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La política de deportaciones iniciada por
Asiria
y continuada por Babilonia había logrado destruir muchas
identidades
nacionales, y todo parecía indicar que lo mismo sucedería
con el nacionalismo judío. Sin embargo no fue así. La
cultura
judía sobrevivió en Egipto y en la propia Babilonia.
Nabucodonosor
II era un mornarca ilustrado. Se limitó a hacer lo que
consideró
necesario para que los judíos dejaran de ser una amenaza, pero,
una vez instalados en Babilonia, los trató con total
indulgencia.
No prohibió ni desalentó en absoluto el culto a Yahveh.
Pese
a todo, el exilio debió de ser traumático para los
judíos,
pues su creencia de que el Templo de Jerusalén era inviolable se
había desmoronado. Más aún, la última
tendencia
del yahvismo había sido la de inculcar que el Templo era el
único
lugar donde se podía rendir culto a Yahveh. Los judíos
creían
que Yahveh sólo tenía poder sobre su territorio, y que al
ser arrancados de él se les había alejado completamente
de
su dios. Estas creencias hubieron de ser modificadas
rápidamente.
No tardaron en descubrir que, en realidad, Yahveh estaba en todas
partes,
y que se le podía rezar y adorar en cualquier lugar del mundo.
Disponían
de textos escritos con parte de sus tradiciones, y formaron
congregaciones
(en griego sinagogas) para estudiarlos y continuar el culto.
En las sinagogas, la tradición judía
sufrió
fuertes transformaciones. Muchos judíos aceptaron con
interés
los mitos babilónicos, por lo que los sacerdotes tuvieron que
terminar
por admitirlos también, debidamente modificados para que fueran
compatibles con el culto a Yahveh. Los judíos conocían
desde
mucho antes versiones vagas de los mitos mesopotámicos sobre la
creación, el diluvio, etc., pero ahora descubrieron de primera
mano
las versiones originales, que incorporaron a sus creencias de forma
mucho
más precisa y fiel, salvo por la criba que eliminó casi
toda
referencia a dioses extraños. Por ejemplo, la diosa Tiamat (el
caos
que Marduk destruyó) se convirtió en tehom (lo
profundo)
en la versión hebrea del génesis, es decir, en la
profundidad
sobre la que estaba el espíritu de Dios. (Recordemos
también la "curiosa" semejanza entre la versión
bíblica del diluvio y la del poema de Gilgamesh.) La
antigua
leyenda sobre la Torre de Babel debió de impactarles mucho,
sobre
todo porque pudieron presenciar la construcción de un
magnífico
zigurat dedicado a Marduk que había quedado inconcluso tiempo
atrás
a causa de las guerras con Asiria, pero que Nabucodonosor II
ordenó
terminar. Probablemente, la impresionante visión de un
ejército
de sacerdotes subiendo y bajando por la inmensa estructura debió
de terminar deformándose hasta convertirse en un extraño
pasaje del génesis, donde Jacob ve unos ángeles subiendo
y bajando del cielo por una gran escalera. Los mitos propiamente
judíos
también se vieron afectados. Probablemente, la patria original
de
Abraham había sido Harrán, pero ahora se convirtió
en la que el génesis llama anacrónicamente "Ur de los
caldeos",
cuando los caldeos no aparecieron hasta muchos siglos después de
Abraham. Indudablemente, la cultura caldea impresionó tanto a
los
judíos que dieron por hecho que su patriarca tenía que
ser
de origen caldeo.
También en el exilio los Judíos
adoptaron
la costumbre mesopotámica de descansar el sábado. Los
caldeos
dividían el tiempo en periodos de siete días en
correspondencia
con los siete cuerpos celestes que conocían (aparte de las
estrellas):
El Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno.
También
los asociaban con dioses, idea que los griegos transmitieron a
occidente.
Por ejemplo, el planeta venus estaba asociado a Ishtar, diosa
de
la belleza y del amor. También éste era el origen y
significado
de unos candelabros sagrados de siete brazos que usaban los caldeos y
que
los judíos incorporaron a sus objetos de culto. Paulatinamente,
los judíos fueron olvidando su lengua, el hebreo, que fue
sustituida
por el arameo, la lengua que los sirios expandieron por Asiria cuando
fueron
desterrados.
Pero el cambio más significativo que
experimentó
la religión judía en el exilio no fue la
incorporación
de nuevos mitos y tradiciones. Los judíos asumieron que el
exilio
era un castigo divino a causa de sus muchos pecados, pero al mismo
tiempo
se convencieron de que si cambiaban de actitud y se aferraban a sus
creencias,
Dios les perdonaría, les devolvería a su tierra y les
enviaría
un descendiente de David para que ocupara de nuevo el trono. Ahora
bien,
sobre este punto debieron ser cautos. Nabucodonosor II no puso
objeciones
a que mantuvieran su religión, pero nunca hubiera tolerado que
esperaran
un rey que le arrebatara parte de su territorio. Por ello esta parte
crucial
de sus creencias tuvo que ser expresada de forma más oscura o
ambigua.
El ritual para ocupar el trono de Judá exigía que el
sacerdote
ungiera con un aceite sagrado al nuevo rey, como signo de la
aprobación
divina. Así, en lugar de decir que esperaban a un rey,
decían
que esperaban a un "ungido", lo que podía pasar también
como
un jefe religioso políticamente inocuo. Nos son más
conocidas
las versiones hebrea y griega de "ungido", que son mesías
y cristo, respectivamente. Vaticinaron que el profeta
Elías
(que no había muerto, sino que había ascendido al cielo
en
cuerpo y alma) volvería para ungir al mesías, el cual
reconstruiría
el reino de Judá. Muchos pasajes de los textos
prebíblicos
de que disponían los judíos fueron sacados de contexto
para
reinterpretarlos como profecías mesiánicas.
Se formó así lo que podemos considerar
realmente
como una nueva religión, el judaísmo, muy
diferente
de la religión judeo-israelita precedente. A menudo se considera
como padre del judaísmo a Ezequiel, un sacerdote que fue
llevado a Babilonia junto con el rey Joaquín en la primera
deportación.
Ezequiel creía en la restauración del reino y
describió
con detalle una reconstrucción del Templo, junto con los
rituales
posteriores a la restauración.
Mientras tanto, en Canaán se estaban
produciendo
algunos cambios. Un pueblo árabe, los Nabateos, ocuparon
Edom y establecieron su capital en Petra. Desde allí
controlaron
varias rutas comerciales, especialmente la del mar Rojo. A su vez, los
edomitas expulsados por los nabateos avanzaron hacia el norte e
invadieron
el sur de Judá, que no pudo ofrecer ninguna resistencia, y
allí
se establecieron en la región que más adelante los
griegos
llamarán Idumea. Otro punto neurálgico de la ruta
comercial del mar Rojo era la región que los antiguos llamaron
la
Arabia
Feliz, donde actualmente está el Yemen. Allí
había
varios reinos muy antiguos que habían alcanzado gran prosperidad
y riqueza gracias al comercio. El más famoso era el reino de Saba,
cuyo origen parece remontarse al tercer milenio a.C.
Por otra parte, la política china era cada
vez
más turbulenta. Las luchas por la hegemonía ya no
sólo
se daban entre los distintos estados, sino que internamente se
producían
enfrentamientos entre los nobles, y estó fue
debilitándolos
a todos.
En 574 hacía ya
trece
años que Nabucodonosor II mantenía infructuosamente el
sitio
de Tiro. Finalmente, la ciudad decidió negociar la paz. El rey
caldeo
estaba también deseando terminar su campaña, así
que
los términos de la rendición fueron suaves. Tiro no iba a
ser ocupada ni saqueada, conservaría su autonomía, el rey
Etbaal III renunciaría al trono, pero sería sucedido por
su hijo Baal I, quien juraría fidelidad a los caldeos.
Aunque
Tiro había, pues, quedado indemne, lo cierto es que el asedio la
debilitó tanto que perdió el control de sus colonias. A
partir
de este momento fue Cartago quien reguló la política
exterior
fenicia, si bien siguió existiendo un vínculo emocional
hacia
la metrópolis. El mediterráneo occidental se fue
repartiendo
gradualmente entre cartagineses, etruscos y griegos.
En 572, Solón,
que
había conservado su cargo de arconte en Atenas durante 22
años,
renunció a él. Le propusieron conservarlo de por vida,
pero
tenía ya sesenta y cinco años y no quiso aceptar. "Ya es
hora", dijo, "de que me ponga a estudiar algo". Tras conseguir la
promesa
de sus conciudadanos de que conservarían su sistema de leyes
durante
al menos diez años, partió hacia oriente.
Pero la guerra contra Megara continuaba. Se
había
atenuado con la muerte de Teágenes, pero continuaba. Ahora el
punto
más conflictivo era la isla de Salamina, situada cerca
de
la costa, frente a la frontera entre el Ática y Megara. Los
atenienses
citaban unos versos de la Ilíada (que los Megarenses
consideraban
espurios) para arguír que Salamina pertenecía al
Ática.
Los intentos atenienses de ocuparla habían fracasado, hasta el
punto
de que la daban ya por perdida, pero en 570
era polemarca (arconte encargado de la guerra) un primo de Solón
llamado Pisístrato, quien se las arregló para
tomar
la isla. Megara se rindió y así termino la guerra. Por
aquel
entonces la ciudad se había dividido en tres partidos: el de la
llanura, encabezado por Milcíades, reunía a
la
antigua aristocracia que esperaba recuperar su antiguo poder, el de la
costa reunía a los mercaderes y armadores y, en general, a
la
burguesía, que aceptaba el sistema democrático de
Solón
y estaba dirigido por uno de los Alcmeónidas. Solón les
había
permitido regresar, pero los nobles no los admitieron entre ellos, por
lo que se hicieron demócratas. Finalmente, el partido de la
montaña
estaba integrado por el proletariado urbano y campesino, deseoso de
más
reformas, al frente del cual se puso el propio Pisístrato, quien
sin duda albergaba ambiciones de poder y comprendió que la mejor
manera de conseguirlo era ganarse la confianza de los menos
favorecidos.
Mientras tanto, el faraón Haibria se
encontró
con un problema en el oeste. La colonia griega de Cirene se
había
extendido a costa de las tribus libias vecinas, y éstas pidieron
ayuda a Egipto. Haibria no podía permitirse tener a unos
bárbaros
descontentos al oeste si Nabucodonosor II le atacaba por el este,
así
que decidió enviar un ejército contra Cirene. Ahora bien,
el grueso del ejército egipcio estaba formado por mercenarios
griegos,
y no era prudente enviar griegos a luchar contra griegos, pues
podían
cambiar de bando. Así que envió un ejército
formado
por nativos. Dicho ejército consideró que el
faraón
favorecía a los griegos frente a los egipcios, pues les asignaba
los puestos de mando y, en cambio, les enviaba a ellos a enfrentarse a
un ejército griego, contra el que tenían pocas
posibilidades
de victoria. Así pues, los soldados nativos se rebelaron y
Haibria
tuvo que enviar a Ahmés, un oficial nativo que gozaba de
gran popularidad entre las tropas, para que dialogara con los
amotinados.
Sin embargo, Ahmés era demasiado popular entre las tropas, que
le
propusieron convertirse en su nuevo faraón. Ahmés
aceptó
y dirigió a sus hombres contra Haibria, derrotó al
ejército
griego que éste envió contra él, ejecutó al
antiguo rey y ocupó el trono como Ahmés II.
Pronto
se casó con una hija de Psamético II (hermana o
hermanastra
de Haibria), con lo que oficialmente se le consideró integrante
de la XXVI dinastía.
Tras zanjar el conflicto con Tiro, cabría
esperar
que Nabucodonosor II se ocupara de Egipto, pero estaba ya cansado y
decidió
no emprender una nueva campaña. Pese a ello, el nuevo
faraón
continuó preparando el país para un posible choque con el
Imperio Caldeo. Incrementó los efectivos griegos en su
ejército,
permitió que la colonia de Naucratis se convirtiera en una gran
ciudad, y firmó numerosas alianzas con los griegos.
En 562 murió
Nabucodonosor
II y fue sucedido por su hijo Amel-Marduk. La Biblia lo
menciona
porque, al parecer, liberó de la prisión al derrocado rey
Joaquín.
En 561
Pisístrato
se presentó ante los atenienses mostrando una herida.
Afirmó
que se la habían causado los "enemigos del pueblo", que
querían
asesinarlo, y solicitó permiso para contratar una guardia
personal,
de 50 hombres, algo prohibido por las leyes de Solón. Los
atenienses,
vacilantes, llamarón a Solón, quien, al parecer, les
dijo:
Escuchadme bien, atenienses: yo soy
más
sabio que muchos de vosotros, y más valeroso que muchos otros.
Soy
más sabio que los que no ven la malicia de este hombre y sus
fines
ocultos; y más valeroso que los que, aun viéndola, fingen
no verla por evitarse problemas y vivir en paz.
Pero Pisístrato tenía a su favor al
partido
de la montaña y Solón tenía en su contra al de la
llanura, por lo que no le hicieron caso. Dicen que al darse cuenta
añadió:
Siempre sois iguales: cada uno de
vosotros,
individualmente, obra con la astucia de una zorra, pero colectivamente
sois una bandada de gansos.
La petición de Pisístrato fue aceptada,
pero
en vez de 50 hombres contrató 400, tomó la
Acrópolis
y se convirtió en tirano de Atenas. Su posición era
débil,
por lo que se apresuró a ganarse la confianza de sus ciudadanos.
Hizo editar las obras de Homero en la forma en que actualmente las
conocemos,
instituyó unas fiestas en honor del dios Dionisio, en las que se
cantaban unas "canciones de machos cabríos" en alabanza al dios.
En griego se llamaban tragedias. Al principio eran cantos a
coro
alegres y bulliciosos, pero más tarde los poetas empezaron a
escribir
versos serios para la fiesta. En un momento dado, un poeta llamado Tespis
tuvo la ocurrencia de hacer callar al coro de tanto en tanto y dejar
que
un actor solista relatara e interpretara una historia tomada de los
viejos
mitos. Fue el primer paso de una compleja evolución que
experimentaría
el género en los siglos siguientes.
Pisístrato construyó templos en la
acrópolis
e inició el proceso de embellecimiento de Atenas que
terminaría
convirtiéndola en la gran capital que llegó a ser.
Instituyó
los Juegos Panhelénicos, que reunían en Atenas no
sólo a los atletas, sino a los políticos más
importantes
de Grecia. En cuanto a la política exterior consiguió que
Atenas dispusiera de colonias en lugares estratégicos. Se
preocupó
especialmente de proteger las rutas comerciales con el mar negro.
Reconquistó
el puesto de Sigeo en el lado asiático del Helesponto, que
Pítaco
le había arrebatado a Atenas tiempo antes.
En 560 murio
Solón,
y también fue asesinado el rey caldeo Amel-Marduk en una intriga
palaciega. El trono pasó a su cuñado Neriglisar.
También
murió el rey lidio Aliates, y fue sucedido por su hijo Creso.
Al contrario que su padre, Creso admiraba la cultura griega, consultaba
los oráculos griegos, especialmente el de Delfos, al que enviaba
regalos mucho más valiosos que los que podía enviar
cualquier
ciudad griega. Por ello Creso adquirió la fama de ser
extraordinariamente
rico.
En Esparta fue elegido éforo Quilón,
quien reprobó la tolerancia que Esparta estaba teniendo con las
ciudades de Arcadia y reclamó una política fuerte. Los
espartanos
no tuvieron dificultad en derrotar a los arcadios, que se apresuraron a
someterse. A la ciudad de Tegea se le permitió conservar su
independencia,
y desde entonces fue la ciudad más leal a Esparta de todo el
Peloponeso,
que ahora estaba dominado por Esparta casi en su totalidad (salvo la
Argólida).
Mientras tanto, un nuevo gobernante apareció
en
la región de Anshan. Esta región se encontraba al
norte de lo que había sido Elam, y estaba poblada por medos que
fueron incorporados al Imperio por Ciaxares, si bien conservaron
gobernadores
locales. El nuevo príncipe se llamaba Ciro II, y
hacía
remontar su rango a un antepasado llamado Aquemenes, que
había
gobernado siglo y medio antes, por lo que su dinastía es
conocida
como aqueménida. Anshan formaba parte de una
región
más amplia llamada Fars por los nativos, pero que
nosotros
conocemos por la versión griega de su nombre: Persia. En
559
Ciro II declaró a Anshan independiente de Media. Astiages
envió
un ejército que fue fácilmente derrotado por Ciro. En el
lugar de la victoria mandó construir la ciudad de Pasargadas
(fortaleza de Persia), que se convirtió en su nueva capital.
En 556 el tirano
ateniense
Pisístrato organizó una expedición para ayudar a
los
nativos del Quersoneso Tracio (la actual península de
Gallípoli,
en el lado europeo del Helesponto). Como jefe de la expedición
eligió
a
Milcíades, el cabecilla del partido de la llanura, su principal
rival político. (Tal vez fue una forma de librarse de
él.)
La expedición fue un éxito y Milcíades
acabó
siendo tirano de toda la península. Ahora Atenas controlaba los
dos lados del Helesponto.
Ese mismo año murió el rey caldeo
Neriglisar.
Su hijo fue rápidamente destronado y diversos partidos se
disputaron
el trono. Al parecer nadie en el partido vencedor quiso asumir el
riesgo
de convertirse en rey, por lo que asignaron en el trono a un personaje
que juzgaron fácil de manipular. El nuevo rey fue Nabónido,
quien no demostró ningún interés por la
política.
En su lugar, se dedicó a estudiar reliquias antiguas.
Desenterró
y restauró antiguas tablillas cuneiformes, desatendió
Babilonia
y, en cambio, se interesó por ciudades más antiguas, como
Ur y Larsa. Para colmo, Nabónido no había nacido en
Babilonia,
sino que era natural de Harrán (actualmente bajo dominio medo),
hijo de una sacerdotisa de Sin, dios de la Luna, por lo que
también
desatendió a Marduk y, en cambio, se interesó por Sin y
las
ciudades que lo veneraban. Es evidente que todo esto causó un
gran
descontento en la corte. En todo lo tocante a la política
delegó
en su hijo Baltasar. Un rey títere era lo menos
conveniente
para Babilonia cuando Ciro II estaba expandiendo sus dominios.
Nabónido
creyó que Media y Persia se enzarzarían en una larga
guerra
civil y así dejarían tranquilo a su Imperio. Incluso
estimuló
a Ciro II a atacar a Astiages, y aprovechó los problemas de
éste
para arrebatarle Harrán en 553.
Sin
embargo, el conflicto entre Media y Persia no fue largo. Ciro II
usó
más de la diplomacia que de la fuerza y consiguió en poco
tiempo tener de su parte a casi todo el Imperio Medo. Finalmente, en 550
marchó sobre la capital Meda, Ecbatana, la tomó y la
convirtió
en la capital de su nuevo imperio, conocido como Imperio Persa.
Por estas fechas la ciudad jonia de Focea
inició
la colonización de Córcega y Cerdeña, con lo que
pronto
entraría en conflicto con los intereses etruscos.
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