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Bajo Ptolomeo II, Egipto siguió floreciendo.
El
nuevo rey se preocupó aún más que su padre por la
economía egipcia. El sistema de canales se hizo mucho más
eficaz. Puso de nuevo en funcionamiento el canal que unía el
Nilo
con el mar Rojo, exploró el Alto Nilo, fundó ciudades en
ambas orillas del mar Rojo para proteger el comercio, modificó
la
política sobre el lago Moeris: en lugar de mantener alto el
nivel
del agua, lo drenó parcialmente y dispuso una amplia red de
canales
para regar el suelo que había quedado al descubierto. La
población
de la zona aumentó, al igual que las ciudades. Para proteger el
comercio por el Mediterráneo mandó construir una alta
torre
en el puerto de Alejandría, en la isla de Faros:
tenía
una base cuadrada de unos 25 metros de lado y su altura debía de
ser de más de 150 metros (algunos dicen que 250). Estaba
coronada
por una estatua del dios Poseidón, y en su cúspide se
mantenía
encendida una gran hoguera que por la noche se veía desde lo
lejos
y orientaba a los barcos. Otra obra monumental en la ciudad fue un
mausoleo
para Alejandro Magno, cuyos restos fueron trasladados desde Menfis.
También continuó la política de
mecenazgo
de su padre. Persuadió a un sacerdote llamado Manetón
para que escribiera una historia de Egipto en griego. Por desgracia la
obra no se conserva, pero las referencias a ella por parte de otros
autores
son una de las mejores fuentes que tenemos de la historia del
país.
La biblioteca de Alejandría siguó
creciendo.
Entre los numerosos científicos que acogió estaba Euclides,
del que no sabemos gran cosa, salvo que vivió en el siglo III,
pero
escribió un tratado en el que exponía la
aritmética
y la geometría griegas de forma sistemática y siguiendo
un
método axiomático que ha sido considerado perfecto
durante
miles de años, y hasta hace poco seguía usándose
como
libro de texto fundamental.
Otra figura ilustre de la época fue Aristarco
de Samos, que midió la distancia relativa de la Tierra a la
Luna y al Sol. Su teoría era correcta, pero, como no
disponía
de instrumentos de medida adecuados, concluyó que el Sol
está
veinte veces más lejos que la Luna (cuando en realidad
está
400 veces más lejos). De aquí llegó a la
conclusión
de que el Sol tiene un diámetro siete veces mayor que el de la
Tierra
(en realidad es 100 veces mayor). Lo importante es que a partir de
estos
datos Aristarco consideró poco creíble que el Sol gire
alrededor
de la Tierra, y pensó que era más razonable suponer que
la
Tierra y los demás planetas giran alrededor del Sol.
Desgraciadamente,
las ideas de Aristarco no fueron compartidas por sus
contemporáneos
y fueron olvidadas.
En 280 Rodas
terminó
la construcción de la estatua con la que se propuso conmemorar
su
resistencia
al sitio de Demetrio años atrás. Se trataba de una imagen
del dios del Sol, que al parecer era el que les había salvado.
Pasó
a ser conocida como el coloso de Rodas, pues medía unos
35
metros de alto y estaba situada en el puerto, de modo que podía
verse desde lo lejos.
Pero
el acontecimiento más interesante que estaba a punto de tener
lugar
era el enfrentamiento entre los dos ejércitos más
sofisticados
del mundo: la legión romana y la falange macedónica. Ese
mismo año Pirro desembarcó en Italia con 25.000 soldados
y 20 elefantes en auxilio de Tarento. Al contrario que Alejandro de
Épiro
y Agatocles, Pirro supo manejar a los Tarentinos. Cerró los
teatros
y otras sociedades de ocio y empezó a entrenar a los ciudadanos.
Envió a Épiro a los que más protestaron y eso
acalló
a los restantes. Ese mismo año se dispuso a enfrentarse a los
romanos.
Preparó el terreno para la falange cerca de la ciudad de Heraclea,
a mitad de camino entre Tarento y Thurii.
Los romanos atacaron, pero cuando Pirro lanzó
contra
ellos a los elefantes tuvieron que retirarse. Los romanos habían
quedado desconcertados, por no decir aterrorizados, frente a unos
animales
que nunca habían visto. Los llamaron "bueyes lucanos". Sin
embargo,
Pirro paseó por el campo de batalla y observó que todos
los
muertos tenían las heridas delante. Todos habían muerto
peleando.
No se retiraron hasta que no recibieron la orden de hacerlo y,
aún
así, supieron hacerlo en buen orden, sin dejarse llevar por el
pánico.
Los samnitas recibieron con júbilo las
noticias
de la derrota romana, e inmediatamente se unieron a Pirro. Sin embargo,
Pirro no veía las cosas tan claras. Envió a Roma a un
orador
griego, Cineas, para concertar una paz razonable. Cineas
habló
ante el senado, y su discurso estuvo a punto de convencer a los
senadores,
pero entonces apareció Apio Claudio Caecus, el viejo censor
ciego,
tan débil que tuvieron que llevarle hasta el senado, pero
habló
muy claramente: nada de paz mientras un solo soldado extranjero
permaneciera
en Italia. Claudio infundía un gran respeto, y el senado
aceptó
inmediatamente su posición. Cineas tuvo que marcharse y Pirro
tuvo
que combatir. Marchó hacia la Campania, tomando ciudad tras
ciudad,
y llegó a 40 kilómetros de Roma, pero no pudo conmover la
lealtad de las ciudades latinas, así que tuvo que volver a
Tarento
para pasar el invierno.
Durante el invierno, Roma envió una embajada
para
negociar la liberación de unos prisioneros romanos. A la cabeza
estaba Cayo Fabricio, que había sido cónsul dos
años
antes. Pirro recibió a Fabricio con grandes honores y
trató
de convencerlo para que abogara por la paz ante el Senado. Le
ofreció
sumas de dinero cada vez mayores, pero Fabricio las rechazó
todas.
Se cuenta incluso que hizo llevar un elefante a su espalda y le
hicieron
bramar, pero a Fabricio no se le movió un músculo.
Impresionado,
Pirro decidió liberar a los rehenes sin rescate alguno (esto lo
cuentan los romanos, así que puede que no sea cierto).
También cuentan que el verano siguiente el
médico
de Pirro acudió secretamente al campamento romano y propuso
envenenar
a Pirro a cambio de un dinero, pero Fabricio lo hizo apresar y se lo
entregó
a Pirro.
En 279 Pirro se
enfrentó
nuevamente a los romanos. Eligió un terreno llano junto a la
ciudad
de Ausculum, a unos 160 kilómetros al norte de Tarento.
Uno
de
los cónsules era entonces Publio Decio Mus, hijo y nieto
de los que se inmolaron para derrotar a los latinos y a los galos,
respectivamente.
También éste decidió hacer lo mismo, pero esta vez
los dioses ya debían de estar cansados del número, porque
los romanos no supieron vencer a la falange, y cuando Pirro
lanzó
a sus elefantes tuvieron que retirarse una vez más.
Sin embargo, el ejército de Pirro
sufrió
muchas bajas, especialmente entre los hombres que había
traído
consigo. Esto era grave, pues no podía confiar plenamente en los
tarentinos, ni mucho menos en los italianos. Su ejército estaba
tan mermado que cuando los romanos se retiraron optó por no
perseguirlos.
Cuando alguien le felicitó por la victoria dijo "Otra victoria
como
ésta y volveré a Épiro sin un solo hombre". Desde
entonces se usa la expresión "victoria Pírrica",
para
referirse a una victoria a un coste que no compensa.
Pirro no podía esperar refuerzos de su
país,
pues mientras tanto una horda de galos había descendido sobre
Macedonia
y Épiro. Ptolomeo Ceraunos murió tratando de defender
Macedonia
y durante unos pocos años el país no tuvo gobernante.
Cada
ciudad se las arreglaba como podía para defenderse de los
pillajes
galos. De hecho, Pirro hubiera hecho bien en volver a Épiro a
defender
su país, pero no quiso dejar a medias lo que había
empezado.
Tras la muerte de Ptolomeo Ceraunos, su viuda y
hermanastra,
Arsinoe, volvió a Egipto, donde se convirtió en la
segunda
esposa de su hermano Ptolomeo II. Desde entonces fue conocida como Arsinoe
Filadelfo (la que ama a su hermano). Tras su muerte, también
Ptolomeo II fue conocido como Ptolomeo II Filadelfo. Casarse
con
una hermana era tradición entre los reyes de Egipto, y parece
ser
que Ptolomeo II quiso continuar esta tradición como un rasgo
más
de integración entre las culturas griega y egipcia. Ahora
Ptolomeo
II estaba casado con dos mujeres llamadas Arsinoe. Se produjo una
rivalidad
entre ambas y la primera (la hija de Lisímaco) terminó
tomando
parte de un complot, por lo que fue desterrada. Por su parte, la otra
Arsinoe
dio nombre a varias ciudades y tras su muerte fue divinizada como Afrodita
Zefiritis.
Siracusa pidió ayuda a Pirro. Por una parte
estaba
la antigua amenaza de Cartago, pero además por Sicilia
seguían
vagando los mamertinos, los soldados que Agatocles había llevado
de Italia y que ahora se dedicaban al pillaje. Pirro debió de
ver
aquí una buena excusa para cambiar de aires durante un tiempo y
partió hacia Sicilia. Allí libró una guerra de dos
frentes: acorraló a los cartagineses en Lilibeo, en el extremo
occidental
de la isla y a los mamertinos en Messana, en el extremo
septentrional.
En 278, los galos que
habían
invadido Macedonia avanzaron hacia el sur, a la misma Grecia. Atenas
estuvo
al frente de la defensa griega una vez más. Esta vez a su lado
no
estaba Esparta, sino Etolia, la región situada al
suroeste
de la península, que había tenido escasa importancia
durante
todo el periodo helénico, pero que ahora empezaba a tenerla.
Atenienses
y Etolios esperaron a los galos en las Termópilas.
Sucedió
casi como la otra vez: los griegos resistieron firmemente, hasta que
unos
traidores enseñaron a los extranjeros el paso por las
montañas.
Pero ahora los griegos estaban al corriente de esta posibilidad y sus
tropas
pudieron ser evacuadas por mar. Los galos siguieron hacia el sur y se
acercaron
a Delfos, donde a lo largo de los siglos se habían acumulado
innumerables
tesoros que ningún griego habría osado tocar. De
algún
modo, los galos fueron derrotados. No se sabe muy bien lo que
sucedió,
pues los griegos atribuyeron la victoria a la intervención
divina.
Es posible que al ver Delos amenazado todos se hubieran dispuesto a
combatir
a cualquier precio. El caso es que los galos abandonaron Grecia, y
pasaron
a Tracia.
La región que comprende la costa noroeste de
Asia
Menor, al oeste del reino del Ponto y al norte del reino de
Pérgamo,
se conocía como Bitinia. Esta región era
prácticamente
independiente en los últimos años del Imperio Persa, y
Alejandro
nunca envió un ejército allí. Bajo Seleuco I, su
gobernador,
Zipetes,
conservó dicha autonomía, aunque formalmente Bitinia
formaba
parte del Imperio Seléucida. Hacía un año que
Zipetes
había muerto y había sido sucedido por su hijo Nicomedes,
que ahora decidió convertirse en Nicomedes I, rey de
Bitinia.
Su situación no era muy fuerte, no sólo por la obvia
oposición
de Antíoco I, sino porque el trono tenía otros
pretendientes.
En busca de ayuda, invitó a una tribu gala de las que estaban
por
Tracia a pasar a Asia Menor. Pero los galos, después de cumplir
su cometido, resultaron incontrolables: se dedicaron al pillaje como
habían
hecho en Grecia y se convirtieron en una pesadilla.
En 277 murió el
más
célebre poeta de la China antigua. Se llamaba Qu Yuan, y
fue ministro del estado de Chu, pero fue destituido por una calumnia y
terminó arrojándose a un río. Su obra se conserva
como una gran parte de la antología Elegías del
país
de Chu, en la que destaca el poema Lisao (dolor de la
lejanía).
Mientras tanto Roma selló una alianza con
Cartago
contra Pirro. Mientras Pirro estaba en Sicilia, los romanos
habían
hecho grandes progresos en Italia, así que en 276
los tarentinos le pidieron que volviera. Así lo hizo y
avanzó
hacia el noroeste. Mientras tanto, Macedonia lograba unirse bajo un
nuevo
rey. Era Antígono Gonatas, (el patizambo), un hijo de
Demetrio
Poliorcetes que había quedado en Macedonia tras su cautiverio.
Había
pasado un tiempo estudiando en Atenas con Zenón, el estoico,
pero
luego volvió a su país para hacer frente a los galos.
Finalmente
logró hacerse con el trono.
Ese mismo año estalló una guerra entre
Antíoco
I y Ptolomeo II, es la Primera Guerra Siria, en la que se
discutía
la frontera entre Siria (que formaba parte del imperio
Seléucida)
y Judea (que era egipcia). En esta época, las guerras entre los
reinos helenísticos eran más bien tácticas. Los
dos
bandos valoraban demasiado sus ejércitos como para ponerlos a
luchar.
Se trataba de un juego de toma de posiciones más que otra cosa,
y había poca sangre.
En 275 se produjo un
nuevo
encuentro entre la legión y la falange, pero esta vez los
romanos
ya contaban con ideas para resolver el problema. Atacaron en un lugar
montañoso,
sin permitir que Pirro eligiera un llano como las veces anteriores.
Además,
antes de atacar lanzaron flechas con cera ardiendo en las puntas contra
los elefantes, que retrocedieron ante el fuego y rompieron las
líneas
de Pirro. La falange no pudo constituirse adecuadamente y el
ejército
de Pirro fue totalmente derrotado. Decidió regresar a
Épiro
y dejó que los griegos del sur de Italia se las arreglaran como
pudieran contra Roma. Mientras tanto, Magas de Cirene se
casó
con Apama, hija de Antíoco I, entabló una alianza
con éste y obligó a Ptolomeo II a reconocer la
independencia
de Cirene.
En 274 Pirro
invadió
Macedonia y expulsó a Antígono, pero éste no tardo
mucho en recuperar el poder. Macedonia no tenía la fuerza
de antaño, pero Antígono se las arregló para
conservar
su independencia e incluso ejercer cierto dominio sobre Grecia.
También
logró ciertas victorias frente a Egipto que le valieron el
dominio
del Egeo.
En 272 terminó
la
Primera Guerra Siria. El resultado fue que Ptolomeo II extendió
su dominio sobre Fenicia y algunas partes más de Asia Menor.
Los romanos tomaron Tarento y se aseguraron de
destruir
toda su capacidad bélica, pero respetaron su independencia.
Ahora
todas las ciudades griegas del sur de Italia reconocían la
autoridad
de Roma, excepto Reggio, que ofreció resistencia durante
algún
tiempo. Por su parte, Pirro recibió una petición de ayuda
por parte de Cleónimo, un príncipe espartano que
trataba
de acceder al trono. Inmediatamente invadió el Peloponeso y
atacó
a Esparta. No tuvo dificultad en abatir a su ejército, pero una
vez más Esparta se salvó porque Pirro tuvo que ir a Argos
a atender otros asuntos. Allí murió, al parecer porque
una
mujer le arrojó una teja desde lo alto mientras él pasaba
por la calle. Fue sucedido por su hijo, que reinó como Alejandro
II.
En 270 los romanos
tomaron
Reggio, con lo que dominaban todo el sur de Italia. Tal vez Ptolomeo II
fue el primer griego, después de Pirro, que comprendió
que
Roma era una potencia respetable. Por eso, y pese a la lejanía,
decidió firmar un tratado de amistad con Roma.
Cuando Pirro dejó Sicilia, los siracusanos se
ocuparon
de mantener a Cartago en los límites que Pirro le había
impuesto,
pero mientras tanto los mamertinos se recuperaron. Por aquel entonces,
el mejor general que había en la isla era un siracusano llamado
Hierón,
que había combatido a las órdenes de Pirro y ahora se
enfrentaba
nuevamente a los mamertinos. Los derrotó y los confinó de
nuevo en Messana. Los siracusanos lo hicieron rey, con lo que
pasó
a ser Hierón II de Siracusa. Mientras tanto, los galos
de
Asia Menor formaron su propio estado, que se llamó
Galacia
y ocupaba la parte central de Asia Menor, al sur de Bitinia.
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