien intentó atraerse a los celtíberos y a los lusitanos para enfrentarse a los partidarios de Sila en España. Instaurada la dictadura, Sertorio tuvo que huir a Cartago Nova, a Ebusus (Ibiza) y de ahí a Mauritania, pero en 80 los lusitanos lo llamaron para dirigir la resistencia frente a Roma. Adoptó guerra de guerrillas y se enfrentó con éxito a Quinto Cecilio Metelo, que a la sazón era procónsul de la Hispania Ulterior.

El Egipto Ptolemaico pasaba por una situación única en su historia: no había heredero al trono. El último rey, Ptolomeo XI había legado Egipto a los romanos, pero Roma no estaba, por el momento, en condiciones de ocupar Egipto. Parece ser que Ptolomeo X había tenido un hijo ilegítimo, llamado Dioniso, el cual, ante la falta de otro candidado, decidió aspirar al trono. La corte de Alejandría lo proclamó rey inmediatamente, con lo que pasó a ser Ptolomeo XII. No obstante, el nuevo rey sabía que Roma podría en cualquier momento reclamarle el país tomando como base el testamento de su predecesor, así que se encargó de contentar al Senado con cuantiosos y periódicos sobornos.

En Roma estalló un escándalo político. Un italiano llamado Sextio Roscio fue asesinado en Roma por unos parientes que querían apropiarse de su fortuna. Tras el asesinato, los parientes tuvieron problemas legales para hacerse con la herencia, así que negociaron con Crisógeno, un criado de Sila, para que éste obtuviera del dictador una condena contra Roscio que legitimara el asesinato. Esto les permitió adquirir sus bienes en subasta por mucho menos de su valor real. Sin embargo Roscio tenía un hijo, llamado también Roscio, que tenía derechos sobre los bienes, así que en 79 Crisógeno lo acusó del asesinato de su padre para desembarazarse de él. Afortunadamente, el hijo encontró un buen abogado. Se trataba de Marco Tulio Cicerón.

Cicerón tenía a la sazón 27 años. Pertenecía a una familia italiana de la clase ecuestre. Había estudiado en Roma con buenos oradores y juristas. Todos ellos pertenecían a la clase senatorial, así que Cicerón era conservador. Hacía un año que se dedicaba a la abogacía y hasta ahora sólo había defendido un caso rutinario (Pro Quinctio). Por el contrario, la defensa de Roscio lo llevó al primer plano de la actualidad. Sucedía que, aun con la condena de Sila, el asesinato de Roscio había sido ilegal, pues Sila había marcado una prescripción para todas las condenas que decretó, y Roscio fue asesinado fuera de dicho plazo. Cicerón evitó en todo momento atacar a Sila, al contrario, su defensa se basó en que Crisógeno había abusado de la confianza que Sila había depositado en él, y su discurso instó al tribunal a poner fin a la corrupción que estaba perdiendo a Roma. La magnífica oratoria de Cicerón ganó la causa e indirectamente manchó la reputación de Sila. De hecho, Cicerón optó por abandonar la ciudad inmediatamente después. Se dirigió a Atenas, donde continuó sus estudios en la vieja Academia platónica.

Poco después, un amigo de Sila llamado Marco Emilio Lépido se pasó al partido popular y se presentó al consulado en contra de la voluntad de Sila. La campaña electoral fue muy violenta, Lépido salió elegido y el Senado ratificó su elección. A sus sesenta años, Sila no deseaba nuevas luchas, así que prefirió abdicar y se retiró a Cumas, donde murió al año siguiente, en 78. El día de su funeral el cónsul Lépido trató de rebelar al pueblo contra su colega. El Senado lo desterró a la Galia Narbonense.

Mientras tanto los alanos atravesaron el Cáucaso y atacaron el desorganizado Imperio Parto.

Ese mismo año regresaron a Roma César y Cicerón. Después de su estancia en Atenas, Cicerón había estado en Esmirna y Rodas. Ambos iniciaron el "cursus honorum", la larga carrera política romana que exigía pasar por numerosos cargos intermedios antes de poder aspirar al consulado.

Lépido no tardó en contraatacar, y marchó sobre Roma con un ejército. No obstante, Pompeyo pudo derrotarlo en 77 y Lépido se vio obligado a huir a España, junto con su amigo Marco Vento Perpenna. Lépido no tardó en morir, pero Perpenna se unió a Sertorio, al que le aportó cincuenta y tres cohortes. Por esta época Sertorio dominaba toda la Hispania Citerior. A partir de este momento, Sertorio decidió organizar la provincia a la manera romana: instituyó un Senado de 300 miembros, en los que había representación nativa, y fundó una escuela en Osca para la instrucción de los hijos de los jefes indígenas.

Pompeyo decidió intervernir en España, para lo cual, en lugar de licenciar sus tropas, las usó para intimidar al Senado y obligarle a que lo nombrara procónsul de Hispania Citerior. Llegó a España en 76 y estableció su campamento en Emporion. Sertorio envió contra él a Perpenna para impedir su avance, pero fracasó. Entonces Sertorio se ocupó personalmente del asunto y derrotó a Pompeyo una y otra vez durante los dos años siguientes.

Ese mismo año murió el rey Alejandro Janneo. Durante su reinado, Judea prosperó en paz. El único incidente que se registra fue una revuelta de los fariseos que, durante una fiesta, arrojaron al rey cidras (unos frutos parecidos a los limones), en protesta por la discriminación que sufrían frente a los saduceos. La respuesta del monarca fue una sangrienta matanza.

El rey había dejado dos hijos, pero su viuda, Salomé Alejandra, decidió nombrar sumo sacerdote al primogénito, Juan Hircano II, pero conservó para sí el poder político. Para ello invirtió la política de su esposo y se alió con los fariseos, que eran el sector mayoritario. Bajo su reinado Judea conservó su prosperidad.

Mientras tanto Julio César había ganado cierta fama, al igual que Cicerón como orador ante los tribunales, pero debió de comprender que los estudios de Cicerón marcaban una diferencia, así que partió hacia Rodas para perfeccionar su retórica. En el camino fue capturado por unos piratas. Cuentan que los piratas exigieron veinte talentos como rescate, pero él les dijo burlonamente ¡No sabéis a quién tenéis entre las manos!, por lo que la suma se elevó a cincuenta talentos. Durante su cautiverio, la magnética personalidad de César cautivó a sus captores. Una vez les recitó unos poemas que había compuesto y, como no parecieron valorarlos adecuadamente, les dijo "Sois unos brutos sin cultura, ¡haré que os ahorquen!" Los piratas le rieron la insolencia. Cuando la familia de César envió el dinero, los piratas lo pusieron en libertad, él marchó apresuradamente a Mileto, reclutó unos hombres, fletó barcos, atajó a los piratas, los derrotó, repartió sus posesiones entre sus mercenarios y mandó a los piratas a la cárcel de Pérgamo. El pretor no pareció preocupado por castigar a los piratas, al parecer porque éstos le habían prometido un buen rescate, pero César fue él mismo a Pérgamo y los hizo crucificar. Luego volvió a Rodas.

El rey Mitrídates VI del Ponto sabía que Roma no le había perdonado la matanza de italianos que había ordenado unos años antes en Asia Menor. Sila había procurado evitar enfrentamientos bélicos con otros pueblos, probablemente porque temía que cualquier inestabilidad pudiera perjudicar su situación, pero tras su muerte era cuestión de tiempo que Roma encontrara una excusa para aplastar al Ponto, tal y como había hecho con Cartago. En 75 Mitrídates VI selló una alianza con Sertorio, para ayudarlo a mantener a Roma ocupada en occidente.

Cirene se había convertido en refugio de Piratas, así que Roma decidió finalmente recordar el testamento de Ptolomeo Apión y convertir el territorio en una de sus provincias.

En 74 murió el emperador chino Zhaodi y se nombró emperador a Liu He, un nieto de Wudi, pero, por algún motivo, el nuevo emperador no quiso cumplir ciertos rituales y fue depuesto al cabo de 27 días por Huo Guang, el mismo que lo había designado. El siguiente emperador fue Xuandi, que en cierta medida logró imponerse sobre las intrigas palaciegas.

En 74 murió el rey Nicomedes IV de Bitinia y en su testamento dejó su reino a Roma. Sin embargo Mitrídates afirmó que el testamento no tenía validez y ocupó Bitinia. Roma envió a Lucio Licinio Lúculo. Era el general al que Sila había dejado en Asia Menor cuando regresó a Roma. Mientras llegaba, César abandonó Rodas y reclutó algunos hombres para enfrentarse a Mitrídates, pero regresó a Roma poco después de que Lúculo tomara el mando. Lúculo derrotó a Mitrídates VI en una serie de batallas en Bitinia hasta conseguir que se retirara al Ponto.

Al mismo tiempo Roma envió refuerzos a Pompeyo para enfrentarse a Sertorio. A partir de este momento la guerra en España fue muy desigual y ambos bandos obtenían victorias alternativamente.

En 73 Lúculo invadio El Ponto y Mitrídates VI tuvo que huir a Armenia, donde fue acogido por Tigranes I, que estaba casado con una hija de Mitrídates VI.

Desde finales del siglo precedente, los juegos circenses se habían hecho cada vez más populares en Roma. De hecho, organizar juegos era uno de los medios de los que se valían los políticos para ganarse el favor del pueblo. Además de las carreras, cada vez cobraban más interés los espectáculos de lucha. Al principio los luchadores eran soldados a los que el juego les servía de entrenamiento, pero pronto se descubrió que era más emocionante hacer luchar a esclavos, ya que entonces podía prescindirse de la deportividad y las luchas podían ser a muerte. Además los esclavos se prestaban a más combinaciones interesantes, como luchas entre hombres y diversas fieras. Los luchadores recibían nombres distintos según el arma principal que manejaban: los gladiadores usaban la espada, los reciarios usaban una red etc., si bien era frecuente llamarlos genéricamente gladiadores. Los gladiadores eran entrenados en escuelas especiales para garantizar que ofrecerían un buen espectáculo. Su acicate era que un gladiador que triunfara espectacularmente podía conseguir la libertad, si bien la mayoría perecía en el intento.

Unos años antes, un pastor tracio había ingresado en las tropas auxiliares del ejército romano, pero luego desertó, fue capturado, convertido en esclavo y vendido en Capua al propietario de una escuela de gladiadores. Se llamaba Espartaco, y persuadió a sus compañeros de escuela para que se escaparan y usaran sus armas contra los romanos en lugar de usarlas entre ellos. Así se inició la Tercera Guerra Servil, con la diferencia respecto a las dos anteriores de que el campo de batalla no era Sicilia, sino la propia Italia. Los gladiadores que escaparon fueron unos setenta, pero Italia estaba llena de latifundios y los latifundios llenos de esclavos, muchos de los cuales no tardaron en engrosar sus filas, que pronto contaron con unos 60.000 hombres.

El grueso de los ejércitos romanos estaba distribuido entre El Ponto e Hispania, así que los esclavos no tuvieron dificultades en derrotar a las pocas fuerzas que Roma envió en su contra. Espartaco condujo hacia el norte unos 30.000 hombres, al parecer con la intención de cruzar los Alpes y establecerse en la Galia, fuera de las fronteras romanas, mientras otra parte prefirió quedarse en el sur dedicándose al saqueo. Éstos últimos fueron desbandados por los romanos en 72, pero Espartaco decidió dar media vuelta y volver hacia el sur, tal vez por ayudar a sus compañeros, tal vez porque tuvo problemas de aprovisionamiento, ya que su ejército había llegado a contar con 100.000 hombres. El retorno de Espartaco llenó de pánico a Roma. Espartaco derrotó a los generales que habían derrotado a los esclavos del sur e hizo luchar a muerte a los primeros prisioneros.

Mientras tanto Sertorio había sufrido una serie de derrotas en España que habían minado su prestigio. Perpenna (probablemente sobornado por Roma) organizó una conjura y lo asesinó durante un banquete en Osca. Poco después el propio Perpenna fue vencido y muerto por Pompeyo, tras lo cual no tuvo dificultad en dominar toda la provincia.

En el norte de Alemania, los Suevos iniciaron un proceso de expansión. Por esta época habitaban al este del Elba, pero cruzaron el río y paulatinamente fueron avanzando hacia el Rin.

Finalmente Roma puso a Craso al mando de diez legiones con plenos poderes para acabar con Espartaco. Éste se había retirado al sur de Italia, con la esperanza de pasar a Sicilia en barcos de piratas cilicios, que no llegaron.

En 71 Craso fue derrotado dos veces por los hombres de Espartaco, pero estaba ansioso por vencer antes de que llegara Pompeyo de España y se llevara todos los honores y en un tercer combate obtuvo la victoria definitiva. Espartaco murió en la batalla y Craso hizo ejecutar a 6.000 prisioneros, que fueron crucificados en cruces que se extendieron kilómetros y kilómetros a lo largo de la via apia. Poco después llegó Pompeyo y ayudó a Craso a acabar con las últimas resistencias aisladas. Pompeyo era entonces el general más aclamado de Roma. En realidad su fama era mayor que sus méritos, pues sus éxitos en España se debían en gran medida a la conjuración contra Sertorio y sus méritos en la Guerra Servil eran que no había estado cuando Craso y sus predecesores habían sido derrotados y sí en el momento de la victoria, cuando ya todo estaba hecho.

En principio, Pompeyo y Craso eran rivales, pero ambos aspiraban al consulado y, como el Senado consideraba una amenaza la posibilidad de que el mejor general de Roma y el hombre más rico de Roma pudieran ser cónsules, decidieron aliarse, buscaron el apoyo del partido popular y forzaron su elección como cónsules para el año 70. Puesto que ahora sus apoyos estaban en el bando de los populares, los dos cónsules se dedicaron a demoler la obra de Sila. Restituyeron los poderes de los tribunos de la plebe y se arrogaron cada vez más potestades.

Ese mismo año, Cicerón defendió otro de sus casos más famosos. Durante los cuatro últimos años, había sido pretor de Sicilia Cayo Verres. Al principio de su carrera había sido partidario de Mario, pero descubrió sus simpatías hacia Sila a la vez que comprendía que éste iba a ganar. Sila le perdonó los robos que ya entonces había cometido como cuestor y lo envió a Asia Menor como miembro del equipo del gobernador de la provincia, donde extorsionó cuanto quiso a los provincianos. Cuando un pretor cesaba en sus funciones, era habitual que los provincianos lo denunciaran ante los tribunales romanos por sus excesos, pero los tribunales estaban en manos de los senadores, que consideraban más saludable no dar crédito a estas acusaciones tan desagradables. Cuando el pretor de Asia fue llamado a juicio, Verres se las arregló para que todas las culpas recayeran sobre él y salió indemne. Su actuación como pretor de Sicilia superó todos los límites, y llegó incluso a robar a la misma Roma, pues se embolsó un dinero que se le había suministrado para fletar barcos de cereales para la capital.

El año anterior a la llegada de Verres a Sicilia, Cicerón había desempeñado el cargo de cuestor en la isla y, al contrario que con Verres, los sicilianos lo recordaban como un modelo de honradez, así que le pidieron que llevara la acusación contra Verres. Cicerón aceptó el caso, pese a que Verres contaba con el apoyo de prácticamente todo el Senado. Los senadores intentaron todo tipo de argucias: proporcionar a Verres un buen abogado, sustituir a Cicerón por otro peor, demorar el proceso para cambiar al juez por otro más "seguro", etc., pero Cicerón supo esquivar todas las zancadillas y lo único que consiguieron todas las maquinaciones es atraer la atención de la opinión pública, cosa que beneficiaba a la acusación. Después de que Cicerón expusiera las pruebas que demostraban la desenfrenada avaricia y falta de escrúpulos del acusado, ningún tribunal hubiera podido absolver a Verres sin ser linchado inmediatamente después. Sin embargo, Verres logró escapar y fue condenado en ausencia. Lo cierto es que escapó con parte de su botín y pudo vivir plácidamente en Massilia durante más de veinte años.

Los sicilianos, agradecidos, enviaron a Cicerón un importante cargamento de trigo. Cualquier otro se lo habría quedado, pero Cicerón recordó que una ley prohibía que los abogados recibieran remuneraciones excepcionales, así que donó el trigo a los graneros de la plebe. Esto le dio mucha popularidad, a la que había que añadir la fama que adquirió como abogado, que hizo que en los años siguientes se le encomendaran muchos casos y así, poco a poco, Cicerón vio incrementada su hacienda.

Pompeyo y Craso aprovecharon el descrédito que suponía para el Senado el escándalo de Verres para reformar el sistema judicial y debilitar un poco más a los senadores.

La Tercera Guerra Servil había dejado en un punto muerto la guerra contra Mitrídates VI. Lúculo había mantenido las posiciones romanas en Bitinia y en el Ponto, pero se había abstenido de atacar a Armenia, donde se había refugiado Mitrídates VI. Ahora que Italia y España estaban en orden Roma podía concentrarse en Asia Menor, así que envió una embajada a Tigranes I para que entregara al rey del Ponto. Al parecer, la actitud de los embajadores fue excesivamente arrogante, así que el rey armenio optó por declarar la guerra a Roma. Lúculo invadió Armenia y en 69 tomó Tigranocerta (por primera vez un ejército romano entraba en Mesopotamia). Los dos reyes tuvieron que retirarse hacia las partes montañosas de Armenia. Lúculo los persiguió, pero no era un general querido por sus tropas, y las montañas armenias eran inhóspitas, así que sus soldados terminaron amotinándose y Lúculo tuvo que retroceder hacia el oeste y Mitrídates VI pudo volver al Ponto.

Este año Cicerón defendió a Fontenio, exgobernador de la Galia Narbonense, donde se había refugiado Verres, que era acusado de los consabidos abusos. No hay que olvidar que Cicerón era abogado y que los abogados, antes que personas, son abogados.

También fue el año en que subió al trono el rey parto Fraates III. Armenia había perdido el control de Siria, y esto permitió al hijo de Antíoco X recuperar el reino de su padre, con el consentimiento de Lúculo, y adoptó el nombre de Antíoco XIII. En 68, otro seléucida reclamó el territorio de Antíoco XII, con el nombre de Filipo II. Ambos reyes se apoyaron en ejércitos árabes.

En la India murió Devabhuti, el último rey Sunga, y fue sucedido por su primer ministro Vasudeva Kanva, un brahmán que inauguró la dinastía Kanva.

En 68 murieron Cornelia y Julia, la esposa y la tía de César (la viuda de Mario), y César escandalizó al Senado incluyendo un busto de Mario en la procesión fúnebre. Se lo pudo permitir porque se estaba ganando paso a paso las simpatías del pueblo, al tiempo que ascendía en la carrera política. También murio el rey Hiempsal II de Numidia, que fue sucedido por su hijo Juba I.

Los piratas campaban a sus anchas por el mediterráneo oriental, y Roma decidió combatir enérgicamente la piratería. Metelo fue enviado a tal efecto y su primer paso fue conquistar la isla de Creta, que en 67 se convirtió en provincia romana. Pero todavía quedaba Cilicia, que era el mayor refugio de la piratería. Esta vez el elegido fue Pompeyo. La confianza en él era tan grande que los precios de los alimentos cayeron en cuanto se hizo pública su designación. Le bastaron tres meses para limpiar de piratas el Mediterráneo, y finalmente derrotó a la flota pirata frente a las costas de Cilicia y logró su rendición con promesas de indulgencia. Ese mismo año César se había casado con Pompeya, hermana de Pompeyo.

Ese mismo año murió Salomé Alejandra, la reina de Judea. Era de esperar que su hijo y sumo sacerdote Juan Hircano II se convirtiera en rey, pero, como Salomé había apoyado a los fariseos, los saduceos vieron la ocasión de cambiar el rumbo político apoyando al otro hijo de Alejandro Janneo y Salomé Alejandra, que tras derrotar a su hermano en varias ocasiones se proclamó rey y sumo sacerdote, con el nombre de Aristóbulo II.

En 66 Cicerón ayudó a Pompeyo a elaborar el discurso con el que logró del senado su nombramiento como procónsul en Asia, con la misión de continuar la guerra contra Mitrídates VI. Era evidente que Lúculo no podía controlar a sus ejércitos, así que fue llamado a Roma, donde era tan impopular como en el campo de batalla, por lo que no trató de meterse en política. Pese a que los populares trataron de impedirlo, se le otorgó el triunfo y el sobrenombre de póntico, y se retiró a una villa rural a vivir de las rentas de cuanto había rapiñado en Asia. Pronto adquirió fama por las elaboradas cenas que celebraba, en las que se servían costosos y refinados platos. Al parecer fue el primero en llevar a Roma una fruta que había encontrado en la ciudad de Ceraso, en el Ponto. Los romanos las llamaron ceresa, y son, naturalmente, las cerezas. Por otra parte, Lúculo reunió una magnífica biblioteca, protegió a muchos artistas y escribió en griego una historia de la Guerra Social, en la que había combatido a las órdenes de Sila.

Ante la acometida de Pompeyo, Mitrídates se vio obligado a huir del Ponto una vez más, pero esta vez Tigranes I decidió que ya había tenido bastantes disgustos con los romanos y le negó el asilo. El rey huyó al Bósforo Cimerio, que era un protectorado del Ponto desde hacía tiempo, y Pompeyo prefirió no seguirlo. En su lugar, invadió Armenia y capturó a Tigranes I. Pompeyo juzgó que sería difícil para Roma mantener un territorio tan agreste como Armenia, así que optó por exigir a Tigranes I una fuerte indemnización y permitirle conservar su trono, dejando claro que en lo sucesivo estaría a las órdenes de Roma.

En 65 Julio César fue nombrado Edil Curul, encargado de la policía romana, de los mercados y, sobre todo, de la organización de los juegos públicos. Fue tal su derroche en este último punto que su popularidad creció como la espuma, hasta el punto que pudo permitirse la reposición de la estatua y los trofeos de Mario en el Capitolio. El senado no se atrevió a protestar, ante la euforia del pueblo. El punto culminante fue un combate de 320 gladiadores con armaduras de plata.

César era un personaje pintoresco. Se le consideraba blando, y aborrecía las obligaciones sociales. Incluso le molestaba tener que apretarse el cinturón de la toga y prefería llevarla poco ceñida, lo cual era signo de debilidad y afeminamiento. También apuntaban en esta línea su rostro blanco y delicado, o su costumbre de depilarse todo el cuerpo y de arreglarse el cabello. Por otra parte, practicaba el deporte con regularidad. Era culto y parece ser que hizo algunos pinitos en la tragedia y la poesía. Pero lo que más llamaba la atención era su personalidad carismática. Era amigo de todo el mundo, derrochaba su dinero para contentar a todos y poco a poco se iba endeudando más y más. Era orgulloso, pero sin ofender con ello, era ingenioso, alegre y encantador. También tenía una gran capacidad de persuasión, ya fuera mediante la oratoria, ya mediante su simpatía. Estas virtudes interesaron a Craso, pues él carecía de todas ellas, y comprendió que César necesitaba un dinero que él podía darle a cambio de contar con su popularidad.

En general, Craso era especialmente dado a aliarse con todos aquellos que podían serle útiles. Ya se había aliado en su momento con Pompeyo, ahora se interesaba por César e igualmente se había interesado por un individuo llamado Lucio Sergio Catilina. Había sido pretor en África y se había librado de las habituales acusaciones de corrupción. Había presentado su candidatura al consulado, pero el Senado la vetó porque sobre Catilina pendía un proceso por chantaje, pero los dos cónsules elegidos ese año fueron depuestos acusados de haber comprado votos. Entonces se unieron a Catilina para asesinar a los dos cónsules sustitutos. Cuando hubieran logrado esto, César sería proclamado dictador, y Craso su lugarteniente. Sin embargo, la conjuración fue descubierta, los nuevos cónsules tomaron posesión del cargo protegidos por el ejército y César suspendió la operación.

Mientras tanto Pompeyo se dedicaba a organizar los territorios conquistados en Asia con la habitual eficiencia romana. En 64 El Ponto y Cilicia se convirtieron en provincias romanas. Luego pasó al sur, donde los dos últimos seléucidas continuaban sus reyertas por las migajas de su imperio, y decidió terminar con la patética historia de su dinastía. Los derrocó y convirtió a Siria en una nueva provincia.

El rey parto Fraates III derrotó a Tigranes I de Armenia, pero Pompeyo envió embajadores y salvó a Tigranes. Desde entonces Fraates III se esforzó por mantener relaciones amistosas con Roma.

Mientras Pompeyo se ocupaba de Asia Menor, las disputas entre Juan Hircano II y Aristóbulo II por el trono de Judea habían continuado. Juan Hircano II tenía como aliado a Antípatro, el gobernador de Idumea (que formaba parte del reino de Judea).  Como las cosas no marchaban bien, Antípatro había pedido ayuda a los Nabateos, el puebo árabe que ocupaba lo que antiguamente había sido Edom y que había forzado a los edomitas a emigrar a la actual Idumea, en territorio judío. Los nabateos accedieron gustosos a prestar su ayuda y sitiaron Jerusalén. Entonces, Aristóbulo II decidió pedir también ayuda externa y así se sumó a la lista de los muchos ingenuos que habían solicitado la protección romana a lo largo de la historia. Envió una embajada a Siria, donde estaba Pompeyo, el cual envió a su vez un mensajero a Judea ordenando una tregua. Luego marchó sobre Judea, pero Aristóbulo II debió de entender finalmente que, con tanta ayuda, Judea iba a correr la misma suerte que Siria, así que negó la entrada a Pompeyo en Jerusalén.

Es una lástima que nadie esculpiera a Pompeyo en el momento justo en que le informaran de que los judíos llevaban más de dos siglos negándose a combatir en sábado a menos que fueran atacados. (Al parecer, desde que Ptolomeo I conquistó Jerusalén atacando en sábado sin que Dios hiciera nada por ellos, los judíos habían llegado a la conclusión de que Dios no tendría inconveniente en que se defendieran por sí mismos en caso de ataque.) El caso es que Pompeyo construyó tranquilamente una rampa para acercar a la muralla los aparatos de asalto, dedicó un sábado a instalarla tranquilamente y esperó maravillado al sábado siguiente para lanzar su ataque. Así terminó el reino macabeo y Judea paso a ser una provincia romana más (que incluía a Galilea e Idumea).

Pompeyo no quiso intervenir en cuestiones religiosas, así que dejó a Juan Hircano II como sumo sacerdote y envió a Roma como prisioneros a Aristóbulo II junto a sus dos hijos, Alejandro y Antígono Matatías. Como gobernador de Judea eligió a Antípatro, que en ningún momento había ofrecido resistencia alguna a Pompeyo. Se cuenta que Pompeyo sintió curiosidad por los extraños ritos judíos, y entró en el sancta sanctorum del Templo, donde sólo podía entrar el Sumo Sacerdote. Inexplicablemente (para los judíos más piadosos), Yahveh no lo fulminó por ello.

Entre tanto Mitrídates VI había planeado desde su exilio reunir una horda de bárbaros para atacar Italia, pero sus pocos seguidores empezaron a rebelarse contra sus inútiles guerras contra Roma. Finalmente uno de sus hijos, Farnaces, organizó en 63 una revuelta contra él con la ayuda de Pompeyo, y el último rey del Ponto terminó suicidándose. Pompeyo dejó a Farnaces como rey del Bósforo Cimerio, que pasó a ser un protectorado romano. Ese mismo año murió el rey Ariobarzanes I de Capadocia y fue sucedido por su hijo Arquelao.

Mario y Sila Índice La conjuración de Catilina

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