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En los últimos años del siglo V las
ciudades
griegas de Sicilia seguían luchando entre sí. En 416
la mayor rivalidad se daba entre Selino, en la costa norte, y Segesta,
en la costa sur. Segesta era la más débil, y pidió
ayuda a Atenas. Alcibíades consideró que Sicilia
podía
ser una útil fuente de suministros durante la guerra contra
Esparta,
así que propuso enviar barcos a Sicilia. Esto suponía
enfrentarse
con Siracusa, que era la mayor potencia de la isla y odiaba toda
intervención
externa. Además había sido una colonia de Corinto, por lo
que estaba a favor del bando espartano. Nicias se opuso a la
intervención,
pero Alcibíades logro convencer a los atenienses de que el
dominio
de la próspera y rica Sicilia reportaría grandes
beneficios
para la ciudad. La expedición partió en 415,
dirigida por Alcibíades y Nicias y otros hombres, entre los que
estaba Sófocles.
Una noche, poco antes de partir, unas estatuas del
dios
Hermes fueron mutiladas. Esto causó cierta conmoción
entre
los atenienses, que lo vieron como un mal augurio. Los partidarios de
Nicias
responsabilizaron a Alcibíades, el cual defendió su
inocencia
(de la que es difícil dudar, hubiera sido absurdo por su parte).
Finalmente la expedición se hizo a la mar, pero poco
después
un mensajero ordenó a Alcibíades que volviera a Atenas
para
ser juzgado por el asunto de las estatuas. Alcibíades
comprendió
que, en su ausencia, sus enemigos se habían hecho con el poder,
y que volver a Atenas sería un suicidio. Marchó, pero no
a Atenas, sino a Esparta. Allí convenció a los espartanos
de la importancia de impedir que Atenas se hiciera con el dominio de
Sicilia.
Nicias estaba obteniendo algunas victorias, pero no tenía
grandes
dotes militares y Siracusa siempre lograba recuperarse. En 414
Esparta envió un ejército al mando de un general llamado Gilipo.
Nicias estaba construyendo una muralla alrededor de Siracusa, pero
cuando
llegaron los espartanos aún no estaba terminada, lo que les
permitió
entrar y unirse a los sitiados. Siracusa había estado a punto de
rendirse, pero con la llegada de los refuerzos se recuperó e
hizo
retroceder a los atenienses. Nicias pidió refuerzos, y en
413
llegó una nueva expedición ateniense al mando de
Demóstenes,
(el general que había tomado Pilos). Efectuó un ataque,
pero
fue rechazado. Demóstenes era mejor general que Nicias, y
comprendió
que lo mejor era retirarse. Sin embargo, Nicias estaba al mando y se
tomó
un tiempo para pensárselo (sabía que la responsabilidad
de
la derrota era suya y no quería volver a Atenas en esas
condiciones).
El 24 de agosto de 413 hubo un eclipse de
luna. Nicias era supersticioso y prohibió toda acción
hasta
que fueran realizados ciertos rituales. Cuando terminaron, la flota de
Siracusa había cortado la salida al mar de los atenienses. Tras
dos batallas navales, los atenienses se vieron obligados a abandonar
sus
barcos. En tierra no tardaron en ser capturados. Muchos murieron, entre
ellos Nicias y Demóstenes, y los prisioneros fueron cruelmente
torturados
y no tardaron en morir también.
Mientras tanto, Alcibíades hizo ver a los
espartanos
que en lugar de enviar ejércitos contra Atenas en verano y
retirarse
en invierno, era más sensato tomar y fortificar un puesto en el
Ática donde permanecer todo el año, de modo que los
atenienses
se vieran obligados a permanecer todo el año asediados tras los
largos muros sin ocasión de recuperarse. Los torpes espartanos
comprendieron
que la idea era buena y enviaron una expedición al mando del rey
Agis II. Atenas quedó acorralada. Tenía, por supuesto, la
salida por el mar, pero lo más grave era que no podía
acceder
a sus minas de plata. Afortunadamente, la ciudad disponía de una
reserva de dinero para un caso de necesidad y parecía claro que
éste era el momento de emplearlo. Se construyó una nueva
flota que reemplazara a la perdida en Sicilia y con la que trató
se sofocar las revueltas que Esparta estaba promoviendo en las islas
del
Egeo.
Ese mismo año murió Perdicas II, el
rey
de Macedonia. Fue sucedido por su hijo Arquelao. Mientras su
padre
había negociado con Atenas y Esparta para mantener la
independencia
del reino, el nuevo rey se dedicó a fortalecerlo y
estructurarlo.
Hizo construir fortalezas y carreteras, reorganizó el
ejército
y fortaleció con su ayuda el poder real. Estableció la
capital
en Pela, y en su palacio acogió a numerosos
músicos
y poetas, entre ellos a Eurípides.
Esparta comprendió que nunca
derrotaría
a Atenas mientras ésta dominara el mar. Decidió construir
una flota, pero para ello necesitaba dinero, y no le costó
encontrar
quién se lo diera. En 412
llegó
a un acuerdo con Farnabazo y Tisafernes, los
sátrapas
de las dos satrapías en que estaba dividida el Asia Menor persa.
Ese mismo año Alcibíades tuvo que huir apresuradamente de
Esparta y se refugió en la corte de Tisafernes. Al parecer, el
rey
Agis II había descubierto que su esposa había acogido al
extranjero con más hospitalidad de la que permitía su
honra,
así que mandó un mensajero tras Alcibíades con
orden
de asesinarlo.
En 411 los
conservadores
atenienses aprovecharon la situación crítica en que se
veía
la ciudad para instaurar una oligarquía. Se la llamó "de
los cuatrocientos", porque estaba formada aproximadamente por este
número de hombres. Eran proespartanos y se esperaba que llegaran
a un acuerdo con Esparta que pusiera fin a la guerra, pero uno de los
generales
atenienses, Tresíbulo, decidió rebelarse e
instauró
un régimen democrático sobre la flota, que entonces
estaba
en Samos. Puesto que los cuatrocientos no tenían el
control
sobre la flota, Esparta no negoció con ellos. Al cabo de unos
meses
la oligarquía fue reemplazada por otra más moderada,
formada
por unos 5.000 hombres. Quien negoció con Tresíbulo fue
Alcibíades.
No debía de sentirse muy seguro en Persia (aliada espartana)
teniendo
al rey Agis II en su contra, así que propuso a Tresíbulo
dirigir la flota ateniense. Tresíbulo sabía de las
grandes
dotes de estratega que tenía Alcibíades, y no estaba en
situación
de tener en cuenta la doble traición que había cometido
(y
que estaba a punto de convertirse en triple), así que
aceptó.
Bajo su mando, los barcos atenienses derrotaron a los espartanos cada
vez
que se encontraron. En 410
infligió
una seria derrota a la flota espartana en Cízico, en la
costa
sur de la Propóntide. Cuando la noticia llegó a Atenas se
produjo una rebelión que instauró de nuevo la democracia.
En
409
la ciudad siciliana de Segesta seguía en guerra contra Selino y,
tras su frustrada petición de auxilio a Atenas, también
se
hallaba enfrentada a Siracusa. Ahora decidía llamar en su ayuda
a Cartago. Una de las figuras más destacadas en Cartago era Aníbal,
el nieto de Amílcar, que incitó al Senado a que aprobara
una intervención. Desembarcó en la isla de Motya,
que era un puerto fortificado Cartaginés, una de las escasas
posesiones
que Cartago había conservado en la isla. Desde allí
avanzó
hasta Selino y la tomó por sorpresa. Tras unos días de
combate
cuerpo a cuerpo por las calles, la ciudad fue destruida y los
supervivientes
esclavizados. Desde allí Aníbal marchó con sus
hombres
contra Himera, donde su abuelo había sido asesinado. La flota de
Siracusa estaba en Grecia, apoyando a Esparta, pero recibió
orden
de volver a socorrer a Himera. Cuando estuvo cerca, Aníbal
fingió
abandonar el sitio de Himera para dirigirse a Siracusa. La flota
cambió
de rumbo para proteger a su ciudad, pero Aníbal volvió a
Himera y la tomó antes de que pudiera llegar la ayuda de
Siracusa.
Los historiadores griegos afirman que Aníbal hizo sacrificar a
3.000
prisioneros en el lugar donde había muerto Amílcar. Luego
volvió a Cartago.
En 408 murió el
rey
espartano Plistoanacte, y su hijo Pausanias, que había ocupado
el
trono durante el destierro de su padre, volvió a ocuparlo.
Mientras
tanto Alcibíades había logrado el dominio completo de la
ruta del mar Negro, la base del aprovisionamiento de Atenas. En 407
su fama en la ciudad era tan grande que juzgó que ya
podía
regresar a ella sin que nadie le recordara su traición.
Así
fue, los atenienses le recibieron con todos los honores. La ciudad se
permitió
incluso el lujo de rechazar una oferta de paz por parte de los
espartanos.
Ese año Esparta logró recomponer su
flota,
destrozada en Cízico. Al mando de las nuevas embarcaciones puso
a un general llamado Lisandro. Éste formó una
alianza
con Ciro el hijo del rey persa Darío II, conocido como Ciro
el
Joven, para distinguirlo del fundador del imperio. La capacidad
militar
de Lisandro combinada con el dinero de Ciro resultaron letales para
Atenas.
Lisandro evitó enfrentarse directamente con Alcibíades, y
esperó una oportunidad. Alcibíades tuvo que abandonar
temporalmente
la flota para conseguir financiación. Ordenó a sus
subordinados
que no emprendieran ninguna acción en su ausencia, pero
éstos
desobedecieron la orden y atacaron a Lisandro frente a las costas
jónicas,
donde la flota ateniense fue derrotada. Cuando Alcibíades
volvió
ya no había nada que hacer. Los atenienses recordaron su pasado
y le acusaron de haber pactado la derrota con Lisandro. Una vez
más,
Alcibíades huyo, ahora al Quersoneso Tracio, donde tenía
unas propiedades.
En 407 Aníbal
fue
enviado de nuevo a Sicilia junto a su primo Himilcón,
pues
Cartago vio que se le abría la oportunidad de dominar de nuevo
la
isla. En 406 puso sitio a la ciudad
griega
más al oeste, que era Agrigento, pero murió en el intento
de tomarla. Ese año Roma inició a su vez el asedio de la
ciudad etrusca de Veyes, que se prolongaría durante diez
años.
Mientras tanto Cartago seguía con el sitio a Agrigento, que se
convirtió
en una cuestión de suministros: la flota siracusana
abstecía
a Agrigento y la cartaginesa a los sitiadores. Al cabo de nueve meses
Cartago
triunfó y la ciudad fue tomada.
Ese mismo año Eurípides moría
en
Macedonia y Sófocles en Atenas. Se cuenta que pocos años
antes el hijo de Sófocles trató de que los tribunales
declararan
incompetente a su padre para administrar su fortuna. El dramaturgo
leyó
en su defensa algunos pasajes de Edipo en Colona, la obra en la
que estaba trabajando en ese momento, y no tuvo dificultad en ganar el
juicio.
Entre tanto Atenas había construido una nueva
flota.
Para ello tuvo que fundir todas las estatuas de oro y plata de la
acrópolis.
La flota espartana fue derrotada gracias a que los éforos,
recelosos
de los éxitos de Lisandro, le habían quitado el mando. La
batalla se llevó a cabo en medio de una tormenta, y eso hizo que
los atenienses perdieran muchos hombres. Esto supuso una gran
frustración.
Los almirantes fueron juzgados. En el tribunal estaba Sócrates,
que votó por la absolución, pero la mayoría
decidió
decapitarlos. Poco después los partidarios de la
ejecución
fueron ejecutados, pero el caso es que Atenas se quedó sin
buenos
almirantes. La flota quedó al mando de Conon.
Ciro el Joven exigió a los espartanos que
Lisandro
fuera restituido en su cargo de almirante, y éstos le hicieron
caso.
Las flotas de Lisandro y Conon estuvieron maniobrando hasta que se
encontraron
en 405 cerca de Egospótamos,
en el Querconeso Tracio. Por allí vivía
Alcibíades,
que conocía bien la región y no había perdido sus
dotes de estratega. La flota ateniense había atracado en un
lugar
peligroso, desde donde podía ser atacada fácilmente.
Alcibíades
cabalgó hasta la costa para advertir a los atenienses que su
posición
era peligrosa, pero se le respondió que la flota no necesitaba
consejos
de traidores. Pocos días después, Lisandro atacó,
y casi toda la flota ateniense fue capturada sin lucha. Conon
logró
huir hasta Chipre con unos pocos barcos, pero Atenas se había
quedado
sin flota, sin dinero, sin buenos generales y casi sin jóvenes
que
mandar al combate. Lisandro envió un sicario para matar a
Alcibíades
y éste huyó de nuevo a Persia, pero los persas lo
asesinaron.
Los cartagineses tomaron las ciudades de Gela y
Camarina, en Siracusa, situadas al este de Agrigento. El avance
cartaginés provocó conmociones internas en Siracusa. El
descontento
fue canalizado por un hombre con grandes dotes de oratoria, que
logró
convencer a los generales para que pasaran al retiro y se hizo con todo
el poder. Se llamaba Dionisio. El nuevo tirano se
apresuró
a firmar un tratado de paz con Cartago, por el que Siracusa le
reconocía
el dominio sobre el tercio occidental de la isla. Cartago aceptó
satisfecha y Dionisio aprovechó la paz para fortalecer su
ciudad.
Fortificó una isla del puerto, formó un fuerte
séquito
a su alrededor, sofocó toda oposición en la ciudad y se
apoderó
de las ciudades vecinas. Contrató mercenarios, organizó
un
ejército y aumentó su flota, tanto en número como
en calidad. Con esto Siracusa se convirtió en la ciudad
más
poderosa del mundo griego.
En 404 Lisandro
dominaba
el Egeo y, cuando apareció frente a Atenas, la ciudad no tuvo
más
opción que rendirse. Tebas sugirió que Atenas fuese
arrasada
por completo, pero Esparta recordó lo que Atenas había
hecho
por Grecia y le permitió sobrevivir. Los Largos Muros fueron
derribados
y se instauró una oligarquía en la ciudad. Fue conocida
como
la Tiranía de los Treinta. El más famoso de los
treinta
tiranos fue Critias. Expulsó de Atenas a algunos
demócratas
e hizo ejecutar a otros. Incluso hizo matar a los aristócratas
cuya
conducta le pareció demasiado blanda. Entre otras mil
prohibiciones,
prohibió enseñar a Sócrates (pese a que
había
sido su maestro), orden que el filósofo se negó a cumplir
y por ello fue encarcelado.
Entre los atenienses exiliados estaba
Trasíbulo,
que reunió a otros exiliados y logró tomar la fortaleza
de
File,
a unos 18 kilómetros al norte de Atenas. Los oligarcas trataron
de reconquistar la ciudad en dos ocasiones, en la segunda de las cuales
murió Critias. Trasíbulo logró hacerse con El
Pireo.
Los oligarcas pidieron ayuda a Esparta. Hasta ese momento, Lisandro era
el hombre más poderoso de toda Grecia, y se había
dedicado
a instaurar oligarquías, pero se había vuelto arrogante y
los éforos recelaban de él más que nunca. El rey
Pausanias,
de acuerdo con los éforos, retiró toda autoridad a
Lisandro
justo cuando éste se disponía a responder a la llamada de
los oligarcas atenienses y, para humillarlo, permitió que la
democracia
fuera reinstaurada en Atenas.
Ese año regresó a Atenas de su largo
exilio
el historiador Tucídides. También fue el año en
que
murió el rey persa Darío II, sucedido por su hijo Artajerjes
II. Como había ocurrido tras la muerte de cada rey persa,
Egipto
volvió a rebelarse, esta vez con éxito, y el trono fue
ocupado
por una dinastía nativa, la XXVIII. Artajerjes II no pudo
ocuparse
de Egipto debido a que su hermano Ciro el Joven consideró que
había
llegado el momento de pedir a Esparta que le devolviera los muchos
favores
que él le había hecho durante la guerra del Peloponeso.
Pidió
un ejército de espartanos que le ayudaran a usurpar el trono.
Esparta
no quiso involucrarse abiertamente, pero el fin de la guerra
había
dejado a muchos soldados dispuestos a ofrecer sus servicios como
mercenarios.
Un exiliado espartano llamado Clearco reunió casi 13.000
soldados griegos bajo su mando y en 401
se
puso a disposición de Ciro.
El ejército atravesó el Asia Menor y
llegó
al Éufrates superior. Luego avanzó aguas abajo a lo largo
de 560 kilómetros. Artajerjes II reunió apresuradamente
un
ejército, que contaba incluso con algunos mercenarios griegos, y
se dispuso a hacer frente a su hermano. Los ejércitos se
encontraron
en Cunaxa, una aldea junto al Éufrates, a unos 159
kilómetros
al noroeste de Babilonia.
Los griegos extendieron su línea con el
flanco
derecho tocando el río. Frente a ellos estaba el ejército
imperial, al mando del propio Artajerjes II. Ciro comprendió
enseguida
la situación: Lo único importante era matar a Artajerjes
II. Si moría Ciro se convertía en rey legítimo, y
todos los soldados persas se pondrían a sus órdenes. Por
ello sugirió a Clearco que concentrara el ataque sobre el centro
del ejército imperial, que por la desigualdad de número
se
encontraba frente al flanco izquierdo del ejército griego. Pero
Clearco no era más que un tosco espartano y no estaba dispuesto
a aceptar innovaciones. La tradición decía que el puesto
de honor era el lado derecho, y allí iba a ponerse él
mismo
y sus mejores hombres, y allí iba a concentrar el ataque.
Así lo hizo, pero, naturalmente, no se
encontró
ante sí con los mejores hombres del ejército enemigo,
sino
con su flanco izquierdo al que los griegos iban menguando sin
dificultad,
mientras Artajerjes II concentraba su ataque sobre el centro y el
flanco
izquierdo griego no menos eficazmente. Ciro, irritado por la ineptitud
de Clearco reunió cuantos jinetes pudo y dirigió un
ataque
directo hacia donde estaba su hermano, pero éste se hallaba muy
bien protegido, con lo que los jinetes fueron repelidos y Ciro
murió.
Así terminó la batalla. Clearco se encontró solo a
1.700 kilómetros de su patria sin saber qué hacer.
Artajerjes II, que prefería evitar un
combate,
envió una embajada proponiendo escoltar a los griegos hasta el
mar.
Clearco no se fiaba, así que el rey persa le dijo que con mucho
gusto le recibiría a él y a sus oficiales para darle todo
tipo de detalles sobre rutas posibles y ayuda para volver a Grecia.
Clearco
aceptó y en cuanto los generales griegos entraron en la tienda
del
monarca fueron asesinados. Los persas esperaban que el ejército
griego, sin oficiales, se rendiría y sería dominado
fácilmente,
pero no fue así. Eligieron como jefe a un soldado raso, un
ateniense
llamado Jenofonte, que los condujo unidos hacia el norte, sin
que
los persas se atrevieran a atacarles. En un momento dado pasaron junto
a un enorme montículo y tuvieron que preguntar qué era
aquello.
Era imposible reconocer a Nínive, la antigua capital del Imperio
Asirio. Hasta ese punto había sido arrasada. Luego abandonaron
el
río y penetraron en la región que había sido
Urartu,
donde los persas esperaban que fueran destrozados por las feroces
tribus
locales. Sin embargo, los desorientados griegos supieron hacer frente a
todas las contingencias y en 400 llegaron
a la ciudad griega de Trapezonte, en las costas del mar Negro.
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