Sur América
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Sur América o América del Sur, subcontinente de América cuya extensión es de 17.819.100 km2 y que abarca el 12% de la superficie terrestre. Atraviesa la línea ecuatorial y el trópico de Capricornio. Se une con Centroamérica, en el norte, por el istmo de Panamá. Sudamérica tiene una longitud de 7.400 km, desde el mar Caribe, en el norte, hasta el cabo de Hornos, en el sur. En su punto más ancho abarca 4.830 km, entre el cabo de São Roque, en el extremo más oriental, en el océano Atlántico, y punta Pariñas en el océano Pacífico. En 1990 Sudamérica tenía aproximadamente 304 millones de habitantes, lo que representa menos del 6% de la población mundial. Comprende diez países: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú, Uruguay, Venezuela, Guyana, Surinam y la Guayana Francesa (departamento de ultramar de Francia). Existen islas en la costa del Pacífico situadas a gran distancia del continente, como el archipiélago Juan Fernández y la isla de Pascua, que pertenecen a Chile, y las islas Galápagos, que pertenecen a Ecuador. Próximo a la costa atlántica está el archipiélago de Fernando de Noronha, perteneciente a Brasil, y, mucho más al sur, las islas Malvinas, bajo soberanía británica y reclamadas por Argentina, conocidas también como islas Falkland. La línea costera de Sudamérica es bastante regular, excepto en el extremo sur, donde se fragmenta en numerosos fiordos.
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Sudamérica tiene siete grandes áreas geográficas: cuatro regiones altas, que se extienden desde las costas hacia el interior, y, entre ellas, tres regiones bajas. Las franjas septentrional y occidental están dominadas por la cordillera de los Andes, la segunda cadena montañosa más elevada del mundo. Casi toda la costa oriental está bordeada por los extensos —y generalmente menos elevados— macizos Guayanés y Brasileño y las mesetas de la Patagonia. La región más extensa de tierras bajas se encuentra en la inmensa cuenca amazónica, en la zona ecuatorial del subcontinente, que es regada por el río Amazonas, el segundo río más largo del mundo. En el norte, la réplica más pequeña de tierras bajas de la cuenca amazónica es la región drenada por el río Orinoco; al sur está situada la cuenca del Paraguay–Paraná. El punto más bajo de Sudamérica, 40 m por debajo del nivel del mar, está en la península de Valdés, en el este de Argentina; y el punto más alto lo registra el Aconcagua, el pico más alto del hemisferio occidental, al oeste también de Argentina.
El elemento estructural más antiguo y estable del subcontinente está constituida por la capa litológica que se halla en la región de los macizos Brasileño y de las Guayanas, en el este y noreste de Sudamérica. Comprende un complejo de rocas ígneas y metamórficas precámbricas de hace 570 millones de años. La capa está revestida en su mayor parte por roca sedimentaria, principalmente del periodo paleozoico (desde hace 570 millones hasta hace 225 millones de años), aunque en algunas zonas se encuentran basaltos más recientes, sobre todo en el sur de Brasil. Se han encontrado fósiles en los macizos brasileños que muestran evidencias del desplazamiento continental e indican que en la era pérmica el subcontinente estuvo unido a Gondwana, la gran masa terrestre que comprendía también África y Asia.
El
suelo que se encuentra debajo de
las mesetas patagónicas está
cubierto principalmente por
sedimentos depositados en el
mesozoico (desde hace 225
millones hasta hace 65 millones
de años) y en el periodo
terciario (desde hace 65
millones hasta hace 2,5 millones
de años), y por basaltos de
reciente formación.
La materia desprendida por
erosión de la capa antigua
ha contribuido a engrosar
los depósitos de sedimentos
en las aguas marinas
circundantes. Estas
formaciones sedimentarias
fueron levantadas en
repetidas ocasiones durante
el mesozoico para formar las
cadenas costeras de Chile y
la región meridional de Perú,
así como la cadena más alta
y extensa de los Andes. El
proceso de formación de
estas montañas continuó a lo
largo del periodo terciario,
y fue acompañado por
intrusiones de magma (roca
derretida) y por la
formación de volcanes.
Debido a la continua
actividad volcánica y
sísmica, los bordes
occidentales del
subcontinente se hundieron,
mientras que la placa del
Pacífico se abrió paso hacia
abajo (zona de subducción),
formando ambas una de las
placas tectónicas
sudamericanas. Los glaciares
andinos del extremo sur son
remanentes de las grandes
épocas de glaciación del
periodo cuaternario, que
empezó hace 2,5 millones de
años. La continua erosión de
las tierras altas
proporcionó sedimentos a las
tierras bajas circundantes.
Los Andes se alzan abruptamente desde el noroeste y desde las costas occidentales del subcontinente. Se extienden desde Venezuela, al norte, hasta Chile y Argentina, en el sur; pero en la parte central el sistema se abre en dos o tres ejes más o menos paralelos, conocidos como cordillera Occidental, cordillera Central y cordillera Oriental. En la parte occidental de Bolivia, entre las cadenas de montañas, se encuentran los extensos altiplanos. Entre las dos docenas de picos que superan los 5.182 metros de altitud en el sur y centro de Chile, así como en el sur de Perú, Bolivia y Ecuador, se encuentran numerosos volcanes activos.
En el noreste de
la Guayana y en
el este de
Brasil, los
extensos macizos
presentan una
superficie
ondulada llena
de nudos o
protuberancias,
con extensas
mesetas y mesas
altas. Éstas son
más altas y
menos extensas
en el macizo de
las Guayanas. En
los macizos
brasileños, el
mayor relieve se
encuentra en las
montañas que se
extienden a lo
largo de la
costa oriental,
que emergen del
mar en muchos
lugares. Por lo
general, la
erosión de las
rocas de estas
regiones
montañosas ha
ido formando
suelos rojizos y
estériles. Sin
embargo, en los
suelos de muchos
valles fértiles
se han
encontrado
derivados de
rocas basálticas.
Al sur del
subcontinente se
encuentra la
relativamente
poco elevada y
llana meseta
patagónica. En
esa región los
suelos son por
lo general
fértiles, aunque
los
condicionamientos
climáticos
adversos limitan
su utilidad
agrícola.
En el
extremo
septentrional
del
subcontinente
se
encuentran
las grandes
extensiones
de tierras
bajas de la
cuenca del
Orinoco, que
comprende
Los Llanos —región
de planicies
aluviales y
mesas bajas—
y un vasto
sistema de
valles que
convergen
hacia el
Amazonas,
entre los
ríos Caquetá
y Madeira.
La cuenca
amazónica es
propiamente
una región
de terreno
ligeramente
ondulado. Al
sur de esta
zona se
encuentran
los valles
poco
profundos y
las grandes
planicies
del Gran
Chaco y la
Pampa, que
se unen con
las regiones
de
inundaciones
y llanuras
pantanosas
de los ríos
Paraguay y
Paraná.
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Gran parte de las aguas de Sudamérica desembocan en el océano Atlántico por tres sistemas hidrográficos: el del Orinoco, el del Amazonas y el de los ríos Paraguay–Paraná. Cada uno de estos grandes ríos proporciona también acceso hacia el interior del subcontinente. El río São Francisco desagua en el Nordeste brasileño. Numerosos ríos de cauce medio desembocan a su vez en el mar Caribe y en el Pacífico (en este último caso, los cursos fluviales recorren las vertientes occidentales de los Andes. El más importante es el Magdalena, cuyo principal afluente es el río Cauca. Este sistema, que desagua al norte a través de los valles andinos del occidente colombiano para desembocar en el mar Caribe, ha proporcionado también una ruta tradicional de acceso hacia el interior del subcontinente. Una veintena de ríos andinos de menor recorrido, como el Guayas, el Santa y el Biobío, han sostenido la actividad agrícola durante siglos en Perú, Chile y en el noroeste argentino. Los ríos de los Andes, los de la Guayana y los de la región de los macizos brasileños poseen una considerable y potencial capacidad de producción de energía hidroeléctrica.
Sudamérica tiene
importantes lagos. Muchos de ellos son permanentes y
se hallan en las cumbres andinas, a muchos metros
sobre el nivel del mar. Entre los principales cabe
destacar el Titicaca, el Poopó, el Buenos Aires, el
Argentino y el Nahuel Huapí.
En Sudamérica dominan los regímenes climáticos relativamente templados. El subcontinente es atravesado de una región a otra por la línea ecuatorial como un gran cinturón de clima tropical húmedo, que cambia gradualmente en extensas zonas en el norte y en el sur, donde la duración de la estación de las lluvias y la cantidad de precipitaciones disminuye. Estas zonas tienen veranos húmedos e inviernos secos, y están sometidas a prolongadas sequías, que constituyen serios problemas, especialmente en el noreste brasileño y las costas del norte de Venezuela y Colombia. Las regiones lluviosas y de clima húmedo-seco tropical se extienden a lo largo de la costa pacífica de Colombia y Ecuador, pero son muy marcadas en el sur por una brusca transición en Perú y norte de Chile, cuyas costas son áridas. En la mitad septentrional de Sudamérica, los Andes constituyen la única región de clima frío del subcontinente. Las temperaturas disminuyen a medida que aumenta la altitud. El clima tropical de los valles y de las faldas de las montañas se torna en subtropical en las elevaciones intermedias, y finalmente da paso al frío alpino en las cumbres andinas. Sudamérica posee un clima templado, principalmente al sur del trópico de Capricornio, los inviernos varían entre frescos y fríos, y los veranos de frescos a calurosos. El sur de Chile recibe intensas precipitaciones debido a las tormentas ciclónicas que soplan tierra adentro desde el Pacífico procedentes del Oeste.
La
frecuencia de las tormentas, fuertes en
el invierno, disminuye hacia el norte de
Chile, resultando una región con clima
mediterráneo, con inviernos suaves y
húmedos y veranos templados y secos.
Esta región da paso gradual al desierto,
que se extiende a lo largo de la costa
hasta el norte de Ecuador. En la costa
chilena se encuentra el desierto de
Atacama, uno de los lugares más secos
del mundo. Al este de la región
meridional de los Andes prevalecen
condiciones de total ausencia de humedad
y de una completa aridez. En las pampas
y en las tierras altas del sur brasileño,
sin embargo, los veranos tienden a ser
húmedos, y en los inviernos las
tormentas ciclónicas traen lluvias y
tiempo fresco. En las tierras más altas
se producen nevadas ocasionales y las
heladas se extienden hacia el norte del
trópico de Capricornio, por lo que
pueden causar grandes daños a la
agricultura.
Las regiones de vegetación sudamericanas están estrechamente relacionadas con las regiones climáticas. La selva de clima tropical y húmedo está cubierta de densa vegetación y bosques. La región boscosa más grande del mundo, que cubre gran parte de la Sudamérica ecuatorial, se extiende desde la costa brasileña a las faldas de los Andes orientales, y alberga toda clase de maderas duras, helechos arborescentes, bambú, palmeras y lianas. Las regiones de floresta abierta y de maleza se encuentran en las zonas de sequía invernal, principalmente en la costa venezolana, el noreste brasileño y el Gran Chaco.
Entre las regiones secas y
las de selva están los
campos o sabanas (zonas de
hierba alta) y los campos
cerrados (de hierba y maleza).
Los bosques de árboles de
hoja caduca o semicaduca se
encuentran en el sur de
Brasil y a lo largo de las
laderas de los Andes. En el
sur de Brasil los bosques se
abren para dar paso a zonas
de praderas onduladas
interrumpidas por colinas
arboladas. El Gran Chaco se
caracteriza por sus llanuras
verdes y por su floresta de
malezas espinosas. Las
pampas, al este de la región
central de Argentina,
constituyen las más grandes
extensiones de pastizales de
Sudamérica. Al sur, una zona
de monte (estepas de maleza)
determina la transición a
las extensiones de broza y
mechones de hierba que
cubren la seca y fría estepa
de la Patagonia. En la costa
del Pacífico, hacia el norte,
la vegetación de la floresta
cambia gradualmente a través
de bosques abiertos, dando
paso a arbustos y hierba en
la parte central de Chile, y
a la maleza y vegetación
desértica masiva en el norte
de Perú, alcanzando los
flancos más elevados de la
cordillera de los Andes.
Sudamérica, Centroamérica, las tierras bajas de México y las Antillas pueden ser consideradas como una sola región zoogeográfica, conocida como región neotropical. La fauna se caracteriza por la variedad y carencia de afinidad con la fauna de otros continentes, incluso con la del norte de Estados Unidos y la meseta mexicana. En ella se han desarrollado familias de mamíferos que no existen en ninguna otra región del mundo, entre ellas dos clases de monos totalmente diferentes de los del Viejo Mundo, murciélagos chupadores de sangre y una gran variedad de roedores. Hay una sola especie de oso y hasta la llegada de los europeos no había caballos ni ningún tipo de equinos, excepto una especie de tapir; tampoco rumiantes, exceptuando a camélidos como las llamas (que sólo habitan en esta zona). Otros animales característicos del subcontinente son: la vicuña, la alpaca, el jaguar, el pecarí, el oso hormiguero y el coatí.
La variedad de
aves es aún
mayor debido a
su aislamiento y
singularidad. Se
encuentran
alrededor de 23
familias y 600
especies de
pájaros
exclusivamente
neotropicales, y
bajo esta
clasificación se
puede determinar
también gran
parte de otras
familias, como
las de los
colibríes (500
especies),
tanagras y
guacamayos,
junto con una
enorme variedad
de aves marinas.
Entre las
grandes aves
están el ñandú,
el cóndor y el
flamenco. Entre
los más
importantes
reptiles están
las boas y
anacondas, las
iguanas, los
caimanes y los
cocodrilos. Los
peces de agua
dulce son
también variados
y abundantes.
Algunos insectos
y otros
invertebrados
son también
exclusivos de la
región. En
general, la
fauna de
Sudamérica es
única, como lo
es la de Oceanía;
muy
probablemente
más de las
cuatro quintas
partes de las
especies que la
habitan son
originarias de
esta región
zoogeográfica.
El archipiélago
de las islas
Galápagos es el
hábitat de las
grandes tortugas,
reptiles y aves,
cuya rareza los
convierte en
animales de
excepción.
Sudamérica posee diversos recursos minerales, muchos de los cuales no han sido explotados en su totalidad. Los yacimientos están distribuidos por toda la región, pero algunas zonas del subcontinente son famosas en particular por su riqueza mineralógica. Los depósitos de oro de los Andes han sido explotados desde épocas precolombinas. En la cordillera Central de Perú y en la del sur de Bolivia es importante la producción de plata y mercurio desde la época colonial y la riqueza de sus yacimientos de mineral: cobre, estaño, plomo y cinc. El cobre es extraído de media docena de yacimientos en el sur de Perú y norte y centro de Chile. Entre Ciudad Bolívar y el norte de Surinam —cerca de la margen septentrional del macizo de las Guayanas— se extiende una región altamente mineralizada que contiene bauxita, mineral de hierro y oro. El este de la región central de Brasil es especialmente rica en oro y diamante, explotados desde la época colonial y cuya extracción se continúa en la actualidad. Aunque Sudamérica sigue siendo el mayor productor de metales raros, las grandes reservas de mineral de hierro de alto grado y las reservas más pequeñas de bauxita son más importantes para el emergente poder industrial del subcontinente.
Sudamérica
carece
de
grandes
reservas
de
carbón.
El
carbón
se
halla
disperso
y en
pequeños
yacimientos
en
los
Andes
y en
el
sur
de
Brasil.
El
carbón
ha
sido,
principalmente
en
Chile,
Colombia
y
Brasil,
un
importante
combustible
para
la
industria
y el
transporte.
Sin
embargo,
otra
energía
mineral,
el
petróleo,
está
muy
distribuida.
La
mayor
parte
de
las
ricas
reservas
de
petróleo
y
gas
natural
del
subcontinente
se
encuentran
en
las
cuencas
estructurales
dispuestas
a lo
largo
de
las
márgenes
de
los
Andes,
desde
Venezuela
hasta
Tierra
del
Fuego.
Los
mayores
yacimientos
están
en
la
región
del
lago
de
Maracaibo,
en
Venezuela.
Otros
depósitos
naturales
se
encuentran
en
la
cordillera
Oriental
de
los
Andes
que
recorre
Colombia,
Ecuador
y
Perú.
También
poseen
yacimientos
de
petróleo
Argentina,
Bolivia
y,
en
menor
medida,
Chile.
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Sudamérica tiene más de 300 millones de habitantes. Aunque el subcontinente representa poco más del 12% de la superficie terrestre, tiene menos del 6% de la población mundial. Sin embargo, en conjunto, la población ha ido aumentando de modo considerable, sobre todo en los países tropicales, y se ha registrado un alto índice de crecimiento principalmente en la población urbana. Desde 1930 la inmigración a Sudamérica se ha reducido al mínimo. No obstante, la migración interna ha sido muy grande, lo que ha traído como consecuencia la concentración de importantes grupos humanos en la periferia de las ciudades, mientras que las regiones del interior quedaban escasamente pobladas. Aunque, en conjunto, la densidad de la población es de 17 hab/km2, la mayoría de la población se concentra en torno a los centros urbanos. Más de la mitad de su territorio tiene una densidad de menos de 2 hab/km2.
Aunque la población de Sudamérica posee distintas herencias étnicas, sus principales elementos lo constituyen los indígenas y los descendientes de españoles, portugueses y negros africanos, así como la población con mezcla de dos o más de estos elementos. El espectro racial producido por la mezcla de varios grupos es amplio. Lo que más caracteriza a Sudamérica son los mestizos (mezcla de población hispana y portuguesa con la de ascendencia indígena); son menos numerosos los mulatos (hispanos y portugueses con población negra) y aún lo son menos los de indígenas con negros. La población indígena es mayoritaria en los países andinos. La población descendiente de españoles y otros europeos es más numerosa en Argentina y Uruguay. En Brasil, el portugués es el elemento predominante, y los grupos negros y mulatos son más numerosos en esta región que en el resto de Sudamérica. La población negra es también importante en las Guayanas y en la costa de Colombia y Ecuador.
El continuo
flujo de españoles y portugueses a
Sudamérica durante la época colonial aumentó
en el siglo y medio que siguió a la
independencia, sobre todo en el periodo
comprendido entre finales del siglo XIX y la
década de 1930, con la entrada de millones
de italianos, que se establecieron
principalmente en Argentina, Brasil y
Uruguay. También llegaron pequeños grupos de
otras nacionalidades europeas, como alemanes
y polacos. Muchos de estos inmigrantes
europeos fueron contratados principalmente
para realizar trabajos rurales, o como
arrendatarios agrícolas en regiones poco
pobladas de Argentina y Brasil.
Algunos
grupos de estos inmigrantes, como
alemanes, italianos y otros, fundaron
colonias agrícolas. Los colonos alemanes
establecieron importantes colonias en el
sur y centro de Chile. Otros inmigrantes
se dirigieron hacia las ciudades del
país que los acogió, y engrosaron la
mano de obra o se dedicaron a
actividades en sectores empresariales.
También se establecieron en gran número
muchos grupos de origen no europeo, como
sirios y libaneses. Los grupos más
numerosos de inmigrantes asiáticos que
llegaron a finales del siglo XIX
provenían de la India, Indonesia y
China; la mayoría se estableció en la
Guayana Británica (actual Guyana) y en
la Guayana Holandesa (actual Surinam),
ligados a contratos de trabajo después
de la abolición de la esclavitud. Desde
1900, importantes grupos de colonos
japoneses se establecieron en el sur,
norte y noreste de Brasil. En Perú,
desde finales del siglo XIX, se
asentaron también grandes grupos de
chinos y japoneses.
Aunque existe una conciencia de la identidad en términos de color de piel y del origen étnico, no se han originado antagonismos raciales tan evidentes como en otros lugares del mundo. Los sudamericanos en general atribuyen más importancia a las diferencias de carácter económico y a los desfases en los niveles culturales y educativos.
La población de Sudamérica ha aumentado más del doble entre 1960 y 1990. Casi la mitad de la población del subcontinente vive en Brasil. El promedio del índice de crecimiento de la población se acercó al 2,4% anual entre 1965 y 1990, aunque en Argentina y Uruguay el crecimiento fue más lento. El aumento de la población se debe principalmente al crecimiento natural; el índice de natalidad es mayor del 25‰, y el índice de mortalidad alrededor del 8‰. En muchas regiones la tasa de defunciones ha ido descendiendo significativamente durante décadas, mientras que los altos índices de natalidad muestran sólo desde fechas muy recientes una tendencia a la baja. El descenso de la tasa de natalidad no reducirá apreciablemente el incremento de población, que va a aumentar en lo que resta del siglo XX, porque una gran parte de sus habitantes estará en edad reproductiva. En muchos países, alrededor de la mitad de la población es menor de 15 años. Sólo en Argentina, Uruguay y Chile el 60% de la población tiene más de 15 años.
El incremento natural y
la migración de las
regiones del interior
han aumentado la
población urbana por
encima del 4% anual. En
Argentina, Uruguay y
Chile el crecimiento ha
sido más reducido, pero
en los países tropicales
las ciudades han crecido
con gran rapidez. En los
países más urbanizados
—Argentina, Chile,
Uruguay y Venezuela— el
80% de la población vive
en centros urbanos, y en
los menos urbanizados
—Bolivia, Ecuador y
Paraguay— menos del 60%
de la población puede
ser clasificada como
urbana.
El español es el idioma oficial de nueve de los trece países del subcontinente. En Brasil el portugués es el idioma oficial; en Guyana, el inglés; en Surinam, el holandés, y en la Guayana Francesa, el francés. Los tres idiomas indígenas principales son el quechua, el aymara y el guaraní, que son hablados por un gran número de personas. La población quechuahablante está distribuida a lo largo de los Andes, entre Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Argentina; los aymarahablantes se encuentran en el altiplano de Perú y Bolivia. El guaraní es el idioma oficial de Paraguay, al igual que el español. Además, existen numerosas lenguas y dialectos nativos en la Amazonia y en el extremo sur de Chile.
Casi el 90% de la población sudamericana profesa la religión católica. De los 11 millones de protestantes, la mayor parte se concentran en Brasil y Chile, y el resto está muy repartido en los demás países, principalmente en centros urbanos. Los 750.000 judíos de Sudamérica también tienden a establecerse en centros urbanos y se encuentran muy repartidos: cerca de las tres cuartas partes en Argentina y Brasil, y más del 10% en Uruguay y Chile. Entre la Guyana y Surinam están distribuidos 550.000 hindúes, 400.000 musulmanes y 375.000 budistas. La religión católica fue establecida y difundida por los españoles y portugueses al comienzo de la conquista. El protestantismo es un reflejo de la inmigración europea posterior y de la actividad misionera iniciada en el siglo XIX. Las sectas evangélicas estadounidenses han sido especialmente activas en el siglo XX. |
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De ser históricamente un área colonial, dependiente económicamente de las exportaciones de productos agrícolas y minerales, Sudamérica ha experimentado desde 1930 un notable crecimiento y diversificación en la mayoría de sus sectores económicos. Después de la II Guerra Mundial, las políticas nacionales de sustitución de importaciones (manufactura nacional por artículos importados) reorganizaron la industria. Los beneficios de su rápido desarrollo económico no se redistribuyeron de forma equitativa entre el conjunto de la población, sino que tendió a acumularse más en las principales ciudades y en sus áreas metropolitanas, donde la calidad de vida es por lo general mucho mejor que en las zonas rurales, las pequeñas ciudades y en los pueblos.
Gran parte de los productos agrícolas y ganaderos son destinados al consumo local y al mercado interno. No obstante, el ingreso de divisas por la exportación de productos agrícolas es bastante importante en algunos países sudamericanos. El tratamiento, la comercialización interna y la exportación de productos agrícolas ocupan una parte destacada de la actividad comercial y de la industria manufacturera. La agricultura, la pesca y la silvicultura representan el 12% del producto interior bruto (PIB) del subcontinente. Las actividades agrícolas emplean más del 30% de la mano de obra en Bolivia, Paraguay, Perú y Ecuador; entre el 20% y 30% en Colombia, Brasil y Guyana; y menos del 20% en Surinam, Chile, Uruguay, Venezuela, Argentina y la Guayana Francesa.
Las formas más
intensivas del comercio agrícola se realizan
cerca de las ciudades; los principales
productos son los perecederos: vegetales,
frutas y productos lácteos. La producción de
alimentos básicos como tubérculos, maíz o
frijoles está más dispersa. En muchas
regiones estos cultivos son de subsistencia
y se realizan sobre terrenos y climas
desfavorables. El trigo y el arroz exigen
terrenos y climas más apropiados.
La industria
de la carne de vacuno destinada al
consumo interno está muy desarrollada.
Argentina, Uruguay, Paraguay y Colombia
son países importantes en la cría de
ganado vacuno para exportación de carne.
Las regiones tropicales y las de clima templado se dedican a la agricultura orientada a la exportación, donde son favorables las tierras cultivables y el acceso a los puertos. El café es el cultivo tropical más importante. Su producción se concentra en tierras altas, principalmente en el sureste de Brasil y en las regiones centrales y occidentales de Colombia. El cacao se cultiva en el este de Brasil y en el occidente central de Ecuador. En todo el trópico se cultivan plátanos y caña de azúcar con destino al mercado interno. En Colombia y en el occidente de Ecuador se cultivan bananas para la exportación; los países tradicionales productores de azúcar para la exportación son Perú, Guyana y Surinam. En la costa de Perú desde hace décadas se cultiva también algodón orientado a la exportación. En el noreste y sur de Brasil se produce algodón y caña de azúcar con destino a los mercados internos y para la exportación. Desde 1970, la soja (o soya) se ha convertido en un importante cultivo para la exportación en la región meridional. El cultivo de soja es menos importante en Argentina, cuyas fértiles praderas han sido el mayor granero del mundo y zonas favorables para la cría de ganado. Para Argentina, durante más de medio siglo han sido productos de comercio internacional el trigo, el maíz, la linaza, la carne de vacuno y el cordero, la piel y la lana. También Uruguay tiene larga tradición en el comercio de exportación de lana y piel.
El 50% de la superficie de la región está cubierta de bosques y rodeada de mares abundantes en vida marina; pero las industrias madereras y pesqueras de los principales países sudamericanos son pequeñas y están orientadas a los mercados internos. Sin embargo, se exportan maderas duras y maderas finas tropicales, que provienen de la Amazonia, donde se han talado grandes extensiones de bosques para convertirlas en campos para ganado y terrenos de cultivo. Se exporta madera de pino del sur de Brasil y del sur y centro de Chile, además de pulpa de madera. En Chile y Brasil se han destinado zonas considerables para plantar bosques destinados al comercio. Han sido históricamente importantes las grandes extensiones de árboles de eucalipto para leña, madera y para la construcción.
Las aguas costeras del
Pacífico sudamericano
son las más importantes
para la pesca comercial.
La captura representa
miles de toneladas de
anchoveta en las costas
peruana y chilena. El
atún se pesca en gran
volumen en las costas de
Perú y Ecuador; en menor
medida, también se ha
emprendido la pesca de
ballenas. La captura de
crustáceos es notable en
aguas chilenas,
brasileñas y guyanesas.
Gran parte de la producción minera es destinada a la exportación a gran escala. La larga historia de control de la explotación minera en Sudamérica por parte de corporaciones extranjeras está disminuyendo debido a presiones políticas nacionales. Los principales productos en valor y volumen son el petróleo, el cobre, la bauxita y el mineral de hierro, aunque las exportaciones mineras son enormemente diversificadas. Sudamérica es el mayor productor de plomo, cinc, manganeso y estaño del mundo. Todos los países sudamericanos poseen algún tipo de producción minera, pero el petróleo y el gas de Venezuela representan la mitad del total del valor de la producción del subcontinente. La producción minera es de gran importancia en la economía nacional de varios países. Las exportaciones de Venezuela se basan en el crudo, el petróleo refinado y sus derivados; la dependencia de las exportaciones de mineral es menor en Surinam, Bolivia y Chile. Perú, y en años recientes Ecuador, han reiniciado con dificultad las ventas de minerales. Tales exportaciones generan ingresos al tesoro público, pero la minería contribuye muy poco al producto nacional bruto (PNB) sudamericano y al empleo. No obstante, los productos minerales son importantes para aumentar la diversificación industrial de la región.
A finales de la década de 1970 las manufacturas representaron el 25% del PNB de Sudamérica, un 20% más que en 1956, y por primera vez superó en importancia a la agricultura, al comercio y a las finanzas. A finales de la década de 1980, el sector industrial ingresó más del 30% del PNB en Argentina, Venezuela, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Uruguay y Ecuador.
El
tratamiento
de
productos
agrícolas
sigue
siendo,
no
obstante,
la
actividad
económica
más
extendida
e
importante,
aun
en
Argentina
y
Brasil,
que
son
los
países
más
industrializados.
Las
plantas
refinadoras
de
minerales
son
también
importantes,
aunque
suelen
estar
situadas
cerca
de
los
yacimientos
mineros.
Sin
embargo,
otras
industrias
se
localizan
en
las
proximidades
de
las
grandes
ciudades,
como
las
refinerías
de
petróleo,
las
plantas
siderúrgicas
de
hierro
y
acero,
cemento,
manufacturas
y
fábricas
de
bienes
de
consumo,
como
textiles,
bebidas,
vehículos
de
motor,
equipos
mecánicos
y
eléctricos,
y
plásticos.
El desarrollo industrial en los países de Sudamérica ha estado bajo la protección estatal. Aunque muchas industrias todavía operan con licencias o patentes extranjeras, o como subsidiarias de compañías transnacionales, desde 1930 los gobiernos de los estados han intervenido directamente en la industria pesada, como la siderometalúrgica, la de ensamblaje de vehículos de motor y los astilleros. En algunos países las industrias manufactureras son lo suficientemente sofisticadas como para producir herramientas, aviones y vehículos militares para la exportación. Sin embargo, el desarrollo industrial de la región se enfrenta con muchos problemas: reducidos mercados nacionales, tecnología inadecuada y redes de transporte y distribución insuficientes.
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El petróleo y el gas natural son los recursos energéticos más importantes de Sudamérica. Sin embargo, los más antiguos han sido la leña y el carbón vegetal, muy utilizados para fundir hierro y acero o para refinar azúcar. Existe una gran dependencia del petróleo y del gas natural, pues sólo dos países de Sudamérica son autosuficientes en estas fuentes energéticas. Las necesidades de distribución obligaron a construir extensos sistemas de oleoductos y gasoductos en Argentina, Venezuela y Colombia, así como sistemas más pequeños en otros lugares. No obstante, los principales sistemas de oleoductos de Sudamérica transportan más crudo y gas a las terminales de exportación que a los mercados nacionales.
El carbón, cuyas
reservas no son muy importantes en la actualidad,
fue una energía empleada al principio en el
desarrollo del transporte de rieles y agua y en la
industria en Chile, Argentina, Brasil y Colombia,
pero hace mucho tiempo que perdió su relevancia como
recurso energético. En Brasil, el principal
combustible de automóviles es el alcohol derivado de
la caña de azúcar.
Sólo desde la década
de 1950, la energía hidroeléctrica se convirtió
en la principal alternativa a la energía
termoeléctrica. El desarrollo de la energía
hidroeléctrica se inició en Brasil, Chile y
Colombia. La capacidad de las centrales
hidroeléctricas en funcionamiento constituye hoy
el 60% del potencial eléctrico en Paraguay,
Brasil, Uruguay, Colombia y Bolivia. También es
importante la energía hidroeléctrica en Perú,
Chile, Ecuador, Surinam y Argentina, donde la
capacidad de energía generada supera el 40%. El
desarrollo hidroeléctrico en cadena va desde las
pequeñas instalaciones que se utilizan en las
provincias del interior a las enormes
instalaciones construidas en el curso alto y
medio del Paraná, y en el tramo alto y bajo del
río São Francisco.
Aunque se utilizan diversas formas de transporte, desde el más primitivo a los aviones más modernos, las redes de carreteras y de ferrocarriles son las más importantes por la cantidad y volumen de carga y pasajeros transportados. El vehículo de motor es el elemento predominante en el subcontinente. En Argentina, Brasil y Chile el ferrocarril, el transporte fluvial y el costero tienen mucha importancia; pero en estos países el ómnibus, el camión y el automóvil aún ocupan un primer orden en el transporte de pasajeros y de carga. No obstante, las redes aéreas nacionales e internacionales proporcionan un sistema de transporte continental más completo y seguro que el que se efectúa por la red de carreteras, las líneas férreas o las fluviales. Esto se debe principalmente a la escasez de poblaciones en el interior del subcontinente; por ejemplo, el sistema de líneas de ferrocarril, que se había terminado en 1930, estaba orientado a favorecer el transporte entre el interior y las ciudades portuarias. Los ferrocarriles y la red de carreteras son importantes sólo en el sur de Brasil y en la Pampa argentina y, en menor proporción, en las populosas zonas de Uruguay, Chile, Colombia y Ecuador.
La
construcción de carreteras ha
sido más intensa desde la década
de 1950. Venezuela y la costa
peruana poseen un buen sistema
de carreteras; en Paraguay y
Bolivia, por el contrario, la
infraestructura vial está menos
desarrollada. Los países andinos
han ido construyendo carreteras
hacia el interior desde hace
décadas, y Brasil ha ampliado su
red hacia la cuenca amazónica.
Los sistemas nacionales de
carreteras, como los aéreos, han
empezado a acelerar la
integración económica de los
pueblos alejados del interior
con el corazón de los centros
industriales y comerciales de
varios países.
El comercio intercontinental de Sudamérica se realiza con Estados Unidos, la Unión Europea y Japón. El petróleo y sus derivados constituyen los principales componentes de este comercio internacional. Brasil y Venezuela se sitúan a la cabeza en cuanto al comercio de exportación, y el primero es líder en importaciones. El comercio continental ha sido promovido desde 1960 por parte de instituciones regionales de comercio, la más importante de ellas es la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Dentro del intercambio comercial continental los principales productos son el trigo, la carne de vacuno, el vino y las bananas, y ha aumentado el volumen comercial de artículos manufacturados. Sin embargo, el comercio de exportación de productos agrícolas y de minería hacia países fuera del continente sigue siendo más importante que el que se distribuye en el mercado continental. Sudamérica contribuye significativamente al comercio mundial de petróleo, cobre, bauxita, café, harina de pescado y semillas oleaginosas. El comercio de éstos y otros productos básicos es esencial para el desarrollo económico de toda la región.
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En 1453, cuando los turcos completaron la conquista del Imperio bizantino y con ello el control del Mediterráneo oriental, las naciones occidentales, principalmente Portugal y España, se vieron obligadas a buscar una nueva ruta a Oriente. Los portugueses, que habían sido pioneros al realizar varios viajes por el océano Atlántico, buscaron hacia el sur la nueva ruta siguiendo la costa de África, y en 1486 llegaron al cabo de Nueva Esperanza. En 1492, Cristóbal Colón intentó llegar a la India navegando hacia Occidente y cruzando el océano Atlántico, pero tocó tierra en las actuales Antillas. Abrió así las puertas del Nuevo Mundo a la civilización y al comercio europeos. Para mayor información sobre las culturas precolombinas de Sudamérica, véase Araucanos; Arawak; Arqueología: El continente americano; Caribe; Chibchas; Perú: Historia; Arte y arquitectura precolombinas; Tiahuanaco; Tupí-guaraní.
Con el
regreso de
Colón a
Europa,
España y
Portugal se
vieron
implicados
en la
controversia
relacionada
con los
derechos
sobre las
tierras del
Nuevo Mundo.
La disputa
fue resuelta
por el papa
Alejandro
VI, que
adjudicó a
Portugal
todos los
nuevos
territorios
al este de
una línea
que
discurría
unas 100
leguas
(483 km), de
norte a sur,
al oeste de
las islas
Azores y de
las islas de
Cabo Verde;
y a España
todos los
territorios
al oeste de
esa línea de
Demarcación.
Esta línea
demarcadora
se modificó
más tarde en
el Tratado
de
Tordesillas,
por el cual
Portugal
adquiría la
soberanía
sobre el
territorio
oriental de
Sudamérica.
Esta región
se
convertiría
posteriormente
en el actual
Brasil.
El 1 de
agosto
de 1498,
durante
su
tercer
viaje,
Colón
arribó a
un punto
de la
desembocadura
del río
Orinoco
y divisó
las
costas
de
Sudamérica.
Al
recorrer
la costa
durante
varios
días
distinguió
el
carácter
continental
de la
tierra
explorada.
Otro explorador europeo que llegó al subcontinente fue el navegante portugués Pedro Álvares Cabral. En abril de 1500, la flota bajo su mando ancló en las costas del actual Brasil y tomó posesión en nombre de Portugal. Pero los portugueses, que entretanto habían encontrado una nueva ruta a la India navegando alrededor de África, prestaron poca atención al territorio explorado por Cabral. Habrían de pasar tres décadas para que los portugueses iniciaran su colonización. Durante este periodo, los españoles habían intensificado firmemente las actividades de exploración y conquista del Nuevo Mundo, dedicándose los primeros veinte años a colonizar las Antillas mayores del mar Caribe y los territorios de América Central. Varios navegantes y exploradores al servicio de España visitaron las costas del noreste de Sudamérica en los primeros años del siglo XVI. Son dignos de mención, entre otros, los marinos Vicente Yáñez Pinzón, Alonso de Ojeda y Pedro Alonso Niño; el navegante y geógrafo español Juan de la Cosa, y el navegante de origen italiano Américo Vespucio. En 1519, el navegante portugués Fernando Magallanes, al servicio de la Corona española, que buscaba entonces una ruta a Oriente navegando hacia el Oeste, exploró el estuario del Río de La Plata. Al año siguiente prosiguió su búsqueda navegando hacia el sur. El 28 de noviembre de 1520 atravesó el estrecho que ahora lleva su nombre, lo que, a su vez le permitió llevar a cabo la misión que se había propuesto y realizó el sueño de incontables navegantes, dar la vuelta al mundo, si bien murió en Filipinas antes de terminar el viaje, por lo que quien efectivamente concluyó la hazaña fue su lugarteniente, el español Juan Sebastián Elcano. |
Paradójicamente, la exploración y la conquista sistemática del interior de Sudamérica fue iniciada por los alemanes. En 1529, Bartolomé Welser recibió del emperador Carlos V de España un inmenso territorio en pago de los empréstitos que le había concedido. Welser envió inmediatamente una expedición a aquel territorio, que comprendía lo que es la actual Venezuela. Pero diecisiete años más tarde la concesión a Welser fue revocada, en gran medida por la extrema brutalidad que emplearon los colonizadores alemanes con las poblaciones indígenas.
El primer europeo que
penetró con éxito hacia el interior del
subcontinente fue el conquistador español Francisco
Pizarro. En 1531, descendiendo hacia el sur desde
Panamá, conquistó el rico Imperio de los incas. En
el lapso de cinco años, mediante el uso de las armas
y la traición, Pizarro llegó a obtener el control de
aquél, que comprendía los territorios de los
actuales Perú, Chile, Bolivia, Ecuador, sur de
Colombia y norte de Argentina. Diego de Almagro, uno
de los hombres de Pizarro, conquistó Chile. En 1534,
Sebastián de Belalcázar, lugarteniente de Pizarro,
tomó posesión del reino de Quito. La conquista y
colonización de la región que bordea el Río de la
Plata fue iniciada por Pedro de Mendoza en 1535.
Fundó un asentamiento con el nombre de Santa María
del Buen Aire en 1536. Entre 1536 y 1538, Gonzalo
Jiménez de Quesada sometió a los chibchas y fundó
Santafé de Bogotá, capital de la actual Colombia. En
1539, Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, fue en
busca de la ruta de la canela, atravesó los Andes y
llegó a la cabecera del río Amazonas. Uno de sus
compañeros, Francisco de Orellana, navegó en 1541
río abajo hasta su desembocadura en el océano
Atlántico. El año anterior, por orden de Francisco
Pizarro, Pedro de Valdivia había continuado la
conquista de Chile, tratando de vencer la
resistencia de los indios araucanos (los pobladores
del sur de Chile). Valdivia fundó Santiago en 1541.
Alrededor de 1530, los portugueses habían empezado a
establecer poblaciones en la costa oriental de
Sudamérica. Ocuparon provisionalmente todo el
territorio que sería el Brasil de hoy.
En 1600 numerosos colonizadores españoles se habían establecido de forma definitiva en Sudamérica. El virreinato del Perú, creado en 1542, y las diversas audiencias, o divisiones territoriales, en que fue dividido el resto de la América española, tuvieron posibilidad de desarrollarse como poderosas y ricas colonias. Además de los yacimientos de minerales inmensamente productivos, sobre todo las minas de plata de Perú, había otros recursos naturales, como las maderas y tierras cultivables, que eran abundantes en las posesiones hispanas. La agricultura y la crianza de ganado fueron actividades florecientes, y la población indígena y los esclavos negros representaron una mano de obra disponible para los ricos colonizadores.
En la
primera mitad del siglo XVI, impulsados
por la búsqueda de nuevas tierras ricas,
por la aventura o por el interés
cristiano de propagar el evangelio entre
los indígenas, decenas de miles de
inmigrantes españoles y portugueses
llegaron en masa a los dominios del
continente americano. España y Portugal,
las nuevas potencias, recibieron el
apoyo de la Iglesia católica para
consolidar sus respectivos imperios
coloniales. El catolicismo fue la única
religión admitida en las colonias, pero
la política eclesiástica era determinada
y controlada por la Corona. La Iglesia y
varias de sus órdenes religiosas
obtuvieron muchos privilegios y enormes
extensiones de tierras en retribución
por los servicios prestados en la
cristianización, educación y
pacificación de los indígenas.
A finales del siglo XVII, España y Portugal ejercían el dominio en toda Sudamérica, excepto la Guayana, que había sido invadida y dividida entre Gran Bretaña, Francia y Países Bajos. Sin embargo, las guerras que se habían producido en el curso del siglo habían debilitado seriamente la fuerza naval de las potencias ibéricas, y tanto sus posesiones costeras en el Nuevo Mundo como sus barcos mercantes sufrían los frecuentes ataques de los corsarios y piratas ingleses, franceses y holandeses.
Una
de las consecuencias de la
pérdida de los tesoros reales
españoles y portugueses fue la
imposición de impuestos
opresivos sobre las colonias.
Las dos metrópolis, que habían
monopolizado desde el principio
el comercio en sus colonias,
también imponían cada vez más
severas restricciones sobre las
economías coloniales, y esto
agravó las dificultades y
provocó el descontento de los
habitantes de las colonias.
A lo largo del siglo XVIII,
el malestar popular en las
colonias españolas desembocó
en numerosas ocasiones en
revueltas, especialmente en
Paraguay, de 1721 a 1735, en
Perú, de 1780 a 1782, y en
Nueva Granada, en 1781.
Las desigualdades
sociales constituían
otra causa de
descontento entre la
población de las
colonias españolas y
portuguesas. Los
peninsulares nacidos en
la metrópoli, cuando
eran enviados a las
colonias ocupaban los
cargos públicos más
altos. Normalmente
pertenecían a la nobleza,
mantenían una actitud
despectiva con otros
grupos sociales y su
máximo interés era sólo
acumular riqueza en las
colonias y regresar a
Europa. El grupo social
que se situaba por
debajo de los
peninsulares era el
compuesto por los
criollos, hijos de
españoles nacidos en
América. Aunque a los
criollos la ley les daba
derecho a las mismas
prerrogativas de las que
gozaban los peninsulares,
en la práctica estos
derechos se incumplían,
y la mayor parte de los
criollos eran excluidos
de los altos cargos
civiles y eclesiásticos.
El odio a los
peninsulares hizo que
los criollos se unieran
a los mestizos y mulatos.
Después de tres siglos de explotación económica e injusticia social y política, las colonias sudamericanas fueron convulsionadas por un poderoso movimiento revolucionario. Éste, que fue dirigido por los criollos y era básicamente de carácter liberal, se vio estimulado por el éxito que había logrado la rebelión de las colonias británicas en el norte del continente y por la Revolución Francesa.
En general,
la lucha por
la libertad
política en
la América
española
puede
dividirse en
dos fases.
Durante la
primera,
comprendida
entre 1810 y
1816, el
virreinato
del Río de
La Plata (las
actuales
repúblicas
de
Argentina,
Uruguay y
Paraguay)
logró la
independencia
de forma
parcial; en
la segunda
fase, de
1816 a 1825,
las colonias
se
independizaron
totalmente
de España.
Entre los
personajes
más
sobresalientes
de la lucha
por la
libertad y
la
independencia
estaban el
prócer
Francisco de
Miranda y el
libertador
Simón
Bolívar,
ambos
venezolanos,
y el también
libertador
argentino
José de San
Martín.
El 25 de mayo de 1810 los criollos de Buenos Aires depusieron al virrey español y constituyeron un consejo de administración provisional para las Provincias Unidas del Río de La Plata. Aunque este consejo se constituyó en nombre del rey, no sería restaurada la autoridad ni la legitimidad española. El 14 de agosto de 1811, los paraguayos, que habían rechazado la ayuda de Buenos Aires, proclamaron su independencia de España y, en 1813, constituyeron también su gobierno provisional. En 1814, José de San Martín empezó a organizar un Ejército de patriotas en el occidente de Argentina, cuya misión sería liberar Chile, y luego continuar por mar hacia Perú, que era el verdadero centro del poder español en el continente. En su triunfal campaña de 1817-1818 para liberar Chile, San Martín recibió la valiosa ayuda del patriota revolucionario Bernardo O’Higgins. El 12 de febrero de 1817 el Ejército Libertador de San Martín derrotó al español en la batalla de Chacabuco, y ese mismo día se declaró la independencia de Chile. A San Martín se le ofreció la jefatura del nuevo gobierno, pero él renunció a favor de O’Higgins. Con la derrota de las tropas españolas en Maipú, el 5 de abril de 1818, la independencia de Chile quedó asegurada y San Martín empezó a prepararse para atacar Perú.
La siguiente gran victoria de las guerras de independencia se logró en Colombia. Bolívar, a la cabeza de un Ejército de patriotas y de soldados a sueldo reclutados en Inglaterra, derrotó a las tropas realistas el 7 de agosto de 1819, en la batalla de Boyacá. Mientras la lucha continuaba todavía, en Angostura (actual Ciudad Bolívar) se reunió un congreso para organizar el estado que debía llamarse la Gran Colombia, y que comprendería la audiencia de Nueva Granada (que entonces también incluía Panamá) y, después de su liberación, Venezuela y Quito (Ecuador). Más tarde, Bolívar llegó a ser presidente y gobernador militar. Aunque la independencia de Venezuela había sido declarada el 7 de julio de 1811, la colonia fue retomada por los realistas. El 24 de junio de 1821 Bolívar derrotó al Ejército español en la batalla de Carabobo, asegurando definitivamente la independencia de Venezuela. Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar, dirigió el Ejército Libertador que venció a las fuerzas realistas en la batalla de Pichincha, el 24 de mayo de 1822, sellando la independencia de Ecuador.
En septiembre de 1820 el Ejército de San Martín, compuesto por 6.000 hombres, desembarcó en Pisco, en la costa sur de Perú, y el 9 de julio de 1821 entró en la capital, Lima. La independencia de Perú se proclamó el 28 de julio de ese mismo año, pero las fuerzas realistas mantenían todavía el control de gran parte del país. Por esta circunstancia, tras la batalla de Pichincha, Bolívar y Sucre empezaron a preparar una expedición militar para apoyar a los patriotas sitiados en Perú. Un contingente de avanzada de este Ejército fue derrotado en 1823, pero Bolívar y Sucre salieron victoriosos en la batalla de Junín, el 6 de agosto de 1824, y Sucre venció el 9 de diciembre de ese mismo año en la decisiva batalla de Ayacucho. Aunque las últimas fuerzas realistas no fueron expulsadas de Perú hasta enero de 1826, la batalla de Ayacucho fue el combate más importante y el final de la lucha por la independencia de las colonias de España. El Alto Perú proclamó su independencia el 5 de enero de 1825, y el 25 de agosto de ese mismo año tomó el nombre de Bolivia en honor de su libertador.
Brasil había logrado la independencia de Portugal el 12 de octubre de 1822, pero mantuvo la monarquía hasta 1889, año en que se estableció la república. Ver Emancipación de América Latina.
Al final de las guerras de independencia, los nuevos estados independientes surgidos en Sudamérica eran la República de la Gran Colombia, Perú, Chile, las Provincias Unidas del Río de La Plata (más tarde Argentina), Paraguay y Bolivia. Entre 1830 y 1832, la Gran Colombia se dividió en los estados soberanos de Venezuela, Ecuador y Nueva Granada. Hasta 1903 Nueva Granada, que más tarde se convertiría en Colombia, incluía Panamá. Este territorio fue desmembrado por maniobras desestabilizadoras promovidas por Estados Unidos al encontrar resistencia por parte de Colombia para la construcción del canal de Panamá. Uruguay, tras algunos periodos de control portugués y brasileño, alcanzó la soberanía como estado en 1828. A pesar de la estrecha cooperación durante el periodo revolucionario, las colonias españolas de Sudamérica no consiguieron el ideal de Bolívar de formar una confederación de naciones, principalmente por diferencias regionales, la desmesurada extensión geográfica, comunicaciones insuficientes, ambiciones personales y la inexperiencia política de muchos de sus dirigentes, así como la falta de tradiciones democráticas.
Estas dos últimas características contribuirían decisivamente también a la inestabilidad política de las nuevas repúblicas. La riqueza y el poder político se encontraban todavía en manos de la Iglesia y en un puñado de familias criollas. Los grupos políticos conservadores y liberales se combatían unos a otros al igual que criollos y peninsulares durante la época colonial. Las revoluciones fueron muy frecuentes, y algunos países estuvieron sometidos a dictaduras militares por largos periodos. Como consecuencia, el desarrollo social y económico de Sudamérica se estancó durante el siglo XIX. A partir de 1900 el avance fue más rápido, sobre todo en Argentina, Brasil y Chile.
Los problemas limítrofes fueron a menudo causa de amargas disputas entre las distintas naciones, que a veces las llevaron a la guerra. Entre éstas cabe mencionar la guerra de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay) contra Paraguay, entre 1865 y 1870, una de las más crueles que han tenido lugar en el continente americano. La población de Paraguay quedó tan diezmada que tardó más de un siglo en recuperarse. Otra importante guerra sudamericana fue la guerra del Pacífico, que enfrentó a Chile contra Perú y Bolivia, en la que estos últimos perdieron territorios en la costa del Pacífico, como Tacna y Arica. La guerra del Chaco se libró entre Paraguay y Bolivia de 1932 a 1935, como culminación de una larga disputa territorial entre ambos países.
La Doctrina Monroe, promulgada por Estados Unidos en 1823, desempeñó un importante papel en el continente durante el siglo XIX; en teoría, esta doctrina fue desarrollada en prevención de la intervención europea en Sudamérica, pero en la práctica lo que le permitió a este país fue ejercer cada vez más influencia sobre las nuevas repúblicas, en sustitución del Imperio español, sobre todo en el control político y económico.
En ocasiones, durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, el gobierno de Estados Unidos intervino activamente en los asuntos sudamericanos. Se basaba en la teoría de que Estados Unidos, como la nación más poderosa del continente, poseía un ‘destino manifiesto’ para regular el destino de las inestables repúblicas del sur. Tal política despertó el rechazo y el antagonismo de los países de América Latina. Para calificar esta etapa de la diplomacia estadounidense se utilizaron diversos calificativos, como ‘diplomacia del dólar’ y ‘política del gran garrote’.
En 1933 el presidente Franklin Delano Roosevelt anunció que Estados Unidos deseaba ser un ‘buen vecino’ de los países de América, iniciándose así la nueva diplomacia estadounidense de amistad y cooperación conocida como ‘política de buena vecindad’. En ambas guerras, la mayoría de las naciones del continente cooperaron decisivamente con Estados Unidos. Durante la II Guerra Mundial se desarrolló tanto la cooperación militar como la económica.
En 1960, seis países sudamericanos y México firmaron un tratado que creaba la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). Al año siguiente, el presidente John F. Kennedy dio un nuevo enfoque a la ayuda económica para América Latina con la creación de la Alianza para el Progreso. Era un programa que prometía realizar reformas económicas y sociales en las repúblicas americanas. En abril de 1967 los países miembros de la Alianza se reunieron en Punta del Este, Uruguay, para evaluar los avances y reafirmar su compromiso con el programa suscrito. El punto más importante que se acordó fue la creación de un Mercado Común Latinoamericano, que reemplazaría a la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio.
Hacia 1971, diez años después de la creación de la Alianza, surgieron problemas por los decepcionantes resultados, debidos al inesperado aumento de la población, el creciente desempleo y la persistente distribución desigual de la riqueza y de la tierra. A principios de la década de 1980 estos problemas se agravaron en la mayoría de los países sudamericanos a causa de la recesión económica internacional, y la carga de una deuda externa en continuo aumento agotó la vitalidad económica de la región durante el resto de la década.
En la década de 1990 las perspectivas mejoraron para la mayoría de los países de Sudamérica. El promedio del producto nacional bruto (PNB) aumentó más del 3% en la primera mitad de la década, y el alto nivel de inflación previsto empezó a ser controlado. En 1995, la creación de la organización comercial Mercosur (integrada por Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay, si bien Chile y Bolivia adquirieron en 1997 la condición de miembros asociados) intentó ayudar a las economías del subcontinente a lograr la autosuficiencia. Sin embargo, quizá el rasgo más prometedor sea el rechazo de los países de Sudamérica a las dictaduras militares y el impulso en favor de gobiernos democráticos.
Para más información sobre la historia política de los diversos países de Sudamérica, ver los artículos individuales de cada uno de ellos. Véase también Organización de Estados Americanos (OEA); Panamericanismo; Unión Panamericana.
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