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Ya hacía algún tiempo que Alejandro se
había
ganado el sobrenombre de "el grande". Paulatinamente había
abandonado
los modos de un rey macedonio (un noble entre los nobles, al estilo
homérico),
para adoptar las costumbres de los monarcas persas. Gustaba de las
adulaciones
y las reverencias, y hasta parecía que empezaba a creerse que
era
hijo de Zeus. Estas actitudes empezaron a crear reticencias entre sus
hombres
o, al menos, así se lo pareció a él. A finales de
330,
cuando se encontraba en el actual Afganistán, acusó de
conspiración
a Filotas, uno de sus generales, lo llevó a juicio
y lo hizo ejecutar. Filotas era hijo de Parmenio, que estaba a
cargo
de las tropas de Media, unos 1.500 kilómetros al oeste.
Alejandro
comprendió que no podía confiar en Parmenio una vez que
éste
se enterara de la muerte de su hijo, así que envió
mensajeros
con el encargo de asesinarlo, y así lo hicieron.
Grecia seguía firmemente gobernada por
Antípatro.
Esparta había sido doblegada y Atenas había permanecido
al
margen, si bien Demóstenes había estimulado la revuelta
espartana.
La ciudad le otorgó una corona de oro en reconocimiento de sus
servicios,
pero Esquines se levantó para hablar en contra del homenaje
pronunciando
un magistral discurso. Demóstenes le replicó con el que
sería
el más famoso de sus discursos:
"sobre la corona". La victoria
de Demóstenes fue tan completa que Esquines se vio obligado a
abandonar
Atenas. Se retiró a Rodas, donde pasó el resto de su vida
dirigiendo una escuela de oratoria. Se cuenta que años
después
un estudiante que había leído el discurso de Esquines
contra
la corona se maravilló de que su maestro hubiera perdido. "Ah",
respondió Esquines,
"no te maravillarías si hubieras leído
la réplica de Demóstenes".
Por esta época, un viajero griego llamado Piteas
viajó por la costa atlántica, y de sus informes se
desprende
que debió de llegar hasta las Islas Británicas y a
Islandia.
También exploró el norte de Europa, hasta el mar
Báltico.
En el Atlántico observó las mareas, y conjeturó
que
eran causadas por la luna.
Durante los dos años siguientes, Alejandro
siguió
combatiendo contra los sátrapas y las tribus salvajes. Nunca fue
derrotado. Persiguió a Besso (o Artajerjes IV),
obligándole
a abandonar Bactriana. En 329 fue
traicionado
por sus propios hombres, que lo entregaron a Alejandro. Éste
mandó
que le cortaran la nariz y las orejas. Luego lo mandó a
Ecbatana,
donde fue ejecutado. En 328 llegó
a
Maracanda,
(la actual Samarcanda) en las fronteras orientales del Imperio Persa.
Allí
dio un gran banquete. Según la costumbre, varios hombres se
levantaron
para brindar adulando a Alejandro, diciendo que era mucho más
grande
que su padre. Alejandro parecía más complacido cuando
más
se menospreciaba a Filipo II. Sin embargo, un viejo veterano llamado Clito
no aguantó más y se levantó para defender a Filipo
II. Dijo que él había puesto los cimientos de la grandeza
macedónica y que Alejandro había obtenido sus victorias
con
el ejército de Filipo. Alejandro, borracho, cogió una
lanza
y mató a Clito.
El Imperio de Alejandro Magno
Alejandro de Épiro seguía en Italia
ayudando
a las ciudades griegas del sur contra las tribus italianas del norte.
Había
sellado una alianza con Roma, lo que debió de preocupar a los
samnitas,
que podían verse atacados simultáneamente por los romanos
al este y los griegos al sur. De momento sólo estaban en guerra
con los griegos, pero Roma fundó una colonia en Fregellae, justo
en la frontera con el Samnio.
Alejandro Magno quería considerarse rey de
griegos
y persas por igual. En 327 se casó
con una princesa persa, Roxana, y empezó a entrenar a
30.000
persas a la manera macedónica, para que sirvieran en el
ejército.
Ese mismo año un rey indio le pidió ayuda contra un rey
rival.
Las crónicas griegas le llaman Taxiles, si bien no
está
claro que fuera su nombre, sino más bien un nombre derivado del
de su reino, Taxilia, situado al norte de la India, cerca de la
frontera con Persia. Su rival era Poros, cuyo reino se
extendía
al este de Taxilia. Alejandro aceptó inmediatamente y
cruzó
el Indo, más allá de las fronteras persas. El
ejército
de Poros contaba con un arma nueva para Alejandro: elefantes. En 326
tuvo lugar una batalla junto al río Hidaspes, afluente del Indo.
Alejandro maniobró hábilmente su ejército de tal
forma
que desconcertó a Poros y no le dio ocasión de aprovechar
sus elefantes. En la batalla murió Bucéfalo, el caballo
de
Alejandro. Tras su victoria, se dice que preguntó al orgulloso
Poros
cómo esperaba ser tratado. "Como un rey", respondió
él,
y así fue. Alejandro le dejó gobernar su reino en calidad
de sátrapa, y Poros le fue leal mientras vivió.
Ese
mismo año los tarentinos, que habían llamado a Alejandro
de Épiro en su ayuda, decidieron que éste se estaba
volviendo
demasiado poderoso, y que les traía mejor cuenta enfrentarse
ellos
solos a los italianos. Le retiraron su apoyo y fue derrotado en Pandosia,
al sur de Italia. Su sucesor tuvo dificultades para hacerse con el
trono
epirota, así que no se ocupó de Italia. En cuanto
Alejandro
desapareció, los samnitas se volvieron hacia Roma. Por su parte,
Roma estaba deseando la confrontación, y un incidente en
Campania
sirvió de excusa para iniciar la Segunda Guerra Samnita.
Al sur del Samnio había dos regiones: Lucania y Apulia. Las
tribus
italianas que las habitaban habían luchado junto a los samnitas
contra alejandro, pero los samnitas eran para ellas más
peligrosos
que la lejana Roma, así que se pusieron de parte de Roma. Para
los
griegos del sur, Lucania y Apulia eran sus inmediatos enemigos,
así
que se pusieron de parte del Samnio. De este modo, los dos tercios de
Italia
estuvieron en guerra. Etruria no intervino. Hacía tiempo que
había
concertado una paz con Roma y la mantuvo escrupulosamente.
Alejandro Magno planeaba atravesar la India y llegar
así
al fin del mundo, según las creencias de la época, pero
sus
soldados estaban cansados. Llevaban seis años luchando lejos de
su patria y lo único que querían era volver. Alejandro
estuvo
enfuruñado tres días, pero al final consintió en
volver.
Construyó una flota que navegó el Indo, mientras el
ejército
le seguía por la orilla. Tenía que someter a tribus
hostiles
a medida que avanzaba. Se cuenta que en una ocasión, mientras
asediaba
una ciudad, perdió la paciencia y saltó la muralla junto
a tres hombres nada más. Sus hombres lograron entrar poco
después
y rescatarlo, pero fue seriemente herido. La flota fue enviada de
vuelta
por el Indo al mando de un general llamado Nearco. Llegó
hasta Babilonia por el golfo Pérsico. Fue la primera flota
occidental
que navegó por el océano Índico.
En 325 el nuevo duque
de
Qin, se otorgó el título de rey, como ya habían
hecho
otros príncipes chinos. Qin siguió haciéndose
más
poderoso al tiempo que su administración se hacía
más
eficiente.
Mientras tanto Alejandro atravesaba con su
ejército
el desierto de Gedrosia, donde sus hombres sufrieron el hambre y la
sed.
Se especula sobre la posibilidad de que Alejandro hubiera decidido
castigarlos
por haberle obligado a volver. En Babilonia estaba Harpalo, que no
estaba
en condiciones de rendir cuentas a Alejandro sobre su gestión,
así
que, al tener noticias de su regreso, huyó y en 324
se presentó en Atenas llevando consigo un gran tesoro.
Allí
pidió ser admitido y protegido frente a Macedonia. Por primera
vez
Demóstenes hizo prevalecer la prudencia frente a su odio a
Macedonia.
Sostuvo que Atenas no debía permitirle la entrada. Sin embargo
Harpalo
hizo ver que con el dinero que traía se podría hacer que
Grecia y Asia se rebelaran contra Alejandro. Con la oposición de
Demóstenes, los atenienses acogieron a Harpalo.
Antípatro exigió a Atenas que
entregara
al traidor. Demóstenes se opuso por considerarlo indigno. De
todos
modos, Harpalo fue arrestado y su dinero guardado en el Partenón
con el fin de devolvérselo a Alejandro cuando volviera
(sí
volvía, claro). Ahora bien, entre el momento en que Harpalo
entregó
el dinero y el momento en que éste fue contado y depositado en
el
Partenón, la suma se había reducido a la mitad. Tal vez
Harpalo
hubiera mentido respecto a la cantidad que poseía, pero
¿no
creería más bien Alejandro que los Atenienses le
habían
robado la mitad que faltaba? Para colmo, Harpalo logró huir a
Creta,
donde fue asesinado poco después. Atenas abrió una
investigación
para encontrar responsables que pudieran aplacar a Alejandro. En la
lista
se incluyó a Demóstenes, que probablemente era inocente,
pero sin duda era un buen chivo expiatorio. Se le condenó a
pagar
una cantidad que Demóstenes no poseía, así que fue
encarcelado. Sin embargo logró huir.
Alejandro había llegado a Babilonia y
había
tomado medidas contra los gobernantes que, siguiendo a Harpalo,
habían
desobedecido sus órdenes. Luego continuó con su plan de
unificar
a griegos y persas. Ordenó a 10.000 de sus soldados que se
casaran
con mujeres asiáticas. Además ordenó a las
ciudades
griegas que le reconocieran como dios, al igual que hacían los
persas.
Incluso Atenas aceptó la divinidad de Alejandro, pues con la
crisis
de Harpalo no estaba para llevarle la contraria. Incluso Esparta cedio.
Sus éforos dijeron con desprecio: "Si Alejandro desea ser un
dios, que lo sea".
Ese año murió Hefestión,
amigo
y amante de Alejandro, lo que afectó gravemente al rey
macedonio.
Hizo matar al médico que no pudo salvarle, se negó a
comer
durante cuatro días, ordenó unas fastuosas honras
fúnebres
y mandó consultar al oráculo de Ammón si
podía
venerar al difundo como a un dios. Naturalmente la respuesta fue
afirmativa.
Los planes de Alejandro se volvieron cada vez
más
grandiosos. Parece ser que empezó a preparar una flota para
tomar
Cartago. Sin embargo, en 323
enfermó
y a los pocos días murió. Se sospecha que fue envenenado.
Como cuando murió Filipo II, toda grecia se
rebeló
contra Macedonia en cuanto se tuvo noticia de la muerte de Alejandro.
Se
formó un ejército griego que derrotó a
Antípatro
en Beocia. El general tuvo que retirarse a Lamia, al norte de
las
Termópilas, donde fue sitiado por los aliados griegos.
Aristóteles,
que era macedonio y no muy popular entre ciertos sectores atenienses,
huyó
discretamente a Eubea. Demóstenes entró triunfalmente en
Atenas. La ciudad pagó su multa.
La sucesión de Alejandro no estaba nada
clara.
De la familia real quedaban su madre Olimpia, su mujer Roxana, un hijo,
Alejandro,
que nació unos meses después de su muerte, una
hermanastra,
Tesalónica, y un hermanastro deficiente mental, Filipo.
Ninguno de ellos estaba en condiciones de reclamar el trono. Se
dice
que, poco antes de morir, le preguntaron a Alejandro quién
debía
ser su sucesor, y que la respuesta fue "el más fuerte".
El
poder efectivo estaba en manos de una treintena de generales dispersos
por el imperio y que pronto iniciarían una maraña de
confusas
guerras con el fin de apoderarse de las conquistas de Alejandro. Fueron
conocidos como diádocos (sucesores). Uno de los
más
habiles fue Ptolomeo, del que se rumoreaba que era hijo
ilegítimo
de Filipo II y, por consiguiente, hermanastro de Alejandro Magno. (Tal
vez el propio Ptolomeo difundió este rumor para legitimar sus
pretensiones
al trono.) Inmediatamente después de la muerte de Alejandro se
dirigió
a Egipto, donde ejecutó a Cleomenes y se apropió del
gobierno.
Más aún, tuvo la astucia de apoderarse del cuerpo de
Alejandro
y enterrarlo en Menfis.
Por su parte, Lisímaco se
apoderó
de Tracia y Cratero acudió a Grecia para ayudar a
Antípatro,
asediado en Lamia. En 322 los griegos
fueron
derrotados en Cranón por los macedonios, al tiempo que
una
flota macedonia vencía a la flota ateniense junto a la isla de Amorgos,
al sudeste de Naxos. Toda Grecia cayó en manos de
Antípatro.
Atenas convino en entregar a Demóstenes, pero éste
huyó
a una pequeña isla, donde se refugió en un templo de los
enviados de Antípatro. Trataron de hacerle salir, pero
decidió
envenenarse. También ese año murió
Aristóteles,
al parecer por una úlcera de estómago. El Liceo
quedó
bajo la dirección de Teofrasto, cuya investigación se
centró
principalmente en la botánica, y llegó a describir
laboriosamente
más de 500 especies de plantas. Por esta época, Dicearco,
un geógrafo que había estudiado también en el
Liceo
usó la información traída por los ejércitos
de Alejandro para elaborar los mejores mapas del mundo antiguo. Fue el
primero en usar líneas de latitud.
La primera guerra entre los diádocos la
inició
Perdicas,
que había ejercido de primer ministro en la época de la
muerte
de Alejandro y dominaba a su hermanastro. Trató de que
éste
fuera reconocido como Filipo III y, al tiempo, ejercer como regente.
Ante
la negativa general, atacó a Ptolomeo sin éxito, luego se
alió con Eumenes, a quien Cratero, que acababa de
regresar
de Grecia, le disputaba Asia Menor.
Unos años antes, un nativo (no griego) se
había
erigido en rey de la antigua satrapía de Capadocia, con
el
nombre de Ariarates I. Sin embargo, Perdicas lo mató en
321
y se apoderó de la región, poco después Cratero
murió
en una batalla y luego Perdicas fue asesinado por un grupo de oficiales
conducidos por Seleuco, que logró el control sobre
Babilonia.
Capadocia conservó a sus reyes, pero, al igual que Asia Menor,
quedó
en manos de Eumenes.
En Italia, la Segunda Guerra Samnita duraba ya cinco
años,
con una leve ventaja para Roma. Un ejército romano de Campania
recibió
un falso informe difundido por los Samnitas, según el cual una
ciudad
de Apulia, aliada de Roma, estaba siendo atacada. Los romanos
decidieron
acudir en su ayuda, para lo cual tenían que atravesar el Samnio.
El camino les llevaba por un estrecho valle situado junto a la ciudad
samnita
de Caudio, por lo que era conocido como las Horcas Caudinas.
Cuando los romanos llegaron al final del desfiladero lo encontraron
bloqueado
por árboles y rocas. Dieron media vuelta y se encontraron con un
ejército samnita. Estaban atrapados (deshonrosamente,
además).
Los samnitas optaron por no pelear. Dejaron que los romanos acabaran
con
sus víveres y esperaron a que murieran de hambre. Evidentemente,
los romanos se vieron obligados a rendirse. Los samnitas exigieron el
fin
de la guerra con algunas condiciones adicionales en su favor. Los
generales
romanos no podían firmar la paz. Sólo el Senado
tenía
esa atribución, y los samnitas lo sabían. Así
pues,
decidieron quedarse con 600 rehenes, tomados de entre los mejores
oficiales
romanos, y dejaron marchar al resto del ejército para que
negociara
la paz.
Cuando el ejército llegó a Roma, el
Senado
se reunió para tomar una decisión. Uno de los generales
propuso
que él y su compañero fueran entregados a los Samnitas
por
haberlos engañado con un falso acuerdo y que los rehenes fueran
abandonados. Casi todos los senadores tenían parientes
entre
los rehenes, pero la propuesta fue aceptada. Los samnitas mataron a los
rehenes, pero perdieron la oportunidad de obtener una victoria
definitiva.
La guerra continuó.
En 320 se produjo un
cambio
dinástico en el reino indio de Magadha. La nueva dinastía
fue inaugurada por Chandragupta, de la familia de los Maurya,
que asesinó al último miembro de la casa real con la
ayuda
de un grupo de proscritos. Estableció su capital en Pataliputra,
e inició un proceso de expansión que convertiría a
su reino en el primer imperio indio históricamente conocido.
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