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El reinado del emperador Anastasio I fue tranquilo.
En
lo tocante a la política exterior se limitó a contener a
los búlgaros y a los persas y a mantener relaciones
diplomáticas
más o menos torpes con los reinos de occidente. Se
concentró
en la administración del Estado y logró acumular un gran
tesoro público. Mandó construir una muralla alrededor de
Constantinopla, conocida como la Muralla de Anastasio.
También
decidió disolver la guardia isauria que había creado
León
I, pues estaba adquiriendo demasiado poder. Esto le supuso una guerra
en
Isauria. Pero los auténticos problemas empezaron a surgir en 513,
cuando Vitaliano, el general que comandaba los ejércitos
de Tracia, marchó sobre Constantinopla para exigir a Anastasio
que
cesara en su apoyo al monofisismo y defendiera el catolicismo. Obtuvo
algunas
promesas, pero como se quedaron sólo en eso en 514
volvió a la capital, pero ahora secundado por tropas
búlgaras,
a las que se suponía que tenía que combatir. Anastasio
logró
apaciguarlo nuevamente.
Ese año murió el Papa san Símaco, y esta vez no hubo disensiones en cuanto a la sucesión. Se nombró Papa a Hormisdas, que resultó ser un enconado defensor del catolicismo frente al monofisismo. Por esta época vivía en un monasterio de Roma un monje de origen sirio llamado Dionisio el Exiguo, que se dedicó a traducir del griego numerosos textos religiosos orientales, algunos por encargo del Papa. En 515 murió la Emperatriz Ariadna, que al parecer había influido en Anastasio I en favor del monofisismo. Ahora el emperador decidió que tal vez una política en favor del catolicismo aquietaría los ánimos en la capital al tiempo que le permitiría mejorar las relaciones con occidente. Pronto inició una serie de contactos con el Papa y otros nobles italianos. En 516 murió Gundebaldo, el rey de Borgoña, y fue sucedido por su hijo Segismundo, yerno de Teodorico I. Tras su conversión al catolicismo, tomó medidas contra los arrianos. Fundó el monasterio de San Mauricio para consolidar el catolicismo y reunió un concilio que condenó el arrianismo. En 518 murió el emperador Anastasio I. No había un heredero evidente, y la única fuerza armada dentro de la capital estaba al mando de un general llamado Justino. Cuando sus soldados lo proclamaron emperador, nadie se atrevió a oponerse. Provenía de una familia de campesinos macedonios, era un rudo soldado sin instrucción, y no hubiera durado mucho si no hubiera sido por la ayuda de su competente sobrino, Justiniano. Justiniano supo eliminar a todos los enemigos de su tío y hacerlo popular. Justiniano llevó adelante una política procatólica y persiguió acerbamente el monofisismo y cualquier otra herejía. Pese a ello, el general Vitaliano volvió a rebelarse, pero nuevamente fue aplacado con más concesiones. Finalmente, las Iglesias de Roma y Constantinopla llegaron a un acuerdo. En 519 el Papa y el Patriarca firmaron el Formulario de Hormisdas, que reconocía la unidad de la Iglesia Católica. El acuerdo contaba con el beneplácito imperial y, teóricamente, también con el de Teodorico I, si bien el ostrogodo se sentía cada vez más intranquilo, pues la población italiana mostraba cada vez más abiertamente su disgusto ante el arrianismo ostrogodo. En 520 Vitaliano fue nombrado cónsul, pero poco después fue asesinado. Al parecer, Justiniano ya se había cansado de sus exigencias. El rey Segismundo de Borgoña estaba casado con una hija de Teodorico I, pero ésta murió y entonces contrajo segundas nupcias con una hija de Thierry I, el rey de Austrasia, hijo de Clodoveo I. Esta nueva esposa convenció a Segismundo de que su hijo Sigerico conspiraba contra él, así que Segismundo lo estranguló. Al conocer la muerte de su nieto, Teodorico I decidió vengarse y se alió con los tres hermanos de Thierry I. Entre todos invadieron Borgoña en 523 y Clodomiro mató a Segismundo (al parecer, lo arrojó a un pozo junto con su mujer y su hijo). Teodorico I se anexionó algunos territorios de Borgoña y recuperó el tesoro visigodo del que se había apropiado Gundebaldo, tras lo cual se retiró de la guerra, pero ésta continuó entre francos y burgundios. Ese mismo año murió el rey vándalo Trasamundo, y fue sucedido por su hijo Hilderico. Tenía ya sesenta años y había pasado cuarenta de ellos en Constantinopla, así que su cultura era romana. Decretó la libertad de culto para los católicos y entabló buenas relaciones con Constantinopla. También murió el Papa san Hormisdas, que fue sucedido por Juan I. Boecio escribió su obra más famosa: la Consolación de la Filosofía, un diálogo entre el autor y la filosofía, representada como una diosa que acude a consolarlo. Tras la muerte de Segismundo, el trono de Borgoña pasó a su hermano Gundemaro, que vengó su asesinato derrotando y matando a Clodomiro en 524. Entonces, sus hermanos Clotario I y Childeberto I se pusieron de acuerdo en asesinar a todos los hijos de Clodomiro para repartirse su reino. Uno de ellos se salvó, gracias a unos sirvientes. Se llamaba Clodoaldo, pero no intentó hacer valer sus derechos al trono. En su lugar, se dedicó a la vida religiosa. Años más tarde fundó un monasterio y tras su muerte fue canonizado. La antigua Nubia se encontraba ahora dividida en dos reinos: el
más septentrional, al sur de Egipto, era el reino de Nobatia, que se extendía
entre la primera y la tercera catarata del Nilo, con capital en Paras; y al sur estaba el reino de Makuria, con capital en Dongola. Aún más al
sur había surgido el reino de Alodia,
con capital en Soba. En los últimos años Abisinia se había expandido hacia el norte, hacia Nubia, y ahora, bajo el rey Kaleb, se lanzó a conquistar nuevamente el Yemen, teóricamente para ayudar a la población cristiana, perseguida por los reyes de Himyar durante los últimos cien años. El Yemen se convirtió pronto en un virreinato abisinio. El emperador Justino había decretado severas medidas contra el arrianismo, medidas que algunos notables italianos querían poner en vigor también en Italia. Teodorico I se sintió furioso (y con razón: él había dado todas las facilidades al catolicismo, y ahora se encontraba con la intransigencia más dura contra el arrianismo). Hizo asesinar a algunos aristócratas acusados de traición. Boecio defendió a uno de los inculpados, el senador Albino, y el resultado fue que él mismo fue inculpado y torturado hasta la muerte. Teodorico I intentó negociar una vez más, y en 525 envió a Constantinopla al Papa Juan I con la misión de persuadir al emperador de que suavizara su política religiosa. Justino recibió al Papa con todos los honores, e incluso le pidió que lo coronara, ya que sólo había sido coronado por el Patriarca de Constantinopla. Respecto a lo de abandonar el fanatismo, no se habló nada. A su regreso a Ravena, en 526, Teodorico I lo encerró en prisión, donde no tardó en morir, y él mismo eligió como sucesor de san Juan I a Félix IV (para algunos Félix III). Teodorico I murió poco después. Había decidido que su reino pasara a manos de su nieto Atalarico, que tenía sólo diez años, así que su madre Amalasunta ejerció de regente. Nombró primer ministro a Casiodoro, que fue el que gobernó en la práctica. No obstante, Teodorico I también había estipulado que el reino visigodo quedara en manos de su otro nieto, Amalarico, que entonces tenía ya veinticuatro años, con lo que terminó la regencia del general ostrogodo Teudis. Amalarico estableció la capital del reino en Sevilla. Ante estos hechos, los reyes francos Clotario I y Childeberto I firmaron la paz con el rey Gundemaro de Borgoña y, en alianza con Thierry I, atacaron la Provenza, precisamente donde Amalarico había instalado la corte. Tras ser derrotado, Amalarico tuvo que ceder la Provenza a Atalarico cambio del tesoro real visigodo. Las posesiones visigodas en la Galia se redujeron a la Septimania. En 527 el emperador Justino nombró coemperador a Justiniano y murió poco después. Justiniano se había casado cuatro años antes con Teodora, que fue coronada Emperatriz al mismo tiempo que él. Entre ambos cónyuges hubo siempre una discrepancia: Justiniano era radicalmente católico y Teodora sentía simpatías por el monofisismo. En 528 Justiniano nombró una comisión de diez hombres para reorganizar el sistema legal, al frente de la cual puso a Triboniano, un jurista muy capaz. En 529 estaba terminado el Código de Justiniano, formado por doce tomos con 4.562 leyes, que constituyó la principal referencia jurídica de los siglos siguientes. El código era conservador y se ajustaba a las tradiciones en la medida de lo posible. Establecía que el emperador tenía poder absoluto y que su palabra era ley, facilitaba la manumisión de esclavos y la venta de tierras, protegía a las viudas y a los niños. Por otra parte, con las nuevas leyes el sacrificio a dioses paganos podía comportar la pena de muerte y el converso al cristianismo que recaía en el paganismo era condenado a la decapitación. A los judíos les prohibía tratar de convertir cristianos o tenerlos como esclavos. Ese mismo año Justiniano decretó el cierre de la Academia que Platón había fundado en Atenas más de ochocientos años antes. Benito de Nursia, en su retiro en el desierto de Subiaco, no había tardado en adquirir fama de santidad, y tuvo numerosos seguidores a los que había organizado en doce monasterios de doce miembros cada uno. Su comunidad entró en conflicto con Florencio, sacerdote de una iglesia vecina, y finalmente Benito decidió abandonar el lugar y fundó un gran monasterio en Montecassino, al sudeste de Roma, sobre las ruinas de un templo pagano. El monasterio se rigió por una regla redactada por el propio Benito, y no tardó en ser adoptada por otros monasterior, convirtiéndose en el modelo del monacato occidental. Así surgió la llamada orden benedictina. La regla obligaba a la obediencia, la pobreza y la castidad, pero desalentaba el ascetismo inútil. Benito no quería que sus monjes fueran mendigos, vagabundos o masoquistas. En su lugar, los instaba a trabajar, ya fuera en los campos, ya en labores intelectuales. La disciplina era firme, el abad era elegido de por vida y su autoridad era absoluta. Cada monasterio tenía que autoabastecerse y ser un refugio para la laboriosidad y el saber. La guerra contra Persia continuaba. En general, los persas solían ganar las batallas a campo abierto, porque sus ejércitos eran más numerosos, así que la estrategia romana era evitar tales batallas. En su lugar, los romanos construían sólidas fortalezas fáciles de defender, con lo que al final ningún bando obtenía resultados definitivos y la frontera era siempre más o menos la misma. Sin embargo, en 530 destacó un joven general de veintiséis años llamado Belisario. Tras dirigir varios ataques por sorpresa en Armenia, obtuvo una sorprendente victoria en Dara, al norte de Mesopotamia, contra un ejército muy superior en cuanto al número de hombres. Tras la muerte del Papa san Félix IV fue elegido como sucesor Bonifacio II, de origen godo. Entre los argumentos destinados a confirmar la supremacía del Papa sobre cualquier otro obispo, ya estaba muy arraigada la teoría según la cual san Pedro fue el primer obispo de Roma. Se suponía que Jesucristo había confiado a san Pedro la dirección de la Iglesia (una iglesia que difícilmente podía el nazareno sospechar que se iba a formar), y que a su vez éste había transmitido el relevo a los subsiguientes obispos de Roma. La iglesia en que oficiaba el Papa se dedicó a san Pedro, y se suponía que en ella estaba enterrado el apóstol. Bajo el pontificado de Bonifacio II se publicó la primera parte del Liber Pontificalis, una colección anónima de biografías de los Papas desde san Pedro hasta Félix IV. Las biografías están noveladas y llenas de anacronismos. En realidad, de los primeros "Papas" que figuran en el libro ningún dato es fiable como no sea el nombre. La propia presencia de san Pedro en Roma es dudosa y, de ser cierta, difícilmente podría considerársele honestamente como primer obispo de la ciudad. En cualquier caso, lo cierto es que la lista del Liber Pontificalis determina la numeración oficial de los Papas. El buen trato que el vándalo Hilderico dispensaba a los católicos fue mál visto por sus hombres, uno de ellos, Gelimer, encabezó una rebelión de los mauritanos, derrocó a Hilderico, lo encarceló y se convirtió en el nuevo rey. Una nueva dinastía en el reino de Shampa reconoció la soberanía china, pero esta dependencia fue mal tolerada por la población. El reino de Fu-nan estaba en su apogeo. Dirigía una talasocracia que aunó diversos poderes locales unificados por la cultura budista y que mediaba en el comercio entre China y la India. En 531 murió el rey persa Kavad. Se sabía que su hijo mayor era partidario de la herejía de Mazdak, así que no se le permitió ascender al trono. El propio Kavad había empezado su reinado apoyando el Mazdakeísmo, pero fue depuesto y sólo se le dejó recuperar el trono cuando comprendió que el mazdeísmo era la religión verdadera. El nuevo rey fue un hijo menor de Kavad: Cosroes I, quien, para no dejar duda sobre su religiosidad, se apresuró a ejecutar a Mazdak. La herejía no desapareció totalmente, pero ya nunca tuvo relevancia. Cosroes I también tuvo que matar unos cuantos parientes para evitar una guerra civil, pero esto era casi una tradición ineludible de todo rey persa recién coronado. Ese mismo año murió Hermanfriedo, el último rey de Turingia. Al parecer, había pedido ayuda al franco Thierry I contra su hermano Baderico, pero luego se negó a pagarle su colaboración. Entonces Thierry I se unió a su hermano Clotario I y a los sajones que habitaban al norte de Turingia, derrotaron a Hermanfriedo y, habiéndolo llamado para parlamentar, lo arrojaron desde lo alto de unas murallas. Thierry I se anexionó la mayor parte de Turingia, mientras que la parte norte se la quedaron los sajones. Poco después, los sajones se convirtieron también en tributarios de Thierry I. Por otra parte, el rey visigodo Amalarico había tratado de mejorar sus relaciones con los francos casándose con Clotilde, hija de Clodoveo I, pero ella era católica y él la obligó a convertirse al arrianismo. Clotilde se quejó a sus hermanos, Clotario I y Childeberto I, quienes derrotaron a Amalarico cerca de Narbona. Los ejércitos francos penetraron en la península Ibérica siguiendo al rey visigodo, que se refugió en Barcelona, donde murió a manos enemigas. Los visigodos debieron de quedar satisfechos con la regencia del ostrogodo Teudis durante la minoría de edad de Amalarico, porque ahora lo eligieron rey. Ciertamente necesitaban un buen general, pues los francos estaban saqueando el noreste de la península y Teudis tuvo que enfrentarse a ellos. En 532 murió el Papa Bonifacio II y fue sucedido por Mercurio, pero como este nombre pagano no parecía apropiado para un Papa, decidió cambiárselo por el de Juan II, creando así el precedente por el que muchos Papas posteriores cambiarían su nombre al iniciar su pontificado. Éste fue el año en que Dionisio el Exiguo determinó (más o menos) el año de nacimiento de Jesucristo. Puesto que, según él, había nacido el 25 de diciembre, concluyó que la Inmaculada Concepción había tenido lugar el 25 de marzo, así que propuso considerar este día como el primero del año. La fecha de principio de año ya era una cuestión polémica, pues había quien seguía la tradición más antigua de considerar como tal el 21 de marzo, mientras que otros seguían la propuesta de Julio César y tomaban como primero de año el 1 de enero. A partir de ahora había una tercera fecha en discordia. El rey franco Clotario I reanudó la guerra contra el burgundio Gundemaro, al que no tardó en sitiar en Autun. En Constantinopla, los enfrentamientos entre los verdes y los azules eran cada vez más violentos. Los más belicosos eran los verdes, pues eran monofisitas y el gobierno ahora era católico. Además, algunas personalidades de la capital financiaban sus alborotos por diversos fines. Por ejemplo, dos sobrinos del emperador anterior, Anastasio, estaban resentidos contra la usurpación de Justino y ahora trataban de derrocar a Justiniano. Parece ser que también el jurista Triboniano tenía intereses para apoyar las revueltas. Durante un festival en el hipódromo los verdes gritaban quejas al emperador, que permanecía en silencio. Finalmente Justiniano hizo que un pregonero les ordenara callar. Como no hicieron caso, mandó que les insultaran. Éstos se enfurecieron más aún y se produjo un diálogo entre el emperador y los verdes que no quedó muy digno para el monarca. Los verdes tomaron las calles y empezaron a incendiar la ciudad al grito de nika! (victoria), por lo que el incidente se conoce como la insurrección Nika. Justiniano tuvo que refugiarse en su palacio, que era una fortaleza. En las calles, algunos ciudadanos coronaron emperador a uno de los sobrinos de Anastasio. En palacio estaba también Belisario, pues el año anterior había sufrido una derrota ante Cosroes I y había sido llamado a la capital. El palacio tenía una salida al Bósforo, Justiniano decidió embarcar cuantas riquezas pudieran y huir de la ciudad, pero entonces Teodora replicó (según se cuenta): "Ahí están tus naves. Por mi parte, me adhiero a la máxima de los tiempos antiguos de que el trono es un glorioso sepulcro". Ante tanta determinación, el orgullo pudo con Justiniano y decidió quedarse. Consultó a Belisario y éste consideró que podía hacerse cargo de la situación. Tenía unos tres mil soldados, que llevó discretamente al hipódromo, donde los verdes se habían reunido para celebrar la victoria. Probablemente estaban medio borrachos. Los soldados atacaron por sorpresa y en poco tiempo lograron acabar con los amotinados, unas treinta mil personas. Los sobrinos de Anastasio fueron ejecutados y Triboniano depuesto de sus cargos. Constantinopla estaba ahora a los pies de Justiniano. En los disturbios Constantinopla había
sufrido
graves daños y era necesaria una reconstrucción.
Justiniano
encomendó la tarea a dos arquitectos: Isidoro de Mileto
y
Antemio
de Tralles, que en el curso de varios años remodelaron
drásticamente
la ciudad. Además de hermosas iglesias, palacios y obras de
arte,
Constantinopla disponía de hospitales gratuitos, lugares de
beneficencia
para los pobres, brigadas contra incendios, alumbrado público,
alcantarillado,
suministro de agua, así como cisternas con agua de reserva y
graneros
para usarlos en caso de asedio. Era sin duda la ciudad mejor organizada
del mundo, y su población ascendía a unos seicientos mil
habitantes. En algunos momentos de su historia llegó hasta el
millón.
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