Fenicios
Pueblo de la Antigüedad,
instalado en la comarca costera que se extiende desde
el Monte Carmelo hasta la desembocadura del Nar el
Kebir. Los griegos, posiblemente desde tiempos
micénicos, llamaron fenicios a los pobladores
del país de Canaán. Etimológicamente, la palabra
proviene del griego phoinix, que significa ?púrpura?,
y es una derivación del nombre que los fenicios se
daban a sí mismos desde, al menos, el III milenio a.C.
Canaán era, en efecto, la ?tierra de la púrpura?, la
región de la costa del Mediterráneo que se extendía
desde Tell Sukar hasta Gaza, y que actualmente
abarcaría la mayor parte de la superficie del Líbano y
parte de Siria y Palestina. La tierra de Canaán era en
tiempos de los fenicios una estrecha franja costera
delimitada por accidentes geográficos que la aislaban
del interior: el mar al oeste, los desiertos de Siria
y Arabia al sur y al este, y las cordilleras del
Líbano bordeando como un gran farallón la costa, de
tal forma que sólo era posible acceder a Fenicia a
través de la región de Alepo, al norte, y de Damasco,
al sur.
Étnicamente, los fenicios eran un pueblo de origen
semita occidental, establecidos desde tiempos
remotos en aquella región, de la que se creían
autóctonos. Sin embargo, las tradiciones de la
Antigüedad clásica les atribuyeron orígenes diversos.
Herodoto afirmó que procedían del mar Rojo; Estrabón
y Plinio situaron su origen en el Golfo Pérsico y,
finalmente, el fenicio Filón de Biblos situó su
origen en Canaán. Sabemos hoy que éstos habitaron
Canaán al menos desde el III milenio a.C., sin que
pueda precisarse su origen anterior. Sobre este
sustrato más antiguo de la población fenicia, se
instalaron durante el II milenio otros pobladores
amorreos, pertenecientes también al grupo de los
semitas occidentales. Más tarde, otros elementos de
origen hurrita e indoiranio se instalaron en el país,
y desde la segunda mitad del II milenio se unieron a
ellos otros grupos semitas, como los arameos o los
israelitas, que al parecer llegaron a Canaán hacia
1300 a.C. Un siglo después, las invasiones de los
?Pueblos del Mar? introdujeron nuevos elementos
étnicos en la región. De resultas de la invasión, se
instalaron en ella los peleset o filisteos,
que dieron nombre al país entre Ascalón y Gaza:
Palestina. Los filisteos hubieron de competir
durante largo tiempo con los israelitas por el
control del territorio, y finalmente éstos quedaron
aislados y diseminados en un país que se mantuvo en
lo cultural, a pesar de la mezcolanza étnica,
esencialmente fenicio. Desde principios del siglo X
a.C., el territorio de domino político fenicio se
redujo en buena parte debido a la competencia de los
demás pueblos instalados en la región, pero la
comunidad cultural y lingüística se mantuvo en la
zona durante muchos siglos, e incluso después de la
ocupación romana tenemos testimonios de la
pervivencia de esta refinada civilización.
La
lengua fenicia pertenecía, junto con la hebrea, al
grupo de los dialectos semíticos noroccidentales.
Existió un fenicio arcaico que perduró hasta
aproximadamente el inicio del II milenio a.C. A
partir de entonces, la lengua fenicia fue
incorporando elementos procedentes del amorrita,
dando origen al fenicio clásico, que habría de
convertirse en la lengua común de la región hasta al
menos el siglo II d.C. En las colonias fenicias
occidentales, la lengua púnica todavía se hablaba en
tiempos de san Agustín, en el siglo V d.C. No se
conservan de esta lengua más que inscripciones
epigráficas, y ningún documento literario ha llegado
hasta nosotros, a pesar de que fueron precisamente
los fenicios quienes inventaron el alfabeto que dio
origen al alfabeto griego y latino.
El
paisaje de la comarca fenicia, enormemente
fragmentado por una sucesión de valles de aluvión y
de colinas escarpadas, condicionó de forma decisiva
el desarrollo de esta civilización. La explotación
de los recursos agrarios era difícil por la extrema
compartimentación del paisaje, y se hizo imposible
una agricultura de tipo extensivo. Sin embargo, la
riqueza del suelo permitió el desarrollo de una
agricultura de carácter intensivo, tanto de cultivos
cerealeros como hortofrutícolas. Había además
abundancia de tierras de pasto que nutrían una
importante cabaña ganadera ovina. La existencia de
las montañas del Líbano proporcionaba a la región
unas condiciones climáticas atípicas en el Oriente
Próximo. Los bosques del Líbano se convirtieron en
la principal riqueza natural de la región y la
explotación maderera fue uno de los motores de la
civilización fenicia. El valle de la Bekaa
proporcionaba cobre; el mar, pesca abundante y sal,
además del preciado múrice o murex, el molusco de
cuyo jugo se obtenía la tintura púrpura que dio
nombre a Canaán.
Fenicia nunca formó, a pesar de su comunidad de
civilización, una entidad política unitaria y
nacional. El poblamiento se disponía en ciudades
que dominaban un hinterland de tierras
agrícolas, formando pequeños reinos autónomos.
Coyunturalmente, alguna de estas ciudades podía
adquirir una cierta hegemonía sobre otras, pero
ello no significaba la desaparición de las
dinastías locales.
Cada ciudad poseía su propio sistema de gobierno,
siguiendo el esquema de las monarquías semíticas:
una realeza de sucesión hereditaria y carácter
sacro, en la que la reina desempeñaba un papel muy
activo. Los reyes eran asesorados en sus tareas de
gobierno por un consejo de ?ancianos?
pertenecientes a las familias más poderosas y por
un nutrido cuerpo de funcionarios civiles y
militares (escribas, correos, comisarios...). El
rey era ante todo el gran sacerdote del culto
local. Junto al monarca, parece que cada ciudad
poseía un gobernador y un comandante militar. El
consejo de ancianos evolucionó desde su dominación
por la aristocracia terrateniente y administrativa
hacia una mayor presencia de elementos de las
clases mercantiles, que acabaron controlando en
gobierno de las ciudades en época de la expansión
colonial fenicia. El tipo de gobierno de la
oligarquía comercial se componía de un consejo
colegiado de magistrados civiles o sufetes.
Esta forma de administración fue la característica
de las colonias fenicias de ultramar, cuya
fundación estuvo además vinculada al dinamismo de
las clases mercantiles urbanas.
Las ciudades-estado fenicias se organizaban
alrededor de los palacios y templos locales,
emplazados en una acrópolis amurallada que
dominaba el recinto urbano, a su vez protegido por
una muralla exterior. La organización económica
durante la Edad del Bronce continuó ajustada al
sistema palaciego, por el cual el excedente de la
producción agrícola y artesanal se centralizaba en
el palacio. Los funcionarios regios redistribuían
posteriormente la producción según las necesidades
del Estado. Los artesanos se encontraban agrupados
por oficios en corporaciones, que dependían
también del palacio o de un templo que les
proporcionaba las materias primas. A cambio, los
artesanos hacían entrega del producto
manufacturado y recibían en pago tierras y
materias primas.
La organización social seguía un esquema piramidal
muy jerarquizado. Alrededor de la monarquía
existía una aristocracia administrativa y militar
que recibía tierras en pago a sus servicios y que
estuvo poco vinculada al desarrollo comercial. Más
abajo se encontraba la clase media de campesinos
propietarios, artesanos y comerciantes. La base de
la pirámide social la constituía la población
campesina no propietaria, que trabajaba para los
palacios y templos. La población libre debía una
serie de prestaciones al palacio, la mayoría de
ellas de carácter militar y tributario. Había
además un amplio segmento de población servil y
esclava.
En las ciudades fenicias, el desarrollo de un
derecho comercial de carácter individualista
favoreció la difuminación de las estructuras
familiares amplias de origen tribal,
características de los pueblos semíticos, y dio a
las mujeres fenicias una amplia participación en
las actividades económicas y sociales.
Fue
probablemente la explotación de los recursos
forestales de la región cananea lo que propició el
desarrolló de una floreciente civilización urbana
entre los fenicios. Biblos, la más antigua de las
ciudades cananeas, estaba situada al pie de los
bosques y se convirtió en el principal puerto del
Mediterráneo. Entre 2900 y 2300 a.C. se sitúa la
aparición de otra de las grandes ciudades cananeas,
Tiro, que con el tiempo habría de sustituir a
Biblos en la hegemonía comercial y cultural sobre
Fenicia.
La madera del Líbano, y en especial la de los
cedros, era codiciada por los países vecinos que
carecían de recursos forestales, como Egipto y
Mesopotamia. En Biblos se realizaba el intercambio
de madera y de otros productos cananeos, como las
telas de lino y los preciosos objetos de oro y
plata de fabricación fenicia, por productos
manufacturados y agrícolas procedentes de otras
regiones. Biblos fue además un importante centro
político y religioso que al parecer impuso su
hegemonía durante esta época a otras ciudades
fenicias, como Tiro o Sidón.
La riqueza natural y la posición estratégica de
Canaán en el Mediterráneo alimentó desde el
principio de su historia las ambiciones de los
imperios circundantes. Ya en época de los acadios,
éstos realizaron numerosas incursiones en
territorio fenicio con el fin de obtener el
control sobre los recursos de los que carecía
Mesopotamia. Parece, sin embargo, que los acadios
se limitaron a imponer el reconocimiento nominal
de su dominio y el pago de un tributo a las
ciudades fenicias, que pudieron conservar su
autonomía política.
Los contactos entre Fenicia y Egipto se remontan
al comienzo mismo de la historia egipcia. Los
egipcios obtenían en Biblos la preciosa madera de
los cedros y los metales y la obsidiana del Asia
Menor. Este fructífero intercambio parece haberse
sostenido sobre un culto religioso común, el de
Tammuz-Osiris, que hermanaba a los comerciantes de
ambos países. La influencia fenicia se plasmó en
numerosos mitos egipcios y, a su vez, Fenicia
asumió buena parte de las innovaciones artísticas
que tuvieron su origen en el país del Nilo.
Hacia 2300 a.C., las devastaciones que conocemos a
través de los hallazgos arqueológicos demuestran
la llegada de invasores a Fenicia. Probablemente
se trató de un pueblo de pastores seminómadas que
asolaron la región cananea y se asentaron sobre
las ruinas de sus ciudades, sin reconstruirlas.
Esta migración se desconoce casi por completo,
pero inauguró un periodo de crisis con el que
concluyó la Edad del Bronce Antiguo en esta región.
A la época de
destrucción siguió, con el comienzo de la Edad del
Bronce Medio (1900-1600 a.C.), un periodo de
estabilidad y esplendor del comercio fenicio. Esta
época coincidió con la instalación de los amoritas
en la región, pero ello no supuso el quebranto de
la actividad comercial, aunque las ciudades se
fortificaron contra los ataques de los nuevos
ocupantes del territorio. Los hallazgos
arqueológicos sugieren un gran florecimiento de la
civilización fenicia en este periodo.
Tras la crisis de fines del III milenio, Fenicia
renovó sus relaciones con Egipto. Éste, que
atravesaba la época de expansión de su Reino Medio,
extendió su presencia en las ciudades cananeas,
tanto en Biblos como en Beirut y Siquem,
estableciendo un protectorado que respetaba la
autonomía local de las ciudades. Biblos resurgió
bajo la protección egipcia, pero al parecer la
dominación egipcia fue contestada en otras
ciudades. Las ciudades-estado, que en esta época
aparecen a menudo dirigidas por gobernantes con
nombres amoritas, protagonizaron revueltas contra
el poder egipcio según indican los llamados ?textos
de execración? egipcios. Sin embargo, la
dominación egipcia se mantuvo hasta la época del
faraón Amenehat IV, momento en que el
debilitamiento del imperio egipcio hizo contraerse
sus esferas de influencia. Poco después, la
invasión de Egipto por los hicsos, pueblo nómada
asiático, supuso el definitivo desgajamiento de
Fenicia del poder egipcio, inaugurándose un
periodo de independencia para las ciudades
cananeas.
La decadencia que sufrió Egipto bajo el dominio de
los hicsos hizo que Fenicia se volviera hacia los
ámbitos sirio y mesopotámico. Biblos y Ugarit
mantuvieron fecundas relaciones comerciales con el
reino sirio de Mari, uno de los principales centro
económicos de la época. En este momento, Tiro
ocupaba ya un lugar relevante entre las ciudades
cananeas y junto a ella experimentaron un gran
crecimiento otras ciudades, como Sidón o Arvad.
A comienzos del
siglo XVI a.C., cuando se inició la Edad del
Bronce Tardío (1600-1200 a.C.), Fenicia vivió el
final de este periodo de independencia que tan
fructífero había sido para su comercio. La
expulsión de los hicsos de Egipto afectó a las
ciudades cananeas, que sufrieron el paso de
aquéllos. A este periodo siguió una nueva
dominación egipcia. Las campañas emprendidas por
los faraones Amosis y Amenofis I restablecieron
el protectorado egipcio sobre los principales
centros fenicios (Beirut, Tiro, Biblos, Sidón,
Arvad, Sarepta y Sumur). Algunas ciudades
fenicias del sur, como Jericó o Megiddo, aunque
pudieron conservar sus dinastías locales,
estuvieron sometidas a vigilancia por tropas
egipcias acantonadas en sus cercanías. Se
estableció en todo el país una red
administrativa egipcia, encabezada por ?comisionados?
y apoyada por guarniciones militares situadas en
punto estratégicos. Esta administración tenía
sus sedes principales en Gaza y las fuentes
egipcias informan de que fue a menudo contestada
en ciudades como Tiro o Sidón, que se revelaron
contra la dominación nilótica.
Durante los siglos XIV y XV a.C., Fenicia se vio
además sacudida por la competencia que por el
dominio de la región entablaron primero egipcios
y hurritas y, posteriormente, egipcios e hititas.
Estos imperios trataron de extender sus esferas
de influencia a las diversas ciudades fenicias,
que a duras penas consiguieron mantener un
frágil equilibrio entre las ambiciones de sus
vecinos más poderosos. La inestabilidad interna
de las ciudades era grande. Distintas facciones
alineadas con uno u otro poder exterior se
disputaban el gobierno. En muchas ciudades se
levantaron facciones que deseaban aprovechar el
debilitamiento del Imperio egipcio para
desembarazarse de su dominación, apoyándose en
los hititas, que en esta época vivieron su
periodo de esplendor. Los faraones de la XIX
Dinastía tuvieron que hacer frente a la rebelión
de algunas ciudades fenicias, y Ramsés II llevó
a cabo una serie de campañas que culminaron 1284
a.C. con un tratado de paz con el rey hitita
Hattusil II, gracias al cual concluyó la lucha
entre ambos imperios en tierras cananeas y
Fenicia pudo gozar de un nuevo periodo de
estabilidad política.
Sin embargo, el fin de la Edad del Bronce supuso
un profundo cambio en la situación de las
ciudades fenicias. Los grandes puertos que
habían sido hasta entonces centros de la
actividad económica, como Biblos o Ugarit,
entraron en una época de decadencia para ser
sustituidos progresivamente por otras ciudades.
Desde el siglo XIII a.C., el territorio cananeo
se redujo considerablemente, al ser ocupado por
poblaciones recién llegadas que se instalaron en
la región. A mediados de siglo, los israelitas
se asentaron en Canaán provenientes de Egipto.
Su arcaica organización les impidió emprender
una conquista sistemática de los territorios
cananeos, pero gracias a sus incursiones
sorpresivas ganaron algunos territorios
interiores en los alrededores de Jericó y Siquem,
donde se establecieron en un poblamiento muy
disperso.
Pero fue la invasión de los llamados ?Pueblos
del Mar? la que produjo el quebrantamiento de la
fisonomía de la sociedad fenicia a fines de la
Edad del Bronce. Estos pueblos, de cuya
configuración y origen se sabe muy poco, habían
arrasado el Imperio hitita y se dirigían de
forma imparable hacia Egipto. A su paso por
Canaán asolaron Ugarit, que nunca volvió a
reconstruirse, y destruyeron parte de Tiro. En
el sur, Gaza, Ascalón, Asdod y Ekron fueron
ocupadas por uno de estos pueblos, los
peleset o filisteos, que dieron su nombre a
Palestina. Otros pueblos mezclados en la oleada
se instalaron en la región, como los piratas
tjeker, que llegaron a dominar algunos
puertos. Esta fue también la época de
asentamiento en Canaán de los arameos, cuya
llegada no parece relacionada con el envite de
los ?Pueblos del Mar?. La invasión supuso la
reducción del territorio de dominio político
fenicio a la franja costera central del Líbano y
la desaparición de los centros económicos
tradicionales de Fenicia, pero al mismo tiempo
inauguró la época de esplendor de otras ciudades
que hasta entonces habían ocupado un lugar
secundario.
A pesar de que
las invasiones produjeron el estrechamiento
territorial de la civilización fenicia, tras
las invasiones ésta vivió un periodo de
esplendor cultural y de rápida recuperación
económica. La desaparición del Imperio hitita
y la decadencia de Egipto dotaron a Fenicia de
autonomía política, al tiempo que la crisis
final de la civilización micénica liberó a las
ciudades cananeas de su principal rival en el
comercio marítimo.
Por otra parte, una serie de factores internos
coadyuvaron a esta evolución. En primer lugar,
Fenicia experimentó en esta época un notable
crecimiento de su población, debido
probablemente al prolongado periodo de paz y
estabilidad política que siguió a las
invasiones. En segundo lugar, el país sufrió
las consecuencias del deterioro ecológico que
la explotación sistemática de sus recursos
forestales desde el III milenio a.C. había
producido. La región sufrió desde muy antiguo
un proceso de desforestación para la
explotación ganadera y pecuaria, que quebrantó
sus condiciones climáticas y edafológicas. Así,
la desaparición de los recursos forestales de
la región de Biblos parece que estuvo
directamente relacionada con el declive de la
ciudad. El empobrecimiento de los suelos por
la erosión que conllevó la destrucción de los
bosques debió influir enormemente en la
producción agrícola. En el siglo X a.C.
sabemos que Fenicia no producía alimentos
suficientes para mantener a una población en
aumento. La Biblia da noticia de las
importaciones de grano desde Siria e Israel.
El déficit de grano de las ciudades fenicias
se debió además a la pérdida del territorio
agrícola circundante en la crisis de finales
del II milenio. La concentración del
poblamiento en las ciudades costeras
constituyó un factor de desestabilización en
un territorio que ya estaba superpoblado. En
tiempos de Hiram I el déficit agrícola fue
paliado por el acuerdo con Israel. Pero, desde
los siglos IX-VIII, la expansión asiria redujo
las posibilidades de colonización agrícola de
las ciudades fenicias. La fundación de Kition
en Chipre fue el primer indicio de un cambio
de estrategia por parte de Tiro. Se trató del
control de un territorio que proporcionaba a
Tiro cobre de calidad y que constituía una
cabeza de puente con vistas a la fundación de
colonias en el Mediterráneo occidental para
garatizar el comercio de plata y productos
agrícolas, pero también para albergar a la
población excedente.
La nueva dependencia de los países vecinos en
lo que se refiere a los productos agrarios
hizo que los fenicios desarrollaran nuevas
estrategias económicas con el fin de sufragar
las importaciones de grano. Desarrollaron una
producción manufacturera (vidrios, tejidos,
recipientes metálicos, marfiles, muebles...)
altamente especializada y de gran refinamiento
técnico. Las manufacturas sustituyeron a las
riquezas naturales en el primer lugar del
comercio fenicio, y la producción artesanal
alcanzó tal volumen que puede hablarse de un
sistema industrial. Esta producción obligó a
los fenicios a buscar materias primas para su
industria fuera del empobrecido medio físico
que habitaban. Fue éste el origen de su
expansión marítima. Aprovechando las rutas
marítimas abiertas por la desaparecida
civilización micénica, los fenicios se
lanzaron al control comercial del Mediterráneo
y a su exploración en busca de materias primas,
entre las que se hizo especialmente deseable
el hierro, cuya industria había sustituido a
la del bronce.
La política exterior de Tiro y del resto de
las ciudades fenicias se basó desde el siglo X
en su papel como intermediaria comercial entre
las grandes potencias orientales, en la
producción especializada de bienes de lujo y
en el abastecimiento de metales preciosos a
los estados asiáticos. Desde fines del siglo
IX, la creciente presión tributaria del
Imperio asirio sobre las ciudades fenicias y
su apremiante necesidad de metales para dotar
a su ejército y a su industria, repercutió en
la enorme prosperidad del comercio fenicio.
Durante el I milenio, el hierro fue el
material estratégico más importante que los
grandes estados del interior de Asia
utilizaron para equipar a sus ejércitos; pero
sobre todo fue importante la plata, por su
valor en las transacciones comerciales, el
metal más codiciado por los asirios. Asiria
favoreció el papel de Tiro como intermediaria
comercial con el Mediterráneo y mantuvo
relaciones preferentemente con la ciudad
asiria. A cambio de la libertad de comercio,
Asiria obtenía materias primas y metales de
Tiro. A fines del siglo IX, los comerciantes
fenicios perdieron el mercado sirio-anatólico
desde la alianza sirio-urartuta, que les cerró
el paso a las ricas minas de Cilicia y Asia
Menor. A partir de entonces sólo contaron con
las reservas metalúrgicas occidentales.
Por otra parte, la economía de tipo palaciego
que había predominado durante la Edad del
Bronce entró en su crisis final tras las
invasiones de fines del II milenio. En este
nuevo periodo, las iniciativas privadas de
exploración y colonización, muchas veces
auspiciadas por los templos, sustituyeron a la
realeza en la planificación de la economía y
en el diseño de sus objetivos.
Desde el siglo X a.C., la ciudad de Tiro se
convirtió en el más importante centro urbano
de Fenicia. Fue ésta la época del rey Hiram I,
bajo el que Tiro llevó a cabo grandes empresas
en el Mediterráneo y en el mar Rojo. Hiram
extendió la influencia de Tiro a Chipre, donde
ya existía una colonia fenicia anterior,
Kition. Hiram mantuvo excelentes relaciones
con el rey Salomón de Israel, al que envió
arquitectos fenicios que construyeron el
templo de Yahvé en Jerusalén. La mítica ?flota
de Tarsis? de Tiro colaboró con Israel en
algunas arriesgadas empresas marítimas. Esta
alianza se mantuvo incluso después de que el
reino de Salomón se dividiera en los estados
de Judá e Israel.
Las fuentes
antiguas hacen remontarse el inicio de la
expansión fenicia por el Mediterráneo a
fechas muy tempranas. Las tradiciones
griegas situaron la fundación de las
primeras colonias fenicias después de la
caída de Troya, que se data en 1184 a.C.
Tras las convulsiones que dieron lugar al
derrumbamiento de la civilización micénica,
los fenicios tendieron una amplia red de
relaciones con el mundo egeo, que sufría un
profundo retroceso cultural y económico, de
ahí que las fuentes antiguas sitúen el
comienzo de los contactos entre griegos y
fenicios en dicha época.
El conocimiento de los astros y una serie de
mejoras técnicas en la construcción de
barcos permitieron a los fenicios emprender
un proceso de expansión que acabó
configurando una verdadera talasocracia que
sustituyó a la micénica. La expansión se
produjo a través del entramado de islas que
jalonan el Mediterráneo. A partir de sus
bases continentales, los fenicios tendieron
una cabeza de puente en Chipre, de donde
pasaron a Roda, que fue su puerta al Egeo.
Desde allí se dirigieron a la isla de Creta,
que utilizaron como trampolín hacia las
islas del Mediterráneo central. Malta,
Sicilia, Gozo, Pantellaria y Lampedusa
fueron colonizadas por navegantes fenicios.
La costa norteafricana y la isla de Cerdeña
fueron sus objetivos posteriores. Finalmente,
los fenicios se aventuraron hasta las
Baleares y de allí pasaron a dominar el
Estrecho de Gibraltar, en cuyas orillas
establecieron numerosas factorías.
Chipre fue el primer objetivo de esta
expansión. La primera colonia fenicia en
dicha isla fue Kition, al parecer fundada
por gentes de la ciudad de Sidón en época
muy antigua. A esta primera fundación
siguieron las de Idalion, Tamassos, Golgoi,
Marion y Lapethos. Las colonias chipriotas
tuvieron un papel muy activo en el proceso
de colonización de otros ámbitos. Junto con
Rodas, las ciudades chipriotas fueron los
principales centros de producción
manufacturera de los productos ?orientales?
(cerámicas, bronces, joyas, muebles...) que
se distribuían por todo el Mediterráneo. La
situación geográfica de la isla la convirtió
en el núcleo del comercio marítimo del
Mediterráneo oriental, posición que conservó
a pesar de las tribulaciones políticas por
las que atravesaron las ciudades de la costa
fenicia a través del tiempo.
Desde principios del siglo VIII, se produjo
en el Mediterráneo occidental la llegada de
grupos de población fenicia que se
establecían a lo largo de las rutas de
navegación que conducían a las dos
principales reservas de metales de Occidente:
Cerdeña y Tartessos. Las fuentes
historiográficas griegas situaron la
fundación de las primeras colonias tirias en
el Mediterráneo occidental -Gadir, Lixus y
Útica- en torno a 1100 a.C., aunque los
vestigios arqueológicos la sitúan más tarde,
a principios de siglo VIII a.C.
En el Mediterráneo central y occidental, la
colonización fenicia se desarrolló siguiendo
una serie de fases. En un primer momento,
las expediciones exploratorias establecieron
pequeñas factorías comerciales, desde fines
del siglo IX o principios del siglo VIII a.C.
Más tarde, desde comienzos del siglo VII a.C.,
se produjo un proceso de emigración masiva
de gentes provenientes de Fenicia que
escapaban del terror de la conquista asiria
y que procedieron al poblamiento de las
antiguas factorías. Se produjo el
crecimiento demográfico de los
establecimientos ya existentes y la
fundación de otros. Cartago y las colonias
de Sicilia (Motya), Cerdeña (Sulcis, Caralis
y Tharros) y del sur de la Península Ibérica
(Gadir, Sexi y Toscanos, entre otras)
experimentaron un gran crecimiento durante
esta fase. Otras muchas colonias se fundaron,
bien desde la propia Fenicia bien desde
algunas de las grandes colonias, como
Cartago o Gadir. Así, Leptis Magna o
Sabratha, en la costa norafricana, o Ebusus,
en las Baleares. Desde aproximadamente 600
a.C., se inició una nueva fase en el proceso
de colonización, en la que las colonias
fueron perdiendo progresivamente su
vinculación a las ciudades cananeas
orientales debido a la crisis que reinaba en
aquella región. Chipre se convirtió en el
principal nexo entre el Mediterráneo
oriental y las colonias más occidentales.
Cartago, emplazada en una península del
golfo de Túnez, fue fundada, según la
tradición, en 814-813 a.C. por una facción
de la aristocracia tiria. Su importancia se
revela ya en su nombre: Qart-hadasht,
que significa ?capital nueva?. Fue sin duda
la colonia fenicia más extensa y poderosa.
Su superficie urbana fue comparable a la de
las grandes ciudades de Oriente. Su densidad
de población fue también muy superior a la
del resto de las colonias fenicias. A
mediados del siglo VIII a.C., había
alcanzado ya su carácter de gran metrópolis
comercial debido a su posición estratégica,
ya que era paso obligado de las naves que,
procedentes de Gadir, regresaban a Tiro.
Cartago dominaba además las feraces llanuras
interiores, que constituían una de las
regiones agrícolas más importantes de África.
Cartago estableció una esfera de influencia
con la fundación de otras colonias fenicias
en Sicilia y Cerdeña. En Sicilia, la colonia
fenicia más importante fue la Motya;
emplazada en un islote frente a la ciudad de
Marsala, al este de la isla, Motya dominaba
el canal de Sicilia frente a Cartago, canal
que constituia un enclave vital para la
navegación. Motya reprodujo el tipo de
asentamiento fenicio introducido en
Occidente con la fundación de Cartago: una
necrópolis de incineración situada al norte
del islote, diversas dependencias
mercantiles y portuarias, un templo, y un
recinto sagrado o tofet en el centro
de la ciudad. Motya, sin embargo, no se
expandió hacia el interior de Sicilia, sino
que se benefició de su posición estratégica
que le permitía el acceso a las vías
comerciales del mar Tirreno y la Italia
peninsular.
En Cerdeña, la concentración de población
fue muy importante. Los grandes centros
portuarios, como Cagliari, Nora, Bithia,
Sulcis y Tharros, en el sur y suroeste de la
isla, fueron el núcleo de expansión fenicia
hacia el interior durante los siglos VIII y
VII, con el objetivo de controlar la
producción agrícola y metalúrgica. Sulcis,
por ejemplo, creó durante el siglo VII una
amplia red de fortificaciones -Monte Sirai,
Pani Loriga- destinada a garantizar el
control sobre el territorio circundante rico
en plomo y plata. La construcción de estos
enclaves fortificados, fundados a veces
sobre poblados devastados, sugieren que los
fenicios practicaron una política de
conquista violenta sobre la población
autóctona.
La manifestación cultural más conocida de
las colonias fenicias del Mediterráneo
central fue el tofet, un recinto
sagrado situado en la periferia de las
colonias, donde se practicaban sacrificios
humanos y se inmolaban niños en honor de la
divinidad (Baal, Astarté o Tanit). Esta
práctica tiene su origen en Fenicia e
Israel, pero su máximo desarrollo se dio en
Sicilia, Cartago y Cerdeña. Las tradiciones
griega y latina posteriores denunciaron el
sacrificio de niños, sobre todo primogénitos
de las familias más ilustres de la ciudad.
El sacrifico humano en Cartago parece que
estuvo relacionado con los grandes
magistrados y príncipes de la ciudad, debido
a la identificación antigua entre el
concepto de ciudadanía y la ofrenda de
sacrificios, que monopolizaba la clase
dirigente.
En el
Mediterráneo occidental, Gadir desempeñó el
mismo papel que Cartago. Su influencia se
extendió desde Ibiza, posiblemente una
fundación gaditana de los siglos VIII-VII
a.C., hasta Lixus y Mogador, en la costa
atlántica marroquí. Durante la segunda mitad
del siglo VII a.C., pobladores fenicios
procedentes de Gadir se establecieron en
diferentes puntos de la isla de Ibiza. El
asentamiento de Gadir estaba emplazado en la
isla más pequeña (Erytheia) de un
archipiélago que hoy se encuentra unido a
tierra formando la península de Cádiz. Los
objetivos de Gadir eran canalizar las
riquezas procedentes de su territorio
inmediato -Tartessos- y controlar el acceso
a la ruta atlántica a través del estrecho de
Gibraltar, donde los fenicios obtenían
estaño, oro y marfil a través de la colonia
de Lixus, que conducía directamente a unos
territorios interiores ricos en marfil, oro,
sal, cobre, hierro y plomo. Más al sur, la
isla de Mogador estaba situada en aguas
ricas en pesca y atún. Gadir mantuvo una
intensa explotación de la plata tartésica,
exportada a Oriente y a Grecia en lingotes.
La importancia de Gadir no radicó tan sólo
en su monopolio sobre la plata de Tartessos,
sino también en su célebre templo de Melqart,
cuyo prestigio está recogido en todos los
escritores clásicos del mundo antiguo. El
dios Melqart, más tarde asimilado a
Herakles-Hércules, era el patrón de Tiro y,
por tanto, el representante de la monarquía
tiria en Gadir.
Para facilitar los contactos con el valle
del Guadalquivir y el área tartésica, Gadir
creó a principios del siglo VIII un puerto
continental situado en la desembocadura del
río Guadalete, hoy en la Torre de Doña
Blanca. Existen además numerosos
asentamientos fenicios localizados entre
Almería y el río Guadalhorce, en Málaga. En
esta región se ha localizado la mayor
concentración conocida de colonias fenicias
arcaicas de todo el Mediterráneo occidental.
Estas pequeñas colonias se situaron en las
desembocaduras de los principales ríos de la
Andalucía oriental, lo que permitía a sus
pobladores dominar las vías de penetración
hacia las vegas de Granada y Almería y
explotar los valles de aluvión que
garantizaban el abastecimiento agrícola. Uno
de los enclaves más importantes fue el del
Cerro del Villar, en la desembocadura del
río Guadalhorce, en la actual Málaga. Los
yacimientos arqueológicos muestran que allí
se desarrolló una industria especializada en
la producción de ánforas y grandes
contenedores. El enclave dominaba la entrada
hacia las campiñas de Sevilla y Córdoba (es
decir, Tartessos) y desarrolló una
agricultura intensiva de regadío. Por otra
parte, la minería intensiva alrededor de la
región de Huelva requirió grandes cantidades
de madera como combustible, lo que produjo
un intenso proceso de desforestación. Otros
asentamientos cercanos, como el de Toscanos
o el de Sexi, tenían este mismo carácter de
colonias agrícolas y centros especializados
en la producción y almacenamiento de
mercancías destinadas al comercio con las
poblaciones indígenas del interior.
Durante este periodo
(900-550 a.C.), la red de colonias fenicias se
convirtió en un imperio comercial merced a su
dominio sobre el tráfico del hierro. Por ello, los
imperios mesopotámicos trataron en repetidas
ocasiones de someter a las ciudades fenicias
orientales, con el fin de asegurarse el control
sobre el comercio mediterráneo. De este modo,
Fenicia sufrió el final del periodo de autonomía
que siguió a las invasiones de los ?Pueblos del
Mar?. Primero los asirios y, posteriormente, los
babilonios y los persas recurrieron a las campañas
militares para imponer su protectorado o su
dominación directa sobre las ciudades cananeas.
En 875 a.C., el rey asirio Assurnarsipal II
sometió a tributo a las principales ciudades
fenicias, incluida Tiro, tributo que fue renovado
en tiempos de Salmanasar III mediante sucesivas
incursiones militares. Por su parte, Egipto, que
vivía un periodo de recuperación bajo los faraones
de la XXII dinastía, pugnaba por recuperar su
influencia sobre Fenicia. Los faraones apoyaron la
resistencia anti-asiria de las ciudades cananeas e
impusieron su protectorado sobre algunas de ellas,
como fue el caso de Biblos. Tras la muerte del
asirio Salmanasar III, la crisis de su imperio
favoreció las ambiciones de Egipto, que pudo
ampliar su dominación sobre Fenicia.
La competencia de estos dos imperios por el
control sobre las ciudades cananeas produjo graves
tensiones en el interior de las mismas. Nuevamente
se decantaron distintas facciones dentro de la
clase dirigente urbana. La realeza de las ciudades
y los sectores aristocráticos cuya fuente de
riqueza radicaba en la propiedad sobre la tierra y
en el poder político, formaban la tendencia
filo-asiria. Para esta facción, el pago de
tributos a los asirios era preferible a la
dependencia administrativa y política del Imperio
egipcio. Por su parte, las clases urbanas de
artesanos y comerciantes propugnaban la alianza
con Egipto como medio de desembarazarse de los
onerosos tributos debidos a los asirios, que
recaían principalmente sobre el producto del
comercio. Estas tensiones produjeron luchas
internas en el seno de algunas monarquías, y en el
caso de Tiro dieron lugar a la escisión de la
dinastía. La hermana del rey de Tiro, Elisa, se
alineó con la facción filo-egipcia de la ciudad y,
tras luchar por el gobierno de la ciudad, se
exilió junto con sus partidarios. Del periplo de
Elisa surgió en 814 a.C. la fundación de Cartago,
que habría de convertirse en la principal
metrópolis colonial fenicia.
Con la subida al trono asirio de Tiglat-Pilaser
III se inició un nuevo periodo de sometimiento de
las ciudades cananeas. Los asirios abandonaron su
antigua estrategia de imposición de tributos para
pasar a una política de conquista y ocupación del
territorio. En 743 a.C., Asiria se anexionó el
norte de Fenicia y sus ciudades perdieron gran
parte de su autonomía política. Durante el reinado
del asirio Senaquerib, una coalición de ciudades
protagonizó una importante revuelta, a la que
siguió una represión por la que Tiro fue sometida
a sitio durante 5 años. Posteriormente, una
rebelión apoyada por Egipto durante el reinado del
asirio Asarhadón concluyó con la destrucción de
Sidón en 667 a.C. y con la anexión de los
territorios aledaños a Tiro, ciudad ésta que quedó
reducida a su territorio insular. Buena parte de
Fenicia fue sometida a la administración directa
del Imperio asirio y repartida en provincias.
Desde entonces, sólo Biblos, Arvad y el islote de
Tiro conservaron una cierta autonomía, aunque
sometidas al pago de tributos y a la presencia de
gobernadores asirios.
La destrucción del Imperio asirio por la coalición
de las fuerzas babilonias y medas en 612 a.C.
supuso el fin de la dominación asiria sobre
Fenicia. Sin embargo, las consecuencias del
periodo de la violenta conquista asiria eran ya
irreversibles: gran parte de la población fenicia
había huido de sus devastaciones, configurando un
movimiento migratorio que benefició a las plazas
fenicias de ultramar. Este proceso de poblamiento
convirtió a las antiguas factorías comerciales de
las costas mediterráneas en auténticas ciudades.
En las ciudades fenicias orientales, la
desaparición del Imperio asirio fue seguida por el
apogeo del Imperio babilónico y por una nueva
dominación. Bajo Nabucodonosor II, los ejércitos
babilónicos sometieron Tiro tras un sitio de 13
años. La ciudad acabó claudicando y ello supuso el
fin de su monarquía, que fue sustituida por un
gobierno de magistrados civiles (sufetes)
más favorable a los intereses de las clases
comerciantes.
Finalmente, la unificación de todo el Oriente
Próximo por el Imperio persa afectó también a las
ciudades cananeas, que pasaron a formar parte de
una de las satrapías o unidades administrativas
del imperio. La dominación persa parece que fue
mucho menos onerosa para los fenicios orientales
que las anteriores, puesto que no se han
conservado noticias de rebeliones y las ciudades
gozaron de una amplia autonomía local.
Durante el periodo de la dominación persa en la
Última Edad del Hierro (550-330 a.C.), las
ciudades de Fenicia oriental conservaron una
relativa autonomía. La reforma administrativa
llevada a cabo por el emperador Darío incluyó a
Fenicia en la quinta satrapía, junto con Chipre,
Siria y Palestina, pero no cambió sustancialmente
la situación de las ciudades cananeas. Éstas
conservaron su sistema de autogobierno y sus
dinastías locales, y actuaron como aliadas contra
los enemigos exteriores de Persia, como en el caso
de las guerras que enfrentaron a persas y griegos.
Con la decadencia del Imperio persa, se inició una
nueva época de virtual independencia para las
ciudades fenicias, que se volvieron hacia el
floreciente ámbito griego, con el que las unían
fuertes lazos comerciales. En 332 a.C., la mayoría
de las ciudades abrieron sus puertas sin
resistencia a los ejércitos de Alejandro Magno.
Durante el periodo helenístico, las ciudades
mantuvieron su autonomía a pesar de que el
territorio cananeo fue nuevamente el objetivo de
la competencia de Seleúcidas y Ptolomeos. Fue esta
una época de empobrecimiento comercial para las
ciudades cananeas, que tuvieron que competir con
la pujanza económica de Alejandría.
Tras la conquista romana en 64 a.C., Fenicia fue
integrada en el esquema de la administración
latina sin perturbaciones aparentes, puesto que el
sistema de gobierno colegiado de los sufetes,
que en la mayoría de las ciudades había sustituido
al poder monárquico sacramental, se adaptaba muy
bien a la administración romana. El comercio de
las ciudades orientales se benefició enormemente
de la llamada pax romana y floreció
nuevamente tras un largo periodo de declive.
La romanización de Fenicia fue muy profunda. Sin
embargo, el sustrato de la lengua y la cultura
cananeas se mantuvo vivo durante todo el periodo
de dominación romana e incluso posteriormente. En
tiempos de san Agustín, ya en plena decadencia del
Imperio romano, sabemos que la lengua fenicia se
hablaba aún en Cartago y que la herencia cultural
y civilizadora cananea se había mantenido en
rescoldo en todo el área colonial fenicia. La
tradición de sincretismo y cosmopolitismo de esta
civilización posiblemente ayudó a que su legado
sobreviviera a la azarosa historia del pueblo
fenicio.
Cultura y aportaciones de los
fenicios
La civilización fenicia tuvo un carácter
esencialmente ecléctico y pragmático. Su
cosmopolitismo evitó un etnocentrismo que fue
propio de otros pueblos semíticos, como los
hebreos. A menudo se ha acusado a los fenicios
de sacrificar la originalidad de la creación
técnica y artística al pragmatismo económico. En
efecto, los fenicios adaptaron e hicieron suyos
los logros artísticos de otros pueblos, como
egipcios o asirios, y los llevaron a una gran
perfección técnica. Sin embargo, este hecho
puede interpretarse como muestra de ese
sincretismo abierto a todas las influencias que
caracterizó a la civilización fenicia.
Los fenicios cultivaron únicamente las artes
menores y fueron auténticos maestros en la
orfebrería, el labrado del marfil y el modelado
del vidrio. Sus joyas despertaron la admiración
de todos los pueblos mediterráneos y, a pesar de
que los fenicios no practicaron la escultura
monumental, sus creaciones mostraron un
exquisito refinamiento artístico.
Una de las más importantes aportaciones fenicias
a la civilización mediterránea tuvo lugar en el
campo del pensamiento. En el seno de las capas
urbanas de la sociedad fenicia nació la
filosofía estoica, cuyo fundador, Zenón, era
originario de la colonia chipriota de Kition.
Los fenicios destacaron también por sus elevados
conocimientos técnicos en diversas áreas. La
ingeniería y la arquitectura fenicias alcanzaron
gran fama en todo el Mediterráneo. Eran
magníficos constructores de puentes, diques y
puertos, y en sus ciudades podían encontrarse
edificios de hasta seis plantas en altura. Pero
despuntaron particularmente en el campo de la
construcción naval, y a ellos se debieron las
innovaciones técnicas que permitieron la
navegación de largo recorrido y el gran comercio
internacional por mar. Su vocación marítima les
llevó a perfeccionar el conocimiento de los
astros. A ellos se atribuye el descubrimiento de
la posición fija de la Estrella Polar como
referencia para la navegación.
Pero, sin duda, la principal aportación de los
fenicios fue la invención del alfabeto, cuyo
origen se remonta a la época del Bronce Medio.
La creación de un sistema de escritura sencillo
que utilizaba 24 signos fonémicos demuestra el
desarrollo que en la civilización fenicia
alcanzó el pensamiento abstracto y lógico. Este
alfabeto, que vino a sustituir a los complicados
sistemas existentes (cuneiforme e ideográfico),
supuso la expansión del dominio de la escritura
a amplias capas de la población fenicia. El
alfabeto fenicio fue adoptado por griegos y
etruscos, y de él deriva nuestro alfabeto, así
como el alfabeto árabe.
El alfabeto y el comercio fenicios dieron por
vez primera unidad de civilización al
Mediterráneo durante el I milenio a.C. Si bien
los pueblos que habitaban sus riveras
conservaron substancialmente sus características,
gracias al dinamismo de la civilización fenicia
se relacionaron e influyeron profundamente entre
sí. Las colonias fenicias dieron continuidad a
estas relaciones y formaron una tupida red de
intercambio económico y cultural que fue la
principal herencia legada por los antiguos
cananeos.
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Educativa Héctor A. García |