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Durante el siglo IV,
los
celtas Gaëls llegaron a la actual Irlanda. Rechazaron y asimilaron
a la población autóctona y se dividieron en un centenar
de
pequeños reinos. Pronto los jefes más importantes
obligaron
a los demás a reconocer su autoridad, y a su vez eligieron un
"rey
supremo", si bien esta jerarquía política era muy
débil.
En 400 murió
Tucídides.
Por aquel entonces su historia iba por el año 411, y ahí
la dejó. Ahora Grecia estaba recuperándose de la guerra
del
Peloponeso. El rey Arquelao de Macedonia debió de pensar que
Grecia
debía de estar agotada, así que pasó de la
política
diplomática que había mantenido en el periodo anterior a
invadir Tracia. Ocupó la ciudad de Larisa, pero Esparta
demostró
tener el control de Grecia y en 399 el
rey
fue asesinado. Macedonia pasó por un periodo de
confusión.
Atenas continuaba su proceso de "depuración"
para
fortalecer la democracia, amenazada por la influencia espartana. Los
demócratas
tomaron una decisión particularmente desdichada: la de acusar a
Sócrates. No parece plausible que la acusación fuera
fundada.
Al contrario, Sócrates había mostrado desobediencia
contra
los Treinta y había denunciado el mal gobierno de Critias. De
hecho,
los cargos fueron de orden moral, signo inequívoco de que eran
inmorales.
Se le acusó de impiedad y de "corromper a la juventud".
Tal vez fuera decisivo que entre los
discípulos
del sabio habían estado Alcibíades y el propio Critias,
pero
parece razonable suponer que en el fondo se encontraba la
animadversión
que Sócrates causaba en una parte influyente de la
ciudadanía
con sus preguntas impertinentes, su ironía y su facilidad para
dejar
al prójimo sin respuestas. También es probable que no
hubiera
tenido dificultad en salir absuelto si no hubiera optado por defenderse
a sí mismo y de una forma tan torpe como lo hizo.
En principio no tuvo dificultad en refutar los
cargos.
Respecto a la impiedad, pudo probar fácilmente que nunca
había
incumplido las obligaciones de culto hacia los dioses. Indudablemente
Sócrates
no creía en ellos, pero eso a nadie le importaba. Respecto a la
acusación de corromper a los jóvenes, desafió a
cualquiera
que pudiera negar que siempre había tratado de inculcar la
piedad,
la templanza y la prudencia a sus discípulos, pero a
continuación
se lanzó a la más orgullosa apología de sí
mismo, proclamándose elegido por los dioses para revelar la
verdad.
La legislación ateniense exigía que
tanto
la acusación como la defensa solicitaran una decisión
concreta
del tribunal, de modo que los jueces sólo podían elegir
entre
conceder a una de las partes lo que pedía. Socrates no
sólo
pidió la absolución, sino ser proclamado bienhechor
público
y alojado en el Pritaneo, una especie de templo en que la
ciudad
agasajaba a sus héroes. Puesto que esta opción era
descabellada,
el tribunal aceptó la petición de la acusación,
que
era la pena de muerte. No obstante, la votación fue
reñida
(780 votos frente a 720).
Los discípulos de Sócrates lograron
hacer
entrar en razón al maestro y solicitaron que el tribunal
volviera
a reunirse. La defensa pasó a solicitar como pena el pago de una
multa (que sus discípulos se comprometían a reunir, pues
Sócrates no tenía dinero). Sin embargo era demasiado
tarde.
Cuando se volvió a contar los votos el número de
partidarios
de la pena de muerte había aumentado en 80.
El más prestigioso discípulo de
Sócrates
era un joven de treinta años llamado Aristocles, aunque
es
más conocido por el sobrenombre de Platón.
Sócrates
no dejó ningún escrito, así que lo que conocemos
de
su doctrina se debe al testimonio de quienes le conocieron, y
Platón
es la fuente más importante. Él nos ha narrado la
ejecución:
murió ingiriendo cicuta. Ante el desconsuelo de sus seguidores,
sus palabras fueron:
¿Por qué os desesperais?,
¿no
sabíais que desde el día que nací la Naturaleza me
ha condenado a morir? Mejor es hacerlo a tiempo, con el cuerpo sano,
para
evitar la decadencia.
Ciertamente, Sócrates tenía ya 70
años.
No es descabellado pensar que se buscó la condena porque
sintió
que le quedaba ya poca vida y así tenía la oportunidad de
inmortalizar su obra. Fuera como fuera, así sucedió. La
ciudad
no tardó en reaccionar. Uno de los que habían promovido
la
acusación contra Sócrates fue lapidado, y los otros se
vieron
obligados a abandonar Atenas. Por su parte, Platón
dedició
marcharse también y se exilió en Megara, poco
después
marchó a Cirene y luego a Egipto, donde estudió
matemáticas
y teología.
Otro discípulo famoso de Sócrates fue Antístenes,
quien desarrolló las ideas de su maestro sobre la necesidad de
renunciar
a toda dependencia como único medio posible para alcanzar la
felicidad.
Esto incluía renunciar a las posesiones para no verse
esclavizado
por el temor a perderlas, pero también alertaba contra la
dependencia
de la opinión ajena.
Una filosofía radicalmente distinta fue la
que
desarrolló Aristipo. Había nacido en Cirene, pero
vivió en Atenas y fue también discípulo de
Sócrates.
Enseñó que el único bien es el placer, y que el
mejor
sentido que un hombre podía dar a su vida era el de buscarlo.
Evidentemente,
para defender coherentemente tal postura era necesario tener ciertas
dotes.
Parece ser que Aristipo tenía una gran personalidad y un aspecto
refinado que inspiraba simpatía entre los hombres y
atraía
a las mujeres. Gastaba con prodigalidad el dinero ajeno, por lo que
tenía
muchos amigos.
Ese mismo año murió el rey Agis II de
Esparta.
Dejó dos hijos. El mayor se llamaba también Agis, pero
sobre
él rondaba la sospecha de que su verdadero padre era
Alcibíades.
El hijo menor era Agesilao, quien se presentó como
legítimo
heredero del trono. En esa época Lisandro, apartado de la
política
por la fuerza años atrás, vio la oportunidad de recuperar
su antiguo poder. Agesilao era bajo, cojo y de apariencia débil.
Pensó que sería un rey fácil de gobernar y le
apoyó
hasta convertirlo en Agesilao II. Sin embargo, se
equivocó
en sus cálculos. El nuevo rey tenía muy claro lo que
quería
hacer y Lisandro no pudo sacar ningún partido.
En 398 Dionisio de
Siracusa
tenía ya organizada su ciudad para imponerse sobre el resto de
Sicilia.
Disponía de un ejército de 80.000 soldados de
infantería
y 3.000 de caballería. Avanzó hacia el oeste y redujo a
los
cartagineses hasta un pequeño reducto en la isla de Motya. Los
cartagineses
confiaban en que podrían resistir un asedio, bien suministrados
por su flota. Sin embargo Dionisio presentó al mundo un nuevo
ingenio
bélico: la catapulta. Con su ayuda logró
ahuyentar
los barcos cartagineses mientras construía un malecón por
el que acercarlas a sus fortificaciones. Finalmente la ciudad se
rindió
y fue arrasada. Sus habitantes fueron vendidos como esclavos. A Cartago
sólo le quedaba un fragmento de costa en el norte, alrededor de
Panormo,
(la actual Palermo). Parecía imposible que pudiera resistir,
pero
había llegado el invierno y Dionisio se retiró a Siracusa
hasta el año siguiente. Cartago reaccionó.
Himilcón
condujo una expedición que desembarcó en Panormo, se
desplegó
por la parte occidental de la isla y fundó una ciudad
fortificada
llamada Lilibeo en la costa, unos siete kilómetros al
sur
de la devastada Motya.
En 396, tras diez
años
de asedio, Roma logró tomar la ciudad etrusca de Veyes. La
ciudad
fue destruida y su territorio anexionado a Roma. Por primera vez Roma
gobernaba
directamente un territorio más allá de los límites
de la ciudad. Según la tradición, el asedio a Veyes fue
dirigido
por Marco Furio Camilo. En contra de lo que podría
pensarse,
esto no supuso una enemistad entre Roma y Etruria, sino que algunas
ciudades-estado
etruscas, como Cerverteri y Clusium, aprobaron la actitud
romana.
Esto significa que Roma supo aprovechar en su beneficio las disensiones
internas entre los etruscos.
El rey Agesilao II de Esparta decidió
acometer
una gran empresa. El sátrapa Tisafernes había vuelto a
Asia
Menor y atacó a las ciudades griegas como represalia por haber
ayudado
a Ciro el Joven. Por su parte, el general ateniense Conon, derrotado en
Egospótamos, había conseguido aliarse con los persas,
quienes
le proporcionaron una flota de 300 barcos con los que se lanzó a
perseguir espartanos. Sin embargo, la aventura de Jenofonte y sus
hombres
había revelado la fragilidad del aparentemente poderoso Imperio
Persa. Un ejército griego desorientado había podido
moverse
libre e impunemente por su territorio. Jenofonte decidió poner
su
odisea por escrito. La llamó la "expedición de los
diez
mil" y, si bien su relato no tiene la objetividad de
Tucídides,
lo cierto es que es uno de los documentos más importantes que
conservamos
sobre la época. El caso es que Agesilao II había perdido
todo el temor que Persia había suscitado sobre los griegos de
las
generaciones anteriores, así que decidió dirigir una
expedición
contra Persia.
Al parecer, el rey veía su proyecto como una
emulación
de la expedición legendaria encabezada por Agamenón
contra
la ciudad de Troya. Como Agamenón, antes de partir
decidió
realizar un sacrificio en la ciudad beocia de Aulis, pero Tebas
no estaba dispuesta a consentirlo. Había sido aliada de Esparta
en la guerra del Peloponeso y, al final, no había conseguido su
objetivo, que era destruir a Atenas, debido a la oposición de
Esparta.
Agesilao II fue expulsado. Pese a ello partió, llevando consigo
a muchos de los "diez mil", entre ellos el propio Jenofonte. En 395
derrotó a Tisafernes, el cual fue ajusticiado por los persas
poco
después a causa de esta derrota. Ese año Platón
volvió
a Atenas, pero pronto decidió marcharse de nuevo a estudiar la
filosofía
pitagórica en Tarento.
El general cartagines Himilcón había
logrado
avanzar hasta asediar la propia Siracusa. Dionisio no aceptó un
combate directo y se dispuso a resistir un asedio. Al parecer, el
tirano
era un experto en asedios y ataques por sorpresa, pero nunca
confió
en un combate frente a frente.
El rey persa Artajerjes II decidió emplear
contra
los griegos la misma política que su padre, no muy honrosa, pero
efectiva: financiar a los enemigos de Esparta. Ya lo estaba haciendo
con
Conon y ahora se ocupó de alzar a Tebas y a Corinto en contra de
su antigua aliada. Pausanias dirigió una expedición
contra
Tebas. Atacó por el sur mientras Lisandro atacaba por el norte.
Sin embargo, Lisandro murió en una escaramuza y Pausanias tuvo
que
retirarse. Temiendo un juicio, abdicó y se exilió a
Tegea.
Fue sustituido por su hijo Agesípolis I.
Atenas se alió con Tebas, y pronto se unieron
Argos
y Corinto. En 394 Esparta ordenó a
Agesilao II que volviera, pues sería mucho más
útil
en Esparta que en Asia. Éste aceptó con renuencia. Por el
camino le llegaron malas noticias: Conon había destruido la
flota
espartana frente a Cnido, una de las ciudades dóricas en la
costa
del Asia Menor. Así terminó el breve periodo en que
Esparta
tuvo una flota. Cuando llegó a Beocia, tuvo que combatir contra
las tropas de la coalición antiespartana. Logró vencer,
pero
por un pequeño margen, así que se apresuró a
descender
hasta Esparta. El sátrapa Farnabazo reconquistó las
guarniciones
espartanas en Asia Menor, Conon volvio a Atenas y en 393
los Largos Muros fueron reconstruidos. En 392
Corinto y Argos se unieron para formar una única ciudad-estado.
La situación de Esparta era cada vez más delicada.
Dionisio de Siracusa logró lanzar un ataque
sorpresa
por tierra y por mar sobre los cartagineses que asediaban su ciudad,
muy
debilitados a causa de una epidemia de peste. Las tropas de
Himilcón
terminaron cercadas alrededor de Lilibeo, mientras que Siracusa
dominaba
el resto de Sicilia.
En 390 Roma
pasó por
el periodo más crítico de su historia. Hasta entonces,
los
etruscos le habían servido de pantalla contra las incursiones
galas,
pero, ahora que Etruria era una sombra de su pasado, una tribu gala
llegó
hasta la ciudad, la conquistó y la sometió a tributo. Su
jefe se llamaba Brenno. Los romanos de siglos posteriores
tejieron
numerosas leyendas para suavizar esta página de su historia. La
versión oficial dice que los galos sitiaron a los romanos en el
Capitolio, pero, incapaces de lograr una victoria definitiva,
decidieron
retirarse si Roma les pagaba un tributo en oro. Los galos empezaron a
pesar
el oro que iban reuniendo los romanos, cuando un general romano
observó
que un objeto cuyo peso conocía era tasado por menos valor. Las
pesas galas eran falsas. El general protestó, y entonces Brenno
exclamó la famosa frase: ¡Ay de los vencidos!, y
arrojó
su espada al plato de la balanza en el que estaban las pesas, para
desproporcionarla
más aún. Entonces, los romanos, indignados, se rebelaron
contra los galos dirigidos por Camilo, quien los alentó con la
no
menos famosa y no menos ficticia frase de "Roma compra su libertad
con
hierro, no con oro". Los galos tuvieron que abandonar la ciudad con
las manos vacías.
Aunque sin duda los galos se fueron victoriosos, con
su
tributo y con la amenaza de una próxima visita, sí parece
cierto que Marco Furio Camilo representó un papel destacado en
esta
crisis. La leyenda en torno a él es más amplia. Cuenta
que
tiempo atrás había sido acusado de irregularidades en el
reparto del botín obtenido tras la toma de Veyes y que,
ofendido,
había partido a un exilio voluntario un año antes (si
bien
volvió en cuanto tuvo noticias de que Roma estaba en apuros).
Tras
la retirada de los galos, los romanos se plantearon la posibilidad de
abandonar
Roma y establecerse en Veyes, a lo cual Camilo se opuso
enérgicamente,
por lo que fue llamado "el nuevo Rómulo" o segundo
fundador
de Roma.
Parece ser que la invasión gala
destruyó
la mayor parte de los documentos romanos, de forma que la historia
anterior
sólo nos es conocida a través de las obras de los
historiadores
posteriores, muy poco rigurosas. Sin embargo, el conocimiento que
tenemos
de la historia romana posterior a 390 es mucho más fiable y
documentado.
En Corinto vivía un general ateniense llamado Ifícrates,
que había formado un pequeño grupo de soldados de
características
muy diferentes a las del hoplita tradicional. Se llamaban peltastas,
por el escudo ligero que llevaban, llamado pelta. Todo el
armamento
de los peltastas era ligero. En un combate frente a frente, no
podrían
hacer nada frente a los hoplitas, pero Ifícrates los
había
entrenado para aprovechar su agilidad, para atacar y huir
rápidamente
y volver a atacar. El primer enfrentamiento entre peltastas y hoplitas
se produjo cuando unos 600 espartanos pasaron cerca de Corinto. Fue
todo
un éxito. Los desconcertados espartanos fueron totalmente
derrotados.
Grecia comprendió que, si los espartanos no podían ser
derrotados
por la fuerza bruta, sí podían serlo mediante una
estrategia
superior.
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