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En 58 Julio
César
marchó a la Galia como procónsul. No parecía estar
a la altura del cargo. Tenía ya 44 años y muy poca
experiencia
militar. Más bien al contrario, era un hombre que gustaba del
lujo
y los refinamientos, y no parecía posible que se adaptara a la
vida
militar. Probablemente muchos pensaban que iba a estar cinco
años
ausente de Roma sin hacer nada relevante o que si, por el contrario,
decidía
emprender acciones militares, no tardaría en morir o en volver
humillado.
Sin embargo César era un hombre inteligente en el más
amplio
sentido de la palabra, y su voluntad era férrea. No tardó
en demostrar que podía dirigir un ejército tan
competentemente
como el más rudo de los generales veteranos.
Los helvecios eran una de las tribus galas
más
rudas y belicosas. Habían ocupado tierras de la actual Alemania
hasta que se unieron a los cimbrios y los teutones en su ataque a la
Galia
romana, y finalmente se habían instalado en una parte de la
actual
Suiza. Ahora juzgaban que su territorio era muy estrecho, limitado por
el Rin, el lago Lemann, el monte Jura y la provincia romana, así
que planearon emigrar hacia el oeste, para lo cual tenían que
atravesar
el norte de la Galia Narbonense, el territorio de los Alóbrogues,
incorporado recientemente a la provincia, y César, que recordaba
el historial de los helvecios, no estaba dispuesto a consentirlo. Los
helvecios
le enviaron una embajada asegurando que sólo iban de paso, pero
César les dio largas, fortificó la zona y los
rechazó
cuando trataron de pasar de todos modos. Entonces emprendieron un
camino
alternativo a través de territorio eduo. César
disponía
únicamente de una legión en la Galia Narbonense, pero
rápidamente
trasladó otras tres que tenía en la Galia Cisalpina
más
otras dos que reclutó allí. Con ellas cruzó el
Ródano,
que marcaba la frontera de su provincia e impidió el paso a los
Helvecios, poco después los eduos pidieron ayuda a César,
y esta petición fue tomada como justificación de su
ataque.
Los helvecios no tardaron en ser reducidos a su territorio original.
Su muestra de poder sobre los helvecios
acalló
las voces de los eduos recelosos de la ayuda romana, y así los
dirigentes
eduos, con Diviciaco al frente, solicitaron a César que les
protegiera
de los suevos. Le explicaron cómo Ariovisto había exigido
la tercera parte de los campos secuanos y ahora exigía una
tercera
parte más. Estaba continuamente transportando hombres al otro
lado
del Rin y, a este paso, pronto sería el dueño de toda la
Galia. Por alguna extraña razón, el Senado había
declarado
a Ariovisto el año anterior "amigo del pueblo romano",
de
modo que César no podía atacar sin más
justificación.
Le envió un mensaje arrogante y provocativo, con lo que
logró
que Ariovisto le contestara igualmente en términos desafiantes y
despectivos. Esto fue suficiente para que César pudiera
justificar
su intención de ocupar Vesontio (Besançon) la
capital
de los secuanos, antes de que lo hiciera Ariovisto.
El plan provocó el pánico entre los
soldados,
que recordaban las luchas contra los cimbrios y los teutones, pero
César
dio una muestra más de su increíble retórica.
Después
de avergonzarlos por su miedo y su actitud improcedente, afirmó
que al día siguiente partiría él solo con los que
quisieran seguirle, porque estaba seguro de que la décima
legión
(la que tenía inicialmente) no le fallaría. El resultado
fue que los de la décima legión se pusieron
inmediatamente
a sus órdenes, orgullosos de la gran estima en que César
les tenía, mientras que los restantes hicieron lo propio para
demostrar
que no valían menos. Cuando su ejército se
encontró
con el de Ariovisto, los dos líderes tuvieron una entrevista sin
desmontar de los caballos. Ariovisto reclamó su derecho de
guerra
sobre la Galia, mientras que César argumentó que Roma
podría
reclamar el mismo derecho, pero que había decidido que la Galia
debía ser libre, y él estaba allí para garantizar
la libertad de la Galia. Tras el desencuentro, César obtuvo una
victoria aplastante, de modo que Ariovisto tuvo que pasar al otro lado
del Rin y en la galia sólo quedaron pequeños
destacamentos
germanos.
Ahora Roma dominaba (o protegía) la galia
central.
Instaló campamentos de invierno para sus legiones y él
regresó
a la Galia Cisalpina para atender a sus obligaciones de
procónsul
y, sobre todo, para informarse del estado de cosas en Roma. En su
ausencia,
los conservadores iban ganando terreno. En 57
Catón volvió de Chipre trayendo una gran cantidad de
dinero
que había recaudado legalmente y que depositó en el
tesoro
público sin tomar nada para sí. Los amigos de
Cicerón
empezaron a maniobrar para que pudiera volver de su exilio y finalmente
lo lograron con la ayuda de Pompeyo (que siempre había sido
amigo
de Cicerón). Uno de los que participó más
activamente
para que Cicerón pudiera regresar fue el tribuno Tito Annio
Milo
Papiniano, casado con una hija de Sila. Milo organizó una
banda
de matones similar a la que tenía Clodio, pero de
simpatías
conservadoras, con lo que las calles de Roma vieron constantes disputas
y venganzas similares a las de los gangsters estadounidenses.
Al norte de la Galia estaban los Belgas, que
en
principio eran galos, pero se habían mezclado con grupos de
invasores
germanos y eran tan bárbaros como éstos. Los belgas
vieron
con inquietud la presencia de Roma en la Galia central, y sus diversas
tribus formaron una alianza en previsión de un posible avance de
los romanos hacia el norte. Únicamente uno de sus pueblos, los Remos
(de donde deriva el nombre de Reims), decidió que era mejor
estar
a buenas con Roma y pactaron con César, que no tardó en
ocupar
su territorio con las cinco legiones del año anterior más
otras tres que reclutó para la ocasión. Al principio los
belgas optaron por formar un ejército tan numeroso como fuera
posible,
y fue tan numeroso que a César no le costó nada
desbaratarlo.
Luego decidieron que cada tribu se defendería a sí misma,
y eso permitió que César fuera derrotándolas una a
una.
César terminó dominando a los belgas,
aunque
algunas de sus tribus ofrecieron una rabiosa resistencia, especialmente
los Nervios, hasta el punto de que las batallas impresionaron
tanto
a los galos que los que habitaban lo que actualmente es Bretaña
enviaron embajadas para entregarse sin resistencia. Incluso algunos
pueblos
del otro lado del Rin enviaron emisarios para trabar relaciones
diplomáticas
con César. Ahora Roma dominaba las dos terceras partes de la
Galia.
Únicamente quedaba libre Aquitania, la zona sur,
lindante
con los Pirineos. César distribuyó sus legiones por el
territorio
en campamentos de invierno y nuevamente pasó a la Galia
Cisalpina.
Mientras tanto, el rey parto Fraates III fue
envenenado
por sus hijos, que se repartieron el imperio y reinaron como Mitrídates
III y Orodes II, respectivamente.
Durante el invierno se produjeron dos sublevaciones
en
la Galia, una de menor importancia en los Alpes y otra más grave
en el extremo opuesto, en Bretaña, donde una delegación
romana
envidada para solicitar provisiones fue hecha prisionera. Esta chispa
hizo
saltar a varias tribus vecinas que se aliaron contra los romanos. Los
más
destacados fueron los Vénetos, un pueblo de navegantes
que
poblaba la costa sur de Bretaña. También recibieron ayuda
de los celtas de Britania (la actual Gran Bretaña).
A principios de 56,
César
estaba en Lucca, en la Galia Cisalpina y no podía
dirigirse
inmediatamente a atender la rebelión porque estaba
entrevistándose
con sus socios Pompeyo y Craso. Ambos veían con envidia y recelo
los éxitos militares de César. Especialmente Pompeyo, que
era teóricamente el que debía ostentar la gloria militar.
El acuerdo al que llegaron fue que Pompeyo y Craso serían
cónsules
al año siguiente, con lo que ambos podrían conseguir
éxitos
militares si así lo querían. César
conservaría
la Galia, Cráso podía ir a Siria y Pompeyo a
España.
Tan pronto como los cabos quedaron atados,
César
marchó apresuradamente al norte y decidió combatir a los
sublevados por tierra y por mar. Construyó una flota en el Loira
con la que libró la primera batalla naval que se conoce en el
Atlántico.
Las galeras romanas eran impulsadas por remos, mientras que los barcos
vénetos tenían velas, más adecuadas para el
océano.
Los romanos adaptaron un aparato usado en los asedios para destruir los
aparejos de los barcos enemigos y privarlos de maniobrabilidad, lo que
permitió abordarlos y librar una batalla cuerpo a cuerpo. Tras
la
rendición, los caudillos vénetos fueron ejecutados, y los
demás fueron vendidos como esclavos. Entre tanto Publio
Licinio
Craso, hijo de Marco, conquistó Aquitania con más
diplomacia
que fuerza bruta.
Ese año se publicó De rerum natura
(sobre la naturaleza de las cosas), un largo poema compuesto por Tito
Lucrecio Caro, en el que plasma el atomismo de Leucipo en una
concepción
racional, materialista y casi atea del Universo. De todos los escritos
antiguos que se conservan, la obra de Lucrecio es la que más se
acerca al punto de vista de la ciencia moderna.
Antígono Matatías, el hijo del rey
macabeo
Aristóbulo II, depuesto por Pompeyo, y que estaba prisionero en
Roma con su padre y su hermano mayor, logró escapar e
inició
un penoso camino hacia el este.
En 55 Pompeyo y Craso
fueron
elegidos cónsules tal y como tenían previsto. En la Galia
unas tribus germanas cruzaron el Rin, y César se dispuso a
rechazarlas.
Fue a su encuentro y concertó una entrevista en territorio
belga,
capturó a sus jefes y luego atacó por sorpresa a sus
hombres,
que confiaban en que estaban en tregua mientras durara la entrevista.
César quería dejar claro a los
germanos
que el Rin debía ser su límite natural, así que
después
de haber aniquilado a los que lo habían traspasado,
construyó
en diez días un sólido puente de madera sobre el
río,
una soberbia obra de ingeniería, y cruzó el Rin, pero los
germanos que habitaban la otra orilla huyeron al territorio de los Ubios,
que habían sellado una alianza con César, así que
los romanos se limitaron a saquear las tierras abandonadas y volvieron
atrás. César no tenía ningún interés
de ocupar territorios más allá del Rin, sólo quiso
hacer una demostración de poderío. Similarmente, a
finales
del verano hizo una pequeña incursión en el sur de
Inglaterra
para disuadir a sus habitantes de volver a enviar fuerzas a la Galia.
Aunque
no fue gran cosa, el desembarco en una isla desconocida causó
sensación
en Roma.
Cuando llegaron a Roma las noticias de cómo
César
había traicionado a los germanos, Catón se levantó
para denunciarlo, y afirmó que el honor de Roma no
quedaría
lavado mientras César no fuera entregado a los germanos. Pero no
era la primera vez que Roma empleaba esos medios y a nadie más
le
importó mucho.
A partir de este año Cicerón
dedicó
la mayor parte de su tiempo a escribir tratados de retórica y
política.
Este año publicó De oratore, y empezó a
trabajar
en De re publica, que le llevaría cuatro años. La
prosa de Cicerón, tanto la de sus tratados como la de sus
discursos,
se considera el modelo del latín clásico y la cumbre de
la
literatura latina.
Mientras tanto, el rey parto Mitrídates III
fue
depuesto por los nobles, tuvo que huir y se hizo fuerte en Mesopotamia,
pero su territorio pasó a ser gobernado por su hermano Orodes
II,
con lo que el Imperio Parto volvió a estar unido. El rey
convirtió
a Ctesifonte en la capital parta. También murió el rey
Tigranes
I de Armenia.
Finalmente, Ptolomeo XII pudo convencer a los
senadores
de que si Roma le restituía el trono de Egipto podría
proporcionarles
grandes riquezas, saqueando los numerosos templos de su país y
matando
de hambre a sus súbditos. Fue enviado a Egipto acompañado
de un ejército con el que pudo recuperar el gobierno y condenar
a muerte a su hija y usurpadora Berenice. Su marido Arquelao
siguió
reinando en Capadocia. Roma dejó en Egipto una guardia de corps
para Ptolomeo XII.
En 54 se unió
al ejército
de César un oficial de veintinueve años llamado Marco
Antonio. Su padre adoptivo formó parte de los ejecutados por
Cicerón a raíz de la conjuración de Catilina,
así
que Marco Antonio odiaba a Cicerón. Pronto se convirtió
en
uno de los más leales seguidores de César. Ese año
César llevó otra expedición a Britania con la
excusa
de la ayuda que los britanos habían prestado a los
vénetos
dos años antes. Construyó una flota en el Loira capaz de
transportar cinco legiones y dos mil jinetes. Los jinetes eran en su
mayoría
rehenes galos que César tomó para evitar rebeliones en su
ausencia. Dumnórix, el hermano de Diviciaco, encabezaba
la
facción de los eduos contraria a los romanos y se negó a
aportar los rehenes exigidos. Esto lo enfrentó a César y
murió en el combate. El incidente no sólo no
aplacó,
sino que avivó las corrientes contrarias a Roma entre los galos,
sobre todo en el norte. Pese a ello, César desembarcó en
Britania y se abrió paso hasta el Támesis combatiendo a
los
nativos, que estaban dirigidos por Casivelauno, pero fueron
derrotados
y se comprometieron a pagar anualmente un tributo. No obstante
César
nunca volvió a Britania, y el tributo nunca fue pagado. Ahora
bien,
los britanos no volvieron a ponerse en contacto con la Galia,
suspendiendo
incluso las relaciones comerciales.
Mientras tanto Craso se dispuso a partir hacia
Siria,
pues el año anterior, durante su consulado, se había
hecho
asignar el territorio tal y como había acordado con César
y Pompeyo. El Senado trató de evitar a toda costa su partida.
Con
la excusa de la Guerra de las Galias, César tenía cada
vez
más legiones a su mando y cada vez era más querido y
admirado
por sus soldados. Su regreso a Roma podía ser como el de Sila y
si esto ya era bastante motivo de preocupación para los
senadores,
ahora Craso pretendía marchar a oriente para convertirse en un
nuevo
Pompeyo o un nuevo César. En realidad no había
ningún
conflicto en oriente, pero estaba claro que Craso lo iba a provocar.
Hasta
ahora, su único mérito era haber aplastado una
rebelión
de esclavos, lo cual no lucía mucho. Su objetivo eran los
partos.
También había temores supersticiosos que desaconsejaban
la
partida de Craso: hasta entonces Roma nunca había atacado a
nadie
sin tener un motivo, por pequeño que fuera. Por primera vez
Craso
salía descaradamente con afanes de conquista sin ningún
motivo
que lo legitimara. Los dioses podían negarle su apoyo.
Cuando llegó a Siria, el punto más
débil
del Imperio Parto era Mesopotamia. Allí se había hecho
fuerte
el derrocado rey Mitrídates III y acababa de ser capturado y
ejecutado.
Craso realizó varias incursiones por la región y
encontró
poca resistencia. Al contrario, muchas ciudades griegas le dieron la
bienvenida.
Dejó destacamentos y volvió a Siria a pasar el invierno y
preparar una expedición mayor para el año siguiente hacia
la capital parta. Los partos enviaron una embajada para negociar un
acuerdo
de paz razonable (a fin de cuentas, no habían hecho nada y no
tenían
ningún interés en enfrentarse a Roma), pero Craso
despidió
altaneramente a los enviados.
A Pompeyo se le había asignado una provincia
española,
también según lo previsto, pero no fue personalmente.
Decidió
que, con sus socios tan alejados, era su oportunidad para hacerse
fuerte
en la capital. Por estas fechas murió de parto Julia, la hija de
César y esposa de Pompeyo, con lo que se rompió el
vínculo
más fuerte que unía a los dos generales. También
murió
el poeta Cátulo.
Ese año, la cosecha en la Galia fue mala, y
César
tuvo que diseminar sus tropas en muchos campamentos pequeños
para
pasar el invierno. Por precaución, él mismo pasó
el
invierno en el país. Los galos consideraron que era una
ocasión
inmejorable para rebelarse. Los eburones hicieron salir
mediante
engaños a una legión y media de su campamento y luego las
exterminaron en una emboscada. Inmediatamente se rebelaron los nervios,
en cuya región estaba destacada una legión al mando de Quinto
Tulio Cicerón, hermano de Marco. Fue rodeado por nervios y
eburones.
César reunió apresuradamente varias legiones y le
envió
un mensajero que cruzó las líneas enemigas con el
mensaje:
"¡Ten
ánimo! Salgo en tu ayuda", y logró levantar el cerco.
En muchas tribus galas, los partidarios de los romanos fueron
destituidos
o asesinados.
Ya entrados en 53, las
revueltas
continuaban. César alistó dos legiones más y
Pompeyo
le envió una tercera, con lo que tenía bajo su mando a
diez
legiones (unos 60.000 hombres), con las que César pudo sofocar
poco
a poco las revueltas. Fue clemente con todos excepto con los eburones
(que
habían asesinado a más de una legión). Su
territorio
fue peinado sistemáticamente por las legiones, que asesinaron o
apresaron a sus habitantes, y luego hizo repoblar la zona con otras
tribus
para borrar el nombre "del pueblo culpable de un crimen tan
horrendo."
Luego César convocó una asamblea de todas las tribus
galas
en la capital de los remos, donde juzgó a los cabecillas de las
revueltas.
Mientras tanto Craso emprendió su
campaña
contra los partos. El ejército parto era uno de los más
poderosos
del mundo. Su fuerza principal era la caballería. Los caballos
partos
eran los más grandes y más fuertes que existían, y
sus jinetes tenían una increíble capacidad de maniobra.
Su
especialidad era atacar por sorpresa y retirarse rápidamente.
Además,
en la huida los jinetes eran capaces de girar sobre sus caballos y
lanzar
una andanada de flechas que cogía desprevenidos a sus
perseguidores.
Con el tiempo se hizo proverbial la expresión "flecha de parto"
para referirse figuradamente a cualquier golpe inesperado en el
último
momento. También se extendió la locución "traidor
como una flecha de parto".
Además de la caballería ligera, los
partos
disponían de una caballería pesada, en la que los jinetes
y a veces también los caballos estaban protegidos por pesadas
armaduras.
Unos atacaban con pesadas lanzas, como una especie de falange ecuestre,
y otros atacaban con flechas al tiempo que sus corazas los
hacían
inmunes a las flechas enemigas. La caballería pesada era lenta,
pero la combinación de ambas era un ejército temible muy
diferente de todo lo que los romanos se habían encontrado
anteriormente.
Craso quería llegar rápidamente a la
capital
parta, y encontró un guía árabe que se
prestó
a llevarle a través de Mesopotamia a un punto en el que
podría
coger por sorpresa al ejército parto. El árabe lo
llevó
ciertamente al ejército parto, pero resultó estar al
servicio
de los partos, que lo estaban esperando. La mayor parte del
ejército
estaba oculta, y Craso se lanzó confiado contra la
pequeña
parte que encontró, aparentemente en un ataque sorpresa. Pero
cuando
trabaron combate los "sorprendidos" jinetes arrojaron sus capas y bajo
ellas relucieron armaduras. Los jinetes acorazados empezaron a hacer
estragos.
Craso ordenó a su hijo Publio que atacara con la
caballería.
Los partos se dieron a la fuga, lanzando flechas por encima de los
hombros.
Cuando la caballería romana les estaba dando alcance,
descubrieron
que habían sido conducidos a donde estaba oculta la
caballería
ligera parta, mucho más numerosa que la romana y mucho
más
hábil en el combate cuerpo a cuerpo. Murieron casi todos los
jinetes
romanos, entre ellos Publio Craso. Los partos le cortaron la cabeza y
la
clavaron en la punta de una lanza. La caballería parta rehizo
filas
y volvió hacia el cuerpo principal del ejército romano,
enarbolando
la cabeza de Publio. Al verla, la moral del ejército se
derrumbó,
aunque Craso no dejó de gritar "¡No os
desaniméis!,
¡la pérdida es mía, no vuestra!". Los romanos
huyeron
precipitadamente y los partos les siguieron acosándolos, hasta
que
el mismo Craso fue asesinado en unas negociaciones unos meses
después.
Sólo la cuarta parte de los hombres pudo regresar, pertrecha, a
Siria. Al mando estaba Cayo Casio Longino, que logró
rechazar
a los partos cuando éstos trataron de invadir Siria. Las tropas
partas habían estado brillantemente dirigidas por el general Surena,
pero Orodes II receló de él y su premio fue el asesinato.
La derrota de Craso produjo una gran crisis
política
en Roma, que se tradujo en un incremento en las luchas callejeras entre
las bandas de Milo y Clodio. Las elecciones al consulado tuvieron que
ser
suspendidas, y el Senado decretó en que 52
Pompeyo sería cónsul único. Los senadores vieron
en
Pompeyo un buen medio para contrarrestar el poder de César.
Pompeyo
volvió a casarse, ahora con Cornelia, de la familia de
los
Escipiones, lo que suponía un nuevo vínculo entre Pompeyo
y los conservadores.
Un enfrentamiento entre las bandas de Milo y Clodio
terminó
con la muerte del segundo. Milo fue llevado a juicio y Cicerón
lo
defendió, pero una muchedumbre enfurecida lo redujo a la
afonía,
y apenas pudo pronunciar su discurso. Milo fue condenado al exilio. Con
todo, la situación para los conservadores había mejorado.
En unos meses, Pompeyo logró pacificar la ciudad.
César trató de intervenir en todos
estos
acontecimientos, pero apenas partió hacia Italia cuando
estalló
una nueva rebelión en la Galia que le obligó a partir
precipitadamente,
pero dejó en Roma a Marco Antonio.
La insurrección surgió en la Galia
central,
pero a ella se sumó rápidamente el arveno Vercingétorix,
que fue proclamado rey y pronto se le sumaron muchas tribus vecinas,
con
las que planeó atacar la Galia Narbonense. César
fortificó
la provincia y luego se abrió camino arriesgadamente a
través
de los territorios insurrectos hasta unirse con sus legiones, que
estaban
al norte. Vercingétorix obtuvo algunas victorias que finalmente
decidieron a los eduos (hasta entonces prorromanos) a unirse a la
rebelión.
Se celebró una asamblea en la que se ratificó el
liderazgo
de Vercingétorix, que finalmente se dispuso a llevar a cabo su
plan
de invadir la provincia. César reclutó hombres entre los
germanos para contrarrestar la caballería gala. Cuando los
ejércitos
se encontraron, los galos lanzaron un ataque de caballería por
el
frente y los lados simultáneamente y crearon confusión en
las filas romanas. (En este combate, César perdió su
espada
corta, que luego fue exhibida con orgullo en un templo arveno.
César
visitó el templo y cuando alguien de su séquito quiso
cogerla
sonrió y se lo impidió diciendo "déjala, que ya no
es mía, sino de los dioses".) Pero la mayor capacidad de las
legiones
era su capacidad de reorganizarse, y cuando César lanzó a
la caballería germana, el ataque galo quedó pulverizado.
Vercingétorix tuvo que retirarse a toda prisa a la fortaleza de
Alesia.
César se dispuso a rodearla, y Vercingétorix tuvo el
tiempo
justo para hacer salir a su caballería con orden de recorrer la
Galia en busca de ayuda.
César rodeó la ciudad con un anillo de
fortificaciones
de 16 kilómetros de perímetro. A lo largo de esta primera
línea puso puestos avanzados, y distribuyó
estratégicamente
sus campamentos un poco más atrás para que sus hombres
pudieran
acudir rápidamente a cualquier punto del anillo donde fueran
requeridos.
Luego creo un segundo anillo de 21 kilómetros de
perímetro
para protegerse de ataques exteriores. Dispuso torres a intervalos
regulares,
protegió especialmente los puntos más propicios para un
ataque,
cavó fosos y los llenó de agua cuando fue posible y
llenó
el contorno de trampas, cepos y espinos.
Los habitantes de la ciudad empezaron a sentir el
hambre,
y Vercingétorix expulsó a todos aquellos que no pudieran
empuñar un arma, principalmente mujeres, ancianos y
niños.
Los romanos no cedieron a sus súplicas, y perecieron de hambre a
mitad de camino entre la ciudad y las fortificaciones.
Luego llegó el ejército que
habían
enviado a buscar. El primer encuentro fue favorable a los romanos,
gracias
en gran parte a la caballería germana. Al día siguiente
reinó
la calma, mientras los galos se preparaban para un nuevo ataque. Por la
noche atacaron simultáneamente desde el exterior y el interior.
Intentaron sorprender a los romanos, pero pudieron con ellos las
trampas
interpuestas por César. El combate se prolongó desde la
media
noche hasta bien entrada la mañana, y los galos tuvieron que
retirarse
sin haber logrado nada. Al otro día, se produjo otro ataque
conjunto
en el que César llegó a la cumbre de su estrategia que le
permitía conducir a cada hombre donde más falta
hacía
en cada momento. Los galos del exterior sufrieron numerósas
pérdidas
y se dispersaron, y al día siguiente capituló
Vercingétorix,
que fue hecho prisionero, mientras sus hombres fueron esclavizados.
En 51 César
acabó
con las últimas resistencias aisladas y la Galia quedó
definitivamente
pacificada. Ese mismo año murió Ptolomeo XII, que
legó
su reino a sus hijos Ptolomeo XIII, de diez años y Cleopatra,
de diecisiete. Además encomendó la tutela de su hijo al
Senado
Romano y éste a su vez encomendó la tutela a Pompeyo.
Cicerón
pasó el año en Cilicia, como procónsul.
A principios de 50
César
convirtió la Galia en provincia romana. Estableció los
tributos
de cada tribu según la jerarquía habitual en
función
de la lealtad o resistencia que había mostrado hacia Roma. El
sometimiento
fue absoluto, de modo que ya no volvieron a producirse disturbios y la
provincia fue rápidamente romanizada. Se calcula que la tercera
parte de la población murió en la guerra y otra tercera
parte
fue esclavizada. Los botines de guerra enriquecieron hasta a los
soldados
rasos y César obtuvo dinero suficiente para saldar las deudas
que
había contraído durante su consulado. Además ahora
contaba con el mejor ejército de Roma y su fama superaba con
creces
a la de Pompeyo. Para asegurarse de que así fuera, César
puso por escrito todos los detalles de la campaña en sus Comentarios
a la Guerra de las Galias, que lo revelaron además como el
más
afamado autor de la literatura latina, a la par con Cicerón.
La esposa de Milo fue sorprendida en adulterio con
un
seguidor de Clodio llamado Cayo Salustio Crispo.
Provenía
de una rica familia plebeya y era Senador, pero a raíz de este
incidente
fue expulsado del Senado.
Por esta época el gobierno de China sobre Corea
pasó a ser meramente nominal. Corea se dividió en tres
reinos
que no tardaron en enzarzarse en eternas disputas fronterizas: Koguryo
(al norte), Paikche (al suroeste) y Silla (al sureste).
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