Julio
César había llegado a la cima de su carrera política y ahora era
el dueño de Roma. Se esforzó por consolidar su posición tratando
de justificar por todos los medios su ascenso al poder. Puso por
escrito su versión en "La Guerra Civil", cuya calidad
literaria está a la altura de su relato de la Guerra de las
Galias, si bien se echa de menos la sensación de objetividad e
imparcialidad que transmitía éste. Las últimas campañas de la
Guerra Civil no las planteó como tales, sino como intentos de
rebelión de las provincias de África e Hispania que él se
encargó de sofocar. En los triunfos que celebró, no hubo ninguna
alusión a Farsalia. Esta propaganda recibió un golpe cuando
Cicerón publicó su panegírico Cato,
en el que ensalzaba sobremanera a Catón. César era consciente
del peligro que suponía un mártir, así que se apresuró a
responder con un panfleto titulado Anti Cato. En él se
las arregla para desprestigiar a Catón sin faltarle al respeto a
Cicerón. Por ejemplo, en alusión a éste decía:
"No se pueden comparar las palabras de un soldado con la fuerza expresiva de
un orador nato que además dedica todo su tiempo a la
literatura."
En los dos últimos años César había demostrado
que no sólo era un gran estratega, sino también un buen gobernante. Comprendió
que era imposible que Roma gobernara ella sola sus extensos dominios, así que
procedió a aumentar el número de senadores a 900 e incluyó entre ellos a
representantes de las provincias. Además extendió la ciudadanía romana a la
Galia Cisalpina y a algunas ciudades de la Galia Transalpina e Hispania. Además
estableció cláusulas por las que los sabios podían obtener fácilmente la
ciudadanía romana cualquiera que fuera su procedencia. Reformó el sistema de
impuestos tratando de que fuera más justo, trató de fomentar la natalidad
permitiendo que las madres usaran ornamentos especiales y aliviando los
impuestos a los padres, reformó el calendario, inició la reconstrucción de
Cartago y Corinto, repoblándolas con romanos y griegos, respectivamente. También
creó la primera biblioteca pública de Roma. A su frente puso a Marco Terencio
Varrón, que había luchado en España al frente de dos legiones Pompeyanas
pero que, como tantos otros, había obtenido el perdón de César.
Además César esbozó grandiosos planes, como
levantar mapas de todo el ámbito romano, desecar marismas, mejorar los puertos,
reformar el código de leyes, etc., planes que no llegó a realizar porque no
tardó en ser asesinado. Al parecer la conjuración la planeó Cayo Casio Longino.
Éste se había casado con Junia, hermana de Marco Junio Bruto, y lo
persuadió para que secundara sus planes. En 45,
poco después de que César regresara de España, Bruto se había casado con su
prima Porcia, hija de Catón y César lo nombró para un alto cargo en la
misma Roma. Al parecer lo consideraba uno de sus favoritos. Otro era Décimo
Junio Bruto, que había sido uno de los generales de César en la Galia y
gobernador de la provincia durante algún tiempo. César lo había incluido en su
testamento. Finalmente estaba Lucio Cornelio Cinna, hijo del Cinna que
había sido cónsul con Mario y hermano de la primera esposa de César.
El motivo de la conjuración fue que había
sospechas fundadas de que César planeaba ser elegido rey de Roma. Esto tenía
sentido. La única diferencia entre ser rey o dictador vitalicio, como ya era,
consistía en que como rey podría designar un sucesor y evitar así una sangrienta
lucha por el poder. Es verdad que las monarquías orientales mostraban que tras
la muerte de un rey lo más frecuente eran las sangrientas luchas por el poder,
pero es plausible que César confiara en restaurar el respeto por la ley que tan
arraigado estuvo en Roma durante la mayor parte de su historia.
En 44 César
tanteó el terreno para ver cómo recibían los romanos la idea de tener un rey. En
una fiesta celebrada el 15 de febrero,
Marco Antonio le ofreció una díadema, que en oriente era el signo de la
monarquía (el equivalente a una corona). Hubo un silencio tenso y César la
rechazó diciendo: "Yo no soy rey, sino César". Hubo tumultuosos aplausos.
Sin embargo, todo el mundo estaba convencido
de que César pensaba proclamarse rey en una reunión del senado prevista para el
día 15 de marzo (los idus de marzo, según el
calendario romano). A la entrada del Senado, uno de los conspiradores retuvo a
Marco Antonio en una conversación, mientras los otros, todos hombres de
confianza de César, lo rodearon mientras éste se sentaba al pie de la estatua de
Pompeyo. César estaba solo y desarmado cuando salieron a relucir los puñales. Al
principio trató de defenderse, pero luego reconoció a Marco Junio Bruto entre
los atacantes y en ese instante se rindió. Dicen que sus últimas palabras fueron
Et tu, Brute? (¿tú también, Bruto?). Así César terminó muerto sobre un
charco de sangre.
Bruto se levantó de un salto blandiendo su
puñal ensangrentado y gritó a los senadores que había salvado a Roma de un
tirano. Conminó a Cicerón a que reorganizara el gobierno, pero la ciudad se
quedó paralizada, sin que nadie se atreviera en un primer momento a tomar
decisiones. Marco Antonio decidió esconderse prudentemente hasta entender lo que
había sucedido.
Por la noche empezaron las reacciones. Marco
Antonio logró apoderarse del tesoro que César había recaudado para una próxima
campaña militar y convenció a su viuda para que le entregara todos los
documentos que la víctima guardaba en casa. Lépido, leal a César, entró en Roma
con una legión. Los conjurados lograron finalmente el apoyo de Cicerón, que al
día siguiente logró un compromiso en el Senado que Marco Antonio pudiera
aceptar: el Senado ratificaría todas las acciones de César, su testamento se
consideraría válido (a pesar de que no se conocía aún su contenido), pero los
asesinos serían eximidos de toda culpa y se les asignaría el gobierno de
diversas provincias.
Se celebraron honras fúnebres por el dictador.
Marco Antonio se levantó para pronunciar una oración, y luego leyó su
testamento, en el cual César legaba una pequeña cantidad de dinero a cada
ciudadano romano, gesto que conmovió a la multitud. Marco Antonio siguió
describiendo las heridas que César había recibido en recompensa a su grandeza y
generosidad, y así logró que el pueblo clamara venganza contra los asesinos.
Éstos tuvieron que andar con pies de plomo, y no tardaron en abandonar la ciudad
rumbo a las provincias que les habían asignado: Marco Bruto fue a Macedonia,
Décimo Bruto a la Galia Cisalpina y Casio a Asia Menor.
Mientras tanto, Ptolomeo XIV, el hermano menor
de Cleopatra, cumplió los catorce años y quiso participar en el gobierno de
Egipto, así que su hermana lo hizo envenenar, pero como una mujer sola no estaba
en condiciones de gobernar Egipto, lo hizo con la ayuda de su hijo Cesarión, de
tres años, que pasó a ser
Ptolomeo XV César.
Salustio Crispo dejó la política y se retiró a
una magnífica mansión llena de obras de arte y rodeada de jardines que había
construido en el monte quirinal con la fortuna que había amasado en Numidia.
Desde entonces se dedicó a la literatura. Escribió un libro titulado La
conjuración de Catilina y otro La guerra de Yugurta. También escribió
una historia de Roma de la que se conservan sólo unos pocos fragmentos. Aunque
no podía igualar la prosa de Cicerón y César, fue un historiador apreciado por
la profundidad de sus análisis, que recuerdan a Tucídides.
En la turbulenta política romana apareció una
nueva pieza clave: era Cayo Octavio, nieto de la hermana de César y su
descendiente más directo (si prescindimos de Cesarión, cuya existencia, al
parecer, era desconocida en Roma). En su testamento lo nombraba hijo adoptivo.
Cuando César fue asesinado, Augusto se encontraba en Apolonia completando
sus estudios (tenía diecinueve años), pero volvió inmediatamente a Roma a exigir
sus derechos como heredero legítimo de César. Su familia trató de disuadirlo,
pues era obvio que con ello entraba en un terreno muy peligroso. Ciertamente, a
Marco Antonio no le hizo ninguna gracia encontrarse con un joven de aspecto
débil y enfermizo que pretendía quedarse con una herencia que él consideraba se
había ganado con su constante fidelidad a César. Logró anular la cláusula del
testamento que nombraba a Augusto hijo adoptivo, pero Augusto la dio por válida
y cambió su nombre según la tradición romana: pasó a llamarse Cayo Julio
César Octaviano.
Cicerón pensó que el joven Octavio sería fácil
de manejar y podría convertirse en un instrumento útil para enfrentarse a Marco
Antonio, así que le prestó su apoyo y pronunció una serie de eficaces discursos
contra Marco Antonio. Muchas legiones se pusieron de parte de Octavio, en gran
parte por la fuerza de su nuevo nombre. Marco Antonio comprendió que necesitaba
el apoyo del ejército y para ello se propuso vengar la muerte de César
ejecutando a sus asesinos, lo cual se vendía bien. El más cercano era Décimo
Bruto, que estaba en la Galia Cisalpina, así que se convirtió en su primer
objetivo. Obligó al Senado a reasignarle la Galia Cisalpina y marchó hacia el
norte con un ejército. Pero apenas hubo partido cuando Cicerón convenció al
Senado para que Marco Antonio fuera declarado proscrito y se enviara a un
ejército contra él. El ejército lo guiaron los cónsules, pero Octavio fue como
segundo comandante. Así empezó la Tercera Guerra Civil.
Mientras tanto, Sexto Pompeyo, el hijo de
Pompeyo que se había salvado en España, logró hacerse con una flota y se dedicó
a la piratería. No tardó en adueñarse de Sicilia.
Décimo Bruto se fortificó en Mutina
(Módena). Marco Antonio, con un enemigo dentro de la ciudad y otro fuera, no
tuvo posibilidades. En abril de 43
tuvo que conducir su ejército en retirada a través de los Alpes hasta la Galia
Meridional, donde se reunió con Lépido, que volvía de España con su ejército. No
obstante, en la batalla contra el ejército enviado por Roma murieron los dos
cónsules, así que Octavio volvió a Roma como único general victorioso. Lo cierto
es que Octavio no tenía experiencia ni capacidad alguna como militar, pero nadie
pareció darse cuenta. En Roma, respaldado por sus tropas, no tuvo dificultad en
que el Senado ratificara su condición de hijo adoptivo de César y fue nombrado
cónsul. Ahora pudo ser él quien dirigiera la venganza contra los asesinos de su
tío abuelo. Volvió a la Galia Cisalpina, pero esta vez no para ayudar, sino para
derrotar a Décimo Bruto. No le costó gran esfuerzo, porque una gran parte de los
soldados de Bruto prefirieron pasarse al bando del heredero de César en lugar de
defender a su asesino. Bruto escapó, pero pronto fue capturado y ejecutado.
Mientras tanto Marco Bruto y Casio estaban
reuniendo en sus provincias hombres y dinero. Lépido comprendió que si Marco
Antonio y Octavio seguían enemistados los asesinos de César vencerían, así que
se esforzó por conciliar a dos hombres que, más o menos, perseguían el mismo
objetivo y el 27 de noviembre de 43 se formó el
Segundo Triunvirato, integrado por Marco Antonio, Octavio y Lépido. Los
triúnviros establecieron un sistema de proscripciones como había hecho Sila,
donde cada cual puso en la lista a sus propios enemigos. Marco Antonio puso,
naturalmente, a Cicerón, que tanto se había esforzado en atacarlo en favor de
Octavio. Curiosamente, y a causa de un incidente personal, Marco Antonio también
reclamó la muerte del viejo Verres, que aún vivía en el exilio en la Galia.
Una vez más, muchos ciudadanos acomodados
fueron ejecutados en Roma y sus posesiones fueron confiscadas. Cicerón trató de
escapar en barco, pero vientos contrarios lo devolvieron a la costa y no pudo
hacer nada contra los soldados enviados para matarle.
Una buena parte de los judíos toleraba mal el
gobierno de Antípatro. Ciertamente era judío, pero también era idumeo. Los
judíos siempre se habían considerado superiores al resto de los mortales, pero
en especial superiores a sus vecinos más próximos. Según la Biblia los judíos
descendían de Jacob, mientras que los Idumeos descendían de su hermano gemelo
Esaú. Jacob logró arrebatar a su hermano los derechos que Dios había conferido a
Abraham. La Biblia profetizaba que Jacob dominaría a su hermano, pero que algún
día Edom se impondría sobre Judá. Probablemente el autor de esta profecía nunca
pensó que se llegaría a cumplir. Era una forma de mantener a los israelitas en
guardia frente a sus vecinos para no permitir nunca que se escaparan de su yugo.
Sin embargo, no hay como dejar pasar mil años para que toda profecía mínimamente
plausible acabe cumpliéndose. Para muchos judíos era una humillación ser
gobernados por un idumeo, y Antípatro acabó envenenado. Sin embargo, por estas
fechas Judea estaba bajo el poder de Casio, el cual no estaba para rebeliones de
judíos. Tomó medidas rápidamente y los hijos de Antípatro, Fasael y Herodes,
recuperaron el poder.
Con Roma bajo control, los triúnviros llevaron
su ejército a Macedonia en 42,
donde encontraron al ejército unido de Casio y Bruto junto a la ciudad de
Filipos (Octavio cayó enfermo en Dirraquio y tuvo que ser llevado en litera).
Casio opinaba que debían esperar, pues sus enemigos estaban mal abastecidos y
era probable que la espera les debilitara, pero Bruto no pudo soportar la
incertidumbre y optó por atacar. La batalla fue igualada, pero Casio se asustó
pensando que la derrota estaba próxima y se suicidó. En realidad el resultado
fue un empate. Unas semanas después Bruto forzó una segunda batalla en la que
fue derrotado por fuerzas superiores y también terminó suicidándose.
Una vez cumplida su misión, finalizada la
Tercera Guerra Civil, los triúnviros pensaron que lo mejor era separarse.
Acordaron que Lépido gobernaría las provincias del oeste, Marco Antonio las del
este y Octavio iría a Roma.
Según era costumbre, algunos soldados
veteranos fueron recompensados tras la batalla de Filipos con tierras en Italia,
que fueron expropiadas al efecto. El hijo de uno de los expropiados había
adquirido cierta fama como poeta. Se llamaba Publio Virgilio Marón.
Uno de los generales de Octavio, llamado Cayo Asinio Polión,
era aficionado a la poesía y había oído hablar de él. Su intercesión logró que
al padre de Virgilio le fuera devuelta su granja.
Otro literato afectado por la guerra fue
Quinto Horacio Flaco. Había sido oficial en el ejército de Bruto, pero
durante la batalla de Filipos huyó del combate en lo que, de acuerdo con los
cánones de la época, se podría llamar un acto de cobardía. Salvo la vida, pero
perdió sus posesiones en Italia. Marchó a Roma y encontró un trabajo como
escribano.
A mediados de 41
Marco Antonio llegó a Tarso, en la costa sur de Asia Menor. Allí decidió
que Egipto había sido demasiado neutral en la última guerra y ordenó a Cleopatra
que fuera a entrevistarse con él. Probablemente, Marco Antonio sólo estaba
buscando excusas para obligar a Egipto, la región más rica de su radio de
acción, a pagarle un sustancioso tributo. Cleopatra acudió puntualmente, pero
entonces tenía veintiocho años, y su capacidad de persuasión estaba en su
apogeo. Después de pasar un tiempo con ella, Marco Antonio decidió que no
merecía pagar tributo. Al contrario, decidió tomarse unas vacaciones en
Alejandría. De estas vacaciones nacieron dos gemelos: Alejandro Helios y
Cleopatra Selene.
Esto no hizo ninguna gracia a Fulvia.
Había estado casada con Clodio, luego con Escribonio Curio y finalmente se casó
con Marco Antonio. Además de sus objeciones obvias a las distracciones de su
marido en el este, también le reprochaba que hubiera consentido que Octavio se
quedara con Roma. A la larga, esto le podría dar una enorme ventaja sobre los
otros dos triúnviros. Por ello persuadió a Lucio Antonio, hermano de
Marco Antonio, que era cónsul ese año, para que llevara un ejército contra
Octavio. No tenía muchas posibilidades, pero su objetivo real era que Marco
Antonio se viera obligado a luchar contra Octavio por defender a su hermano.
Por esta época Octavio había buscado el apoyo
de dos antiguos compañeros de estudios. Uno era Cayo Cilnio Mecenas, que
fue su consejero durante cerca de veinticinco años; el otro era Marco
Vipsanio Agripa, que suplió la práctica nulidad de Octavio en cuestiones
militares. Agripa empujó a las tropas de Lucio Antonio a la ciudad italiana de
Perugia y poco después, en 40, se rindieron.
Fulvia se vio obligada a huir a Grecia, donde murió al poco tiempo. Marco
Antonio volvió a Italia a defender a su hermano, pero cuando llegó todo había
terminado prácticamente y se puso de acuerdo con Octavio para renovar el
triunvirato. Ahora Lépido ya no pintaba nada, y se hizo un nuevo reparto: Marco
Antonio conservaba el este, pero Octavio se quedaba con Italia, la Galia y
España. Lépido tuvo que conformarse con África. Para confirmar el acuerdo, Marco
Antonio se casó con Octavia, la hermana de Octavio. Por estas fechas
Octavio se casó también con Escribonia, con la que pronto tuvo una hija
llamada, naturalmente, Julia.
Pero los problemas no habían acabado. Después
de la batalla de Farsalia, un oficial de Pompeyo llamado Quinto Labieno
huyó al Imperio Parto y ofreció sus servicios al rey Orodes II. Ahora Labieno
conducía un ejército parto con el que no tardó en apoderarse de Siria y Judea, y
avanzaba hacia Asia Menor. Con él iba Antígono Matatías, el hijo del rey
Aristóbulo II de Judea, que había escapado de Roma años atrás y que finalmente
había llegado al Imperio Parto. Aunque Fasael y Herodes se mantuvieron
firmemente del lado romano, los judíos pensaron que los partos les permitirían
librarse del yugo idumeo, y no tardaron en capturar a Fasael y al sumo sacerdote
Juan Hircano II. Al primero lo mataron y al segundo le cortaron las orejas, lo
cual bastaba para inhabilitarle como sumo sacerdote, pues Dios no quería
mutilados a su servicio. El nuevo rey y sumo sacerdote fue, naturalmente,
Antígono Matatías, con el que la dinastía de los Macabeos recuperó el trono,
aunque fuera como satélite del Imperio Parto.
Herodes, el otro hijo de Antípatro, se casó
con Miriam, hija de Alejandro, el hermano de Antígono, y huyó hacia el
sur. Pasó al país de los nabateos, de allí a Egipto y de Egipto a Roma. Allí
logró el apoyo de Octavio y Marco Antonio. El Senado reconoció su lealtad a Roma
y lo confirmaron como rey de Judea, incluyendo Idumea, Samaria y Galilea. El
único problema era que Roma no estaba en condiciones de reconquistar su reino
para él. Eso tendría que hacerlo por su cuenta.
Por esta época Virgilio fue presentado a
Mecenas por Polión. Sus mejores obras hasta entonces eran las diez Bucólicas.
Mecenas le animó a instalarse en Roma y publicarlas. A instancias suyas,
Virgilio trabajó los años siguientes en las Geórgicas,
en las que ensalza la vida campesina, en consonancia con la política de Octavio
de fomentar el interés de sus conciudadanos por la antigua y sencilla forma de
vida romana.
En 39 Marco
Antonio envió a uno de sus generales, Publio Ventidio Baso, a expulsar a
los partos de Asia Menor. Originariamente, Ventidio había sido un hombre pobre,
que alquilaba mulas y carros. Llegó a general con César en la Galia y se mantuvo
siempre fiel a él. Tras el asesinato, se unió a Marco Antonio. Cuando llegó a
Asia Menor los partos se retiraron. Luego libró una batalla en la parte oriental
de la península, obtuvo la victoria y obligó a los partos a abandonar sus
conquistas. Poco después Herodes desembarcó en Judea con un pequeño ejército
romano al que se le sumaron tropas idumeas. Con ellas inició una larga lucha
contra los judíos, que apoyaban a su nuevo rey Antígono Matatías.
Mientras tanto, Sexto Pompeyo amenazaba
seriamente el abastecimiento de Roma, pues no sólo dominaba Sicilia, que era uno
de los principales proveedores de Roma, sino que sus barcos piratas
interceptaban frecuentemente los barcos procedentes de Egipto y otros lugares.
Los tribunos se reunieron con él en Miseno, un promontorio cercano a
Nápoles, y llegaron por necesidad a un acuerdo: Pompeyo sería gobernador de
Sicilia, Córcega, Cerdeña y el sur de Grecia, y a cambio se regularizaría el
comercio por el Mediterráneo.
Octavio repudió a su esposa Escribonia por "la
inmoralidad de sus costumbres". Poco después, en 38,
se casó con Livia Drusila, una romana de buena familia que lo aconsejó
bien durante toda su vida, al contrario de lo que le sucedía a Marco Antonio, a
quien Cleopatra trataba de manejar para sus propios fines. Livia tenía
diecinueve años, estaba casada, tenía un hijo y estaba embarazada de otro, pero
su marido, Tiberio Claudio Nerón, no puso objeciones al divorcio cuando
Augusto se lo "pidio".
Virgilio había conocido a Horacio en Roma, se
interesó por él y se lo presentó a Mecenas, que se convirtió en su protector.
Mientras Virgilio desarrollaba un verso cada vez más refinado y personal, la
especialidad de Horacio eran las sátiras, la ironía y la crítica. Su poesía es
jovial, y al mismo tiempo muy cuidada. Probablemente ha sido el más popular de
los autores clásicos.
Los partos intentaron ocupar de nuevo Asia
Menor, pero Ventidio los derrotó en Siria más rotundamente que el año anterior,
mientras Herodes hacía progresos en Judea con alguna ayuda de las tropas de
Marco Antonio.
En 37 el rey
parto Orodes II murió envenenado por su hijo, que pasó a ser el nuevo rey,
Fraates IV. Ese año Marco Antonio volvió al este. Después de pasar un tiempo
en Alejandría relevó a Ventidio y lo envió a Roma a recibir un triunfo, mientras
se preparaba para atacar el Imperio Parto él mismo (obviamente buscaba la fama).
Herodes tomó Jerusalén y así recuperó en la
práctica el reino que Roma le había entregado en teoría. Hizo ejecutar a
Antígono Matatías, pero puso como Sumo Sacerdote al último Macabeo que quedaba
(aparte del mutilado Juan Hircano II). Se trataba de su cuñado Aristóbulo III,
hijo de Alejandro, el hermano de Antígono. Sin embargo, no tardó en darse cuenta
de que el pueblo obedecía al Sumo Sacerdote Macabeo en lugar de al rey idumeo,
así que en 36
lo hizo ejecutar y el sumo sacerdocio dejó de estar vinculado a una familia
fija. A partir de entonces fue ejercido por miembros de las diversas familias
saduceas. Esto hizo que la institución perdiera parte de su prestigio y que los
fariseos fueran ganando poder.
Marco Antonio cruzó las fronteras del Imperio
Parto. Los partos evitaron en todo momento presentarle batalla, pero no dejaron
de acosarlo en las montañas, sometiéndolo a un lento desgaste. Finalmente, salió
con la mayor parte de sus hombres muertos y sin haber librado ninguna batalla.
Octavio logró reunir una flota que puso en
manos de Agripa. Luego buscó un pretexto para iniciar una guerra contra Sexto
Pompeyo y envió la flota tras él. Agripa sufrió pérdidas, parte por los
combates, parte por las tormentas, pero finalmente acorraló a Sexto cerca del
estrecho que separa a Italia de Sicilia y obtuvo una victoria completa. Sexto
logró escapar y se dirigió a Asia Menor. Lépido había desembarcado tropas en
Sicilia para ayudar a Octavio. Con ello esperaba quedarse con el gobierno de la
isla, pero sus soldados desertaron para unirse a los ejércitos de Octavio, con
lo que Lépido perdió la poca influencia que le quedaba.
En 35 los
soldados de Marco Antonio capturaron a Sexto Pompeyo, y poco después fue
ejecutado. Marco Antonio trató de lavar su reputación tras el desastre
frente a los partos invadiendo Armenia. Allí capturó y se llevó
prisionero al rey Tigranes II, nieto de Tigranes I y que sólo era
un niño. Ese año murió el escritor Salustio.