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Díalogos Socráticos
Timeo, o sobre la
naturaleza de las cosas
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La descripción anterior, salvo unos pocos detalles, constituye la
demostración de lo que ha sido creado por la inteligencia. Debemos
adjuntarle también lo que es producto de la necesidad. El universo nació,
efectivamente, por la combinación de necesidad e inteligencia. Se formó al
principio por medio de la necesidad sometida a la convicción inteligente, ya
que la inteligencia se impuso a la necesidad y la convenció de ordenar la
mayor parte del devenir de la mejor manera posible. Por tanto, una
exposición de cómo se originó realmente según estos principios debe combinar
también la especie de la causa errante en tanto forma natural de causalidad.
Debemos reiniciar, por ello, nuestra tarea y, tal como hicimos
anteriormente, empezar ahora otra vez desde el principio, adoptando un nuevo
punto de partida adecuado a esta perspectiva. Tenemos que considerar la
naturaleza del fuego, agua, aire y tierra y su estado antes de la creación
del universo, pues creo que nadie hasta ahora reveló su origen, sino que
como si nos dirigiéramos a quienes ya saben lo que es el fuego y cada uno de
ellos, los llamamos principios y los hacemos elementos del universo, aunque
quienquiera que tenga un poco de inteligencia debería utilizar dicha
similitud sólo de manera aproximada y no como si se tratara de tipos de
sílaba. Pues bien, nuestra posición es la siguiente. Ahora no he de hablar
ni de principio ni de principios de todas las cosas ni de lo que me parece
acerca de ellos, no por nada, sino por lo difícil que es demostrar lo que
creo en la forma presente de exposición y ni vosotros creéis que sea
necesario que yo lo diga, ni yo sería capaz de convencerme a mí mismo de que
actuaría correctamente si me propusiera tamaña empresa. Teniendo presente lo
dicho al comienzo de la exposición respecto de las características de los
discursos probables, intentaré uno no menos probable que ningún otro, sino
más, y procuraré disertar acerca de cada uno de los elementos en particular
y acerca del conjunto, tomando un punto de partida anterior al usual.
Recomencemos el discurso, después de invocar también ahora al principio de
nuestra disertación al dios protector para que nos conduzca sanos y salvos
de esta exposición rara y desacostumbrada a la doctrina probable.
El comienzo de nuestra exposición acerca del universo, por tanto, debe estar
articulado de una manera más detallada que antes. Entonces diferenciamos dos
principios, mientras que ahora debemos mostrar un tercer tipo adicional. En
efecto, dos eran suficientes para lo dicho antes, uno supuesto como modelo,
inteligible y que es siempre inmutable, el segundo como imagen del modelo,
que deviene y es visible. En aquel momento, no diferenciamos una tercera
clase porque consideramos que estas dos iban a ser suficientes. Ahora, sin
embargo, el discurso parece estar obligado a intentar aclarar con palabras
una especie difícil y vaga. ¿Qué características y qué naturaleza debemos
suponer que posee? Sobre todas, la siguiente: la de ser un receptáculo de
toda la generación, como si fuera su nodriza. Aunque lo dicho es verdadero,
deberíamos hablar con mayor propiedad acerca de él, lo que no es fácil,
especialmente porque hay que comenzar con las dificultades preliminares
acerca del fuego y de los otros elementos por lo siguiente: porque es
difícil decir acerca de cada uno de ellos a cuál se le aplica con más
propiedad el nombre de agua que el de fuego o a cuál qué nombre más que
todos o uno en particular, de tal modo que se use un discurso fiable y
sólido. ¿Cómo trataríamos, entonces, esto mismo de manera probable y de qué
manera y planteándonos qué problemas? En primera instancia, tomemos lo que
acabamos de denominar agua. Vemos que cuando se solidifica, así creemos, se
convierte en piedras y tierras, pero cuando se disuelve y separa, se
convierte en viento y aire, y el aire, cuando se quema, en fuego, y el fuego
se vuelve a combinar, se apaga y retorna a la forma del aire, y el aire
torna a reunirse y condensarse en nube y niebla y de éstas, que se
concentran todavía más, fluye el agua; del agua, nuevamente, tierra y
piedras y así, como parece, se dan nacimiento en ciclo unos a otros. Por
cierto, si ninguno de éstos se manifiesta nunca de la misma manera, ¿cómo no
se pondría en ridículo quien afirmara sin reservas que cualquiera de ellos
es éste y no otro? Imposible; es mucho más seguro hablar acerca de ellos
suponiendo lo siguiente: cuando vemos que algo se convierte permanentemente
en otra cosa, por ejemplo el fuego, no hay que denominarlo en toda ocasión
'este' fuego, sino siempre 'lo que posee tal cualidad' y no 'este' agua,
sino siempre 'lo que tiene tal característica', ni hay que tratar jamás nada
de aquello para lo que utilizamos los términos 'eso' y 'esto' para su
designación, en la creencia de que mostramos algo, como si poseyera alguna
estabilidad, puesto que lo que no permanece rehuye la aseveración del 'eso'
y el 'esto' y la del 'para esto' y toda aquella que lo designe como si
tuviera una cierta permanencia'. Pero si bien no es posible llamar a cada
uno de ellos 'esto', lo que tiene tales características y permanece siempre
semejante en el ciclo de las mutaciones puede ser denominado según las
cualidades que posee, y así es fuego lo que posee en todo momento tal rasgo
e, igualmente, todo lo generado. Sólo aquello en lo que continuamente
aparece cada uno de ellos al nacer y en lo que nuevamente desaparece, debe
ser nombrado por medio de 'esto' y 'eso', pero a nada de lo que tiene alguna
cualidad, calor o blancura o cualquiera de los contrarios y todo lo que
proviene de éstos, se le puede aplicar la denominación de 'aquello'. Mas
tengo que intentar [hablar] expresamente de manera más clara todavía acerca
de eso. Bien, si alguien modelara figuras de oro y las cambiara sin cesar de
unas en otras, en caso de que alguien indicara una de ellas y le preguntase
qué es, lo más correcto con mucho en cuanto a la verdad sería decir que es
oro --en ningún caso afirmar que el triángulo y todas las otras figuras que
se originan poseen existencia efectiva, puesto que cambian mientras hace
dicha afirmación-- y contentarse si eventualmente aceptan con alguna certeza
la designación de «lo que tiene tal característica». El mismo razonamiento
vale también para la naturaleza que recibe todos los cuerpos. Debemos decir
que es siempre idéntica a sí misma, pues no cambia para nada sus
propiedades. En efecto, recibe siempre todo sin adoptar en lo más mínimo
ninguna forma semejante a nada de lo que entra en ella, dado que por
naturaleza subyace a todo como una masa que, por ser cambiada y conformada
por lo que entra, parece diversa en diversas ocasiones; y tanto lo que
ingresa como lo que sale son siempre imitaciones de los seres, impresos a
partir de ellos de una manera difícil de concebir y admirable que
investigaremos más adelante. Ciertamente, ahora necesitamos diferenciar
conceptualmente tres géneros: lo que deviene, aquello en lo que deviene y
aquello a través de cuya imitación nace lo que deviene. Y también se puede
asemejar el recipiente a la madre, aquello que se imita, al padre, y la
naturaleza intermedia, al hijo, y pensar que, de manera similar, cuando un
relieve ha de ser de una gran variedad, el material en que se va a realizar
el grabado estaría bien preparado sólo si careciera de todas aquellas formas
que ha de recibir de algún lugar. Si fuera semejante a algo de lo que entra
en él, al recibir lo contrario o lo que no está en absoluto relacionado con
eso, lo imitaría mal porque manifestaría, además, su propio aspecto. Por
tanto, es necesario que se encuentre exento de todas las formas lo que ha de
tomar todas las especies en sí mismo. Como sucede en primera instancia con
los óleos perfumados artificialmente, se hace que los líquidos que han de
recibir los perfumes sean lo más inodoros posible. Los que intentan imprimir
figuras en algún material blando no permiten en absoluto que haya ninguna
figura, sino que lo aplanan primero y lo dejan completamente liso.
Igualmente corresponde que lo que va a recibir a menudo y bien en toda su
extensión imitaciones de los seres eternos carezca por naturaleza de toda
forma. Por tanto, concluyamos que la madre y receptáculo de lo visible
devenido y completamente sensible no es ni la tierra, ni el aire, ni el
fuego ni el agua, ni cuanto nace de éstos ni aquello de lo que éstos nacen.
Si afirmamos, contrariamente, que es una cierta especie invisible, amorfa,
que admite todo y que participa de, la manera más paradójica y difícil de
comprender de lo inteligible, no nos equivocaremos. En la medida en que sea
posible alcanzar a comprender su naturaleza a partir de lo expuesto, uno
podría expresarse de la siguiente manera: la parte de él que se está
quemando se manifiesta siempre como fuego, la mojada, como agua; como tierra
y aire, en tanto admite imitaciones de éstos. Pero, ciertamente, debemos
investigarlos intentando dar una definición más precisa de aquello que
habíamos definido como «lo que tiene tales características». ¿Acaso el fuego
es algo en sí y todo aquello a lo que hacemos referencia en el lenguaje
tiene una entidad independiente?, ¿o lo que vemos y cuanto percibimos a
través del cuerpo, es lo único que posee una realidad semejante, y no hay,
además de esto, nada en absoluto y en vano afirmamos que hay una forma
inteligible de cada objeto, puesto que esto sería una mera palabra? En
verdad, no es correcto que, mientras dejo el asunto presente sin juicio ni
resolución, hable y afirme que es así, ni tampoco debo añadir un largo
excurso a una larga exposición. Lo más oportuno sería que surgiera una
definición relevante de pocas palabras. Por lo tanto, yo, al menos, hago el
siguiente voto. Si se dan como dos clases diferenciadas la inteligencia y la
opinión verdadera, entonces poseen una existencia plena e independiente
estas cosas en sí --ideas no perceptibles de manera sensible por nosotros,
sino sólo captables por medio de la inteligencia--. Pero si, como les parece
a algunos, la opinión verdadera no se diferencia en nada de la inteligencia,
hay que suponer que todo lo que percibimos por medio del cuerpo es lo más
firme. Sin embargo, hay que sostener que aquéllas son dos, dado que tienen
diferente origen y son disímiles. En efecto la una surge en nosotros por
medio de la enseñanza razonada y la otra es producto de la persuasión
convincente. Mientras la primera va siempre acompañada del razonamiento
verdadero, la segunda es irracional; la una no puede ser alterada por la
persuasión, mientras que la otra está abierta a ella y hay que decir que
aunque cualquier hombre participa de esta última, de la inteligencia sólo
los dioses y un género muy pequeño de hombres. Si esto se da de esta manera,
es necesario acordar que una es la especie inmutable, no generada e
indestructible y que ni admite en sí nada proveniente de otro lado ni ella
misma marcha hacia otro lugar, invisible y, más precisamente, no perceptible
por medio de los sentidos, aquello que observa el acto de pensamiento. Y lo
segundo lleva su mismo nombre y es semejante a él, perceptible por los
sentidos: generado, siempre cambiante y que surge en un lugar y desaparece
nuevamente, captable por la opinión unida a la percepción sensible. Además,
hay un tercer género eterno, el del espacio, que no admite destrucción, que
proporciona una sede a todo lo que posee un origen, captable por un
razonamiento bastardo sin la ayuda de la percepción sensible, creíble con
dificultad, y, al mirarlo, soñamos y decimos que necesariamente todo ser
está en un lugar y ocupa un cierto espacio, y que lo que no está en algún
lugar en la tierra o en el cielo no existe. Cuando despertamos, al no
distinguir claramente a causa de esta pesadilla todo esto y lo que le está
relacionado ni definir la naturaleza captable solamente en vigilia y que
verdaderamente existe, no somos capaces de decir la verdad: que una imagen
tiene que surgir en alguna otra cosa y depender de una cierta manera de la
esencia o no ha de existir en absoluto, puesto que ni siquiera le pertenece
aquello mismo en lo que deviene, sino que esto continuamente lleva una
representación de alguna otra cosa. Además, el razonamiento exacto y
verdadero ayuda a lo que realmente es: que mientras uno sea una cosa y el
otro, otra, al no generarse nunca uno en otro, no han de llegar a ser uno y
lo mismo y dos al mismo tiempo.
Por tanto, recapitulemos los puntos principales de mi posición: hay ser,
espacio y devenir, tres realidades diferenciadas, y esto antes de que
naciera el mundo. La nodriza del devenir mientras se humedece y quema y
admite las formas de la tierra y el aire y sufre todas las otras afecciones
relacionadas con éstas, adquiere formas múltiples y, como está llena de
fuerzas disímiles que no mantienen un equilibrio entre sí, se encuentra toda
ella en desequilibrio: se cimbrea de manera desigual en todas partes, es
agitada por aquéllas y, en su movimiento, las agita a su vez. Los diferentes
objetos, al moverse, se desplazan hacia diversos lugares y se separan
distinguiéndose, como lo que es agitado y cernido por los cedazos de mimbre
y los instrumentos utilizados en la limpieza del trigo donde los cuerpos
densos y pesados se sedimentan en un lugar y los raros y livianos en otro.
Entonces, los más disímiles de los cuatro elementos --que son agitados así
por la que los admitió, que se mueve ella misma como instrumento de
agitación--, se apartan más entre sí y los más semejante se concentran en un
mismo punto, por lo cual, incluso antes de que el universo fuera ordenado a
partir de ellos, los distintos elementos ocupaban diferentes regiones. Antes
d e la creación, por cierto todo esto carecía de proporción y medida. Cuando
dios se puso a ordenar el universo, primero dio forma y número al fuego,
agua, tierra y aire, de los que, si bien había algunas huellas, se
encontraban en el estado en que probablemente se halle todo cuando dios está
ausente. Sea siempre esto lo que afirmamos en toda ocasión: que dios los
compuso tan bellos y excelsos como era posible de aquello que no era así.
Ahora, en verdad, debo intentar demostraros el orden y origen de cada uno de
los elementos con un discurso poco habitual, pero que seguiréis porque por
educación podéis recorrer los caminos que hay que atravesar en la
demostración.
En primer lugar, creo que para cualquiera está más allá de toda duda que
fuego, tierra, agua y aire son cuerpos. Ahora bien, toda forma corporal
tiene también profundidad. Y, además, es de toda necesidad que la superficie
rodee la profundidad. La superficie de una cara plana está compuesta de
triángulos. Todos los triángulos se desarrollan a partir de dos, cada uno
con un ángulo recto y los otros agudos. Uno tiene a ambos lados una fracción
de ángulo recto dividido por lados iguales, el otro partes desiguales de un
ángulo recto atribuida a lados desiguales. En nuestra marcha según el
discurso probable acompañado de necesidad, suponemos que éste es el
principio del fuego y de los otros cuerpos. Pero los otros principios
anteriores a éstos los conoce dios y aquél de entre los hombres que es amado
por él. Ciertamente, debemos explicar cuáles serían los cuatro cuerpos más
perfectos, que, aunque disímiles entre sí, podrían nacer unos de otros
cuando se desintegran. En efecto, si lo logramos, tendremos la verdad acerca
del origen de la tierra y el fuego y de sus medios proporcionales. Pues no
coincidiremos con nadie en que hay cuerpos visibles más bellos que éstos, de
los que cada uno representa un género particular. Debemos, entonces,
esforzarnos por componer estos cuatro géneros de cuerpos de extraordinaria
belleza y decir que hemos captado su naturaleza suficientemente. De los dos
triángulos, al isósceles le tocó en suerte una naturaleza única, pero las de
aquel cuyo ángulo recto está contenido en lados desiguales fueron infinitas.
Para un buen comienzo hay que hacer otra elección, es necesario elegir en la
clase de los triángulos de infinitas formas aquel que sea el más perfecto.
El que eventualmente esté en condiciones de afirmar que el triángulo por él
escogido es el más bello para la composición de los elementos, impondrá su
opinión, puesto que no es un adversario, sino un amigo. Por nuestra parte,
nosotros dejamos los demás de lado y suponemos que en la multiplicidad de
los triángulos uno es el más bello: aquel del que surge en tercer lugar el
isósceles. Pero especificar el porqué exige un razonamiento mayor y los
premios amistosos yacen allí para el que ponga a prueba esta afirmación y
descubra que es así efectivamente. Sean elegidos, por tanto, dos triángulos
de los cuales están construidos el cuerpo del fuego y el de los otros
elementos: uno de ellos isósceles, el otro con un lado mayor cuyo cuadrado
es tres veces el cuadrado del menor. Ahora, debemos precisar más lo que
dijimos antes de manera oscura. Pues los cuatro elementos parecían tener su
origen unos de otros, aunque esa apariencia era falsa, pues a pesar de que
los cuatro elementos nacen de los triángulos que hemos elegido, mientras
tres derivan de uno --el que tiene los lados desiguales--, el cuarto es el
único que se compone del triángulo isósceles. Por ende, no es posible que,
mediante la disolución de todos en todos, muchos pequeños den origen a unos
pocos grandes y viceversa; pero sí lo es en el caso de tres elementos,
porque cuando se disuelven los mayores de aquellos que por naturaleza están
constituidos por un tipo de triángulo, se componen muchos pequeños a partir
de ellos, que adoptan las figuras correspondientes y, a su vez, cuando
muchos pequeños se dividieran en triángulos, al surgir una cantidad de
volumen único, podría dar lugar a otra forma grande. Ésta es, pues, nuestra
teoría acerca de la génesis de unos en otros. A continuación deberíamos
decir de qué manera se originó la figura de cada uno de los elementos y a
partir de la unión de cuántos triángulos. En primer lugar, trataré la figura
primera y más pequeña cuyo elemento es el triángulo que tiene una hipotenusa
de una extensión del doble del lado menor. Cuando se unen dos de éstos por
la hipotenusa y esto sucede tres veces, de modo que las hipotenusas y los
catetos menores se orienten hacia un mismo punto como centro, se genera un
triángulo equilátero de los seis. La unión de cuatro triángulos equiláteros
según tres ángulos planos genera un ángulo sólido, el siguiente del más
obtuso de los ángulos llanos. Cuatro ángulos de éstos generan la primera
figura sólida, que divide toda la superficie de la esfera en partes iguales
y semejantes. El segundo elemento se compone de los mismos triángulos cuando
se unen ocho triángulos equiláteros y se construye un ángulo sólido a partir
de cuatro ángulos planos. Cuando se han generado seis de tales ángulos, se
completa así el segundo cuerpo. El tercer cuerpo nace de ciento veinte
elementos ensamblados y doce ángulos sólidos, cada uno rodeado de cinco
triángulos equiláteros planos y con veinte triángulos equiláteros por base.
La función de uno de los triángulos elementales se completó cuando generó
estos elementos; el triángulo isósceles, por otra parte, dio nacimiento al
cuarto elemento, por composición de cuatro triángulos y reunión de sus
ángulos rectos en el centro para formar un cuadrilátero equilátero. La
reunión de seis figuras semejantes produjo ocho ángulos sólidos, cada uno de
ellos compuesto según tres ángulos planos rectos. La figura del cuerpo
creado fue cúbica con seis caras de cuadriláteros equiláteros. Puesto que
todavía había una quinta composición, el dios la utilizó para el universo
cuando lo pintó.
Si uno, al razonar sobre todo esto, tropezara con la natural dificultad de
si se debe decir que los mundos son infinitos o de un número limitado,
podría pensar, quizás, que el afirmar su infinitud es una doctrina de
alguien que no conoce lo que debe; pero, por otra parte, si se encuentra en
este punto sería más razonable que dudara si conviene afirmar alguna vez que
es uno o en realidad son cinco. Si bien lo que nosotros exponemos según el
discurso probable proclama que es por naturaleza un dios único, es probable
que algún otro, al considerar otros aspectos, sostenga algo diferente. Pero
ahora debemos dejar esto de lado, y atribuyamos los tipos de figuras que
acaban de surgir en el discurso al fuego, tierra, agua y aire. Asignemos,
pues, la figura cúbica a la tierra, puesto que es la menos móvil de los
cuatro tipos y las más maleable de entre los cuerpos y es de toda necesidad
que tales cualidades las posea el elemento que tenga las caras más estables.
Entre los triángulos supuestos al comienzo, la superficie de lados iguales
es por naturaleza más segura que la de lados desiguales y la superficie
cuadrada formada por dos equiláteros está sobre su base necesariamente de
forma más estable que un triángulo, tanto en sus partes como en el conjunto.
Por tanto, si atribuimos esta figura a la tierra salvamos el discurso
probable, y, además, de las restantes, al agua, la que con más dificultad se
mueve; la más móvil, al fuego y la intermedia, al aire; y, otra vez, la más
pequeña, al fuego, la más grande, al agua, y la mediana, al aire; y,
finalmente, la más aguda, al fuego, la segunda más aguda, al aire y la
tercera, al agua. En todo esto es necesario que la figura que tiene las
caras más pequeñas sea por naturaleza la más móvil, la más cortante y aguda
de todas en todo sentido, y, además, la más liviana, pues está compuesta del
mínimo de partes semejantes, y que la segunda tenga estas mismas cualidades
en segundo grado y la tercera, en tercero. Sea, pues, según el razonamiento
correcto y el probable, la figura sólida de la pirámide elemento y simiente
del fuego, digamos que la segunda en la generación corresponde al aire y la
tercera, al agua. Debemos pensar que todas estas cosas son en verdad tan
pequeñas que los elementos individuales de cada clase nos son invisibles por
su pequeñez, pero cuando muchos se aglutinan, se pueden observar sus masas
y, también, que en todas partes dios adecuó la cantidad, movimientos y otras
características de manera proporcional y que todo lo hizo con la exactitud
que permitió de buen grado y obediente la necesidad.
A partir de todo aquello cuyos géneros hemos descrito antes, muy
probablemente se daría lo siguiente. Cuando el fuego choca con la tierra y
con su agudeza la disuelve, ésta se trasladaría, ya sea que se hubiera
diluido en el mismo fuego o en una masa de aire o de agua, hasta que sus
partes se reencontraran en algún lugar, se volvieran a unir unas con otras y
se convirtieran en tierra --pues nunca pasarían a otra especie--, pero si el
agua es partida por el fuego, o también por el aire, es posible que surjan
un cuerpo de fuego y dos de aire. Cuando se disuelve una porción de aire,
sus fragmentos darían lugar a dos cuerpos de fuego. A la inversa, cuando el
fuego, rodeado por el aire o el agua o alguna tierra, poco entre muchos, se
mueve entre sus portadores, lucha y, vencido, se quiebra; dos cuerpos de
fuego se combinan en una figura de aire; mas cuando el aire es vencido y
fragmentado, de dos partes y media se forjará una figura entera de agua.
Reflexionemos esto nuevamente así: cuando el fuego encierra alguno de los
otros elementos y lo corta con el filo de sus ángulos y sus lados, dicho
elemento deja de fragmentarse cuando adquiere la naturaleza de aquél --pues
nada es capaz de cambiar a un género semejante e igual a él ni de sufrir
nada a causa de lo que le es semejante e idéntico--, pero mientras el que se
convierte en otro elemento, aunque inferior, luche contra uno más fuerte, no
cesa de disolverse. Y, a su vez, cuando unos pocos corpúsculos más pequeños,
rodeados por muchos mayores, son destrozados y se apagan, si mutan en la
figura del que domina, cesan de extinguirse y nace del fuego el aire y del
aire, el agua. Pero siempre que se concentran y alguno de los restantes
géneros los ataca y combate, no cesan de disolverse hasta que, batiéndose en
retirada y dispersados, huyen hacia lo que es del mismo género, o, vencidos,
de muchos cuerpos pequeños surge uno semejante al vencedor y permanece junto
a él. Además, todos los elementos cambian de región por estos fenómenos. En
efecto, la cantidad principal de cada uno de los elementos está separada en
un lugar propio por el movimiento del receptáculo y cuando unos corpúsculos
se diferencian de sí mismos para asemejarse a otros, se trasladan, a causa
de la vibración existente, al lugar donde se encuentran los cuerpos a los
que eventualmente se han asemejado.
Estas causas produjeron todos los cuerpos puros y primeros; pero también hay
que mencionar como causa de que haya diversas variedades en sus especies la
estructuración de cada uno de los elementos, ya que ésta al principio no
sólo dio lugar a un tipo de triángulos de una única magnitud sino también a
triángulos menores y mayores, cuyo número se correspondía con las variedades
de las especies. Por tanto, dado que se mezclan entre sí y con otros, su
variedad es infinita, de la que, por cierto, deben llegar a ser observadores
los que han de utilizar un razonamiento probable acerca de la naturaleza.
Si no se acordara de qué manera y con qué se producen el movimiento y el
reposo, surgirían muchas dificultades en el razonamiento que sigue. Acerca
de ellos ya se dijeron algunas cosas, a las que, sin embargo, todavía hay
que agregar lo siguiente: el movimiento nunca existirá donde haya un estado
de equilibrio. Pues es difícil que se dé lo que ha de ser movido sin lo que
ha mover o lo que ha de mover sin lo que ha de ser movido, más aún, es
imposible. Si estos dos elementos no están presentes, no hay movimiento y es
imposible que estén alguna vez en equilibrio. Así, pues, hemos de
identificar el descanso con el equilibrio y el movimiento con el
desequilibrio. La causa es, a su vez, la desigualdad de la naturaleza
desequilibrada y ya hemos descrito el origen de la desigualdad. Pero no
mencionamos de qué manera cada uno de los elementos, aunque separados en
géneros, no cesa nunca de convertirse uno en otro y de trasladarse de un
lugar a otro. Lo expondremos de la manera siguiente. Dado que la revolución
del universo al incluir a los elementos es circular y por naturaleza tiende
a retornar sobre sí misma, los mantiene juntos y no permite nunca que quede
un espacio vacío. Por tanto, el fuego es lo que más se expande en todas
direcciones, el aire en segundo lugar, porque es el segundo elemento más
tenue por naturaleza y los restantes lo hacen de manera análoga; pues lo que
se compone de partes mayores deja el mayor vacío en su estructura, lo que
tiene partes menores, menos. La concentración de elementos durante la
condensación empuja a los pequeños en los intersticios de los grandes.
Cuando los pequeños están colocados junto a los grandes de tal modo que los
menores separan a los mayores y éstos juntan a aquéllos, todos los elementos
se cambian de posición de arriba a abajo, trasladándose a las regiones que
les son propias. Pues cuando cada uno cambia su magnitud, cambia también de
lugar. De esta manera, el origen del desequilibrio se preserva y produce
continuamente el movimiento presente y futuro de estos cuerpos.
A continuación, debemos observar que hay muchas clases de fuego, por
ejemplo, la llama y lo que se desprende de la llama, que aunque no quema
proporciona luz a los ojos, y lo que queda de fuego en las ascuas tras
apagarse la llama. Del mismo modo, en lo que concierne al aire, uno, el más
brillante, lleva el nombre de éter, otro, el más turbio, es llamado niebla y
oscuridad y hay otras formas anónimas, nacidas a causa de la desigualdad de
los triángulos. Las clases de agua son dos, en primera instancia, una
líquida y otra fusible. Dado que el género líquido participa de las clases
pequeñas de agua, al ser éstas desiguales, a causa de su desequilibrio y de
la forma de su figura, puede moverse por sí mismo o por la acción de otro
agente. El que está formado de las clases grandes y equilibradas, sólido y
pesado a causa de su equilibrio, es más estable que aquél; no obstante bajo
la acción del fuego que se le aproxima y lo diluye, pierde el equilibrio y,
una vez que lo ha destruido, participa más del movimiento. Cuando se ha
hecho muy móvil, el aire circundante lo empuja y extiende sobre la tierra.
Cada uno de estos fenómenos recibe una denominación, la reducción de su
dimensión, licuefacción, y la extensión sobre la tierra, flujo. Cuando el
fuego se retira nuevamente de allí, como no sale al vacío, empuja al aire
circundante, que comprime violentamente la masa húmeda, que aún es muy
móvil, hacia el lugar que ocupaba el fuego, y la mezcla consigo mismo. La
masa comprimida y nuevamente equilibrada por el alejamiento del fuego,
artífice del desequilibrio, recupera su estado anterior. La liberación del
fuego se llama enfriamiento y se dice que la compresión que se produce
cuando éste se aleja es el estado sólido. De todos los tipos de agua que
hemos denominado fusibles, el más denso, nacido de las partículas más tenues
y homogéneas, único y de color amarillo brillante, es la posesión más
preciosa, el oro, que, una vez filtrado a través de la piedra, se
solidifica. Un retoño del oro, muy duro por su densidad y negro, es llamado
adamante. El género que tiene partículas próximas al oro, pero con más de
una especie y con una densidad mayor que éste, por participar de la tierra
en una parte reducida, lo que lo hace más duro, es, sin embargo, más liviano
que él porque tiene en su interior grandes intersticios; este género,
compuesto de aguas brillantes y solidificadas, es el cobre. Se denomina
herrumbre a la parte de tierra que viene mezclada con él y que se hace
visible cuando ambos envejecen y se vuelven a separar. Pero no es en
absoluto difícil de comprender que distinga el resto de tales especies el
que investiga el género de los mitos probables, que uno podría practicar en
su vida como un juego moderado y prudente cuando, para descansar de los
discursos sobre los seres eternos, se dedica a los probables acerca de la
generación y alcanza un placer despreocupado. Así, también nosotros
dejaremos de lado ahora las especies restantes y expondremos lo probable que
viene a continuación. El agua mezclada con el fuego que es tenue y líquida
se llama líquida por el movimiento y el camino por el que rueda sobre la
tierra y, además, es blanda porque sus bases ceden al ser menos estables que
las de la tierra. Este agua, cuando está separada del fuego y del aire y
aislada, se vuelve más uniforme, se condensa por los elementos que salen y,
de esta manera, alcanza el estado sólido. Cuando el agua se ha solidificado
totalmente, si está en lo alto sobre la tierra se llama granizo; si se
encuentra directamente encima de la tierra, hielo. Cuando aún no se ha hecho
del todo sólida, la que está en lo alto sobre la tierra se denomina nieve y
la que está directamente encima de la tierra, surgida del rocío, escarcha.
Las clases de aguas se entremezclan, por cierto, en su mayor parte. Cuando
se filtran a través de las plantas de la tierra se llaman humores, que son
disímiles a causa de las mezclas que los constituyen. Muchos conforman otros
tantos géneros anónimos, pero cuatro, todas ellas especies que contienen
fuego y han llegado a ser muy conocidas, recibieron un nombre: el género
capaz de dar calor al alma y al cuerpo, vino; el suave y capaz de cortar el
rayo de la vista y, por esto, de aspecto brillante y resplandeciente y de
apariencia grasienta, género aceitoso --la brea, el aceite de ricino, el
aceite de oliva y todo lo demás que posee la misma cualidad--; cuanto tiene
la propiedad de relajar los conductos bucales hasta su tamaño natural y
proporciona dulzura con esta capacidad, recibió el nombre general de miel;
el que disuelve la carne quemándola, un género espumoso, diverso de todos
los humores, es llamado jugo ácido.
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