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Díalogos Socráticos
Timeo, o sobre la
naturaleza de las cosas
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SÓC.-- Absolutamente bien, Timeo, y hay que aceptarlo como mandas. Nos ha
agradado sobremanera tu preludio, interprétanos a continuación el tema.
Tim.-- Digamos ahora por qué causa el hacedor hizo el devenir y este
universo. Es bueno y el bueno nunca anida ninguna mezquindad acerca de nada.
Al carecer de ésta, quería que todo llegara a ser lo más semejante posible a
él mismo. Haríamos muy bien en aceptar de hombres inteligentes este
principio importantísimo del devenir y del mundo. Como el dios quería que
todas las cosas fueran buenas y no hubiera en lo posible nada malo, tomó
todo cuanto es visible, que se movía sin reposo de manera caótica y
desordenada, y lo condujo del desorden al orden, porque pensó que éste es en
todo sentido mejor que aquél. Pues al óptimo sólo le estaba y le está
permitido hacer lo más bello. Por medio del razonamiento llegó a la
conclusión de que entre los seres visibles nunca ningún conjunto carente de
razón será más hermoso que el que la posee y que, a su vez, es imposible que
ésta se genere en algo sin alma. A causa de este razonamiento, al ensamblar
el mundo, colocó la razón en el alma y el alma en el cuerpo, para que su
obra fuera la más bella y mejor por naturaleza. Es así que según el discurso
probable debemos afirmar que este universo llegó a ser verdaderamente un
viviente provisto de alma y razón por la providencia divina.
Si esto es así, debemos exponer lo que se sigue de ello: a cuál de los seres
vivientes lo asemejó el hacedor. No lo degrademos asemejándolo a uno de los
que por naturaleza son parciales en cuanto a la forma --pues nunca nada
semejante a algo imperfecto llegaría a ser bello--, sino que supongamos que
es el que más se asemeja a aquel del cual los otros seres vivientes, tanto
individuos como clases, forman parte. Pues aquél comprende en sí todos los
seres vivientes inteligibles, así como este mundo a nosotros y los demás
animales visibles. Como el dios quería asemejarlo lo más posible al más
bello y absolutamente perfecto de los seres inteligibles, lo hizo un ser
viviente visible y único con todas las criaturas vivientes que por
naturaleza le son afines dentro de sí. ¿Es verdadera la afirmación de la
unicidad del universo o sería más correcto decir que hay muchos e incluso
infinitos mundos? Uno, si en realidad ha de estar fabricado según su modelo.
Pues lo que incluye todos los seres vivos inteligibles existentes nunca
podría formar un par con otro porque sería necesario otro ser vivo adicional
que los comprendiera a estos dos, del que serían partes, y entonces sería
más correcto afirmar que este mundo no se asemeja ya a aquéllos sino a aquel
que los abarca. Por ello, para que en la singularidad fuera semejante al ser
vivo perfecto, su creador no hizo ni dos ni infinitos mundos, sino que éste,
generado como un universo único, existe y existirá solo.
Ciertamente, lo generado debe ser corpóreo, visible y tangible, pero nunca
podría haber nada visible sin fuego, ni intangible, sin algo sólido, ni
sólido, sin tierra. Por lo cual, el dios, cuando comenzó a construir el
cuerpo de este mundo lo hizo a partir del fuego y de la tierra. Pero no es
posible unir bien dos elementos aislados sin un tercero, ya que es necesario
un vínculo en el medio que los una. El vínculo más bello es aquél que puede
lograr que él mismo y los elementos por él vinculados alcancen el mayor
grado posible de unidad. La proporción es la que por naturaleza realiza esto
de la manera más perfecta. En efecto, cuando de tres números cualesquiera,
sean enteros o cuadrados, el término medio es tal que la relación que tiene
el primer extremo con él, la tiene él con el segundo, y, a la inversa, la
que tiene el segundo extremo con el término medio, la tiene éste con el
primero; entonces, puesto que el medio se ha convertido en principio y fin,
y el principio y fin, en medio, sucederá necesariamente que así todos son lo
mismo y, al convertirse en idénticos unos a otros, todos serán uno. Si el
cuerpo del universo hubiera tenido que ser una superficie sin profundidad,
habría bastado con una magnitud media que se uniera a sí misma con los
extremos; pero en realidad, convenía que fuera sólido y los sólidos nunca
son conectados por un término medio, sino siempre por dos. Así, el dios
colocó agua y aire en el medio del fuego y la tierra y los puso, en la
medida de lo posible, en la misma relación proporcional mutua --la relación
que tenía el fuego con el aire, la tenía el aire con el agua y la que tenía
el aire con el agua, la tenía el agua con la tierra--, después ató y compuso
el universo visible y tangible. Por esta causa y a partir de tales
elementos, en número de cuatro, se generó el cuerpo del mundo. Como
concuerda por medio de la proporción, alcanzó la amistad, de manera que,
después de esta unión, llegó a ser indisoluble para otro que no fuera el que
lo había atado.
La composición del mundo incluyó la totalidad de cada uno de estos cuatro
elementos. En efecto, el creador lo hizo de todo el fuego, agua, aire y
tierra, sin dejar fuera ninguna parte o propiedad, porque se propuso lo
siguiente: primero, que el conjunto fuera lo más posible un ser vivo
completo de partes completas y, segundo, único, al no quedar nada de lo que
pudiera generarse otro semejante; tercero, que no envejeciera ni enfermara,
ya que pensó que si objetos calientes o fríos o, en general, de fuertes
propiedades rodean a un cuerpo compuesto y lo atacan inoportunamente, lo
disuelven y lo corrompen porque introducen enfermedades y vejez. Por esta
causa y con este razonamiento, lo conformó como un todo perfecto constituido
de la totalidad de todos los componentes, que no envejece ni enferma. Le dio
una figura conveniente y adecuada. La figura apropiada para el ser vivo que
ha de tener en sí a todos los seres vivos, debería ser la que incluye todas
las figuras. Por tanto, lo construyó esférico, con la misma distancia del
centro a los extremos en todas partes, circular, la más perfecta y semejante
a sí misma de todas las figuras, porque consideró muchísimo más bello lo
semejante que lo disímil. Por múltiples razones culminó su obra alisando
toda la superficie externa del universo. Pues no necesitaba ojos, ya que no
había dejado nada visible en el exterior, ni oídos, porque nada había que se
pudiera oír. Como no estaba rodeado de aire, no necesitaba respiración, ni
le hacía falta ningún órgano por el que recibir alimentos, ni para expulsar
luego la alimentación ya digerida. Nada salía ni entraba en él por ningún
lado --tampoco había nada--, pues nació como producto del arte de modo que
se alimenta a sí mismo de su propia corrupción y es sujeto y objeto de todas
las acciones en sí y por sí. En efecto, el hacedor pensó que si era
independiente sería mejor que si necesitaba de otro. Consideró que no debía
agregarle en vano manos, que no precisaba para tomar o rechazar nada, ni
pies ni en general ningún instrumento para desplazarse. Pues le proporcionó
el movimiento propio de su cuerpo, el más cercano al intelecto y a la
inteligencia de los siete. Por tanto, lo guió de manera uniforme alrededor
del mismo punto y le imprimió un movimiento giratorio circular, lo privó de
los seis movimientos restantes y lo hizo inmóvil con respecto a ellos. Como
no necesitaba pies para ese circuito, lo engendró sin piernas ni pies.
El dios eterno razonó de esta manera acerca del dios que iba a ser cuando
hizo su cuerpo no sólo suave y liso sino también en todas partes
equidistante del centro, completo, entero de cuerpos enteros. Primero colocó
el alma en su centro y luego la extendió a través de toda la superficie y
cubrió el cuerpo con ella. Creó así un mundo circular que gira en círculo,
único, solo y aislado, que por su virtud puede convivir consigo mismo y no
necesita de ningún otro, que se conoce y ama suficientemente a sí mismo. Por
todo esto lo engendró como un dios feliz.
El dios no pensó en hacer el alma más joven que el cuerpo, tal como hacemos
ahora al intentar describirla después de aquél --pues cuando los ensambló no
habría permitido que lo más viejo fuera gobernado por lo más joven--, mas
nosotros dependemos en gran medida de la casualidad y en cierto modo
hablamos al azar. Por el contrario, el demiurgo hizo al alma primera en
origen y en virtud y más antigua que el cuerpo. La creó dueña y gobernante
del gobernado a partir de los siguientes elementos y como se expone a
continuación. En medio del ser indivisible, eterno e inmutable y del
divisible que deviene en los cuerpos mezcló una tercera clase de ser, hecha
de los otros dos. En lo que concierne a las naturalezas de lo mismo y de lo
otro, también compuso de la misma manera una tercera clase de naturaleza
entre lo indivisible y lo divisible en los cuerpos de una y otra. A
continuación, tornó los tres elementos resultantes y los mezcló a todos en
una forma: para ajustar la naturaleza de lo otro, difícil de mezclar, a la
de lo mismo, utilizó la violencia y las mezcló con el ser. Después de unir
los tres componentes, dividió el conjunto resultante en tantas partes como
era conveniente, cada una mezclada de lo mismo y de lo otro y de ser.
Comenzó a dividir así: primero, extrajo una parte de todo; a continuación,
sacó una porción el doble de ésta posteriormente tomó la tercera porción,
que era una vez y media la segunda y tres veces la primera; y la cuarta, el
doble de la segunda, y la quinta, el triple de la tercera, y la sexta, ocho
veces la primera, y, finalmente, la séptima, veintisiete veces la primera.
Después, llenó los intervalos dobles y triples, cortando aún porciones de la
mezcla originaria y colocándolas entre los trozos ya cortados, de modo que
en cada intervalo hubiera dos medios, uno que supera y es superado por los
extremos en la misma fracción, otro que supera y es superado por una
cantidad numéricamente igual. Después de que entre los primeros intervalos
se originaran de estas conexiones los de tres medios, de cuatro tercios y de
nueve octavos, llenó todos los de cuatro tercios con uno de nueve octavos y
dejó un resto en cada uno de ellos cuyos términos tenían una relación
numérica de doscientos cincuenta y seis a doscientos cuarenta y tres. De
esta manera consumió completamente la mezcla de la que había cortado todo
esto. A continuación, partió a lo largo todo el compuesto, y unió las dos
mitades resultantes por el centro, formando una X. Después, dobló a cada
mitad en círculo, hasta unir sus respectivos extremos en la cara opuesta al
punto de unión de ambas partes entre sí y les imprimió un movimiento de
rotación uniforme. Colocó un círculo en el interior y otro en el exterior y
proclamó que el movimiento exterior correspondía a la naturaleza de lo mismo
y el interior a la de lo otro. Mientras a la revolución de lo mismo le
imprimió un movimiento giratorio lateral hacia la derecha, a la de lo otro
la hizo girar en diagonal hacia la izquierda y dio el predominio a la
revolución de lo mismo y semejante; pues la dejó única e indivisa, en tanto
que cortó la interior en seis partes e hizo siete círculos desiguales. Las
revoluciones resultantes estaban a intervalos dobles o triples entre sí y
había tres intervalos de cada clase. El demiurgo ordenó que los círculos
marcharan de manera contraria unos a otros, tres con una velocidad
semejante, los otros cuatro de manera desemejante entre sí y con los otros
tres, aunque manteniendo una proporción.
Una vez que, en opinión de su hacedor, toda la composición del alma hubo
adquirido una forma racional, éste entramó todo lo corpóreo dentro de ella,
para lo cual los ajustó reuniendo el centro del cuerpo con el del alma.
Ésta, después de ser entrelazada por doquier desde el centro hacia los
extremos del universo y cubrirlo exteriormente en círculo, se puso a girar
sobre sí misma y comenzó el gobierno divino de una vida inextinguible e
inteligente que durará eternamente. Mientras el cuerpo del universo nació
visible, ella fue generada invisible, partícipe del razonamiento y la
armonía, creada la mejor de las criaturas por el mejor de los seres
inteligibles y eternos. Puesto que el dios la compuso de estos tres
elementos --la naturaleza de lo mismo, la de lo otro y el ser--, la dividió
proporcionalmente y después la unió, cuando [el alma], al girar sobre sí
misma, toma contacto con algo que posee una esencia divisible o cuando lo
hace con algo que la tiene indivisible, dice, moviéndose en su totalidad, a
qué es, eventualmente, idéntico, de qué difiere o de qué es relativo y, más
precisamente, cómo y de qué manera y cuándo sucede que un objeto particular
es relativo a o afectado por otro objeto del mundo del devenir o del de los
entes eternos e inmutables. Cuando en el ámbito de lo sensible tiene lugar
el razonamiento verdadero y no contradictorio sobre lo que es diverso o lo
que es idéntico, que se traslada sin sonido ni voz a través de lo que se
mueve a si mismo, y cuando el círculo de lo otro, en una marcha sin
desviaciones, lo anuncia a toda su alma, entonces se originan opiniones y
creencias sólidas y verdaderas, pero cuando el razonamiento es acerca de lo
inteligible y el círculo de lo mismo con un movimiento suave anuncia su
contenido, resultan, necesariamente, el conocimiento noético y la ciencia.
Si alguna vez alguien dijere que aquello en que ambos surgen es algo que no
sea el alma, dirá cualquier cosa, menos la verdad.
Cuando su padre y progenitor vio que el universo se movía y vivía como
imagen generada de los dioses eternos, se alegró y, feliz, tomó la decisión
de hacerlo todavía más semejante al modelo. Entonces, como éste es un ser
viviente eterno, intentó que este mundo lo fuera también en lo posible. Pero
dado que la naturaleza del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad no se
le puede otorgar completamente a lo generado, procuró realizar una cierta
imagen móvil de la eternidad y, al ordenar el cielo, hizo de la eternidad
que permanece siempre en un punto una imagen eterna que marchaba según el
número, eso que llamamos tiempo. Antes de que se originara el mundo, no
existían los días, las noches, los meses ni los años. Por ello, planeó su
generación al mismo tiempo que la composición de aquél. Éstas son todas
partes del tiempo y el «era» y el «será» son formas devenidas del tiempo que
de manera incorrecta aplicamos irreflexivamente al ser eterno. Pues decimos
que era, es y será, pero según el razonamiento verdadero sólo le corresponde
el «es», y el «era» y el «será» conviene que sean predicados de la
generación que procede en el tiempo --pues ambos representan movimientos,
pero lo que es siempre idéntico e inmutable no ha de envejecer ni volverse
más joven en el tiempo, ni corresponde que haya sido generado, ni esté
generado ahora, ni lo sea en el futuro, ni en absoluto nada de cuanto la
generación adhiere a los que se mueven en lo sensible, sino que estas
especies surgen cuando el tiempo imita la eternidad y gira según el número
--y, además, también lo siguiente: lo que ha devenido es devenido, lo que
deviene está deviniendo, lo que devendrá es lo que devendrá y el no ser es
no ser; nada de esto está expresado con propiedad. Pero ahora, quizá, no es
el momento oportuno para buscar exactitud.
El tiempo, por tanto, nació con el universo, para que, generados
simultáneamente, también desaparezcan a la vez, si en alguna ocasión tiene
lugar una eventual disolución suya, y fue hecho según el modelo de la
naturaleza eterna para que este mundo tuviera la mayor similitud posible con
el mundo ideal pues el modelo posee el ser por toda la eternidad, mientras
que éste es y será todo el tiempo completamente generado. La decisión divina
de crear el tiempo hizo que surgieran el sol, la luna y los otros cinco
cuerpos celestes que llevan el nombre de planetas para que dividieran y
guardaran las magnitudes temporales. Después de hacer el cuerpo de cada uno
de ellos, el dios los colocó en los circuitos que recorría la revolución de
lo otro, siete cuerpos en siete circuitos, la luna en la primera órbita
alrededor de la tierra, el sol, en la segunda sobre la tierra y el lucero y
el que se dice que está consagrado a Hermes, en órbitas que giran a la misma
velocidad que la del Sol pero con una fuerza contraria a él, razón por la
que regularmente se superan unos a otros el sol, el planeta de Hermes y el
lucero. Si alguien quisiera detallar dónde colocó los restantes planetas y
todas las causas por las que así lo hizo, la argumentación, aunque
secundaria, presentaría una dificultad mayor que la que merece su objeto. No
obstante, quizá más tarde, con tranquilidad, podamos explicarlo de manera
adecuada. Una vez que cada uno de los que eran necesarios para ayudar a
crear el tiempo estuvo en la revolución que le correspondía y, tras sujetar
sus cuerpos con vínculos animados, fueron engendrados como seres vivientes y
aprendieron lo que se les ordenó, comenzaron a girar según la revolución de
lo otro, que en un curso oblicuo cruza la de lo mismo y es dominada por
ella. Unos recorren un círculo mayor y otros, uno menor; los del menor
tienen revoluciones más rápidas, los del mayor más lentas. Como giran
alrededor de la revolución de lo mismo, los más rápidos parecen ser
superados por los más lentos, aunque en realidad los superan. Aquélla, como
todos los círculos avanzan en dos direcciones opuestas al mismo tiempo, los
retuerce en espiral y hace aparecer al que se aleja más lentamente de ella
como si la siguiera más de cerca a ella que es la más rápida. Para que
hubiera una medida clara de la lentitud y rapidez relativa en que se mueven
las ocho revoluciones, el dios encendió una luz en el segundo circuito
contando desde la tierra, la que actualmente llamamos sol, con la finalidad
de que todo el cielo se iluminara completamente y los seres vivientes
correspondientes participaran del número, en la medida en que lo aprendían
de la revolución de lo mismo y semejante. Así y por estas razones, nacieron
la noche y el día, el ciclo de tiempo de la unidad de revolución más
racional. El mes se produce, cuando la luna, después de recorrer toda su
órbita, supera al sol; el año, cuando el sol completa su revolución. Como
tan sólo unos pocos entienden las revoluciones de los restantes, ni se las
nombra ni, por medio de la observación, se hacen mediciones relativas, de
modo que, en una palabra, no saben que sus caminos errantes de una magnitud
enorme y maravillosamente variada son tiempo. Sin embargo, es posible
comprender que, cuando las velocidades relativas de las ocho órbitas,
medidas por el círculo de lo mismo en progresión uniforme, se completan
simultáneamente y alcanzan el punto inicial, entonces el número perfecto de
tiempo culmina el año perfecto. De esta manera y por estos motivos, fueron
engendrados todos los cuerpos celestes que en sus marchas a través del cielo
alcanzan un punto de retorno, para que el universo sea lo más semejante
posible al ser vivo perfecto e inteligible en la imitación de la naturaleza
eterna.
A pesar de que ya el demiurgo había completado todo lo demás en lo que atañe
a la similitud con aquello a lo que se asemejaba, hasta la generación del
tiempo inclusive, el universo todavía no poseía en su interior todos los
animales generados, en lo que aún era disímil. Este resto lo llevó a cabo
estampando una impresión en la naturaleza de la copia. Pensó, pues, que este
mundo debía tener en sí especies de una cualidad tal y en tanta cantidad
como el intelecto ve que hay en el ser viviente ideal. Hay, ciertamente,
cuatro: una es el género celeste de los dioses, otra el alado y de los
animales que surcan el aire; la tercera es el género acuático y la cuarta
corresponde al que marcha sobre los pies y a los animales terrestres. Hizo
la mayor parte de la forma de lo divino de fuego para que fuera el género
más bello y más luminoso para la vista, y lo construyó perfectamente
circular, semejante al universo. Lo colocó en la inteligencia de lo excelso,
para que lo siguiera, y lo distribuyó por todo el cielo en círculo, de modo
que fuera un verdadero adorno bordado en toda su superficie. A cada uno le
dio dos movimientos, uno en lo mismo y según lo mismo, para que piense para
sí siempre lo mismo acerca de lo mismo, el otro hacia adelante, dominado por
la revolución de lo mismo y semejante, pero inmóvil y fijo respecto de los
cinco movimientos, para que cada uno de ellos llegara a ser lo más perfecto
posible. Por esta causa, por tanto, surgieron las estrellas fijas, que son
seres vivos divinos e inmortales que giran según lo mismo en el mismo punto
y permanecen siempre. Las que tienen un punto de retorno y un curso
errático, como fue descrito más arriba, nacieron como fue dicho. Construyó
la tierra para que sea nodriza nuestra y, por medio de su rotación alrededor
del eje que se extiende a través del universo, guardia y artesana de la
noche y del día, la primera y más anciana de las divinidades que hay en el
universo. Sería un esfuerzo vano nombrar sin representaciones visuales las
danzas corales de estas últimas, sus mutuas conjunciones, el retorno de las
órbitas sobre sí mismas y sus avances y qué dioses se unen en los encuentros
y cuántos se oponen, y en qué y después de qué tiempos se nos ocultan
colocándose uno delante de otro y, al reaparecer, producen temor, y dan
signos de lo que ha de suceder a los que no son capaces de calcular. Sea
éste, por tanto, un final adecuado para estos asuntos y para lo dicho acerca
de la naturaleza de los dioses visibles y generados.
Decir y conocer el origen de las otras divinidades es una tarea que va más
allá de nuestras fuerzas. Hay que creer, por consiguiente, a los que
hablaron antes, dado que en tanto descendientes de dioses, como afirmaron,
supongo que al menos conocerían bien a sus antepasados. No es posible,
entonces, desconfiar de hijos de dioses, aunque hablen sin demostraciones
probables ni necesarias, sino, siguiendo la costumbre, debemos creerles
cuando dicen que relatan asuntos familiares. Aceptemos y refiramos pues el
origen de los dioses tal como lo exponen ellos. Océano y Tetis fueron hijos
de Gea y Urano, de ellos nacieron Forcis, Cronos, Rea y todos los de su
generación; de Cronos y Rea, Zeus, Hera y todos los que sabemos que son
llamados sus hermanos y, además, los restantes que son descendientes de
éstos. Después de que nacieran todos los dioses que marchan de manera
visible y todos los que aparecen cuando quieren, el creador de este universo
les dijo lo siguiente: «Dioses hijos de dioses, las obras de las que soy
artesano y padre, por haberlas yo generado, no se destruyen si yo no lo
quiero. Por cierto, todo lo atado puede ser desatado, pero es propio del
malvado el querer desatar lo que está construido de manera armónicamente
bella y se encuentra en buen estado. No sois en absoluto ni inmortales ni
indisolubles porque habéis nacido y por las causas que os han dado
nacimiento; sin embargo, no seréis destruidos ni tendréis un destino mortal,
porque habéis obtenido en suerte el vínculo de mi decisión, aún mayor y más
poderoso que aquellos con los que fuisteis atados cuando nacisteis. Ahora,
enteraos de lo que os he de mostrar. Hay tres géneros mortales más que aún
no han sido engendrados. Si éstos no llegan a ser, el universo será
imperfecto, pues no tendrá en él todos los géneros de seres vivientes y debe
tenerlos si ha de ser suficientemente perfecto. Pero si nacieran y
participaran de la vida por mi intermedio, se igualarían a los dioses.
Entonces, para que sean mortales y este universo sea realmente un todo,
aplicaos a la creación de los seres vivos de acuerdo con la naturaleza e
imitad mi poder en vuestra generación. Comenzaré por plantar la simiente de
lo que conviene que haya en ellos del mismo nombre que los inmortales, dado
que es llamado divino y gobierno en los que quieren obedecer siempre a la
justicia y a vosotros, y os lo entregaré. Vosotros haréis el resto,
entretejiendo lo mortal con lo inmortal. Engendrad seres vivientes,
alimentadlos, hacedlos crecer y recibidlos nuevamente cuando mueran.»
Dijo esto y vertió nuevamente en el recipiente, en el que antes había
mezclado el alma del universo, los restos de la mezcla anterior y los mezcló
de una manera que era en cierto sentido igual, aunque ya no eran igualmente
puros, sino que poseían una pureza de segundo y tercer grado. Una vez que
hubo compuesto el conjunto, lo dividió en un número de almas igual a los
cuerpos celestes y distribuyó una en cada astro. Después de montarlas en una
especie de carruaje, les mostró la naturaleza del universo y les proclamó
las leyes del destino. Todas tendrían prescrita una primera y única
generación, para que nadie fuera perjudicado por él. Después de implantadas
en los instrumentos del tiempo correspondientes a cada una, deberían nacer
en el más piadoso de los animales, pero, puesto que la naturaleza humana es
doble, tal género mejor sería el que luego se habría de llamar hombre.
Cuando se hubieran necesariamente implantado en cuerpos, al entrar o salir,
deberían tener, primero, una única percepción connatural a todas producida
por cambios violentos; en segundo lugar, amor mezclado con placer y dolor;
además, temor e ira y todo lo relacionado con ellos y cuanto por naturaleza
se les opone. Si los dominaran, habrían de vivir con justicia, pero si
fueran dominados, en injusticia. El que viviera correctamente durante el
lapso asignado, al retornar a la casa del astro que le fuera atribuido,
tendría la vida feliz que le corresponde, pero si fallara en esto, cambiaría
a la naturaleza femenina en la segunda generación; y si en esa vida aún no
abandonara el vicio, sufriría una metamorfosis hacia una naturaleza animal
semejante a la especie del carácter en que se hubiera envilecido. Sometido
al cambio, no dejaría de sufrir si, conjuntamente con la revolución de lo
mismo y semejante que hay en él, no controlara la gran multitud de ruidos e
irracional hecha de fuego, agua, aire y tierra que le ha nacido como un
agregado posterior y, tras haberla dominado con el razonamiento, no llegara
a la forma de la primera y mejor actitud moral. Después de establecer estas
leyes para no ser culpable luego del vicio de cada una, las plantó, unas, en
la tierra, otras, en la luna y las demás, en los restantes instrumentos del
tiempo. Tras la siembra, encargó a los dioses jóvenes plasmar los cuerpos
mortales y comenzar a hacer cuanto aún restaba por generar del alma humana y
todo lo relacionado con ello, y gobernar en la medida de lo posible de la
manera más bella y mejor al animal mortal, para que no se convirtiera en
culpable de sus males.
Una vez que hubo dispuesto lo que antecede, retornó a su actitud habitual.
Mientras permanecía en ella, sus hijos, después de meditar sobre la orden
del padre, la llevaron a cabo. Tomaron el principio inmortal del viviente
mortal e imitaron al que los había creado. Tomaron prestadas del universo
porciones de fuego y tierra, agua y aire --porciones que posteriormente le
deberían ser devueltas-- y las unieron y pegaron, no con los vínculos
indisolubles que ellos mismos poseían, sino que las ensamblaron con
numerosos nexos invisibles por su pequeñez. Hicieron de todo un cuerpo
individual y ataron las revoluciones del alma inmortal a un cuerpo sometido
a flujos y reflujos. Éstas, atadas a la gran corriente, ni dominaban ni eran
dominadas, eran movidas con violencia y con violencia movían, de modo que
todo el animal se movía y, de manera desordenada e irracional, avanzaba sin
dirección porque poseía los seis movimientos. En efecto, iba hacia adelante
y hacia atrás, hacia la derecha y la izquierda y hacia arriba y hacia abajo
y erraba en todas direcciones según los seis lugares. Aunque la ola
alimenticia que fluía y refluía era grande, los procesos desatados por lo
que se introducía ocasionaban una conmoción todavía mayor, cuando el cuerpo
de alguien chocaba con un fuego ajeno exterior, con la solidez corpórea de
la tierra o con el deslizamiento húmedo de las aguas o era atrapado por un
huracán de vientos movidos por el aire, y, los movimientos que éstos
suscitaban, tras transmitirse a todo el cuerpo, afectaban el alma. Por eso,
más tarde se denominó a estos procesos percepciones y aún hoy se los llama
así. En ese momento en particular, producían un movimiento extremadamente
intenso y muy violento, porque, conjuntamente con la corriente que afluía de
modo continuo, movían y agitaban las revoluciones del alma con violencia. Al
fluir en sentido contrario a la revolución de lo mismo, la encadenaron
completamente y le impidieron gobernar y marchar. Asimismo, convulsionaron
totalmente la revolución de lo otro, de modo que los intervalos dobles y
triples, tres de cada clase, y los medios y uniones de tres medios, cuatro
tercios y nueve octavos --como no eran completamente disolubles, excepto por
el que los había unido-- se retorcieron completamente y sus círculos se
rompieron y destruyeron cuando era posible, de forma que, aunque, mantenidos
unidos con dificultad, se movían, lo hacían de manera desordenada, unas
veces enfrentados, otras oblicuos, otras de espaldas; como cuando uno,
acostado boca arriba, con la cabeza sobre la tierra, levanta los pies y los
apoya sobre algo; entonces, al que lleva a cabo esta acción y a los que lo
ven se les aparecerá respectivamente a cada uno lo derecho del otro
izquierdo y lo izquierdo, derecho. Si las revoluciones sufren con violencia
estos y otros procesos semejantes, cuando se encuentran con un objeto
exterior del género de lo mismo o de lo otro, anuncian de manera contraria a
lo verdadero lo que es igual y lo diferente de él y se vuelven mentirosas y
carentes de inteligencia. En ese momento, ninguna de las dos revoluciones es
jefe ni guía. Cuando algunas sensaciones provenientes del exterior asaltan
las revoluciones del alma y las arrastran junto con toda la cavidad del
alma, entonces, aunque dominadas, parecen dominar. Por todos estos
fenómenos, tanto ahora como al comienzo, cuando el alma es atada al cuerpo
mortal, en un primer momento se vuelve irracional. Pero cuando la afluencia
de crecimiento y alimentación es menor y, al pasar el tiempo, las
revoluciones, tranquilizadas, retoman y restablecen su camino, las órbitas,
que se han corregido y reinsertado en el curso que recorre cada uno de los
círculos y anuncian correctamente lo igual y lo diferente, hacen que se
vuelva prudente el que ha llegado a poseerlas. En caso de que se reciba,
además, una correcta formación educativa, se llegará a ser completamente
sano, puesto que se habrá evitado la enfermedad más grave. Pero cuando uno
se descuida y lleva una forma de vida coja, como un no iniciado e insensato,
retorna al Hades. Mas este discurso tendrá lugar más tarde en alguna
ocasión; acerca de lo planteado ahora debemos discurrir con mayor exactitud
y también lo anterior a este asunto: sobre los cuerpos, la generación de sus
partes, y respecto del alma, por qué causas y con qué intenciones los dioses
la engendraron, todo lo cual, si nos atenemos a lo más probable de manera
consecuente, debemos tratarlo como sigue.
Para imitar la figura del universo circular, ataron las dos revoluciones
divinas a un cuerpo esférico, al que en la actualidad llamamos cabeza, el
más divino y el que gobierna todo lo que hay en nosotros. Los dioses
reunieron todas las partes del cuerpo y se las entregaron para que se
sirviera de él porque habían decidido que debía poseer todos los movimientos
que iba a haber. Se lo dieron como ágil vehículo para que, al rodar sobre
tierra que tuviera variadas elevaciones y depresiones, no careciera de
medios para superar las unas y salir de las otras. Por eso, el cuerpo
recibió una extensión y, cuando dios concibió su modo de traslación, le
nacieron cuatro miembros extensibles y flexibles con cuya ayuda y sostén
llegó a ser capaz de marchar por todas partes con la morada de lo más divino
y sagrado encima de nosotros. Así, y por estas razones, les nacieron a todos
piernas y manos. Los dioses concedieron el peso principal de la traslación a
la parte anterior del cuerpo, porque la consideraban más valiosa y más digna
de ejercer el mando que la posterior. Ciertamente, era necesario que la
parte delantera del cuerpo humano se diferenciara y distinguiera de la
trasera. Por ello, primero pusieron la cara en el recipiente de la cabeza,
le ataron los instrumentos necesarios para la previsión del alma y
dispusieron que lo anterior por naturaleza poseyera el mando. Los primeros
instrumentos que construyeron fueron los ojos portadores de luz y los ataron
al rostro por lo siguiente. Idearon un cuerpo de aquel fuego que sin quemar
produce la suave luz, propia de cada día. En efecto, hicieron que nuestro
fuego interior, hermano de ese fuego, fluyera puro a través de los ojos,
para lo cual comprimieron todo el órgano y especialmente su centro hasta
hacerlo liso y compacto para impedir el paso del más espeso y filtrar sólo
al puro. Cuando la luz diurna rodea el flujo visual, entonces, lo semejante
cae sobre lo semejante, se combina con él y, en línea recta a los ojos,
surge un único cuerpo afín, donde quiera que el rayo proveniente del
interior coincida con uno de los externos. Como causa de la similitud el
conjunto tiene cualidades semejantes 49, siempre que entra en contacto con
un objeto o un objeto con él, transmite sus movimientos a través de todo el
cuerpo hasta el alma y produce esa percepción que denominamos visión. Cuando
al llegar la noche el fuego que le es afín se marcha, el de la visión se
interrumpe; pues al salir hacia lo desemejante muta y se apaga por no ser ya
afín al aire próximo que carece de fuego. Entonces, deja de ver y se vuelve
portador del sueño, pues los dioses idearon una protección de la visión, los
párpados. Cuando se cierran, se bloquea la potencia del fuego interior que
disminuye y suaviza los movimientos interiores y cuando éstos se han
suavizado, nace la calma, y cuando la calma es mucha, el que duerme tiene
pocos sueños. Pero cuando quedan algunos movimientos de mayor envergadura,
según sea su cualidad y los lugares en los que quedan, así es el tipo y la
cantidad de las copias interiores que producen y que, al despertar,
recordamos como imágenes exteriores. No es nada difícil comprender la
formación de imágenes en los espejos y en todo lo que es reflectante y liso.
En efecto, fenómenos semejantes tienen lugar necesariamente por la
combinación de los dos fuegos, el interior y el exterior, porque el fuego
del rostro [que se refleja] se funde con el fuego de la vista en la
superficie lisa y brillante una vez que en ésta se ha originado un fuego que
sufre múltiples distorsiones. Lo que se encuentra a la izquierda aparece a
la derecha porque, contra lo que es usual en el choque de los rayos, las
partes entran en contacto con las partes opuestas de la visión.
Contrariamente, lo que está a la derecha aparece a la derecha y lo que se
encuentra a la izquierda, a la izquierda, cuando la luz cambia de posición
al unirse con el otro rayo, esto es, cuando la superficie pulida de los
espejos está curvada hacia arriba en ambos lados y desplaza la parte derecha
hacia la izquierda de la visión y la otra parte, hacia la derecha. Si se
retuerce el espejo longitudinalmente a la cara, todo aparece cabeza abajo,
desplazando la parte inferior del brillo hacia arriba y la superior hacia
abajo.
Todas éstas son -- causas ---- auxiliares de las que se sirvió dios al
realizar la idea de lo mejor según la posibilidad. La mayoría cree que lo
que enfría o calienta, solidifica o funde y cuanto. Produce efectos
semejantes no son causas secundarias sino las causas efectivas de todo. Sin
embargo, carecen absolutamente de raciocinio e inteligencia. En efecto, hay
que afirmar que el alma es el único ser al que le corresponde tener
inteligencia --pues ésta es invisible, mientras que el fuego, el agua, la
tierra y el aire son todos cuerpos visibles-- y el que ama el espíritu y la
ciencia debe investigar primero las causas de la naturaleza inteligente y,
en segundo lugar, las que pertenecen a los seres que son movidos por otros y
a su vez mueven necesariamente a otros. Por cierto, nosotros debemos actuar
de la misma manera. Es necesario que tratemos ambos géneros de causas por
separado las que conjuntamente con la razón son artesanas de lo bello y
bueno y cuantas carentes de inteligencia son origen de lo desordenado casual
en todos los procesos. Ya hemos tratado, pues, las causas auxiliares
adicionales de los ojos que colaboran para que alcancen la capacidad que
ahora poseen. A continuación tenemos que considerar su utilidad principal,
por la que dios nos los obsequió. Ciertamente, la vista, según mi entender,
es causa de nuestro provecho más importante, porque ninguno de los discursos
actuales acerca del universo hubiera sido hecho nunca si no viéramos los
cuerpos celestes ni el sol ni el cielo. En realidad, la visión del día, la
noche, los meses, los períodos anuales, los equinoccios y los giros astrales
no sólo dan lugar al número, sino que éstos nos dieron también la noción de
tiempo y la investigación de la naturaleza del universo, de lo que nos
procuramos la filosofía. Al género humano nunca llegó ni llegará un don
divino mejor que éste. Por tal afirmo que éste es el mayor bien de los ojos.
Y de lo restante que proveen, de menor valor, aquello que alguien no amante
de la sabiduría lamentaría en vano si hubiera perdido la vista, ¿qué
podríamos ensalzar? Por nuestra parte, digamos que la visión fue producida
con la siguiente finalidad: dios descubrió la mirada y nos hizo un presente
con ella para que la observación de las revoluciones de la inteligencia en
el cielo nos permitiera aplicarlas a las de nuestro entendimiento, que les
son afines, como pueden serlo las convulsionadas a las imperturbables, y
ordenáramos nuestras revoluciones errantes por medio del aprendizaje
profundo de aquéllas, de la participación en la corrección natural de su
aritmética y de la imitación de las revoluciones completamente estables del
dios. Y acerca de la voz y el oído, otra vez el mismo razonamiento: nos
fueron concedidos por los dioses por las mismas razones y con la misma
finalidad. Pues el lenguaje tiene la misma finalidad, ya que contribuye en
su mayor parte a lo mismo y, a su vez, cuanto de la música utiliza la voz
para ser escuchado ha sido dado por la armonía. Ésta, como tiene movimientos
afines a las revoluciones que poseemos en nuestra alma, fue otorgada por las
Musas al que se sirve de ellas con inteligencia, no para un placer
irracional, como parece ser utilizada ahora, sino como aliada para ordenar
la revolución disarmónica de nuestra alma y acordarla consigo misma. También
nos otorgaron el ritmo por las mismas razones, como ayuda en el estado sin
medida y carente de gracia en el que se encuentra la mayoría de nosotros.
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