José María de Pereda y Sánchez se distinguió por su costumbrismo y su
defensa de la tradición. Sus descripciones son de gran belleza y le
colocan a la cabeza dentro de su género en la creación novelística
española del siglo XIX.
Nació en Polanco, España siendo miembro de una familia
tradicionalista y acomodada (la familia constó de 22 hijos) y estudió en
el Instituto Cantabro de Santander. A los 19 años se radicó en Madrid
con el fin de estudiar la carrera de artillería pero al no resultarle
esta posibilidad se dedicó a su verdadera vocación: la Literatura; para
hacer esto regresó a su región de Santander y dedicó el resto de su vida
al manejo de su hacienda y a la creación de su obra. Uno de sus hermanos
mayores le ayudó económicamente permitiéndole en esos años el sobrevivir
como escritor.
Se describe a Pereda como: "Afable sin melosidades extremosas,
sencillo con naturalidad y modesto sin afectación, de conversación
franca y amena, con frecuencia ingeniosa y chispeante".
Perteneció a la Real Academia Española. El escritor Benito Pérez
Galdós lo retrató como un hombre moreno y avellanado, regular estatura,
con bigote y perilla de un carácter demasiadamente español y
cervantinesco.
Entre sus obras: Bocetos al temple, Escenas montañesas (descripción
de la población de Santander), Tipos y paisajes, El buey suelto, Tipos
trashumantes, Don Gonzalo González de la Gonzalera, Pedro Sánchez, El
sabor de la tierruca, Sotileza (tal vez su mejor novela, describe la
vida de los pescadores de Santander), Peñas arriba (su obra más
conocida), De tal palo tal astilla (protesta católica frente a las
tendencias religiosas liberales preconizadas por su amigo Benito Pérez
Galdós), La Montálvez (describe al mundo aristocrático), La puchera,
Nubes de estío, Al primer vuelo.
El autor murió en Santander a los 73 años.
APARTES DE LA OBRA DE PEREDA
El cuarto era angosto, bajo de techo y triste de luz; negreaban a
partes las paredes, que habían sido blancas, y un espeso tapiz de Roña,
empedernía casi, cubría las carcomidas tablas del suelo. Contenía una
mesa de pino, un derrengado sillón de vaqueta y tres sillas
desvencijadas; un crucifijo con un ramo de laurel seco, dos estampas de
la Pasión y un rosario de Jerusalén, en las paredes. (Sotileza)
Quién de los dos empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar,
acaso fuera el río. Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo
indudable es que el empuje fue estupendo, diérale quien le diera; es
decir, el río para salir al mar, o el mar para colocarse en la tierra.
Mientras el punto se aclara, supongamos que fue el mar, siquiera porque
no se conciben tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase que no
tiene doce leguas de curso. (La puchera)
Las razones en que mi tío fundaba la tenacidad de su empeño eran muy
juiciosas, y me las iba enviando, por el correo, escritas con mano
torpe, pluma de ave, tinta rancia, letras gordas y anticuada ortografía,
en papel de barbas comprado en el estanquillo del lugar. Yo no las
echaba en saco roto precisamente; pero el caso, para mí, era de
meditarse mucho, y por eso, entre alegar él y meditar y responderle yo,
se fue pasando una buena temporada. (Peñas arriba)
Las plantas del Norte se marchitan con el sol de los trópicos. Las
esclavizadas razas de Mahoma se asfixian bajo el peso de la libertad
europea. El sencillo aldeano de nuestros campos, tan risueño y expansivo
entre los suyos, enmudece y se apena en medio del bullicio de la ciudad.
Todo lo cual no nos priva de ensalzar las ventajas que tienen las
cármenes de Granada sobre las estepas de Rusia, ni de empeñarnos en que
usen tirillas y fraque las cabilas de Anghem, y en que dejen sus tardas
yuntas por las veloces locomotoras nuestros patriarcas campesinos.
(Escenas montañescas)
"No tiene escape; denme ustedes un aire puro, y yo les daré una
sangre fría; denme una sangre fría y yo les daré humores bien
equilibrados; denme los humores bien equilibrados y yo les daré una
salud de bronce; denme finalmente, una salud de bronce, y yo les daré el
espíritu honrado, los pensamientos nobles y las costumbres ejemplares.
In corpore sano, mens sana. Es cosa vista. Salvo siempre, y por
supuesto, los altos designios de Dios" (Al primer vuelo)
Trepando por la vertiente occidental de un empinado cerro se retuerce
y culebrea una senda, que a ratos se ensancha, y a ratos se encoge, cual
si estas contracciones de sus contornos fueran obra de unos pulmones
fatigados por la subida; y buscando las puntas más salientes, como para
asirse a ellos, tan pronto traviesa, partiéndole en dos, un ancho
matorral, como se desliza por detrás de una punta de blanquecinas rocas.
Así va llegando hasta la cima. (Don Gonzalo.)
La cajiga aquella era un soberbio ejemplar de su especie: grueso,
duro y sano como una peña el tronco, de retorcida veta, como la
filástica de un cable; las ramas horizontales, rígidas y potentes, con
abundantes y entretejidos ramos; bien picadas y casi negras las espesas
hojas; luego, otras ramas, y más arriba, otras, y cuanto más altas, más
cortas, hasta concluir en débil horquillas que eran la clave de aquella
rumorosa y oscilante bóveda. (El sabor de la tierruca).