H istoricamente los primeros habitantes de
Borikén (nombre indigena de la isla), eran conocidos como los arcaicos,
estos ya habitaban la isla desde el segundo siglo antes de la era cristiana.
Según nuestros historiadores estos provinieron de (Suramerica) a
través de las Antillas Menores. Hay otros historiadores que piensan que
estos llegaron de la península de la Florida, en (Norteamerica)
o de la de Yucatán, en (Centroamerica).
E n aquellas comunidades tribales, que no
se conocían la agricultura ni el arte de la cerámica, estos indigenas
debieron viajar en rústicas balsas de troncos por razones que hoy se
desconocen. Todo parece indicar que prefirieron las zonas costeras para
establecer sus pequeñas comunidades con sus (bateyes). Los pocos restos
arqueológicos que de ellos se han localizado en Puerto Rico, están Utuado, (parque
ceremonial Tibes) en Loíza y en Vieques. Estos indigenas dependian para su
subsistencia del recogido de frutos silvestres, de la pesca en ríos y mares
y de la cacería menor, especialmente, de los pocos mamíferos y de la amplia
diversidad de reptiles y aves que habitaban la isla de Borikén.
C asi toda su
cultura y religiosidad son prácticamente desconocidos. Se sabe que tenían
algún tipo particular de creencia religiosa. Esto se puede deducir ya que se
han encontrado depóstitos funerarios ligados a la tradición arcaica que
demuestran que preparaban sus cadáveres y los enterraban en cavernas en
posición extendida. Todo ello demuestra la existencia de un ritual mortuorio
complejo. Asociados a los restos se han encontrado navajas de pedernal y
caracol y morteros de piedra que debieron ser utensilios de uso diario de
estas comunidades.
T odo tiende a indicar que que desde el
primer o segundo siglo después de la era cristiana, la isla sintió el arribo
de una nueva comunidad indígena: los aruacos. Éstos habían partido del norte
de la América del Sur presionados por otras comunidades continentales.
Dominaban unas técnicas más complejas que los arcaicos como, la navegación
en canoas, la agricultura y la elaboración de la cerámica, entre otras. A
aquella economía centrada en la agricultura le correspondía un ordenamiento
social y cultural distinto del de los arcaicos.
O tras comunidades aruacas en general
podían sostener poblaciones más numerosas y estructuras de poder político
más complejas. Los aruacos insulares aprendieron a combinar los recursos que
les ofrecía una agricultura centrada en tubérculos como la yuca y sus
derivados y otros vegetales, con la cacería, la pesca y la recolección de
frutos tropicales. Todo tiende a indicar que, desde su asentamiento en la
isla, manifestaron unas prácticas culturales y rituales distintivas.
R elativamente en general para los
aruacos la mujer significó mucho por su capacidad reproductiva. El hecho de
que ella fuese el agente concreto para perpetuar la comunidad, influyó
decisivamente en el tipo de tareas que la misma desempeñaba en el orden
social y en el diseño del poder comunal. También el juego de pelota conocido
como batú o batey posteriormente, el culto al cemí o ídolo de tres puntas
para fines agrarios, los enterramientos tanto en cavernas como en descampado
con los cadáveres en posición fetal o en cuclillas, fueron elementos comunes
a los aruacos insulares desde el 100 d.C. hasta el 1550.
A.
simismo esto no significa que las comunidades aruacas de todo ese largo
período de tiempo fueran totalmente uniformes. Los investigadores han podido
distinguir al menos tres distintas fases de desarrollo de los aruacos en
Puerto Rico. En primer lugar, la fase de los saladoides, que fueron los que
arribaron a la isla en el 100-200 d. C. Se han ubicado restos de los mismos
también en Loíza y Vieques. Éstos se distinguieron por su asombroso dominio
de la cerámica adornada con diseños geométricos y variados colores. En
segundo lugar, la fase ostionoide cuya fecha media es el 500 d. C. y cuyos
restos se han descubierto en Cabo Rojo, Luquillo y Hormigueros. Aunque
algunos expertos creen que se trata de otra inmigración de América del Sur,
otros alegan que no son sino una adaptación de la mezcla biológica y
cultural de los arcaicos y los saladoides. En vista de esto se les conoce
también como pre-taínos y se les interpreta como la primera comunidad
indígena autóctona. Se sabe que tenían mejores técnicas agrarias que sus
antecesores y que su cerámica, aunque no era tan refinada como la saladoide,
se distinguía por la ausencia de colores y el predominio de los diseños de
rostros semihumanos y de animales en las asas de sus vasijas.
G racias a que la fase taína, ya había
madurado hacia el año 1000 d. C. es la mejor conocida del pasado indígena
insular y de la que guardamos mayor información. Después de todo, ellos
fueron testigos y víctimas de la conquista española y sus restos
arqueológicos han sido identificados y estudiados desde hace más de 150 años
en Puerto Rico. En gran medida los taínos representan una síntesis de
nuestro pasado indígena.
Los yacimientos más notables de esta fase se hallan en Villa Taína en Cabo
Rojo, Santa Elena en Toa Baja y Capá en Utuado, zona esta última donde se
encuentra el centro ceremonial de Caguana. Los taínos en general se
caracterizaron por su eficiente agricultura, por lo que podían sostener
poblaciones más numerosas, y su capacidad para elaborar todo tipo de objetos
en piedra pulida. Son famosos sus codos, sus cinturones, sus cemíes (ídolos),
sus dujos (asientos) y sus monolitos de profundo significado mágico.
A lrededor de su complejo orden social se
centraban los caciques o cacicas. Estos estaban al mando de la tribu,
y por lo tanto, disfrutaban de una mejor vivienda, conocida como el caney, y
de ciertos privilegios. Los nitaínos, o nobles, eran auxiliares de los
caciques. Los behiques, o shamanes, estaban encargados de la magia y las
curaciones, y a la masa del poblado que desempeñaba los trabajos más
dificultosos, se le conocía como naborias. Esta estratificación sorprendió a
los primeros europeos que pusieron pie en las islas entre 1492 y 1493. Su
religiosidad natural y su explicación de los misterios vitales, todo ello
recogido por el fraile Román Pané en la Española desde 1494, demuestra que
aquellos indígenas tenían respuestas para la mayor parte de las preguntas
fundamentales de cualquier ser humano.
R edunda la influencia de los taínos en la
configuración de la imagen de "lo puertorriqueño" y esto ha sido notable en
varios aspectos. En el mundo del lenguaje, especialmente en la nominación de
lugares y espacios, es obvia. Más de 500 palabras del español de Puerto Rico
tienen origen arauco insular. A pesar de que no es tan notable, su influjo
étnico y en el orden de la vida cotidiana del puertorriqueño es patente. En
el ámbito alimentario (yuca, yautía, ají) y en el mobiliario (hamaca),
también radican claves para estudiar nuestras características culturales.
C omo un asunto no resuelto del pasado
indígena sigue siendo la cuestión de la cultura caribe insular. Los
investigadores discrepan en cuanto a si los mismos son parientes de los
aruacos, o si se trata de una comunidad distinta y agresiva. Las
descripciones que se recogen de los caribes representan unas agrupaciones
humanas étnica y culturalmente distintas de los taínos, hecho que no niega
la posibilidad del parentesco.
I ndican los documentos de los
conquistadores, que la convivencia de taínos y caribes antes de la presencia
europea acarreó conflictos. Los mismos revelan que, después de la conquista,
caribes y taínos se unieron para batallar contra el invasor europeo. Es
posible que la presencia caribe comenzara a ser notable en la costa este de
Puerto Rico desde el 1450 y que ya para fines del siglo 15 hubieran tocado
la isla de Vieques y la región de Naguabo. Su importancia es más que
evidente. Al fin y al cabo, este mar agresivo, el Caribe, que tanto trabajo
tomó conquistar a los europeos, lleva hasta el presente su nombre.
A si mismo de una manera o de otra,
todos estas comunidades están en el cimiento de la memoria colectiva del
pueblo puertorriqueño. No podemos hablar de la historia de Puerto Rico sin
pensar en aquellos lejanos parientes que estaban aquí desde mucho antes de
la llegada de los primeros europeos en 1493.
Más
allá de los mares que circundaban a los primeros habitantes de Boriquén; en
lo que para ese entonces era un mundo desconocido, un navegante genovés
llamado Cristóbal Colón había emprendido una aventura que cambiaría la faz
de la tierra. Tras la conquista del reino de Granada y la expulsión de los
moros, los Reyes Católicos, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla apoyaron
la aventura propuesta por Colón en aras de consolidar su reino y sus
riquezas. El almirante partió en 1492 desde el puerto de Palos en una ruta
que pensaba lo llevaría a las Indias. Su primer viaje fue uno repleto de
dificultades e incredulidad por parte de los tripulantes. Mientras tres
frágiles carabelas atravesaban un océano misterioso que parecía inacabable
(el Atlántico), un nuevo mundo, al que llamaron las Indias Occidentales, se
abría ante la mirada curiosa de los conquistadores. El 12 de octubre de 1492
avistaron a Guanahaní (San Salvador), luego otras islas de la Bahamas. Cuba
y la Española también fueron objeto de ese primer encuentro entre dos mundos.
Un
año después, en el 1493, Cristóbal Colón emprendía su segundo viaje de
exploración. Luego de la gran hazaña de 1492 y superadas las dudas sobre la
existencia de nuevas tierras allende el limitado horizonte que conocían los
europeos, esta vez estaría al mando de diecisiete embarcaciones y de más de
mil hombres ávidos de aventura. El poder de los Reyes Católicos se
fortaleció cuando el Papa Alejandro VI emitió una Bula en mayo de 1493 que
les otorgaba a Fernando e Isabel y a sus herederos derechos absolutos en las
tierras descubiertas y las que estaban por descubrirse.
El
encuentro con Dominica y Marigalante y la cadena de islas que hoy forman las
Antillas Menores deslumbró a los conquistadores. No fue hasta el 19 de
noviembre de 1493 que desembarcaron en una isla llamada Boriquén a la cual
se le bautizó con el nombre de San Juan Bautista. Su estadía fue breve, y
sería en el 1508, cuando comenzaría el proceso de colonización.
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