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Filipo II de Macedonia se había preocupado de
proporcionar
a su hijo Alejandro la mejor educación, y parece ser que
éste
la aprovechó plenamente. El rey debió de estar muy
complacido
de la labor de Aristóteles, pues lo nombró gobernador de
Estagira, su ciudad natal, y parece ser que hizo bien su trabajo, pues
desde entonces su aniversario fue declarado día festivo.
Alejandro
le escribió una vez a Aristóteles: "Mi sueño,
más
que acrecentar mi poderío, es perfeccionar mi cultura." Pero
el joven no sólo contentaba a su profesor de filosofía.
Su
profesor de literatura, Lisímaco, pudo comprobar que Alejandro
se
había aprendido de memoria la Ilíada, y Leónidas
logró
hacer de él un excelente jinete, esgrimista y cazador. Su
personalidad
era compleja. Había algo de vanidad: En cierta ocasión le
invitaron a participar en las olimpiadas, pero su respuesta fue "lo
haría si los demás participantes fueran reyes". Era
excesivamente
sensible: se decía que a menudo lloraba al oír una
canción
emotiva. Dicen que era capaz de escribir largas cartas a un amigo
ausente
a causa de una nadería. Le gustaban los retos y los riesgos
hasta
la insensatez. Se cuenta que domó él mismo al que se
convertiría
en su caballo simplemente porque le dijeron que todos los que lo
habían
intentado habían fracasado. Lo llamó Bucéfalo,
porque tenía en la cabeza una marca que parecía un buey.
Otra vez se encontró con un león y luchó contra
él
sin más arma que un puñal. Era abstemio, y afirmaba que
una
buena caminata le daba apetito para el desayuno, y que un desayuno
ligero
le daba apetito para la comida. Además era guapo,
atlético
y lleno de entusiasmo. Desde los dieciséis años Alejandro
estuvo al frente de Macedonia, mientras su padre asediaba Bizancio, y
supo
mantener a raya a los bárbaros limítrofes. A los
dieciocho
años participó en la batalla de Queronea, y fue él
quien condujo la carga definitiva. Los soldados le admiraban y le
adoraban.
Su padre también estaba orgulloso: Dicen que cuando domó
a Bucéfalo su padre gritó: "Hijo mío,
Macedonia
es demasiado pequeña para ti".
Pero la casa real sufrió algunas conmociones.
Filipo
II era mujeriego, y su mujer Olimpia tenía un carácter
demasiado
fuerte para aceptarlo discretamente. En cambio, se dedicó a
participar
en rituales dionisiacos (o sea, orgías). En una ocasión,
el rey la encontró dormida junto a una serpiente, y Olimpia le
explicó
que era una encarnación de Zeus, y que éste era el
verdadero
padre de Alejandro. Filipo II no dijo nada al respecto, pues no
está
claro si tenía más miedo a los dioses o a su esposa, y
desde
entonces empezó a circular el rumor de que Alejandro era un hijo
ilegítimo. Esto enfrió las relaciones entre Alejandro y
su
padre.
En 337, justo cuando
sus
planes de guiar a Grecia a la conquista de Persia estaban empezando a
ponerse
en marcha, Filipo II decidió divorciarse de Olimpia y casarse
con
Cleopatra,
la hija de uno de sus generales, Atalo, la cual estaba encinta
de
un hijo del rey (que luego resultó ser una hija). Se dice que en
un banquete, Atalo propuso un brindis por el hijo legítimo
del rey, y subrayó lo de "legítimo". Alejandro le
arrojó
un cáliz diciendo,
¿pues yo que soy?, ¿un bastardo?
Filipo II se lanzó espada en mano contra Alejandro, pero estaba
borracho, tropezó y cayó.
"Mirad", dijo Alejandro,
"no se tiene en pie y quiere alcanzar el corazón de Asia".
Tal vez Filipo II vio que Olimpia le podía
traer
problemas si contaba con el apoyo de su familia, la casa real de
Épiro,
así que trató de ganársela para sí. El rey
tenía una hija, hermana de Alejandro, y le ofreció su
mano
a su cuñado (tío de ella), Alejandro de Épiro, el
cual aceptó. La boda se celebró en 336,
y en la ceremonia Filipo II fue asesinado. No cabe duda de que Olimpia
debió de planearlo, tal vez con la complicidad de Alejandro.
Además
el testamento del rey no se encontró, por lo que Alejandro, con
apenas veinte años, fue aclamado por el ejército como
nuevo
rey de Macedonia. Era Alejandro III, pero sus hazañas
posteriores
harían que fuera conocido como Alejandro Magno.
El rey persa Arses fue asesinado, y el trono
cayó
en manos de un pariente lejano, Darío III, bajo el cual
terminó
el periodo de anarquía que se había desatado con la
muerte
de Artajerjes III. Sin embargo, el carácter del nuevo rey
distaba
mucho de poseer la energía de sus predecesores, y que tan
necesaria
le hubiera sido a Persia en los años siguientes.
Alejandro hizo ejecutar a todo aquel que pudiera
disputarle
el trono. Entre ellos estaban Cleopatra, la segunda mujer de Filipo II,
su hermanastro recién nacido, e incluso su primo, el que
había
reinado como Amintas IV hasta que su padre lo depuso. Entre tanto las
ciudades
griegas disolvieron la confederación que Filipo II había
organizado en Corinto. Demóstenes organizó fiestas en
Atenas
e incluso propuso conceder un premio al asesino de Filipo II. Pero
Alejandro
pronto estuvo dispuesto a marchar sobre Grecia, aunque los griegos se
apresuraron
a enviar representantes a Corinto para aclamarle como general y
reconstituir
la confederación antes de que llegara.
Hay una anécdota famosa sobre la llegada de
Alejandro
a Corinto. Cuentan que se encontró con Diógenes, que por
entonces tendría más de setenta años, y estaba
tomando
el sol fuera de su tonel. Alejandro le preguntó si deseaba
algún
favor de él. Diógenes contempló al hombre
más
poderoso de Grecia y le contestó, "Sí, que no me
tapes
el sol". Alejandro se apartó y dijo "Si no fuera
Alejandro,
quisiera ser Diógenes".
En 335 Alejandro tuvo
que
partir precipitadamente hacia el norte, pues supo que Iliria estaba
planeando
invadir Macedonia. Los ilirios fueron arrasados en un tiempo
mínimo.
Mientras tanto, en Grecia corrió el rumor de que Alejandro
había
muerto, así que Tebas se rebeló contra la
guarnición
macedónica, a la que terminó degollando, mientras
Demóstenes
reorganizaba su partido con oro persa. Pero Alejandro volvió, su
ejército se enfrentó al tebano, que no tardó en
huir.
Los macedonios persiguieron a los tebanos, y dicen que entraron en la
ciudad
al mismo tiempo. Alejandro mandó destruir todas las casas de
Tebas
una por una, excepto los templos y el que fuera hogar de
Píndaro.
Con Atenas, en cambio, fue indulgente y no tomó represalias.
Parece
ser que Alejandro sentía una cierta inferioridad frente a la
cultura
ateniense. Cuentan que una vez, cuando dos amigos atenienses le
visitaron
en Pella, les dijo "Vosotros que venís de allá,
¿no
tenéis la sensación de hallaros entre salvajes?" El
caso
es que Alejandro llegó a Corinto, donde la confederación
se rehizo una vez más. Los griegos estaban deseando que partiera
hacia Asia, a ver si moría allí, por lo que no le
regatearon
los veinte mil hombres que pidió como refuerzo de sus propios
diez
mil infantes y cinco mil jinetes.
Por estas fechas muchos príncipes chinos
empiezan
a otorgarse el título de rey, mostrando con ello que dejaban de
acatar la autoridad del rey Cheu.
En 334 Alejandro
marchó
hacia Asia. Dejó en Grecia un tercio de sus hombres, al mando de
su general Antípatro, pues ya había tenido
ocasión
de comprobar la clase de lealtad que podía esperar de los
griegos.
Aristóteles había vuelto a Atenas.
Allí
cumplió finalmente su proyecto de crear una escuela al estilo de
la Academia de Platón. La situó junto a un templo
dedicado
a Apolo Liceo (Apolo el matador de lobos), por lo que terminó
siendo
conocida como El Liceo, y resultó ser una dura
competencia
para la Academia. Aristóteles escribió cerca de 400
libros,
de los que se conservan unos 50. Si Platón fue el primer gran
filósofo,
Aristóteles fue el primer gran científico. No
escribía
diálogos, sino tratados y ensayos. No dejaba que su
imaginación
acariciara ideas interesantes, sino que analizaba racionalmente los
hechos
y llegaba a las conclusiones más sensatas. Desarticuló la
teoría de las ideas de su maestro, y en su lugar su
metafísica
se convirtió en un marco para el estudio racional del mundo. En
particular desestimó las teorías paradójicas sobre
la imposibilidad del movimiento y los cambios, o de la irrealidad del
mundo
sensible, defendidas por Parménides y Zenón. Puede
objetarse
que sus teorías físicas y astronómicas eran menos
acertadas desde un punto de vista moderno que las de algunos de sus
contemporáneos
(por ejemplo, descartó el atomismo de Demócrito, o las
teorías
heliocéntricas de Heráclides), pero también hay
que
señalar que en la época no había elementos de
juicio
para tener a tales teorías más que como meras fantasias o
especulaciones vanas.
Aristóteles creó una física muy
distinta
a la moderna, pero sin duda la más sensata para su época:
la materia es continua, los cuerpos tienden al ocupar su lugar natural:
la tierra más abajo, a continuación el agua, por encima
el
aire y, más arriba el fuego. Por eso las piedras caen y el humo
sube, etc. A los cuatro elementos clásicos, añadio un
quinto,
el Éter, del que ya había hablado Platón, que
constituía
los cuerpos celestes. Aristóteles creía que un cuerpo
dejado
a su suerte termina parándose, por lo que postuló la
existencia
de un "motor inmóvil", esto es, algo capaz de
proporcionar
movimiento al universo (a los astros, al viento, etc.) pero que
excepcionalmente
no necesitaba de nada que lo moviera a él. Donde mejor pudo
demostrar
sus grandes dotes como científico fue en biología.
Estudió
y clasificó cuidadósamente las distintas especies que
encontró.
Fue el primero en observar la forma en que parían los delfines,
lo que le llevó a afirmar que no eran peces. Aristóteles
no se interesó por las matemáticas, pero a cambio fue el
primero en sistematizar la lógica. Antes de desarrollar una
teoría,
Aristóteles se preocupaba de precisar el significado de los
términos
que emplea, distinguiendo entre definiciones, premisas, etc.
recogía
y analizaba los trabajos precedentes, etc. Tal vez fue el primer
"profesor"
en el sentido académico moderno. Naturalmente, también
escribió
sobre ética, política, etc. En política se
mostró
partidario de una Timocracia, mezcla moderada de aristocracia y
democracia, pero seguía pensando en términos de
ciudades-estado,
estructura que en su tiempo ya se estaba viniendo abajo.
Por las mañanas daba clases a sus alumnos,
pero
no lo hacía desde la cátedra, sino paseando, razón
por la cual sus alumnos fueron llamados peripatéticos, o
paseantes. Por las tardes abría las puertas a los profanos,
dando
charlas sobre temas más elementales.
Volviendo a Alejandro, el principal rival con el que
tendría
que enfrentarse no era persa, sino griego. Se llamaba Memnón,
de Rodas, y estaba al cargo de los mercenarios griegos contratados por
Persia. Memnón había luchado con cierto éxito
contra
Filipo II y conocía el ejército macedónico.
Sugirió
dejar que Alejandro avanzara para después cortarle las
comunicaciones
por mar, al tiempo que se estimulaban revueltas en Grecia. Sin duda,
sabía
bien lo que decía, pero los sátrapas locales no estaban
dispuestos
a dejar que Alejandro pasara por sus provincias. Pensaban que
sería
uno más de los griegos que habían pasado por allí:
que deambularía un poco y se iría. Lo importante era que
lo hiciera por las provincias vecinas y no la propia, para lo cual
había
que hacerle frente.
Los ejércitos se encontraron junto al
río
Gránico,
cerca de donde se había alzado Troya. La caballería de
Alejandro
desorganizó a los persas, y la falange pudo con los mercenarios
griegos. Luego no tardó en apoderarse de la costa
asiática
del Egeo. Esto permitió a Memnón poner en práctica
sus planes, y lentamente se dedicó a reconquistar las islas con
el fin de controlar el Egeo y aislar a Alejandro. Tal vez lo
habría
conseguido, pero murió en 333
mientras
sitiaba Lesbos.
Alejandro avanzó hacia el interior y
llegó
a Gordion, la antigua capital de Frigia. Allí le contaron la
leyenda
según la cual, el rey Gordias, fundador de la ciudad,
había
dedicado a Zeus su carreta cuando éste lo eligió como
rey,
y había hecho en ella un nudo intrincado con la profecía
de que quien fuera capaz de desatarlo dominaría Asia. Es
difícil
saber en qué momento se creó esta leyenda, pero Alejandro
se interesó por ella y, sacando su espada, cortó el "nudo
gordiano". Esta técnica no estaba en las reglas, pero fue
muy
significativa.
El rey Darío III reunió un gran
ejército
de casi un millón de hombres, muchos más que los que
seguían
a Alejandro, pero el número importaba poco. El encuentro se
produjo
en Isos, donde los mercenarios griegos del lado persa lograron
controlar
momentáneamente la falange, pero cuando los hombres de Alejandro
se acercaron a las posiciones del rey persa, éste huyo
descaradamente,
y con ello los persas se desmoronaron. Darío III envió
embajadores
ofreciendo a Alejandro toda Asia Menor y una gran suma de dinero si
aceptaba
la paz. Dicen que Parmenio, un general de Alejandro, dijo "si
yo fuera Alejandro, aceptaría", a lo que Alejandro
replicó,
"Y
yo también, si fuera Parmenio". En cambio, Alejandro
exigió
nada menos que la entrega incondicional de todo el Imperio Persa,
así
que la guerra continuó. Darío III se retiró a
mesopotamia,
pero Alejandro no le siguió. Quería asegurar toda la
costa
mediterránea para que el plan de Memnón no pudiera
llevarse
a la práctica. Para ello tenía que conquistar Fenicia y
Canaán.
Las ciudades fenicias no opusieron resistencia. No
hacía
mucho que se habían rebelado contra persia y habían
sufrido
las represalias de Artajerjes III, así que vieron a Alejandro
como
un libertador. La única excepción fue Tiro, cuyo rey Azemilkos,
temeroso precisamente de una nueva represalia persa, intentó que
Alejandro pasara de largo. Le envió una embajada aceptando su
soberanía,
pero a cambio de que Tiro tuviera autonomía en sus asuntos
internos.
En particular, cuando Alejandro pidió introducir un contingente
en la ciudad, el rey tirio se negó. Alejandro no podía
aceptar.
Precisamente, lo que más le interesaba era disponer de la flota
de Tiro y de su puerto. Así que inició el asedio.
La empresa era diícil, porque Alejandro no
disponía
de una flota, y Tiro podía ser abastecida por mar sin
dificultades.
La situación se agravaría si Tiro recibiera finalmente la
ayuda de Cartago. Siglos atrás, el rey Nabucodonosor II
necesitó
trece años para tomar la ciudad, y aun así tuvo que
llegar
a un acuerdo razonable. Sin embargo, Alejandro no necesitó
más
de nueve meses para lograr la rendición total de Tiro. Para ello
hizo construir un malecón de 800 metros que uniera la ciudad a
tierra
firme. El primer intento fue frustrado por incursiones tirias, pero
entonces
Alejandro se dispuso a construir uno nuevo más ancho y
más
fácil de defender. Por otra parte, los barcos de las ciudades
fenicias
sometidas a Alejandro se pusieron de parte de éste y
obstaculizaron
el abastecimiento de Tiro. Los tirios no se amilanaron. Sacaron por mar
cuantas mujeres y niños pudieron y los llevaron a Cartago. Los
barcos
leales fueron reunidos junto a las costas y la ciudad se dispuso a
resistir
a ultranza. Se terminó el malecón, las máquinas de
asedio se acercaron y destruyeron la muralla, y en 332
la ciudad fue definitivamente tomada. 8.000 tirios fueron acuchillados
y 30.000 vendidos como esclavos. Azemilkos fue el último rey que
tuvo la ciudad. Con el tiempo, el mar acumuló arena alrededor
del
malecón construido por Alejandro, con lo que Tiro dejó de
ser una isla. La roca se halla hoy en la punta de una península
de kilómetro y medio de ancho.
Con la flota fenicia a su disposición,
Alejandro
pudo seguir hacia el sur, por Palestina. Tampoco allí
encontró
resistencia digna de mención, salvo en Gaza, la antigua
ciudadela
filistea. Los judíos de tiempos posteriores afirmaban que
Alejandro
quiso castigar Jerusalén porque había rechazado una
petición
de ayuda para el asedio de Tiro, pero a las puertas de la ciudad se
encontró
con el sumo sacerdote y su séquito. Al verlo, Alejandro
bajó
de su caballo y se inclinó, pues, según le explicó
a un general, había visto una figura similar en un sueño.
Luego entró en Jerusalén pacíficamente y
dejó
que los judíos se gobernaran según sus propias leyes.
Todo esto es falso sin lugar a dudas.
Jerusalén
era entonces una ciudad insignificante a la que Alejandro nunca
habría
pedido ayuda, y lo más probable es que pasara junto a ella sin
saber
que existía. Gaza era diferente. Tenía importancia
táctica
y Alejandro no estaba dispuesto a dejarla en su retaguardia. Estaba
rodeada
por terreno arenoso por el que no podía transportar las
máquinas
de asedio, así que ordenó construir una rampa hasta las
murallas
sobre las arenas, similarmente a como había hecho con Tiro sobre
el mar. Rompió las murallas con las máquinas mientras sus
zapadores excavaban túneles, penetró en la ciudad y
realizó
una matanza peor que la de Tiro. Alejandro estaba cada vez más
impaciente
y toda resistencia que le hiciera perder tiempo le irritaba cada vez
más.
De Gaza llegó a Egipto casi sin luchar.
Parece
ser que los egipcios habían contactado con Alejandro en Isos
pidiéndole
que liberara su país del dominio Persa. Fuera como fuere, el
caso
es que fue recibido como un libertador. Alejandro tuvo el cuidado de
fomentar
esta imagen favorable que tenía entre los egipcios y
logró
que éstos lo coronaran como Faraón, para lo cual
siguió
pacientemente todos los rituales oportunos. Fue a un templo de
Amón
muy venerado en Libia, donde se declaró hijo de Amón (al
que identificó con Zeus, con lo que siguió la corriente a
su madre). Algunos ven en esto una actitud megalómana, pero
también
hay que objetar que los egipcios nunca hubieran aceptado de buen grado
ser gobernados por un extranjero que no fuera hijo de Amón.
Tarento pidió ayuda a Alejandro de
Épiro
contra las tribus italianas del norte. El rey aceptó de buen
grado.
Estaba al tanto de las hazañas de su sobrino en oriente y tal
vez
soñara con imitarle en occidente. Inmediatamente se
trasladó
con un ejército y empezó a lograr victorias sobre los
italianos.
En 331 Alejandro
estaba dispuesto
para adentrarse en Persia. Dejó el país en manos de
autoridades
nativas, excepto en lo tocante a los impuestos y la economía,
que
dejó en manos de un griego de Naucratis llamado Cleomenes.
Su idea era dar una imagen de que Egipto estaba gobernado por nativos
pero,
al mismo tiempo, dejar el dinero en manos griegas. Así Cleomenes
fue el verdadero gobernante del país, si bien oficialmente no
tenía
ningún título. Antes de partir, Alejandro se fijó
en una pequeña ciudad en la desembocadura del Nilo.
Ordenó
construir allí un nuevo barrio al oeste. La ciudad así
extendida
pasó a llamarse Alejandría, aunque el propio
Alejandro
nunca llegó a verla. Fue proyectada por el arquitecto Dinócrates
de Rodas, y Cleomenes se encargó de que la voluntad del rey
se llevara a término.
Darío III estaba esperando a Alejandro.
Eligió
una región llana situada junto a la ciudad de Gaugamela,
cerca de donde se había alzado Nínive. Hizo eliminar la
menor
irregularidad del terreno, con la esperanza de que su caballería
pudiera imponerse al comparativamente pequeño ejército
griego.
Al parecer su plan era expulsar a la caballería griega con la
suya
y usar su numerosa infantería para desgastar lentamente a la
falange.
En realidad no era una buena estrategia, pues las llanuras
favorecían
a la falange. Por otra parte, el ejército persa contaba con
carros
equipados con cuchillas en sus ruedas. Alejandro llegó a donde
Darío
III le esperaba. Las líneas persas desbordaban a las griegas por
ambos flancos, pero Alejandro se contentaba con no dejarse rodear.
Conocía
a Darío III y su plan era muy simple: aguardar la ocasión
para atacarle a él personalmente y provocar su huida como
había
sucedido en Isos. El combate estaba desplazando al ejército
griego
hacia los bordes de la llanura. Temiendo que sus carros no
serían
efectivos fuera del llano, Darío III los lanzó
prematuramente,
pues el ejército de Alejandro todavía estaba
perfectamente
organizado, y no tuvo dificultad en matar a los aurigas con flechas
mientras
se acercaban a la carrera. A los pocos que llegaron se les dejó
pasar y los griegos ganaron confianza. Finalmente Darío III se
puso
a tiro y Alejandro ordenó a la falange que avanzara directamente
hacia él. El final fue el previsto: Darío III huyó
y con él se llevó la moral de sus hombres.
Tras la batalla, Alejandro llegó a Babilonia,
donde
fue recibido sin resistencia. Por aquella época, Babilonia
seguía
sin rehacerse de la destrucción a que la condenó Jerjes.
El templo de Marduk seguía en ruinas. Alejandro adoptó la
misma política que en Egipto: se declaró defensor de las
costumbres nativas frente a los zoroastrianos, ordenó la
reconstrucción
del templo de Marduk y aceptó participar en cuantos rituales
consideraron
convenientes los babilonios.
El rey Agis III de esparta se rebeló contra
Antípatro.
Desde la partida de Alejandro, Agis III había estado recibiendo
dinero persa, con el que logró levantar a casi todo el
Peloponeso
contra Macedonia. Únicamente Megalópolis no quiso unirse
a Esparta. Agis III la asedió, pero Antípatro
llegó
desde el norte con un gran ejército. Los espartanos fueron
derrotados
y Agis III murió en la batalla. Antípatro tomó
rehenes
espartanos y obligó a la ciudad a pagar una gran suma, pero
respetó
su independencia.
Al mismo tiempo Alejandro se dispuso a dejar
Babilonia
para continuar la conquista del Imperio Persa. Dejó la ciudad
bajo
el gobierno de Harpalo, que pensó que el rey nunca
regresaría
de su expedición, así que en lugar de llevar a cabo los
proyectos
que le había encargado Alejandro, decidió aprovechar el
poder
en su propio beneficio. El caso es que Alejandro partió hacia
Susa,
y luego fue a Persépolis, donde incendió los palacios
persas
en represalia por el incendio de Atenas que ordenara Jerjes. Luego
avanzó
hacia el norte, hasta Pasargadas, donde visitó la tumba de Ciro.
Después supo que Darío III estaba en Ecbatana y
mandó
a buscarle, pero el rey persa huyó hacia el este. Finalmente, en
330,
uno de sus sátrapas, Besso, que gobernaba sobre
Bactriana,
decidió asesinarlo y entregar su cuerpo a Alejandro. A
continuació
se hizo proclamar rey, con el nombre de Artajerjes IV.
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