Había oído hablar mucho sobre la bahía fosforescente de La Parguera, pero nunca había ido a verla. Por suerte, los papas de Charito organizaron un viaje y me invitaron. Mis padres me dieron permiso porque conocían muy bien a esa familia y porque la mamá de Charito llamó por teléfono a casa para insistir. Comenzó nuestro viaje por la autopista que va para Ponce. Hacía bastante fresco, y el sol parecía que brillaba más que nunca. Al llegar teníamos mucha hambre, pero por suerte había una gran cantidad de sitios para comer. Los papas de Charito comieron pescado frito con tostones y Chari y yo comimos mofongo. ¡Teníamos la barriga a punto de explotar! Después de almorzar dimos un paseo por el pueblo y por la orilla del mar. La mamá de Chari nos explicó que gran parte de la costa está formada por manglares donde viven peces muy variados. Allí las aguas son poco profundas y las olas sólo alcanzan un pie de alto. En la parte menos profunda de la orilla del mar viven grandes grupos de algas y arrecifes de coral. —Son tan hermosos que parecen verdaderos jardines —concluyó la mamá de Chari.
Cuando cayó la noche el lugar se cubrió de magia. Comenzó el paseo en lancha. La brisa nocturna alborotaba nuestro pelo. Muchas veces los viajes por agua, sobre todo si es de noche, nos pueden dar miedo. En este caso ni Charito ni yo estábamos asustadas ya que queríamos descubrir el gran secreto de La Parguera. El capitán de la lancha paró el motor y nos pidió que miráramos al agua. El mar reflejaba cientos de estrellas, pero cuando miramos al cielo no había ni una sola. ¡Qué cosa más extraña! El agua de la bahía fosforescente nos mostraba su cara. Tenía su propio cielo, con estrellas que relucían con mucha fuerza. Comprendimos que el secreto de La Parguera era ese pedazo de cielo en el mar. Se trataba de pequeñas luces que brillaban en la profundidad del agua. ¿Qué podría ser aquello?
Esa luz era creada por pequeños organismos que brillan en la oscuridad, nos dijo el capitán de la lancha. La entrada a la bahía era muy estrecha. Las olas eran tan bajitas que casi no llevaban el agua hacia afuera. Por eso estos organismos luminosos se habían acumulado allí. Esa noche nos quedamos a dormir en un hotel y al día siguiente, domingo, regresamos a casa para almorzar. Enseguida les conté todo a mis hermanos, a mis primos y a mis vecinos. El lunes siguiente le expliqué a mi maestra la experiencia tan maravillosa que habíamos tenido Charito y yo. La maestra nos felicitó y nos dijo a todos que era necesario que amáramos nuestros recursos naturales. Leí a mis compañeros de clase un poema que escribí mientras recordaba esa aventura:
El pasadía en La Parguera era como un sueño: me miré en un espejo de inspiración infantil. Sólo veía estrellas que parecían venir del cielo, pero me engañaba: eran estrellas luminosas hijas del mar.
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