Porfirio Barba Jacob fue el seudónimo que empleara el escritor Miguel
Angel Osorio Benítez para producir una importante parte de su obra y es
el nombre con el cual se le conoce alrededor del mundo.
Nació en Santa Rosa de Osos, Antioquia, Colombia y fue criado por sus
abuelos en la ciudad de Angostura. Sintió la vocación literaria desde
temprano y en especial cultivó la poesía.
A lo largo de la vida empleó diferentes seudónimos como el de Ricardo
Arenales. Su vida fue bohemia y trashumante. Abandonó Colombia en los
comienzos del siglo y vivió y trabajó en diferentes países tales como
México, Perú, Guatemala, Salvador, Honduras, Cuba; de la mayoría de
ellos fue expulsado por sus ideas revolucionarias. A partir de 1930 se
radicó en México donde permaneció hasta su muerte.
En su misma autobiografía dijo Barba Jacob: "Soy antioqueño, de la
raza judaica, gran productora de melancolía y vivo como un gentil que no
espera ningún Mesías o como un pagano acerbo en la Roma decadente. Un
frío agudo análisis me veda la aceptación del testimonio de los sentidos
como otra cosa que un engaño; y en cuanto a las nebulosas de la
Metafísica o de la Teología no han alcanzado a domar la rebelión de mi
inteligencia, y la belleza no me parece una dádiva que compense los
dolores del pensamiento".
Barba Jacob perteneció a la llamada generación de 1910 o del
Postmodernismo la cual se considera de influencia cultural especial por
su aporte a la separación intelectual. De él dijo Alfonso Junco: "Hombre
especial, contradictorio, espectacular, hiperbólico en el decir y el
vivir, tenía humos de rey y profundidades campesinas, vuelcos de fausto
y de inopia, complicadas desviaciones y limpias nostalgias. Temblando de
niñez y renacido a un alba de inocencia, lo halló la muerte".
Entre sus poemas: Canciones y elegías, En loor a los niños, Rosas
negras, Poemas intemporales, La canción profunda y otros poemas, El
corazón iluminado, Antorcha contra el viento.
Su estilo fue sonoro, modernista, profundo y lleno de sentimiento y
de sensibilidad humana. Su obra reflejó sus inquietudes metafísicas y
esto lo demuestran versos como los siguientes:
Ay! Pero en el misterio en que vivimos, La cotidiana, múltiple
emoción Como no encuentra un verso que la exprese Se ahoga en el sepulto
corazón Y están sin voz, perennemente mudos, Sin quien venga su espíritu
a decir, El sol, la brizna, el niño, y el terrible Misterio de nacer y
de morir. (Canción ligera).
Tras llevar una vida errante y atormentada, el poeta murió a los 59
años de edad en la ciudad de México, víctima de la tuberculosis y en
medio de la pobreza. Barba Jacob no ha recibido nunca dentro de Colombia
el reconocimiento que merece por su creación, y un reflejo del olvido de
que ha sido víctima, lo puede atestiguar quien escribe estas líneas:
habiendo visitado en varias ocasiones la ciudad de Santa Rosa, en épocas
diferentes, no oyó nunca mencionar, durante ninguna de ellas, una sola
vez, el nombre de Barba Jacob.
POEMAS DE BARBA JACOB:
CANCIÓN SIN NOMBRE.
Decid cuando yo muera. Y el día esté lejano!:
Soberbio y desolado, lúbrico y turbulento,
De mortales deliquios en tinieblas insaciado,
Era una llama al viento.
Vagó, sensual y libre, por las islas de América.
En los pinos de Honduras vigorizó el aliento
En Méjico hubo impulsos de ardor y rebeldía
Y libertad y fuerza. Era una llama al viento.
De simas no sondadas subía a las estrellas.
Un gran dolor humano vibraba por su acento.
Fue sabio en su delirio, y humilde, humilde, humilde,
Porque no es nada una llamita al viento.
Y supo cosas lúgubres, tan hondas y letales
Que nunca humana lira jamás esclareció,
Y nadie aun ha medido su afán y su lamento.
Era una llama al viento y el viento la apagó.
CANCIÓN DE LA VIDA PROFUNDA
El hombre es cosa vana, variable y ondeante Montaigne.
Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, como las leves briznas
al viento y al azar. Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonríe. La
vida es clara, undívaga y abierta como un mar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles, como en abril el
campo, que tiembla de pasión: bajo el influjo próvido de espirituales
lluvias, el alma está brotando florestas de ilusión.
Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos... -¡niñez en el
crepúsculo!, ¡lagunas de zafir!- que un verso, un trino, un monte, un
pájaro que cruza, y hasta las propias penas nos hacen sonreír.
Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos, como la entraña
oscura de oscuro pedernal: la noche nos sorprende con sus profusas
lámparas, en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.
Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos, que nos depara en
vano su carne la mujer: tras de ceñir un talle y acariciar un seno, la
redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.
Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres, como en las noche
lúgubres el llanto del pinar. El alma gime entonces bajo el dolor del
mundo, y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Mas hay también ¡oh Tierra! un día... un día... un día en que levamos
anclas para jamás volver... Un día en que discurren vientos
ineluctables. ¡Un día en que ya nadie nos puede retener!