Proyecto Salón Hogar

JOSÉ MARÍA DE PEREDA
(1833-1906)


José María de Pereda y Sánchez se distinguió por su costumbrismo y su defensa de la tradición. Sus descripciones son de gran belleza y le colocan a la cabeza dentro de su género en la creación novelística española del siglo XIX.

Nació en Polanco, España siendo miembro de una familia tradicionalista y acomodada (la familia constó de 22 hijos) y estudió en el Instituto Cantabro de Santander. A los 19 años se radicó en Madrid con el fin de estudiar la carrera de artillería pero al no resultarle esta posibilidad se dedicó a su verdadera vocación: la Literatura; para hacer esto regresó a su región de Santander y dedicó el resto de su vida al manejo de su hacienda y a la creación de su obra. Uno de sus hermanos mayores le ayudó económicamente permitiéndole en esos años el sobrevivir como escritor.

Se describe a Pereda como: "Afable sin melosidades extremosas, sencillo con naturalidad y modesto sin afectación, de conversación franca y amena, con frecuencia ingeniosa y chispeante".

Perteneció a la Real Academia Española. El escritor Benito Pérez Galdós lo retrató como un hombre moreno y avellanado, regular estatura, con bigote y perilla de un carácter demasiadamente español y cervantinesco.

Entre sus obras: Bocetos al temple, Escenas montañesas (descripción de la población de Santander), Tipos y paisajes, El buey suelto, Tipos trashumantes, Don Gonzalo González de la Gonzalera, Pedro Sánchez, El sabor de la tierruca, Sotileza (tal vez su mejor novela, describe la vida de los pescadores de Santander), Peñas arriba (su obra más conocida), De tal palo tal astilla (protesta católica frente a las tendencias religiosas liberales preconizadas por su amigo Benito Pérez Galdós), La Montálvez (describe al mundo aristocrático), La puchera, Nubes de estío, Al primer vuelo.

El autor murió en Santander a los 73 años.

APARTES DE LA OBRA DE PEREDA

El cuarto era angosto, bajo de techo y triste de luz; negreaban a partes las paredes, que habían sido blancas, y un espeso tapiz de Roña, empedernía casi, cubría las carcomidas tablas del suelo. Contenía una mesa de pino, un derrengado sillón de vaqueta y tres sillas desvencijadas; un crucifijo con un ramo de laurel seco, dos estampas de la Pasión y un rosario de Jerusalén, en las paredes. (Sotileza)

Quién de los dos empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar, acaso fuera el río. Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo indudable es que el empuje fue estupendo, diérale quien le diera; es decir, el río para salir al mar, o el mar para colocarse en la tierra. Mientras el punto se aclara, supongamos que fue el mar, siquiera porque no se conciben tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase que no tiene doce leguas de curso. (La puchera)

Las razones en que mi tío fundaba la tenacidad de su empeño eran muy juiciosas, y me las iba enviando, por el correo, escritas con mano torpe, pluma de ave, tinta rancia, letras gordas y anticuada ortografía, en papel de barbas comprado en el estanquillo del lugar. Yo no las echaba en saco roto precisamente; pero el caso, para mí, era de meditarse mucho, y por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo, se fue pasando una buena temporada. (Peñas arriba)

Las plantas del Norte se marchitan con el sol de los trópicos. Las esclavizadas razas de Mahoma se asfixian bajo el peso de la libertad europea. El sencillo aldeano de nuestros campos, tan risueño y expansivo entre los suyos, enmudece y se apena en medio del bullicio de la ciudad. Todo lo cual no nos priva de ensalzar las ventajas que tienen las cármenes de Granada sobre las estepas de Rusia, ni de empeñarnos en que usen tirillas y fraque las cabilas de Anghem, y en que dejen sus tardas yuntas por las veloces locomotoras nuestros patriarcas campesinos. (Escenas montañescas)

"No tiene escape; denme ustedes un aire puro, y yo les daré una sangre fría; denme una sangre fría y yo les daré humores bien equilibrados; denme los humores bien equilibrados y yo les daré una salud de bronce; denme finalmente, una salud de bronce, y yo les daré el espíritu honrado, los pensamientos nobles y las costumbres ejemplares. In corpore sano, mens sana. Es cosa vista. Salvo siempre, y por supuesto, los altos designios de Dios" (Al primer vuelo)

Trepando por la vertiente occidental de un empinado cerro se retuerce y culebrea una senda, que a ratos se ensancha, y a ratos se encoge, cual si estas contracciones de sus contornos fueran obra de unos pulmones fatigados por la subida; y buscando las puntas más salientes, como para asirse a ellos, tan pronto traviesa, partiéndole en dos, un ancho matorral, como se desliza por detrás de una punta de blanquecinas rocas. Así va llegando hasta la cima. (Don Gonzalo.)

La cajiga aquella era un soberbio ejemplar de su especie: grueso, duro y sano como una peña el tronco, de retorcida veta, como la filástica de un cable; las ramas horizontales, rígidas y potentes, con abundantes y entretejidos ramos; bien picadas y casi negras las espesas hojas; luego, otras ramas, y más arriba, otras, y cuanto más altas, más cortas, hasta concluir en débil horquillas que eran la clave de aquella rumorosa y oscilante bóveda. (El sabor de la tierruca).