Albert Camus el gran escritor, filósofo y dramaturgo argelino-francés,
nació en Mondovi, Argelia. Perdió a su padre muy temprano y su madre fue
sordomuda. Vivió muy pobremente sus primeros años, logrando sin embargo
estudiar en la Universidad de Argel, graduándose en magistratura.
La tuberculosis le troncó esa carrera y se dedicó al periodismo y la
literatura. Trató de explicar la existencia del humano actual y muchos
no entendieron su mensaje realista y patriótico. Se radicó en París en
1940. Cultivó la novela y el drama en especial, obteniendo el Premio
Nóbel de Literatura en 1957.
Entre sus obras: El derecho y el revés, Bodas, El extranjero (obra
con la cual atacó poderosamente la intolerancia y el fanatismo
religiosos), El Mito de Sísifo, Calígula, El malentendido, La peste
(obra de extraordinario contenido filosófico y llena de amor y deseo de
ayuda hacia el prójimo sufriente), El estado de sitio, El hombre rebelde
(en ella Camus hace un estudio profundo de la mentalidad de todo rebelde
desde el fanático político hasta el racional filosófico), Los justos, La
caída, El exilio y el reino.
Sus últimos años fueron atormentados por la revolución argelina cada
día más irracional y sanguinaria. Camus fue uno de los grandes
escritores franceses dotado de gran honestidad y tolerancia en un mundo
dominado por el fanatismo y la violencia.
Cuando viajaba hacia París con un amigo, murió el gran escritor en un
accidente de carro, el cual le cortó la vida prematuramente a uno de los
grandes escritores de la civilización occidental.
PENSAMIENTOS Y APARTES DE LA OBRA DE CAMUS:
Intelectual: alguien cuya mente se vigila a sí misma (Carnets)
La política y la suerte de la raza humana son formadas por hombres
sin ideas y sin grandeza. Aquellos que tienen grandeza dentro de sí
mismos no hacen la política. (Carnets)
El absurdo es la noción esencial y la primera verdad. (El mito de
Sísifo)
No hay sino un problema filosófico verdaderamente serio, y es el del
suicidio. El juzgar si la vida justifica el vivirse o no, equivale a
responder la pregunta fundamental de la filosofía. (El mito de Sísifo)
El hombre se encuentra frente a frente con lo irracional, siente
dentro de sí su deseo por la felicidad y por la razón. El absurdo nace
de esta confrontación entre la necesidad humana y el irrazonable
silencio del mundo. (El mito de Sísifo)
No hay destino que no pueda ser sobrepasado por el desprecio. (El
mito de Sísifo)
La lucha misma hacia la cima es suficiente para llenar el corazón
humano. Uno debe imaginar a Sísifo feliz. (El mito de Sísifo)
Mamá murió hoy. O quizás fue ayer, no lo sé. (El extranjero)
Puede uno llegar a ser santo sin Dios? Este es el único problema
concreto que hoy conozco. (La peste)
Hay más cosas de admirar en el humano que de despreciar. (La peste)
¿Qué es un rebelde? Un hombre que dice no. ( El hombre rebelde)
Todas las revoluciones modernas han terminado en un refuerzo del
Estado. (El hombre rebelde)
Usted sabe lo que es el encanto: Una manera de obtener el sí sin
haber hecho una pregunta clara. (La caída)
Todos insisten en su inocencia, a toda costa, aún si ello significa
acusar el resto de la raza humana y aún el cielo. (La caída)
Es cierto que raramente confiamos en aquellos que son mejores que
nosotros. (La caída)
Una novela nunca es más que una filosofía puesta en imágenes.
Todo lo que sé con certitud acerca de la moralidad y la obligación
humanas, lo debo al fútbol. (Lo que le debo al fútbol.
Hace dos años, conocí a una mujer vieja. Sufría de una enfermedad que
casi la mató. Todo su lado derecho se encontraba paralizado. Sólo la
mitad de ella estaba en este mundo, en tanto que la otra mitad le era ya
extraña. Esta anciana dama, activa y conversadora había sido reducida al
silencio y a la inactividad. Sola día tras día, poco educada, no muy
sensible, toda su vida se encontraba reducida a Dios. Ella creía en Él.
La prueba es que tenía un rosario, una estatua de Cristo en plomo, y una
en piedra de San José llevando al Niño Dios. Ella dudaba que su
enfermedad fuera incurable pero mantenía lo contrario a fin de llamar la
atención de la gente. Para todo lo demás ella confiaba en el Dios que
amaba tan pobremente. Algún día alguien le puso atención. Un hombre
joven (él creía que había una verdad y sabía además que esta mujer iba a
morir, sin preocuparse de resolver esta contradicción) El se había
interesado de manera generosa en el aburrimiento de la mujer. Lo
sintió... Y su interés fue de una gran ayuda para la enferma. Ella le
decía sus penas con ánimo: se encontraba al final de su camino y usted
tenía que dejar el lugar para la generación que seguía. Se aburría ella?
Claro que sí. Nadie le hablaba. La habían colocado en su esquina, como a
un perro. Mujer, acaba de una vez por todas. Ella preferiría morir que
ser una carga para nadie... (Ironía)
Pero donde me encuentro ahora? Y como puedo separar esta cafetería
vacía de aquella habitación en mi pasado? No sé ya si estoy viviendo o
recordando. Las razas del futuro están aquí. Y el árabe está de pie
frente a mí diciéndome que va a cerrar. Debo salir. Yo no deseo más
hacer bajadas tan peligrosas. Es verdad, cuando doy una última mirada
hacia la bahía y a su luz, que lo que me llena no es la esperanza de
mejores días, sino una indiferencia primitiva y serena hacia todo y
hacia mí. Pero debo romper con esta curación fácil. Necesito mi lucidez.
Sí, todo es simple. Son los hombres quienes complican las cosas. No les
permitan decirnos ninguna historia. No les permitan decir acerca del
hombre condenado a muerte: "Va a pagar su deuda a la sociedad", sino:
"Van a cortarle su cabeza", puede parecer como nada, pero hace una
pequeña diferencia. Algunas personas prefieren mirar su destino frente a
frente... (Entre sí y no)
Sé que estoy equivocado, que no podemos darnos de manera completa. De
otra manera, no podríamos crecer... Pero no hay límites al amor, y qué
me puede importar el soportar mal la cosa, si lo puedo abrazar todo? Hay
mujeres en Génova cuya sonrisa amé por toda una mañana. No las volveré a
ver jamás y ciertamente nada es tan simple. Pero la palabra nunca,
apagará la llama de mi arrepentimiento. Miré las palomas volar y pasar
el laguito en el convento de San Francisco, y olvidé mi sed. Pero un
momento regresó siempre, en el cual me sentí sediento de nuevo... (Amor
a la vida)
En la primavera, Tipasa es habitada por los dioses y los dioses
hablan en el Sol y en el aroma de las hojas de ajenjo, en la armadura de
plata del mar, en el azul puro del cielo, las ruinas cubiertas de
flores, y las grandes burbujas de luz entre los grupos de piedras. A
ciertas horas del día el campo se encuentra oscurecido de luz solar. Los
ojos tratan en vano de percibir algo más que las gotas de luz y los
colores que tiemblan en las pestañas. El aroma pesado de las plantas
hiere la garganta y sofoca en el vasto calor. A lo lejos, apenas puedo
distinguir la masa negra de Chenoua, sembrada en las colinas alrededor
de la villa, moviéndose con lento y pesado ritmo hasta finalmente
acurrucarse en el mar... (Bodas de Tipasa)
Por el momento al menos, el choque de las olas contra la playa sin
fin, vino hacia mí a través de un espacio danzante con polen dorado.
Mar, tierra, silencio, aromas de estas tierras. Yo bebería a plenitud
una vida plena de aromas, hundiendo mis dientes en la fruta del mundo,
dorada ya, y dominarlo por la sensación de su jugo fuerte y dulce,
corriendo por mis labios. No, no éramos ni yo ni el mundo los que
cantábamos, sino solamente la armonía y el silencio que da nacimiento al
amor entre nosotros. Un amor que yo no fui lo suficientemente alocado
para reclamar como propio, orgullosamente. Consciente de que lo comparto
con toda una raza nacida en el sol y el mar, viva y vigorosa, llena de
grandeza obtenida de su simplicidad; y de pie en la playa, sonriendo en
complicidad ante el brillo de sus cielos. (Bodas en Tipasa)
A menudo son secretos los amores que tenemos con las ciudades.
Ciudades antiguas como París, Praga y aún Florencia, se cierran sobre sí
mismas hasta el punto de limitar su dominio. Pero Argel y otras pocas
ciudades costeras privilegiadas, se abren al cielo como una boca o una
herida. De lo que uno se puede saciar en Argel es de aquello de lo cual
todos participan: el mar, visible desde todos los rincones, una cierta
pesadez de la luz del sol, la belleza de su gente. Y como es usual, tal
generosidad y falta de vergüenza, emite un perfume más secreto. En París
uno puede anhelar espacio y aleteos. Aquí, finalmente el hombre tiene
todo lo que necesita, y sus deseos así asegurados, pueden dar la medida
de sus riquezas. (Verano en Argel)