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A finales del siglo V, la mitad del mundo
civilizado,
desde Egipto hasta el Ganges, estaba bajo el dominio persa. El rey
Artajerjes
I había renunciado a imponerse sobre los griegos e incluso se
había
resignado a soportar su continuo aguijoneo en las fronteras. Hacia el
este,
la India continuaba un lento proceso de organización
política.
Una tribu aria llegó a la isla de Ceilán, cuyo
nombre
procede del nombre de esta tribu: los Sinhala, (de simha,
león). Los invasores expulsaron a los nativos e introdujeron el
cultivo del arroz y un excelente sistema de riego. Desde entonces se
les
conoce como cingaleses. Más al este aún, las
relaciones
entre los distintos principados chinos se volvían cada vez
más
tensas.
En el otro extremo, los cartagineses buscaban rutas
comerciales
por el océano Atlántico, ya que los griegos les
habían
expulsado del Mediterráeno. Etruria decaía. Los galos la
acosaban por el norte y Roma la acosaba por el sur. En especial Roma
mantenía
casi continuos combates con la ciudad etrusca de Veyes, situada
veinte kilómetros al norte. El vacío de poder dejado por
los etruscos en Italia fue llenado en parte por los Samnitas,
pueblos
itálicos que poblaban el este del Lacio y que empezaron a
expandirse
y a ganar poder.
El arte griego estaba abandonando la simplicidad de
las
formas clásicas y se decantaba por estilos cada vez más
recargados.
Uno de los primeros pasos en esta dirección lo dio el arquitecto Calímaco,
que ideó la columna corintia, más ornamentada que
la tradicional columna dórica. Por esta época
murió
Demócrito. Al parecer siguió unas normas de higiene que
él
mismo recomendaba, lo que le permitió vivir más de
noventa
años. Algunos dicen que más de cien.
En 430 surgió
un reino
poderoso en Épiro. Tras el declive de los Tespotas, la
región
había sido dominada por los Caonios, y ahora eran los Molosos
los que se organizaron bajo una poderosa dinastía con capital en Fenice.
Pero los acontecimientos más
dramáticos
de la época tenían lugar más al sur, donde acababa
de estallar una guerra mundial en miniatura. Atenas, apoyada por las
islas
de la Confederación, se enfrentaba a Esparta, apoyada por Beocia
y todo el Peloponeso excepto Árgos (que se mantuvo neutral). Al
mismo tiempo, Atenas tuvo que enfrentarse con una epidemia de peste.
Fue
llamado a la ciudad un joven médico, de hecho el primero que
practicó
la medicina como ciencia, sin mezclarla con la religión. Se
llamaba Hipócrates
y había nacido en la isla de Cos, frente a la costa de Asia
Menor, cerca de la ciudad de Halicarnaso. Su padre era curandero, y
vivía
de los muchos enfermos que acudían a la isla para bañarse
en sus aguas termales. Hipócrates los examinaba y elaboró
una casuística sobre la que basó sus diagnósticos.
Sus escritos fueron organizados en un Corpus Hippocraticum,
pero
parece ser que la mayor parte del texto fue escrito por sus
discípulos
tras su muerte. No parece que Hipócrates hiciera muchas
aportaciones
científicas, pero lo importante es que recuperó la
dignidad
de la medicina, bastante desprestigiada a la sazón, pues hasta
entonces
estaba en manos de charlatanes y sacerdotes. Hipócrates se
comprometió
a sí mismo y a sus discípulos con un juramento que no
sólo
obligaba a ejercer la medicina como ciencia, sin engaños, sino
también
a guardar unas normas de higiene y decoro que inspiraran confianza a
los
pacientes. Organizó un gremio de médicos que se
reunían
periódicamente para intercambiar experiencias y descubrimientos.
No sabemos qué resultados obtuvo en Atenas, pero es posible que
ayudara a combatir la peste recomendando normas de higiene. En 429
la peste acabó con el mismo Pericles.
A la muerte de Pericles, la figura más
destacada
del partido democrático era Cleón, que abogaba
por
continuar la guerra, mientras que a la cabeza de los conservadores
estaba Nicias,
partidario de firmar la paz con Esparta. En un primer momento
triunfó
Cleón, bajo cuyo gobierno Atenas siguió luchando con
energía,
pero sin la prudencia de Pericles. Por estas fechas destacaba en atenas
un autor cómico: Aristófanes. Era de familia
aristocrática
y en sus comedias se burlaba descaradamente de Cleón y los
demócratas,
hasta extremos que hoy en día serían inadmisibles por su
mal gusto.
Por esta época había adquirido fama en
atenas
un hombre singular. Se llamaba Sócrates. Había
estudiado
con Anaxágoras (o tal vez con un discípulo de
éste, Arquelao
de Mileto) y había combatido por Atenas en Potidea. Parece
ser
que la guerra del Peloponeso le llevó a la conclusión de
que el enemigo del hombre no es la naturaleza, sino el hombre, por lo
que
era más importante estudiar al hombre que al mundo. En otras
palabras,
de los intereses científicos que podía haberle inculcado
Anaxágoras, pasó a interesarse por la ética. En
lugar
de desarrollar y predicar una teoría como todos los
filósofos
anteriores y posteriores, Sócrates paseaba por la ciudad
preguntando
a la gente cosas como qué es el bien, o la justicia, o la
virtud,
etc. Ante la respuesta fácil de "eso lo sabe todo el mundo",
Sócrates
alegaba ignorancia. Su frase más característica
llegó
a ser el famoso "sólo sé que no sé nada".
Así,
Sócrates forzaba a sus conciudadanos a explicarle lo
aparentemente
obvio y, con ello, les hacía caer en contradicciones y les
obligaba
a reconocer que sus preguntas no eran tan simples como a primera vista
pudieran parecer. Aunque ya otros pensadores habían denunciado
la
confianza en "el sentido común" o "la opinión general" en
cuestiones científicas, Sócrates fue el primero en
cuestionarlos
en lo tocante a la ética, y el primero en señalar lo
dañino
que es para la sociedad el que se acepten irreflexivamente ciertas
opiniones
comunes sobre lo que es bueno o justo. Debía de tener una gran
personalidad,
pues no tardó en encontrar numerósos discípulos
entre
los jóvenes atenienses.
En 428 los samnitas se
apoderaron
de Capua, la mayor ciudad no griega de la Campania, con lo que pasaron
a dominar la región.
En 427 murió el
rey
espartano Arquidamo II y fue sucedido por su hijo Agis II.
Mientras
tanto Esparta logró tomar la ciudad de Platea, tras un asedio de
dos años. Atenas, por su parte, realizaba fructíferas
incursiones
navales. Es también el año de la muerte de
Anaxágoras.
Por otra parte, el rey desterrado Plistoanacte fue admitido de nuevo, y
su hijo Pausanias fue cesado.
En 425 el almirante
ateniense
Demóstenes
tomó y fortificó el promontorio de Pilos, sobre
la
costa occidental de Mesenia. Esparta envió un contingente que
tomó
posiciones en la isla de Esfacteria, situada frente al puerto
de
Pilos, y puso sitio a los atenienses, pero la flota ateniense, que se
había
retirado, volvió y puso sitio a los sitiadores. Allí
había
un número demasiado grande de espartanos para que Esparta
pudiera
permitirse el lujo de perderlos (la supremacía frente a las
clases
dominadas podía verse en peligro). Por ello Esparta pidió
la paz. Si hubiera estado Pericles, sin duda Atenas habría
sacado
el máximo provecho a la situación, pero Cleón
decidió
imponer condiciones exageradas: la devolución de las regiones
perdidas
veinte años antes. La guerra continuó y los espartanos
resistieron
en Esfacteria. Cleón pronunció enérgicos discursos
en los que afirmaba que los generales atenienses en Pilos eran unos
cobardes
y que si él estuviese allí sabría como actuar.
Entonces
Nicias tuvo una idea astuta: pidió rápidamente una
votación
y se acordó que Cleón fuera enviado a Pilos. Contra todo
pronóstico, Cleón tuvo una suerte increíble: hubo
un incendio en los bosques de Esfacteria, donde estaban refugiados los
espartanos. El humo los obligó a salir y fueron capturados
definitivamente
por los atenienses. Cleón los llevó como rehenes a Atenas
y así la ciudad estuvo varios años a salvo de las
incursiones
espartanas.
En 424 murió el
historiador
Heródoto. Aristófanes estrenaba su comedia Las Nubes,
donde se burlaba de Sócrates. Probablemente, tras la caricatura
se muestra la imagen que del sabio tenían los atenienses
incapaces
de comprender las sutilezas del método socrático: era un
harapiento que paseaba descalzo por las calles de la ciudad
importunando
a los hombres de bien con preguntas estúpidas y seguido por una
comitiva de jóvenes que corrían el riesgo de convertirse
en una nueva generación de Sócrates que
atormentaría
la ciudad en pocos años. Tal vez, más en el fondo
estuviera
el rencor y la humillación de quienes comprendían que un
harapiento descalzo les aventajaba intelectualmente.
También murió ese año el rey
persa
Artajerjes I. Dos de sus hijos fueron asesinados poco después,
pero
el tercero logró hacerse con el trono, con el nombre de Darío
II. Persia veía con satisfacción la guerra del
Peloponeso
y confiaba en que tras ella Grecia quedaría suficientemente
debilitada
como para que dejara de ser una amenaza. Por ello el nuevo rey hizo
cuanto
pudo para avivar la contienda, financiando a las ciudades griegas sin
intervenir
directamente. Puesto que había sido Atenas la que tras las
guerras
médicas continuó arrebatando ciudades a Persia, el apoyo
persa fue siempre a favor de Esparta.
Nicias tomó la ciudad espartana de Citera.
Luego
los atenienses capturaron Nisea, el puerto de Megara. La propia
Megara estuvo a punto de caer si no hubiera sido porque ese mismo
año
Esparta encomendó la dirección de la guerra al que
resultó
ser un brillante general: Brásidas. En el primer
año
de la guerra había rechazado una incursión en Mesenia, y
luego había combatido en Esfacteria, pero una herida lo
apartó
de la contienda. Ahora, con el ejército espartano bajo su mando,
alejó a los atenienses de Megara y se lanzó hacia el
norte,
a través de Tesalia y Macedonia, hasta la península
calcídica,
que era una fortaleza ateniense.
Los atenienses intentaban invadir Beocia, pero
fueron
derrotados por los tebanos en Delio, sobre la costa que
está
frente a Eubea. Allí combatió valerosamente
Sócrates,
donde salvó la vida a uno de sus discípulos,
Alcibíades.
Entonces llegaron a Atenas las noticias de lo que Brásidas
estaba
haciendo en el norte. A pesar de ser espartano, Brásidas
resultó
tener grandes dotes diplomáticas. Había convencido al rey
Pérdicas II de Macedonia -hasta entonces aliado de Atenas- para
que se cambiara de bando, y lo mismo sucedió con la mayor parte
de las ciudades por las que pasó. Finalmente avanzó hasta
Anfípolis. La defensa de la ciudad estaba a cargo de Tucídides,
pero cuando llegó Brásidas no estaba allí.
Llegó
tan pronto como pudo, pero fue demasiado tarde. Anfípolis se
había
rendido ante las buenas condiciones que ofreció Brásidas.
En 423 los atenienses
exiliaron
a Tucídides, quien aprovechó su exilio para escribir un
libro
sobre la Guerra del Peloponeso (fue él quien le dio este
nombre).
La inició donde la había acabado Heródoto, pero la
diferencia entre ambos es abismal. La historia de Heródoto
está
llena de mitos y fantasías, mientras que la de Tucídides
es un ejemplo de racionalidad a la vez que de imparcialidad. En su obra
se nota la influencia de los sofistas, con quienes se había
educado
y de quienes había absorbido su escepticismo. No emite juicios,
destaca lo bueno y lo malo de todos los sucesos, no se advierten
simpatías
ni antipatías. Su única debilidad fue poner en boca de
sus
personajes discursos grandilocuentes inventados por él.
Este mismo año un grupo de atenienses que
habitaban
en la península calcídica decidieron dejar sus ciudades y
se trasladaron
a la ciudad de Olinto, con el consentimiento de
Perdicas II. La ciudad no tardó en dominar a sus vecinas y se
puso
al frente de una Liga Calcídica que logró la
independencia
de Atenas.
Atenas trató de negociar la paz con Esparta,
pero
ahora fue Brásidas el que se negó a ello. En 422
Cleón marchó hacia el norte con un ejército, pero
murió en una batalla en Anfípolis. Ahora bien, en la
batalla
también murió Brásidas. Una vez desaparecidos los
principales defensores de la guerra en ambos bandos, se abría la
posibilidad de llegar a un acuerdo de paz. Esparta quería
recuperar
a sus rehenes, y Atenas estaba prácticamente arruinada.
Había
tenido que apropiarse de los tesoros de los templos y duplicar el
tributo
a las ciudades de la Confederación Ateniense. En 421
el rey Plistoanacte firmó la Paz de Nicias, llamada
así
porque Nicias fue el principal negociador ateniense. Esparta
recuperó
sus rehenes y la situación quedó más o menos como
al inicio de la guerra, salvo que Anfípolis se convirtió
en una ciudad independiente. Esto disgustó a Atenas, que se
negó
a devolver a Esparta Pilos y la isla de Citera.
Los plebeyos romanos accedieron a la cuestura. Por
aquella
época los cuestores no sólo ejercían de jueces,
sino
que también se encargaban de las finanzas del estado y de la
recaudación
de impuestos.
Por esta época se terminó en
Éfeso
la construcción del templo de Artemisa, una
construcción
monumental que había sido iniciada en tiempos de Creso y que
impresionó
a quienes lo vieron durante casi un siglo.
Corinto y Tebas no se consideraron obligadas por la
Paz
de Nicias. Querían la destrucción de Atenas. Al mismo
tiempo,
Alcibíades se mostró partidario de continuar la guerra.
Su
madre era prima de Pericles, por lo que pertenecía a la familia
de los Alcmeónidas. Era rico, guapo, inteligente, encantador, y
sin escrúpulos. Deseaba realizar grandes hazañas, y para
ello necesitaba la guerra. Organizó una alianza contra Esparta
entre
Argos, Élide y la ciudad arcadia de Mantinea.
Prometió
ayuda ateniense, pero Nicias se opuso a ello y Alcibíades
acudió
con un ejército escaso.
En 418 el rey Agis II
no
tuvo dificultades en vencer a la coalición y así Esparta
recuperó plenamente el control del Peloponeso, pero ahora estaba
nuevamente en guerra contra Atenas.
Desde la muerte de Cleón, los
demócratas
estaban dirigidos por Hipérbolo, quien mostró su
furia
hacia Nicias pues, en su opinión, por su culpa Atenas no
había
podido intervenir adecuadamente en la coalición contra Esparta.
En 417 pidió un voto de
ostracismo,
confiando en que los seguidores de Alcibíades (demócratas
moderados) se unirían a los suyos (demócratas radicales)
y se impondrían sobre los conservadores que apoyaban a Nicias.
Sin
embargo, los partidarios de Nicias y los de Alcibíades se
pusieron
de acuerdo y el desterrado fue el propio Hipérbolo, con lo que
el
sistema del ostracismo quedó en ridículo y no
volvió
a ser empleado.
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