|
Dialogos
Socráticos
Página (4)
El Sofista
Regresar
Siguiente...
Extranjero.
–Pero, ¿no dicen del alma que es una justa, y otra, injusta; ésta,
sensata, y aquélla, insensata?
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-No dicen también que el alma se hace justa mediante la presencia y la
posesion de la justicia, y que se hace lo contrario, a causa de la
presencia de lo contrario?
Teetetes.
-Sí, también lo dicen.
Extranjero.
–Pero, lo que puede estar presente o ausente, en algúna parte,
necesariamente es algo.
Teetetes.
-Convienen en ello.
Extranjero.-Por
consiguiente, si la justicia, la sabiduría, y las demás virtudes, y las
contrarias existen, si el alma, en la que se encuentran, existe,
pregunto ¿qué es lo que dicen nuestros filósofos? Algúna de estas cosas,
¿es visible y tangible, o son todas invisibles?
Teetetes.
-Sin duda, ninguna es visible.
Extranjero. -¿Pero qué? ¿Piensan que algúna de estas cosas tiene
cuerpo?
Teetetes.
-En este punto, no se limitan a una sola respuesta. Con respesto al
alma, les parece que posee un cuerpo. En cuanto a la sabiduría y demás
virtudes, objeto de tus preguntas, experimentan algún embarazo, y no se
atreven a confesar que no forman parte de los seres, ni a afirmar que
son cuerpos.
Extranjero.
-Es claro, mi querido Teetetes, que esas gentes se han hecho ya más
accesibles; porque aquellos, de entre ellos, que han sido verdaderamente
sembrados y han nacido de la tierra, todo les importaría poco, y
sostendrían que aquello que no pueden coger, con sus manos, no existe
absolutamente.
Teetetes.
-Dices poco más o menos lo que ellos piensan.
Extranjero.
-Continuemos, pues, interrogándoles; porque, como convengan en que
existe algún SER incorporal, por pequeno que sea,
nos basta. En efecto, será preciso que definan lo que se encuentra, a la
vez y naturalmente, en los seres incorpóreos y en los que tienen cuerpo,
y que les obliga a decir, de los unos y de los otros, que existen. Quizá
se verán embarazados, y si tal sucede, mira sí consentirán en admitir
que el
SER
es esto.
Teetetes.
-¿Qué? Habla, sepamos a qué atenernos.
Extranjero.
-Digo que toda cosa que posee una fuerza, sea para realizar
naturalmente una acción cualquiera, sea para sufrirla, aunque sea la más
pequeña, y en la cosa más miserable, y aunque sea por una sola vez,
semejante fuerza es real, es positiva. Defino, pues, el
SER,
diciendo que no es más, ni menos, que la fuerza.
Teetetes.
-No teniendo a mano, por el momento, otra definición mejor, ellos
aceptan ésta.
Extranjero.
-Bien. Más tarde, quizá, pensaremos de diferente manera, lo mismo ellos
que nosotros. Al presente tengamos esto por concedido.
Teetetes.
-Tengámoslo.
Extranjero.
–Dirijamonos, ahora, a los partidarios de las
IDEAS.
Continúa síendo su intérprete para con nosotros.
Teetetes.
-Conforme.
Extranjero.
-La generación y el
SER
son dos cosas distintas. ¿No es así?
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Por el cuerpo, y mediante los sentidos, nos comúnicamos con la
generación, y por el alma, por medio de la razón, nos ponemos en
relación con el
SER,
verdaderamente
SER,
el cual es siempre semejante a sí mismo, según lo aseguráis; al paso que
la generación siempre es diferente.
Teetetes.
-Eso decimos precisamente.
Extranjero.
-Pero ¿esta comúnicación es, excelentes amigos, como la concebís en
estos dos casos? ¿Es
de la manera que decíamos?
Teetetes.
-¿De qué manera?
Extranjero.
-Como la pasión o 1a acción, de cierta fuerza resultante de la relación
de un objeto con otro. Pero, puede suceder, mi querido Teetetes, que no
entiendas bien su pensamiento sobre este punto, y que yo, más
acostumbrado, lo entienda mejor.
Teetetes.
-¿Qué dices?
Extranjero.
-No nos conceden lo que le hemos sentado hace un instante, contra los
hijos de la tierra, en punto al
SER.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Hemos creído definir exactamente los seres por el poder activo y
pasivo que ejercen, por pequeño que sea.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-A esto responden que es propio de la generación, el poder de obrar y
de sufrir; pero que, respecto al
SER,
ni uno ni otro poder, le pueden convenir.
Teetetes.
-Esta respuesta carece de fundamento.
Extranjero.
-A eso responderemos, a nuestra vez, que tenemos necesidad de saber de
ellos con más claridad aún, si están de acuerdo en que el alma conoce, y
en que el
SER
es conocido.
Teetetes.
-Sin duda, convienen en ello.
Extranjero.
-Pero, dime: ¿Conocer, ser conocido, es acción, es pasion, o es, a la
vez, acción y pasión?, ¿o bien, lo uno es pasión y lo otro acción?, ¿o
bien, ni el uno ni el otro son ni una, ni otra de estas dos cosas?
Evidentemente, según ellos, ni lo uno, ni lo otro son ni una ni otra de
estas dos cosas. De otra manera se pondrían en contradiccion con sus
manifestaciones anteriores.
Teetetes.
-Lo comprendo así.
Extranjero.
-En efecto, si conocer es un hecho activo, ser conocido necesariamente
tiene que ser un hecho pasivo. De donde se seguiría, conforme a nuestro
razonamiento, que el ser, conocido por el conocimiento, sería movido en
tanto que conocido, porque sería pasivo. Pero, hemos sostenido ya que
esto no puede suceder con el
SER,
que está esencialmente en reposo.
Teetetes.
- Bien.
Extranjero.
–Pero, ¡por Júpiter! Nos dejaremos convencer fácilmente de que ni el
movimiento, ni la vida, ni el alma, ni la sabiduría, pertenecen
verdaderamente al
SER
absoluto, que no vive, que no piensa, sino que, privado de la augusta y
santa Inteligencia, subsiste y permanece inmóvil?
Teetetes.
-¡No podría uno resolverse a hacer, sin gran dificultad, una confesión
semejante, oh extranjero!
Extranjero.
-¿Diremos que hay Inteligencia sin haber
Vida?
Teetetes.
-Imposible.
Extranjero.
-¿O bien les concederemos estos dos atributos, declarando que lo que
no tiene es alma?
Teetetes.
-¿Y como puede poseer esos atributos sin alma?
Extranjero.
-¿Diremos, en fin, que tiene Inteligencia, Vida
y Alma, y que, sin embargo, subsiste en una absoluta
inmovilidad, animado como está?
Teetetes.
-Todas esas suposiciones me parecen absurdas.
Extranjero.
-Luego, es preciso colocar en el número de los seres lo que es movido y
el movimiento mismo.
Teetetes.
-Es imposible obrar de otra manera.
Extranjero.
-Se ve claramente, mi querido Teetetes, que si los seres son inmóviles,
nadie puede, en manera alguna, tener ningún conocimiento de ninguna
cosa.
Teetetes.
-Eso es claro.
Extranjero.
-Por otra parte, si admitimos que todo está en un etemo movimiento,
arrancamos, del número de los seres, lo mismo de que tratamos.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Si no hay estabilidad, ¿te parece que pueda ningún ser permanecer nunca
el mismo en sí y en sus relaciones con los demás?
Teetetes:
-No, ciertamente.
Extranjero.
-¿Y qué? Sin estas condiciones, ¿concibes que pueda existir o formarse
conocimiento alguno?
Teetetes.
-De ninguna manera.
Extranjero.
-Verdaderamente es preciso combatir, con todas las armas del
razonamiento, al que destruyendo la ciencia, el pensamiento y la
inteligencia, pretende aun poder afirmar alguna cosa, de ninguna cosa.
Teetetes.
-Seguramente.
Extranjero.
-Para el filósofo, que honra todas estas cosas en el más alto grado,
es, a mi parecer, una absoluta necesidad el no admitir un todo inmóvil,
bajo la fe de los que le hacen uno o múltiple, como también no prestar
oídos a los que quieren que todas las cosas se muevan por todas partes y
al infinito: Es preciso que imite a los niños en sus deseos, y que
conozca, a la vez, lo que es inmóvil y lo que es movido, el
SER
y el todo.
Teetetes.
-Nada más cierto.
Extranjero.
-¿Y no te parece que hemos examinado y profundizado el
SER,
de una manera conveniente?
Teetetes.
-Es incontestable.
Extranjero.
-¡Ah, mi querido Teetetes, yo creo que lo único que hemos conseguido, ha
sido reconocer las dificultades de la cuestión!
Teetetes.
-¿Qué
quieres decir?
Extranjero.
-¡Oh, excelente amigo! ¿No
conoces que, en este momento, estamos en la ignorancia más profunda
acerca de lo que es el
SER,
figurándonos, como nos figuramos, haber hablado de Él, de una manera muy
racional?
Teetetes.
-Pues yo aún me lo imagino, y no concibo en qué consiste nuestra falta.
Extranjero.
-Fija, pues, tu atención y examina si, después de los principios que
hemos sentado, no se nos podría, con razón, objetar, como nosotros hemos
objetado, a los que sostienen que el universo se resuelve en lo caliente
y en lo frío.
Teetetes.
-¿De qué objeciones hablas? Recuérdamelas.
Extranjero.
-Con gusto. Voy a proceder, si quieres, dirigiéndote mis preguntas, como
antes las dirigí a los otros, para que ganemos terreno.
Teetetes.
-Bien.
Extranjero.
-Pues, hagámoslo así. ¿No
dices que el movimiento y el repose son absolutamente opuestos entre sí?
Teetetes.
-¿Cómo no decirlo?
Extranjero.
-Sin embargo, ¿sostienes que existen igualmente, el uno y el otro?
Teetetes.
-Lo sostengo.
Extranjero.
-¿Quieres decir, al conceder que existen, que están en movimiento el uno
y el otro?
Teetetes.
-Nada de eso.
Extranjero.
–Pero, diciendo que existen, quieres dar a entender que, uno y otro
están en reposo?
Teetetes:
-Imposible.
Extranjero.
-Porque, en en el fondo de tu espíritu, consideras el
SER
como una tercera cosa diferente de las otras dos; consideras el reposo y
el movimiento como comprendidos en el
SER
y, abrazándolos en su mancomunidad con Él, dices, desde este punto de
vista, que uno y otro existen.
Teetetes.
-Parece, en efecto, que declaramos que el
SER
es un tercer principio, cuando decimos, que el movimiento y el reposo
existen.
Extranjero.
-Luego, el
SER
no es el movimiento, ni el reposo, considerados juntos, es un principio
diferente.
Teetetes.
-Así parece.
Extranjero.
-Luego, el
SER,
por su naturaleza, no está en reposo, ni en movimiento.
Teetetes.
-Probablemente
Extranjero.
-¿A dónde, pues, ha de dirigir su pensamiento el que quiera formar
una idea clara y sólida del SER?
Teetetes.
-¿Adónde, en efecto?
Extranjero.
-No encuentro ninguna salida para salvar estas dificultades. Porque,
si una cosa no esté en movimiento, ¿cömo deja de estar en reposo? Y si
no está en reposo, ¿cómo deja de estar en movimiento? Ahora bien, el
SER nos ha parecido independiente, a la vez, del movimiento y
del reposo. ¿Es esto posible?
TEETtTES.
-Es de todo imposible.
Extranjero.
-Hay una cosa que es justo recordar ahora con este motivo.
Teetetes.
-¿Qué es?
Extranjero.
-Cuando se nos preguntaba a qué objetos conviene aplicar el nombre
del NO-SER, nos veíamos perplejos. ¿Te
acuerdas?
Teetetes.
-Perfectamente.
Extranjero.
-Y con respecto al SER, ¿nos vemos ahora menos
perplejos?
Teetetes.
–En mi opinión, extranjero, me parece que ahora lo estamos más, si es
posible.
Extranjero.
-Éste es un punto que no hay necesidad de decidir. Puesto que el
SER y el NO-SER nos ponen igualmente en un
conflicto, tenemos, para lo sucesivo, la esperanza de que tan pronto
como el uno se muestre a nosotros, con más o menos oscuridad o claridad,
el otro se mostrará de la misma manera. Y aun cuando no pudiésemos
concebir el uno, ni el otro, aun en este caso, deberíamos continuar en
nuestras indagaciones, del mejor modo que nos fuera posible y sin
separarlo.
Teetetes.
-Bien.
Extranjero.
-Expliquemos de dónde nace, que, a cada momento, designamos una sola
misma cosa con muchos nombres diferentes.
Teetetes. -¿Cómo? Ponme un ejemplo.
Extranjero.
-Cuando hablamos de un hombre, le damos diversas denominaciones, le
deignamos por el color, la forma, el talle, por sus vicios, y sus
virtudes. Por medio de estas calificaciones y por otras mil, decimos de
él, no sólo que es un hombre, sino que es bueno, que es tal o cual, y
así hasta el infinito. Con respecto a todos los demás objetos,
procedemos de la misma manera, reconocemos cada cosa como una sola y,
después, la designamos por muchas propiedades y con muchos nombres.
Teetetes.
-Es cierto lo que dices.
Extranjero.
-He aquí, yo creo, un regalo que acabamos de preparar a los hombres de
escasa instrucción, ya sean jóvenes o ancianos. Porque cada uno de éstos
puede objetarnos, que es imposible que muchos sean uno, que uno sea
muchos, y cuán satisfechos quedarán, declarándonos que no es permitido
decir “hombre bueno”, sino que “lo bueno es bueno”, y “el
hombre, hombre”. Sin duda, Teetetes, más de una vez, te habrás
encontrado con hombres dados a semejantes argucias, y, con frecuencia,
hasta con ancianos; tal es su pobreza de espíritu y de conocimientos,
que están como en éxtasis delante de estas miserias, y se imaginan haber
llegado a la cima de la sabiduría.
Teetetes.
-Todo eso es muy cierto.
Extranjero.
-A fin de que nuestra discusión se dirija a todos aquellos que nunca se
han ocupado del SER, de cualquier manera que sea,
téngase entendido que todo cuanto vamos a decir, en forma de pReguntas,
lo mismo Va contra estos últimos, que contra aquéllos a quienes hemos ya
combatido.
Teetetes.
-Pero, ¿qué vamos a decir?
Extranjero.
–Lo siguiente. ¿Decidiremos que no es preciso atribuir la existencia al
movimiento y al reposo; ni ninguna cosa a ninguna cosa, si no que
toda unión es imposible, y que los seres no pueden participar los unos
de los otros? ¿O bien, los juntaremos todos considerándolos como
susceptibles de comunicación entre sí? ¿O bien, uniremos unos y
separaremos otros? De estos tres partidos, mi querido Teetetes, ¿cuál
debemos creer que escogerán nuestros entendidos rivales?
Teetetes.
-Yo no podría ponerme en lugar de ellos, para responder a estas
preguntas. ¿Pero, no podrás encargarte tú mismo de hacerlo, para, en su
vista, examinar las consecuencias de cada una de las tres suposiciones?
Extranjero.
-Muy bien. Supongamos, si quieres, que declaren, en primer lugar, que
ninguna cosa tiene en manera alguna poder de comunicar con las demás.
¿No se sigue, de aquí, que el reposo y el movimiento no participan, de
manera alguna, del SER?
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-¿Pero existirán, ni una, ni otra, de estas dos cosas, si no tienen nada
de común con el SER?
Teetetes.
-No existirán.
Extranjero.
-El efecto inmediato de esta concesión es trastomarlo todo, a mi
parecer, lo mismo en el sistema que supone en movimiento el universo,
como en el que, haciéndole uno, le candena a la inmovilidad, como en el
de aquellos que, admitiéndo las IDEAS, sostienen que los
seres subsisten invariables, semejantes a sí mismos. Todos estos
filósofos unen el SER al universo, diciendo, los unos, que
está verdaderamente en movimiento, los otros, que está verdaderamente en
reposo.
Teetetes.
- Perfectamente.
Extranjero.-
Y los filósofos, que sucesivamente unen y separan todas las cosas,
sea que hagan salir el infinito de lo Uno, y lo hagan, de
nuevo, entrar en Él, sea que descompongan el universo en un número
limitado de elementos, que, en seguida combinan, y ya, por otro lado,
estas alternativas tengan lugar durante un cierto tiempo o ya se
verifiquen siempre; todos estos filósofos nada razonable pueden decir,
si no es posible la unión.
Teetetes.
-Bien.
Extranjero.
-Además, esos mismos que no permiten que una cosa se diga de otra, en
virtud de su comunicación recíproca, se ven obligados a transigir, en su
propio lenguaje, de la manera más donosa.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Se ven obligados, a cada momento, a servirse de las expresiones: “ser”,
“separadamente”, “otro”, “lo mismo”, y
otras mil análogas. Puesto que no pueden pasarse sin ellas y que las
mezclan en todos sus discursos, no hay necesidad de que otros los
combatan; como que hospedan, como suele decirse, en su misma casa, al
enemigo y contradictor, oyendo, por todas partes, una voz que se lo
advierte, como al insensato Euricles.
Teetetes.
-Lo que dices es cierto, y tu comparación es exacta.
Extranjero.
-Pero que sucederá si dejamos a todas las cosas el poder de comunicarse
entre sí?
Teetetes.
-Eso soy yo capaz de explicarlo.
Extranjero.
-Veamos.
Teetetes.
-El movimiento mismo se quedaría en reposo y, a su vez, el reposo mismo
se pondría en movimiento, si uno y otro se comunicasen y entendiesen
entre sí.
Extranjero.
-Es necesariamente y del todo imposible, que el movimiento esté en
reposo y el reposo en movimiento.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Sólo falta la tercera suposición.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Es necesario que una de las tres sea verdadera: O todas las cosas
pueden mezclarse, o ningunas, o algunas.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Nos ha parecido imposible admitir las dos primeras.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-El que quiera responder con exactitud, adoptará, por consiguiente, la
última.
Teetetes.
-Evidentemente.
Extranjero.
-Puesto que unas cosas se prestan a la mezcla, y otras las resisten, se
hallan en el mismo caso que las letras. En efecto, hay acuerdo entre
unas y desacuerdo entre otras.
Teetetes.
-Es cierto.
Extranjero.
-Las vocales tienen, sobre las demás letras, la ventaja de que se
interponen entre todas, para servirlas de vínculo,
hasta tal punto que, sin vocales, no hay acuerdo posible entre las otras
letras.
Teetetes.
-Muy bien.
Extranjero.
-¿Sabe cualquiera que letras pueden unirse entre sí, o el que las une
tiene necesidad de arte?
Teetetes.
-Tiene necesidad de arte.
Extranjero.
-¿De cuál?
Teetetes.
-Del arte gramatical.
Extranjero.
-¿Y no sucede lo mismo con los sonidos graves y agudos? El que posee el
arte de distinguir los sonidos que son acordes y los que no lo son, es
músico, y el que no lo entiende, no lo es?
Teetetes.
-Es cierto.
Extranjero.
-Otro tanto hay que decir de todas las demás cosas en las que se muestra
el arte o no se muestra.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Ahora bien, puesto que hemos admitido que los géneros también son
susceptibles de mezcla, ¿no es indispensable que el que se toma el
trabajo de explicar con exactitud qué géneros se asimilan, y qué géneros
se rechazan, se valga de alguna ciencia para sus razonamientos? ¿No es
preciso que conozca los que sirven de encadenamiento
a todos los demás y son susceptibles de mezclarse con ellos? Y con
respecto a la separación de los géneros, ¿no es preciso, por otra parte,
que conozca los que son generalmente causa de esta separación?
Teetetes.
-Ciertamente, el que tal haga tiene necesidad de una ciencia y, quizá,
de la más gran de de todas.
Extranjero.
-¿Y cómo llamaremos esta ciencia, Teetetes? ¿Será posible, por
Jupiter, que hayamos encontrado, sin apercibimos de ello, la ciencia de
los hombres libres, y que cuando íbamos en busca del sofista, nos
hayamos encontrado, de repente,
con el filósofo?
Teetetes.
-¿Qué quieres decir?
Extranjero.
-Dividir por géneros, no tomar la misma especie por otra, ni otra por
la misma, ¿no es esto, lo propio de, la ciencia dialéctica?
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-El que se halla en aptitud de hacer esto, distingue, con claridad,
la IDEA única, derramada en una multitud de individuos,
que existen aisladamente; en seguida, una multitud de IDEAS
que son diferentes las unas de las otras, y que están embebidas en una
IDEA única; después, también una IDEA única,
recogida en la universalidad de los seres, reducidos a la unidad; en
seguida, por último, una multitud de IDEAS, absolutamente
distintas las unas de jas otras. He aquí lo que se llama saber
discernir, entre los géneros, los que son capaces de asociarse y los que
no lo son.
Teetetes.
-Perfectamente.
Extranjero.
–Pero, el talento de la dialéctica no lo concederás. Yo creo sino al
que es verdadera y puramente filósofo.
Teetetes.
-¿Y cómo podría yo concederlo a ningún otro?
Extranjero.
–En parajes semejantes a este encontraremos, pues, al filósofo, lo
mismo ahora, que más tarde, si nos proponemos buscarle, aunque no sea
fácil verle en claro. Sin embargo, la dificultad, en este caso, no es de
la misma clase que la del sofista.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-El uno se sume en la oscuridad del NO-SER, con el que
se familiariza durante una larga estancia y, como el lugar que habita es
oscuro, es por esto difícil reconocerle. ¿No es cierto?
Teetetes.
-Probablemente.
Extranjero.
–Pero, como el filósofo, en todos sus razonamientos, se abraza a la
IDEA del SER, no es fácil, a causa del
resplandor de esta región, en manera alguna, percibirle; porque, en la
muchedumbre, los ojos del alma son demasiado débiles para poder fijarse,
por mucho tiempo, en las cosas divinas.
Teetetes.
-Esa explicación no me parece menos verosímil que la precedente.
Extranjero.
–Podremos después hacer un esíuerzo para formamos una idea más clara
aún del filósofo, si el capricho, o el corazón, nos llevan a ello;
pero respecto del sofista, guardémosnos de dejarle escapar, ínterin -no
le hayamos estudiado suficientemente.
Teetetes.
-Bien dicho.
Extranjero.
-Hemos convenido con motivo de los géneros, en que los unos se
asocian entre sí y otros no; que los unos se asocian solamente a
algunos, otros a un gran número, otros a todos y de todas maneras, sin
encontrar nada que se lo impida. Ahora continuemos nuestra discusión, no
examinando todas las IDEAS, no sea que se nos confunda su
multitud, sino escogiendo algunas: las que se dicen más grandes.
Averiguemos, por lo pronto, lo que ellas son, cada una en sí misma y, en
seguida, hasta qué punto tienen el poder de asociarse las unas a las
otras. De esta manera, si no concebimos el SER y el
NO-SER, con toda la cIaridad posible, por lo menos, no nos
consideraremos incapaces de dar razón de ellas, dentro de los límites de
nuestra indagacion, y sabremos si podemos decir impúnemente, del
NO-SER, que carece absolutamente de existencia.
Teetetes.
-Eso es lo que debe hacerse.
Extranjero.
-Los mayores entre los géneros de que hemos hablado ya son: el
SER mismo, el Reposo y el Movimiento.
Teetetes.
-Así es.
Extranjero.
-Los dos últimos, ya lo hemos dicho, no pueden mezclarse.
Teetetes.
–De ninguna manera.
Extranjero.
-Pero el SER puede mezclarse con ambos, pues que, en
efecto, ambos son, o existen.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Esto constituye tres géneros.
Teetetes.
-Seguramente.
Extranjero.
-Cada uno de ellos, ¿es otro que los otros dos, y el mismo, respecto
de sí mismo?
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
–Pero, ¿qué es lo que queremos decir con lo otro y lo mismo? ¿Son dos
géneros diferentes de los tres primeros mezclados, necesariamente
siempre con ellos? ¿Son cinco géneros, en lugar de tres, los que tenemos
que examinar? ¿O bien, habremos dado estos nombres de lo mismo y lo otro
a uno de nuestros tres géneros, sin darnos cuenta de ello?
Teetetes.
-Quizá.
Extranjero. -Sin embargo, el Movimiento y el Reposo no son, ni lo
Otro, ni lo Mismo.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Lo que atribuimos, en común,
al Movimiento y al Reposo, no puede ser el Reposo, ni el Movimiento.
Teetetes.
-¿Por qué?
Extranjero.
–Porque, en este caso, el Movimiento estaría en Reposo, y el Reposo,
en Movimiento. Porque si uno de ellos, no importa cuál, se aplicase a
los dos, a la vez, necesariamente tenía que resultar que el otro se
mudaría en lo contrario a su naturaleza, puesto que participaría de su
contrario.
Teetetes.
-Es evidente.
Extranjero.
–Luego, participan ambos de lo Mismo y de lo Otro.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-No digamos, pues, que el Movimiento es lo Mismo o lo Otro, ni el
Reposo tampoco.
Teetetes.-
Tampoco.
Extranjero.
-¿Pero deberíamos considerar el SER y lo Mismo, como no
formando más que uno?
Teetetes.
-Quizá.
Extranjero.
–Pero, si el SER y lo Mismo no difieren en nada,
diciendo que el Movimiento y el Reposo son, o existen, declararemos que
ambos son lo Mismo, puesto que existen.
Teetetes.
-Pero eso es imposible.
Extranjero.
–Luego, es imposible que lo Mismo y el Ser no constituyan más que Uno.
Teetetes.
-Al parecer.
Extranjero.
-¿Sentaremos, pues, como una cuarta idea, que debe añadirse a las
otras tres, la idea de lo Mismo?
Teetetes.
-Ciertamente.
Extranjero.
-¿Pero, es preciso ver en lo Otro un quinto género? ¿O bien, lo Otro
y el SER deben ser considerados como los dos nombres de un
solo objeto?
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-¿Pero, creo que me concederás que, entre las cosas, unas son
consideradas como existiendo en sí mismas, y otras son consideradas con
relación a otras cosas?
Teetetes.
-Seguramente.
Extranjero.
–Luego, lo Otro se refiere necesariamente a algún otro. ¿No es
así?
Teetetes.
–Sí.
Extranjero.
-Pero esto sería imposible, si el SER y lo Otro no
fuesen absolutamente distintos. Porque, si lo Otro pudiese presentarse
bajo las dos mismas formas que el SER, habría, entre las
otras cosas, alguna que sería otra, sin referirse a ninguna otra, y ya
hemos visto que lo que es verdaderamente Otro, no es tal, sino en
relación a otra cosa.
Teetetes.
-Así es.
Extranjero.
-La naturaleza de lo Otro debe, pues, ser considerada como una quinta
idea, y puesta en el número de las que hemos escogido.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Y diremos que ella está como derramada en todas las demás. Porque
cada una, en particular, es otra que las que no son ella no por su
propia naturaleza, sino porque participa de la idea de lo Otro.
Teetetes.
-Incontestablemente.
Extranjero.
-Digamos, pues, lo siguiente de nuestras cinco ideas, tomándolas una a
una.
Teetetes.
-¿Qué?
Extranjero.
-Lo primero, que el Movimiento es absolutamente otro que el
Reposo. ¿No es esto lo que decíamos?
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-No es el Reposo.
Teetetes.
-Nada de eso.
Extranjero.
–Pero, él existe, puesto que participa del SER.
Teetetes.
-Existe.
Extranjero.
-Por otra parte, el Movimiento es otro que lo Mismo.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-No es, pues, lo Mismo.
Teetetes.
-No sin duda.
Extranjero.
-Sin embargo, es lo Mismo, en el sentido que todo participa de lo
Mismo.
Teetetes.
–Ciertamente.
Extranjero.
–Es preciso reconocer, y no hay que asustarse, que el Movimiento es
lo Mismo y no es lo Mismo. En efecto, cuando decimos que es lo Mismo y
que no es lo Mismo, es bajo diferentes puntos de vista. Es lo Mismo,
porque considerado en sí, participa de lo Mismo; no es lo Mismo porque
se asocia a lo Otro, lo que hace que difiera de lo Mismo, y que sea lo
Otro que lo Mismo, de suerte que es igualmente exacto decir que no es lo
Mismo.
Teetetes.
-Muy bien.
Extranjero.
–Por consiguiente, si el Movimiento pudiese, en cierta manera,
participar del Reposo, no sería un absurdo lIamarle estable.
Teetetes.
–Así podría hacerse, si no hubiéramos convenido en que unos géneros
pueden y otros no pueden mezclarse entre sí.
Extranjero.
–Efectivamente, así lo hemos demostrado mucho antes de haber llegado
al punto en que nos encontramos, y hasta hicimos ver que esto estaba
fundado en la naturaleza de las cosas.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Volvamos a tomar el hilo de nuestra discusión. El Movimiento es
distinto que lo Otro, así como acabamos de hacer ver que es diferente de
lo Mismo y del Reposo.
Teetetes.
-Necesariamente.
Extranjero.
–El no es otro y es otro, según nuestro razoramiento de hace
poco.
Teetetes.
-Es cierto.
Extranjero.
–Ahora, ¿nos atreveremos a decir que el Movimiento es otro que nuestras
tres primeras IDEAS, pero que no es otro respecto
de la cuarta, habiendo ya convenido en que las IDEAS,
que hemos escogido como objeto de examen, son hasta cinco en número?
Teetetes.
-¿Cómo? Nos es, ya, imposible reducir el número que hemos hecho
notar.
Extranjero.
-Dispuestos al combate, insistamos en declarar y sostener, contra
todo el mundo, que el Movimiento es otro que el SER.
Teetetes.
–Sostengámoslo, sin el menor termor.
Extranjero. –Luego, es claro que el Movimiento no existe
realmente, y también que existe, puesto que participa del SER.
Teetetes.
-No puede darse cosa más clara.
Extranjero.
-El NO-SER, por consiguiente, se encuentra, por
necesidad, en el Movimiento y eN todos los géneros, porque la naturaleza
de lo Otro, presente en todos los géneros, hace que cada uno de ellos
sea otro que el SER, y le haga NO-SER, de
suerte que, bajo este punto de vista, puede decirse, con exactitud, que
todo es NO-SER, así como por la participación en el
SER, se puede decir, igualmente, que todo es SER.
Teetetes.
-Así parece.
Extranjero.
-¿Por consiguiente, cada IDEA lleva consigo, en gran
manera, el SER, y lleva también el NO-SER,
infinitamente?
Teetetes.
-Lo creo.
Extranjero.
-¿Pero, no es preciso decir que el SER mismo es otro
que todo lo demás?
Teetetes.
-Necesariamente.
Extranjero.
–Por consiguiente, tantas cuantas cosas haya diferentes del SER,
otras tantas el SER no es, porque el SER,
que es Uno, no es todas las cosas, y así hay un número infinito de cosas
diferentes del SER, que no son.
Teetetes.
-Muy bien.
Extranjero.
-Y no hay que asustarse al decir esto, puesto que la naturaleza de los
géneros permite que se asocien entre sí. Si no se nos concede esto,
entonces, pruébesenos que nos hemos engañado en lo que precede, único
medio de demostramos que, en este momento, también nos engañamos.
Teetetes.
-No es posible hablar con más claridad.
Extranjero.
-Pero veamos aún esto.
Teetetes.
-¿Qué?
Regresar
Siguiente...
|
|