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En 50 la carrera
política
de Julio César pasaba por un momento crítico. En cuanto
terminara
su proconsulado en la Galia, sus enemigos en Roma lo tendrían
muy
fácil para procesarlo por cualquier causa, pues todo gobernador
romano podía ser declarado culpable de cualquier crimen cometido
durante su mandato con la misma facilidad con la que podía ser
declarado
inocente si así convenía. La única forma de
evitarlo
era ser elegido cónsul inmediatamente. Por razones
técnicas,
el primer consulado al que podía aspirar era al de 48,
así
que necesitaba prorrogar su proconsulado hasta las elecciones de 49 y
arreglárselas
para que el Senado le dispensara de presentar personalmente la
candidatura.
Esta vez, cumplir el trámite no sólo le privaría
del
triunfo que le correspondía por sus victorias en la Galia, sino
que presentarse inerme en Roma podría ser muy peligroso para su
vida.
Los últimos años dedicó los
beneficios
obtenidos en la guerra a ganarse amistades en Roma. Construyó
edificios
espléndidos, planeó construir un nuevo foro,
planeó
unos juegos fastuosos en honor de su difunta hija Julia y, en palabras
de Cicerón, "en cuanto conocía a alguien valeroso y
sin
escrúpulos cargado de deudas o arruinado, lo incluía en
su
círculo de amigos". Entre estos estaban Salustio Crispo, que
fue restituido en el Senado por intervención de César, y
Cayo
Escribonio Curio, que fue elegido tribuno. Por el contrario, en el
consulado estaba un firme representante del partido senatorial, llamado
Marcelo.
El Senado aprobó que César y Pompeyo
debían
entregar una legión cada uno para una expedición contra
los
partos, pero Pompeyo cedió la que unos años antes le
había
prestado a César, así que fue César quien se vio
obligado
a prescindir de dos legiones. Sin embargo, Marcelo no las envió
a oriente, sino que las dejó en Capua a disposición del
Senado.
César trasladó algunas de sus legiones a la Galia
Cisalpina.
Pompeyo era procónsul en España
(aunque
se las había arreglado para quedarse en Roma), y también
terminaba su mandato. Curio defendió que César y Pompeyo
debían disolver sus legiones simultáneamente, ya que
sólo
así "el Senado y el Pueblo Romano podrían actuar
libremente".
Sin embargo, no había signos de que Pompeyo fuera a prescindir
de
sus legiones. Al contrario, cuando Marcelo terminó su consulado
encomendó a Pompeyo la protección de Roma y le
traspasó
las dos legiones que debían haber sido enviadas al este.
Los cónsules del 49
fueron también conservadores, pero en el tribunado estaba Marco
Antonio. En la primera reunión del Senado, Curio presentó
una carta de César escrita tres días antes y llevada a
caballo.
En ella César se mostraba dispuesto a renunciar a la Galia
Cisalpina,
e incluso a la Transalpina si fuera necesario, a cambio de conservar el
gobierno de Iliria (asociado al de la Galia Cisalpina) y dos legiones
hasta
tomar posesión del consulado. Posteriormente rebajó sus
condiciones
cambiando la toma de posesión por el día de la
elección,
con lo que dejaba un periodo en el que podía ser vulnerable,
pero
en el que confiaba en poder defenderse.
Sin embargo, esta rebaja y otros hechos anteriores,
como
la entrega de las dos legiones, fueron tomados como signos de
debilidad,
y los conservadores se negaron a negociar. Los tribunos lograron que la
carta de César fuera leída en el Senado, pero los
cónsules
impidieron que se debatiera sobre ella. A lo largo de la sesión
se decidió que si César no disolvía inmediatamente
sus legiones y entraba en Roma como un ciudadano más,
sería
declarado proscrito. Cicerón trató de adoptar una
posición
conciliadora, pero los enemigos de César fueron intransigentes.
Tras varios días de negociaciones, el Senado emitió un Senatus
Consultum Vltimum por el que se decretaba el estado de
excepción
y se conferían plenos poderes a Pompeyo.
Entonces Marco Antonio urdió una estratagema.
Él
y el otro tribuno huyeron hacia el campamento de César en la
Galia
Cisalpina afirmando que sus vidas corrían peligro. Ahora
César
podía salir en defensa de los tribunos, sagrados representantes
del Pueblo, amenazados por el Senado. No era legal, pero el pueblo lo
consideraría
justo.
Esa misma noche César cruzó el
río
Rubicón con una legión, el cual marcaba la frontera de la
Galia Cisalpina. Según las decisiones del Senado, este paso lo
convertía
en un proscrito y se iniciaba así la Segunda Guerra Civil.
No es muy creíble, pero se dice que al cruzar el río
César
pronunció la famosa frase alea iacta est (la suerte
está
echada). Llegó así a la ciudad de Rímini,
donde
se encontró con los tribunos huidos y arengó a sus
hombres
para que los defendieran de las injusticias que se cometían
contra
ellos.
Pompeyo había asegurado al Senado que, en
caso
de que César se sublevara, bastaría una palabra suya para
poner a toda Italia en pie de guerra, pero, para su sorpresa, se
encontró
con que César ocupó rápidamente Etruria mientras
él
se veía obligado a retirarse hacia el sur, y muchos de sus
hombres
desertaban para unirse a su oponente. Pompeyo tuvo que embarcar hacia
Grecia,
y con él huyeron la mayor parte de los senadores. A los tres
meses
de cruzar el Rubicón César dominaba Italia y pronto
ocupó
también Sicilia, Córcega y Cerdeña, importantes
para
suministrar alimento a Italia. Curio fue enviado a África.
Cicerón se había quedado en Roma y
César
trató de ganarlo para su causa, pero no pudieron llegar a
ningún
acuerdo y finalmente Cicerón decidió reunirse con
Pompeyo.
Pompeyo estaba en Grecia, pero donde más legiones tenía
era
en España. César decidió trasladarse a
España.
Dejó a Marco Antonio en Italia, dispuso dos legiones en Iliria
para
prevenir un ataque del este y encargó que se reuniera una flota
para defender las costas de Italia en su ausencia. Al partir dijo: "voy
a combatir a un ejército sin caudillo; a mi regreso lo
haré
contra un caudillo sin ejército". Eligió la ruta
terrestre.
En su camino, la ciudad de Massilia le negó la entrada,
aduciendo
neutralidad, pero luego acogió a oficiales leales a Pompeyo.
César
dejó un contingente asediando la ciudad y siguió su
camino.
Su vanguardia ya había llegado a España pero, esperando
refuerzos,
no se enfrentó abiertamente a las tropas de Pompeyo, sino que
inició
una guerra de posiciones. Cuando llegó César, tras sufrir
algunos percances, logró empujar a sus enemigos a un paraje
desértico
donde se vieron obligados a rendirse por falta de agua. César
fue
magnánimo con los vencidos y la mayoría de ellos se
unieron
a su ejército. El resto de la campaña fue muy
fácil,
pues la mayor parte del territorio se puso de su parte por propia
voluntad.
César fue magnánimo con los que se rindieron y muy
generoso
con quienes le apoyaron. Muchos españoles obtuvieron la
ciudadanía
romana.
Mientras tanto Massilia capituló. Ahora
César
controlaba toda la parte occidental de las posesiones romanas, al menos
en Europa, pues en África las cosas no le iban bien: el rey Juba
I de Numidia estaba obteniendo victorias en favor de Pompeyo.
Como preparación de su campaña en el
este
para el año siguiente, César liberó a
Aristóbulo
II, el rey de Judea depuesto por Pompeyo, junto a su hijo mayor,
Alejandro,
y los envió a Judea. Si conseguían suficientes seguidores
como para que Aristóbulo II recuperara su trono, ciertamente
Judea
pasaría a ser partidaria de César. No obstante, Pompeyo
logró
que ambos fueran asesinados.
Ese año murió el emperador chino
Xuandi.
Éste había sabido tomar las riendas del poder en
detrimento
de la corte, pero su sucesor, Yuandi, se desinteresó de
la
política y las intrigas palaciegas volvieron a estar a la orden
del día. Una de las cuestiones que se planteaban entonces era la
conveniencia de trasladar la capital a Luoyang, más al
este,
como una forma de atenuar el desgaste político que había
sufrido la dinastía Han en las últimas décadas.
En 48 César se
hizo
elegir Cónsul por los restos del Senado que quedaban en Roma.
Luego
embarcó con sus tropas hacia Iliria acompañado de Marco
Antonio
y puso sitio a Dirraquio. Al parecer, César ignoraba que
Pompeyo había pasado el año alistando legiones y
construyendo
una flota, de modo que no era el "caudillo sin ejército" que
esperaba
encontrar. La flota de Pompeyo apareció de improviso y
César
comprendió que debía huir. Se adentró en Grecia.
Probablemente,
Pompeyo hubiera hecho bien en aprovechar la ocasión pasando a
Italia,
pero estaba ansioso de enfrentarse a César y demostrar al mundo
que él era el mejor de los dos. Dejó a Catón en
Dirraquio
con parte del ejército y se lanzó a la persecución
de César. Lo alcanzó en Farsalia, una ciudad de
Tesalia.
Allí tuvo lugar la batalla que tanto había anhelado.
El ejército de Pompeyo doblaba al de
César
en número de soldados. El ataque lo inició la
caballería,
que trató de rodear al ejército de César y causar
estragos en su retaguarda. Pero César sabía que los
jinetes
eran jóvenes aristócratas romanos, así que
había
dispuesto a algunos hombres para hacerles frente con la orden de no
arrojar
sus lanzas, sino de usarlas únicamente contra los rostros de los
jinetes. César previó que los presumidos
aristócratas
antes caerían del caballo que correrían el riesgo de que
sus caras fueran marcadas, y así fue, la caballería fue
neutralizada.
La infantería de César desorganizó el
ejército
de Pompeyo. Éste podía haberse reorganizado (César
estaba acostumbrado a recuperarse de situaciones similares), pero
Pompeyo
huyó, el ejército se derrumbó y César
obtuvo
una victoria definitiva.
Tras la victoria de Farsalia, Grecia y las
provincias
de Asia Menor comprendieron que, en realidad, siempre habían
estado
de parte de César. Algunos de los generales de Pompeyo se
pusieron
también de su lado. Entre ellos Junio Bruto, que tras la batalla
fue a buscarlo y obtuvo inmediatamente su perdón. César
le
asignó un cargo relevante.
Pompeyo tuvo que huir a Egipto. Allí
podría
reclutar un nuevo ejército con el que volver a enfrentarse a
César.
Él era el tutor del joven rey Ptolomeo XIII, había sido
él
quien puso en el trono a su padre y, por consiguiente, era rey gracias
a él. No cabía duda de que le debía favores.
Cuando
llegó, encontró al país en un momento
crítico.
En la práctica, Egipto estaba siendo gobernado por varios
cortesanos:
principalmente el eunuco Potino, el preceptor del rey Teódoto
y el estratega Aquilas. El más influyente era Potino.
Cleopatra,
la hermana del rey pronto tuvo desavenencias con todos ellos,
así
que unos meses antes había abandonado Alejandría y ahora
volvía con un ejército dispuesta a hacerse con el trono.
En estas circunstancias, la llegada de Pompeyo era
todo
un problema para la corte. Si recibían al general, César
podía ponerse de parte de Cleopatra, y si le negaban el asilo,
sería
Pompeyo quien la apoyara. Potino encontró una solución al
dilema: envió una barca a la galera de Pompeyo con emisarios que
dieron grandes muestras de alegría y le rogaron que desembarcara
para que el pueblo pudiera aclamarlo como se merecía. Pompeyo
desembarcó
y, apenas hubo puesto el pie en tierra, ante la vista de su mujer y su
hijo, que lo contemplaban desde el barco, fue apuñalado. El plan
era brillante: Pompeyo estaba muerto y no podría ayudar a
Cleopatra,
y César estaría agradecido a Ptolomeo XIII por haberle
librado
de su enemigo, así que tampoco apoyaría a Cleopatra.
Tras la batalla de Farsalia, los conservadores
propusieron
a Cicerón dirigir la "república en el exilio", pero
éste
se negó y volvió a Roma. Catón tomó las
tropas
que Pompeyo había dejado en Dirraquio y las trasladó a
África,
para unirlas con las del rey Juba I. Por su parte, César hizo
algunos
arreglos en oriente, entre los cuales estuvo la ratificación de
Antípatro al frente de Judea, el cual nombró a su vez a
su
hijo mayor, Fasael, gobernador de Jerusalén y a su hijo Herodes
gobernador de Galilea. Luego, envió a Marco Antonio a Roma y,
sin
conocer la muerte de Pompeyo, llegó a Egipto con cuatro mil
hombres
dispuesto a tomarlo prisionero. Potino le llevó su cabeza y le
pidió
ayuda contra Cleopatra. Ésta envió una embajada pidiendo
audiencia a César, al tiempo que le llevaba unos regalos.
Probablemente
Potino habría evitado de un modo u otro que la entrevista se
realizara,
pero no había motivo para privar a César de sus regalos.
Entre ellos resultó estar una alfombra dentro de la cual
resultó
estar la propia Cleopatra, que se presentó así en los
aposentos
de César.
Cleopatra no tuvo dificultades en convencer a
César
de que su aspiración al trono de Egipto era legítima. Las
razones principales que aportó se las había dado a ella
la
Naturaleza,
y Potino carecía de argumentos similares con los que rebatirlas.
César ordenó que se respetara la voluntad de Ptolomeo
XII:
Cleopatra y su hermano habían de gobernar conjuntamente. Esto no
satisfizo a Potino, que comprendió que Cleopatra, con el apoyo
de
César, no tardaría en deshacerse de él y de todos
sus adversarios. Su respuesta fue ordenar a Aquilas que atacara a
César.
Los romanos tuvieron que defenderse por las calles de
Alejandría,
y con dificultad llegaron al puerto, donde César hizo incendiar
todos los barcos egipcios para que no pudieran impedir la llegada de
refuerzos.
El fuego se propagó hasta la Biblioteca, y muchos libros
ardieron.
Finalmente, César pudo atrincherarse en el Faro y Potino fue
tomado
como rehén. La situación parecía controlada y
César
se dispuso a esperar refuerzos. Sin embargo, Potino logró
comunicarse
con Aquilas desde su prisión y organizó varios intentos
de
envenenar a César, por lo que éste terminó
ejecutándolo.
La medida generó más revueltas, y aún se
produjeron
más cuando Arsínoe, hermana de Cleopatra,
abandonó
el palacio real junto con su chambelán, el eunuco Ganimedes.
Luego se produjeron disensiones entre los egipcios y Ganimedes
reemplazó
a Aquilas al mando del ejército.
Cuando llegaron unos primeros refuerzos,
César
se dispuso a conquistar toda la isla de Faros. Se produjeron
enfrentamientos
y, en un momento dado, César tuvo que tirarse al agua, donde
dejó
su capa roja para distraer a los arqueros y pudo salvarse a nado. Al
día
siguiente los alejandríanos mostraban la capa como trofeo y se
extendió
el rumor de que César había muerto. El rumor llegó
a Roma, donde se produjeron alteraciones del orden que Marco Antonio
sólo
supo refrenar matando a algunos senadores.
Finalmente llegaron refuerzos numerosos desde
Pérgamo.
Entre ellos había un destacamento de judíos capitaneado
por
el propio Antípatro, lo que hizo que la comunidad judía
de
Alejandría se pusiera de parte de César. Ahora
César
pudo ocupar el Delta y marchó sobre Alejandría. Se
produjo
una batalla junto al Nilo en la que César salió
victorioso.
Ptolomeo XIII trató de huir en una barcaza demasiado cargada que
terminó zozobrando y pereció ahogado.
Ahora Cleopatra quedó confirmada como reina
de
Egipto, pero tenía que haber un rey, y afortunadamente le
quedaba
otro hermano de diez años, que pasó a ser Ptolomeo
XIV.
Su hermana Arsínoe fue desterrada a Roma. Se cuenta que
Cleopatra
llevó a César río arriba en un fastuoso barco para
enseñarle las maravillas del país. El caso fue que
César
permaneció en Egipto unos nueve meses, el tiempo suficiente para
que, unos meses después de su partida, Cleopatra diera a luz a Ptolomeo
César, más conocido por Cesarión
(pequeño
césar).
Durante su estancia en Egipto, César se
sorprendió
de la simplicidad de su calendario: el año estaba dividido en
doce
meses de 30 días, y al final se añadían otros
cinco
para que el año tuviera en total 365 días. El calendario
romano, en cambio, era mucho más complicado. Tenía
también
doce meses, unos de 29 días y otros de 31, excepto el
último,
febrero, que tenía 27. El número total de días era
de 354 y, para adecuarlo a las estaciones, el Pontifex Maximus
añadía
22 días cada dos años, que se agrupaban con los cinco
últimos
días de febrero para formar un mes adicional de 27 días
al
final del año, llamado mercedario (dejando a febrero con
sólo 22 días). César estaba familiarizado con esto
porque había sido Pontifex Maximus, y sabía que el
sistema
debía de tener algún fallo, porque lo cierto era que,
según
la tradición, la primavera empezaba en marzo, pero en la
práctica
había que esperar lo menos hasta mayo para gozar del tiempo
primaveral.
César trató el asunto con el
astrónomo
Sosígenes,
que le explicó que la causa de ese fenómeno (aparte de
que
los pontífices habían alargado o acortado años
más
de una vez por cuestiones políticas) se debía a que el
ciclo
estacional no tenía 365 días, sino 365 días y un
cuarto.
Por ello era necesario insertar un día más cada cuatro
años.
Esa pérdida acumulada durante siglos era suficiente para
trasladar
las estaciones de sus fechas tradicionales. Por cierto que, aunque los
sabios alejandrinos eran conscientes del problema, nunca consiguieron
que
los testarudos egipcios aceptaran incorporar esta corrección a
su
calendario. En cambio, César encargó a Sosígenes
que
diseñara un calendario que tuviera esto en cuenta, que
participara
de la sencillez del calendario egipcio (es decir, que no requiriera
añadir
meses adicionales y mucho menos al gusto de los sacerdotes), pero que
respetara
en lo posible las tradiciones romanas al respecto. De este modo,
César
volvió a Roma con un proyecto de reforma del calendario bajo el
brazo que no tardaría en llevar a la práctica.
Pero César no fue directamente a Roma.
Durante
su estancia en Egipto César había descuidado la guerra
que
tenía pendiente. Catón dominaba la provincia de
África
y contaba con el apoyo de Juba I de Numidia y Bocco II de Mauritania.
La
situación de España era inestable, porque los gobernantes
partidarios de César no estaban realizando una buena
gestión
y ello dio alas a los partidarios de Pompeyo. Al mismo tiempo Farnaces,
el hijo de Mitrídates VI del Ponto al que Pompeyo había
dejado
como rey del Bósforo Cimerio, aprovechó la guerra civil
para
invadir el Ponto y tratar de recuperar así el reino de su padre.
En 47 César
marchó
al Ponto, allí fue a su encuentro Casio Longino, que
había
luchado junto a Pompeyo en Farsalia. César lo perdonó y
le
permitió seguir prestando servicios bajo su mando.
Encontró
a Farnaces en Zala, justo en la frontera occidental del reino.
Apenas
hubo batalla. Los hombres de Farnaces se dispersaron apenas
César
lanzó su ataque. Durante todo este tiempo, César
mantenía
contacto epistolar con Roma. Su informe sobre este suceso se redujo a
su
famoso Veni, uidi, uici (llegué, vi, vencí). Poco
después desembarcó en Tarento, donde Cicerón fue a
recibirle esperando su perdón. No tuvo necesidad de pedirlo.
César
lo saludó efusivamente y conversó con él en un
largo
paseo. Desde entonces, César nunca dejó de tratar a
Cicerón
con respeto. En general, ésta fue la política de
César:
en lugar de organizar una matanza como había hecho Sila,
César
perdonó a todos sus enemigos excepto a aquellos que ya
había
perdonado una vez y se habían vuelto a poner en su contra.
En Roma tuvo que tomar muchas decisiones, pues Marco
Antonio
había demorado todas las cuestiones relevantes hasta su regreso.
En su ausencia se habían sugerido medidas económicas,
como
abolir las deudas y bajar el precio de los arrendamientos. César
se negó a lo primero para evitar que le acusaran de que lo
hacía
en su propio beneficio y, en cuanto a lo segundo, hizo lo que pudo,
aunque
no era fácil de controlar.
En 46 fueron elegidos
cónsules
César y Marco Emilio Lépido. Bruto fue designado
propretor
de la Galia Cisalpina. César aprovechó el consulado para
realizar la reforma del calendario propuesta por Sosígenes. A
partir
de entonces el año tendría 365 días repartidos en
12 meses, cada uno con el mismo número de días que tiene
en la actualidad. Cada cuatro años se añadiría un
día más para ajustar más exactamente el ciclo
estacional.
Técnicamente no era un día añadido, sino
duplicado:
todos los años tenían 365 días, pero uno de cada
cuatro
tenía uno duplicado. Este día era el 23 de febrero, que
es
donde en el calendario anterior se insertaba el mes mercedario cada dos
años. Los romanos no numeraban los días del mes
consecutivamente,
sino que había tres fechas distinguidas: las Calendas,
los
Idus
y las Nonas, y cada día se contaba a partir de los que
faltaban
para la más próxima de estas fechas hacia delante.
Así,
las calendas eran el primero de mes, y el 23 de febrero era el
día
sexto antes de las calendas de marzo. Cada cuatro años,
después
de este día venía el día sexto duplicado antes
de las calendas de marzo. En latín, "sexto duplicado" era bis
sextus, por lo que los años con día
bis sextus
pasaron a llamarse bisiestos.
Para compensar el desplazamiento de las estaciones
debido
a la acumulación de errores del sistema precedente, César
decretó que ese año tuviera excepcionalmente 80
días
adicionales, distribuidos en un mes mercedario usual y el resto entre
noviembre
y diciembre. Por razones obvias ese año pasó a ser
conocido
como el año de la confusión.
Para mayor confusión, para contar el tiempo
transcurrido
entre dos fechas, los romanos tenían el vicio de contar desde el
primer día considerado hasta el último (y así
consideraban
que de lunes a lunes había ocho días, igual que nosotros
aún decimos que dos semanas son una quincena y no una
"catorcena").
El decreto de César fue mal interpretado, y se entendió
que
cada cuatro años significaba bisiesto, no bisiesto, no
bisiesto,
bisiesto, y hasta que se descubrió el error se intercalaron
años bisiestos cada tres años en lugar de cada cuatro.
Otro punto conflictivo fue fijar el inicio del
año.
La tradición original era que el año empezaba el
solsticio
de primavera, esto es, el 21 de marzo, pero pronto hubo quien
consideró
más natural empezar el 1 de marzo, pero luego hubo quienes
pensaron
que el mes de enero (ianuarius) estaba dedicado al dios Jano,
relacionado
con los principios y finales de las cosas, luego el año
debía
empezar el 1 de enero (además era la fecha en que los
magistrados
ocupaban sus cargos). En la práctica, cada cual tenía su
criterio. El decreto de César establecía que el
año
empezaba el 1 de enero, pero en este punto cada cual mantuvo su propia
costumbre.
En lo que sí hubo acuerdo fue en que el mes
de
nacimiento de César dejara de llamarse quintilis y pasara a
llamarse
mes de Julio. (Otra versión dice que esto fue una propuesta de
Marco
Antonio tras la muerte de César.) El nuevo calendario se conoce
desde entonces como Calendario Juliano.
Mientras tanto Catón, Escipión
(el
suegro de Pompeyo que llegó de España) y Juba I
habían
reunido el equivalente a 10 legiones en Útica, en la provincia
de
África. El hijo de Escipión aportó una flota y
así
formaron un respetable ejército con el que oponerse a
César.
Si hubieran invadido Italia mientras César estaba en Egipto o en
El Ponto, tal vez hubieran tenido una oportunidad, pero perdieron mucho
tiempo con disensiones entre ellos, pues todos menos Catón
estaban
más interesados en su éxito personal que en el de la
postura
política que defendían. Ahora César estaba en
condiciones
de enfrentarse a ellos. Sin embargo, antes tuvo que hacer frente a un
último
imprevisto.
La magnanimidad de César provocó el
descontento
entre los soldados, que esperaban enriquecerse con las propiedades de
sus
enemigos. Además, su larga ausencia había relajado la
disciplina.
Los soldados recibían a pedradas a los emisarios de los
generales
y llegaron a asesinar a algunos senadores. Ahora una legión
avanzó
sobre Roma para presentar sus exigencias personalmente a César.
Éste se dirigió sólo hacia ellos
saliéndoles
al paso, sin más protección que su espada en el cinto.
Ante
su presencia, los soldados enmudecieron. Él les preguntó
qué querían, y ellos respondieron que el licenciamiento
(y,
se sobrentendía, la generosa recompensa que César
concedía
a sus hombres cuando los licenciaba). La despectiva respuesta de
César
empezó con el tratamiento quirites (ciudadanos), en
lugar
del habitual commilitones (camaradas), dando a entender
así
que los daba por licenciados. Es indicativo de lo bajo que había
caído la ciudad de Roma que César pudiera herir el
orgullo
de sus hombres llamándolos ciudadanos, cosa que en otro tiempo
hubiera
producido el efecto contrario. A continuación les aseguró
que tendrían cuanto se les había prometido, pero
después
de la expedición que preparaba y tras haber celebrado el triunfo
ante todas sus tropas (entre las que, se entendía, ya no estaban
ellos). Los soldados le suplicaron que les dejara participar en la
expedición,
y renunciaron voluntariamente, como castigo por su
insubordinación,
a la décima parte del botín que les correspondiera.
César
los perdonó a todos, pero separó a los cabecillas y los
destinó
a tareas burocráticas.
Cuentan que cuando César desembarcó en
África
tropezó y se cayó, lo que fácilmente podía
haber sido interpretado como un mal augurio, pero él
reaccionó
a tiempo, cogió un puñado de tierra y dijo "¡África,
ya eres mía!" César se encontró con las tropas
capitaneadas por Escipión cerca de la ciudad de Tapso.
En
su avance, César llevó a sus enemigos a un terreno donde
no pudieron desplegar adecuadamente sus fuerzas. Los elefantes de Juba
I tuvieron que disponerse en el frente, en lugar de en las alas.
César
logró ahuyentarlos, de modo que penetraron en sus propias lineas
y asolaron su propio campamento. Los soldados de César obligaron
a su trompeta a dar la señal de avance, y avanzaron cuando
César
consideraba más prudente esperar un momento más propicio.
Penetraron por la brecha abierta por los elefantes e hicieron una
carnicería.
Desde Tapso, César se dirigió a
Útica,
donde estaba Catón. Cuando se conoció la derrota,
Catón,
Juba I y otros miembros del partido senatorial optaron por suicidarse,
otros huyeros a España y otros fueron hechos prisioneros y
ejecutados.
Una parte de Numidia se convirtió en la provincia de Africa
Nova,
mientras que otra parte engrosó el reino de Mauritania, pues el
rey Boco I se decantó por César en el último
momento,
y César le disculpó haber apoyado a sus enemigos. Como
gobernador
de Numidia, César designo a Salustio Crispo, que se
enriqueció
escandalosamente a costa de sus provincianos, si bien nunca fue llevado
a juicio.
Ahora sólo España ofrecía
resistencia.
No obstante, César lo dejó correr temporalmente y
volvió
a Roma, donde celebró cuatro triunfos en cuatro días
consecutivos,
por sus victorias en la Galia, en Egipto, en El Ponto y en
África.
Entre las muestras de sus conquistas estaba el galo
Vercingétorix,
que seguía prisionero y, tras ser exhibido en el triunfo, fue
ejecutado.
César fue nombrado dictador por un periodo de
10
años. Cicerón defendió a varios partidarios de
Pompeyo,
apelando continuamente a la clemencia de César. No obstante,
Cicerón
había prácticamente abandonado la actividad
política
y se había retirado a su villa de Túsculo, donde
se
dedicaba a escribir estudios. Ese año publicó sus
tratados
de retórica Orator y Bruto.
César no tardó en ocuparse
personalmente
de España, donde la resistencia estaba encabezada por los hijos
de Pompeyo, Cneo y Sexto, junto con otros generales
leales.
Dejó Roma a cargo de Lépido y se dirigió a
España
a marchas forzadas. Tras unos enfrentamientos menores, la batalla
decisiva
tuvo lugar en 45 cerca de la ciudad de Munda
(la actual Montilla, al sur de Córdoba). César dio la
orden
de ataque a pesar de que para ello sus hombres tenían que
avanzar
colina arriba. Se entabló un combate encarnizado en el que los
pompeyanos
resistieron bien porque, entre otras cosas, conocían mejor el
terreno.
Por un momento parecía que César, como Aníbal, iba
a perder su última batalla, pero, a sus cincuenta y cinco
años,
bajó de su caballo y quitándose el casco para que se le
reconociera
fácilmente se situó en primera línea, con lo que
sus
hombres cobraron nuevo ánimo. Cuando César
advirtió
un movimiento de tropas enemigas gritó ¡ya huyen!,
lo que confundió a los enemigos y acrecentó aún
más
a los suyos. Después de luchar durante todo el día,
César
obtuvo una victoria completa. La mayoría de los líderes
pompeyanos
murieron, entre ellos Cneo Pompeyo, al que alguien le cortó la
cabeza
y se la llevó a César, que la expuso en público.
En
cambio, Sexto Pompeyo permaneció oculto y empezó a ganar
poder discretamente cuando César dejó España.
El resto de España no tardó en
rendirse.
César pasó un tiempo reorganizando el territorio con el
acostumbrado
sistema de impuestos en función del grado de colaboración
o resistencia mostrada por cada ciudad. Luego volvió a Roma y
celebró
un triunfo más. Hispania y la Galia fueron repobladas con
numerosos
veteranos de las legiones de César, lo que aceleró el
proceso
de romanización.
Cicerón recibió un duro golpe con la
muerte
de su hija Tulia. Continuó absorbido por su
producción
literaria (De amicitia, De senectute, etc.), en la que
incorporó
elementos de la filosofía griega.
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