ESPAÑOL
Somos Islas

Unidad 5
Al finalizar el estudio de la unidad
5 el estudiante:
CL. 12.6 Analizará obras literarias
representativas de distintos periodos y compara los
temas utilizados en cada uno.
Caribe mulato
Con la
llegada de los europeos a la América llegaron también
sus instituciones y la esclavitud como una de ellas
permitió el sometimiento y esclavización del indígena
hasta llevar a esta población a un descalabro
demográfico, obligando la importación de mano de obra de
origen africano. A América llegaron negros de
los reinos de Benín, Congo y Angola en
África Occidental.
La
influencia de las costumbres heredadas del África
Occidental y las Antillas ha marcado definitivamente la
cultura afrocaribeña , tanto en la arquitectura, la
gastronomía y la música, como en sus tradiciones. Los
ritmos del Caribe los marcan la bomba , la plena, el
son, el merengue , el calypso, junto con el reggae,
siempre están presentes en la vida cotidiana de esta
región del Mundo.
La literatura ha de ser siempre, un producto
de la cultura, para hacer ver y permanecer, el reflejo
de la época en que se produce. Es en la literatura en
la que encontramos el punto de encuentro entre las
islas del Caribe.
Uno de los
poetas caribeños , Nicolás Guillén expresa en su poema
Motivos del Son, el elemento negrista para
exponernos al problema de discrimen racial, que venía
gestándose en América desde la época de la conquista.

Nicolás
Guillén, poeta cubano, es uno de los grandes poetas
caribeños de la lengua española . La poesía de Nicolás
Guillén que emerge de temas costumbristas y populares,
hace un recorrido de maduración y depuración, hasta
llegar a formas de concentrado lirismo y de complejidad
rítmica en la utilización del son cubano y de metros
variados de la antigua tradición hispánica. Guillén
avanza varios pasos adelante y abre un nuevo camino en
su producción poética, orientado hacia los problemas
sociales, étnicos e históricos de Cuba, muy
especialmente los de la gente de color.
Resume en
tus propias palabras lo que dice el poema:
Por otro lado, en
Puerto Rico poetas como Luis Palés Matos(iniciador de la
poesía negrista) y Fortunato Vizcarrondo cultivaron la
poesía negrista con magistral y singular belleza, ritmo
y contenido.
A Fortunato Vizcarrondo sólo le bastó una
obra, “Dinga y mandinga” (1942), para que la crítica
literaria lo colocara al lado del insigne Luis Palés
Matos (1898-1959) – autor de “Tuntún de pasa y grifería”
(1937) – como uno de los dos grandes cultores de la
poesía negra en Puerto Rico y entre los más importantes
de las Antillas. Sus poemas, cargados de picardía e
ingenio, cobraron trascendencia a partir de 1938
declamados por un recitador excepcional: el doradeño
Juan Boria (1905-1995), quien no sólo los paseó
internacionalmente. De Fortunato Vizcarrondo
¿Y
Tu Abuela Dónde Está?
Ayer me dijiste: negro
y
hoy te voy a contetá...
mi
madre se sienta en la sala,
y
tu abuela ¿aonde etá...?
Yo
tengo el pelo e caíllo
el
tuyo es seda na má,
tu
pai lo tiene bien lasio
y
tu abuela ¿aonde etá...?
Tu
color te salió blanco;
y
las mejillas rosá,
los labios los tienes finos
Y
tu abuela ¿aonde etá...?
A
ti te gusta el fo trote
y
a mi bruca maniguá
si
es tu orgullo de blanco
Y
tu abuela ¿aonde etá...?
eres blanquito enchapao
que dentra en sociedad
temiendo que se conozca
la
mamá de tu mamá.
La
probe se está muriendo
al
verse tan maltratá
que hasta tu perro le ladra
cuando ella etá lavá.
Muy bien que yo la conozco
se
ñama Siña Tatá
tú
la econde en la cocina
porque es prieta de verdad.
Aquí el que no tiene dinga
tiene mandinga , ja, ja.
Y
por eso yo te digo:
Y
tu abuela... ¿aonde etá...?
Fortunato
Vizcarrondo
( Carolina PR)
Luego de
leer ambos poemas contesta:
¿En qué se
parecen ambos poemas?
¿Cómo se
establece el ritmo de cada uno de los poemas?
¿Cómo se
construye la identidad negra en la poesía de Fortunato
Vizcarrondo?
Observa el
vídeo: Luis Pales Matos, la huella de sus versos
http://www.youtube.com/watch?v=Es6MYw8fGQ4&feature=related
Señala los elementos de la poesía
negrista presentes en el documental.
¿ Qué característica son comunes a
los tres poetas?

Ana Lydia Vega "Encancaranublado"
El cielo está encancaranublado.
¿Quién lo encancaranublaría?
El que lo encancaranubló
buen encancaranublador sería.
Septiembre,
agitador profesional de huracanes, avisa guerra llenando
los mares de erizos y aguavivas. Un vientecito
sospechoso hincha la guayabera que funge de vela en la
improvisada embarcación. El cielo es una conga
encojonada para bembé de potencias.
Cosa mala, ese mollerudo brazo de mar que lo separa del
pursuit of happiness. Los tiburones son pellizco
de ñoco al lado de otros señores peligros que por allí
jumean. Pero se brega. Antenor lleva dos días en la
monotonía de un oleaje prolongación de nubes. Desde que
salió de Haití no ha avistado siquiera un botecito de
pescadores. Es como jugar al descubridor teniendo sus
dudas de que la tierra es legalmente redonda. En
cualquier momento se le aparece a uno el consabido
precipicio de los monstruos. Atrás quedan los mangós
podridos de la diarrea y el hambre, la gritería de los
macoutes, el miedo y la sequía. Acá el mareo y la
amenaza de la sed cuando se agote la minúscula provisión
de agua. Con todo y eso, la triste aventura marina es
crucero de placer a la luz del recuerdo de la isla.
Antenor se
acomoda bajo el caldero hirviente del cielo. Entre el
merengue del bote y el cansancio del cuerpo se hubiera
podido quedar dormido como un pueblo si no llega a ser
por los gritos del dominicano. No había que saber
español para entender que aquel náufrago quería pon.
Antenor lo ayudó a subir como mejor pudo. Al botecito le
entró con tal violencia un espíritu burlón de esos que
sobrevuelan el Caribe que por poco se quedan los dos a
pie. Pero por fin lograron amansarlo.
— Gracias, hermanito, dijo el quisqueyano con el suspiro
de alivio que conmovió a la vela.
El haitiano le pasó la cantimplora y tuvo que
arrancársela casi para que no se fuera a beber toda el
agua que quedaba, así, de sopetón. Tras largos
intercambios de miradas, palabras mutuamente
impermeables y gestos agotadores llegaron al alegre
convencimiento de que Miami no podía estar muy lejos. Y
cada cual contó, sin que el otro entendiera, lo que
dejaba —que era poco— y lo que salía a buscar. Allí se
dijo la jodienda de ser antillano, negro y pobre. Se
contaron los muertos por docenas. Se repartieron
maldiciones a militares, curas y civiles. Se estableció
el internacionalismo del hambre y la solidaridad del
sueño. Y cuando más embollados estaban Antenor y
Diógenes —gracia neoclásica del dominicano— en su
bilingüe ceremonia, repercutieron nuevos gritos bajo la
bóveda entorunada del cielo. El dúo alzó la vista hacia
las olas y divisó la cabeza encrespada del cubano detrás
del tradicional tronco de náufrago.
— Como si fuéramos pocos parió la abuela, dijo Diógenes,
frunciendo el ceño. El haitiano entendió como si hubiera
nacido más allá del Masacre. Otro pasajero, otra alma,
otro estómago, para ser exactos. Pero el cubano aulló
con tanto gusto y con tan convincente timbre santiaguero
que acabaron por facilitarle el abordaje de un
caribeñísimo ¡Que se joda! ante la rumba que emprendió
en el acto el bote.
No obstante la urgencia de la situación, el cubano tuvo
la prudencia de preguntar:
— ¿Van pa Miami, tú? antes de agarrar la mano indecisa
del dominicano.
Volvió a encampanarse la discusión. Diógenes y Carmelo
—tal era el nombre de pila del inquieto santiaguero—
montaron tremendo perico. Antenor intervenía con un
ocasional Mais oui o un C‘est ça asaz
timiducho cada vez que el furor del tono lo requería.
Pero no le estaba gustando ni un poquito el monopolio
cervantino en una embarcación que, destinada o no al
exilio, navegaba después de todo bajo bandera haitiana.
Contrapunteado por Diógenes y respaldado por un discreto
maraqueo haitiano, Carmelo contó las desventuras que lo
habían alejado de las orientales playas de la Antilla
Mayor.
— Óyeme, viejo, aquello era trabajo va y trabajo viene
día y noche...
— Oh, pero en Santo Domingo ni trabajo había...
— Pica caña y caña pica de sol a sol, tú…
— Qué vaina, hombre. En mi país traen a los dichosos
madamos pa que la piquen y a nosotros que nos coma un
caballo...
El haitiano se estremeció ligeramente al roce de la
palabra madamo, reservada a los suyos y pronunciada con
velocidad supersónica por el quisqueyano. No dijo nada
para no hacerle más cosquillas al bote, ya bastante
engreído por la picadura del agua.
— Chico, ya tú ves que donde quiera se cuecen frijoles,
dijo el cubano, iniciando la búsqueda de comestibles con
su imprudente alusión. Antenor tenía, en una caja de
zapatos heredada de un zafacón de ricos, un poco de
casabe, dos o tres mazorcas de maíz reseco, un saquito
de tabaco y una canequita de ron, víveres que había
reunido para el viaje con suma dificultad. Había tomado
la precaución de sentarse sobre ella por aquello de que
caridad contra caridad no es caridad. Pero el cubano
tenía un olfato altamente desarrollado por el tráfico
del mercado negro, que era su especialidad allá en
Santiago, y:
— Levanta el corcho, prieto, dijo sin preámbulos,
clavándole el ojo a la caja de zapatos como si fuera la
mismísima Arca de la Alianza.
Antenor fingió no enterarse, aunque las intenciones del
Carmelo eran claramente políglotas.
— Alza el cagadero, madamo, que te jiede a ron y a
tabaco, tradujo Diógenes, olvidando súbitamente los
votos de ayuda mutua contraídos, antes de la llegada del
cubano, con su otra mitad insular.
Antenor record de analfabetismo mundial que
nadie le disputaba a su país, pensó, asumiendo la
actitud más despistada posible ante los reclamos de sus
hermanos antillanos. Al fin, impacientes e indignados
por la resistencia pasiva de Antenor, le administraron
tremendo empujón que por poco lo manda de excursión
submarina fuera de su propio bote. Y se precipitaron
sobre la cajita como si talmente fuera el mentado Cuerno
de la Abundancia. Almorzados el casabe y las mazorcas,
los compinches reanudaron su análisis socioeconómico
comparado de las naciones caribeñas. Carmelo mascaba
tabaco y Diógenes empinaba el codo con la contentura del
que liga los encantos de la Estatua de la Libertad bajo
la desgastada túnica.
- Yo pienso meterme en negocios allá en Miami, dijo
Carmelo. Tengo un primo que, de chulo humilde que era al
principio, ya tiene su propio... club de citas, vaya...
Ese es país de progreso, mi hermano, asintió el
dominicano con un latigazo de tufo a la cara del
haitiano.
Antenor no había dicho ni esta boca es mía desde que lo
habían condenado a solitaria. Pero sus ojos eran dos
muñecas negras atravesadas por inmensos alfileres.
— Allá en Cuba, prosiguió Carmelo, los clubes de citas
están prohibidos, chico. No hay quien viva con tantas
limitaciones.
— Pues allá en la República hay tantas putas que hasta
las exportarnos, ripostó Diógenes con una carcajada tan
explosiva que espantó a un tiburón lucido de espoleta a
la sombra del bote.
— Tout Dominikenn se pit, masculló Antenor desde
su pequeño Fuerte Allen. Con la suerte de que Diógenes
no le prestó oreja, habitado como estaba por
preocupaciones mayores.
— El problema, profundizó Carmelo, es que en Cuba las
mujeres se creen iguales a los hombres y, vaya, no
quieren dedicarse...
— Oh, pero eso será ahora porque antes las cubanas se
las traían de a verdá, dijo su compañero, evocando los
cotizados traseros cubanos de fama internacional.
A Carmelo no le había gustado nada la nostálgica alusión
a la era batistiana y ya le estaba cargando el lomo la
conversación del quisqueyano. Así es que le soltó de
buenas a primeras:
— ¿Y qué? ¿Cómo está Santo Domingo después del temporal?
Dicen los que saben que no se nota la diferencia... Y
acompañó el dudoso chiste con la carcajada que se oyó en
Guantánamo. El dominicano se puso jincho, lo cual era
difícil, pero prefirió contener su cólera al fijarse en
los impresionantes bíceps del pasajero cubano, que
atribuyó al fatídico corte de caña. Para disimular,
buscó la cantimplora. El mar estaba jumo perdido y el
bote se remeneaba más que caderas de mambó en servicio a
Dambalá. La cantimplora rodó, cayendo a los inoportunos
pies de Antenor. El dominicano se la disputó. Antenor
forcejeó. El cubano seguía la pelea sonreído, con cierta
condescendencia de adulto ante bronca de niños. En eso,
empezó a lloviznar. Entre el viento, el oleaje y el
salpafuera antillano que se formó en aquel maldito bote,
el tiburón recobró las esperanzas: Miami estaba más
lejos que China.
El haitiano lanzó la cantimplora al agua. Mejor morir
que saciarle la sed a un sarnoso dominicano. Diógenes se
paró de casco, boquiabierto. Pa que se acuerde que los
invadimos tres veces, pensó Antenor, enseñándole los
dientes a su paisano.
— Trujillo tenía razón, mugía el quisqueyano, fajando
como un toro bravo en dirección a la barriga haitiana.
El bote parecía un carrito loco de fiesta patronal.
Carmelo salió por fin de su indiferencia para advertir:
— Dejen eso, caballero, ta bueno ya, que nos vamos a
pique, coño...
Y a pique se fueron, tal y como lo hubiera profetizado
el futuro hombre de negocios miamense. A pique y
lloviendo, con truenos y viento de música de fondo y el
sano entusiasmo de los tiburones.
Pero en el preciso instante en que los heroicos
emigrantes estaban a punto de sucumbir a los peligros
del Triángulo de Bermudas oyóse un silbato sordo, ronco
y profundo cual cántico de cura en réquiem de político
y:
— ¡Un barco!, gritó Carmelo, agitando la mano como
macana de sádico fuera del agua.
Las tres voces náufragas se unieron en un largo, agudo y
optimista alarido de auxilio.
Al cabo de un rato —y no me pregunten cómo carajo se
zapatearon a los tiburones porque fue sin duda un
milagro conjunto de la Altagracia, la Caridad del Cobre
y las Siete Potencias Africanas— los habían rescatado y
yacían, cansados pero satisfechos, en la cubierta del
barco. Americano, por cierto.
El capitán, ario y apolíneo lobo de mar de sonrojadas
mejillas, áureos cabellos y azulísimos ojos, se asomó
para una rápida verificación de catástrofe y dijo:
— Get those niggers down there and let the spiks take
care of ‘em. Palabras que los incultos héroes no
entendieron tan bien como nuestros bilingües lectores. Y
tras de las cuales, los antillanos fueron cargados sin
ternura hasta la cala del barco donde, entre cajas de
madera y baúles mohosos, compartieron su primera mirada
post naufragio: mixta de alivio y de susto sofrita en
esperanzas ligeramente sancochadas. Minutos después, el
dominicano y el cubano tuvieron la grata experiencia de
escuchar su lengua materna, algo maltratada pero siempre
reconocible, cosa que hasta el haitiano celebró pues le
parecía haberla estado oyendo desde su más tierna
infancia y empezaba a sospechar que la oiría durante el
resto de su vida. Ya iban repechando jalda arriba las
comisuras de los salados labios del trío, cuando el
puertorriqueño gruñó en la penumbra:
— Aquí si quieren comer tienen que meter mano y duro.
Estos gringos no le dan na gratis ni a su mai.
Y sacó un brazo negro por entre las cajas para pasarles
la ropa seca.
Contesta:
1. ¿Qué
representa la palabra encancaranublado? ¿ Con que color
la asocias?
2. ¿ Cuál es
la importancia del color en el cuento?
3. Describe
los personajes, a que países caribeños representan :
4. El recurso
de la ironía está presente en el cuento, ¿cómo se logra?
5. ¿Por qué
el haitiano desconfía del dominicano y del cubano?
6. ¿Al ser
rescatados , cómo se comporta el puertorriqueño?
7. ¿ Qué
opinas de la conducta del puertorriqueño?
8.
Explica las siguientes expresiones:
1.
“Antenor se acomoda bajo el caldero hirviente del
cielo”.
2. “No
había que saber español para entender que aquel náufrago
quería pon”.
3. “Y
cuando más embollados estaban Antenor y Diógenes —gracia
neoclásica del dominicano— en su bilingüe ceremonia,
repercutieron nuevos gritos bajo la bóveda entorunada
del cielo.”
4. “Al
fin, impacientes e indignados por la resistencia pasiva
de Antenor, le administraron tremendo empujón que por
poco lo manda de excursión submarina fuera de su propio
bote”.
5.
“Get those niggers down there and let the spiks take
care of ‘em.”
9.
¿Cuál es el elemento común que une en el cuento a estos
cuatro personajes caribeños?
10.
¿
Qué mensaje nos da la autora a través del cuento?
|
Majestad Negra
Luis Palés Matos
Por la encendida
calle antillana
Va Tembandumba de la Quimbamba
--Rumba, macumba, candombe, bámbula---
Entre dos filas de negras caras.
Ante ella un congo--gongo y maraca--
ritma una conga bomba que bamba.
Culipandeando la Reina avanza,
Y de su inmensa grupa resbalan
Meneos cachondos que el congo cuaja
En ríos de azúcar y de melaza.
Prieto trapiche de sensual zafra,
El caderamen, masa con masa,
Exprime ritmos, suda que sangra,
Y la molienda culmina en danza.
Por la encendida calle antillana
Va Tembandumba de la Quimbamba.
Flor de Tórtola, rosa de Uganda,
Por ti crepitan bombas y bámbulas;
Por ti en calendas desenfrenadas
Quema la Antilla su sangre ñáñiga.
Haití te ofrece sus calabazas;
Fogosos rones te da Jamaica;
Cuba te dice: ¡dale, mulata!
Y Puerto Rico: ¡melao, melamba!
Sus, mis cocolos de negras caras.
Tronad, tambores; vibrad, maracas.
Por la encendida calle antillana
--rumba, macumba, candombe, bámbula--
Va Tembandumba de la Quimbamba.
|
|
Contesta :
1- 1.
El texto que acabas de leer es:
a) a. Un drama
b) b. Un poema
c) c. Un
cuento
d) d. Un
párrafo
2. El autor
utiliza un tono
a. a.
Melancólico
b. b. Festivo
c. c. De
critica
d. d. Lúgubre
3. El propósito
del autor es :
a. criticar los grupos
sociales negros.
b. exaltar la sensualidad de la
mujer negra.
c. mostrarnos la aportación de
los negros.
d. criticar los hombres
blancos.
4.El ritmo del poema se logra
mediante. el uso de la:
a personificación
b. símil
c. metáfora
d. onomatopeya
5. Un ejemplo
de onomatopeya en el poema es :
a.
Tembandumba de la quimbamba
b. Haití te
ofrece sus calabazas
c. En ríos
de azúcar y de melaza
d.
Por la
encendida calle antillana
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