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En el siglo VIII unos grupos olmecas procedentes de la zona de Veracruz se instalaron en nuevos poblados, el más importante de los cuales fue Monte Albán. Éstos fueron el origen de la cultura Zapoteca. Realizaron construcciones en piedra, desarrollaron la numeración, la escritura jeroglífica y el calendario. En Monte Albán los zapotecas construyeron una enorme plaza limitada al norte y al sur por plataformas elevadas, mientras que en los otros dos lados había templos y otras construcciones. En el centro se alza una hilera de templetes. La plataforma norte se abre al exterior mediante una amplia escalinata y un pórtico de doce columnas de dos metros de diámetro. En la plataforma sur se alza una gran pirámide. En el lado oeste se alza el Templo de los Danzantes, que es la parte más antigua de la ciudad.

Los celtas poblaban ya el norte de España, con lo que la cultura indoeuropea estaba extendida a lo largo de toda Europa. Allí se mezclaron con la población indígena, los Íberos. Los celtas usaban flechas, hondas, espadas cortas de hierro y una especie de alabarda. Rendían culto a Lug (el Sol), Taranis, (el rayo) y a muchos otros dioses, hasta cerca de 400. Sus sacerdotes, los druidas, tenían fama de buenos médicos. Eran buenos agricultores y amigos de las novedades. Cuidaban la forma física y practicaban el deporte. No tenían estructuras políticas a gran escala. Cada clan estaba gobernado por un jefe y la jefatura la heredaba el primogénito. Los otros hijos tenían que emigrar para asentarse en nuevos territorios. Tal vez por ello fueron el pueblo indoeuropeo que más se extendió por Europa.

Los historiadores antiguos dicen que los íberos eran de mediana estatura, morenos y enjutos. Muy caballeros, leales y de carácter indomable, muy buenos guerreros. También dicen que eran indolentes y perezosos, y odiaban todo lo extranjero. Las tribus íberas se agrupaban en diminutos estados monárquicos o republicanos. Habitaban poblados construidos en lugares altos y muy fortificados. Pero la cultura más importante en la península ibérica seguía siendo Tartesos, al sur, bajo la influencia fenicia.

Mientras, en Italia coexistían dos coaliciones rivales de ciudades-estado: Etruria al noroeste y el Lacio inmediatamente al sur. El resto de la península itálica estaba poblado por tribus primitivas.

Grecia progresaba muy lentamente. No hacía mucho que Homero había compuesto sus dos famosos poemas: la Ilíada y la Odisea, rememorando para los señores dorios las glorias de la era micénica. La vida seguía siendo dura. La vida en las Polis (o ciudades-estado) condicionó fuertemente la evolución de la sociedad griega. La figura del rey perdió relevancia (en una ciudad pequeña y pobre, el rey no podía tener grandes atribuciones, ni  hacer grandes ostentaciones). En muchas Polis llegó incluso a desaparecer, y el gobierno quedaba en manos de asambleas de nobles (la aristocracia o gobierno de los mejores). Cada ciudad tenía su propio ejército. Estos ejércitos eran, naturalmente, pequeños, formados por soldados de infantería pesadamente armados, los hoplitas. La calidad de vida de una ciudad, dentro de la pobreza generalizada en que vivían todas, dependía en gran medida de la calidad de su ejército, así que los griegos eran ejercitados en el combate desde niños. Las polis más fuertes sometían a sus vecinas.

Así, por ejemplo, Esparta controlaba toda Laconia, formada por las ciudades del valle del Eurotas. Su forma de gobierno era atípica, pues tenía simultáneamente dos reyes, probablemente fruto de que dos tribus dorias se la repartieron siglos atrás (los espartanos decían que sus reyes descendían de los dos hijos gemélos de su primer rey). No obstante, el poder de los reyes se limitaba a dirigir el ejército. Los asuntos internos estaban regulados por una asamblea de treinta ancianos (la gerusía) en la que los reyes contaban como dos votos más. Además había cinco éforos o magistrados encargados de hacer cumplir las decisiones de la asamblea. Tenían incluso autoridad para multar o castigar a los reyes si violaban la ley. Los espartanos propiamente dichos no superaban apenas el cinco por ciento de la población. Las únicas actividades que consideraban honorables eran el gobierno y la guerra. El resto de las actividades estaban en manos de los ilotas (esclavos) y los periecos, hombres libres pero sin ningún poder político. La mayor rival de Esparta era Argos, que controlaba la Argólida. Su organización era similar a la espartana (sin la duplicidad de reyes), pero algo menos rígida. Así podríamos recorrer ciudades y más ciudades, cada cual con sus características propias, cada cual con su propia identidad nacional que se negaba a identificarse con cualquier otra, pese a la afinidad cultural que, sin duda, había entre todas ellas.

Una ciudad que destacó por otras razones fue Delfos. Estaba situada en la región llamada Fócida, al pie del monte Parnaso. En tiempos micénicos se llamaba Pito,y en ella había un santuario dedicado a la antigua diosa Gea, atendido por una sacerdotisa de la que se creía que podía hablar con los dioses. Tras la invasión doria, Pito cambió su nombre por Delfos y se consagró al dios Apolo (Gea no significaba nada para los dorios). Con este cambio de imagen consiguió que perdurara su tradición de interlocutora de los dioses. El oráculo de Delfos fue ganando en reputación, y todas las ciudades enviaban periódicamente embajadores a consultarlo. Los embajadores llevaban ofrendas, con lo que Delfos se enriqueció.

Entre tanto Egipto seguía sumido en el caos, con un ejército incontrolable sobre el que el faraón no tenía ninguna autoridad. Si el oriente próximo no hubiera estado tan convulsionado por esta época, sin duda Egipto habría sido una presa fácil para el saqueo.

Asiria había quebrado el poder de Siria para poco después decaer ella misma. Israel y Judá aprovecharon la situación. En 798 el rey Joacaz de Israel fue sucedido por su hijo Joás, cuyo ejército no tuvo dificultad en derrotar al rey sirio Benhadad III en tres batallas sucesivas, con lo que Israel recuperó los territorios que había poseído en tiempos de Ajab. En Judá, el descontento del clero y del ejército con el rey Joás culminó con un golpe de estado en 797, tras el cual se proclamó rey a su hijo Amasías, quien pronto restableció el dominio de Judá sobre Edom. Joás y Amasías, viendo que la fortuna les sonreía, no tardaron en medir sus fuerzas. Esto sucedio en 786, en la batalla de Betsamés, cerca de Jerusalén. Israel logró una victoria decisiva. Amasías fue tomado prisionero y Jerusalén fue ocupada. Parte de sus fortificaciones fueron destruidas y el templo fue saqueado. Amasías continuó siendo rey de Judá, pero su reino se convirtió en tributario de Israel. Joás de Israel murió en 783 y fue sucedido por su hijo Jeroboam II, que sometió completamente a Siria e hizo de Samaria la ciudad más influyente de la mitad occidental de la Media Luna Fértil.

En 782 murió el rey Hsüan, y el trono chino fue ocupado por su hijo Yü. Ahora un pueblo bárbaro procedente de las estepas del norte, los Ch'uan-jung, amenazan las fronteras.

En 778 subió al trono de Urartu el rey Argistis I, quien aprovechando el declive asirio logró unir bajo su dominio el norte de Mesopotamia. Por su parte, Babilonia cayó en poder de los caldeos.

En el año 776 se celebraron los primeros Juegos Olímpicos en Grecia. Se celebraban cada cuatro años en la ciudad de Olimpia, al oeste del Peloponeso en honor del dios Zeus. Los griegos llegaron al compromiso de suspender toda guerra durante el periodo de los juegos, para que todo el que quisiera (de sexo masculino, eso sí) pudiera acudir a presenciarlos. Olimpia se convirtió en una ciudad sagrada, al igual que Delfos, ciudades a las que nadie se atrevía a atacar, pues con ello se ganaría la represalia conjunta de toda Grecia. Los representantes de las distintas ciudades podían reunirse allí a parlamentar aunque sus ciudades estuviesen en guerra, sin temor a un ataque a traición. Los ganadores de los juegos no recibían ninguna recompensa, aparte de una rama de olivo y, por supuesto, la fama.

En 771 los Ch'uan-jung, aliados con miembros descontentos de la familia real, ocupan el valle del Wei, con lo que se perdió la mayor parte de las tierras reales. El rey Yü murió en los desórdenes y su hijo P'ing se hizo cargo del gobierno y se vio obligado a trasladar la capital hacia el este, a Luoyang. El rey P'ing contó con la ayuda del estado de Qin, pero cuando éste recuperó la tierra que habían invadido los bárbaros, no la devolvió al rey, sino que la incorporó a sus dominios, lo que le convirtió de repente en una nueva potencia en China. A partir de este momento los nuevos monarcas (Cheu orientales) dejaron de tener poder real, pero conservaron una autoridad formal que se mantuvo durante mucho tiempo.

Volviendo a Canaán, el derrotado rey Amasías de Judá fue víctima de un golpe de estado como lo fuera su padre. Fue asesinado en 769 y sucedido por su hijo Ozías. Bajo su reinado Judá siguió supeditada a Israel, pero el rey no hizo nada por modificar la situación. Al contrario, se centró en recuperar económicamente el país y tuvo éxito. Reconstruyó las fortificaciones de Jerusalén, tomó algunas ciudades-estado filisteas y reconstruyó el puerto de Elat, a orillas del mar Rojo, que había tenido cierta importancia en tiempos de Salomón. Con ello revitalizó notablemente el comercio en Judá.

En 761 Egipto se fragmentó una vez más. En Tebas se instauró la XXIII dinastía, mientras en el Bajo Egipto continuaba reinando (formalmente) la XXII. En realidad había un tercer centro de poder. Desde el desmoronamiento del Imperio Nuevo, Egipto había perdido el control de Nubia, que pasó a ser gobernada por nativos, con capital en Napata. Sin embargo, Nubia había asimilado completamente la cultura egipcia. Cuando Sheshonk ocupó Tebas, algunos sacerdotes de Amón se refugiaron en Napata, donde fueron bien recibidos y formaron una especie de gobierno en el exilio, que en estos momentos era tan fuerte o más que las dos partes en que se había dividido Egipto.

En 760, un pastor de Judá llamado Amós se atrevió a penetrar en el santuario israelita de Betel y habló en nombre de Dios con unos planteamientos novedosos:

... Porque tengo sabidas vuestras muchas maldades y vuestros escandalosos delitos; enemigos sois de la justicia, codiciosos de recibir dones, opresores de los pobres en los tribunales. [...] Buscad el bien y no el mal, a fin de que tengáis vida; y así estará con vosotros el Señor Dios de los ejércitos, como decís que está. [...] Yo aborrezco y desecho vuestras festividades, no me es agradable el olor de los sacrificios en vuestras reuniones, y cuando vosotros me presentéis vuestros holocaustos y vuestros dones, no los aceptaré, ni volveré mi vista hacia las gordas víctimas que me ofrecéis en voto. [Amós V 12-22]

En suma, Dios acusaba a los israelitas de respetar los rituales al tiempo que llevaban una vida corrupta, y por ello les amenazaba con mil desgracias si no se arrepentían. El sacerdote de Betel conminó a Amós a que volviera a Judá y así lo hizo, pero fue la primera voz entre otras muchas que se alzaron a partir de entonces anteponiendo la rectitud de costumbres a la práctica de los rituales.

El año 753 es, según la tradición, el año en que se fundó una ciudad llamada Roma. La tradición es pura leyenda: habla de un rey de Alba que usurpó el trono a su hermano, mató a los hijos de éste y obligó a su hija a hacerse virgen vestal (algo parecido a lo que hoy en día es una monja). No obstante, la virgen concibió dos hijos gemelos del dios Marte, Rómulo y Remo, que fueron abandonados, criados primero por una loba y luego por unos pastores y, cuando fueron adultos, restauraron a su abuelo en el trono y se dispusieron a fundar una nueva ciudad. Discutieron sobre el lugar idóneo para ello, Rómulo eligió el monte Palatino, y marcó con un arado los límites de la ciudad. Remo cruzó el surco para indicar que no reconocía la autoridad de su hermano sobre el territorio, y entonces éste lo mató. Así Rómulo fundo Roma y se convirtió en su primer rey. Los colonos eran latinos, pero entre ellos había escasas mujeres, así que se las areglaron para secuestrar mujeres sabinas, lo que ocasionó una guerra. A causa de una traición, los sabinos lograron entrar en Roma, pero las sabinas, que se habían aficionado a sus esposos, intercedieron por ellos, y así la Roma primitiva resultó ser una mezcla de latinos y sabinos.

¿Qué sucedió en realidad? Por supuesto es imposible decir nada a ciencia cierta. La Roma primitiva estaba emplazada sobre el monte Palatino, junto al Tíber, pero con el tiempo se extendió hasta otras seis colinas vecinas, siete en total. Se sabe que el Palatino estaba ocupado por cabañas de pastores desde al menos el siglo X y que en la fecha tradicional de la fundación las demás colinas tenían también habitantes. Probablemente, Alba decidió fundar una colonia fortificada en el Palatino para contener a los etruscos (Roma estaba situada justo en la frontera con Etruria). Por algún motivo, Roma escapó al control de Alba, probablemente con la ayuda de los sabinos y, por qué no, de los propios etruscos. La actividad de los primeros romanos fue rural. Los ciudadanos estaban divididos en tres tribus: tricios, ramnos y lucerios, que tal vez se correspondan con tres colectivos, uno de latinos, otro de sabinos y otro de etruscos, que se unieron para formar Roma. Cada tribu se dividía en diez curias, a su vez formadas por varias familias. Poco se puede decir de Roma en esta época. De hecho, sería absurdo ocuparse de una ciudad tan insignificante si no fuera por que siglos más tarde iba a dominar el mundo.

Los asirios

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El apogeo de Asiria

 

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