Generalmente, toda oración está compuesta por dos partes: un sujeto y un predicado. En el sujeto encontramos la persona, entidad u objeto que protagoniza la acción.
En el predicado, encontramos la acción en sí misma. Así, en el sujeto es donde encontramos al hacedor de la acción definido y/o identificado, aunque este protagonista puede perfectamente ser una persona, un animal o una cosa.
El sujeto, por decirlo con otras palabras, es el encargado de informarnos sobre “quién” realiza la acción, o bien “quién la causa” o bien “quién la padece”, dependiendo de su tipología. De esta manera, y si tomásemos como ejemplo una oración como esta: “El actor decidió rechazar la oferta”, podríamos averiguar cuál es el sujeto haciendo la siguiente pregunta: “¿quién decidió rechazar la oferta?”. Y en este caso, tanto el sujeto como nuestra respuesta sería “el actor”.
Por situarnos históricamente y añadir algo de información a este contexto, diremos que la palabra “sujeto” proviene de otra vieja palabra del latín, en concreto subiectus, palabra de la que también se ha derivado subjetivo y subjetividad, todas ellas relacionadas con la persona y el punto de vista propio. Subiectus, en efecto, significa hace dos milenios lo mismo que significa ahora sujeto.
Como en todas las cuestiones gramaticales, es natural que no existe un único tipo de sujeto. En realidad existen muchos. Por ejemplo, el sujeto puede tener un único núcleo gramatical, y cuando esto ocurre se llama sujeto simple. Pero también puede tener dos núcleos, y en ese caso llama sujeto compuesto. Por otra parte, y esto nos interesa especialmente, el sujeto no siempre aparece en la oración. Cuando aparece se le conoce como sujeto expreso o sujeto explícito. Cuando no lo hace tenemos dos opciones: puede que, por el contexto de la oración, pueda ser inferido o presupuesto, y en ese caso se llama sujeto tácito, o puede que simplemente no exista, en cuyo caso estaríamos hablando de una oración impersonal.
El sujeto tácito, que es el que nos interesa aquí, también se llama elíptico, y es, como decimos, el que a pesar de existir no aparece en la oración. Gracias a la riqueza de nuestro idioma, podemos inferir de quién se habla sin hacer una referencia explícita.
Sin embargo, hay que se consciente de que el sujeto tácito aparecerá, casi exclusivamente, en medio de un contexto conocido por el emisor y el receptor. Si decimos, por ejemplo: “Me invitó a tomar una copa”, la oración sólo tendrá sentido si nuestro receptor conoce de quién estamos hablando.
Por otra parte, existen oraciones en el que es obvio de quién se habla. Por ejemplo, si decimos que “Han vuelto a subir el precio de la gasolina”, no hace falta decir quién ha sido.