|
Dialogos Socráticos
Página (5)
El Sofista
Regresar
Extranjero.
-Lo que llamamos NO-SER, no es, a mi parecer, lo
contrario del SER, sino sólo una cosa que es lo Otro.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Por ejemplo: cuando hablamos de alguna cosa que no es grande, ¿te
parece que expresamos, por esta palabra, más bien lo pequeño que un
término medio?
Teetetes.
-No, sin duda.
Extranjero.
-No concederemos que la negación signifique lo contrario del término
positivo; la partícula no expresa sólo algo que difiere de los nombres
que la siguen o, más bien, cosas, a las que se refieren los nombres
colocados después de la negación.
Teetetes.
-Perfectamente.
Extranjero.
-Reflexionemos más aún sobre esto, si te parece.
Teetetes.
-¿Sobre qué?
Extranjero.
-La naturaleza de lo otro me parece que se divide en mil partes, como
la ciencia.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-La ciencia, igualmente, es una, en cierta rnanera, pero cada una de
sus partes, refiriéndose a cierto objeto, se encuentra, por esta razón,
determinada y toma una denominación particular y, de aquí, la diversidad
de artes y de ciencias.
Teetetes.
-Muy bien.
Extranjero.
-Lo mismo sucede con la naturaleza de lo Otro, que tiene partes, sin
dejar de ser una.
Teetetes.
–Quizá, pero ¿cómo se verifica?
Extranjero.
-¿No hay una parte de lo Otro opuesto a lo Bello?
Teetetes.
–Sí.
Extranjero.
-¿Tiene nombre o no lo tiene?
Teetetes.
-Lo tiene. Lo que llamamos, a cada instante, no-Bello, ¿qué es, sino lo
que es distinto, o lo que es otro que lo Bello y su naturaleza?
Extranjero.
–Veamos, respóndeme.
Teetetes.
-¿A qué?
Extranjero.
-Lo no-bello ¿no es una cierta cosa que se determina en un cierto género
de seres, y que se pone, en seguida, en oposición con algún otro ser?
Teetetes.
-Así es.
Extranjero.
-Lo lo Bello ¿es, por consiguiente, la oposición de un ser a otro
ser?
Teetetes.
-Perfectamente.
Extranjero.
-¿Pero es que conforme a este razonamiento, lo Bello es más del número
de los seres y lo no-Bello, menos?
Teetetes.
-No.
Extranjero.
¿Deberá decirse igualmente eso mismo de lo no-Grande y de lo Grande?
Teetetes.
-Igualmente.
Extranjero.
-¿Lo no-Justo debe ponerse en el mismo pie que lo Justo, en concepto de
que el uno no es más que el otro?
Teetetes.
-En efecto.
Extranjero.
-Otro tanto diremos de todo lo demás, desde el instante en que la
naturaleza de lo Otro nos ha parecido estar en el número de los seres.
Si lo Otro existe, es una necesidad que sus partes existan igualmente.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Así pues, a mi parecer, la oposición de una parte de la naturaleza
de lo Otro con el SER, colocados frente a frente, no es
menos una esencia, si es permitido decirlo, que el SER
mismo, y lo que ella representa no es lo contrario del SER,
sino una cosa distinta.
Teetetes.
–Eso es claro como el día.
Extranjero.
-¿Y qué nombre daremos a esta oposición?
Teetetes.
–Evidentemente, éste es el NO-SER que indagábamos,
cuando se trataba del sofista.
Extranjero.
-¿No tiene este NO-SER, según tú
decías, tanta realidad y esencia como todos los demás géneros? ¿Y no
debemos tener valor para declarar, que el NO-SER posee una
naturaleza sólida y que le es propia? Como lo Grande es grande, y lo
Bello es bello, como lo no-Grande es no-grande, y lo no-Bello, no-bello,
¿no hemos dicho y no decimos, que el NO-SER es no-ser, y
que ocupa su lugar y su rango entre los seres, siendo una de suos
especies? ¿O bien, Teetetes, tenemos sobre esto alguna duda?
Teetetes.
-No, ninguna.
Extranjero. -¿Sabes que hemos olvidado la defensa de Parménides,
y que nos hallamos muy distantes de él?
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero. -Hemos llevado nuestras indagaciones y nuestras
demostraciones mucho más alla de los límites que el había fijado a
nuestro examen.
Teetetes.
-Explícate.
Extranjero. -Parménides nos ha dicho: “No, nunca comprenderás que
lo que no existe, existe. Que tu pensamiento, en sus indagaciones, se
separe de este rumbo.”
Teetetes.
-Efectivamente, eso dice.
Extranjero. -Nosotros no sólo hemos probado que el NO-SER
existe, sino que hemos puesto en evidencia la IDEA misma
del NO-SER. En efecto, hemos demostrado que la naturaleza
de lo otro existe verdaderamente, y que está como dividida entre todos
los seres, comparados entre sí, y no hemos tenido temor en declarar que
precisamente cada una de sus partes, en tanto que se opone al SER,
es lo que constituye el NO-SER.
Teetetes.
-Creo, extranjero, que esta manera de ver es la VERDAD
misma.
Extranjero.
-No se diga que, después de haber demostrado el NO-SER
como lo contrario del SER, nos atrevemos a afirmar que
existe. Porque, respecto de lo contrario del SER, ha largo
tiempo que hemos declarado que no nos cuidaremos de saber si existe o no
existe, si es conforme a la razón o si le repugna. En cuanto a nuestra
proposición: Que el NO-SER existe, es preciso que se nos
pruebe, refutándonos, que estamos en el error, y si no es posible esto,
es preciso que se nos diga, como lo decimos nosotros, que los géneros se
mezclan los unos con los otros; que el SER y lo Otro
penetran en todos y se penetran ellos mismos recíprocamente; que lo
Otro, participando del SER, existe en virtud de esta
participación, sin convertirse en aquello de que participa, sino
permaneciendo otro; y, en fin, que siendo otro que el SER,
es claro como el día que es necesariamente el NO-SER. A su
vez, el SER, comunicando con lo Otro, es otro que todos
los demás géneros; siendo otro que los demás géneros, no es, ni cada uno
de ellos, ni todos ellos juntos, y no es más que lo Mismo, de suerte
que, indudablemente, hay mil cosas, que el SER no es, bajo
mil relaciones, y todos los demás géneros, en igual forma, ya se les
considere en particular o ya todos a la vez, son de muchas maneras y de
muchas maneras no son.
Teetetes.
-Es cierto.
Extranjero.
-Y si alguno no tiene fe en estas oposiciones, que reflexione en sí
mismo, y que nos proponga alguna solución mejor que la nuestra. Pero si,
por el contrario, imaginándose haber inventado, alguna maravilla, se
complace en explorar razonamientos, tan pronto en un sentido como en
otro, se tomará una molestia muy pesada por una cosa que no lo merece,
como lo prueba bastante lo que precede. Esto no exige tanta delicadeza,
ni es tan difícil de encontrar, pero, en cambio, es, a la vez, preciso y
difícil lo siguiente.
Teetetes.
-¿Qué?
Extranjero.
-Lo que ya hemos dicho, dejar estas bagatelas y prepararse todo lo
posible para refutar, sin separarse del texto de sus palabras, a los que
pretenden que lo que es lo Otro es también lo Mismo, en cierta manera,
que lo que es lo Mismo es igualmente lo Otro, de la misma manera y bajo
el mismo punto de vista que en el caso precedente. Pero, probar
vagamente que lo Mismo es lo Otro, lo Otro Idéntico, lo Grande Pequeño,
lo Semejante Desemejante, y solazarse con hacer comparecer, de esta
suerte, los contrarios, en su discurso, éste no es un método serio, es
el de un novel que comienza, apenas, a tener conocimiento de los seres.
Teetetes.
-Perfectamente.
Extranjero.
-Porque, mi querido amigo, querer separar todo de todo es una empresa
loca, que supone un hombre, de hecho, extraño a las Musas y a la
filosofía.
Teetetes.
-¿Por qué?
Extranjero.
-Porque no hay medio más seguro de acabar con toda especie de
discursos, que dividir todas las cosas, poniendo cada una aparte, porque
el discurso nace del en lace y trabazón
de unas ideas con otras.
Teetetes.
-Es cierto.
Extranjero.
-Ya ves la razón que tuvimos para combatir a nuestros adversarios,
estrechándoles a que confesaran que las cosas se mezclan entre sí.
Teetetes.
-¿Por qué?
Extranjero.
-Porque el lenguaje es, para nosotro,s uno de los géneros de los
seres. Si nos viéramos privados de él, cosa extremadamente grave,
nos veríamos privados de la filosofia; pero es preciso, al presente, que
nos entendamos sobre la naturaleza del lenguaje, y debemos tener en
cuenta que si él nos faltase, no podríamos decir nada y, de hecho, nos
faltaría, si concediéramos que no existe ninguna mezcla de cosa alguna
con otra.
Teetetes.
-Bien, con respecto a esto. Pero, no puedo explicarme por qué es preciso
que nos entendamos sobre la naturaleza del lenguaje.
Extranjero.
–Quizá, vas tú a explicarlo, siguiéndome por aquí.
Teetetes.
-¿Por dónde?
Extranjero.
-El NO-SER nos ha aparecido como un género, entre todos
los demás, y esparcido entre todos los seres.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Ahora es preciso examinar si se mezcla en el juicio y en el
discurso.
Teetetes.
-¿Por qué?
Extranjero.
-Si no se mezcla, se sigue que todo será verdadero; si se mezcla, el
juicio y el discurso serán falsos; porque pensar o decir lo que no es,
es decir, el NO-SER, es lo que hace que haya falsedad en
el pensamiento y en ellenguaje.
Teetetes.
-En efecto.
Extranjero.
-Si hay falsedad, hay error.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Si hay error, es una necesidad que todo esté lleno de ficciónes,
imágenes y fantasmas.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Ahora bien, habíamos dicho que el sofista se había refugiado en este
recinto, pero negando absolutamente que hubiese nada falso. Pretendía,
en efecto, que el NO-SER no puede concebirse, ni
expresarse, porque el NO-SER no puede, en manera alguna,
participar de la existencia.
Teetetes.
-Es cierto. .
Extranjero.
-Pero nos ha parecido que el NO-SER participa del
SER, de suerte que el sofista, quizá, no combatiría ya en
este terreno. Pero, podría decir que unas especies participan, y que
SER y otras no participan, y que el discurso y el juicio son
de las que no participan. En este caso, su táctica sería probar que el
arte de producir imágenes y el arte de la fantasmagoría, de que parece
habernos librado, no existen absolutamente, puesto que el juicio y el
discurso no tienen nada de común con el NO-SER. No hay
nada falso desde el momento en que no hay nada de común entre ellos. He
aquí por qué nos es preciso estudiar, por lo pronto, la naturaleza del
discurso, del juicio y de la imaginación, a fin de que, conociéndolos
mejor, podamos ver lo que hay de común entre estas cosas y el
NO-SER, y que, viéndolo, demostremos que lo falso existe, y que,
habiéndolo demostrado, encadenemos al sofista, si entra, en efecto, en
eI género de lo falso, o le soltemos, para buscarle en otro género.
Teetetes.
-Verdaderamente, extranjero, razón teníamos para decir, cuando
comenzamos, que el sofista es una raza difícil de coger. Parece que se
le vienen a las manos los medios de defensa, que nos presenta
sucesivamente, de suerte que jamás se llega, hasta él, sin combate.
Ahora, apenas hemos pulverizado su proposición de que el NO-SER
no existe, que era un muro para su defensa, cuando ya levanta otro, y
nos obliga a probar que lo falso existe en el discurso y en el juicio.
Después de esta dificultad, suscitará otra y otra, y nunca se llegará al
fin.
Extranjero.
-Es preciso tener ánimo, mi querido Teetetes, siempre que se gane
terreno, aunque se camine lentamente. Si, en este caso, se desespera,
¿qué queda para situaciónes difíciles, cuando no se avanza o cuando se
retrocede? Los hombres de tal condición no han nacido, como dice el
proverbio, “para tomar dudades por asalto”. Pero ahora, mi querido
amigo, cuando hayamos vencido la dificultad de que hablas, nos haremos
dueños de la torre más fuerte del sofista, y ya nada nos podrá detener
en nuestra marcha.
Teetetes.
-Hablas perfectamente.
Extranjero.
-Consideremos, por lo pronto, como acabamos de decir, el discurso y
el juicio, y sepamos claramente si tienen alguna relación con el
NO-SER, o si son absolutamente verdaderos y no hay en ellos nada
falso.
Teetetes.
-Justo.
Extranjero.
-Pues bien, el examen que hemos hecho respecto de las especies y de
las letras, hagámosle, igualmente y de la misma manera, de las palabras.
Este es el camino, por donde llegaremos al término de nuestra indagación.
Teetetes.
-¿Qué quieres que sepamos relativo a los nombres?
Extranjero.
-Si
pueden asociarse los unos a los otros o si, por el contrario, no pueden
asociarse, si los unos se prestan y otros se resisten a esta amalgama.
Teetetes.-Evidentemente
unos la consienten y otros la resisten.
Extranjero.
-He aquí, yo supongo, lo quieres decir: Se prestan a la asociación
aquellos que, pronunciados a continuación de los otros, tienen una
significación dada, y la resisten aquellos que, encadenándose, no
forman ningún sentido.
Teetetes.
-¿Qué quieres decir con eso?
Extranjero. -Lo que creía que era tu pensamiento, cuando me has
respondido conforme a mi propia opinión. Hay, en efecto, dos
especies de signos para representar, por la voz, lo que existe.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Los que se llaman nombres y los que se llaman verbos.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Al signo, que se aplica a los que ejecutan estas acciones, llamamos
“nombre”.
Teetetes.
-Muy bien.
Extranjero.
-Los nombres colocados solos, unos en pos de otros, no forman un
discurso, y lo mismo sucede con los verbos sin nombres.
Teetetes.
-Yo no sabía eso.
Extranjero.
-Es claro que antes pensabas otra cosa, cuando estabas de acuerdo
conmigo, porque esto era precisamente lo que yo quería decir: que los
nombres o los verbos, pronunciados unos tras otros independientemente,
no forman un discurso.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Por ejemplo: “marcha”, “corre”, “duerme”, y
todos los demás verbos, que representan acciones, si se pronuncian en
fila, no formarán nunca un diseurso.
Teetetes.
-En efecto.
Extranjero.
-Lo mismo si se dice: “leon”, “ciervo”, “caballo”,
y todos los nombres que se dan a los que ejecutan las acciones,
se habrán colocado, unos en seguida de otros, pero no resultará
discurso. Ni en un caso, ni en otro, las palabras expresan ninguna
acción o no-acción, ninguna existencia del SER o del
NO-SER, mientras no se mezclen los verbos con los nombres. Si
se les mezcla, ellos concuerdan, y hay discursos, es decir, una primera
cotnbinación, el primero y el más pequeño de los discursos.
Teetetes.
-¿Qué dices?
Extranjero.
-“El hombre aprende”: ¿no reconoces que éste es el
discurso más sencillo posible y el primero?
Teetetes.
-Sí, ciertamente.
Extranjero.
-Expresa, en efecto, una de las cosas que son, que han sido o que
serán; no sólo la nombra, sino que la determina, en cierta manera, y
esto combinando los verbos con los nombres. Por esta razón, no decimos
del que se produce, de esta manera, que nombra, sino que discurre, y por
esta palabra designamos esta combinación.
Teetetes.
-Bien.
Extranjero.
-Y así como entre las cosas hay unas que se asocian y otras no, así
entre los signos vocales los hay que se asocian y éstos forman el
discurso.
Teetetes.
-No se puede hablar mejor.
Extranjero.
-Una pequeña observación aún.
Teetetes.
-¿Cuál?
Extranjero.
-Es necesario que siempre que haya discurso, recaiga sobre alguna
cosa, porque sobre la Nada es imposible.
Teetetes.
-En efecto.
Extranjero.
-También es preciso que sea de una cierta naturaleza.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-Tomémosnos a nosotros mismos como objeto de observación.
Teetetes.
-Conforme.
Extranjero.
-Voy a citarte un discurso, que forma uniendo una cosa a una acción por
medio de un nombre y un verbo, y tú me dirás a lo que se refiere este
discurso.
Teetetes.
-Lo haré si me es posible.
Extranjero.
–“Teetetes está sentado”: he aquí un discurso que no es largo.
Teetetes.
–No, es bastante corto.
Extranjero.
-A ti te toca decirme sobre qué y de qué habla.
Teetetes.
-Evidentemente sobre mí y de mí.
Extranjero.
-¿Y éste?
Teetetes.
-¿Cuál?
Extranjero.
–“Teetetes, con quien yo hablo, vuela par los aires”.
Teetetes.
-He aquí también un discurso, que, a juicio de todos, sólo habla de mí y
sobre mí.
Extranjero.
-Hemos dicho ya que cada discurso debe necesariamente ser de una
cierta naturaleza.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-¿Y cuál es la naturaleza de cada uno de estos dos discursos?
Teetetes.
-El uno es verdadero, el otro, falso.
Extranjero.
-El verdadero dice las cosas como son en sí.
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
-El falso dice otra cosa que lo que es.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Dice, pues, lo que no es, como siendo.
Teetetes.
-Conforme.
Extranjero.
–Lo que dice de ti es otro que lo que es; porque hemos dicho que hay,
con relación a cada cosa, mucho de SER y mucho de
NO-SER.
Teetetes.
-Ciertamente.
Extranjero.
-En cuanto al segundo discurso, que yo he citado con aplicación a ti,
observo, por lo pronto, que teniendo en cuenta los elementos que
componen el discurso, conforme a nuestra definición, es imposible que
pueda presentarse otro en menos palabras.
Teetetes.
–Éste es un punto convenido entre nosotros.
Extranjero.
-En segundo lugar, habla de alguna cosa.
Teetetes.
-Sin duda. .
Extranjero.
-Es de ti y no de ningún otro.
Teetetes.
-En efecto.
Extranjero.
-Si no se refiriese a nadie, no habría absolutamente discurso, porque
hemos hecho ver que es imposible un discurso sobre la Nada.
Teetetes.
-Exacto.
Extranjero.
–Pero, cuando se dice, respecto a ti, cosas distintas, como si fuesen
las mismas, cosas que no son, como si fuesen, ¿no es claro que una
combinación de verbos y de nombres, formada de esta manera, tiene que
ser, real y verdaderamente, un falso discurso?
Teetetes.
-Es completamente verdadero.
Extranjero.
-¿Pero no es evidente que el pensamiento, la imaginación, la opinión,
y todos estos géneros se producen en nuestras almas, tan pronto falsos
como verdaderos?
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-El medio más seguro de comprenderlo es examinar la naturaleza de cada
una de estas cosas, y en qué se diferencian las unas de las otras.
Teetetes.
-Pues bien, guíame un poco.
Extranjero.
-Digo, pues, que el pensamiento y el discurso no forman más que uno.
He aquí toda la diferencia. El diálogo interior del alma, el que tiene
consigo mismo, sin el auxilio de la voz, es lo que se llama pensamiento.
Teetetes.
-Muy bien.
Extranjero. -El soplo que el alma exhala par la boca,
articulándolo, es lo que se llama discurso.
Teetetes.
-Es cierto.
Extranjero.
–Además, sabemos que en nuestros discursos se encuentra lo siguiente.
Teetetes.
-¿Qué?
Extranjero.
-La afirmación y la negación.
Teetetes.
-Lo sabemos.
Extranjero.
-Y cuando la afirmación o la negación se producen en el alma,
mediante el pensamiento y en silencio, ¿cómo lIamara esto sino el
juicio?
Teetetes.
-Bien.
Extranjero.
-Y si esta manera de ser es producida, no tanto por el pensamiento,
como por la sensación, ¿hay un nombre que le cuadre mejor que el de
imaginación?
Teetetes.
–No lo hay.
Extranjero.
-Por consiguiente, puesto que el discurso es verdadero o falso, y
puesto que el pensamiento es como el diálogo del alma consigo misma, el
juicio, el término del pensamiento, y la imaginación, de que hablábamos
antes, mezcla de la opinión y de la sensación, todas estas diversas
operaciones, a causa de su parentesco con el discurso, han de ser
también, a veces, falsas, por lo menos alguna de ellas.
Teetetes.-Nada
más cierto.
Extranjero.
-Ya ves que hemos descubierto el falso juicio y el falso discurso, más
pronto de lo que suponíamos, a causa de la creencia, en que estábamos,
de que esta indagación era superior a nuestras fuerzas.
Teetetes.
-Ya lo veo.
Extranjero.
-Acabemos resueltamente lo que nos queda por hacer. Y después de esta
averiguación, recordaremos nuestras precedentes divisiones, por
especies.
Teetetes.
-¿Cuáles?
Extranjero.
-Hemos distinguido, en el arte de hacer imágenes, o ficciones, dos
especies: el arte de copiar y el arte de la fantasmagoría.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Y no sabemos en cuál de estas divisiones comprehenderá al sofista.
Teetetes.
-Así es.
Extranjero.
-En medio de esta incertidumbre, las tinieblas se han condensado en
torno nuestro, cuando hemos encontrado esta máxima, tan discutida por
todos los filósofos: Que no existen absolutamente imágenes, ni
ficciones, ni fantasmas, porque nunca, ni de ninguna, manera, ha
existido especie alguna de falsedad.
Teetetes.
-Lo que dices es cierto.
Extranjero.
–Pero, ahora que, viendo claro en el discurso, vemos patentemente que
el juicio puede ser falso, decimos que es posoble que se imiten los
seres, y que de estas imitaciones nazca el arte de engañar.
Teetetes.
-Es posible.
Extranjero.
-Hemos estado, antes, de acuerdo en que el sofista pertenece a una de
las dos especies que ya recordamos.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Apliquémosnos, pues, de nuevo, a dividir en dos el género que ya
reconocimos antes; dirijámonos siempre a la derecha, fijándonos en las
especies, con las que el sofista tiene afinidades, hasta que habiéndole
despojado de todo lo que tiene de común con los demás seres, y no
habiéndole dejado más que su naturaleza previa, la representemos a
nosotros mismos y a todos aquellos que, por las condiciones de su
espírltu, son más capaces de seguir este método.
Teetetes.
-Es justo.
Extranjero.
-¿No comenzamos por distinguir el arte de pacer y el arte de adquirir?
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.-
Y en el arte de adquirir, nos ha parecido que el sofista pertenecía
sucesivamente a la caza, al combate, a los negocios, y a otras especies
semejantes.
Teetetes.
-Perfectamente.
Extranjero.
–Pero, como el sofista nos parece comprehendido en el arte de imitar, es
claro que el arte de hacer es el que deberemos, por lo pronto, dividir
en dos. Porque imitar es hacer imágenes, ésta es la verdad, y no hacer
las cosas mismas. ¿Es ésta tu opinión?
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-Pero el arte de hacer se divide en dos partes.
Teetetes.
-¿Cuáles?
Extranjero.
–La una divina, la otra humana.
Teetetes.
-Yo no comprendo aún.
Extranjero.
-El poder de hacer, si nos acordamos de lo que hemos establecido al
principio, es, ya lo hemos dicho, el poder que es causa de que lo que no
existía antes, exista después.
Teetetes.
-Recordémoslo.
Extranjero.
-Todos los seres vivos, que son mortales, todas las plantas, ya
procedan de semillas o de raíces, todos los cuerpos inanimados,
contenidos en las entrañas de la tierra, sean fusibles o no, ¿ha sido
otro poder, otra acción que la de un dios la que ha hecho que, no
existiendo antes todas estas cosas, hayan comenzado a existir?
¿O bien, es preciso adoptar la creencia y el lenguaje del vulgo?
Teetetes.
-¿Qué lenguaje y qué creencias son ésos?
Extranjero.
-La de que es la Naturaleza la que engendra todo esto, por una causa
mecánica, que no dirige el Pensamiento o, quizá, la causa universal esta
dotada de razón y de una ciencia divina, cuyo principio es Dios?
Teetetes.
-Yo, sin duda a causa de mi poca edad, he pasado, muchas veces, de una
de estas opiniones a la otra. Pero, hoy, por el respeto que me mereces,
y porque sospecho que, según tú, todas estas cosas son la obra
de un Dios, me inclino a creerte.
Extranjero.
-Muy bien, Teetetes. Si te creyéramos capaz, como a muchos otros, de
mudar algún día de opinión, haríamos hoy los mayores esfuerzos para
traerte a nuestro partido por el razonamiento y la fuerza de la
persuasión. Pero, yo sé que tu índole te arrastra, sin nuestro auxilio,
hacia estas creencias, y así paso adelante, porque sería perder
el tiempo en discursos inútiles. Siento, pues, por principio, que
todas las cosas que se refieren a la natutaleza son el producto de un
arte divino, y las que los hombres forman, con las primeras: productos
de un arte humano. De donde se sigue que hay dos géneros en el arte de
hacer: el uno
humano, el otro divino.
Teetetes.
-Justamente.
Extranjero.
-Es preciso dividir, aún, cada uno de estos dos géneros, en dos.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Acabas de dividir, en dos, el arte de hacer, en razón de su latitud,
pues bien, divídelo, ahora, en razón de su longitud.
Teetetes.
-Dividámoslo así.
Extranjero.
-Comprenderá cuatro partes: dos que se refieren a nosotros y que son
artes humanas, y dos que se refieren a los dioses y son artes
divinas.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
–Pero, tomando la división en otro sentido, cada una de las dos primeras
partes comprende dos: el arte de hacer las cosas mismas, y el arte que
se puede llamar de hacer imágenes. He aquí cómo eI arte de hacer se
divide aún en dos.
Teetetes.
-Explícame el objeto de estas dos ultimas divisiones.
Extranjero.
-Nosotros mismos, todos los animales, los elementos de las cosas, el
fuego, el agua, y todos los seres análogos a estas cosas, todo, ya lo
sabemos, es producción y obra de un dios. ¿No es verdad?
Teetetes.
-Sin duda.
Extranjero.
–Pero, todas estas cosas van aqompañadas de sus imágenes, que no son
ellas, y estas imágenes son también el resultado de un arte divino.
Teetetes.
-¿Qué imágenes?
Extranjero.
–Los fantasmas de nuestros sueños, los cuales se ofrecen naturalmente a
nuestra vista durante el día, la sombra por el reflejo del fuego, y
este doble fenómeno de la luz propia del ojo y de la luz
exterior, encontrándose sobre una superficie lisa y brillante, y
produciendo una imagen tal, que la sensación, que experimenta la vista,
es lo contrario de la sensación ordinaria.
Teetetes.
-He allí, pues, los dos productos de la parte divina del arte de hacer:
la cosa misma y la imagen que la sigue.
Extranjero.
-Pasemos a nuestro arte humano de hacer. ¿No decimos que él construye
una casa verdadera por medio de la arquitectura y, por medio de la
pintura, otra que es como un sueño de creación humana, al uso de las
gentes despiertas?
Teetetes.
-Ciertamente.
Extranjero.
-Todas nuestras obras pueden reducirse a estas dos producciones de
nuestro arte de hacer: si se trata de la cosa misma, es el arte de hacer
las cosas; de la imagen, es el arte de hacer imágenes.
Teetetes.
-Ahora ya comprendo. Se divide el arte de hacer en dos
especies, bajo dos puntos de vista. Bajo el uno, el arte es divino y
humano; bajo el otro, hay el arte de producir seres y el de producir
sólo semejanzas de los mismos.
Extranjero.
-Ahora recordemos lo que hemos dicho del arte de hacer imágenes. Debe
comprender dos especies: el arte de copiar y el arte de la
fantasmagoría, si lo falso es realmente lo falso, y pertenece
naturalmente a la categoría de los seres.
Teetetes.
-Muy bien. .
Extranjero.
-Está bien resuelto, y debemos, sin ninguna dificultad, reconocer
estas dos especies.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
-A su vez, dividamos en dos el arte de la fantasmagoría.
Teetetes.
-¿Cómo?
Extranjero.
-Unas veces se recurre a instrumentos extraños y, otras, el autor de la
representación se sirve de sí mismo como instrumento.
Teetetes.
-¿Qué dices?
Extranjero.
-Cuando alguno representa tu manera de ser mediante posiciones de su
cuerpo, o tu voz, mediante las inflexiones de su voz, esta parte de la
fantasmagoría se llama propiamente mímica.
Teetetes.
-Sí.
Extranjero.
–Démosle, pues, el nombre de arte mímica. En cuanto a la otra
parte, para mayor comodidad, la dejaremos a un lado, y dejamos a
otro el cuidado de formar, con sus variedades, un todo, y darle
el nombre que le convenga.
Teetetes.
-Admitamos estas divisiones, y despreciemos la segunda.
Extranjero.
–Pero, la primera debe aún ser dividida en dos; fija tu atención. He
aquí por qué.
Teetetes.
-Habla.
Extranjero.
-Entre los que imitan, unos lo hacen sabiendo lo que imitan, y otros no
sabiéndolo. Ahora bien, ¿hay diferencia más profunda que la que media
entre la ignorancia y el conocimiento?
Teetetes.
-No la hay.
Extranjero.
–Pero, la imitación de que nosotros tratamos, es la de los que saben. En
efecto, ¿cómo imitar tu actitud y tu persona, sin conocerte?
Teetetes.
-Imposible.
Extranjero.
-¿Pero qué diremos del exterior de la justicia y, en géneral, de la
virtud? ¿No hay muchos que, no conociéndola y teniendo de ella un mero
parecer, ponen todo su cuidado en reproducir su imagen, tal como se la
figuran, imitándola en cuanto pueden en sus acciones y en sus palabras?
Teetetes.-Si,
hay una infinidad.
Extranjero.
-¿Es que todos sos esfuerzos se estrellan, por parecer justos, sin serlo
en realidad, o sucede todo lo contrario?
Teetetes.
-Todo lo contrario. .
Extranjero.
-Digamos, pues, que hay una gran diferencia entre este último imitador y
el precedente, entre el que ignora y el que conoce.
Teetetes. -Sí. .
Extranjero.
-¿Dónde encontraremos un nombre conveniente para cada uno? En verdad,
nada más difícil. Parece que nuestros antepasados han tenido, sin
apercibirse de ello, yo no sé qué aversión contra la división de los
géneros en especies, de suerte que ninguno de ellos se tomó el trabajo
de dividir. De aquí resulta que tenemos muy escasos nombres. Sin
embargo, a riesgo de pasar por temerarios, haremos un sacrificio, en
obsequio de la cIaridad y de la necesidad de distinguir, y llamaremos a
la imitación, que se funda en un simple parecer, “imitación según un
parecer”, y a la que se funda en ciencia, “imitación sabia”.
Teetetes.
-Conforme.
Extranjero.
-De la primera es de la que tenemos que ocuparnos, porque el sofista
no está en el número de los que saben, sino en el de los que imitan.
Teetetes.
-En efecto.
Extranjero.
-Examinemos al imitador según su parecer, como se examina un trozo de
hierro, para asegurarse si es hierro puro o si tiene alguna soldadura.
Teetetes.
-Examinémosle.
Extranjero.
-Veo una muy notable. Entre estos imitadores, hay algunos cándidos, que
creen, de buena fe, saber las cosas sobre las que no tienen más que
opinión, o parecer. Pero hay otros que muestran claramente, por la
versatilidad de sus discursos, que tienen plena conciencia, y que temen
ignorar las cosas que aparentan saber delante del público.
Teetetes.
-Existen verdaderamente las dos clases de imitadores de que hablas.
Extranjero.
-¿Y por qué no llamaremos a los imitadores de la primera clase,
sencillos, y a los de la segunda, irónicos?
Teetetes.
-No hay inconveniente.
Extranjero.
-Pero este último género, ¿es simple o doble?
Teetetes.
-Míralo
tú.
Extranjero.
-Ya lo examino y noto dos especies. Éste es hábil para ejercitar su
ironía, en público, en largos discursos, delante del pueblo reunido;
aquél, en particular, en discursos entrecortados, precisando a su
interlocutor a contradecirse.
Teetetes.-No
puede hablarse mejor.
Extranjero.
-¿Cómo designaremos al imitador de largos discursos? ¿Le llamaremos
hombre político u orador popular?
Teetetes.
–Orador popular.
Extranjero.
-Y al otro ¿le llamaremos sabio o sofista?
Teetetes.
-Sabio no puede ser, porque hemos dejado sentado que no sabe. Pero,
puesto que imita al sabio, debe evidentemente tomar su nombre, y creo
comprender que éste es el hombre al que justamente debemos llamar
verdadero sofista.
Extranjero.
-¿No podremos, como antes, formar una cadena con las cualidades del
sofista? ¿No las enlazaremos en su nombre, remontando desde el
fin hasta
el principio?
Teetetes.
-Nada mejor.
Extranjero.
-Por consiguiente, la imitación en esta clase de contradicción que es
irónica y según un parecer; la imitación fantasmagórica, que es una
parte del arte de hacer imágenes, no la divina, sino la humana; la
imitación, que es, en el discurso, el arte de producir ilusiones o
apariencias, tal es la raza, tal es la sangre del verdadero sofista;
afirmándolo, estamos seguros de decir la pura Verdad.
Teetetes.
-Perfectamente.
Regresar
|
|