En 35, a sus
veintiocho años,
Octavio era el hombre más influyente de Roma. Si bien no
podía
compararse con César (ni con ningún otro) como general,
pronto
demostró que le superaba como político. Se había
ganado
el apoyo del pueblo, en parte por su nombre (recordemos que, desde que
fue adoptado por César, su nombre pasó a ser Cayo Julio
César
Octaviano) y en parte por su buena gestión: redujo el
bandidaje
en Italia, construyó grandes edificios en Roma y, en general,
supo
tomar decisiones juiciosas en cada momento. Además cuidó
mucho su imagen pública: era un hombre casado, fiel esposo,
trabajador,
esforzado. Todo lo contrario que Marco Antonio, que también
estaba
casado, pero pasaba la mayor parte de su tiempo en Egipto, con
Cleopatra.
Llegaron informes de oriente según los cuales Marco Antonio
usaba
vestimentas griegas y sólo se preocupaba por complacer a la
reina.
Marco Antonio devolvió a Egipto Cirene y Chipre (cosa que no
tenía
derecho a hacer), y Octavio afirmó que terminaría
cediendo
todas las posesiones romanas. Presentó cartas de Antonio a
Cleopatra,
e incluso se hizo con su testamento (o tal vez con una
falsificación),
todo lo cual apoyaba los augurios de Octavio.
En 33 murió el
emperador
chino Yuandi. Al igual que él, su sucesor no tuvo gran peso en
la
política china, sino que el poder real estaba en manos de los
cortesanos.
El rey parto Fraates IV temía que alguno de
sus
familiares pudiera asesinarlo como él había hecho con su
padre, así que organizó una matanza en la casa real. En
general,
tuvo fama de cruel entre los partos, lo cual ya era decir, pues los
partos
estaban acostumbrados a monarcas duros. En 32
estalló una revolución por la que Fraates IV fue arrojado
del trono y reemplazado por un miembro de la casa real que había
logrado sobrevivir. Era Tirídates II. No obstante,
Fraates
IV sobrevivió y luchó por recuperar su trono.
Marco Antonio comunicó por escrito a Octavia
que
se divorciaba de ella, lo que apuntaba a que pronto se casaría
con
Cleopatra. Esto fue la gota que colmó el vaso y permitió
que Octavio convenciera al Senado para que le declarara la guerra a
Egipto.
Así empezó la Cuarta Guerra Civil (Oficialmente
no
era tal, porque la guerra era contra Egipto, no contra Marco Antonio,
pero
era la Cuarta Guerra Civil.)
Marco Antonio comprendió que la guerra era
contra
él, así que reunió barcos y se instaló en
Grecia,
desde donde se dispuso a invadir Épiro con la
intención
de invadir luego Italia. Pero pronto apareció la flota de
Octavio,
conducida por Agripa. Los barcos de Antonio doblaban en número a
los de Octavio y eran más grandes. Después de meses de
maniobras
se produjo un enfrentamiento el 2 de septiembre
de
31, frente a la costa de Épiro. Agripa maniobró de
tal forma que obligó a Marco Antonio a extender su línea,
Entonces aprovechó para que algunos de sus barcos se infiltraran
hasta la retaguardia, donde estaba la flota de setenta barcos de
Cleopatra.
La reina se asustó y ordenó a sus barcos que huyeran
rumbo
a Egipto. Entonces Marco Antonio cometió el mayor de sus muchos
errores: subió a un barco pequeño y abandonó a sus
hombres siguiendo a Cleopatra. La huida de su general desalentó
a sus hombres, y antes del anochecer Agripa obtuvo una victoria
completa.
Cerca del lugar de la batalla, Octavio fundó la ciudad de Nicópolis
(ciudad de la victoria), que más adelante se convertiría
en la capital de Épiro.
Octavio volvió a Roma a celebrar un triunfo,
mientras
Marco Antonio y Cleopatra se quedaron inermes en Alejandría,
esperando
que Augusto apareciera en cualquier momento. Antes de ello, Octavio se
aseguró de que todas las provincias orientales tenían
claro
que Roma era él y no Marco Antonio. El rey Herodes de Judea
había
apoyado a Marco Antonio, pero cambió de bando con tanta rapidez
y habilidad que se ganó el favor de Octavio. Así
salvó
a su reino de una cruenta represalia. Desde Judea, Octavio
marchó
finalmente sobre Egipto. En julio de 30
trabó
combate con Marco Antonio en Pelusio, pero la resistencia fue
inútil.
El 1 de agosto Octavio entraba en
Alejandría
y Marco Antonio se suicidaba.
Cleopatra tenía entonces treinta y nueve
años,
pero todavía se sentía capaz de atraer a Octavio hacia
sus
intereses como había hecho con César y con Marco Antonio.
Octavio la trató con dulzura, pero dejó bien claro que
era
inmune a sus "argumentos". Estaba claro que su propósito era
buscar
la ocasión propicia (cualquier prueba, cualquier intento de
traición)
para apresarla y exhibirla en Roma. Octavio, previendo la única
salida que le quedaba a Cleopatra mandó quitar de sus aposentos
todo instrumento punzante o cortante, pero un día fue hallada
muerta.
No se sabe cómo se suicidó, pero la tradición
afirma
que murió envenada por un áspid que le llevaron en una
cesta
de higos. Egipto fue convertida en una provincia romana.
Octavio hizo asesinar a los hijos de Cleopatra:
Cesarión
y Alejandro Helios, pues era obvio que eran peligros potenciales. En
cambio,
no consideró necesario hacer lo mismo con Cleopatra Selene, que
entonces tenía 10 años, y se la llevó a Roma.
El 11 de enero de 29
las
puertas del templo de Jano se cerraron por primera vez en doscientos
años,
como signo de que Roma no mantenía ninguna guerra en esos
momentos.
Por esta época Virgilio inició su obra
más
ambiciosa: la Eneida, la epopeya nacional romana que narraba el
viaje de Eneas, superviviente de la guerra de Troya que, tras numerosas
aventuras, entre ellas un romance con la reina Dido, la
fundadora
de Cartago, a la que dejó lastimosamente abandonada,
llegó
a Italia, donde fundó la ciudad de Alba, donde más tarde
nacería la madre de Rómulo y Remo. Además Eneas
tenía
un hijo llamado Julo, del cual descendía, por supuesto,
la
gens
Iulia, en particular Julio César y, por parte de madre,
Octavio.
Se dice que fue el propio Octavio el que encargó la obra, dentro
de su programa de fomentar los antiguos valores romanos.
Ahora Octavio tenía las manos libres para
hacer
lo que César no pudo. No cometió el error de tratar de
proclamarse
rey. Al contrario, afirmó en todo momento que su
propósito
era "restaurar la República", y paulatinamente fue adaptando las
viejas instituciones republicanas para ponerlas a su servicio. Entre
sus
primeras medidas estuvo la destitución de los senadores
provincianos
nombrados por Julio César, dejando sólo los de
ascendencia
italiana. A partir de aquí, Octavio trató al Senado con
grandes
muestras de respeto y guardó todos los protocolos tradicionales.
En la práctica ya no tenía ningún poder decisorio,
pero podía aconsejar a Octavio, y se llegó a un
equilibrio
en virtud del cual los senadores procuraban no contrariar a Octavio y
Octavio
seguía las recomendaciones de los senadores.
Recelando una traición, Herodes de Judea hizo
ejecutar
a su esposa Miriam.
En 27 Octavio
declaró
ante el Senado que los peligros habían pasado, que la paz estaba
garantizada y que, por lo tanto, renunciaba a toda su autoridad. No
habría
dado tal paso si no hubiera estado seguro de que los senadores no
tenían
otra alternativa sino rogarle que continuara al frente de Roma. Se
ratificó
su rango de Imperator. Hasta entonces había sido un
nombre
genérico que hacía referencia al oficial que gobernaba un
ejército, cualquiera que fuera su rango, aunque también
se
usaba como título honorífico con el que los soldados
aclamaban
a sus generales tras una gran victoria. Ahora indicaba que la autoridad
de Octavio estaba por encima de la de cualquier otro general, y pronto
pasó a tener el sentido moderno de emperador, esto es,
el
hombre que gobernaba el Imperio Romano. La antigua
república
había muerto, si bien esto nunca se planteó en estos
términos
y la mayoría de los romanos no vio sino una continuidad del
sistema
político anterior.
El Senado hizo más aún. Le
otorgó
a Octavio el apelativo de Augusto, que deriva del verbo augere
(crecer, desarrollarse) y hasta entonces sólo se había
aplicado
a algunos dioses, dioses de los que se esperaba que trajeran
prosperidad
y crecimiento, por lo que "Augusto" puede traducirse como "de
buen
augurio". Así, la figura del emperador empezó a tener un
carácter divino que se reforzaría con el tiempo. Octavio
decidió recuperar su nombre familiar original y pasó a
ser
conocido como Cayo Octavio César Augusto. El nombre de
César
pasó a ser sinónimo de "emperador". Octavio se
había
presentado como "el nuevo César", y sus sucesores fueron
llamados
igualmente César. Esta palabra ha pervivido a lo largo de
milenios
como el título de los gobernadores más poderosos: Kaiser,
Zar, Sha, y algunas más. Curiosamente, su origen es
incierto.
Julio César afirmaba que un antepasado suyo había ganado
dicho sobrenombre en una de las guerras púnicas al matar un
elefante
enemigo, pues, al parecer, César (o algo similar) significaba
"elefante"
en la lengua de los cartagineses.
Para que el Senado tuviera realmente algo que hacer,
Augusto
dividió las provincias en dos clases: senatoriales e imperiales.
Las primeras eran administradas por el Senado, mientras que las
imperiales
estaban bajo el dominio directo del emperador. La distribución
no
fue al azar: las provincias senatoriales eran las que no tenían
fronteras con el exterior y que, por consiguiente, no necesitaban tener
asignados muchos soldados. De entre las provincias imperiales Egipto
fue
un caso aparte, donde los senadores tenían prohibido viajar sin
un permiso específico. Al parecer esto se debía en parte
a que, para los egipcios, Augusto pasó a ser su nuevo rey, y le
rendían el culto divino que desde siempre habían recibido
los reyes de Egipto. Esto habría escandalizado a muchos romanos,
sobre todo cuando Octavio siempre se había mostrado contrario a
las costumbres orientales en favor de la tradición romana (pero
hubiera sido una locura tratar de alterar las costumbres egipcias).
Ahora,
por primera vez, Grecia fue constituida en provincia. Roma había
dispuesto de ella a su antojo en los últimos años, pero
formalmente
había conservado su independencia. Fue llamada la provincia de Acaya.
Por lo demás, Augusto mantuvo su programa de
erradicar
las influencias orientales en Italia. Trató de erradicar el
culto
a Cibeles, o a Isis, y otros similares. Entre los difusores de las
religiones
y costumbres orientales estaban los esclavos traídos a Italia
desde
el exterior y que terminaban obteniendo la libertad, por lo que Augusto
impulsó leyes que dificultaban la manumisión de esclavos.
Augusto también se ganó el favor de
los
equites. A algunos los hizo senadores, pero a la mayoría los
destinó
a la administración pública. Se convirtieron en
"funcionarios"
bien pagados que respondían directamente ante el emperador y que
poco a poco fueron asumiendo las competencias de los magistrados. En
particular
Augusto pudo regularizar la recaudación de impuestos. Hasta
entonces,
las irregularidades por las que los recaudadores y los gobernadores se
embolsaban buena parte de ellos se resolvían con sobornos, pero
ahora no tenía ningún sentido tratar de sobornar al
emperador,
el hombre más rico del planeta y, además, cualquier
intento
de apropiarse de fondos públicos era considerado como un robo al
propio emperador, muy mal asunto. Esto supuso un alivio para las
provincias,
que también acogieron bien, por lo general, el gobierno de
Augusto.
El hecho de que los impuestos de las provincias
más
ricas, como Egipto, se consideraran ingresos personales de Augusto no
era
lo que en principio podría parecer. Augusto usaba este dinero
para
pagar a los funcionarios y, sobre todo, al ejército, lo que
además
le daba libertad de aumentar o disminuir los salarios según el
rendimiento
de cada cual.
El ejército ya se había declarado
mayoritariamente
leal a Augusto desde hacía años, pero ahora éste
era
además el que pagaba los salarios, luego el vínculo fue
mayor
aún. El Senado, por el contrario, no tenía ningún
poder sobre el ejército. Augusto esparció unos diez mil
soldados
a lo largo de Italia, la llamada guardia pretoriana. Este
nombre
se aplicaba anteriormente a la escolta personal de cada general, y al
conservar
este nombre la imagen que se daba era que este ejército se
encargaba
de proteger los intereses del emperador en Italia. Oponerse a él
era oponerse a Augusto en persona. Pero la parte principal del
ejército
no permaneció en Italia, donde podía acabar de un modo u
otro al servicio del Senado. Las veintiocho legiones disponibles (de
6000
hombres cada una más tropas auxiliares) se repartieron por las
fronteras,
justamente en los lugares donde podría haber problemas con los
bárbaros.
Así estuvieron siempre ocupadas.
Con Augusto se inició un largo periodo de
paz,
conocido como la Pax Romana. Se trataba, ciertamente, de una
paz
mantenida sobre la base de unos 400.000 soldados. Pronto surgieron
enfrentamientos
en las fronteras, pero éstos no afectaron al núcleo del
Imperio
Romano, que se vio finalmente libre de las matanzas y guerras civiles
que
habían caracterizado al siglo que estaba acabando.
Augusto era elegido cónsul año tras
año
(con un compañero títere), pero al cabo de unos
años
decidió renunciar al consulado y usarlo como un cargo
honorífico
con el que premiar anualmente a los senadores más meritorios.
El mismo año que Octavio se convirtió
en
Augusto moría Varrón a sus ochenta y nueve años.
Tras
la muerte de César, Marco Antonio ordenó que sus bienes
fueran
confiscados, al tiempo que perdía su cargo de director de la
biblioteca
pública de Roma, pero después Octavio lo indemnizó
y lo restituyó en su cargo. Fue un escritor prolífico.
Llegó
a escribir setenta y cuatro obras en verso y en prosa, la
mayoría
de las cuales se han perdido. Si la Edad de Oro de la literatura latina
fue la de Cicerón y César, ahora estaba pasando por su
Edad
de Plata, no menos gloriosa, con figuras como Horacio, Virgilio y
muchas
otras, como Tito Livio, que empezó a redactar una
historia
de Roma titulada Ab Vrbe Condita (desde la fundación de
la
ciudad). Livio demostró toda su vida simpatías
republicanas,
pero Augusto las toleró con buen humor, porque el historiador
estaba
totalmente entregado a su trabajo y no se metía en
política.
En Mantua, un joven de dieciséis años llamado Publio
Ovidio Nasón estaba haciendo lo que podía para evitar
que su padre le obligara a estudiar abogacía, cuando su
vocación
era ser poeta. La poesía latina, al igual que la griega, no se
basaba
en la rima, que prácticamente era desconocida, sino en el ritmo,
en la distribución de acentos y vocales largas y breves en cada
verso. Por ello, componer un sólo verso aceptable tenía
su
dificultad. Cuentan que, ante una amenaza de su padre
conminándole
a olvidar la poesía, Ovidio respondió: Iuro, iuro,
pater,
nunquam componere uersus (juro, juro, padre, que nunca
compondré
versos), con lo que acababa de improvisar un perfecto hexámetro.
En política exterior, Augusto fue contrario a
continuar
la expansión que Roma había experimentado en el
último
siglo. Los territorios colindantes con el Imperio no eran especialmente
ricos, y el esfuerzo de conquistarlos no habría sido compensado.
Tan sólo trató de ganar terreno en algunas zonas con el
único
fin de alcanzar unas fronteras naturales fácilmente defendibles
y que pudieran tener carácter estable en el futuro. Así,
por ejemplo, el norte de España estaba poblado por los
Cántabros
y los Astures, que no habían aceptado la soberanía romana
y eran foco de continuos disturbios. Augusto inició una larga
campaña
encaminada a completar la conquista y romanización de la
Península
Ibérica.
La política más agresiva de Augusto
fue
la que llevó contra los germanos. Julio César
había
logrado convertir al Rin en la frontera entre la Galia y el territorio
germano. Sin embargo, al este la frontera se desdibujaba. Algo
más
al norte de los territorios controlados por Roma estaba el Danubio, que
constituiría una frontera idónea con los germanos en el
este,
como el Rin lo era en el oeste. A partir de Iliria, las legiones
ocuparon
rápidamente Mesia, una franja de tierra entre la
desembocadura
del Danubio y Tracia. En 26 iniciaron el
avance
por los Alpes.
En general, Augusto consideró satisfactorias
las
fronteras restantes. Así, cuando en 25
el gobernador de Egipto, Cayo Petronio, ocupó parte del
territorio
nubio como respuesta a una invasión, Augusto le ordenó
retroceder,
y desde entonces la frontera entre Egipto y Nubia permaneció en
calma. Augusto también hizo abortar un intento de invadir el
próspero
sur de Arabia a través del mar Rojo. No obstante, en Asia Menor,
Galacia fue definitivamente anexionada al Imperio.
Cuando el rey de Numidia Juba I se suicidó,
Julio
César se llevó a su hijo a Roma, donde recibió una
esmerada educación. Ahora Augusto decidió utilizarlo para
atar un cabo suelto: Lo casó con Cleopatra Selene, la hija de
Cleopatra
y Marco Antonio, y lo instaló como rey de Mauritania (el rey
Bocco
II había muerto ocho años antes). Pasó a ser Juba
II. Fue un gobernante ilustrado. Poseía una nutrida
biblioteca
y escribió varios diálogos en griego. Decidió que
la capital de Mauritania pasara a llamarse Cesarea, y la
embelleció
con muchos monumentos.
Tras haber asumido vitaliciamente los cargos esenciales
del gobierno romano, lo único que le faltaba a Augusto para ser
en la práctica un rey era poder establecer su sucesión.
Como
no tenía hijos propios (excepto su hija Julia, fruto de su
matrimonio
con Escribonia), eligió como sucesor a su sobrino Marcelo,
lo casó con Julia y expresó su voluntad al Senado, que,
naturalmente,
la ratificó.