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Díalogos Socráticos
Timeo, o sobre la
naturaleza de las cosas
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Platón
SÓCRATES, TIMEO, HERMÓCRATES, CRITIAS
SÓCRATES.--Uno, dos, tres.... pero, por cierto, querido Timeo, ¿dónde está
el cuarto de los que ayer fueron huéspedes míos y ahora son dueños de la
casa?
TIMEO.--Le sobrevino un cierto malestar, Sócrates, pues no habría faltado
voluntariamente a esta reunión.
SÓC.--¿Os encargaréis tú y tus compañeros, entonces, de la parte que le
correspondía al ausente?
TIM.-- Por supuesto, y, en lo posible, no omitiremos nada, pues no sería
justo que, después de gozar ayer de los apropiados dones de tu hospitalidad,
los que quedamos no estuviéramos dispuestos a agasajarte a nuestra vez.
SÓC.--¿Es que recordáis cuántos son los temas de los que os encomendé
hablar?
TIM.--Sólo algunos, pero, como estás aquí, nos recordarás lo que hayamos
olvidado. Mejor aún, si no te molesta, vuelve a repetirnos otra vez el
argumento desde el principio de manera resumida para que lo tengamos más
presente.
SÓC.-- Así lo haré. Tengo la impresión de que lo principal del discurso que
hice ayer acerca de la organización política fue cuál consideraba que sería
la mejor y qué hombres le darían vida.
Tim.-- Y a todos nos pareció que la habías descrito de una manera muy
conforme a los principios de la razón.
SÓC.--¿No fue acaso nuestra primera medida separar en ella a los campesinos
y a los otros artesanos del estamento de los que luchan en defensa de ellos?
Tim.-- Sí.
SÓC.--Y luego de asignar a cada uno una ocupación única para la que estaba
naturalmente dotado, una única técnica, afirmamos que aquellos que tenían la
misión de luchar por la comunidad deberían ser sólo guardianes de la ciudad,
en el caso de que alguien de afuera o de adentro intentara dañarla, y que,
mientras que a sus súbditos tenían que administrarles justicia con suavidad,
ya que son por naturaleza sus amigos, era necesario que en las batallas
fueran fieros con los enemigos que les salieran al paso.
TIM.-- Efectivamente.
SÓC.-- Pues decíamos, creo, que la naturaleza del alma de los guardianes
debía ser al mismo tiempo violenta y tranquila en grado excepcional para que
pudieran llegar a ser correctamente suaves y fieros con unos y con otros.
Tim.-- Sí.
SÓC.--¿Y qué de la educación? ¿No decíamos que estaban educados en gimnasia
y en música, y en todas las materias convenientes para ellos?
Tim.-- Por cierto.
SÓC.-- Sí, y me parece que se sostuvo que los así educados no debían
considerar como propios ni el oro ni la plata ni ninguna otra posesión, sino
que, como fuerzas de policía, habían de recibir un salario por la guardia de
aquellos a quienes preservaban --lo suficiente para gente prudente--, y
gastarlo en común en una vida en la que compartían todo y se ocupaban
exclusivamente de cultivar la excelencia, descargados de todas las otras
actividades.
TIM.--También esto fue dicho así.
SÓC.-- Y, además, por lo que hace a las mujeres, hicimos mención de que
debíamos adaptar a los hombres a aquellas que se les asemejaren y asignarles
las mismas actividades que a ellos en la guerra y en todo otro ámbito de la
vida.
Tim.--También esto se dijo de esta manera.
SÓC.--¿Y qué de la procreación?, ¿o la singularidad de lo dicho no hace que
se recuerde fácilmente?, porque dispusimos que todos tuvieran sus
matrimonios y sus hijos en común, cuidando de que nunca nadie reconociera
como propio al engendrado por él sino que todos consideraran a todos de la
misma familia: hermanas y hermanos a los de la misma edad, a los mayores,
padres y padres de sus padres y a los menores, hijos de sus hijos.
Tim.-- Sí, también esto se puede recordar bien, tal como dices.
SÓC.--Y, además, que llegaran a poseer desde el nacimiento las mejores
naturalezas posibles, ¿o acaso no recordamos que decíamos que los
gobernantes, hombres y mujeres, debían engañarlos en las uniones
matrimoniales con una especie de sorteo manipulado en secreto para que los
buenos y los malos se unieran cada uno con las que les eran semejantes de
modo que no surgiera entre ellos ningún tipo de enemistad, convencidos de
que el azar era la causa de su unión?
Tim.-- Lo recordamos.
SÓC.--¿Y también que decíamos que tenían que criar y educar a los hijos de
los buenos y trasladar secretamente a los de los malos a la otra ciudad y
observarlos durante su crecimiento para hacer regresar siempre a los aptos y
pasar a la región de la que éstos habían vuelto a los ineptos que se habían
quedado con ellos.
Tim.-- Así es.
SÓC.--¿He expuesto ya en sus puntos principales lo mismo que ayer o deseáis
todavía algo que yo haya dejado de lado, querido Timeo?
TIM.--En absoluto, esto era lo que ayer dijimos, Sócrates.
SÓC.-- Quizás queráis escuchar ahora lo que me sucede con la continuación de
la historia de la república que hemos descrito. Creo que lo que me pasa es
algo así como si alguien, después de observar bellos animales, ya sea
pintados en un cuadro o realmente vivos pero en descanso, fuera asaltado por
el deseo de verlos moverse y hacer, en un certamen, algo de lo que parece
corresponder a sus cuerpos. Lo mismo me sucede respecto de la ciudad que
hemos delineado. Pues con placer escucharía de alguien el relato de las
batallas en las que suele participar una ciudad, que las combate contra
otras ciudades, llega bien dispuesta a la guerra y, durante la lucha, hace
lo que corresponde a su educación y formación no sólo en la acción, sino
también en los tratados con cada uno de los estados. Critias y HermÓcrates,
me acuso de no llegar a ser capaz nunca de alabar de forma satisfactoria a
esos hombres y a esa ciudad. Lo que me sucede no es nada extraño, pues tengo
la misma opinión de los poetas antiguos y de los actuales y, aunque no
desdeño en absoluto su linaje, es evidente que el pueblo de los imitadores
imitará muy fácilmente y de manera óptima aquello en lo que ha sido educado.
Sin embargo, a cualquiera le resulta muy difícil imitar bien en obras lo que
está fuera de su propia educación y le es aún más dificultoso imitarlo con
palabras. Creo que la estirpe de los sofistas es muy entendida en muchos
otros tipos de discursos, y bellos además, pero temo que, puesto que vaga de
ciudad en ciudad y en ningún lugar habita en casa propia, de alguna manera
no acierte a describir hombres que son a la vez filósofos y políticos y lo
que harían o dirían al guerrear o batallar o al relacionarse entre ellos de
obra o de palabra. Resta, ciertamente, el tipo de gente de vuestra
disposición que por naturaleza y educación participa de ambas categorías.
Pues éste, Timeo, natural de Lócride, la ciudad con el mejor orden político
de Italia, no inferior a ninguno de los de allí ni en riqueza ni en sangre,
ha ocupado los cargos públicos más importantes y recibió los más altos
honores de aquella ciudad y, además, ha llegado, en mi opinión, a la cumbre
de la filosofía. Todos los habitantes de esta ciudad, supongo, sabemos que
Critias no es lego en nada de lo que hablamos. Finalmente, puesto que hay
muchos que lo testifican, debemos creer que la naturaleza y la educación de
HermÓcrates son suficientes para todos estos temas. Cuando ayer
solicitasteis una exposición sobre la república, convine de buen grado
porque sabía que, si os lo proponéis, nadie podría ofrecer una continuación
mejor del discurso que vosotros, ya que sois los únicos que en la actualidad
pueden implicar a esa ciudad en una guerra adecuada a su condición y,
después, asignarle todas las excelencias que le correspondan. Una vez que
expuse lo que me habíais encargado, os encomendé a mi vez lo que ahora digo.
Habéis acordado que una vez que hubierais reflexionado, ibais a saldar la
deuda de hospitalidad hacia mí con el presente discurso. Estoy aquí
preparado, entonces, para ellos y soy el más dispuesto de todos a
recibirlos.
HERMÓCRATES.-- En efecto, Sócrates, como dijo Timeo ni cederá la voluntad de
hacerlo ni habrá ningún pretexto que nos impida llevarlo a cabo. Por tanto,
también nosotros ayer, inmediatamente después de salir de aquí, cuando
llegamos a casa de Critias, nuestro huésped, donde pernoctamos, y aún antes,
en el camino, reflexionamos sobre estos mismos asuntos. Éste nos contó una
antigua saga. ¡Cuéntasela también a él, Critias, para que opine si responde
o no al encargo!
CRITIAS.-- Lo haré, si también le parece al tercer compañero, Timeo.
Tim.-- Claro que estoy de acuerdo.
CRI.-- Escucha, entonces, Sócrates, un relato muy extraño, pero
absolutamente verdadero, tal como en una ocasión lo relataba Solón, el más
sabio de los siete, que era pariente y muy amigo de mi bisabuelo Drópida,
como él mismo afirma en muchos pasajes de su obra poética. Le contó a
Critias, nuestro abuelo, que de viejo nos lo relataba a nosotros, que
grandes y admirables hazañas antiguas de esta ciudad habían desaparecido a
causa del tiempo transcurrido y la destrucción de sus habitantes, y, de
todas, una, la más extraordinaria, convendría que ahora a través del
recuerdo te la ofreciéramos como presente, para elevar al mismo tiempo loas
a la diosa con justicia y verdad en el día de su fiesta nacional, como si le
cantáramos un himno.
SÓC.-- Bien dices. Pero, por cierto, ¿no explicaba Critias cuál era esta
hazaña que, según la historia de Solón, no era una mera fábula, sino que
esta ciudad la realizó efectivamente en tiempos remotos?
CRI.--Te la diré, aunque escuchada como un relato antiguo de un hombre no
precisamente joven. Pues entonces Critias, así decía, tenía ya casi noventa
años y yo, a lo sumo diez. Era, casualmente, la Kureotis, el tercer día de
los Apaturia. A los muchachos les sucedió lo que es siempre habitual en esa
fiesta y lo era también entonces. Nuestros padres hicieron certámenes de
recitación. Se declamaron poemas de muchos poetas y, como en aquella época
los de Solón eran recientes, muchos niños los cantamos. Uno de los miembros
de la fratría, sea que lo creía realmente o por hacerle un cumplido a
Critias, dijo que si bien Solón le parecía muy sabio en todos los otros
campos, en la poesía lo tenía por el más libre de todos los poetas. El
anciano, entonces --me acuerdo con gran claridad-- se puso muy contento y
sonriendo dijo: «¡Ay Aminandro!, ¡ojalá la poesía no hubiera sido para él
una actividad secundaria! Si se hubiera esforzado como los otros y hubiera
terminado el argumento que trajo de Egipto y, si, al llegar aquí, las
contiendas civiles y otros males no lo hubieran obligado a descuidar todo lo
que descubrió allí, ni Hesíodo ni Homero, en mi opinión, ni ningún otro
poeta jamás habría llegado a tener una fama mayor que la suya». «¿Qué
historia era, Critias?», preguntó el otro. «La historia de la hazaña más
importante y, con justicia, la más renombrada de todas las realizadas por
nuestra ciudad, pero que no llegó hasta nosotros por el tiempo transcurrido
y por la desaparición de los que la llevaron a cabo», dijo el anciano.
«Cuenta desde el comienzo», exclamó el otro, «qué decía Solón, y cómo y de
quiénes la había escuchado como algo verdadero».
«En Egipto», comenzó Critias, «donde la corriente del Nilo se divide en dos
en el extremo inferior del Delta, hay una región llamada Saítica, cuya
ciudad más importante, Sais --de donde, por cierto, también era el rey
Amasis--, tiene por patrona una diosa cuyo nombre en egipcio es Neith y en
griego, según la versión de aquéllos, Atenea. Afirman que aprecian mucho a
Atenas y sostienen que en cierta forma están emparentados con los de esta
ciudad. Solón contaba que cuando llegó allí recibió de ellos muchos honores
y que, al consultar sobre las antigüedades a los sacerdotes que más conocían
el tema, descubrió que ni él mismo ni ningún otro griego sabía, por decir
así, prácticamente nada acerca de esos asuntos. En una ocasión, para
entablar conversación con ellos sobre esto, se puso a contar los hechos más
antiguos de esta ciudad, la historia de Foroneo, del que se dice que es el
primer hombre, y de Níobe y narró cómo Deucalión y Pirras sobrevivieron
después del diluvio e hizo la genealogía de sus descendientes y quiso
calcular el tiempo transcurrido desde entonces recordando cuántos años había
vivido cada uno. En ese instante, un sacerdote muy anciano exclamó: '¡Ay!,
Solón, Solón, ¡los griegos seréis siempre niños!, ¡no existe el griego
viejo!' Al escuchar esto, Solón le preguntó: '¿Por qué lo dices? 'Todos',
replicó aquél, 'tenéis almas de jóvenes, sin creencias antiguas transmitidas
por una larga tradición y carecéis de conocimientos encanecidos por el
tiempo. Esto se debe a que tuvieron y tendrán lugar muchas destrucciones de
hombres, las más grandes por fuego y agua, pero también otras menores
provocadas por otras innumerables causas. Tomemos un ejemplo, lo que se
cuenta entre vosotros de que una vez Faetón, el hijo del Sol montó en el
carro de su padre y, por no ser capaz de marchar por el sendero paterno,
quemó lo que estaba sobre la tierra y murió alcanzado por un rayo. La
historia, aunque relatada como una leyenda, se refiere, en realidad, a una
desviación de los cuerpos que en el cielo giran alrededor de la tierra y a
la destrucción, a grandes intervalos, de lo que cubre la superficie
terrestre por un gran fuego. Entonces, el número de habitantes de las
montañas y de lugares altos y secos que muere es mayor que el de los que
viven cerca de los ríos y el mar. El Nilo, salvador nuestro en otras
ocasiones, también nos salva entonces de esa desgracia. Pero cuando los
dioses purifican la tierra con aguas y la inundan, se salvan los habitantes
de las montañas, pastores de bueyes y cabras, y los que viven en vuestras
ciudades son arrastrados al mar por los ríos. En esta región, ni entonces ni
nunca fluye el agua de arriba sobre los campos, sino que, por el contrario,
es natural que suba, en su totalidad, desde el interior de la tierra. Por
ello se dice que lo que aquí se conserva es lo más antiguo. En realidad, sin
embargo, en todas las regiones en las que no se da un invierno riguroso y un
calor extremo, la raza humana, en mayor o menor número, está siempre
presente. Desde antiguo registramos y conservamos en nuestros templos todo
aquello que llega a nuestros oídos acerca de lo que pasa entre vosotros,
aquí o en cualquier otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con otra
peculiaridad. Contrariamente, siempre que vosotros, o los demás, os acabáis
de proveer de escritura y de todo lo que necesita una ciudad, después del
período habitual de años, os vuelve a caer, como una enfermedad, un torrente
celestial que deja sólo a los iletrados e incultos, de modo que nacéis de
nuevo, como niños, desde el principio, sin saber nada ni de nuestra ciudad
ni de lo que ha sucedido entre vosotros durante las épocas antiguas. Por
ejemplo, Solón, las genealogías de los vuestros que acabas de exponer poco
se diferencian de los cuentos de niños, porque, primero, recordáis un
diluvio sobre la tierra, mientras que antes de él habían sucedido muchos y,
en segundo lugar, no sabéis ya que la raza mejor y más bella de entre los
hombres nació en vuestra región, de la que tú y toda la ciudad vuestra
descendéis ahora, al quedar una vez un poco de simiente. Lo habéis olvidado
porque los que sobrevivieron ignoraron la escritura durante muchas
generaciones. En efecto, antes de la gran destrucción por el agua, la que es
ahora la ciudad de los atenienses era la mejor en la guerra y la más
absolutamente obediente de las leyes. Cuentan que tuvieron lugar las hazañas
más hermosas y que se dio la mejor organización política de todas cuantas
hemos recibido noticia bajo el cielo.' Solón solía decir que al escucharlo
se sorprendió y tuvo muchas ganas de conocer más, de modo que pidió que le
contara con exactitud todo lo que los sacerdotes conservaban de los antiguos
atenienses. El sacerdote replicó: 'Sin ninguna reticencia, oh Solón, lo
contaré por ti y por vuestra ciudad, pero sobre todo por la diosa a la que
tocó en suerte vuestra patria y también la nuestra y las crió y educó,
primero aquélla, mil años antes, después de recibir simiente de Gea y
Hefesto, y, más tarde, ésta. Los escritos sagrados establecen la cantidad de
ocho mil años para el orden imperante entre nosotros. Ahora, te haré un
resumen de las leyes de los ciudadanos de hace nueve mil años y de la hazaña
más heroica que realizaron. Más tarde, tomaremos con tranquilidad los
escritos mismos y discurriremos en detalle y ordenadamente acerca de todo.
En cuanto a las leyes, observa las nuestras, pues descubrirás ahora aquí
muchos ejemplos de las que existían entonces entre vosotros. En primer
lugar, el que la casta de los sacerdotes esté separada de las otras;
después, lo de los artesanos, el que cada oficio trabaje individualmente sin
mezclarse con el otro, ni tampoco los pastores, los cazadores ni los
agricultores. En particular, supongo que habrás notado que aquí el estamento
de los guerreros se encuentra separado de los restantes y que sólo tiene las
ocupaciones guerreras que la ley le ordena. Además, la manera en que se
arman con escudos y espadas, que fuimos los primeros en utilizar en Asia tal
como la diosa los dio a conocer por primera vez en aquellas regiones entre
vosotros. También, ves, creo, cuánto se preocupó nuestra ley desde sus
inicios por la sabiduría pues, tras descubrirlo todo acerca del universo,
incluidas la adivinación y la medicina, lo trasladó de estos seres divinos
al ámbito humano para salud de éste y adquirió el resto de los conocimientos
que están relacionados con ellos. En aquel tiempo, pues, la diosa os impuso
a vosotros en primer lugar todo este orden y disposición y fundó vuestra
ciudad después de elegir la región en que nacisteis porque vio que la buena
mezcla de estaciones que se daba en ella podría llegar a producir los
hombres más prudentes. Como es amiga de la guerra y de la sabiduría, eligió
primero el sitio que daría los hombres más adecuados a ella y lo pobló.
Vivíais, pues, bajo estas leyes y, lo que es más importante aún, las
respetabais y superabais en virtud a todos los hombres, como es lógico, ya
que erais hijos y alumnos de dioses. Admiramos muchas y grandes hazañas de
vuestra ciudad registradas aquí, pero una de entre todas se destaca por
importancia y excelencia. En efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra
ciudad detuvo en una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que
avanzaba del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia.
En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había una isla
delante de la desembocadura que vosotros, así decís, llamáis columnas de
Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia juntas y de ella los de
entonces podían pasar a las otras islas y de las islas a toda la tierra
firme que se encontraba frente a ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto
que lo que quedaba dentro de la desembocadura que mencionamos parecía una
bahía con un ingreso estrecho. En realidad, era mar y la región que lo
rodeaba totalmente podría ser llamada con absoluta corrección tierra firme.
En dicha isla, Atlántida, había surgido una confederación de reyes grande y
maravillosa que gobernaba sobre ella y muchas otras islas, así como partes
de la tierra firme. En este continente, dominaban también los pueblos de
Libia, hasta Egipto, y Europa hasta Tirrenia. Toda esta potencia unida
intentó una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra región, la nuestra y
el interior de la desembocadura. Entonces, Solón, el poderío de vuestra
ciudad se hizo famoso entre todos los hombres por su excelencia y fuerza,
pues superó a todos en valentía y en artes guerreras, condujo en un momento
de la lucha a los griegos, luego se vio obligada a combatir sola cuando los
otros se separaron, corrió los peligros más extremos y dominó a los que nos
atacaban. Alcanzó así una gran victoria e impidió que los que todavía no
habían sido esclavizados lo fueran y al resto, cuantos habitábamos más acá
de los confines heráclidas, nos liberó generosamente. Posteriormente, tras
un violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una noche
terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a la vez bajo la tierra
y la isla de Atlántida desapareció de la misma manera, hundiéndose en el
mar. Por ello, aún ahora el océano es allí intransitable e inescrutable,
porque lo impide la arcilla que produjo la isla asentada en ese lugar y que
se encuentra a muy poca profundidad».
Acabas de oír un resumen, Sócrates, de lo que relató el anciano Critias
según el cuento de Solón. Cuando ayer hablabas de la república y de sus
hombres, me asombré al recordar lo que acabo de contar, pensando que por
algún azar no muy desacertado compartías milagrosamente mucho de lo que
Solón decía. Pero, sin embargo, no quise hablar en vano, pues no lo
recordaba muy bien por el tiempo que había transcurrido. Decidí, entonces,
que primero debía decirme a mí mismo todo de esta manera y repetirlo
suficientemente. Por eso, acordé de inmediato contigo el orden que
dispusimos ayer, porque pensé que nosotros íbamos a estar bien provistos en
lo que es la dificultad más grande en tales casos: hacer un discurso
adecuado a lo que se pretende. Así, ayer, como dijo éste, ni bien salí de
aquí, les referí a mis compañeros lo que en ese momento me venía a la
memoria y cuando llegué a casa, recordé casi todo después de pensar en ello
la noche entera. Sin duda, tal como se suele decir, lo que se aprende de
niño se fija de manera admirable en el recuerdo. Pues no sé, si quizás
podría recordar todo lo que escuché ayer, pero me maravillaría sobremanera
que se me hubiera escapado algo de esto que oí hace tanto tiempo. Entonces,
lo hice con mucho placer y como juego, y el anciano me lo contó de buen
grado, cuando vio que yo lo interrogaba con interés, y, de esta manera me
quedó grabado como una pintura a fuego de una escritura indeleble. A Timeo y
HermÓcrates les estuve relatando la historia desde por la mañana temprano
para que pudieran participar conmigo en la conversación. Estoy preparado,
entonces, para decirte, Sócrates, aquello por lo que se dijo todo esto, no
sólo de manera resumida, sino tal como escuché cada particular. Ahora
trasladaremos a la realidad a los ciudadanos y la ciudad que tú ayer nos
describiste en la fábula, los pondremos aquí como si aquella ciudad fuera
ésta y diremos que los ciudadanos que tú concebiste eran nuestros
antepasados reales que dijo el sacerdote. Armonizarán completamente y no
desentonaremos cuando digamos que eran los que vivían en aquel entonces.
Cada uno tomará una parte a su cargo e intentaremos devolverte, en la medida
de lo posible, lo adecuado a lo que ordenaste. Debemos considerar, Sócrates,
si esta historia nos es apropiada o si hemos de buscar alguna otra en su
lugar.
SÓC.--¿Qué otra podríamos preferir a ésta, Critias, que por su parentesco se
ajusta de manera excelente a la presente festividad de la diosa? El que no
sea una fábula ficticia, sino una historia verdadera es algo muy importante,
creo. Pues ¿cómo y de dónde podríamos descubrir otros ciudadanos, si
abandonamos a éstos? Imposible. Vosotros debéis hablar acompañados de buena
fortuna y yo ahora tengo que escuchar en silencio la parte que me
corresponde por lo que relaté ayer.
CRI.-- Observa, pues, Sócrates, cómo hemos organizado la disposición de los
obsequios. Decidimos que Timeo, puesto que es el que más astronomía conoce
de nosotros y el que más se ha ocupado en conocer la naturaleza del
universo, hable en primer lugar, comenzando con la creación del mundo y
terminando con la naturaleza de los hombres. Después de eso, yo, como si
tomara de éste los hombres nacidos en el relato y de ti algunos con la mejor
educación, los pondré ante nosotros como frente a jueces, según la historia
y la ley de Solón, y los haré ciudadanos de esta ciudad, como si fueran
aquellos atenienses de los que los textos sagrados afirman que
desaparecieron, y, en adelante, contaré la historia como si ya fueran
ciudadanos atenienses.
SÓC.-- Creo que con el banquete de discursos recibiré una recompensa
perfecta y brillante. Timeo, te toca hablar a continuación, así parece, no
sin antes invocar a los dioses, según la costumbre.
Tim.-- Pero, Sócrates, cualquiera que sea un poco prudente invoca a un dios
antes de emprender una tarea o un asunto grande o pequeño. También nosotros,
que vamos a hacer un discurso acerca del universo, cómo nació y si es o no
generado, si no desvariamos completamente, debemos invocar a los dioses y
diosas y pedirles que nuestra exposición sea adecuada, en primer lugar, a
ellos y, en segundo, a nosotros. Sirva esto como invocación a los dioses. En
cuanto a nosotros, debo rogar para que vosotros podáis entender mi discurso
con la mayor facilidad y yo mostrar de la mejor manera lo que pienso acerca
de los temas propuestos.
Pues bien, en mi opinión hay que diferenciar primero lo siguiente: ¿Qué es
lo que es siempre y no deviene y qué, lo que deviene continuamente, pero
nunca es? Uno puede ser comprendido por la inteligencia mediante el
razonamiento, el ser siempre inmutable; el otro es opinable, por medio de la
opinión unida a la percepción sensible no racional, nace y fenece, pero
nunca es realmente. Además, todo lo que deviene, deviene necesariamente por
alguna causa; es imposible, por tanto, que algo devenga sin una causa.
Cuando el artífice de algo, al construir su forma y cualidad, fija
constantemente su mirada en el ser inmutable y lo usa de modelo, lo así
hecho será necesariamente bello. Pero aquello cuya forma y cualidad hayan
sido conformadas por medio de la observación de lo generado, con un modelo
generado, no será bello. Acerca del universo --o cosmos o si en alguna
ocasión se le hubiera dado otro nombre más apropiado, usémoslo-- debemos
indagar primero, lo que se supone que hay que considerar en primer lugar en
toda ocasión--, si siempre ha sido, sin comienzo de la generación, o si se
generó y tuvo algún inicio. Es generado, pues es visible y tangible y tiene
un cuerpo y tales cosas son todas sensibles y lo sensible, captado por la
opinión unida a la sensación, se mostró generado y engendrado. Decíamos,
además, que lo generado debe serlo necesariamente por alguna causa.
Descubrir al hacedor y padre de este universo es difícil, pero, una vez
descubierto, comunicárselo a todos es imposible. Por otra parte, hay que
observar acerca de él lo siguiente: qué modelo contempló su artífice al
hacerlo, el que es inmutable y permanente o el generado. Bien, si este mundo
es bello y su creador bueno, es evidente que miró el modelo eterno. Pero si
es lo que ni siquiera está permitido pronunciar a nadie, el generado. A
todos les es absolutamente evidente que contempló el eterno, ya que este
universo es el más bello de los seres generados y aquél la mejor de las
causas. Por ello, engendrado de esta manera, fue fabricado según lo que se
capta por el razonamiento y la inteligencia y es inmutable. Si esto es así,
es de total necesidad que este mundo sea una imagen de algo. Por cierto, lo
más importante es comenzar de acuerdo con la naturaleza del tema. Entonces,
acerca de la imagen y de su modelo hay que hacer la siguiente distinción en
la convicción de que los discursos están emparentados con aquellas cosas que
explican: los concernientes al orden estable, firme y evidente con la ayuda
de la inteligencia, son estables e infalibles --no deben carecer de nada de
cuanto conviene que posean los discursos irrefutables e invulnerables--; los
que se refieren a lo que ha sido asemejado a lo inmutable, dado que es una
imagen, han de ser verosímiles y proporcionales a los infalibles. Lo que el
ser es a la generación, es la verdad a la creencia. Por tanto, Sócrates, si
en muchos temas, los dioses y la generación del universo, no llegamos a ser
eventualmente capaces de ofrecer un discurso que sea totalmente coherente en
todos sus aspectos y exacto, no te admires. Pero si lo hacemos tan verosímil
como cualquier otro, será necesario alegrarse, ya que hemos de tener
presente que yo, el que habla, y vosotros, los jueces, tenemos una
naturaleza humana, de modo que acerca de esto conviene que aceptemos el
relato probable y no busquemos más allá.
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