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ALFREDO EL GRANDE
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  En 870 el rey Rotislav de Moravia fue derrotado por Svatopluk, que se convirtió en el nuevo rey y extendió considerablemente sus fronteras.

Los ejércitos daneses habían conquistado ya casi toda Inglaterra. Sólo resistía la parte septentrional de Northumbria, la parte occidental de Mercia y, sobre todo, Wessex, que seguía intacto. En 871 los daneses llegaron al Támesis, donde se encontraron con el ejército dirigido por el rey Ethelred y su hermano Alfredo (el que había acompañado a su padre Ethelwulf en su viaje a Roma). Una vez más, el ejército de Wessex derrotó a los nórdicos (aunque más tarde se dijo que Ethelred y Alfredo no habían participado igualmente en la batalla: Alfredo había dirigido el ataque mientras Ethelred oficiaba una misa). No obstante, la victoria no fue decisiva. Los daneses recibieron refuerzos y un par de semanas más tarde estaban preparados para otro encuentro. Esta vez los hombres de Wessex se vieron obligados a retirarse y Ethelred cayó mortalmente herido. El rey tenía dos hijos pequeños, pero los tiempos que corrían no eran para nombrar rey a un niño estando ahí Alfredo, que era un guerrero consumado. Así Alfredo fue elegido rey de Wessex con veintitrés años de edad. Los daneses aprovecharon la confusión que sigue siempre a una sucesión para invadir el país, y derrotaron a Alfredo en Wilton, a unos cuarenta kilómetros de Winchester, la capital sajona. Pero Alfredo pudo retirarse a tiempo y conservar su ejército esencialmente intacto. De todos modos, Alfredo sabía que necesitaba tiempo para reorganizarse, así que ofreció dinero a los daneses a cambio de una tregua. Los daneses juzgaron conveniente aceptar y dedicarse a sofocar la última resistencia de Mercia y Northumbria para poder luego dedicarse plenamente a Wessex.

El emperador Luis II dirigió finalmente la expedición contra los sarracenos que había estado preparando con la ayuda de los bizantinos, y logró tomar la ciudad de Bari, que los piratas habían tomado a Constantinopla ya hacía varias décadas. Los bizantinos se apresuraron a tomar de nuevo el control de la ciudad con lo que, en realidad, Luis II no obtuvo ningún provecho directo. Luego intentó someter al ducado de Benevento, pero no tuvo éxito. Incluso llegó a ser capturado y estuvo retenido durante algún tiempo como rehén.

En Al-Ándalus, Mutarrif ibn Musá, hermano de Musá ibn Musá, se alzó contra el Emir de Córdoba y tomó Tudela. Pronto fue capturado y asesinado junto con sus tres hijos, pero entonces sus hermanos Ismaíl y Fortún se aliaron con Alfonso III de Asturias y se adueñaron nuevamente del valle del Ebro.

En 872 murió el Papa Adriano II y fue sucedido por Juan VIII, quien demostró tener una gran energía al dirigir él mismo una campaña contra un desembarco sarraceno.

Tras la muerte del conde Bernardo de Tolosa, Carlos el Calvo adjudicó el condado a su rival, el marqués de Gotia Bernardo Plantevelue. Los condados de Pallars y Ribagorza se independizaron entonces del de Tolosa.

Por esta época un caudillo vikingo llamado Harald Harfager (el de la bella cabellera) logró una gran victoria naval sobre sus enemigos, los Jarls, y logró expulsarlos de su territorio. A partir de este momento inició un proceso de unificación política que le llevó a dominar la mayor parte de la costa escandinava. Estableció un sistema de impuestos y se convirtió así en Harald I, el primer rey de Noruega.

Los muchos noruegos forzados al exilio por Harald I siguieron suertes diversas. Algunos se refugiaron en las islas próximas, pero Harald I los persiguió en varias expediciones a las Shetlands, las Orcadas y las Hébridas; otros se incorporaron a las expediciones vikingas que asolaban Escocia, mientras que otros llegaron aún más lejos: en 874, un noruego llamado Ingolfur Arnarson llegó hasta la isla que llamó Islandia (tierra de hielo). Es posible que la isla hubiera recibido algunas visitas anteriores, probablemente de monjes irlandeses que huían de las primeras incursiones vikingas, pero lo cierto es que Islandia estaba deshabitada desde hacía más de setenta años. Los noruegos se convirtieron en sus primeros pobladores estables al fundar la ciudad de Reykjavik.

Ese mismo año murió el undécimo imán chiita y dejó como sucesor a un niño de cinco años, llamado Muhammad al-Mahdí. Al parecer, el tiempo había hecho ver a los chiitas que tener un imán desaparecido como el de los ismailíes era más conveniente que tener uno sometido a las miserias humanas, así que aprovecharon la ocasión para hacer "desaparecer misteriosamente" a la criatura, según la versión oficial, y desde entonces su religión adoptó también el carácter mesiánico que tenía la versión ismailí. No obstante siguieron caminos separados: por una parte estaban los chiitas septimanos y por otra los duodecimanos, según el número de imanes que reconocían antes de la "ocultación".

Los moravos fueron obligados a reconocer la dominación franca.

Mientras tanto los daneses acabaron la conquista de Mercia, con lo que ya dominaban toda Inglaterra a excepción de Wessex, contra el cual volvían ahora su mirada. La tregua que habían pactado años antes con el rey Alfredo podía darse por acabada. Pero Alfredo no había perdido el tiempo en esos años. Comprendió que lo que hacía fuertes a los daneses era su dominio del mar, y que para hacerles frente en igualdad de condiciones era necesaria una flota. Buscó la ayuda de piratas frisios, que dirigieron la construcción de barcos y se ofrecieron a tripularlos. En 875 la flota de Alfredo derrotó a los sorprendidos daneses.

En China la dinastía Tang no lograba reconstruir el poder estatal. Un grupo de campesinos insurrectos, organizados por Wang Xianzhi y Huang Chao, recorrían el país saqueándolo.

La zona más oriental del Califato abasí reclamó también su independencia bajo su gobernador Samán Judat, un mazdeísta que se había convertido años antes al Islam. Ahora la autoridad del Califato sólo se extendía sobre Arabia, Mesopotamia y poco más.

El Emir de Córdoba, Muhammad I, sustituyó a los viejos y expertos recaudadores de impuestos por otros más jóvenes que no tardaron en herir los sentimientos de los muladíes. Mérida se rebeló bajo abd al-Rahmán ibn Marwán, a la vez que Umar ibn Hafsún extendía la rebeldía por la zona sur. Mientras, los banú Qasí seguían resistiendo en el valle del Ebro. Abd al-Rahmán ibn Marwán capturó a Hasim ibn Abd al-Aziz, ministro de Muhammad I, y lo entregó al rey Alfonso III de Asturias como muestra de buena voluntad. Muhammad I envió a León sus tropas fronterizas de Toledo y Guadalajara, al tiempo que un ejército mayor partía de Córdoba para reunirse con las otras fuerzas. Alfonso III atacó por sorpresa a las primeras hasta aniquilarlas, tras lo cual se dispuso a defender León. Cuando el ejército cordobés se enteró de lo sucedido trató de retroceder, pero también fue alcanzado y derrotado. El Emir se vio obligado a pagar un rescate en oro por Hasim ibn Abd al-Aziz, el cual, de regreso en Córdoba, aconsejó a Muhammad I que pactara una tregua por tres años con Alfonso III. Era la primera vez que el Emirato de Córdoba pedía una paz al reino de Asturias. El rey asturiano pasó a ser conocido como Alfonso III el Magno.

Ese mismo año murió el emperador Luis II, sin más descendencia que una hija llamada Ermengarda, que legalmente no podía heredar nada. Técnicamente, el heredero natural era Luis el Germánico, pues era el mayor de los hijos de Ludovico Pío, pero la pugna entre emperadores y Papas sobre quíen tenía autoridad para nombrar a quién había sido ganada por los Papas (gracias a Ludovico Pío). Así pues, la decisión última correspondía a Juan VIII. Sin embargo, una cosa era quién debía decidir y otra quién podía hacerlo. Carlos el Calvo se apresuró a tomar Provenza y desde allí avanzó hasta Roma con un ejército. Hizo saber a Juan VIII que, además de sus soldados, llevaba consigo una suma considerable de dinero, así que el Papa decidió invitarlo a entrar en Roma. Luis el Germánico perdió así la oportunidad de recibir el título imperial y, lo más importante, los territorios de Luis II. Tal vez perdió la ventaja porque dio por hecho que iba a ser elegido por el Papa sin más discusión, o bien porque las constantes rebeliones de sus hijos le impidieron dirigirse a Italia como había hecho su hermanastro. El caso es que Juan VIII coronó emperador a Carlos el Calvo el día de navidad, justo setenta y cinco años después de la coronación de Carlomagno.

Por otra parte, Carlomán, el hijo mayor de Luis el Germánico trató de presionar a Juan VIII para que lo nombrara Rey de Italia, y empezó a intrigar con la ayuda de Engelberga, la viuda del emperador Luis II, pero Juan VIII se apresuró en coronar como Rey de Italia al emperador Carlos el Calvo. Éste dejó Italia al cuidado de su cuñado Bosón, al que nombró duque de Borgoña.

En cuanto a Luis el Germánico, que hubiera perdido la inciativa no significaba que tuviera que perderlo todo: preparó la guerra, pero murió seis meses después, en 876. Carlos aprovechó la ocasión para apoderarse de la parte de Lorena que había tenido que cederle años atrás, pero Luis el Joven reaccionó rápidamente y se enfrentó a Carlos en Calvo en Andernach, en el Rin medio, donde obtuvo una victoria. El reino de Luis el Germánico se dividió entre sus tres hijos: Carlomán se convirtió en rey de Baviera, Luis el Joven en rey de Sajonia y Carlos el Gordo en rey de Alamania.

Mientras tanto Alfredo de Wessex obtenía una segunda victoria naval frente a los daneses, aprovechando que una tormenta dañó la flota enemiga.

En 877 Engelberga, la viuda del emperador Luis II, urdió una nueva conspiración contra el Papa Juan VIII, esta vez con la ayuda de Formoso, el obispo de Porto, al tiempo que los sarracenos reanudaban sus ataques. El Papa llamó en su ayuda a Carlos el Calvo, pero éste murió en el camino. Su hijo Luis el Tartamudo se convirtió en Luis II, rey de Francia Occidental. Éste, que hasta entonces había sido rey de Aquitania, no nombró un nuevo rey para este territorio, pero mantuvo al duque Bernardo, por lo que Aquitania pasó a ser definitivamente un ducado. Poco después el duque de Spoleto y el marqués de Toscana expulsaron de Roma a Juan VIII, que tuvo que refugiarse en la corte de Luis el Tartamudo. Italia seguía gobernada por Bosón, y Engelberga logró que se casara con su hija Ermengarda.

Juan VIII tenía que elegir al nuevo emperador. La elección más sencilla hubiera sido Luis el Tartamudo, el único hijo vivo de Carlos el Calvo y actual protector del Papa, pero necesitaba a alguien poderoso que le ayudara a recuperar el dominio de Roma, así como a enfrentarse a los sarracenos. Según estas consideraciones Luis el Tartamudo no era un buen candidato. Era débil y enfermizo, y no especialmente poderoso. Por esta época Luis el Joven se quedó definitivamente con la parte de Lorena que Carlos el Calvo le había intentado arrebatar. Así pues, Juan VIII decidió demorar lo más posible la elección del nuevo emperador.

Ese año murió san Ignacio, el Patriarca de Constantinopla, y el emperador Basilio I puso de nuevo en el cargo a su rival, Focio, pero no le permitió adoptar posturas extremas contra Roma. También murió Juan Escoto Eriúgena. El rey escocés Constantino I vivió luchando contra los vikingos y murió luchando contra ellos. Fue sucedido por su hermano Aodh, pero su reinado no duró más de un año y no está claro qué pasó después.

El duque Bernardo de Septimania se rebeló contra Luis el Tartamudo. Al parecer era hijo del Guillermo que también se había rebelado contra Carlos el Calvo, a raíz de lo cual los condes Sunifredo y Suñer habían perdido sus dominios en la marca hispánica. Ahora sucedió lo contrario: el conde Wifredo el Velloso y sus hermanos (Miró, Riculfo, Radulfo y Sunifredo) se enfrentaron a Bernardo en apoyo del rey. En 878 éste recompensó sus servicios otorgando a Wifredo el Velloso los condados de Barcelona y Gerona y a Miró el condado de Rosellón. Poco después Wifredo segregó del condado de Gerona el condado de Besalú, que entregó a Radulfo. Riculfo y Sunifredo eran clérigos, así que no reclamaron posesión alguna. De todos modos Sunifredo ayudó a Wifredo en el gobierno de sus dominios. En los años siguientes Wifredo se dedicó a repoblar muy densamente sus dominios.

Uno de los caudillos daneses más poderosos de Inglaterra era Guthrum, que se dispuso a acabar definitivamente con la resistencia de Wessex. A principios de año, el rey Alfredo estaba en Chippenham, ceca del Támesis. Los daneses lograron acercarse sigilosamente a las murallas de la ciudad sin ser advertidos (al parecer, porque los sajones seguían celebrando la navidad y el año nuevo). Cuando los daneses forzaron las puertas y entraron ya era demasiado tarde. Efectuaron una matanza y Alfredo tuvo que huir acompañado de unos pocos hombres. Tuvo que refugiarse en los bosques y marismas de Sommerset, al sur del canal de Brístol, mientras los daneses completaban la conquista de Inglaterra. Sin embargo, cinco meses después Alfredo había reunido un ejército con el que logró pillar por sorpresa a Guthrum y lo derrotó en Edington, al sur de Chippenham. Finalmente, Guthrum se encontró sitiado en una pequeña fortaleza, donde Alfredo le dio a elegir entre negociar o morir de hambre. Guthrum aceptó la negociación y Alfredo no fue muy exigente. Sólo pidió que Guthrum evacuase Wessex y a cambio reconocería la soberanía danesa en el resto de Inglaterra. No obstante, Alfredo insistió además en que Guthrum debía convertirse al cristianismo, y Guthrum aceptó. Se bautizó con el propio Alfredo como padrino. Con esta condición, aparentemente fuera de lugar, Alfredo demostró su gran visión política: una Inglaterra dividida en una mitad cristiana y otra pagana se habría destrozado en luchas continuas, mientras que si los daneses se convertían al cristianismo no tardarían en asimilar la cultura sajona, y la vida en Wessex no iba a cambiar mucho por que sus vecinos fueran anglos o daneses. Naturalmente, Alfredo contaba con que la mayoría de los daneses seguirían a su caudillo en la conversión, como en efecto sucedió. Quedaron algunos grupos de daneses independientes que conservaron el paganismo, pero sólo causaron molestias menores y a la larga se extinguieron.

El territorio gobernado por Alfredo, que no sólo comprendía Wessex, sino también Sussex, Kent, y parte de Mercia (la frontera se fijó según el curso de los ríos Dee y Támesis) siguió llamándose Inglaterra, mientras que la parte danesa fue conocida como el Danelaw, esto es, el territorio sujeto a las leyes danesas. Alfredo, que había recuperado media Inglaterra en unos meses cuando todo parecía perdido, fue conocido como Alfredo el Grande. Alfredo puede ser considerado como el primer rey de Inglaterra (pese a que su reino no abarcaba todo el territorio que hoy llamamos Inglaterra), pues con la invasión danesa la heptarquía había llegado a su fin. En realidad, el Danelaw no tardó en fragmentarse en núcleos de poder independientes, pero estas divisiones no tenían nada que ver con los antiguos reinos anglos y sajones.

Ese mismo año murió tras más de treinta años de reinado, el rey galés Rhodri Mawr (el grande), que a través de conquistas sucesivas había logrado unificar los pequeños reinos galeses, a la vez que impidió la invasión danesa. Sin embargo, a su muerte sus tres hijos se repartieron el reino y Gales volvió a quedar dividido y débil.

En Escocia, el rey Constantino I había muerto el año anterior dejando, al parecer, un hijo pequeño, y ahora dos rivales se disputaban el trono.

La tregua pactada entre Muhammad I y Alfonso III el Magno había concluido, y ambos monarcas habían aprovechado el tiempo para fortalecerse. Muhammad I envió una expedición contra el reino asturiano que resultó ser un fracaso. Mientras tanto Alfonso III, en alianza con abd al-Rahmán ibn Marwán, marchó hacia Toledo, cruzó el Guadiana cerca de Mérida y derrotó a un ejército de Muhammad I.

El Imperio Bizantino supo aprovechar la decadencia del califato abasí para hacer progresos en Asia Menor. Lo peor era la flota de los musulmanes asentados en Creta. En Sicilia hizo progresos y pareció que la isla volvería a ser bizantina en breve, pero luego hubo un cambio de suerte y los aglabíes tomaron Siracusa, tras lo cual los bizantinos sólo pudieron mantener algunos puntos de la costa. El fortalecimiento de los sarracenos inquietó al Papa Juan VIII. El enfermizo Luis el Tartamudo murió en 879 con sólo treinta años de edad.

El Papa Juan VIII todavía no había elegido al nuevo emperador y apenas podía retrasar la decisión por más tiempo. Luis el Tartamudo había dejado dos hijos adolescentes, Luis III y Carlomán, que reinaron conjuntamente, y un hijo póstumo llamado Carlos. Por otra parte estaban los tres hijos de Luis el Germánico. Carlomán, que ya había intentado convertirse en Rey de Italia a la muerte del emperador Luis II, se dirigió a Roma con el mismo propósito que había llevado a visitar la Ciudad Eterna a Carlos el Calvo unos años antes. El poder efectivo en Italia seguía ejerciéndolo Bosón, el duque de Borgoña. Su esposa Ermengarda se alió con Carlomán y éste logró que algunas autoridades religiosas proclamaran a Bosón rey de Borgoña. Con ello Carlomán tuvo el campo libre en Italia, pero Juan VIII no quiso precipitarse en su decisión y durante algún tiempo logró dar largas a su invitado. Luis el Joven aprovechó la ausencia de su hermano para ocupar Baviera. Entre tanto la iglesia franca se extendía por Moravia y los obispos recelaban de la liturgia eslava creada por san Cirilo y su hermano Metodio. El Papa llamó a Roma a éste último y nuevamente aprobó su doctrina, como ya lo había hecho su antecesor. Metodio marchó a Moravia.

Tras la muerte del Emir saffarí Yaqub al-Saffar, le sucedió su hermano Amr ibn al-Layt, que extendió notablemente los dominios saffaríes. También murió Riúrik, el primer príncipe Ruso, y fue sucedido por un pariente llamado Oleg.

El Emir Muhammad I envió una flota contra las costas gallegas, pero fue destruida por una tormenta.

Ese año murió también el conde Balduino I de Flandes, que fue sucedido por su hijo Balduino II.

En 880 Carlomán enfermó en Roma y murió poco después. Carlos el Gordo se convirtió en rey de Italia. Su hermano Luis el Joven estaba dedicado a hacer la guerra en el norte contra los hijos de Luis el Tartamudo, Carlomán y Luis III. Algunos nobles de Francia Occicental le alentaron para que interviniera y debilitara aún más a los dos débiles hermanos en beneficio de una mayor independencia de la nobleza. Con tales apoyos, Luis el Joven no tuvo dificultad en apoderarse de toda Lorena. Carlomán y Luis III decidieron finalmente repartirse (lo que les quedaba de) su reino: A Carlomán le correspondió Borgoña y Aquitania, mientras que Luis III se quedó con Neustria.

Juan VIII comprendió que ninguno de los monarcas carolingios que quedaban podría defender a Roma de los sarracenos, mientras que los bizantinos eran cada vez más fuertes, así que no tuvo más remedio que iniciar un acercamiento y reconoció a Focio como Patriarca de Constantinopla. De todos modos, nunca consintió en conceder que la verdadera religión cristiana pudiera seguir siendo la misma si se viera desprovista de la palabra filioque.

Ese mismo año murió Bruno, el duque de Sajonia, y fue sucedido por su hermano Otón, que hasta entonces había sido conde de Turingia.

El fin del Reino Medio
Índice Carlos el Gordo

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