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EL FIN DE LA DINASTÍA HAN |
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El Imperio Parto nunca consiguió apoderarse
definitivamente
de Persia, que había mantenido una precaria independencia basada
sobre todo a su defensa de la cultura irania y su repulsa absoluta a la
cultura helénica. Así, Persia había sido el
refugio
de todos los habitantes del antiguo Imperio Persa, ahora Imperio Parto,
que se oponían al helenismo de la clase dirigente. En 211,
tras una disputada sucesión, el trono persa quedó en
manos
de Ardacher I (una forma posterior del viejo nombre real
"Artajerjes").
Bajo su reinado, Persia se reorganizó y fue adquiriendo poder.
Ello
hizo surgir inevitablemente leyendas sobre su rey. Según estas
leyendas,
era nieto de un pastor llamado Sasán, que en tiempos de
Marco
Aurelio había reunido los distintos principados persas en un
reino
unificado. Por ello los descendientes de Ardacher I son llamados Sasánidas.
Mientras tanto, el emperador Septimio Severo moría en Eboracum (la actual York). Según su voluntad, sus hijos Caracalla y Geta pasaban a ser coemperadores. Los dos hermanos se odiaban profundamente. Establecieron una rápida paz en Britania y marcharon a Roma a discutir sus diferencias. Caracalla esgrimió un argumento definitivo por el que se convertía en el único emperador, y fue que hizo asesinar a su hermano en 212, que murió en brazos de su madre. Luego eliminó a todos los que fueron testigos de su implicación en este asesinato, entre ellos a Emilio Papiniano, que había tratado de mediar entre los dos hermanos y terminó enemistado con ambos. Al frente de la guardia pretoriana puso a Marco Opelio Macrino, un caballero de origen mauritano que había alcanzado el rango de senador. Antes de que acabara el año, Caracalla encontró un lugar en la historia al promulgar un edicto por el que todos los habitantes del Imperio adquirían la ciudadanía romana. La diferencia era más honorífica que práctica a estas alturas de la historia, e incluso es razonable pensar que la decisión no fue tomada por altruismo, sino porque había ciertos impuestos que sólo eran aplicables a los ciudadanos romanos, y así el estado aumentaba sus ingresos. No obstante, Caracalla es hoy más recordado por las famosas Termas de Caracalla. A lo largo de la historia romana el hábito de tomar baños había ido ganando popularidad, y con el Imperio se convirtieron en un símbolo de lujo. Proliferaban los baños públicos, grandes construcciones con distintas habitaciones, de modo que los bañistas podían pasar de un baño a otro con agua a distintas temperaturas, había habitaciones con vapor de agua, otras para hacer ejercicios, otras para ser untados con aceites y recibir masajes, otras para descansar, leer, conversar u oír recitaciones, etc. Las Termas de Caracalla eran unos gigantescos baños públicos que ocupaban más de trece hectáreas en Roma. El precio de los baños públicos no era elevado, por lo que eran muy frecuentados. No obstante, los satíricos romanos y, sobre todo, los cristianos, consideraban decadente tanto lujo. En algunos baños entraban conjuntamente hombres y mujeres, lo que escandalizó a muchos moralistas, que suponían que allí tenía lugar toda suerte de perversiones, cosa que probablemente no era cierta. A partir de 214 Caracalla otorgó un alto grado de participación en el gobierno a su madre, Julia Domna. Mientras tanto, él dirigió una brillante campaña ofensiva contra los germanos, a los que mantuvo a raya a lo largo del Danubio. Los caledonios dejaron de ser un problema, pese a la forma precipitada en que Caracalla había abandonado Britania. Ante todo, por esta época los documentos romanos dejan de referirse a los caledonios y, en su lugar, hablan de los Pictos. En latín, picto significa "pintado". Es posible que el nombre haga referencia a una costumbre de pintarse o tatuarse la piel, tal vez como distintivo de los guerreros, aunque también puede ser que picto sea simplemente una deformación de un nombre tribal. No es plausible que los pictos hicieran desaparecer a los caledonios. Lo más probable es que los caledonios hubieran sido una tribu dominante que ahora era reemplazada por la de los pictos, si bien la población en su conjunto siguiera siendo la misma. Fuera como fuera, los pictos apenas presionaron la frontera romana durante mucho tiempo, debido a que se encontraron con problemas en el norte. En efecto, los irlandeses habían descubierto la piratería y se dedicaban a hacer incursiones cada vez más profundas en las costas de Caledonia. Estos piratas fueron conocidos genéricamente como Escotos, probablemente el nombre de alguna de las tribus gaélicas que tomaron parte en las incursiones. Caracalla fue el segundo emperador romano que visitó Egipto, después de Adriano. Allí tomó una decisión que lo enemistó con todos los intelectuales de su tiempo, en particular con los historiadores: consideró que el Museo de Alejandría llevaba ya mucho tiempo sin aportar nada valioso y suspendió la subvención estatal que hasta entonces había recibido. Probablemente la estimación de Caracalla no era desacertada, y también es cierto que las finanzas del Imperio no iban muy bien, por lo que la subvención al Museo era ciertamente un lujo difícilmente sostenible. A partir de entonces el ya decadente Museo aceleró su declive, y otra consecuencia fue que los historiadores acusaron a Caracalla de los crímenes más desaforados. Se dijo que miles de ciudadanos murieron cuando ordenó saquear Alejandría a causa de una ofensa insignificante. Tal vez su decisión sobre el Museo provocó algunos disturbios que tuvo que aplacar, pero los relatos al respecto son sin duda exagerados. No obstante, parece ser que en su momento perjudicaron sensiblemente la imagen del emperador. El declive del Museo y la filosofía clásica en Alejandría coincidió con el auge del pensamiento cristiano. Por esta época murió Clemente, y la Escuela Catequética de Alejandría, que él había dirigido, pasó a manos de su discípulo Orígenes. Bajo su dirección, la escuela se convirtió en una auténtica escuela de Teología. Su padre había sido un mártir del cristianismo. Orígenes consagró su vida a los estudios religiosos y se dice que se castró a sí mismo para evitar distracciones. Escribió numerosas obras en las que comentaba e interpretaba las Escrituras Sagradas, así como obras en las que, siguiendo el ejemplo de su maestro, ponía la filosofía griega al servicio de la teología cristiana. Unos años antes, un filósofo platónico llamado Celso había escrito un libro sobre el cristianismo. Se trataba del primer libro pagano que analizaba seriamente el cristianismo, y su carácter técnico y racional no lo hicieron nada popular, hasta el punto de que no sabríamos nada de él si no fuera porque Orígenes lo reprodujo casi íntegramente en su libro Contra Celso. De este modo sabemos que Celso había afirmado que la teología cristiana había sido tomada de la filosofía griega y deformada en el proceso. Su argumentación era fría y desapasionada, y con ella ponía en evidencia que no era aceptable creer en vírgenes parturientas o en pescados que se multiplican. En 215 el general chino Cao Cao logró finalmente someter el estado occidental que había fundado Zhang Lu más de treinta años atrás. Cao Cao había convertido el Estado en una dictadura militar en la que los soldados profesionales y sus familias formaban una casta aparte. Estableció un sistema de promoción basado en el mérito y la recomendación que, junto al éxito de diferentes programas económicos, afianzaron su poder. No obstante, no pudo someter a las regiones del sur, sino que a lo máximo a lo que llegó fue a frenar su expansión en la batalla del muro rojo, que más tarde se convertiría en leyenda. Caracalla no molestó a los cristianos, y éstos aprovecharon el peridodo de calma para pelearse entre sí. En 217 murió san Ceferino, obispo de Roma, y se eligió como sucesor a Calixto, que era esclavo de un cristiano llamado Carpóforo. La decisión fue cuestionada y otras facciones eligieron como obispo a Hipólito, al parecer mucho más competente. Calixto promulgó un edicto por el que perdonaba a ciertos herejes, lo que le valió las críticas de Hipólito y otros rigoristas como Tertuliano. La discusión principal entre los cristianos de la época era la naturaleza de Jesucristo. El problema era si Jesucristo era Dios o si, por el contrario, era sólo un hombre, un hombre santo, un enviado de Dios, pero no Dios. No cabe duda de que Jesús de Nazaret se hubiera escandalizado ante la idea de ser considerado Dios, al igual que les habría ocurrido a sus discípulos, pues todos ellos eran más o menos samaritanos ortodoxos, judíos en definitiva, y no podían admitir más dios que Yahveh. Los discípulos, que insistieron en el carácter mesiánico de Jesús, lo concebían probablemente como un enviado divino al estilo de Elías. Sin embargo, tal vez inadvertidamente, los discípulos de Jesús lo trataron a él y al Espíritu Santo como iguales a Dios, en el sentido de que los cristianos rezaban a Jesucristo, adoraban a Jesucristo, esperaban la llegada de Jesucristo como juez en el fin del mundo, etc. San Pablo recogió estos planteamientos, pero nunca entró directamente en la cuestión de si Jesucristo era o no Dios. Simplemente, aún no se había formulado el problema abiertamente. Por supuesto, en sus cartas hay pasajes que se pueden interpretar como se quiera. En cualquier caso, lo cierto es que el Cristo Paulino reunía todos los requisitos para ser considerado un dios. El evangelio según san Juan parece reflejar la opinión de que Jesucristo y el Espíritu Santo existían junto con Dios desde el principio de los tiempos y que, de algún modo, eran parte de Dios. No obstante, la teología cristiana primitiva no era capaz de hilar mucho más fino. La primera defensa teórica de la divinidad de Jesucristo provino de los gnósticos, pero era demasiado exagerada, pues concedía la divinidad de Jesucristo a costa de negársela a Yahveh o, al menos, de reducirla a un plano inferior. Esto entraba en contradicción directa con la doctrina apostólica. En estos momentos, la cabeza del pensamiento cristiano era la escuela teológica de Orígenes, en Alejandría. No era gnóstica, pues reconocía la divinidad de Yahveh, pero al mismo tiempo conservaba del gnosticismo la insistencia en la divinidad de Jesucristo. Los cristianos de Alejandría no habían tenido inconveniente en despreciar al dios de los judíos, pero jamás habrían aceptado que Jesucristo quedara en segundo plano frente a éste. El gnosticismo siguió existiendo durante un siglo, pero perdió poder en Alejandría (se conservó sobre todo en Asia Menor). En su lugar, los teólogos alejandrinos defendían el trinitarismo, ya presente como mero esbozo en la doctrina apostólica, según el cual Dios era a la vez Uno y Trino: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo eran a la vez tres personas distintas y una sola esencia o naturaleza. Para que este atentado a la matemática elemental (o este misterio, según la doctrina cristiana) pudiera pasar por una postura seria y respetable, era necesario apoyarlo con toda la sutileza de la filosofía griega debidamente prostituida, por lo que la defensa del trinitarismo comprometía a defender los más mínimos detalles de la teología que lo sustentaba, y no fueron pocos los que a lo largo de la historia trataron de adoptar alternativas más sensatas. Por ejemplo, justo el año en que Calixto e Hipólito fueron nombrados simultáneamente obispos de Roma, Sabelio defendió que el Padre y el Hijo eran una misma persona en lugar de dos, lo que inmediatamente fue condenado como herejía por ambos obispos. Otras variantes de la doctrina de Sabelio incrementaban la herejía al afirmar que las tres personas eran manifestaciones diferentes de un único Dios. Quizá el fondo fuera el mismo, pero en el trinitarismo la forma lo era todo. Mientras tanto Caracalla había iniciado una campaña contra los Partos. Parece ser que el rey Artabán IV se había negado a conceder al emperador la mano de una de sus hijas. Caracalla avanzó triunfante por Mesopotamia y llegó hasta el Tigris. Podría haber llegado más lejos sin problemas, pero fue asesinado por Macrino, que al parecer se creyó amenazado (no sabemos si justificadamente) por el emperador. Caracalla fue el último emperador romano enterrado en el Mausoleo de Adriano. Cuando Julia Domna se enteró de la muerte de su hijo se negó a comer y se dejó morir de hambre. Macrino se proclamó emperador y nombró César a su hijo Diadumeniano. Trató de ganarse al ejército y al senado con repartos de trigo y reducciones de impuestos. No obstante, los partos aprovecharon la crisis para recuperarse e invadir Siria. Macrino se vio obligado a firmar una paz bastante desfavorable que provocó la indignación de los soldados. Caracalla no tenía descendencia, pero su madre, Julia Domna, tenía una hermana, Julia Mesa, la cual tenía dos hijas, Julia Soemias y Julia Mamea. Ambas estaban casadas y tenían sendos hijos. El hijo de Julia Soemias se llamaba Sexto Vario Avito Basiano, que aún no había cumplido los catorce años, pero ya era sacerdote en el templo del dios del Sol Elagabal, en Emesa, como lo había sido su bisabuelo Basiano. En 218 Julia Mesa presentó a su nieto ante una legión romana que estaba en Emesa. Afirmó que era hijo de Caracalla y que se llamaba Marco Aurelio Antonino. Los soldados quedaron impresionados ante la seriedad y belleza del joven, y decidieron proclamarlo emperador. Fue más conocido por una deformación de Elagabal que, mezclado con Helios, el nombre griego del Sol, se convirtió en Heliogábalo. Macrino trató de resistir, pero fue derrotado cerca de Antioquía, donde murió junto con su hijo. Heliogábalo envió una carta al Senado en la que prometía a seguir el ejemplo de Augusto y Marco Aurelio, y fue reconocido como emperador. Su entrata en Roma fue triunfal, y con él iban su madre, su tía y su abuela, que fueron las que realmente gobernaron en los años siguientes. Julia Mesa hizo que Heliogábalo adoptara a su primo Alexino, el hijo de Julia Mamea, que pasó a llamarse Marco Aurelio Severo Alejandro. El sobrenombre de Alexino o Alejandro se debe a que había nacido en (o cerca de) un templo dedicado a Alejandro Magno. Además recibió el título de César, lo que le convertía en heredero del Imperio. Una gran piedra negra, centro del culto a Elagabal en Emesa, fue llevada a Roma e instalada en el Palatino. Elagabal fue convertido en el dios supremo del Imperio, para disgusto de los romanos, que veían cómo la corte se teñía cada vez más de unas costumbres y ritos orientales en detrimento de la propia tradición romana. En 220 murió el general chino Cao Cao y su hijo Cao Pi asumió sus poderes. Más aún, aceptó la abdicación del último emperador Han y se proclamó a sí mismo emperador de Wei (el territorio que realmente dominaba). Así terminó la dinastía Han, al tiempo que el Imperio Chino se descomponía en tres reinos. En efecto, al año siguiente, en 221, Liu Bei afirmó pertenecer a la dinastía Han y, como legítimo heredero, se proclamó rey del estado de Shu Han, al oeste. Sun Quan acató en un primer momento la autoridad imperial de Cao Pi, pero a cambio de ser reconocido como rey de Wu, en el este. A partir de 222 su reino fue totalmente independiente de Wei. Ese mismo año murió Tertuliano. Unos años antes se había visto obligado a romper con la iglesia cartaginesa, pues era montanista y el montanismo había caído en la lista de las herejías, así que continuó su labor en una pequeña comunidad montanista cercana, desde donde siguió influyendo en el pensamiento cristiano de la época. También murió uno de los dos obispos de Roma, san Calixto, pero ello no resolvió el conflicto, pues sus partidarios eligieron como obispo a Urbano, así que Roma siguió teniendo dos obispos rivales: Urbano e Hipólito. Por último, también fue el año en que los romanos se cansaron definitivamente de su emperador impío Heliogábalo, de modo que él y su madre fueron asesinados por la guardia pretoriana. La piedra negra de Elagabal fue devuelta a Siria. No obstante, se respetó la sucesión prevista y el Imperio quedó en manos de su primo, Severo Alejandro. El nuevo emperador era menor de edad (tenía entre catorce y diecisiete años), así que su madre, Julia Mamea, ejerció de regente y su abuela, Julia Mesa, no perdió su influencia. La madre de Alejandro creó una comisión de senadores y prestigiosos legistas para aconsejar al gobierno. Entre ellos estaban Julio Paulo, que había sido en su día rival de Papiniano, Domicio Ulpiano, que, por el contrario, había sido su asesor mientras fue jefe de la guardia pretoriana (Heliogábalo lo había desterrado, pero ahora fue llamado de nuevo a Roma y se convirtió prácticamente en un primer ministro), y Modestino, discípulo de Ulpiano. En 224 el rey persa Ardacher I tenía bajo su mando a todos los poderes iranios y se enfrentó al rey parto Artabán IV, cuya dinastía era cada vez menos popular, ante las continuas y humillantes derrotas que había sufrido frente a los romanos. Se inició así una lucha entre partos y persas en la que cada vez los últimos ganaban más adeptos. En 226 murió Jula Mesa, la abuela de Severo Alejandro, con lo que Julia Mamea se convirtió en la única autoridad real de Roma. Aunque las reformas emprendidas tuvieron algún efecto, la vida política romana no recuperó la estabilidad de tiempos anteriores. En 228 Ulpiano fue víctima de una conjuración por parte de la guardia pretoriana, que lo odiaba, y fue asesinado. Artabán IV trató de llevar la guerra a territorio persa, pero fue derrotado y muerto en Ormuz, en la costa del golfo pérsico, tras lo cual Ardacher I marchó sobre Ctesifonte y allí fue reconocido como rey de lo que había sido el Imperio Parto, pero que ahora se convertía de nuevo en el Imperio Persa. Los historiadores se refieren a este nuevo Imperio Persa como Imperio Neopersa o Imperio Sasánida, para distinguirlo del anterior. Artabán IV es considerado como el último rey arsácida, si bien la dinastía siguió gobernando en Armenia durante varias generaciones. El nuevo Imperio Persa era mayor que el Parto, pues incluía a Persia y pronto absorbió a la mayor parte del Imperio Kusana, ya en decadencia, cuya dinastía de reyes tokarios conservó únicamente un reducido territorio en las regiones montañosas del actual Afganistán. Había aún más diferencias entre los dos Imperios: Ardacher I acabó con la estructura feudal parta y creó un fuerte estado centralizado. Además potenció el Mazdeísmo, que acabó erradicando la cultura y la religión griega. El mitraísmo sobrevivió, pues al fin y al cabo era una forma de Mazdeísmo. Los persas consideraban a su imperio como la prolongación del antiguo Imperio Persa fundado por Ciro II, y aspiraban a recuperar todos los territorios que había gobernado Darío I. Esto incluía Asia Menor, Siria y Egipto, que ahora eran posesiones romanas, lo que no auguraba buenas relaciones entre ambos imperios. Mientras tanto, Roma estaba aparentemente en calma. En 229 fue cónsul Dión Casio, que desde los tiempos de Septimio Severo había ido ocupando puestos relevantes, al tiempo que escribía libros de historia. De él tenemos una biografía de Cómodo y veinticinco de los ochenta libros que escribió en griego sobre la historia de Roma. Dispuso de buenas fuentes que usó con imparcialidad. Es sin duda el mejor historiador de la época. Alejandro trató hacer que las distintas religiones del Imperio convivieran en paz. Respetó a los judíos y se dice que hasta tenía una efigie de Jesucristo en su despacho. Así pues, la paz que los cristianos disfrutaban desde los tiempos de Caracalla no se vio interrumpida, lo que significa que pudieron continuar con sus luchas internas. En 230 murió san Urbano, el obispo de Roma, pero sus partidarios siguieron negándose a aceptar al otro obispo, Hipólito, y eligieron para el cargo a Ponciano. Las disensiones entre los partidarios de uno y otro debieron de provocar disturbios, porque las autoridades terminaron interviniendo y los dos obispos fueron desterrados y condenados a trabajar en las minas de Cerdeña. Los persas invadieron las provincias orientales del Imperio y el emperador tuvo que marchar al este. En su ausencia, los germanos atravesaron el Rin e hicieron correrías por las Galias. No se sabe muy bien cómo acabó la guerra contra Persia, pues Alejandro entró triunfante en Roma en 232, pero se sospecha que hubo más propaganda que victorias reales. Luego marchó a la Galia (con su madre detrás) y allí no encontró otra forma de deshacerse de los germanos que ofrecerles generosas sumas de dinero. Los soldados consideraron indigno este proceder y en 235 mataron al emperador y a su madre. Ese mismo año murió Dión Casio,
así
como los dos obispos de Roma, Ponciano e Hipólito, agotados por
el trabajo en las minas. Los cristianos de Roma habían
comprendido
que tener dos obispos enfrentados era un lujo que no se podían
permitir
en los tiempos que corrían (y menos aún ahora que acababa
de morir el emperador), así que no dudaron de que ambos obispos
habían tenido tiempo y ocasión de limar sus diferencias,
los declararon santos a los dos y se pusieron de acuerdo para elegir un
único obispo, Antero.
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