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EMILE ZOLA - ALEGATO J´ACUSSE
Alegato en favor del capitán Alfred Dreyfus, dirigido por el escritor Emile Zola mediante una carta abierta al presidente de Francia, M. Felix Faure y publicada por el - Diario L'Aurore en Paris el 13 de enero de 1898 en su primera plana.
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CARTA A M. FELIX FAURE
PRESIDENTE DE LA
REPUBLICA FRANCESA
Señor: Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me
dispensasteis, me preocupe de vuestra gloria y os diga que vuestra estrella,
tan feliz hasta hoy, esta amenazada por la más vergonzoza e imborrable
mancha?
Habéis salido sano y salvo de bajas calumnias, habéis conquistado los
corazones. Aparecisteis radiante en la apoteosis de la fiesta patriótica que,
para celebrar la alianza rusa, hizo Francia, y os preparáis a presidir el
solemne triunfo de nuestra Exposición Universal, que coronará este
gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad. Pero que mancha de cieno
sobre vuestro nombre - iba a decir sobre vuestro reino - puede imprimir este
abominable proceso Dreyfus!. Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a
absolver a Esterhazy, bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no
hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará que
semejante crimen social se cometió al amparo de vuestra presidencia.
Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la
verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad. Es mi
deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro
del inocente que expía a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha
cometido.
Por eso me dirijo a vos gritando la verdad con toda la fuerza de mi
rebelión de hombre honrado. Estoy convencido de que ignoráis lo que ocurre.
Y a quien denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos
culpables sino al primer magistrado del país?
- Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de Dreyfus.
Un hombre nefasto ha conducido la trama; el coronel Paty de Clam,
entonces comandante. El representa por sí solo el asunto Dreyfus; no se le
conocerá bien hasta que una investigación leal determine claramente sus
actos y sus responsabilidades. Aparece como un espíritu borroso, complicado,
lleno de intrigas novelescas, complaciendose con recursos de folletín,
papeles robados, cartas anónimas, citas misteriosas en lugares desiertos,
mujeres enmascaradas. El imaginó lo de dictarle a Dreyfus la nota sospechosa,
el concibió la idea de observarlo en una habitación revestida de espejos, es
a el a quien nos presenta el comandante Forzineti, armado de una linterna
sorda, pretendiendo hacerse conducir junto al acusado, que dormía, para
proyectar sobre su rostro un brusco chorro de luz para sorprender su crimen
en su angustioso despertar. Y no hay para que diga yo todo: busquen y
encontrarán cuanto haga falta. Yo declaro sencillamente que el comandante
Paty de Clam, encargado de instruir el proceso Dreyfus y considerado en su
misión judicial, es en el orden de fechas y responsabilidades el primer
culpable del espantoso error judicial que se ha cometido.
La nota sospechosa estaba ya, desde hace algún tiempo, entre las manos
del coronel Sandherr, jefe del Negociado de Informaciones,que murió poco
después, de una parálisis general. Hubo fugas, desaparecieron papeles (como
siguen desapareciendo aún), y el autor de la nota sospechosa era buscado
cuando se afirmó a priori que no podía ser más que un oficial del Estado
mayor, y precisamente del cuerpo de artillería; doble error manifiesto que
prueba el espíritu superficial con que se estudió la nota sospechosa, puesto
que un detenido exámen demuestra que no podía tratarse más que de un oficial
de infantería.
Se procedió a un minucioso registro; examinándose las escrituras; aquello
era como un asunto de familia y se buscaba al traidor en las mismas oficinas
para sorprenderlo y expulsarlo. Desde que una sospecha ligera recayó sobre
Dreyfus, aparece el comandante Paty de Clam, que se esfuerza en confundirlo
y en hacerle declarar a su antojo. Aparecen también el ministro de la
Guerra, el general Mercier, cuya inteligencia debe ser muy mediana, el jefe
de Estado Mayor, general Boisdeffre, que habrá cedido a su pasión clerical,
y el general Gonse, cuya conciencia elástica pudo acomodarse a muchas cosas.
Pero en el fondo de todo esto no hay más que el comandante Paty de Clam, que
a todos los maneja y hasta los hipnoptiza, porque se ocupa también de
ciencias ocultas, y conversa con los espíritus. Parecen inverosímiles las
pruebas a que se ha sometido al desdichado Dreyfus, los lazos en que se ha
querido hacerle caer, las investigaciones desatinadas, las combinaciones
monstruosas... que denuncia tan cruel!.
Ah! Por lo que respecta a esa primera parte, es una pesadilla insufrible,
para quien esta al corriente de sus detalles verdaderos.
El comandante Paty de Clam prende a Dreyfus y lo incomunica. Corre
después en busca de la señora de Dreyfus y le infunde terror, previniéndola
que, si habla su esposo esta perdido. Entre tanto, el desdichado se arranca
la carne y proclama con alaridos su inocencia, mientras la instrucción del
proceso se hace como una crónica del siglo XV, en el misterio, con una
terrible complicación de expedientes, todo basado en una sospecha infantil,
en la nota sospechosa, imbécil, que no era solamente una traición vulgar,
era también un estúpido engaño, porque los famosos secretos vendidos eran
tan inútiles que apenas tenían valor. Si yo insisto, es porque veo en este
germen, de donde saldrá más adelante el verdadero crimen, la espantosa
denegación de justicia, que afecta profundamente a nuestra Francia. Quisiera
hacer palpable como pudo ser posible el error judicial, como nació de las
maquinaciones del comandante Paty de Clam y como los generales Mercier,
Boisdeffre y Gonse, sorprendidos al principio, han ido comprometiendo poco a
poco su responsabilidad en este error, que mas tarde impusieron como una
verdad santa, una verdad indiscutible, desde luego, solo hubo de su parte
incuria y torpeza; cuando mas, cedieran a las pasiones religiosas del medio
y a prejuicios de sus investiduras. Y vayan siguiendo las torpezas!
Cuando aparece Dreyfus ante el Consejo de guerra, exigen el secreto más
absoluto. Si un traidor hubiese abierto las fronteras al enemigo para
conducir al emperador de Alemania hasta Nuestra Señora de París, no se
hubieran tomado mayores precauciones de silencio y misterio.
Se murmuran hechos terribles, traiciones monstruosas y, naturalmente, la
Nación se inclina llena de estupor, no halla castigo bastante severo,
aplaudir la degradación pública, gozar viendo al culpable sobre
su roca de infamia devorado por los remordimientos..... Luego es verdad que
existen cosas indecibles, dañinas, capaces de revolver toda Europa y que ha
sido preciso para evitar grandes desdichas enterrar en el mayor secreto?.
No! Detrás de tanto misterio solo se hallan las imaginaciones románticas y
dementes del comandante Paty de Clam. Todo esto no tiene otro objeto que
ocultar la mas inverosímil novela folletinesca. Para asegurarse, basta
estudiar atentamente el acta de acusación leída ante el Consejo de guerra.
Ah! Cuanta vaciedad! Parece mentira que con semejante acta pudiese ser
condenado un hombre. Dudo que las gentes honradas pudiesen leerlas sin que
su alma se llene de indignación y sin que se asome a sus labios un grito de
rebeldía, imaginando la expiación desmesurada que sufre la víctima en la
Isla del Diablo.
Dreyfus conoce varias lenguas: crimen. En su casa no hallan papeles
comprometedores; crimen. Algunas veces visita su país natal; crimen Es
laborioso, tiene ansia de saber; crimen. Si no se turba; crimen. Todo crimen,
siempre crimen... Y las ingenuidades de redacción, las formales aserciones
en el vacío!. Nos habían hablado de catorce acusaciones y no aparece mas que
una: la nota sospechosa. Es mas: averiguamos que los peritos no están de
acuerdo y que uno de ellos, M. Gobert, fue atropellado militarmente porque
se permitía opinar contra lo que se deseaba. Hablase también de veintitrés
oficiales, cuyos testimonios pasarían contra Dreyfus. Desconocemos aún sus
interrogatorios, pero lo cierto es que no todos lo acusaron, habiendo que
añadir, además, que los veintitrés oficiales pertenecían a las oficinas del
ministerio de la guerra. Se las arreglan entre ellos como si fuese un
proceso de familia, fijaos bien en ello: el Estado Mayor lo hizo, lo juzgó y
acaba de juzgarlo por segunda vez.
Así, pues, solo quedaba la nota sospechosa acerca de la cual los peritos
no estuvieron de acuerdo. Se dice que, en el Consejo, los jueces iban ya,
naturalmente a absolver al reo, y desde entonces, con obstinación
desesperada, para justificar la condena, se afirma la existencia de un
documento secreto, abrumador; el documento que no se puede publicar, que lo
justifica todo y ante el cual todos debemos inclinarnos: el Dios invisible e
incognoscible!. Ese documento no existe, lo niego con todas mis fuerzas. Un
documento ridículo, si, tal vez el documento en que se habla de mujercillas
y de un señor D... que se hace muy exigente, algún marido, sin duda, que
juzgaba poco retribuidas las complacencias de su mujer!. Pero un documento
que interese a la defensa nacional, que no puede hacerse público sin que se
declare la guerra inmediatamente, no, no!. Es una mentira, tanto mas odiosa
y cínica, cuanto que se lanza impunemente sin que nadie pueda combatirla.
Los que la fabricaron, conmueven el espíritu francés y se ocultan detrás de
una legítima emoción; hacen enmudecer las bocas, angustiando los corazones y
pervirtiendo las almas. No conozco en la historia un crimen cívico de tal
magnitud!.
He aquí, señor Presidente, los hechos que demuestran como pudo cometerse
un error judicial. Y las pruebas morales, como la posición social de
Dreyfus, su fortuna, su continuo clamor de inocencia, la falta de motivos
justificados, acaban de ofrecerlo como una víctima de las extraordinarias
maquinaciones del medio clerical en que se movía, y del odio a los puercos
judíos que deshonran nuestra época.
Y llegamos al asunto Esterhazy. Han pasado tres años y muchas conciencias
permanecen turbadas profundamente, se inquietan, buscan, y acaban por
convencerse de la inocencia de Dreyfus.
No historiaré las primeras dudas y la final convicción de M.
Scheurer-Kestner. Pero mientras el rebuscaba por su parte, acontecían hechos
de importancia en el Estado Mayor. Murió el coronel Sandherr y sucedióle
como jefe del Negociado de informaciones, el teniente coronel Picquart,
quien por esta causa, en ejercicio de sus funciones, tuvo un día ocasión de
ver una carta telegrama dirigida al comandante Esterhazy por un agente de
una potencia extranjera. Era su deber abrir una información y no lo hizo sin
consultar con sus jefes, el general Gonse y el general Boisdeffre y luego
con el general Billot, que había sucedido al de la Guerra. El famoso
expediente Picquart, de que tanto se ha hablado, no fue más que el
expediente Billot, es decir, el expediente instruido por un subordinado
cumpliendo las ordenes del ministro, expediente que debe existir aún en el
ministerio de la Guerra. Las investigaciones duraron de mayo a setiembre de
1896, y es preciso decir bien alto que el general Gonse estaba convencido de
la culpabilidad de Esterhazy y que los generales Boisdeffre y Billot no
ponían en duda que la célebre nota sospechosa fuera de Esterhazy. El informe
del teniente coronel Picquart había conducido a esta prueba cierta. Pero el
sobresalto de todos era grande, porque la condena de Esterhazy obligaba
inevitablemente a la revisión del proceso Dreyfus; y el Estado Mayor a
ningún precio quería desautorizarse.
Debió haber un momento psicológico de angustia suprema entre todos los
que intervinieron en el asunto; pero es preciso notar que, habiendo llegado
al ministerio el general Billot, después de la sentencia dictada contra
Dreyfus, no estaba comprometido en el error y podía esclarecer la verdad sin
desmentirse. Pero no se atrevió, temiendo acaso el juicio de la opinión
pública y la responsabilidad en que habían incurrido los generales
Boisdeffre y Gonse y todo el Estado Mayor. Fue un combate librado entre su
conciencia de hombre y todo lo que suponía el buen nombre militar. Pero
luego acabó por comprometerse, y desde entonces, echando sobre sí los
crímenes de los otros, se hace tan culpable como ellos; es mas culpable aún,
porque fue árbitro de la justicia y no fue justo. Comprended esto! Hace un
año que los generales Billot, Boisdeffre y Gonse, conociendo la inocencia de
Dreyfus, guardan para si esta espantosa verdad. Y duermen tranquilos, y
tienen mujer e hijos que los aman!.
El coronel Picquart había cumplido sus deberes de hombre honrado.
Insistió cerca de sus jefes, en nombre de la justicia, suplicandoles,
diciéndoles que sus tardanzas eran evidentes ante la terrible tormenta que
se les venía encima, para estallar, en cuanto la verdad se descubriera.
Moinseur Scheurer-Kestner rogó también al general Billot que por el
patriotismo activara el asunto antes de que se convirtiera en desastre
nacional. No! El crimen estaba cometido y el Estado Mayor no podía ser
culpable de ello. Por eso, el teniente coronel Picquart fue nombrado para
una comisión que lo apartaba del ministerio, y poco a poco fueron alejándose
hasta el ejército expedicionario de Africa, donde quisieron honrar un día su
bravura, encargándole una misión que le hubiera la vida en los mismos
parajes donde el marques de Mopres encontró la muerte. Pero no había caído
aún en desgracia; el general Gonse mantenía con el una correspondencia muy
amistosa. Su desdicha era conocer un secreto de los que no debieran
conocerse jamás.
En París la verdad se abría camino, y sabemos ya de que modo la tormenta
estalló. M.Mathieu Dreyfus denunció al comandante Esterhazy como verdadero
autor de la nota sospechosa; mientras M.Scheurer-Kestner depositaba entre
las manos del guardasellos una solicitud pidiendo la revisión del proceso.
Desde ese punto el comandante Esterhazy entre en juego. Testimonios
autorizados lo muestran como loco, dispuesto al suicidio, a la fuga. Luego,
todo cambia, y sorprende con la violencia de su audaz actitud. había
recibido refuerzos: un anónimo advirtiéndole los manejos de sus enemigos;
una dama misteriosa que se molesta en salir de noche para devolver un
documento que había sido robado de las oficinas militares y que le
interesaba conservar para su salvación. Comienzan de nuevo las novelerías
folletinescas, en la que reconozco los medios ya usados por la fértil
imaginación del teniente coronel Paty de Clam. Su obra, la condenación de
Dreyfus, peligraba, y sin duda quiso defender su obra. La revisión del
proceso era el desquiciamiento de su novela folletisnesca, tan extravagante
como trágica, cuyo espantoso desenlace se realiza en la Isla del Diablo. Y
esto no podía consentirlo. Así comienza el duelo entre el teniente coronel
Picquart, a cara descubierta, y el teniente coronel Paty de Clam,
enmascarado. Pronto se hallaran los dos ante la justicia civil. En el fondo
no hay más que una cosa: el Estado Mayor defendiéndose y evitando confesar
su crimen, cuya abominación aumenta de hora en hora.
Se ha preguntado con estupor cuales eran los protectores del comandante
Esterhazy. Desde luego, en la sombra, el teniente coronel Paty de Clam, que
ha imaginado y conducido todas las maquinaciones, descubriendo su presencia
en los procedimientos descabellados. Después los generales Boisdeffre, Gonse
y Boillot. obligados a defender al comandante, puesto que no pueden
consentir que se pruebe la inocencia de Dreyfus, cuando este acto habría de
lanzar contra las oficinas de la Guerra el desprecio del público. -Y el
resultado de esta situación prodigiosa es que un hombre intachable, Picquart,
el único entre todos que ha cumplido con su deber, será la víctima
escarnecida y castigada. Oh justicia! Que triste desconsuelo embarga el
corazón! Picquart es la víctima, se lo acusa de falsario y se dice que
fabrico la carta telegrama para perder a Esterhazy. Pero, Dios mío!, por que
motivo? Con qué objeto? Que indiquen una causa, una sola. Estar pagado
por los judíos?. Precisamente Picquart es un apasionado antisemita.
Verdaderamente asistimos a un espectáculo infame; para proclamar la
inocencia de los hombres cubiertos de vicios, deudas y crímenes, acusan un
hombre de vida ejemplar. Cuando un pueblo desciende a esas infamias, esta
próximo a corromperse y aniquilarse.
A esto se reduce, señor Presidente de la república, el asunto Esterhazy,
un culpable a quien se trata de salvar haciéndole parecer inocente, hace dos
meses que no perdemos de vista esa interesante labor. Y abrevio porque solo
quise hacer el resumen, a grandes rasgos, de la historia cuyas ardientes
páginas un día serán escritas con toda extensión. Hemos visto al general
Pellieux, primero, y al comandante Ravary, mas tarde, hacer una información
infame, de la cual han de salir transfigurados los bribones y perdidas las
gentes honradas. Después se ha convocado al Consejo de guerra. Como se pudo
suponer que un Consejo de guerra deshiciese lo que había hecho un Consejo de
guerra?
Aparte la fácil elección de los jueces , la elevada idea de disciplina
que llevan esos militares en el espíritu, bastaría para debilitar su
rectitud. Quien dice disciplina dice obediencia. Cuando el ministro de la
guerra, jefe supremo, ha declarado públicamente y entre las aclamaciones de
la representación nacional, la inviolabilidad absoluta de la cosa juzgada,
queréis que un Consejo de guerra se determine a desmentirlo formalmente?.
Jerárquicamente no es posible tal cosa. El general Billot, con sus
declaraciones, ha sugestionado a los jueces que han juzgado como entrarían
en fuego a una orden sencilla de su jefe: sin titubear. La opinión
preconcebida que llevaron al tribunal fue sin duda esta: "Dreyfus ha sido
condenado por crimen de traición ante un Consejo de guerra; luego es
culpable y nosotros, formando un Consejo de guerra, no podemos declararlo
inocente. Y como suponer culpable a Esterhazy, sería proclamar la inocencia
de Dreyfus, Esterhazy debe ser inocente".
Y dieron el inicuo fallo que pesará siempre sobre nuestros Consejos de
Guerra, que hará en adelante sospechosas todas sus deliberaciones. El primer
Consejo de guerra pudo equivocarse; pero el segundo ha mentido. El jefe
supremo había declarado la cosa juzgada inatacable, santa, superior a los
hombres, y ninguno se atrevió a decir lo contrario. Se nos habla del honor
del ejército; se nos induce a respetarlo y amarlo. Cierto que si; el
ejército que se alzara en cuanto se nos dirija la menor amenaza, que
defenderá el territorio francés, lo forma todo el pueblo, y solo tenemos
para el ternura y veneración. Pero ahora no se trata del ejército, cuya
dignidad justamente mantenemos en el ansia de justicia que nos devora; se
trata del sable, del señor que nos darán acaso mañana. Y besar devotamente
la empuñadura del sable del ídolo. No,eso no!.
Por lo demás queda demostrado que el proceso Dreyfus no era mas que un
asunto particular de las oficinas de guerra; un individuo del Estado Mayor,
denunciado por sus camaradas del mismo cuerpo, y condenado, bajo la presión
de sus jefes.
Por lo tanto, lo repito, no puede aparecer inocente sin que todo el
Estado mayor aparezca culpable. Por esto las oficinas militares, usando
todos los medios que les ha sugerido su imaginación y que les permiten sus
influencias, defienden a Esterhazy para hundir de nuevo a Dreyfus. Ah!, que
gran barrido debe hacer el Gobierno republicano en esa cueva jesuítica (frase
del mismo general Billot). Cuando vendrá el ministerio verdaderamente fuerte
y patriota, que se atreva de una vez a refundirlo, y renovarlo todo?.
Conozco a muchas gentes que, suponiendo posible una guerra, tiemblan de
angustia, porque saben en que manos esta la defensa nacional! En que
albergue de intrigas, chismes y dilapidaciones se ha convertido el sagrado
asilo donde se decide la suerte de la patria!. Espanta la terrible claridad
que arroja sobre aquel antro el asunto Dreyfus; el sacrificio humano de un
infeliz, de un puerco judío. Ah! se han agitado allí la demencia y la
estupidez, maquinaciones locas, prácticas de baja policía, costumbres
inquisitoriales; el placer de algunos tiranos que pisotean la nación,
ahogando en su garganta el grito de verdad y de justicia bajo el pretexto,
falso y sacrílego, de razón de estado.
Y es un crimen mas apoyarse con la persona inmunda, dejarse defender por
todos los bribones de París, de manera que los bribones triunfen
insolentemente, derrotando el derecho y la probidad. Es un crimen haber
acusado como perturbadores de Francia a cuantos quieren verla generosa y
noble a la cabeza de las naciones libres y justas, mientras los canallas
urden impunemente el error que tratan de imponer al mundo entero. Es un
crimen extraviar la opinión con tareas mortíferas que la pervierten y la
conducen al delirio. Es un crimen envenenar a los pequeños y a los humildes,
exasperando las pasiones de reacción y de intolerancia, y cubriéndose con el
antisemitismo, de cuyo mal morirá sin duda la Francia libre, si no sabe
curarse a tiempo. Es un crimen explotar el patriotismo para trabajos de odio;
y es un crimen, en fin, hacer del sable un dios moderno, mientras toda la
ciencia humana emplea sus trabajos en una obra de verdad y de justicia.
!Esa verdad, esa justicia que nosotros buscamos apasionadamente, las
vemos ahora humilladas y desconocidas!. Imagino el desencanto que padecerá
sin duda el alma de M. Scheurer-Kestner, y lo creo atormentado por los
remordimientos de no haber procedido revolucionariamente el día de la
interpelación en el Senado, desembarazandose de su carga, para derribarlo
todo de una vez. Creyó que la verdad brilla por si sola, que se lo tendría
por honrado y leal, y esta confianza lo ha castigado cruelmente. Lo mismo le
ocurre al teniente coronel Picquart que, por un sentimiento de dignidad
elevada, no ha querido publicar las cartas del general Gonse; escrúpulos que
lo honran de tal modo que, mientras permanecía respetuoso y disciplinado,
sus jefes lo hicieron cubrir de lodo instruyendole un proceso de la manera
mas desusada y ultrajante. Hay, pues, dos víctimas; dos hombres honrados y
leales, dos corazones nobles y sencillos, que confiaban en Dios, mientras el
diablo hacia de las suyas. Y hasta hemos visto contra el teniente coronel
Picquart este acto innoble: un tribunal francés consentir que se acusara
públicamente a un testigo y cerrar los ojos cuando el testigo se presentaba
para explicar y defenderse. Afirmo que esto es un crimen mas, un crimen que
subleva la conciencia universal. Decididamente, los tribunales militares
tienen una idea muy extraña de la justicia.
Tal es la verdad, señor Presidente, verdad tan espantosa, que no dudo
quede como una mancha en vuestro gobierno. Supongo que no tengáis ningún
poder en este asunto, que seáis un prisionero de la Constitución y de la
gente que os rodea; pero tenéis un deber de hombre en el cual meditaréis
cumpliéndolo, sin duda honradamente. No creáis que desespero del triunfo; lo
repito con una certeza que no permite la menor vacilación; la verdad avanza
y nadie podrá contenerla. Hasta hoy no principia el proceso, pues hasta hoy
no han quedado deslindadas las posiciones de cada uno; a un lado los
culpables, que no quieren la luz; al otro los justicieros que daremos la
vida porque la luz se haga. Cuanto mas duramente se oprime la verdad, mas
fuerza toma, y la explosión será terrible. Veremos como se prepara el más
ruidoso de los desastres.
Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.
Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante - quiero
suponer inconsciente - del error judicial, y por haber defendido su obra
nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos
por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billotde haber tenido en sus manos las
pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por
lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin
político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse
hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por
espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa,
inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber
hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la
cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme,
Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que
un examen facultativo los declare víctimas de una ceguera de los ojos y del
juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa,
particularmente en L'Eclair y en L'Echo de París una campaña abominable para
cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber
condenado a un acusado, fundándose en un documento secreto, y al segundo
Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen
jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los
artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se
refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a
disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco
ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio.
Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el
acto que realizo aquí, no es mas que un medio revolucionario de activar la
explosión de la verdad y de la justicia.
Solo un sentimiento me mueve, solo deseo que la luz se haga, y lo imploro
en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser
feliz. Mi ardiente protesta no es mas que un grito de mi alma. Que se
atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.
EMILE ZOLA
París, enero 13 de 1898.
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